Quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida
nueva, aseguraba el Papa Benedicto XVI en su encíclica <Spe Salvi>, al
hablarnos de los múltiples testimonios encontrados en la Santa Biblia sobre
esta virtud teologal.
Es destacable, en este sentido, el hecho de que la esperanza aparezca
en este libro sagrado, casi siempre, como un concepto intercambiable con la fe.
Tenemos un hermoso ejemplo en la <Carta a los hebreos> en la que se
exhorta a la comunidad cristianizada a la perseverancia en el mensaje de Cristo
(Heb 10, 19-24):
“Así pues, hermanos, puesto que tenemos la gozosa esperanza de entrar
en el santuario de la virtud de la sangre de Jesús / Siguiendo el camino nuevo
y viviente que Él ha inaugurado a través del velo, es decir, de su propia carne
/ y puesto que tenemos un nuevo Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios /
acerquémonos con un corazón sincero, con fe perfecta, purificados los corazones
de toda mancha de la que tengamos conciencia, y el cuerpo lavado con agua pura
/ Mantengamos firmemente la esperanza que profesamos, pues el que ha prometido
es fiel / y miremos los unos por los otros para estimularnos en el amor y las
obras buenas”
Para entender mejor estos versículos en los que aparecen algunas
metáforas, hay que tener en cuenta, por ejemplo, que el <velo> al que
hace referencia el autor de la carta, probablemente el apóstol san Pablo, se
refiere al <velo del templo>, a través del cual penetra el Pontífice con
la sangre de las víctimas en el lugar santificado (según las costumbres de
aquel pueblo).
Otra licencia metafórica muy interesante podría ser aquella que
presenta la <carne> del Salvador, rasgada por los clavos y la lanza
(durante su crucifixión), como el velo rasgado, a través del cual tenemos los
hombres la esperanza cierta de entrar en el santuario celeste y de esta forma
alcanzar la <vida eterna>.
Como aseguraba el Papa Benedicto XVI (bid): “El haber recibido como don una esperanza fiable fue determinante para la
conciencia de los primeros cristianos, como se pone de manifiesto también
cuando la existencia cristiana se compara con la vida anterior a la fe o con la
situación de los seguidores de otras religiones.
El cristianismo no era solamente una <buena noticia>, una
comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento…
En nuestro lenguaje se diría: <el mensaje cristiano no es solo
informativo, sino <per-formativo>. Esto significa que el Evangelio no es
solo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida.
La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par…
Quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida
nueva”
Esa vida nueva implica la esperanza cierta de llegar a alcanzar el
reino de Dios; un don grande y hermoso que constituye la respuesta a la
búsqueda del ser humano…
Por eso, los cristianos estamos siempre en marcha hacia ese camino que
nos conduce a nuestro Creador, con la esperanza-fe de encontrarlo, pero: ¿Seremos
capaces de encontrarlo?
Es la pregunta que llena nuestros corazones y para la que el Papa
Benedicto XVI daba esta respuesta (Los caminos de la vida interior; Ed.
Chronica S.L. 2011):
“Esto es siempre más de lo que merecemos; del mismo modo que ser amados
nunca es algo <merecido>, sino siempre un don. No obstante, aun siendo
plenamente conscientes de la <plusvalía> del cielo, sigue siendo siempre
verdad que nuestro obrar no es indiferente
ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la
historia"
Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo, como hizo santa Teresa de Jesús, para que entre Dios:
la verdad, el amor y el bien.
Es lo que han hecho todos los santos a lo largo de los siglos; como <colaboradores de Dios>, han contribuido a la salvación del mundo, por eso, como sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):
"Podemos liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y
contaminaciones que podrían destruir el presente y el futuro. Podemos descubrir
y tener limpia las fuentes de la creación y así, junto con la creación que nos
precede como don, hacer lo que es justo, teniendo en cuenta sus propias
exigencias y su finalidad.
Eso sigue teniendo sentido aunque en apariencia no tengamos éxito o nos
veamos impotentes ante la superioridad de las fuerzas hostiles.
Así, por un lado, de nuestro obrar brota <esperanza> para
nosotros y para los demás; pero al mismo tiempo, lo que nos da ánimo y orienta
nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza
fundada en las promesas de Dios”
Hermosas e importantes estas enseñanzas del Pontífice que tan excelente
labor evangelizadora ha realizado y aún realiza en su retiro voluntario de la
Silla de Pedro; él nos recuerda que los creyentes somos colaboradores de Dios,
siguiendo el ejemplo dado por el apóstol san Pablo, por ejemplo con los corintios, una
comunidad que había evangelizado, y que sin embargo las <fuerzas
hostiles> habían llevado a una situación gravemente peligrosa, como
consecuencia de constantes discordias internas y lamentables abusos de los
enemigos de Cristo.
San Pablo, refiriéndose en concreto a la figura del predicador de la
palabra llamado Apolo escribía así (Co
3, 5-9):
“¿Qué es, pues, Apolo? ¿Y qué
Pablo?
Ministros por cuyo medio creísteis, y cada uno según el Señor le dio /
Yo planté, Apolo regó; más Dios obró el crecimiento / De manera que ni el que
planta es algo, ni el que riega, una cosa son, si bien cada cual recibirá su
propia paga según propio trabajo / pues de Dios somos colaboradores: de Dios
sois labranza; de Dios, edificio”
Ciertamente, como aseguraba el apóstol san Pablo los cristianos somos
colaboradores de Dios. Sólo con nuestras propias fuerzas nunca podríamos
alcanzar su reino, ni conseguir que otros lo alcanzarán. Por eso es necesario
que al evangelizar establezcamos una relación fuerte y verdadera con Dios, pero:
¿Cómo podremos conseguirlo?
Sí, esa es la gran pregunta que siempre debe embargar nuestro corazón ante las grandes dificultades que se presentan en este santo empeño.
El Papa Benedicto XVI nos ayuda de nuevo ante esta duda (Ibid):
“La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús,
pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar.
En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se
entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (1 Tim 2, 6).
Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser <para todos>, hace que éste sea nuestro modo de ser…
A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más
grandes o más pequeñas, diferentes según los periodos de su vida. A veces puede
parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de
ninguna otra…
Sin embargo, cuando esta esperanza se cumple, se ve claramente que
esto, en realidad, no lo era todo…
Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es
evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre
más de lo que nunca podrá alcanzar”
Ciertamente como aseguraba el Papa Benedicto XVI, el hombre siempre
trata de buscar algo, de buscar algo más, al encuentro con algo indefinido, que
cubra totalmente sus deseos, sus esperanzas, pero: ¿Qué esperanzas pueden ser esas? …
Se trata sin duda de algo que no depende del hombre, de algo no creado
por el hombre, porque no es algo que pertenezca al reino del hombre, solo Dios
le puede proporcionar esa <gran esperanza> tan deseada…
El Papa Benedicto XVI tenía las ideas muy claras a este respecto cuando
escribía (Ibid):
“Esta esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos
puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar.
De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios
es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que
tiene rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en
particular y a la humanidad en su conjunto.
Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca
llega, su reino está presente donde Él es amado y donde su amor nos alcanza.
Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto.
Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe
aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en
lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es <realmente vida>”
El Papa san Juan Pablo II también nos habló sobre la esperanza que no
defrauda nunca al hombre, en muchas ocasiones, pero quizá de una forma más
íntima lo hizo en su Audiencia del miércoles 11 de noviembre de 1998:
“La esperanza cristiana lleva a la plenitud la esperanza suscitada por
Dios en el pueblo de Israel, y que encuentra su origen y modelo en Abraham, el cual, <esperando
contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones> (Rm 4,
18)
En Jesús se cumple la promesa (efusión escatológica del Espíritu de
Dios sobre el Mesías y sobre todo el pueblo).
No sólo es el testigo de la esperanza que se abre ante quién se
convierte en discípulo suyo. Él mismo es, en su persona y en su obra de
salvación, <nuestra esperanza> (1 Tm 1, 1), dado que anuncia y realiza el
reino de Dios.
Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia
la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas
que esperan a los discípulos de Jesús.
Jesús constituido Cristo y Señor
en la Pascua (Hch 2, 36), se convierte en <espíritu que da vida> (1 Co
15, 45), y los creyentes, bautizados en él con el agua y el Espíritu, son
<reengendrados a una esperanza viva>.
Ahora el don de la salvación, por medio del Espíritu Santo es la prenda
y las arras de la plena comunión con Dios, a la que Cristo nos lleva.
El Espíritu Santo, dice san Pablo en su carta a Tito, ha sido derramado
<sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para
que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza,
de vida eterna”
Ante una sociedad tan paganizada como la actual que pretende obviar totalmente a su Creador es preciso como nos aseguraba este Papa santo (Ibid):
En efecto, la esperanza tiene esencialmente, también una dimensión
comunitaria y social, hasta el punto de que, lo que el Apóstol (San Pablo) dice en
sentido propio y directo refiriéndose a la Iglesia, puede aplicarse en sentido
amplio a la vocación de la humanidad entera:
<Un solo cuerpo, un solo espíritu, como una sola es la esperanza a la que habéis sido llamados> (Ef 4, 4)”
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