En Jesús se concentra toda la
fuerza evocadora del Salmo 23 (22), encontrando su pleno significado. En
efecto, en este Salmo de David se pone en evidencia la gozosa confianza en Dios,
como el Pastor solícito, que todos los hombres necesitamos, y hallamos, si le buscamos
y le escuchamos.
Sí, Jesús es el <Buen Pastor> que va en busca de las ovejas perdidas, porque conoce y ama a cada una de ellas. Ciertamente, como dice esta bella oración del Salterio (23, 1-4):
“El Señor es mi pastor, nada me
falta/ En verdes prados me hace reposar/ hacia aguas tranquilas me guía/ reconforta
mi alma/ me conduce por sendas rectas/ por honor de su Nombre/ Aunque camine
por valles obscuros/ no temo ningún mal, porque Tú/ estás conmigo/ tu vara y tu
cayado me sosiegan
Nuestro Señor Jesucristo,
recordando esta hermosa oración les ponía un ejemplo a sus discípulos para
mostrarles que en el Reino de los Cielos, los mayores son los más pequeños, que
es tanto como decir: aquellos que conservan el espíritu de humildad de la
infancia (Mt 18,1-5):
-En aquella ocasión, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién, en fin, es el mayor en el Reino de los Cielos?
-Entonces llamó a un niño, lo
puso en medio de ellos,
-y les dijo: En verdad os digo:
si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los
Cielos.
-Pues todo el que se humille como
este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos;
-y el que recibe a un niño como
éste en mi nombre, a mí me recibe.
Estas sentidas palabras de Jesús
demuestran, bien a las claras, cuanto amaba a los niños, cosa muy notable para
los tiempos en los que le tocó vivir
sobre la tierra. Sí, sin duda amaba a los niños y apreciaba en ellos su
humildad, cuestión ésta que muchas veces no es tenida en cuenta en nuestra época, por desgracia.
Pero el Señor deseaba protegerlos del pecado de los hombres y por eso podemos leer también estas palabras suyas en el Evangelio de san Mateo (Mt 18, 6):
<Al que escandalice a uno de
estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una
piedra de molino y lo tiraran al mar>
Y más adelante, Jesús sigue diciendo (Mt 18,
10-14):
-Guardaos de despreciar a uno de
estos pequeñuelos. Porque yo os digo que
sus ángeles en los cielos están continuamente en presencia de mi Padre
celestial.
-Porque el Hijo del hombre ha
venido a salvar lo que estaba perdido.
"¿Qué os parece? Si un hombre
tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en los montes a las
noventa y nueve e irá a buscar a la extraviada? / De la misma manera, vuestro
Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de esos pequeñuelos"
Son frases pronunciadas por Cristo que constituyen, en sí mismas, un programa evangélico dedicado a los niños, por eso estamos todos llamados a reflexionar sobre este mensaje que está íntimamente unido a la idea del <Buen Pastor> que va en busca de sus ovejas perdidas, porque el Padre celestial no quiere que se pierda ninguna, empezando por las más indefensas, los niños a los que tanto ama Jesús…
“Sólo Aquel que personalmente ha amado mucho el alma
inocente de los niños y el alma juvenil, podía expresarse sobre el escándalo
tal como lo ha hecho Cristo. Sólo Él podía amenazar con estas palabras
tremendas a quienes dan escándalo”
A este respecto, podemos encontrar muchos testimonios de la solicitud de los ángeles por el hombre y su salvación, en el Nuevo Testamento y particularmente en el libro de los <Hechos de los apóstoles> del evangelista san Lucas.
Concretamente, es interesante
recorrer la vida del apóstol san Pedro contada por san Lucas en su libro,
después de la venida del Espíritu Santo, para comprobar que los ángeles
mandados por Dios en su auxilio, jugaron un papel muy importante en todo
momento de peligro (5, 18-20; 12, 5-10), y que también le ayudaron en momentos
fundamentales de su misión apostólica (10, 3-8; 11, 12-13).
Por eso, no puede extrañarnos cuando, refiriéndose a los niños, Jesús aconsejaba a sus discípulos y por extensión a todos los hombres con estas palabras: <Guardaos de despreciar a uno de estos pequeñuelos, porque os digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre>.
Y es que los ángeles del Señor tienen
la misión específica de ayudar a los hombres para encontrar y seguir el camino
de la salvación, tal como podemos leer en la carta a los Hebreos (Heb 1, 4):
< ¿No son todos ellos espíritus encargados de un ministerio, enviados al
servicio de aquéllos que deben heredar la salvación?
Verdaderamente Jesús nos habló
muy claro durante su ministerio en la tierra, Él es el <Pastor Divino>,
que cuida de su rebaño y que siempre va a buscar la oveja perdida, al hombre
que se aparta del camino de la salvación y por eso también nos decía: <Yo os
aseguro que si no os convertís y os
hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos>. Estas palabras
suyas quizás podrían sonar en nuestros oídos
como algo raro dentro de la
parábola del buen pastor y sin embargo como aseguraba el Papa Benedicto
XVI:
“Jesús con sus parábolas, no quiere transmitir unos conocimientos abstractos que nada tendrían que ver con nosotros en lo más hondo…Para hacerlas más accesibles, nos muestra cómo refleja la luz divina en las cosas de este mundo y en las realidades de nuestra vida diaria. A través de lo cotidiano quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas y así la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día para seguir el recto camino (Jesús de Nazaret. 1ª Parte; Ed. Esfera de los libros 2007)”
En definitiva, Jesús es el
<Pastor Divino> que nos toma de la mano para llevarnos a través de la verdad, al justo camino que nos conduce a
la vida, que es Él mismo, tal como podemos deducir de la respuesta de Jesús
ante la pregunta de su apóstol Tomás: ¿Cómo podremos saber el camino para
seguirte? (Jn 14, 6-7):
-Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí
-Si me conocierais a mí,
conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis
visto
Todavía otro de sus apóstoles, Felipe, insistió sobre el mismo tema, y le
hizo una sugerencia al respecto: Señor muéstranos al Padre, eso nos basta.
Seguramente Jesús, entristecido
por la cerrazón de sus apóstoles respondió (Jn 14, 9-11):
-Llevo tanto tiempo con vosotros,
¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre ¿Cómo me pides que
os muestre al Padre?
-¿No crees que yo estoy en el
Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que
vive en mí, el que está realizando su obra.
-Debéis creerme cuando afirmo que
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed
al menos en las obras que hago.
Jesús cuando pronunciaba estas
palabras, se estaba ya empezando a
despedir de sus apóstoles pues estaba
muy próxima su Pasión y Muerte en la Cruz por la salvación de los hombres. Pide fe, a sus apóstoles, para que reconozcan
la unidad de acción de Él con el Padre y se apoya para ello, no solo en su
palabra, que debería de ser suficiente precisamente por la fe, sino también, y
al menos, por las obras que hacía. Verdaderamente Jesús era el <Buen
Pastor>, estas palabras los demuestran una vez más. ¡Cuánta humildad!
¡Cuánto amor! Sin duda sus obras son las de Dios porque es su Unigénito Hijo.
Quizás se podría decir que la propuesta de Felipe al Señor fue un tanto desafortunada, pero hasta cierto punto nos sirve para comprender el estado mental de los Apóstoles en aquellos terribles momentos de incertidumbre, en la que se encontraban, ante la ya inminente separación de su Maestro, el único que les conducía por<el Camino, la Verdad y la Vida>. Tenían miedo de perderle y por eso le interrogaban con insistencia, porque cuando un hombre no está cerca de Jesús, su vida puede entrar en crisis, su corazón puede quedar desprotegido frente al mal, por así decir, porque tal como nos recordaba en su día el gran Pontífice León XIII (Carta Encíclica <Divinum Illud Munus>; Roma, 9 de Mayo de 1897):
“Aquella divina misión que,
recibida del Padre en beneficio del género humano, tan santísimamente desempeñó
Jesucristo, tiene como último fin hacer que los hombres lleguen a participar de
una vida bienaventurada en la gloria eterna; y como fin inmediato, que durante
la vida mortal, vivan la vida de la gracia divina, que al final se abre florida
a la vida celestial.
Por ello el Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los hombres, de toda nación y lengua, para que vengan al seno de la Iglesia: <Venid a mí todos, yo soy la vida, yo soy el <Buen Pastor>…
Y Nos, que constantemente hemos procurado,
con auxilio de Cristo Salvador, el príncipe de los pastores, y obispos de
nuestras almas, imitar sus ejemplos, hemos continuado religiosamente su misión,
encomendada a los Apóstoles, principalmente a Pedro, cuya dignidad también se
transmite a un heredero menos digno. Guiados por esa intención, en todos los
actos de nuestro Pontificado a dos cosas principalmente hemos atendido y sin
cesar atendemos. Primero, a restaurar la vida cristiana así en la sociedad
pública, como familiar, tanto en los gobernantes, como en los pueblos; porque
de Cristo puede derivar la Vida para todos. Segundo, a fomentar la
reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe, o por la obediencia,
están separados de ella; porque la voluntad de Cristo es que haya sólo un rebaño
bajo un solo Pastor”
Por eso todos los sucesores de Pedro se han
esmerado en proseguir la tarea iniciada por Jesús con aquellas hermosas
palabras: “Yo soy el <Buen Pastor>; y conozco a mis ovejas y las mías me
conocen a mí>”:
“Este conocimiento, es un
conocimiento singular. Nace de una solicitud salvadora. Es conocimiento no solo
de la mente, sino también del corazón; conocimiento del que ama y,
recíprocamente, es amado; de quien es fiel y, al fiarse, entrega su confianza.
La confianza y la sensación de seguridad, garantizadas por Dios Buen Pastor, no
faltan ni siquiera en la hora de la prueba y de las experiencias más difíciles:
<Aunque ande yo por valle tenebroso/ no temo ningún mal> (Salmo 22, 4).
Es la puerta de las ovejas. En
todo momento en la buena y la mala suerte, el sacerdote sabe que su alma, y las
almas confiadas a su cuidado, conforman el objeto de una singular solicitud por
parte del <Buen Pastor>.
Por eso afronta su misión con confianza. Sabe que para todos está
abierto el paso hacia la vida eterna a través de esa puerta viviente, única y
universal, que es Cristo, nuestra Pascua” (Papa San Juan Pablo II; 28 de abril
de 1996). Sí, el Señor es el <Buen
Pastor>, incluso en el desierto, lugar de ausencia y de muerte, tal como
aseguraba el Papa Benedicto XVI refiriéndose al Salmo 23 (22):
“También nosotros como el salmista, si caminamos detrás del <Pastor divino>, aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con el sol del racionalismo ardiente, bajo la guía del Pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de ir por los senderos <justos>, y que el Señor nos guía, está presente cerca de nosotros y no nos faltará nada. <Aunque que camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tú vara y tu cayado me sostienen”
Se presenta ahora el Señor como
Aquel que acoge al orante, con signos de una hospitalidad generosa…Alimento,
aceite, vino: son los dones que dan vida y alegría porque van más allá de lo
que es estrictamente necesario y expresa la gratuidad y la abundancia del amor
(Benedicto XVI; Ibid)
“Tu bondad y misericordia me
acompañan todos los días de mi vida; y habitaré en la casa del Señor por
dilatados días”
Así es, <la bondad y la
fidelidad de Dios> son la escolta que acompaña al orante que sale en camino.
Un camino que ahora tiene un nuevo sentido, porque el Hijo de Dios, que ha
llegado al mundo, nos ha traído un Mensaje con un nuevo mandamiento: <amaros
los unos a los otros como yo os he amado>. Es, pues, evidente que el seguir
el camino del <Pastor divino> implica la llegada a su casa, es la meta de
este sendero; este es el oasis deseado en el desierto del laicismo, del modernismo y de otros
<ismos>… lugar de refugio para el que huye del mortal enemigo, lugar de
paz, donde se experimenta la bondad y misericordia de Dios…
Como nos decía el Papa Benedicto
XVI al terminar la Audiencia general que venimos recordando del año 2011: “El Salmo 23(22) nos invita a
renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Por
lo tanto, pidamos con fe que el Señor nos conceda, incluso en los caminos
difíciles de nuestro tiempo, caminar siempre por sus senderos como rebaño dócil
y obediente, nos acoja en su casa, a su mesa, y nos conduzca hacia <fuentes
tranquilas>, para que, en la acogida del don de su Espíritu, podamos beber
en sus manantiales, fuentes de aquella agua viva <que salta hasta la vida
eterna> (Jn 4, 1-14)”
Y también, tengamos siempre presente,
como nos sugiere el Papa Francisco, que el <Buen Pastor>:
“Ve, llama, habla, toca y sana;
pensemos en el Padre que se hace carne en su Hijo, por compasión…
Es una gracia para el pueblo
tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la
carne herida, que saben que sobre esto, no solo ellos, sino nosotros, seremos
juzgados (Mt 25, 31-46): “Tuve hambre…,
tuve sed…, era forastero…, estaba desnudo…, enfermo…, en la cárcel…) (Misa Matutina en la Capilla de
la Domus Sanctae Marthae; lunes 30 de octubre d 2017)
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