En efecto, - cómo recuerda, en la sugestiva liturgia de la noche de Pascua, el rito de preparación del cirio pascual- de Cristo <es el tiempo de la eternidad>. Por esto, conmemorando no sólo una vez al año, sino cada domingo el día de la Resurrección de Cristo, la Iglesia indica a cada generación lo que constituye el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio del principio y el del destino final del mundo”(Carta Apostólica <Dies Domini>; Papa San Juan Pablo II. Vaticano, 31 de mayo, solemnidad de Pentecostés del año 1998).
Durante el ministerio del Señor
en Galilea, sucedió que las gentes que habían presenciado el milagro de la
multiplicación de los panes y de los peces, habiéndose saciado, buscaban con
insistencia a Jesús, al día siguiente, encontrándole en Cafarnaún, al otro lado
del lago, y le preguntaron: ¿Maestro, cuándo has venido aquí? Pero el Señor que
conocía lo que había en sus conciencias, les respondía sin ambages (Jn 6, 26):
<Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque
habéis comido pan hasta hartaros>.
Fue entonces cuando pronunció su discurso sobre la Eucaristía, donde les habló del <pan de vida>, pero ellos no entendieron por entonces que Jesús había sido enviado por el Padre como el pan que alimenta la vida y que debe ser comido, por la fe, en el Sacramento de la Eucaristía (que Él más tarde instituiría).
Por eso les dijo (Jn 6,
35-40): <El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá
sed jamás…Todo lo que me da el Padre, vendrá a mí, y el que venga, no lo echaré
yo fuera…Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que quien ve al Hijo y cree en
él tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el último día>.
Sí, la Eucaristía está
íntimamente relacionada con la Resurrección de Cristo, y la resurrección de los
muertos, por esta razón, tal como ponía de manifiesto el Papa Benedicto XVI en
su Exhortación Apostólica <Sacramentum Caritatis>, dada en Roma el 22 de febrero del año 2007:
“Puesto que la liturgia
eucarística es esencialmente <actio Dei> que nos une a Jesús a través del
Espíritu, su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la
presión de la moda del momento…En
efecto, la celebración de la Eucaristía implica la Tradición viva.
A partir de la experiencia del Resucitado y de la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia celebra el Sacrificio eucarístico obedeciendo al mandato de Cristo. Por ese motivo, desde el principio, la comunidad cristiana se reúne el día del Señor para la <fractio panis>.
El día que Cristo ha Resucitado de entre los muertos, el domingo, es también el primer día de la semana, el día que según la tradición del Antiguo Testamento representaba el principio de la creación. Ahora, el día de la creación se ha convertido en el día de la <nueva creación>, el día de nuestra liberación en el que conmemoramos a Cristo Muerto y Resucitado>”
A partir de la experiencia del Resucitado y de la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia celebra el Sacrificio eucarístico obedeciendo al mandato de Cristo. Por ese motivo, desde el principio, la comunidad cristiana se reúne el día del Señor para la <fractio panis>.
El día que Cristo ha Resucitado de entre los muertos, el domingo, es también el primer día de la semana, el día que según la tradición del Antiguo Testamento representaba el principio de la creación. Ahora, el día de la creación se ha convertido en el día de la <nueva creación>, el día de nuestra liberación en el que conmemoramos a Cristo Muerto y Resucitado>”
Por eso, según el Papa San Juan
Pablo II (Ibid): ”El día del Señor, como ha sido llamado el domingo desde los
tiempos apostólicos, ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia una
consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del
misterio cristiano. En efecto el domingo recuerda, en la sucesión semanal del
tiempo, el día de la Resurrección de Cristo. <Es la Pascua de la semana>,
en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la
realización en Él de la primera creación y el inicio de la< nueva creación>
(cf. 2 Co 5,17).
Es el día de la evocación, adoradora y agradecida, del primer día del mundo, y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del <último día>, cuando Cristo vendrá en su gloria (cf. Hch 1,11; 1 Ts 4, 13-17) (Hch 1,11; 1 Ts 4,13-17) y <Hará un mundo nuevo>” (cf.Ap 21,5).
El Papa Benedicto XVI nos recordaba
unos años más tarde, que el Apóstol San Pablo vinculó, al tener en cuenta las
palabras del Señor, la Resurrección de
Éste, con la resurrección de los hombres:
“<Si los muertos no resucitasen, tampoco
Cristo habría Resucitado> (I Co 15, 16) ¡Pero no! Cristo Resucitó de entre
los muertos, el primero de todos” (<Jesús de Nazaret>, 2ª parte. Ed.
Encuentros S.L. 2011).
En efecto, el Apóstol San Pablo
afrontó, en su primera Carta a los Corintios, la errada negación de la resurrección de los muertos,
por parte de algunos miembros de aquella comunidad, manifestándoles
abiertamente que ello era tanto como negar la Resurrección de Cristo, de la
cual daban fe sus Apóstoles que la habían presenciado, pues ello implicaría hacer vana la fe y la predicación
que supone considerar a Cristo como
primicia de los que han muerto (I Co 15, 12-20):
-Si se anuncia que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo dicen algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos?
-Pues bien: si no hay resurrección
de los muertos, tampoco Cristo ha Resucitado.
-Pero si Cristo no ha Resucitado,
vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe;
-más todavía: resultamos unos
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Él, diciendo que
ha Resucitado a Cristo
-Pero Cristo ha Resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto
-Pero Cristo ha Resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto
Como sigue manifestando el Papa
Benedicto XVI, sobre este tema tan importante de la fe cristiana (Ibid): “La Resurrección de Cristo es un
acontecimiento universal o no es nada, como viene a decir San Pablo. Y sólo si lo entendemos como un
acontecimiento universal, como inauguración de una nueva dimensión de la
existencia humana, estamos en el camino justo para interpretar el testimonio de
la Resurrección en el Nuevo Testamento”
Sí, después de la muerte, existe vida, y vida eterna porque la <resurrección de la carne> significa que <después de ésta, no habrá vida solamente del alma inmortal, sino que también nuestros cuerpos mortales volverán a tener vida>. Por eso, como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 989):
“Creemos firmemente, y así lo
esperamos, que del mismo modo que Cristo ha Resucitado verdaderamente de entre
los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su
muerte vivirán para siempre con Cristo
Resucitado y que Él les resucitará en el último día (Jn 6, 39-40). Como la
suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”
San Pablo es el Apóstol que más
ha recordado en sus Cartas, esta doctrina de la Iglesia, para que los hombres,
de todos los tiempos, tuviéramos esperanza plena en la misma, y así, en su Carta
dirigida a los romanos, cuando les
enseñaba que toda la existencia cristiana debe estar orientada al encuentro
definitivo con el Señor, y que ello supondría la participación plena en el gran
misterio de la Muerte y Resurrección de
Cristo, se expresaba en los siguientes términos (Rm 8, 8-11):
"Los que están en la carne no
pueden agradar a Dios / Pero vosotros no estáis en la
carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros;
en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo / Pero si Cristo está en vosotros,
el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia / Y si el Espíritu del que
Resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales,
por el mismo Espíritu que habita en vosotros"
Ciertamente, <Si el Espíritu de Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos habitara en los hombres, el mismo que
resucitó a Cristo de entre los muertos, daría también vida a sus cuerpos
mortales, por medio del Espíritu que habita entre ellos>; así lo manifestó
el Apóstol San Pablo, una y otra vez a las gentes que evangelizaba, no sólo a los romanos, sino también a los
corintios, a los filipenses y a los tesalonicenses, en sus respectiva
Epístolas.
Desde el punto de vista histórico,
la primera Carta a los moradores de Corinto, es probablemente la más
interesante, en el sentido de que en ella, mejor que en otras, se transluce el
estado de las Iglesias primitivas, con sus problemas, pero también con sus
virtudes, las cuales han servido de ejemplo a los cristianos a lo largo de todos
estos siglos.
Casi dos años tuvo que emplear el
Apóstol para evangelizar a sus gentes, pero no fue tiempo en balde, porque
logró fundar una Iglesia pujante que dio grandes frutos, a pesar de la
corrupción de las costumbres de algunos sectores de la población, y la
oposición de ciertos grupos de judíos no creyentes presentes entre ellos en
aquellos tiempos.
Los primeros años de esta Iglesia
fueron extraordinarios, pero más tarde, surgieron dificultades a causa de los
lamentables abusos de algunos de sus feligreses. Enterado el Apóstol de la
situación, les escribió una primera carta que no se ha conservado, y por lo
tanto la primera que ha llegado hasta nuestros días se ha tomado desde siempre como la primera, y en ella trata de animar a
la comunidad para que remedien los graves
problemas surgidos entre sus componentes, como
el detestable pecado de la fornicación (I Co 6, 12-20):
"Todo me es lícito, pero no todo
me aprovecha. Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada… / El cuerpo no es para la
fornicación, sino para el Señor; y el Señor para el cuerpo / Y Dios Resucitó al Señor y nos
resucitará también a nosotros con su poder…/ Huid de la inmoralidad.
Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que
fornica peca contra su propio cuerpo / ¿Acaso no sabéis que vuestro
cuerpo es el templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis
recibido de Dios? Y no os pertenecéis / pues habéis sido comprados a
buen precio. Por tanto ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos!"
Desde luego el Apóstol se
pronuncia con claridad en su Carta, nuestros cuerpos son templos del Espíritu
Santo, no nos pertenecen, pertenecen a nuestro Creador, tal como les recordaba a los corintios, y la fornicación es una grave ofensa a la
castidad. Ya el judaísmo tradicional prohibía las relaciones sexuales fuera del
matrimonio, y para los cristianos bautizados la castidad es un tema
esencial. Como decía San Pablo <el
cristiano se ha revestido de Dios> (Ga 3, 27), modelo de toda castidad.
Por eso, tras la recepción del Sacramento del Bautismo, el cristiano se compromete, por sí mismo, o por sus representantes en el caso de los niños, a dirigir su afectividad en castidad. Desgraciadamente esta verdad tan esencial ha sido obviada y aún olvidada o desconocida por grandes sectores de la sociedad, en todos los países del mundo, en cualquier momento de la historia de la humanidad.
En otros tiempos, todavía los
jóvenes y los niños tenían fácil acceso a enseñanzas cómo las del Beato Tomás
de Kempis (1380-1471), canónigo agustino, autor del famoso libro <Imitación
de Cristo>, una obra de devoción cristiana, actualmente denostada, tenida
como inadecuada y caduca para los tiempos que corren, por decir cosas
esenciales como éstas: “La perfecta victoria es vencerse
a sí mismo. El que tiene obediente la sensualidad a la razón, y la razón a todas
las cosas, dice el Señor, aquel es verdadero vencedor de sí mismo…Del amor desordenado del hombre
por sí mismo, depende casi todo lo que se ha de vencer; lo cual vencido y
señoreado, suministra gran paz y sosiego…”
Así por ejemplo, tras una serie de graves incidentes dentro de la comunidad cristiana de Corinto, que pusieron incluso en <tela de juicio>, la autoridad del Apóstol para proclamar la Palabra de Dios, éste justamente ofendido y sobre todo muy preocupado por aquellas gentes tan queridas, y evangelizadas por él en tiempos no tan lejanos, les escribió una nueva Carta, tratando de poner <orden y concierto>, en la que destaca su clásico estilo apocalíptico, finalizando su misiva con una serie de amonestaciones, recordándoles: que él es ministro de Cristo, y que como Cristo fue Resucitado, así también su ministro vive por la fuerza de Dios y posee la fuerza del Señor (II Co 13, 2-4):
-tendréis la prueba que buscáis
de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su
fuerza en vosotros.
-Pues es cierto que fue
crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios.
Lo mismo que nosotros: somos débiles por él, pero vivimos con él por la fuerza
de Dios para vosotros
Son palabras del Apóstol dirigidas a una Iglesia, en cierta medida, muy parecida a la nuestra, ya en el tercer milenio de la venida del Señor. Sería bueno, por tanto, que como aquellos fieles, también nosotros, escucháramos su testimonio, sus consejos y su anuncio escatológico (II Co 4, 13-15):
"Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: <Creí, por eso hablé>, también nosotros creemos y por eso hablamos / sabiendo que quién Resucitó al Señor también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante Él / Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios"
Un cariz completamente distinto
tiene la Carta que San Pablo dirigió a los Filipenses, un pueblo que siempre
gozó de su afecto y reconocimiento. La Iglesia de Filipos (ciudad de
Macedonia), fue probablemente la primera que fundó el Apóstol, en el año 49 ó
50 d. C, y estaba habitada fundamentalmente por ciudadanos romanos que gozaban
de ciertos privilegios especiales otorgados por el Cesar Octavio Augusto.
Fue por tanto la primera Iglesia fundada por San Pablo en el Continente europeo, y quizás por eso, tuvo siempre gran predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que, años después, esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del Apóstol retenido por entonces, en contra de su voluntad, en Roma.
En tales circunstancias les envió una Carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las prácticas religiosas necesarias para alcanzar la concordia y la caridad con los semejantes. Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):
Fue por tanto la primera Iglesia fundada por San Pablo en el Continente europeo, y quizás por eso, tuvo siempre gran predilección por la misma, lo que explica también el hecho de que, años después, esta comunidad contribuyera con sus donativos a paliar las necesidades del Apóstol retenido por entonces, en contra de su voluntad, en Roma.
En tales circunstancias les envió una Carta de agradecimiento, mencionándoles cariñosamente algunas de las prácticas religiosas necesarias para alcanzar la concordia y la caridad con los semejantes. Para ello, empieza su misiva con una serie de exhortaciones previniéndoles contra las herejías de la época, recordándoles que la lucha contra el pecado nunca es en vano y que la esperanza de <resucitar de entre los muertos> siempre debe estar presente en el hombre creyente, en aquel que como él mismo, renunció a todo por Cristo (Fil. 3, 8-11):
"Todo lo considero pérdida
comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por Él lo perdí
todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo / y ser hallado en Él, no con una
justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia
que viene de Dios y se apoya en la fe / Todo para conocerlo a Él, y la
fuerza de su Resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma
muerte / con la esperanza de llegar a la
resurrección de entre los muertos"
"Preparará el Señor del Universo
para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un
festín de vinos de solera; manjares exquisitos vinos refinados / Y arrancará en este monte el
velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las
naciones / Aniquilará la muerte para
siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará
del país el oprobio de su pueblo <lo ha hecho el Señor> / Aquel día se dirá: <Aquí está
nuestro Dios. Esperamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien
esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación>"
Nadie sabe como sucederán estas
cosas pero como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica: <Creer
en ellas han sido desde el comienzo elementos esenciales de la fe
cristiana>, porque como recordábamos antes, San Pablo advertía (I Co 15,
18-19): <Si se predica que Cristo ha Resucitado de entre los muertos ¿Cómo
dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?...>
Estamos al corriente de que la resurrección de la carne es un misterio revelado, a través de los siglos, por Dios a su pueblo, y que más concretamente en la época en que vivió Jesús algunas sectas como la de los fariseos se encontraban ya esperanzadas en la resurrección de la carne, y sabemos también, que Jesús habló en numerosas ocasiones sobre este misterio, como pone de relieve el Apóstol San Marcos en su Evangelio, cuando el Señor respondía a una pregunta insidiosa de los saduceos (no creían en la resurrección), sobre la pertenencia de una mujer que hubiera estado casada sucesivamente con siete hermanos tras la muerte de cada uno de ellos.
En realidad la pregunta de estos saduceos, teóricamente posible desde el punto de vista de la ley del levítico, trataba de ridiculizar las enseñanzas de Jesús sobre la resurrección de los muertos, y por eso, el Señor dándose cuenta enseguida de sus perversas intenciones les respondía así (Mc 12, 24-27):
"Estáis en un error, porque no
entendéis la Escrituras ni el poder de Dios / Porque, en la resurrección, ni
los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en los
cielos / Y acerca de la resurrección de
los muertos ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo le
dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? /No es un Dios de muertos, sino
de vivos. ¡Estáis en un grande error!"
Igual de grande es el error de aquellos, que a estas alturas de la historia de la humanidad, siguen aferrándose a la idea de que después de la muerte ya no hay nada…Para ellos el alma del hombre no tiene significación alguna, sólo el cuerpo tiene valor y éste desaparece porque suelen recordar estas palabras: <polvo eres y en polvo te convertirás>.
Pero no, porque la Resurrección de Cristo es la prenda cierta de la resurrección de los muertos y la <clave de bóveda> del cristianismo, tal como han manifestado en los últimos siglos los Pontífices de la Iglesia católica.
Así por ejemplo Benedicto XVI, en
la Audiencia General del 26 de marzo de 2008 aseguraba que:
“La muerte del Señor demuestra el
inmenso amor con que Él nos ha amado, hasta el sacrificio por nosotros; pero
solo su Resurrección es <prueba segura>, es certeza, de que lo que afirma
(Mc 12, 24-27), es verdad, que vale también para nosotros, para todos los
tiempos. Al Resucitar, el Padre lo
glorificó. San Pablo escribe en su carta a los Romanos: <Si confiesas con tu
boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los
muertos serás salvo> (Rm 10,9).
Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan.
El debilitamiento de la fe en la Resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo Muerto y Resucitado, cambia la vida, e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos”
Hermosas enseñanzas las
expresadas por Papa Benedicto XVI, el gran teólogo de la Iglesia, que tanto nos
ha ayudado a superar dudas y controversias en los tiempos que corren, pero es
verdaderamente doloroso comprobar la certeza de las mismas, porque aún entre
los mismos miembros de la Iglesia han surgido dudas y hasta extrañas teorías
que tratan de minimizar la importancia de la Resurrección de Cristo y aún la
niegan.
Muchas veces da la sensación de que ciertos estudiosos de las Sagradas Escrituras nunca hubieran leído los Evangelios, ni supieran nada de los testimonios dados por sus Apóstoles y posteriormente por los Padres de la Iglesia, respecto a este maravilloso suceso de la historia de la humanidad.
Realmente deberíamos dar gracias a Dios que nos dio la victoria sobre la muerte por nuestro Señor Jesucristo y repetir con San Pablo (I Co 15, 53-57):
Por su parte el Papa San Juan
Pablo II, demostró a lo largo de todo su Pontificado un enorme interés por el
sentido escatológico de la Iglesia y nos habló con gran acierto sobre el tema
primordial de la Resurrección de Cristo y su relación con el Sacramento de la
Eucaristía, por ejemplo, en la Audiencia general del 15 de marzo del año 1989:
“La Resurrección de Cristo y, más aún, el <Cristo Resucitado>, es finalmente <principio y fuente de nuestra futura resurrección>. El mismo Jesús habló de ello al anunciar la institución de la Eucaristía como Sacramento de la vida eterna, de la resurrección futura: <El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día> (Jn 6, 55). Y al murmurar los que le oían, Jesús les respondió: < ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes…? (Jn 6, 61-62). De este modo indicaba indirectamente que bajo las especies sacramentales de la Eucaristía se da a los que las reciben <participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo glorificado”
Habían pasado ya algunos años desde
la Muerte y Resurrección de Jesucristo, cuando San Juan escribió su Evangelio
con gran conocimiento de causa, pues no en balde fue el Apóstol querido del
Señor, aquel al que bajo su custodia dejó a su madre, la Virgen María. Siempre
con la inspiración del Espíritu Santo, escribió esta cuarta entrega de la
vida y de la Palabra del Maestro,
apoyándose así mismo en el recuerdo de
los hechos reales por él vividos a su lado.
El Papa San Juan Pablo II nos recordaba precisamente aquella parte del Evangelio del Apóstol en el que Jesús relacionaba el Sacramento de la Eucaristía con la resurrección de los muertos (Jn 6, 48-55):
No se podrá decir que Jesús no
hablaba claro, manifestando que era <El Mesías> a los judíos que espantados
le criticaban, e informándoles de que resucitaría en el último día a aquellos
que comieran y bebieran su sangre, refiriéndose al Sacramento de la Eucaristía,
que más tarde instituiría.
Estos hombres no le entendieron entonces, pero después otros hombres, sin motivo alguno, tampoco lo han entendido, aún estando ya claro y evidente lo que quería decir. La Iglesia de Cristo, a lo largo de todos estos siglos ha explicado una y otras vez el significado de aquellas palabras apoyándose siempre en el Mensaje de Cristo y recogiendo todo lo dicho por los santos Padres y Pontífices, así como los Dogmas establecidos en los Concilios Ecuménicos.
Precisamente en el Catecismo de la Iglesia católica
surgido a partir del Concilio Vaticano II, podemos leer ( nº 993 y nº
999): "Los fariseos y muchos contemporáneos
del Señor esperaban la resurrección. Jesús la enseñaba firmemente. A los saduceos
que la niegan responde: <Vosotros no conocéis las Escrituras ni el poder de
Dios, vosotros estáis en el error> (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que <no es un
Dios de muertos sino de vivos> (Mc 12, 27 / Pero hay más: Jesús liga la fe
en la resurrección a la fe en su propia
persona: <Yo soy la resurrección y la vida> (Jn 11, 25)"
Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25, 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviéndole la vida a algunos muertos, anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden.
De este acontecimiento único, Él habla como del “signo de Jonás” (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22). Anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).
En definitiva, se podría decir
que:
“La resurrección enseña una nueva forma de
ver; descubre la relación entre la palabra de los Profetas y el destino de
Jesús. Despierta el recuerdo, esto es, hace posible el acceso al interior de
los acontecimientos, a la relación entre el hablar y el obrar de Dios” (Papa
Benedicto XVI. Ibid).
Sí, como aseguraba también el
Pontífice, el Evangelio de San Juan, además de proporcionar una transcripción
casi taquigráfica de las palabras y de la obra de Jesús, a través de este
recordar las cosas del Maestro, nos conduce desde aspectos puramente externos
hacia la profundidad de la Palabra y de los acontecimientos; todo ello proviene
de Dios y nos conduce a Él a través de la Resurrección de su Hijo Unigénito.
Verdaderamente Jesús Resucitó de
entre los muertos, sus discípulos fueron testigos privilegiados de este
acontecimiento esencial para los hombres, ellos dieron testimonio desde el
principio del mismo, aunque con ello ponían en grave riesgo sus vidas ante sus
mismos conciudadanos, pero no tuvieron miedo, como les había pedido el Señor y
propagaron la <Buena Nueva >, en todo Israel y entre otros pueblos del
mundo entonces conocido.
Por su parte, San Pedro, nombrado por Jesús Cabeza de la Iglesia, fue el primero en manifestar a la multitud expectante, después de los acontecimientos de Pentecostés, el portentoso milagro acaecido, y así, hablaba a las gentes, después de que él mismo en compañía de San Juan hubieran curado a un cojo de nacimiento que pedía limosna a las puertas del Templo de Jerusalén (Hechos 3, 13-15):
Un hombre santo, un hombre
mártir, un hombre como el elegido por Cristo para dirigir su Iglesia, San Pedro,
nos habla a través de los siglos de los hechos históricos acaecidos, de los que
él mismo y los demás discípulos del Señor fueron testigos presenciales, y sin
embargo algunos hombres siguen opinando que todo esto es una patraña inventada
por los seguidores de Jesús.
Aún tratándose de un hecho
histórico fundamental para el cristianismo,
siendo como es <la clave de bóveda>, todavía existen incrédulos sobre el
mismo, que inventan historias novelescas y hasta detractoras sobre la Muerte y
Resurrección del Señor.
A estas personas sólo podemos responder con las palabras de San Juan Pablo II, pues al igual que si falla la <clave de bóveda> de un edificio, por ser la pieza que cierra el arco, y sin él este se derrumbaría, si negáramos la Resurrección de Cristo, su Iglesia se derrumbaría para siempre. Y esto es lo que desean dichos detractores y seguidores del maligno, por eso:
A estas personas sólo podemos responder con las palabras de San Juan Pablo II, pues al igual que si falla la <clave de bóveda> de un edificio, por ser la pieza que cierra el arco, y sin él este se derrumbaría, si negáramos la Resurrección de Cristo, su Iglesia se derrumbaría para siempre. Y esto es lo que desean dichos detractores y seguidores del maligno, por eso:
“La Iglesia, en Cristo Jesús a la
que todos estamos llamados, y en la cual por medio de la gracia de Dios conseguimos la santidad,
no tendrá su cumplimento sino en la gloria del cielo, cuando llegue el tiempo de
la Restauración de todas las cosa, y con el género humano también la creación
entera que está íntimamente unida con el hombre y por medio de Él alcance su
fin <será perfectamente renovada en Cristo>.
Porque Cristo, cuando fue levantado sobre la tierra, atrajo hacia así a todos (Jn 2,32); Resucitando de entre los muertos infundió en los Apóstoles su Espíritu vivificador; por medio de Él constituyó su Cuerpo, que es la Iglesia, como universal Sacramento de Salvación; estando sentado a la derecha del Padre, obra continuamente en el mundo para llevar a los hombres a la Iglesia y por medio de ella unirlos más estrechamente a sí mismo y con el alimento del propio Cuerpo y la propia Sangre, hacerlos participes de su vida gloriosa”
(Papa San Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Vittorio Messori. Círculo de lectores).
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