“Dios dijo: <Hagamos al hombre
a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del
cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra/Dios creó
al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó/Dios
los bendijo y les dijo: <Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y
sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos
animales se mueven sobre la tierra>/Y añadió: <Yo os doy toda planta
seminífera que hay sobre la superficie de la tierra y todo árbol que da fruto
conteniendo simiente en sí. Ello será vuestra comida/A todos los animales del
campo, a las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser
viviente, yo doy para comida todo
herbaje verde>. Y así fue” (Génesis 1, 26-30).
El martes seis de mayo del año 1980 el Papa Juan Pablo II, durante su discurso al Cuerpo Diplomático de Nairobi, refiriéndose a estos versículos del Antiguo Testamento aseguraba:
“la Iglesia católica cree que no
puede existir libertad, que no es posible el amor fraterno sin la referencia a
Dios, que creó: <al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y
hembra>, y, precisamente por eso, nunca dejará de defender la libertad de
culto y la libertad de conciencia, que considera un derecho fundamental de toda
persona…
Ya que la falta de fe, la
carencia de religión y el ateísmo solo
puede entenderse en relación con la religión y la fe, es difícil aceptar una
posición según la cual sólo el ateísmo tiene derecho de ciudadanía
en la vida pública y social, mientras los creyentes, casi por principio, son
apenas tolerados o tratados como ciudadanos de segunda o, incluso -algo que ya
ha ocurrido-, se ven privados totalmente de sus derechos como ciudadanos”
Son palabras fuertes de un Papa santo
que profetizaban lo que ha venido ocurriendo en los últimos años del siglo XX y
principios del siglo XXI.
Por otra parte, el Papa San Juan
Pablo II fue uno de los Pontífices, de los últimos siglos, que más se interesó,
por el papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo, siguiendo el ejemplo dado
por Jesús. Escribió una Carta Apostólica: <Mulieris Dignitatem> publicada en el año 1988, y con anterioridad
a ésta publicó, así mismo, una Exhortación Apostólica en el año 1974.
En ambos casos, habló largo y tendido sobre temas muy importantes para la mujer, y de gran actualidad, sobre todo, si tenemos en cuenta la situación de la sociedad de hoy en día, en general muy decantada hacia la defensa de mensajes contrarios a la Iglesia, que nada tienen que ver con los propuestos por nuestro Salvador. En efecto, este Papa demostró constantemente a lo largo de su Pontificado, un gran celo por los derechos de las mujeres no sólo en los trabajos anteriormente mencionados, sino además, en todas o casi todas sus Audiencias, Catequesis y, en definitiva, en el trato directo.
En ambos casos, habló largo y tendido sobre temas muy importantes para la mujer, y de gran actualidad, sobre todo, si tenemos en cuenta la situación de la sociedad de hoy en día, en general muy decantada hacia la defensa de mensajes contrarios a la Iglesia, que nada tienen que ver con los propuestos por nuestro Salvador. En efecto, este Papa demostró constantemente a lo largo de su Pontificado, un gran celo por los derechos de las mujeres no sólo en los trabajos anteriormente mencionados, sino además, en todas o casi todas sus Audiencias, Catequesis y, en definitiva, en el trato directo.
Concretamente en la Carta Apostólica <Mulieris Dignitatem> aseguró
que la mujer es sujeto vivo e insustituible de las <maravillas de Dios>: El hecho de ser hombre o mujer
no comporta ninguna limitación, así como no limita, absolutamente la acción
salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o
griego, esclavo o libre, según las conocidas palabras del apóstol San Pablo
(Gal 3,28): <Porque todos sois uno en Cristo Jesús>.
Esta unidad no anula la diversidad. El Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que <profeticen vuestros hijos> al igual que <vuestras hijas>.
Profetizar significa expresar con
la palabra <las maravillas de Dios >, conservando la verdad y la
originalidad de cada persona, sea mujer o hombre. La <Igualdad
evangélica>, la igualdad de la mujer y del hombre en relación con <las
maravillas de Dios>, tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras
y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la
<dignidad y vocación de la mujer> en la Iglesia y en el mundo.
Toda <vocación> tiene un sentido profundamente personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las <maravillas de Dios> de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible”
Toda <vocación> tiene un sentido profundamente personal y profético. Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las <maravillas de Dios> de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible”
Hermoso razonamiento el del Papa
San Juan Pablo II, sin embargo, a lo largo de los últimos siglos el tema de los
<derechos de la mujer>, parece haber adquirido un nuevo significado, tal
como también aseguraba este mismo Papa; un sentido que no siempre ha resultado
ser ajustado y favorable para la mujer, porque:
“La justa oposición de la mujer a
lo que expresan las palabras bíblicas: <Él te dominará> (Gen 3,16), no
puede de ninguna manera conducir a la <masculinidad> de las mujeres. Las
mujeres en nombre de la liberación del dominio del hombre, no pueden tender a
apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia
originalidad femenina” (Papa San Juan Pablo II; Ibid).
Más aún, a veces se tiene la sensación de que, en la actualidad, algunas mujeres, han evolucionado hacia puntos de vista muy diferentes a los defendidos en tiempos no tan lejanos.
Se engañan, pero no importa, hay que seguir insistiendo sobre ello, porque el bien y el mal existen, y eso lo sabe todo el mundo… por tanto, a la larga, la creencia en un Dios Creador Todopoderoso y, en un ser maligno, Satanás, que se le opuso desde siempre, es algo, que al final cala en el alma, de todo ser racional…
Lo que no se puede poner en tela
de juicio es el hecho de que la Iglesia católica siempre ha obrado
favorablemente con respecto a los derechos de las mujeres y, por supuesto, de
los hombres, pero no se debería admitir que tuviera que aceptar postulados tan opuestos a la misma, como son por
ejemplo, el divorcio: contrario al Sacramento del matrimonio, instituido por
Cristo, el aborto: contrario al quinto Mandamiento de la Ley de Dios (no
matarás), y otras reivindicaciones, de menor calado, pero no por ello menos
desajustadas a la buena marcha de las cosas en la Iglesia de Cristo.
-Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que , conforme aprendisteis de nosotros sobre el modo de comportaros y de agradar al Señor, y tal como ya estáis haciendo, progreséis cada vez más.
-Pues conocéis los preceptos que
os dimos de parte del Señor Jesús.
-Porque ésta es la voluntad de
Dios: vuestra santificación; que os abstengáis
de la fornicación:
-que cada uno sepa guardar su
propio cuerpo santamente y con honor,
-sin dejarse dominar por la
concupiscencia, como los gentiles, que no conocen a Dios
-En este asunto, que nadie abuse
ni engañe a su hermano, pues el Señor toma venganza de todas estas cosas, como
ya os advertimos y aseguramos,
-porque Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad.
-Por tanto, el que menosprecia
esto no menosprecia a un hombre, sino a
Dios, que además os concede el don del Espíritu Santo
La violencia de género, la violencia en el hogar, la violencia en las
escuelas, la violencia en las calles… son síntomas que nos hablan de un futuro
nada halagüeño para la familia y la sociedad en general. Hay tenemos instalada,
de forma solapada, la que se ha dado en llamar <cultura de la muerte>.
Los resultados de tal cultura están, por desgracia, ya haciendo estragos,
especialmente entre la población más joven de todo el mundo: ¿Cómo es posible
que el número de adolescentes e incluso de niños, que se suicidan, pueda estar
aumentando de una forma tan terrible y descorazonadora?
Las familias desestructuradas tendrían que pensar muy seriamente en esta nueva forma de, por así decir, protesta de los hijos, que acaba con sus vidas y con la de sus familiares más allegados, por el inmenso dolor que conlleva. Son tragedias, muchas veces, que parecen inexplicables, pero que si se profundiza un poco en el origen, acaba conduciéndonos, las más de las veces, a problemáticas familiares, unidas a otros aspectos promocionados por tantos y tantos foros sociales a los que los adolescentes y niños tienen hoy en día fácil acceso.
Para aquellas personas que se
hayan dejado seducir por ciertas teorías desviadas de la <Ley natural>,
lo único, verdaderamente importante, es lo que se ha dado en llamar: <auto-designación de la
identidad>. Pero ¡cuidado!, porque desgraciadamente estas teorías están
conduciendo, mejor dicho, han conducido ya, al pretender aplicarlas en la
práctica, a depresiones en algunas personas, que han llevado incluso a grandes
desgracias. Un dato devastador, en este sentido, es la estadística que
establece un mayor número de suicidios, entre los jóvenes, pertenecientes a edades
comprendidas entre los dieciocho y veintiún años, casi siempre relacionados con
problemáticas derivadas de la falta de identidad sexual, sumada al consumo de
drogas de todo tipo...
Los problemas mayores, provocados por estas teorías erróneas, se producen, sin duda, en el seno de las familias, que es donde se acusa de lleno la llamada <guerra de los sexos>, y sus consecuencias… un grave problema, que no sería tal, si se tuviera en cuenta que el verdadero fin de todo hombre y toda mujer, siempre es el mismo, la salvación de sus almas, que es lo que les iguala a los ojos de Dios…
Porque todos los seres humanos debemos
cumplir las mismas leyes divinas para salvarnos…y deberíamos preocuparnos de
ellas más de lo que en la actualidad hacemos…teniendo en cuenta los deseos de
Dios que conducen siempre al amor fraterno y a la laboriosidad y no al abandono
de las buenas costumbres, tal como recordaba San Pablo a los pobladores de
Tesalónica (1 Tes 4, 9-12):
-En cuanto al amor fraterno, no tenéis necesidad de que os escriba, pues vosotros mismos habéis sido instruidos por Dios para que os améis los unos a los otros,
-y en efecto, así lo estáis
poniendo por obra con todos los hermanos en toda Macedonia. Pero os
encarecemos, hermanos, a que progreséis más,
-y a que os esmeréis en vivir con
serenidad, ocupándoos de vuestros asuntos y trabajando con vuestras manos, como
os ordenamos,
-de modo que os comportéis
honradamente ante los de fuera y no necesitéis de nadie
Para aquellos que no creen en la existencia de un Dios Creador, estos comportamientos puede que no les digan nada, además, por desgracia, hay otros muchos que siendo creyentes, sin embargo, se han sentido también atraídas por falsas teorías, especialmente en los últimos siglos, que han conducido a la dada en llamar <cultura de la muerte>...
Para aquellos que no creen en la existencia de un Dios Creador, estos comportamientos puede que no les digan nada, además, por desgracia, hay otros muchos que siendo creyentes, sin embargo, se han sentido también atraídas por falsas teorías, especialmente en los últimos siglos, que han conducido a la dada en llamar <cultura de la muerte>...
En este sentido San Pablo reflexionaba así al dirigirse a los tesalonicenses: (1Tes 4, 13-15)
-No queremos hermanos, que
ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis
como esos otros que no tienen esperanza,
-porque si creemos que Jesús
murió y resucitó, de igual manera
también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron.
-Así pues, como palabra del
Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los que
quedemos hasta la venida del Señor, no nos anticipemos a los que hayan muerto;
"porque cuando la voz del
arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del
cielo y resucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo / después, nosotros, los que
vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a la nubes con ellos al
encuentro del Señor en los aires (1 Tes 4, 16-17)"
San Pablo con esta carta dirigida al pueblo de Tesalónica, y por extensión a toda la humanidad hasta el final de los siglos, no pretende fijar el día y la hora en la que tendrá lugar la Parusía, lo que de verdad intenta es hacernos comprender que tendrá lugar de forma inesperada, y sobre todo que lo que importa a toda mujer y a todo hombre es el estar preparado para tan magno acontecimiento. Cuando llegue ese momento, y es seguro que llegará, los que aún estén vivos no tendrán ventaja sobre los que ya hayan muerto, ya que lo que importa, es alcanzar en <Cristo>, el final del curso de nuestra vida sobre la Tierra (1Tes 4, 16).
Por eso, en los últimos siglos,
tan faltos de esperanza, ante tanta locura, desenfreno y especialmente tantos
sufrimientos provocados en el seno familiar, la Iglesia de Cristo nunca ha
permanecido impasible, siguiendo el mandato del Señor. La Iglesia ha hablado
muy claro, a través de sus máximos responsables, especialmente a través de sus
Pontífices, como por ejemplo:
León XIII (1878-1903), Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013)
y por supuesto, nuestro actual Papa Francisco.
León XIII (1878-1903), Pío X (1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939), Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013)
y por supuesto, nuestro actual Papa Francisco.
Recordemos, por ejemplo, que durante los Pontificados de Pío XII y de Juan XXIII, se promocionó a la mujer de forma clara y combativa.
Concretamente para Juan XXIII la paridad de
derechos entre el hombre y la mujer, era un signo de los tiempos. Este Papa fue
el que convocó el Concilio Vaticano II, en el que se analizó el problema de los
derechos de la mujer y la situación de la familia. Más tarde, las conclusiones
del mismo quedaron reflejadas en documentos muy importantes, en los que se
denunciaba la necesidad de acabar con todo tipo de discriminación sexual en la
sociedad civil, y se daba una gran prioridad al problema familiar.
Es un problema muy grave al cual
se enfrenta en estos momentos la Iglesia de Cristo, y contra el que tiene que
luchar sin denuedo, pues de lo contrario peligraría su esencia misma; de todas
formas, no es éste el único grave problema, porque como hemos venido denunciando, está en riesgo la esencia y la unidad familiar, y ello conlleva la
destrucción de la sociedad.
Nos referimos como es lógico, una vez más, al <derecho a la vida del engendrado y no nacido>.
El Papa San Juan Pablo II
advertía ya en el siglo pasado que:
“El derecho a la vida, para el
hombre, es un derecho fundamental. Y sin embargo, cierta cultura contemporánea
ha querido negarlo, transformándolo en un derecho incómodo de defender.
¡No hay ningún otro derecho que
afecte más de cerca a la existencia misma de la persona!
Derecho a la vida significa
derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su
natural extinción: <mientras vivo tengo derecho a vivir>.
La cuestión del niño concebido y
no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La
legalización de la interrupción del embarazo no es otra cosa que la
autorización dada al hombre adulto –con el aval de una ley instituida-, para
privar de vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse…”
“<La concepción moderna de la
familia>, entre otras cosas, por reacción al pasado, ha dado gran
importancia al amor conyugal, subrayando sus aspectos subjetivos de libertad en
las opciones y en los sentimientos. En cambio, existe una mayor dificultad para
percibir y comprender el valor de la llamada a <colaborar con Dios> en la
procreación de la vida humana>. Además las sociedades contemporáneas, a
pesar de contar con muchos medios, no siempre logran facilitar la misión de los
padres, tanto en el campo de las motivaciones espirituales y morales como en el
de las condiciones prácticas de vida. Es sumamente necesario, tanto en el
ambiente cultural como en el político y legislativo, sostener a la familia”
(Insegnamenti di Benedetto XVI, I (2005) Lev, Roma 2006)
“El reconocimiento de la dignidad
humana, como derecho inalienable, haya su fundamento primero en esa Ley no
escrita por mano de hombre, sino inscrita por Dios Creador en el corazón del
hombre, que cada ordenamiento jurídico está llamado a reconocer como inviolable
y cada persona debe de respetar y promover…
Sin el principio fundador de la
dignidad humana sería muy difícil hallar una fuente para los derechos de las
personas e imposible alcanzar un juicio ético respecto a las conquistas de la
ciencia que intervienen directamente en la vida humana. Es necesario, por
tanto, repetir con firmeza que no existe una comprensión de la dignidad humana
ligada sólo a elementos externos como el progreso de la ciencia, la gradualidad
en la formación de la vida humana o el pietismo fácil ante situaciones límites.
Cuando se invoca el respeto por
la dignidad de la persona es fundamental que sea pleno, total y sin sujeciones,
excepto las de reconocer que se está siempre ante una vida humana. Cierto: la
vida humana conoce un desarrollo propio y el horizonte de investigación de la
ciencia y de la bioética está abierto, pero es necesario subrayar que cuando se
trata de ámbitos relativos al ser humano, los científicos jamás pueden pensar
que tienen entre manos sólo materia inanimada y manipulable.
De hecho, desde el primer
instante, la vida del hombre se caracteriza por ser <vida humana> y por
esto siempre portadores de dignidad, en todo lugar y a pesar de todo. De otra
forma, estaríamos siempre en presencia del peligro de un uso instrumental de la
ciencia, con la inevitable consecuencia de caer fácilmente en lo arbitrario, en
la discriminación y en el interés económico del más fuerte” (Discurso del santo
padre Benedicto XVI a los participantes en la Asamblea de la Academia
Pontificia para la vida del 13 de febrero del año 2010)
Es necesario que tanto el hombre como la mujer se paren a reflexionar en cual es el futuro, que quieren para sus descendientes, porque la familia tradicional, no es ninguna cosa del pasado, sino que debería ser una cosa del futuro para que la humanidad siguiera progresando...
El Papa Francisco en su
Exhortación Apostólica Postsinodal: <Amoris Laetitia>, dada en Roma
durante el jubileo extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo, de 2016,
solemnidad de San José, nos ha hablado, como casi siempre, sobre la familia, los
hijos, el matrimonio y otros muchos temas relacionados con estos, analizados en
profundidad durante el reciente Sínodo de los Obispos de la que recogemos un
pequeño párrafo que nos ha parecido extraordinariamente interesante:
“Los Padres sinodales han mencionado que <no es difícil constatar que se ha difundido una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales o de los cónyuges>
La enseñanza de la Iglesia
<ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los
cónyuges, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa. Es
preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica <Humanae Vitae> del Papa
Pablo VI, que insistía en la necesidad de respetar la dignidad de la
persona en la valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad…
En este contexto, no puedo dejar
de decir que, si la familia es el santuario, es el lugar donde la vida se
engendra y cuida, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el
lugar donde la vida es negada y destrozada.
Es tan grande el valor de la vida
humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece
en el seno de la madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho,
sobre el propio cuerpo, la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa
vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de
otro ser humano.
La familia protege la vida en
todas sus etapas y también en su ocaso. Por eso <a quienes trabajan en las
estructuras sanitarias>, se les recuerda la obligación moral de la objeción
de conciencia. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar
el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la
eutanasia, sino también rechaza con firmeza la pena de muerte”
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