Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, instituyó el Sacramento de la Confesión cuando dijo a sus discípulos estas palabras, tal como nos narra San Juan en su Evangelio (Jn 20, 19-22):
-Siendo, pues, tarde aquel día, primero de la semana, y estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas de la casa donde estaban los discípulos, vino Jesús y se presentó en medio de ellos y les dice: Paz sea con vosotros
-Y en diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Se gozaron, pues, los discípulos al ver al Señor
-Díjoles, pues, otra vez:
- Paz sea con vosotros. Como me ha enviado el Padre, también yo os envío a vosotros
-Esto dicho, sopló sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo
-A quienes perdonareis los pecados, perdonados les son; a quienes los retuviereis, retenidos quedan
Con estas palabras, según el Concilio de Trento y la Tradición de los Santos Padres de la Iglesia, el Señor instituyó el Sacramento de la Penitencia, pero como esta potestad no podía ejercerse arbitrariamente y sin conocimiento de causa, y debía extenderse a los pecados más ocultos del hombre, surgió la necesidad de la confesión sacramental.
El Concilio de Trento reiteró además la fe de la Iglesia, en que la confesión de los pecados debería realizarse ante los sacerdotes ( Papa Juan Pablo II; Carta Apostólica <De Motu Propio> ; <Misericordia Dei> ):
El Concilio de Trento reiteró además la fe de la Iglesia, en que la confesión de los pecados debería realizarse ante los sacerdotes ( Papa Juan Pablo II; Carta Apostólica <De Motu Propio> ; <Misericordia Dei> ):
“A lo largo de la historia y en la praxis constante de la Iglesia, el ministerio de la reconciliación (2 Co 5,18) concedido mediante los Sacramentos del Bautismo y de la Penitencia, se ha sentido siempre, como una tarea pastoral muy relevante, realizada por obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio Sacerdotal.
La celebración del Sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas, conservando siempre, sin embargo, la misma estructura fundamental, que comprende necesariamente, además de la intervención del ministro, solamente un Obispo o un presbítero que juzga y absuelve, atiende y cura en nombre de Cristo, los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción”.
La celebración del Sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas, conservando siempre, sin embargo, la misma estructura fundamental, que comprende necesariamente, además de la intervención del ministro, solamente un Obispo o un presbítero que juzga y absuelve, atiende y cura en nombre de Cristo, los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción”.
“El sujeto capaz del Sacramento de la Penitencia es todo hombre que cometa después del Bautismo un pecado mortal o venial. Para que el sujeto pueda hacer una buena confesión, es preciso que la haga con <dolor y detestación> de los pecados cometidos y con <propósito> de no volver a cometerlos de nuevo. Es necesario, además, que la confesión sea <fiel, vocal e integra> en cuanto sea posible. Después de la confesión, el penitente está obligado a cumplir la <satisfacción> o <penitencia> que le hubiere impuesto el confesor. Esta obligación es de suyo grave” (Misal y Devocionario del hombre católico; P. Fr. Justo Pérez de Urbel).
A lo largo de la historia, tal como advertía el Papa Juan Pablo II, la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha ido variando algo. Así, durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados graves, después del Bautismo, como por ejemplo: idolatría, homicidio, adulterio, etc., estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer “penitencia pública”, por sus pecados, a menudo durante largos años, antes de recibir la reconciliación.
A comienzos del siglo III, esta penitencia eclesiástica, años después del bautismo, ya estaba perfectamente organizada y se practicaba con regularidad tanto en la Iglesia de lengua griega, cómo en la de lengua latina. A pesar de todo hubo hombres, como Montano, que propagaron ideas de tendencia apocalíptica y gnóstica, que condujeron a herejía a muchos fieles.
La Iglesia luchó desde el primer momento contra el montanismo que tardó algún tiempo en desaparecer y que tristemente, ha resurgido como desviación de la verdadera fe, en algunas sectas actuales, que entre otras cosas manifiestan la proximidad del fin del mundo, al estilo gnóstico, y se oponen a las disposiciones penitenciales de la Iglesia católica sobre este Sacramento.
La Iglesia luchó desde el primer momento contra el montanismo que tardó algún tiempo en desaparecer y que tristemente, ha resurgido como desviación de la verdadera fe, en algunas sectas actuales, que entre otras cosas manifiestan la proximidad del fin del mundo, al estilo gnóstico, y se oponen a las disposiciones penitenciales de la Iglesia católica sobre este Sacramento.
Tanto la Iglesia oriental, como la occidental, hasta finales del siglo VI, solo reconocían la “penitencia publica” la cual fue denominada por Tertuliano, Padre de la Iglesia, por desgracia convertido al montanismo durante algún tiempo (se cree que finalmente se retractó), la “segunda tabla de salvación”.
La festividad del <miércoles de Ceniza> es un recuerdo de la Iglesia de Cristo a esta forma de <Penitencia pública> a la que se sometían los pecadores en los primeros siglos. Según cuentan los historiadores de la Iglesia, antes de ser apartado de los fieles, el pecador era salpicado con cenizas, símbolo de penitencia, y vestido con el humilde hábito penitencial.
Por su parte, San Agustín Obispo de Hipona (396/430), ofreció la primera teoría acerca de la eficacia de la reconciliación penitencial, según él fruto, de la <conversión>, la cual a la vez obra la <gracia divina>, que actúa en el interior del hombre, pero es la <caridad> difundida por el Espíritu Santo en la Iglesia, la que perdona los pecados a sus miembros.
Durante los siglos VI y VII, bajo la influencia de las comunidades monásticas, acaban por implantarse nuevas normas penitenciales, que se han dado en llamar “penitencias privadas”. Estas no exigían la realización pública y prolongada de obras de penitencia, antes de recibir la reconciliación, que le permitiría a los apartados por un tiempo de la Iglesia, volver a recibir el Sacramento de la Eucaristía.
Desde entonces, el Sacramento de la Penitencia se ha tendido a realizar de una manera más <secreta>, entre el penitente y el sacerdote, con lo cual se ha evitado, entre otras cosas, la tardanza en recibir este sacramento, que algunos hombres, por miedo al <qué dirán>, posponían antiguamente, hasta casi el momento de su muerte.
Desde entonces, el Sacramento de la Penitencia se ha tendido a realizar de una manera más <secreta>, entre el penitente y el sacerdote, con lo cual se ha evitado, entre otras cosas, la tardanza en recibir este sacramento, que algunos hombres, por miedo al <qué dirán>, posponían antiguamente, hasta casi el momento de su muerte.
Por otra parte, los libros penitenciales, escritos por algunos Padres de la Iglesia, como San Agustín, fueron muy adecuados para entender y practicar este Sacramento, ya que evitaron, en su tiempo, la relajación sobre el concepto de pecado, y por tanto el olvido del compromiso adquirido con Cristo por parte de los miembros de su Iglesia; olvido que en los últimos siglos ha vuelto a cernirse sobre los hombres, debido principalmente a la teoría del relativismo, como se ha demostrado con la situación actual de la Confesión, Sacramento indispensable de <salvación>.
“Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en un recto equilibrio mediante un castigo al pecador aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia, también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, solo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad. Y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado contra el verdadero amor”
Porque como nos sigue enseñando el Santo Padre en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate> (Capitulo 2º):
“Las exigencias del amor no contradicen las de la razón. El saber humano es insuficiente y las conclusiones de las ciencias no podrán indicar por sí solas la vía hacia el desarrollo integral del hombre. Siempre hay que lanzarse más allá: lo exige la caridad en la verdad…
No existe la inteligencia y después el amor: <existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor>”
No debemos nunca olvidar que nuestro Señor Jesucristo instituyó los Sacramentos, y en particular el Sacramento de la Reconciliación, precisamente para ayudarnos a entender y practicar estas ideas desarrolladas tan magníficamente por nuestro actual Papa y conseguir la <salvación de nuestra alma> que es el bien mayor del hombre, aunque actualmente esta idea se encuentre en <tela de juicio> por muchas almas perdidas en busca de la <ciencia> y no del verdadero <amor>.
Como nos advierte San José María en su libro “Es Cristo que pasa” en el apartado dedicado a “La lucha interior”:
“Si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana. Sin embargo, no se nos oculta que particularmente en esta época nuestra no faltan quienes parece que olvidan, y que llegan a despreciar, esta corriente redentora de la gracia de Cristo”
Más recientemente el sacerdote José Orlandis, Catedrático de Historia del Derecho y que fue Director del Instituto de Historia de la Iglesia, en Navarra, en su libro:”Desafíos cristianos” (2007), nos hace también la siguiente advertencia:
“El laicismo actual conforma una sociedad que reniega de unos valores medulares, como el matrimonio y la familia, aquellos que fueron el fundamento de toda la sociedad del pasado. Este laicismo impone una sociedad que corroe las bases de la vida moral y rodea a los cristianos de un ambiente cultural extraño y hostil. En este ambiente resulta incluso difícil tener el valor de declararse públicamente como cristiano”
No es de extrañar por tanto que el Sacramento de la Reconciliación y la Conversión se encuentre en una situación tan precaria. Los confesionarios están prácticamente vacíos de feligreses arrepentidos y muchas veces de sacerdotes dispuestos a escucharles.
El Papa Benedicto XVI conocedor, sin duda de esta situación, ha pedido a todos, feligreses y sacerdotes que traten de restablecer la situación lo antes posible, para alivio de tantas almas perdidas en la actualidad, necesitadas del consuelo de este Sacramento salvador.
Recordaremos ahora que, durante el siglo VII, los misioneros irlandeses inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica privada de la Penitencia. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración de este Sacramento, lo cual anteriormente raramente era posible, y abría así el camino a una recepción regular del mismo. En general, ésta es la forma de penitencia, que la Iglesia ha practicado desde entonces hasta nuestros días.
Con el Sacramento de la Confesión se perdonan todos los pecados cometidos después del Bautismo y ha recibido hasta cinco nombres diferentes como comentaremos a continuación.
Se denomina “Sacramento de la Conversión” porque según el Catecismo de la Iglesia Católica realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión.
A este propósito es interesante recordar las propias palabras del Señor, según el apóstol san Marcos (Mc 1,14-15):
A este propósito es interesante recordar las propias palabras del Señor, según el apóstol san Marcos (Mc 1,14-15):
-Y después que Juan hubo sido entregado, vino Jesús desde Galilea, y allí predicaba el Evangelio de Dios
-y decía que “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: arrepentíos y creed en el Evangelio”
También San Lucas en su Evangelio, recoge esta llamada del Señor en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 18-
-Me levantaré y me iré a mi padre, y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; “no soy digno de llamarme hijo tuyo”; tómame como uno de tus jornaleros
- Y levantándose fuese a su padre. Estando él muy lejos todavía, viole y se le enterneció el corazón, y corriendo hacia él echósele al cuello y se le comía a besos
Respecto a estos dos versículos de la parábola, el Papa Juan Pablo II hizo la siguiente reflexión (16 marzo 1986):
"Jesús quiere enseñarnos que si, por desgracia, alguien traiciona la verdad y la inocencia, huyendo de la casa del Padre, nunca debe desesperar y dejar de contar con el amor de Dios, sino que debe arrepentirse lo antes posible y convertirse.
¡Dios desea la felicidad y la salvación de todos los hombres! ¡Esto debe proporcionarnos una gran seguridad y una gran felicidad! "
¡Dios desea la felicidad y la salvación de todos los hombres! ¡Esto debe proporcionarnos una gran seguridad y una gran felicidad! "
Así mismo, el Papa Juan Pablo II en su “Exhortación Apostólica”, post-sinodal <Reconciliatio et Paenitentia>, nos recordaba que:
“La reconciliación, para que sea plena, exige necesariamente la liberación del pecado, que ha de ser rechazado en sus raíces más profundas. Por lo cual una estrecha conexión interna viene a reunir <conversión y reconciliación>; es impensable disociar las dos realidades o hablar de una, silenciando la otra...
El sínodo ha hablado, al mismo tiempo de la reconciliación de toda la familia humana y de la conversión del corazón de cada persona, de su retorno a Dios, queriendo con ello reconocer y proclamar que la unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La <conversión personal> es la vía necesaria para la <concordia entre las personas> "
El sínodo ha hablado, al mismo tiempo de la reconciliación de toda la familia humana y de la conversión del corazón de cada persona, de su retorno a Dios, queriendo con ello reconocer y proclamar que la unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La <conversión personal> es la vía necesaria para la <concordia entre las personas> "
Es lógico por tanto, que este Sacramento haya recibido también el apelativo de “Sacramento de la Reconciliación”, porque como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia.
Las palabras de San Pablo dirigidas a los corintios con objeto de contrarrestar la labor de un grupo de judaizantes que trataba de minar la labor evangelizadora que él había realizado con esta comunidad, no dejan lugar a dudas, a este respecto (Co II, 5,18-21):
Las palabras de San Pablo dirigidas a los corintios con objeto de contrarrestar la labor de un grupo de judaizantes que trataba de minar la labor evangelizadora que él había realizado con esta comunidad, no dejan lugar a dudas, a este respecto (Co II, 5,18-21):
-Y todo procede de Dios, quién nos reconcilió consigo por mediación de Cristo, y a nosotros nos dio el ministerio de la reconciliación; como que Dios en Cristo estaba reconciliando al mundo consigo, no tomándoles en cuenta sus delitos, y puso en nosotros el mensaje de la reconciliación
-En nombre, pues, de Cristo somos embajadores, como que os exhorta Dios por medio de nosotros. Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, a fin de que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él.
Sí, Jesucristo murió por nosotros, más con su muerte, salvó al hombre de la muerte <eterna>, si cumple con sus preceptos.
Sí, Jesucristo murió por nosotros, más con su muerte, salvó al hombre de la muerte <eterna>, si cumple con sus preceptos.
Es evidente, que Jesús quería que su Iglesia fuera el instrumento de la <Conversión y Reconciliación> de todos los hombres, sin excepción alguna; por nosotros se sometió a su Pasión, Muerte y Resurrección y durante su vida pública perdonaba los pecados de aquellas personas que se acercaban a él con sentimientos de <Conversión y Reconciliación> y se sentaba a la mesa de publicanos pecadores con el deseo de que se convirtieran y reconciliaran con sus enemigos, aún provocando el escándalo de los saduceos y fariseos, porque sabía que aquellas almas estaban abiertas al arrepentimiento.
En cambio, cuando se encontraba con hombres pecadores cerrados a la <Conversión y Reconciliación>, se alejaba de ellos y decía a sus apóstoles que siguieran su ejemplo, como cuando les envió a evangelizar por delante de Él a algunas ovejas de su rebaño (Lc 9,1-5):
En cambio, cuando se encontraba con hombres pecadores cerrados a la <Conversión y Reconciliación>, se alejaba de ellos y decía a sus apóstoles que siguieran su ejemplo, como cuando les envió a evangelizar por delante de Él a algunas ovejas de su rebaño (Lc 9,1-5):
-Habiendo convocado los doce apóstoles, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades
-Y los envió a predicar el Reino de Dios y sanar los enfermos
-Y les dijo: No toméis nada para el camino...
-y en la casa en que entrareis, allí permaneced y de allí salid
-Y cuando quiera que algunos no os acogieren, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies para testimonio contra ellos.
El Papa Juan Pablo II en su “Reconciliatio et Paenitencia”, exhortación Postsinodal, nos advertía que:
“El <secularismo> que por su misma naturaleza y definición, es un movimiento de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de Dios, y que se concreta totalmente en el culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de “perder la propia alma”, no puede menos de minar el sentido del pecado. Este último, se reducirá a lo sumo, a aquello que ofende al hombre.
Pero precisamente aquí se impone la amarga experiencia de que el hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano, por tanto, esperar que tengan consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado.
Pero precisamente aquí se impone la amarga experiencia de que el hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano, por tanto, esperar que tengan consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado.
Se diluye este sentido del pecado en la sociedad contemporánea también a causa de los equívocos en los que se cae al aceptar ciertos resultados de la ciencia humana…
Disminuye fácilmente el sentido del pecado también a causa de una ética que deriva de un determinado relativismo historicista. Puede ser la ética que relativiza la norma moral, negando su valor absoluto e incondicionalmente, y negando, consiguientemente, que puedan existir actos intrínsecamente ilícitos, independientemente de las circunstancias en que son realizados por el sujeto”
El Sacramento de la Reconciliación trasmite y hace visibles de forma inconfundible los valores fundamentales anunciados por la palabra de Dios. Por otra parte, lleva al hombre a cumplir con <la Nueva alianza> que Dios hizo con ellos, encaminándoles, al misterio de la Santísima Trinidad, y a los dones del Espíritu Santo. Precisamente como continua diciendo el Santo Padre (Reconciliatio et Paenitencia, 81, III):
“La madurez de la vida eclesiástica depende en gran parte de redescubrimientos. El Sacramento de la Reconciliación, de hecho, no se circunscribe al momento litúrgico-celebrativo, sino que lleva a vivir la actitud de la <penitencia> en cuanto dimensiones permanentes de la experiencia cristiana, Es un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro con la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación de lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvado, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar”
Para el hombre de hoy el concepto del <reino de Dios>, asimismo, ha dejado de tener sentido, en la mayoría de los casos, e incluso para algunos es algo que no les interesa en absoluto, ello es consecuencia en gran medida de esa falta del sentido del pecado y por tanto del olvido del sacramento de la conversión y la reconciliación.
Es necesario volver a <poner de moda> el concepto del <reino de Dios>, y para ello es conveniente que recordemos que a los seres humanos de todos los tiempos, les ha preocupado su futuro después de la muerte. Por eso los hombres pertenecientes a la secta de los fariseos le preguntaban también al Señor, ¿Cuándo viene el reino de Dios?, y Jesús les respondía así según el evangelio de san Lucas (Lc 17,20-21):
Es necesario volver a <poner de moda> el concepto del <reino de Dios>, y para ello es conveniente que recordemos que a los seres humanos de todos los tiempos, les ha preocupado su futuro después de la muerte. Por eso los hombres pertenecientes a la secta de los fariseos le preguntaban también al Señor, ¿Cuándo viene el reino de Dios?, y Jesús les respondía así según el evangelio de san Lucas (Lc 17,20-21):
- ni dirán:<Aquí está>, o <Allí>; mirad que el reino de Dios está dentro de vosotros
Muchos teólogos han tratado de profundizar sobre el concepto del < reino de Dios>, en este sentido, es necesario destacar al Papa Benedicto XVI , el cual en su libro <Jesús de Nazaret> hace un análisis profundo sobre algunas de las teorías desarrolladas por hombres tan ilustres como, Orígenes (siglo III), el cual dio la siguiente interpretación mística, en total acuerdo con las palabras de Jesús:
“el reino de Dios se encuentra esencialmente en el interior del hombre”
Otra interpretación del <reino de Dios>, más actual, nos dice el Papa en este mismo libro, tiene un carácter <eclesiástico> y en ella el <reino de Dios> y la Iglesia se relacionan entre sí de diversas maneras, estableciendo una mayor o menor identificación.
De cualquier forma, las palabras del Señor fueron muy claras en este sentido y por ello como nuestro Papa, dice también, aunque en los siglos XX y XXI se ha tendido a interpretar de ésta última forma el <reino de Dios>, lo cierto es que nunca se ha abandonado la interpretación centrada en la interioridad del hombre y en la conexión con Cristo.
Y así debe ser, porque el hombre es reo de sus propias culpas y nunca debe olvidar que su salvación depende de sí mismo, con la ayuda del Espíritu Santo.
Y así debe ser, porque el hombre es reo de sus propias culpas y nunca debe olvidar que su salvación depende de sí mismo, con la ayuda del Espíritu Santo.
Este Sacramento también se ha denominado de la <Penitencia>, porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte de aquellos hombres que hayan pecado, según el Catecismo de la Iglesia Católica.
Se ha llamado, por otra parte, Sacramento de la Confesión, porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de esta Sacramento, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.
Precisamente el Papa Juan Pablo II, recordó a todos sus pastores que para ser buenos confesores debían de ser a su vez, buenos penitentes, con estas palabras:
“Los sacerdotes saben que son depositarios de una potestad que viene de lo alto: de hecho el perdón que trasmiten es signo eficaz de la intervención del Padre, que hace resucitar de la muerte espiritual”.
Es necesaria la confesión y es palabra de Dios que quien no hace penitencia se condenará. Dios así lo ha establecido, para quien ha pecado mortalmente después del bautismo. Dios dice al penitente <arrepiéntete de tus pecados>.
El confesor a su vez ha de perdonar, pero ¿Cómo podrá perdonar, si no sabe que perdonar? y ¿Cómo lo sabrá si el penitente no lo declara?
Dios ha dicho además al confesor, <perdona y calla>, lo cual quiere decir que el confesor tiene obligación de perdonar los pecados siempre que el penitente se presente y confiese con las condiciones que se requieren para una buena confesión.
También le ha dicho <calla>, o sea que el confesor no puede manifestar absolutamente nada, ni el más leve pecado venial, que sepa solo y exclusivamente por la confesión, aunque este silencio tuviera que costarle la vida, es lo que se denomina <sigilo sacramental o secreto arcano>. El Código del Derecho Canónico indica que de ser violado, el sacerdote queda automáticamente excomulgado (Canon 983,1). Por otra parte, ocultar conscientemente algún pecado al confesor invalida la confesión.
Por último este Sacramento también ha recibido el nombre del <Perdón>, porque por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el <perdón y la paz>. El sacerdote con facultad de absolver, después de haber indicado la penitencia, y haber dado consejos apropiados si le pareciera oportuno, o si el penitente mismo lo pide, dará la absolución. Mediante la absolución el sacerdote, teniendo la necesaria jurisdicción, restituye la gracia perdida por el pecado. La <formula de absolución> utilizada en la Iglesia latina, en el momento actual, tiene en cuenta el hecho fundamental de que es el Padre la fuente de todo perdón:
“Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo” (CIC 1449).
Juan Pablo II en su Carta Apostólica en forma de <Motu proprio>, “Misericordie Dei”, dice en este sentido lo siguiente:
“La Iglesia ha visto siempre un nexo esencial entre el juicio confiado a los sacerdotes y la necesidad de que los penitentes manifiesten sus propios pecados, excepto en caso de imposibilidad. Por tanto, la confesión completa de los pecados graves, siendo por institución divina, parte constitutiva del Sacramento, en modo alguno puede quedar confiada al libre juicio de los pastores (dispensas, interpretaciones, costumbres locales, etc.).
La autoridad eclesiástica competente sólo <especifica>, en las relativas normas disciplinarias, los criterios para distinguir la imposibilidad real de <confesar los pecados>, respecto a otras situaciones en las que la imposibilidad es únicamente aparente o, en todo caso, superable”
Estas advertencias las hacia el Santo Padre, en el año 2002 y se hicieron públicas en la Sala de Prensa de la Santa Sede, para llamar la atención sobre algunas leyes canónicas vigentes respecto a la celebración del Sacramento de la Penitencia y del Perdón, debido a que como él mismo denuncia, las circunstancias de aquel momento así lo requerían y atendiendo a las solicitudes, llenas de preocupación, de numerosos hermanos de la Iglesia Católica.
Sería deseable que después de tanto tiempo transcurrido, desde aquel momento preocupante para el Papa, algunos de los motivos que le impulsaron a hacer aquellas advertencias, hubieran desaparecido, para beneficio de la Iglesia Católica.
Siempre debemos tener en cuenta el hecho de que el <Gran Penitente> es Jesucristo, por su <Pasión, Muerte y Resurrección>. Es por ello que también nosotros debemos expiar nuestros pecados, para colaborar con el Señor en nuestra propia salvación, tal como dijo San Pablo a los romanos en su carta (Rm, 3,21-26):
"Ahora, empero, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, abonada por el testimonio de la ley y de los profetas / pero una justicia de Dios mediante la fe de Jesucristo, para todos y sobre todos los que creen: pues no hay distinción / Porque todos pecaron, y se hallan privados de la gloria de Dios / justificados como son gratuitamente por su gracia, mediante la redención que se da en Cristo Jesús, / al cual exhibió Dios como monumento expiatorio, mediante la fe, en su sangre, para demostración de su justicia, a causa de la tolerancia con los pecados precedentes / en el tiempo de la paciencia de Dios; para la demostración de su justicia en el tiempo presente, con el fin de mostrar ser <El Justo> y quién <justifica> al que radica en la fe de Jesús"
Y es, que la justicia de Dios se alcanza por la fe, y en este pasaje de la carta a los romanos, San Pablo nos muestra de modo maravilloso su soteriología, es decir su concepto teológico sobre la obra redentora de Cristo, por su sacrificio. Por ello, no debemos tener miedo de las <tentaciones> que nos pueden llevar al pecado pues como leemos en el libro “Imitación de Cristo” de Tomas de Kempis. Capítulo XIII:
“Ninguno hay tan santo ni tan perfecto que no sea algunas veces tentado. Más son las tentaciones muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y enojosas: porque en ellas es humillado, purgado y enseñado. Todos los santos por muchas tribulaciones y tentaciones pasaron, y aprovecharon; y los que no quisieron sufrir bien las tentaciones, fueron habidos por malos, y desfallecieron. No hay orden tan santa ni lugar tan secreto, donde no haya tentaciones y adversidades…
Muchos quieren huir las tentaciones, y caen en ellas más gravemente. No se puede vencer con solo huir, mas con paciencia y verdadera humildad somos hechos más fuertes que todos los enemigos…
Por eso no debemos desesperar cuando somos tentados, mas antes rogar a Dios con mayor fervor que tenga por bien de nos ayudar en toda tribulación. El cual sin duda (según el dicho de San Pablo) nos pondrá tal remedio que la podamos sufrir y salgamos de ella con provecho. Pues así es, humillemos nuestras ánimas debajo de la mano de Dios en toda tribulación y tentación, que El salvara y engrandecerá a los humildes de espíritu”
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