En este momento
trágico de la historia se podría decir que estamos necesitados de una renovación,
tal como denunciaron los últimos Papas del siglo pasado, y él del presente siglo, el Papa Francisco;
concretamente, Juan Pablo II y Benedicto XVI hablaron sin reservas en este sentido, asegurando en distintas
ocasiones que era necesaria una <Nueva Evangelización>, especialmente en el
viejo Continente donde la crisis de fe, causaba y sigue causando, verdaderos
estragos entre los creyentes.
Es por esto,
que ellos han recomendado con encomio a su grey la vuelta a las fuentes, tan
magníficamente recogidas en el Catecismo de la Iglesia Católica, para
conocerlas en profundidad y para enseñarlas a aquellos que lo necesiten, especialmente a los niños y a los
adolescentes.
Sin embargo, y
ante todo, debemos conservar siempre la esperanza en el Señor porque aún
cuando el hombre se aleje de Dios hasta el punto de abocarse a su destrucción,
Dios volverá a establecer un nuevo comienzo precisamente en la decadencia del
mundo…No debemos
excluir sin embargo, al final de los siglos, un final apocalíptico. Pero incluso entonces la humanidad contará,
con la protección de Dios, que acoge a los hombres que le buscan.
Ciertamente, después de todo,
el amor siempre es más fuerte que el odio, en palabras del Cardenal Joseph
Ratzinger, aunque como también el decía (Papa Benedicto XVI):
"Ahora bien,
debemos reconocer sin complejos, que en la actualidad, como se ha dicho
insistentemente, <buena parte de las catequesis y predicaciones parecen
estar determinadas por la persuasión de que antes de nada hayan de resolverse
los urgentes problemas económicos, sociales y políticos, para luego, con paz y
tranquilidad, poder hablar también de Dios"Estas declaraciones del Papa Benedicto XVI, durante su cardenalato, reflejaban, ya entonces, una triste realidad, pues como él mismo aseguraba:
“De este modo se pervierte la verdad de las
cosas, anunciamos una sabiduría nuestra y un reino humano, al tiempo que
ocultamos la luz verdadera – de la que todo depende- bajo el velo de nuestras
ideas e iniciativas” (El elogio de la conciencia. La verdad interroga al
corazón. Cardenal Joseph Ratzinger. Benedicto XVI. Ed. Palabra S.A. 2010).
“En la víspera
de su Pasión, Jesús dejó como testamento a los discípulos, reunidos en el
Cenáculo para celebrar la Pascua, <el mandamiento nuevo del amor>,
<mandatum novum>: <Lo que os mando es que os améis los uno a los
otros> (Jn 15, 17). El amor fraterno que el Señor pide a sus <amigos>
tiene su manantial en el amor paterno de Dios.
Dice el Apóstol
San Juan: Todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios (I Jn 4, 7). Por
tanto, para amar según Dios es necesario vivir en Él y de Él: Dios es la
primera <casa> del hombre y solo el que habita en Él arde con fuego de
caridad capaz de <incendiar> el mundo”
Hagamos lo así,
porque nos lo pidió Nuestro Señor Jesucristo, tal como nos
recordaba el Papa Benedicto XVI (Jornadas mundial de las Misiones. Vaticano 29
de abril de 2006):
“¿No es esta la
misión de la Iglesia en todos los tiempos? Entonces no es difícil comprender
que el auténtico celo misionero, compromiso primario de la comunidad eclesial,
va unido a la fidelidad al amor divino, y esto vale para todos los cristianos, para
toda comunidad local, para las Iglesias particulares y para todo el pueblo de
Dios…
Así pues, ser
misionero significa amar a Dios con todo nuestro ser, hasta dar, si es
necesario, incluso la vida por Él. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas
y laicos, también en nuestros días, han dado el supremo testimonio de amor con
el martirio! Ser misionero es entender, como el buen Samaritano, las
necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque
quién ama con el corazón de Cristo no busca su propio interés, sino únicamente
la gloria del Padre y el bien del prójimo.
Aquí reside el
secreto de la fecundidad apostólica de la acción misionera, que supera las
fronteras y las culturas, llega a los pueblos y se difunde hasta los extremos
confines del mundo”
“En verdad en
verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún
mayores porque yo me voy al Padre / Y lo que pidáis, en mi nombre, yo lo haré,
para que el Padre sea glorificado en el Hijo / Si me pedís algo en mi nombre,
yo lo haré / Si me amáis, guardaréis mis mandamientos / Y yo le pediré al Padre
que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros / el Espíritu de la
Verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce, vosotros en
cambio, lo conocéis porque mora en vosotros y está en vosotros”
Como asegura el
Papa Francisco en su primera Carta Encíclica, escrita a cuatro manos, como él
asegura, con el Papa emérito Benedicto XVI, <Lumen Fidei> dada en Roma el
29 de junio de 2013:
“La nueva
lógica de la fe está centrada en Cristo. La fe en Cristo nos salva porque en Él
la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma desde
dentro, que obra en nosotros… El creyente es transformado por el Amor, al que
se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se
dilata más allá de sí mismo…”
“No os ruego
por éstos solamente, sino también por los que crean en mí por medio de su
palabra / que todos sean uno; como tu Padre, en mí y Yo en ti, para que sean
uno como nosotros somos uno, para que el mundo crea que Tú me enviaste / Y yo
les he comunicado la gloria que tú me has dado, para que sean uno como nosotros
somos uno / Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad; para
que conozca el mundo que tú me enviaste y les amaste a ellos como me amaste a
mí / Padre lo que has dado, quiero que, donde estoy yo, también ellos estén
conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me amaste antes
de la creación del mundo / Padre justo, y el mundo no te conoció, pero yo te
conocí; y estos también conocieron que tú me enviaste / Y yo les manifesté tú
nombre, y se lo manifestaré, para que el amor con que me amaste sea en ellos, y
yo también esté en ellos”
“Él intercede por las futuras generaciones de
creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacia el futuro. Ha rezado también por
nosotros y reza por nuestra unidad. Esta oración de Jesús no es simplemente
algo del pasado. Él está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros, y
así está en este momento entre nosotros y quiere atraernos a su oración. En la
oración de Jesús está el lugar interior, más profundo, de nuestra unidad.
Seremos, pues,
una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro de esta oración. Cada vez que, como
cristianos nos encontramos reunidos en la oración, esta lucha de Jesús por
nosotros y con el Padre nos debería conmover profundamente en el corazón.
Cuanto más nos dejamos atraer por esta dinámica, tanto más se realiza la
unidad…
La oración de
Jesús por nosotros ¿ha quedado desoída? La historia del cristianismo es, por
así decirlo, la parte visible de este drama, en la que Cristo lucha y sufre con
nosotros, los seres humanos. Una y otra vez Él debe soportar el rechazo a la
unidad, y aún así, una y otra vez se culmina la unidad con Él, y en Él con el
Dios Trinitario. Debemos ver ambas cosas: el pecado del hombre, que reniega de
Dios y se repliega en sí mismo, pero también la victoria de Dios, que sostiene
la Iglesia no obstante su debilidad y atrae continuamente a los hombres dentro
de sí, acercándolos de este modo los uno a los otros. (Benedicto XVI. La
alegría de la fe. Ed. San Pablo. Madrid. 2012)”
¡Dejemos nos
atraer por la oración del Señor!
¡Hagamos lo así en estos momentos cruciales para la humanidad!
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