“El Señor Dios plantó un jardín
en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado /
El Señor Dios
hizo brotar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y buenos para
comer; y además, en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la
ciencia del bien y del mal / Un río nacía en Edén para regar el jardín, y desde allí se dividía formando cuatro brazos / El nombre del primero es Pisón, que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro / El oro de aquel país es puro, allí había también bedelio y piedra de ónice / El nombre del segundo río es Guijón, que rodea todo el país de Etiopía / El nombre del tercer río es Tigris, que recorre el oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates / El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara / y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: <De todos los árboles del jardín podrás comer / pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás >/
Entonces dijo el Señor Dios: <No es bueno que el hombre esté solo; voy a
hacerle una ayuda adecuada para él > / El Señor Dios formó de la tierra los
animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para
ver cómo los llamaba, de modo que cada ser vivo tuviera el nombre que él le
hubiera impuesto/ Y el hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del
cielo y a todas las fieras del campo; pero para él no encontró una ayuda
adecuada / Entonces el Señor Dios infundió un profundo sueño al hombre y éste
se durmió; tomó luego una de sus costillas y cerró el
hueco con carne / Y el
Señor Dios, de la costilla que había tomado del hombre, formó una mujer y la
presentó al hombre / Entonces dijo al hombre: <Ésta sí es hueso de mis
huesos, y carne de mi carne. Se la llamará mujer, porque del varón fue hecha> /
Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán
una sola carne"
"La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que había hecho el Señor Dios, y dijo a la mujer: - ¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis
ningún árbol del jardín? / La mujer respondió a la serpiente: - Podemos comer del fruto de los árboles del jardín; / pero Dios nos ha mandado: <No comáis ni toquéis el fruto del árbol que está en
medio del jardín, pues moriríais>. / La serpiente dijo a la mujer: - No moriréis en modo alguno; / es que Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del
bien y del mal. / La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y que aquel árbol era apetecible para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto, comió, y a su vez dio a su marido que también comió. / Entonces se le abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. / Y cuando oyeron la voz del Señor Dios entre los árboles del jardín. / El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: -¿Dónde estás? / Éste contestó: - Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo; por eso me oculté. / Dios le preguntó: - ¿Quién te ha indicado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? / El hombre contestó: - La mujer que me diste por compañera me dio, del árbol y comí. / Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: - ¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: - La serpiente me engañó y comí. / El Señor Dios dijo a la serpiente: - Por haber hecho eso, maldita seas entre todos los animales y todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre el vientre, y polvo
comerás todos los días de tu vida / Pondré enemistad entre ti y la
mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le
herirás en el talón" Gn 2, 8-24 ; 3, 1-15)
"El castigo que Dios impone a la serpiente incluye el enfrentamiento permanente entre la mujer y el diablo, entre la humanidad y el mal, con la promesa de la victoria por parte del hombre. Por eso se ha llamado a este pasaje el <Protoevangelio>, porque es el primer anuncio del Redentor, nacido de una mujer.
La Iglesia siempre ha entendido estos versículos en sentido mesiánico, referidos a Jesucristo; y ha visto en la mujer, a la madre del Salvador prometido, a la Virgen María como nueva Eva"
(Nota a pie de pagina en la Biblia de Navarra; Ed. Universidad de Navarra, S.A.; EUNSA)
El Papa Francisco en su Audiencia
General del miércoles 5 de abril de 2015 se refirió a la relación entre el
hombre y la mujer, a partir de este momento, en los términos siguientes: “La experiencia nos enseña que:
para conocerse bien y crecer armónicamente el ser humano necesita de la
reciprocidad entre hombre y mujer. Cuando esto no se da, se ven las
consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos mutuamente. Podemos
decir que sin el enriquecimiento recíproco en esta relación – en el pensamiento
y en la acción, en los afectos y en el trabajo, incluso en la fe – los dos no
pueden ni siquiera comprender en profundidad lo que significa ser hombre y
mujer”
Es así de sencillo, el hombre y
la mujer tienen que caminar de la mano, para comprenderse mejor, para
enriquecerse mutuamente, para en definitiva, como asegura el Papa Francisco,
llegar a entender en profundidad lo que significa ser hombre y mujer…
Es cierto, como ha asegurado
también nuestro actual Papa, es necesario hacer muchas más cosas a favor de
la mujer, para conseguir la justa reciprocidad entre el hombre y la mujer; es, así mismo, necesario que tenga más peso
real en la sociedad y en la Iglesia.
Por otra parte, como consecuencia del
desajuste producido en las familias normalmente desestructuradas, han aumentado en proporciones alarmantes, tanto los
<malos tratos> entre los distintos componentes que las conforman, muy particularmente en lo referente a las mujeres y a los niños, como los crímenes
horrendos en el seno de las mismas, que desgraciadamente, muchas
veces son contemplados, por la sociedad con cierta indiferencia, tomandolos como hechos habituales e inevitables…
Todas estas cuestiones han
llevado al Papa Francisco a expresarse con el dolor, y la cercania que le
caracteriza, sobre este tema candente de
la sociedad del siglo XXI (Ibid):
“Me pregunto si la crisis de
confianza colectiva en Dios, que nos hace tanto mal, que hace que nos
enfermemos de resignación ante la incredulidad y el cinismo, no está también
relacionada con la crisis de la alianza entre hombre y mujer. En efecto, el
relato bíblico, con la gran pintura simbólica sobre el paraíso terrestre y el
pecado original, nos dice precisamente que la comunión con Dios se refleja en
la comunión de la pareja humana y la pérdida de la confianza en el Padre
celestial genera división y conflicto entre hombre y mujer.De aquí viene la responsabilidad de la Iglesia, de todos los creyentes, y ante todo de las familias creyentes, para redescubrir la belleza del designio creador que inscribe la imagen de Dios también en la alianza entre el hombre y la mujer.
La tierra se colma de armonía y de confianza cuando la alianza entre hombre y mujer se vive bien. Y si el hombre y la mujer la buscan juntos, entre ellos y con Dios, sin lugar a dudas la encontrarán. Jesús nos alienta explícitamente a testimoniar esta belleza, que es la imagen de Dios”
Está claro, el Papa Francisco,
quiere ayudar a las personas que defienden la sagrada unión entre el hombre y
la mujer, pero éstas muchas veces, no se dejan ayudar, porque han perdido la esperanza en
Dios; existe en este sentido una desconfianza colectiva dentro de estos grupos
de personas, en una gran mayoría agnósticas, pero entre las que también
existen, y esto es lo más triste, creyentes eventualmente alejados del Señor...
Por otra parte, según el Papa
Francisco sería conveniente volver a releer detenidamente la célebre Carta del
Papa Pablo VI (1963-1978), <Humanae
Vitae>, en donde este Pontífice, tras la celebración del Concilio Vaticano
II asienta unos principios de moral, referidos al matrimonio, y por tanto a la
familia, que muchas personas consideraron, entonces, fuera de lugar e incluso
retrógradas.
Algunos que se consideraban creyentes acusaron al Papa Pablo VI de ser oscurantista y estar pasado de moda porque se oponía con su Carta al supuesto progreso de la historia...
¿Al progreso de qué historia? Nos
preguntamos; pasados ya más de cuarenta años de tan importantes y proféticas
palabras del Papa Montini, un hombre de constitución física débil, pero de
capacidad intelectual enorme y vida espiritual profunda.Algunos que se consideraban creyentes acusaron al Papa Pablo VI de ser oscurantista y estar pasado de moda porque se oponía con su Carta al supuesto progreso de la historia...
Sí, deberíamos tener muy en
cuenta los consejos del Papa Francisco
y recordar algunas de las ideas
desarrolladas por su antecesor, Pablo VI,
en la Encíclica <Humanae Vitae>, dada en Roma el 25 de julio del
año 1968, especialmente aquellas referidas
al amor conyugal y sus características; algunas de las cuales se recogen en el
siguiente párrafo de su Carta:
“La verdadera naturaleza y
nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema,
Dios, que es Amor, <el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y
en la tierra>. El matrimonio no es, por tanto,
efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales
inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor en los esposos, mediante su recíproca donación
personal, propia y exclusiva de ellos, que tienden a la comunión de sus seres en
orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la
generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados el matrimonio
reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia en cuanto
representa la unión de Cristo y de la Iglesia”
Son palabras de un Papa que
sufrió enormemente por la incomprensión de algunos miembros de su grey y que
pasados los años, vuelve, como quien dice, a estar de moda en sus enseñanzas y
planteamientos respecto a la vida conyugal y el buen desarrollo de la familia.
Todo matrimonio cristiano debería conocer la Carta <Humanae Vitae>, que tanto revuelo causó en su día entre los creyentes y no creyentes, pero que se nos muestra como una visión profética y magnífica de la realidad, que podría a la larga , imperar en las relaciones entre hombre y mujer...
No se trata de un problema menor
y mucho menos actual, se trata de una cuestión tan antigua como la creación del hombre; se tiene que conocer la
historia de la familia y en particular de las relaciones conyugales, para
comprender que es una situación presente desde siempre en la historia
de la humanidad. Todo matrimonio cristiano debería conocer la Carta <Humanae Vitae>, que tanto revuelo causó en su día entre los creyentes y no creyentes, pero que se nos muestra como una visión profética y magnífica de la realidad, que podría a la larga , imperar en las relaciones entre hombre y mujer...
El Papa León XIII en su Carta Encíclica <Arcanum Divinae Sapientiae>, hace un estudio profundo sobre el matrimonio cristiano y la corrupción de éste desde la antigüedad. Es un análisis muy interesante que nos remonta a tiempos pasados y que en muchos aspectos es un fiel reflejo de lo que está sucediendo en la actualidad, en pleno siglo XXI.
Recordaremos algunas de las ideas
desarrolladas en dicha Carta con objeto de comprender mejor el problema, el cual aunque en algunos momentos
pudiera haber estado corregido, en realidad nunca desapareció, a pesar del
ennoblecimiento que Cristo dio a la sagrada unión entre hombre y mujer (Bodas en Caná; Jn 2, 1-12)
El matrimonio comenzó en la
antigüedad poco a poco a corromperse y desaparecer entre los pueblos gentiles,
incluso entre los mismos hebreos, un pueblo monoteísta y adorador del Único y
Verdadero Dios y esto fue así porque como aseguraba en su día el Pontífice León
XIII en el año 1880 (Ibid): “Entre estos, en efecto, había
prevalecido la costumbre de que fuera lícito al varón tener más de una mujer; y
luego, cuando, por la dureza de corazón de los mismos, Moisés les permitió
indulgentemente la facultad de repudio, se abrió la puerta a los divorcios.
Por lo que toca a la sociedad
pagana, apenas cabe creerse cuanto degeneró y que cambios experimentó el
matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los errores y de las más
torpes pasiones de cada pueblo.
Todas las naciones parecieron
olvidar, más o menos, la noción y verdadero origen del matrimonio, dándose por
doquier leyes emanadas, desde luego, de las autoridades públicas, pero no las
que la naturaleza dicta. Ritos solemnes, instituidos al capricho de los
legisladores, conferían a las mujeres el título honesto de esposas o el torpe
de concubinas; se llegó incluso a que determinara la autoridad de los
gobernantes a quienes les estaba permitido contraer matrimonio y a quienes no,
leyes que conculcaban gravemente la equidad y el honor. La poligamia, la poliandria, el divorcio, fueron otras tantas causas, además, de que se relajara enormemente el vínculo conyugal.
Gran desorden hubo también en lo
que atañe a los muchos derechos y deberes de los cónyuges, ya que el marido
adquiría el dominio de la mujer y muchas veces la despedía sin motivo alguno
justo; en cambio, a él, entregado a una sensualidad desenfrenada e indomable,
le estaba permitido discurrir impunemente entre lupanares y esclavas, como si
la culpa dependiera de la dignidad y no de la voluntad.
Imperando la licencia marital,
nada era más miserable que la esposa, relegado a un grado de abyección tal, que
se la consideraba como un mero instrumento para satisfacción del vicio o para
engendrar hijos.
Impúdicamente se compraba y se
vendía a las que iban a casarse, cual si se tratara de cosas materiales,
concedidos a veces al padre y al marido incluso la potestad de castigar a la
esposa con el último suplicio.
La familia nacida de tales matrimonios necesariamente tenía que contarse entre los bienes del estado o se hallaba bajo el dominio del padre, a quien las leyes facultaban, además, para proponer y concertar a su arbitrio los matrimonios de sus hijos y hasta ejercer sobre los mismos la monstruosa potestad de vida y muerte”
La familia nacida de tales matrimonios necesariamente tenía que contarse entre los bienes del estado o se hallaba bajo el dominio del padre, a quien las leyes facultaban, además, para proponer y concertar a su arbitrio los matrimonios de sus hijos y hasta ejercer sobre los mismos la monstruosa potestad de vida y muerte”
Muchas de las cosas que denuncia
el Papa León XIII en su Carta siguen sucediendo hoy en día, y es lógico que sea
así, porque el siglo XXI cada vez se adentra más en el paganismo y su inmoralidad,
a pesar de las enseñanzas de Cristo, el
cual fue el rehabilitador de la dignidad del hombre y la mujer y el
depurador de las leyes antiguas,
cuidando con gran amor el sacramento, por Él instituido, del matrimonio, entre
los bautizados (Arcanum Divinae Sapientiae):
“Jesucristo, restaurador de la
divinidad humana y perfeccionador de las antiguas leyes, dedicó al matrimonio
un no pequeño ni el menor de sus cuidados. Ennobleció, en efecto, con su
presencia las bodas de Caná de Galilea, inmortalizándolas con el primero de sus
milagros, motivo por el que, ya desde aquel momento, el matrimonio parece haber
sido perfeccionado con primicias de nueva santidad.
Restituyó luego el matrimonio a
la nobleza del primer origen, ya reprobando las costumbres de los hebreos, que
abusaban de la pluralidad de las mujeres y de la facultad de repudio, ya sobre
todo mandando que nadie desatara lo que el mismo Dios había atado con un
vínculo de unión perpetua”
El Papa León XIII, en su sabia
previsión de lo que en el futuro podría llegar a ser la unión entre hombre y
mujer, si se producía un intento de separar los conceptos de <contrato> y
<sacramento> advertía que (Ibid): “Dicha distinción o, mejor dicho,
partición, no puede probarse, siendo cosa demostrada que en el matrimonio cristiano el contrato es
inseparable del sacramento. Cristo Nuestro Señor, efectivamente, enriqueció con
la dignidad de sacramento el matrimonio, y el matrimonio es ese mismo contrato,
siempre que se haya celebrado legítimamente.
Añade a esto que el matrimonio es sacramento porque es un signo sagrado y eficiente de gracia y es imagen de la unión mística de Cristo con la Iglesia. Ahora bien: la forma y figura de esta unión está expresada por ese mismo vínculo de unión suma con que se ligan entre sí el marido y la mujer, y no es otra cosa sino el matrimonio mismo.
Así, pues, queda claro que todo matrimonio legítimo entre cristianos es en sí y por sí sacramento y que nada es más contrario a la verdad que considerar el sacramento como un cierto ornato sobre añadido o como una propiedad extrínseca, que quepa distinguir o separar del contrato, al arbitrio de los hombres. Ni por la razón ni por la historia se prueba, por consiguiente, que la potestad sobre los matrimonios de los cristianos haya pasado a los gobernantes civiles. Y si esto fuera violado, indudablemente, que nadie podrá decir que haya sido violado por la Iglesia”
En este sentido, pasado el tiempo, se ha podido comprobar como los divorcios, tan defendidos por amplios sectores de la sociedad, han colaborado enormemente al desgarro de las familias que se han visto seriamente afectadas; los hijos sufren y padecen en sus carnes la destrucción de sus hogares. El desaliento y la desolación reinan en el alma de muchos hijos e hijas hoy en día, que no llegan a comprender lo que ha podido suceder entre sus padres.
Han tenido que aceptar incluso,
que sus padres y/o sus madres, separados o divorciados, puedan tomar otra pareja , y tengan un
novio y/o una novia, asi los llaman, con los que deben convivir, para formar una nueva familia, que así la llaman también. Se ha llegado así, a un nuevo concepto familiar, denominado <familia desestructurada>, donde la felicidad
de sus componentes no suele ser una realidad, sino todo lo contrario…
El Papa León XIII en el siglo
XIX, ya preveía el cúmulo de males que el divorcio podría llevar al
matrimonio (Ibid):
“Debido a él, las alianzas
conyugales pierden su estabilidad, se debilita la benevolencia mutua, se
ofrecen peligrosos incentivos a la infidelidad, se malogran la asistencia y la
educación de los hijos, se da pie a la disolución de la sociedad doméstica, se
siembran las semillas de la discordia en las familias, se empequeñece y se
deprime la dignidad de las mujeres, que corren el peligro de verse abandonadas
así que hayan satisfecho las sensualidad de los maridos.
Y puesto que, para
perder a las familias y destruir el poderío de los reinos, nada contribuye
tanto como la corrupción de las costumbres, fácilmente se verá cual enemigo es
de la prosperidad de las familias y de las naciones el divorcio, que nace de la
depravación moral de los pueblos y, conforme atestigua la experiencia, abre las
puertas y lleva a las más relajadas costumbres de la vida privada y pública…”
Palabras proféticas del Papa León XIII que ya se han cumplido con creces; el sufrimiento de muchas familias es enorme, hombres y mujeres se han visto negativamente afectados por el divorcio, porque no sólo han sido los varones los causantes de la separación matrimonial, la infidelidad se ha dado y se da cada vez con más frecuencia en las esposas, que dejan sin recato el hogar y en algunas ocasiones a los hijos, para ser feliz al lado de un nuevo hombre llegado a sus vidas, que les ofrecen, según creen, más posibilidades de ser comprendidas.
Incluso con demasiada frecuencia no es un hombre, sino otra mujer el objeto de sus deseos, sí, la corrupción de las costumbres están llegando a límites que ni siquiera un Pontífice como León XIII podría profetizar…
En el año 2002, por ejemplo, el
Papa San Juan Pablo II, durante su discurso al Tribunal de la Rota Romana, al
inaugurarse el año judicial, entre otros aspectos muy interesantes destacaba el
hecho de que: “La Iglesia y cada cristiano
deben ser luz del mundo: <Alumbre así vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y lo glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos> (Mt 5,16). Estas palabras de Jesús encuentran hoy una
singular aplicación en relación con el matrimonio indisoluble. Podría parecer
que el divorcio está tan enraizado en ciertos sectores sociales, que casi no
valga la pena continuar combatiéndolo, difundiendo una mentalidad, una conducta
social y una legislación civil a favor de la indisolubilidad. ¡No vale la pena!
En realidad este bien se sitúa de
manera propia en la base entera de la sociedad, como condición necesaria de la
familia. Por tanto su ausencia tiene consecuencias devastadoras, que se
propagan dentro del cuerpo social como una plaga – según la terminología usada
por el Concilio Vaticano II, para describir el divorcio (Gaudium Spes) – E
influyen negativamente sobre las nuevas generaciones frente a las cuales parece
obscurecidas la belleza del verdadero matrimonio.
El esencial testimonio sobre el
valor de la indisolubilidad se hace valer mediante la vida matrimonial de los
cónyuges, en la fidelidad a su vínculo al atravesar las alegrías y las pruebas
de la vida. El valor de la indisolubilidad no puede ser mantenido como el objeto
de una mera elección privada. Esto hace referencia a un punto capital para la
entera sociedad. Y por tanto, mientras son dignas
de encomio tantas iniciativas que los
cristianos junto con otras personas de buena voluntad promueven para el bien de
la familia, por ejemplo, la celebración de los aniversarios de boda, se debe
evitar el peligro del permisivismo en cuestiones de fondo concernientes a la
existencia del matrimonio y de la familia” (Carta a las familias. San Juan
Pablo II).
No se equivocaba el Papa San Juan Pablo II, cuando ya en el año 2002 hablaba de <permisividad> al juzgar las cuestiones de fondo concernientes al matrimonio y la familia cristiana, que ya existía en aquellos momentos, y que desgraciadamente han ido a más y han conducido a la situación que hoy nos encontramos en los inicios de un nuevo siglo.
La legalización de la interrupción del embarazo, es para la Iglesia, la autorización dada al hombre adulto (mediante una ley instituida por éste), para privar de la vida a otro hombre no nacido, que se encuentra ya en el vientre de su madre y que por tanto es incapaz de defenderse.
Se trata de una situación totalmente injusta, puesto que se produce una ofensa terrible hacia el derecho a la vida de un ser humano, inocente y sin defensas frente a sus enemigos, que en este caso terrible, es la madre o los esposos que lo han engendrado.
“Con frecuencia la cuestión se
presenta como derecho a la mujer a una libre elección frente a la vida que ya
existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría que tener el
derecho de elegir entre dar la vida y quitar la vida al niño concebido.
Cualquiera puede ver que esta es una alternativa sólo aparente. No se puede
hablar de derecho a elegir cuando lo que está en cuestión es un evidente mal
moral, cuando se trata simplemente del mandamiento de ¡No matar!
¿Este mandamiento prevé acaso alguna
excepción? La respuesta del suyo es <No>; ya que hasta la hipótesis de la
legítima defensa, que no se refiere nunca a un inocente sino siempre y
solamente a un agresor injusto, debe respetar el principio que los moralistas
llaman <Principium Inculpatae Tutelae> (Principio de defensa y
irreprensible): para ser legítima esa defensa debe llevarse a cabo de modo que
infrinja el menor daño y, si es posible, que deje a salvo la vida del agresor.
El caso de un niño no nacido no
entra en semejante situación. Un niño concebido en el seno de la madre no es
nunca un agresor injusto, es un ser indefenso que espera a ser acogido y
ayudado… Se trata de un problema de gran
envergadura en el que todos debemos demostrar la máxima responsabilidad y
vigilancia. No podemos permitirnos formas de permisivismo, que llevarían
directamente a conculcar derechos de los
hombres, y también a la aniquilación de los valores fundamentales, no solamente
de la vida de las personas singulares y de las familias, sino de la misma
sociedad. ¿No es acaso una triste verdad eso a lo que se alude con la fuerte
expresión de <civilización de la muerte>?
Obviamente, lo contrario de la <civilización
de la muerte> no es y no puede ser el programa de la multiplicación
irresponsable de la población sobre el
globo terrestre. Hay que tomar en consideración el índice demográfico, y la vía
justa es lo que la Iglesia llama paternidad y maternidad responsable. Los
centros asesores familiares de la Iglesia así lo enseñan. La paternidad y la
maternidad responsable son el postulado del amor por el hombre, y son también
el postulado de un auténtico amor conyugal, porque el amor no puede ser
irresponsable. Su belleza está contenida en la responsabilidad. Cuando el amor
es verdaderamente responsable es también verdaderamente libre…”
Ciertamente <cuando el amor es verdaderamente responsable es verdaderamente libre>, por eso el Papa Francisco durante su
Audiencia General del 11 de noviembre de 2015, hacia esta reflexión a todos los
creyentes, sobre el Banquete Eucarístico y la alianza viva y vital de las
familias cristianas: “Miremos el Misterio del Banquete
Eucarístico. El Señor entrega su cuerpo y su sangre por todos. De verdad no
existe división que pueda resistir a este sacrificio de comunión; sólo la
actitud de falsedad, complicidad con el mal puede excluir de él. Cualquier otra
distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y este
vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor.
La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con su fuerza que incluye y que salva”
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