El Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica: <Evangeli Nutandi>, dada en Roma, durante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el 8 de diciembre de 1975, aseguraba que:
“Nunca se insiste bastante en el
hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de
una doctrina. Porque aquella debe conducir a la vida: a la vida natural, a la
que da sentido nuevo, gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la
vida sobrenatural, que no es una negación, sino purificación y elevación de la
vida natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete
Sacramentos y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.
La evangelización despliega de
este modo toda su riqueza cuando realiza la unión íntima, o mejor, una
intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los Sacramentos. En un
cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a
la sacramentalización. Porque es seguro que si los Sacramentos se administran
sin darles un solo apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global,
acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la
evangelización es precisamente la de educar en la fe, de tal manera, que
conduzca a cada cristiano a vivir – y no recibir de modo pasivo o apático – los
Sacramentos como verdaderos Sacramentos de la fe”
Como el Papa dice no existe Sacramento
alguno que pueda recibirse de forma
apática, es decir de forma indolente o con dejadez, y en concreto el matrimonio, es necesario, desde luego,
recibirlo como verdadero Sacramento de la fe. Esto es así por varias razones
tal como también se nos explica en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº
1606):
“Todo hombre, tanto en su entorno
como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se
hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo
tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el
espíritu del dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden
conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera
más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las
épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal”.
Así mismo como podemos leer en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1607) y (nº1608)):
-Según la fe, este desorden que
constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y la
mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer
pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia, primera ruptura de la
comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan
distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3,12); su atractivo mutuo, don
propio del Creador (Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de
concupiscencia (Gn 3, 16b); la hermosa vocación del hombre y la mujer de ser
fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1,28) queda sometida a los
dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19)
-Sin embargo, el orden de la
creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del
pecado, el hombre y la mujer necesitan de la ayuda de la gracia de Dios, que en
su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3,21). Sin esta ayuda, el
hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a
la cual Dios los creó al comienzo
Sí, en los tiempos que corren, algunas
veces existe la creencia en ciertas parejas que quieren formar una familia
cristiana que este tema crucial para la sociedad, <no es para tanto>, que
hombre y mujer pueden atar sus vidas, sin que sea necesario tomar demasiado en cuenta las enseñanzas de Jesús predicadas por su Iglesia; pero se
equivocan, pues está probado que cuando una pareja se funda sobre la base de
esta premisa, desde el principio de sus relaciones, los resultados suelen ser
catastróficos, para ellos y para sus familiares, y en el futuro para los hijos
que puedan nacer de dicha unión.
El Papa
San Juan Pablo II durante el encuentro que mantuvo con las familias el 12 de
abril de 1980, denunciaba la situación <entre luces y sombras> existente en las
mismas, ya a finales del siglo XX:
“Los testimonios, que todos hemos
escuchado con atención y sentimientos de viva participación nos ofrecen – me
parece – un retrato fiel y sugestivo de la familia en este tiempo nuestro.
<Luces y sombras>,
expectativas y preocupaciones, problemas graves y sólidas esperanzas forman
parte de este retrato. Al mirarlo, pienso que realmente los estudiosos, en el
futuro, podrán decir que nuestro siglo ha sido el de la familia. Efectivamente,
jamás como en este siglo la familia ha sido embestida por tantas amenazas,
agresiones y erosiones. Pero, al mismo tiempo, nunca, como en este siglo se ha
salido al encuentro de la familia con tantas ayudas, lo mismo en el plano
eclesial como civil.
Particularmente la reflexión
teológica, como la actividad pastoral, en las diversas parroquias, no se cansan
de ofrecer a la familia puntos de referencia y caminos concretos para la superación
de las dificultades y para el propio perfeccionamiento. Si se puede decir lo
que afirmaba mi predecesor Pío XII, al terminar la segunda guerra mundial, esto
es, que en nuestra sociedad llena de sufrimientos, la familia es la gran
enferma, se debe, decir también, que son muchos los que quieren ofrecer válidos
remedios y ayudas a la familia. La Iglesia, de acuerdo con su misión – el Sínodo
que se celebra en estos días, es un testimonio de ello – está dispuesto a
ofrecerle la <medicina evangeli>, el <remedium salutis>”.
A pesar de las palabras de
aliento del Papa San Juan Pablo II, a finales del pasado siglo, tenemos la
impresión al comienzo de este nuevo siglo, que sigue siendo imprescindible y
urgente: < devolver la confianza a las familias cristianas>, en medio de
la <tempestad en que se hayan todos sus componentes>.
Los esfuerzos de la Iglesia a favor del Sacramento del matrimonio y por consiguiente de la familia, fueron enormes ya en el pasado siglo, prueba evidente de esta afirmación es el documento emitido por la Comisión teológica Internacional sobre la <Doctrina católica del matrimonio>.
En la introducción de este interesante documento, se nos indica que:
“Aunque dispersa en varios
documentos como <Lumen Gentium>, <Gaudium et Spes>, <Apostolicam
Actuositatem>, la doctrina del Concilio Vaticano II sobre el matrimonio y la
familia ha sido la causa de una renovación teológica y pastoral en estas
materias, en la misma línea...Los esfuerzos de la Iglesia a favor del Sacramento del matrimonio y por consiguiente de la familia, fueron enormes ya en el pasado siglo, prueba evidente de esta afirmación es el documento emitido por la Comisión teológica Internacional sobre la <Doctrina católica del matrimonio>.
En la introducción de este interesante documento, se nos indica que:
Pero, por otra parte, la doctrina
conciliar no ha tardado en convertirse en objeto de actitudes contestatarias, en nombre de la secularización, de una severa
crítica a la religión popular considerada en exceso <sacramentalista>, de
la oposición a ciertas instituciones en general, así como la multiplicación de
los matrimonios entre los ya divorciados. Y ciertas ciencias humanas,
<celosas de su gloria> han jugado, también un papel importante en este
terreno…”
(Commissio Théologique Internacional; Problèmes doctrinaux du mariage crhétiem <Louvain – la Neuve 1979>).
(Commissio Théologique Internacional; Problèmes doctrinaux du mariage crhétiem <Louvain – la Neuve 1979>).
Un año después de la emisión de
este documento, tuvo lugar el discurso del Santo Padre Juan Pablo II dirigido a
las familias, anteriormente mencionado, en el que corroboraba la situación del
matrimonio en aquellos momentos con sus <luces y sombras> como él
destacaba y prevenía:
“Un dato que emerge en las varias
experiencias presentadas ha sido la conciencia, que se podía notar en las
palabras de todos, de que el amor auténtico constituye la clave de la solución
para los problemas, aún de los más dramáticos como los de la quiebra del
matrimonio, de la muerte del cónyuge o de un hijo, de la guerra. El camino de
salida – se ha dicho – es siempre y solo el amor; un amor más fuerte que la
muerte.
Pero el amor humano es una realidad frágil he insidiada:
explícita o implícitamente lo han reconocido todos. Para sobrevivir sin
esterilizarse, tiene necesidad de transcenderse. Sólo un amor que se encuentra
con Dios puede evitar el riesgo de perderse a lo largo del camino. Desde diversos ángulos, cuantos han hablado nos han dado testimonio de la importancia decisiva que ha tenido en su vida el diálogo con Dios, la oración. En las vicisitudes de cada uno ha habido momentos en los que sólo a través del rostro de Dios ha sido posible descubrir de nuevo los auténticos rasgos del rostro de la persona querida”
Tras estas palabras del Papa San Juan Pablo II como consecuencia de la
experiencia vivida durante su encuentro con las familias en el año 1980, y
después de más de treinta años de este suceso, a la vista de la situación del Sacramento
del matrimonio y de las familias, sería necesario preguntarse: ¿Qué es por
tanto el amor? ¿En qué relación deben estar el amor natural y el sobrenatural en el seno familiar?
El Papa Benedicto XVI en su libro
<El amor se aprende. Las etapas de la familia>, nos da algunas respuestas
al respecto:
“En primer lugar, es importante
oponerse a aquella tendencia que quiere separar el <eros> y <amor
religioso>, como si se tratara de dos realidades completamente distintas.
Con ese enfoque ambas realidades vendrían deformadas.
En efecto, un amor que quisiera ser sólo sobrenatural, perdería su fuerza. Por otra parte, encerrar el amor en lo finito, profanarlo y separarlo del dinamismo que tiende hacia lo eterno, falsificaría también el amor terreno…
El amante descubre la bondad del
ser en la persona amada, es feliz por su existencia, dice <sí> a esa
existencia y la reafirma.En efecto, un amor que quisiera ser sólo sobrenatural, perdería su fuerza. Por otra parte, encerrar el amor en lo finito, profanarlo y separarlo del dinamismo que tiende hacia lo eterno, falsificaría también el amor terreno…
Antes de cualquier consideración
sobre sí mismo, antes de cualquier deseo, esta sencillamente el ser feliz por
la existencia del amado, el <sí> a este <tú>.
Tan solo en un segundo momento (no
en sentido temporal sino sustancial), el amante descubre también así (puesto que la existencia del tú es algo
bueno), que también su propia existencia se ha hecho más hermosa, más preciada,
más feliz. Gracias al <sí> dirigido a la otra persona – al tú - yo me percibo de un modo nuevo y puedo ahora
decir que <sí> con nuevas luces a mi <yo>, como si dijéramos a <partir
del sí>”
El Sacramento del matrimonio se
basa precisamente en ese concepto de amor del que nos habla el Papa Benedicto
XVI en su libro, el cual sin duda es necesario a la hora de formar una familia
en la que sea posible el crecimiento en paz y sabiduría de todos sus miembros.
Hoy en día sucede que esta forma de entender el amor dentro y fuera de la familia ha cambiado mucho, pero para ir hacia derroteros muy negativos, en los que impera el <yo> sobre el <tú> y donde el egoísmo se ha adueñado de una parte o de la totalidad de los miembros que integran esta célula primaria de la sociedad.
Ante esta situación sería conveniente recordar las enseñanzas de los Papas de estos últimos siglos, sobre el Sacramento del matrimonio y la familia, como por ejemplo, los pensamientos del Papa Benedicto XVI cuando razona sobre estos temas en el libro anteriormente mencionado (Ibid):
Hoy en día sucede que esta forma de entender el amor dentro y fuera de la familia ha cambiado mucho, pero para ir hacia derroteros muy negativos, en los que impera el <yo> sobre el <tú> y donde el egoísmo se ha adueñado de una parte o de la totalidad de los miembros que integran esta célula primaria de la sociedad.
Ante esta situación sería conveniente recordar las enseñanzas de los Papas de estos últimos siglos, sobre el Sacramento del matrimonio y la familia, como por ejemplo, los pensamientos del Papa Benedicto XVI cuando razona sobre estos temas en el libro anteriormente mencionado (Ibid):
“La verdad del matrimonio y la
familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, se ha hecho realidad en
la historia de la salvación, en cuyo centro están las palabras: <Dios ama a
su pueblo>. En efecto, la revelación bíblica es, ante todo, expresión de una
historia de amor, la historia de la Alianza de Dios con los hombres; por eso,
la historia del amor y de la unión de un hombre y una mujer en la alianza del
matrimonio pudo ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la
salvación.
El hecho inefable, el misterio
del amor de Dios a los hombres, recibe su forma lingüística del vocabulario del
matrimonio y de la familia, en positivo y en negativo: en efecto, el
acercamiento de Dios a su pueblo se presenta con el lenguaje del amor entre los
esposos, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, se designa como
adulterio y prostitución…
El valor de Sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a la gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no le hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios límites.
Y del mismo modo que la Encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la Cruz, así el amor humano auténtico es donación de sí y no puede existir si quiere liberarse de la cruz”
Así es, el <sí recíproco>
que un hombre y una mujer realizan al recibir el Sacramento del matrimonio
<no puede revocarse>, y este sí recíproco no aliena, no enajena a la
persona que toma la decisión de unirse a otra mediante el sagrado Sacramento
instituido por Jesús (al asistir a las bodas de Caná de Galilea, Jn 2, 1-12) Por el contrario éste, en Cristo, asume que <el don de
la creación fue elevado a la gracia de redención>, como aseguraba el Papa
Benedicto XVI.
Ciertamente la crisis que en nuestros
días se cierne sobre el Sacramento del matrimonio está como asegura Benedicto
XVI íntimamente ligada al alejamiento del hombre de su Creador. El hombre está
llegando a límites insospechados en su caminar en el sentido contrario de su
Salvador…
Ha llegado incluso a querer ocupar el puesto de Dios, desea zafarse de su presencia, de su poder infinito y, por eso, querría incluso, <resucitarse así mismo>.
Tanta locura, tanto despropósito, no puede conducir al ser humano más que a su propia destrucción y al castigo infinito de Dios, porque no debemos olvidar que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también es infinitamente justo…
Ha llegado incluso a querer ocupar el puesto de Dios, desea zafarse de su presencia, de su poder infinito y, por eso, querría incluso, <resucitarse así mismo>.
Tanta locura, tanto despropósito, no puede conducir al ser humano más que a su propia destrucción y al castigo infinito de Dios, porque no debemos olvidar que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también es infinitamente justo…
El hombre se ha empeñado en ser
infiel a Dios y una consecuencia de esta actitud diabólica es causa, entre
otras de la infidelidad en el Sacramento del matrimonio, olvidando como asegura
el Papa Francisco que:
<La fidelidad a las promesas es ¡una verdadera obra de arte de la humanidad! >
(Dios sale a nuestro encuentro. Las palabras del Papa Francisco. Romana Editorial, S.L. 2016. Madrid. España):
<La fidelidad a las promesas es ¡una verdadera obra de arte de la humanidad! >
(Dios sale a nuestro encuentro. Las palabras del Papa Francisco. Romana Editorial, S.L. 2016. Madrid. España):
“Ninguna relación de amor, ninguna amistad, ninguna forma de querer, ninguna felicidad del bien común, alcanza la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, sino llega a habitar este milagro del alma: Fidelidad a las promesas.
Y digo milagro porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan de encantarnos y sorprendernos.
Si San Pablo puede afirmar que en el vínculo familiar está misteriosamente revelada una verdad decisiva, también para el vínculo del Señor y la Iglesia quiere decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición que debe cuidar y de la cual siempre aprender, antes incluso de enseñarla y disciplinarla.
Nuestra fidelidad a la promesa está realmente siempre confiada a la gracia y a la misericordia de Dios. El amor por la familia humana, en las buenas y en las malas, ¡Es un punto de honor para la Iglesia! que Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa”
Sí, la Iglesia, como asegura el
Papa Francisco encuentra en el <vínculo familiar> una bendición que debe
cuidar y de la cual siempre aprende, antes incluso de enseñarla y
disciplinarla… El amor por la familia humana, dice también el Papa, en cualquier
circunstancia es punto de honor para la Iglesia…
Sucede a este respecto que en los últimos
siglos, la obra de la Iglesia a favor de la familia encuentra obstáculos que muchas
veces parecen insalvables, como en el caso de la entrada del <relativismo>
en todo lo referente a ésta (Papa Benedicto XVI. Ibid):
“Al no reconocer nada como
definitivo (el relativismo), deja como última medida sólo el propio <yo>
con sus caprichos; y, bajo la apariencia
de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa el
uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio <yo>…
Dentro de este horizonte
relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la
verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de
su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su
esfuerzo por construir con los demás algo en común…
Es evidente que no sólo debemos
tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de las
personas, también estamos llamados a contrarrestar su predominio destructor en
la sociedad y en la cultura…
Por eso, además de la palabra de
la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso público, de las
familias cristianas, especialmente para reafirmar la intangibilidad de la vida
humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e
insustituible de la familia fundada en el matrimonio, y la necesidad de medidas
legislativas y administrativas que sostengan a las familias en la tarea de
engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común”
Sí, es muy importante el
testimonio y el compromiso público de las familias cristianas con objeto de
reafirmar los valores de esta institución santa, entre los que se encuentra sin
duda como tarea esencial del futuro de
la sociedad.
De forma casi profética, en la Carta dada a las familias del Papa san Juan Pablo II, en Roma el 2 de febrero de 1994 (décimo sexto de su Pontificado), les hablaba a los padres en este sentido:
“Los padres son los primeros y
principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una
competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su misión
educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado. De forma casi profética, en la Carta dada a las familias del Papa san Juan Pablo II, en Roma el 2 de febrero de 1994 (décimo sexto de su Pontificado), les hablaba a los padres en este sentido:
Sin embargo esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiaridad. Esto implica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los padres, pero encuentra su límite intrínseco e insuperable en su derecho prevalente y en sus posibilidades afectivas.
El principio de subsidiaridad, por tanto, se pone al servicio del amor de los padres, favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por sí solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización.
Las subsidiaridad completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamental, con que cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo.
El proceso educativo lleva a la
fase de auto- educación, que se alcanza
cuando, gracias a un adecuado nivel de madurez psicofísica, el hombre empieza a
<educarse él solo>. Con el paso de los años, la auto-educación supera las
metas alcanzadas previamente en el proceso educativo, en el cual, sin embargo,
sigue teniendo sus raíces.
El adolescente encuentra nuevas personas y nuevos ambientes, concretamente los maestros y compañeros de escuela, que ejercen en su vida una influencia que puede resultar educativa o anti educativa.
El adolescente encuentra nuevas personas y nuevos ambientes, concretamente los maestros y compañeros de escuela, que ejercen en su vida una influencia que puede resultar educativa o anti educativa.
En esta etapa se aleja, en cierto
modo, de la educación recibida en la familia, asumiendo a veces una actitud
crítica con los padres. Pero, a pesar de todo, el proceso de auto educación
está marcado por la influencia educativa ejercida por la familia y por la
escuela sobre el niño y sobre el muchacho. El joven, transformándose y encaminándose
también en la propia dirección, sigue quedando íntimamente vinculado a sus
raíces existenciales.
Sobre esta perspectiva se
perfila, de manera nueva, el significado del cuarto mandamiento: <honra a tu
padre y a tu madre> (Ex 20,12), el cual está relacionado orgánicamente con
todo el proceso educativo.
La paternidad y la maternidad, elementos primarios y fundamentales en el proceso de dar a la humanidad, abren ante los padres y los hijos perspectivas nuevas y más profundas. Engendrar según la carne significa preparar la ulterior generación, gradual y compleja, mediante todo el proceso educativo.
El mandamiento del Decálogo exige al hijo que honre a su padre y a su madre; pero, como ya se ha dicho, el mismo mandamiento impone a los padres un deber en cierto modo simétrico. Ellos también deben honrar a sus propios hijos, sean pequeños o grandes, y esta actitud es indispensable durante todo el proceso educativo, incluido el escolar. El <principio de honrar>, es decir, el reconocimiento y el respeto del hombre como hombre, es la condición fundamental de todo proceso educativo auténtico”
La paternidad y la maternidad, elementos primarios y fundamentales en el proceso de dar a la humanidad, abren ante los padres y los hijos perspectivas nuevas y más profundas. Engendrar según la carne significa preparar la ulterior generación, gradual y compleja, mediante todo el proceso educativo.
El mandamiento del Decálogo exige al hijo que honre a su padre y a su madre; pero, como ya se ha dicho, el mismo mandamiento impone a los padres un deber en cierto modo simétrico. Ellos también deben honrar a sus propios hijos, sean pequeños o grandes, y esta actitud es indispensable durante todo el proceso educativo, incluido el escolar. El <principio de honrar>, es decir, el reconocimiento y el respeto del hombre como hombre, es la condición fundamental de todo proceso educativo auténtico”
El Papa Francisco recordando la
labor realizada en favor de las familias por su antecesor en la silla de Pedro,
San Juan Pablo II, durante su discurso con ocasión de la inauguración del Año Judicial del Tribunal de la Rota
Romana (Sábado, 21 de enero de 2017), se expresaba en los términos siguientes:
“Hoy me gustaría volver al tema de la relación entre fe y el matrimonio, en
particular, sobre la perspectiva de fe inherente en el contexto humano y
cultural en que se forma la intención matrimonial.
San Juan Pablo II explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, <<el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de la fe y el de la razón (…). La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe>> (Enc. Fides et ratio. Dada en Roma en 1998). Por tanto, cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más, <<el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del necio>>.
San Juan Pablo II explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, <<el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de la fe y el de la razón (…). La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe>> (Enc. Fides et ratio. Dada en Roma en 1998). Por tanto, cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más, <<el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del necio>>.
Para la Biblia, en esta necedad
hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce
muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las
esenciales.
Esto le impide poner orden en su mente (Pr. 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: <Dios no existe> (Salmo 14(13), 1) muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino”
Esto le impide poner orden en su mente (Pr. 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: <Dios no existe> (Salmo 14(13), 1) muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino”
Sí también nuestro actual
Pontífice se siente muy afectado por todos los problemas del Sacramento del
matrimonio y de la familia en este nuevo siglo tan paganizado, el reza por
todos aquellos que se encuentran afectados por esta situación (Ángelus, 29 de
diciembre de 2013):
“Jesús, María y José/en vosotros
contemplamos/el verdadero amor/a vosotros confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret/haz
también de nuestras familias/lugar de comunión y cenáculo de oración/auténticas
escuelas del Evangelio/y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa familia de Nazaret/que
nunca más haya en las familias episodios/de violencia, de cerrazón y
división/que quien haya sido herido o escandalizado/sea pronto consolado y
curado.
Santa familia de Nazaret/que el
próximo Sínodo de los Obispos/haga tomar conciencia a todos/del carácter
sagrado e inviolable de la familia/de su belleza en el proyecto de Dios
Jesús, María y José/escuchad,
acoged nuestra súplica”
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