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jueves, 6 de junio de 2013

JESÚS DIJO: HOY SE CUMPLE ENTRE VOSOTROS ESTA ESCRITURA



 
 


El Señor vino a salvar a todos los hombres, el don de la fe es universal. Desde los primeros momentos de su vida pública, Jesús lo manifestó así, aún a costa de ser rechazado por los suyos, por el pueblo de Israel, como le sucedió,  cuenta San Lucas en su Evangelio, tras el ayuno y tentaciones del diablo en el desierto, cuando trataba de evangelizar a las gentes de Galilea.

Habiendo llegado a Nazaret de Galilea, ciudad en la que se había criado, se dirigió a la Sinagoga, donde los judíos tenían costumbre de orar y leer los Escritos Sagrados. Era sábado, por tanto, sería mucha la gente que allí estaba y cuando le correspondió su turno se levantó y leyó en el volumen correspondiente aquella parte de la historia del pueblo israelita que recordaba la llegada del Mesías, y después les dijo:



“Hoy se cumple entre vosotros esta escritura”. Y nadie se extrañó por sus palabras, al contrario, asentían y se admiraban, porque eran palabras de gracia.

Algunos, sin embargo, le reconocieron como el hijo de José, carpintero de Nazaret, y entonces Él les dijo: “Seguramente me aplicareis este proverbio, <médico, cuídate a tí mismo; cuanto oímos realizado en Cafarnaúm, hazlo también aquí, en tu patria>. Ellos callaban, pero empezaban a estar inquietos y quizás hasta un poco atemorizados, porque Jesús había leído sus pensamientos. Entonces el Señor les habló de nuevo y les dijo algo que les soliviantó y les llenó de ira (Lc 4, 24-27):

-En verdad os digo que ningún profeta es acepto en su patria.

-De verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino grande hambre sobre toda la tierra.

-Y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Serepta, ciudad de Sidonia a una mujer viuda.

-Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo profeta, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio.

 


Entonces estallaron en gritos e imprecaciones, porque con sus palabras, Jesús estaba mostrando que el mensaje salvador era universal, porque Dios ama a todos sus hijos, en especial a aquellos que le escuchan y siguen sus mandatos, y no le importa la nacionalidad, la raza o de la clase que sean.
Pero a los judíos aquella idea les llenó de cólera y arrojaron a Jesús fuera de la ciudad y poco faltó para que lo despeñaran colina abajo.

Entonces, sí, el Señor hizo el milagro que antes ellos le habían solicitado, pues pasó entre ellos y nadie fue capaz de tocar un solo pelo de su cabeza. Los había derrotado moralmente y el milagro se había producido dejándolos inermes ante su presencia, y Él marchó tranquilamente, dirigiéndose a otro lugar para seguir evangelizando.



Este episodio de la vida pública de Cristo fue narrado por los tres evangelista sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero la novedad del Evangelio de San Lucas está en el hecho de haberlo colocado casi al principio de su vida pública, en concreto después del ayuno y tentaciones del Señor, cuando realmente luego reconoce en el texto que los judíos de Nazaret conocían sobradamente las maravillas y  milagros realizadas en Cafarnaúm por Jesús. La intención del evangelista podría haber sido, según algunos exegetas, destacar este evento en el que se observa una aptitud salvadora hacia todos los hombres, la cual se repetiría a lo largo de todo su Mensaje.

Es significativo, por otra parte, el hecho de que a Jesús le tocara leer en el volumen sagrado, aquella parte del Antiguo Testamento en que se anuncia de forma clara y rotunda la llegada del Mesías entre el pueblo de Israel, cuando se levantó  en la Sinagoga de Nazaret.

Se trataba del texto en que el gran profeta Isaías anunciaba de forma expeditiva la <Buena Nueva de Sión> (Is 61, 1-2). Nuestro Señor Jesucristo estaba hablando de sí mismo, al descifrar este oráculo en Nazaret, tal como recuerda el evangelista San Lucas (Lc 4, 16-21):



-Y fue a Nazaret, donde se había criado, y entró, según su costumbre, el día de sábado en la sinagoga, y se levantó a leer

"Y le fue entregado el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar en que estaba escrito / El espíritu del Señor, Yahveh, está sobre mí, por cuanto me ungió; para evangelizar a los pobres  me ha enviado, para pregonar a los cautivos remisión, y a los ciegos, vista; para enviar con libertad a los oprimidos / para pregonar un año de gracia del Señor / Y habiendo arrollado el volumen, lo entregó al ministro y se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban clavados en Él / Y comenzó a decirles que <Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír"

Cuando Jesús dice el <El espíritu de Yahveh, está sobre mí, por cuanto me ungió>, en forma metafórica está avisando al pueblo de Israel y al mundo entero, a través de los siglos, del hecho de que el Creador le ha mandado a los hombres con una misión sagrada, esto es, para evangelizarlos y


conducirlos por su Pasión Muerte y Resurrección hacia la salvación.

Por otra parte, antes de su Ascensión al cielo, encargó a sus discípulos, y muy especialmente a sus Apóstoles, que siguieran con esta labor evangelizadora, pero les pidió, así mismo, que antes de iniciarla esperaran la llegada del Espíritu Santo que les iba a enviar, como así fue durante la fiesta de Pentecostés (Primitivamente se denominaba fiesta de las semanas; tenía lugar después de la recolección de la cebada, y antes de comenzar la del trigo).

Jesucristo llamó también al Apóstol San Pablo de manera muy especial, con la misión principal de evangelizar a los paganos, esto es, los que no pertenecían al pueblo judío o pueblo de las promesas, precisamente porque quería que todos los hombres tuvieran la oportunidad de conocer su Mensaje Salvador.

San Pablo comprendió enseguida lo que el Señor esperaba de él y se esforzó al máximo para cumplir con tan dura misión, eligiendo a su vez entre sus seguidores algunos discípulos especiales como Timoteo, para que prosiguieran su labor allí donde él no podía permanecer y aún cuando él hubiera muerto, avisándoles de las enormes dificultades que se les presentarían, debidas, en gran parte, a las numerosas herejías que estaban ya surgiendo y que en el futuro aumentarían (I Tim -Primera parte- 4, 1-3):


"Mas el Espíritu abiertamente dice que en tiempos posteriores apostatarán algunos de la Fe, dando oídos a espíritus seductores y a doctrinas de demonios / inducidos por la hipocresía de algunos impostores, que llevan marcado con fuego en su conciencia el estigma de su ignominia / que proscribirán el matrimonio y el uso de manjares, que Dios crió para que los tomasen con hacimiento de gracias los fieles, que son los que han conocido plenamente la verdad / Porque toda criatura de Dios es buena, y nada hay que merezca repudiarse, como se tome con hacimiento de gracias / pues santificase por la palabra de Dios y por la oración"
 
 


Sí, porque la palabra de Dios es la que santifica los alimentos, nos explica la verdadera naturaleza de los mismos, como obra que son de Él, y prescribe su recta utilización para su mayor gloria.

Por otra parte, cuánta razón tenía San Pablo; después de más de veinte siglos desde que escribiera estas palabras proféticas, las mismas siguen cumpliéndose, y tal como sucede en el momento actual de la historia del hombre, han conducido a una situación extrema de crisis de fe, denunciada por el Papa Benedicto XVI en su Carta Apostólica, en forma de motu proprio “Porta Fidei” (Dada en Roma el 11 de octubre de 1911):
“Desde el comienzo de mi ministerio como sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…

Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de sus compromisos, al mismo tiempo que siguen considerando  la fe como un presupuesto obvio de la vida común.

De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirada por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas…


Debemos, de nuevo, encontrar el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (Jn 6, 51).

En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: <Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna> (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que le escuchaban es también hoy la misma para nosotros: ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6, 28). Sabemos  la respuesta de Jesús: <La obra de Dios es ésta: que creáis en él que ha venido> (Jn 6, 29).
Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación…"


Sí, porque Jesucristo como Dios-Hombre tiene todo el poder y el derecho a intervenir, a legislar, a juzgar, a ser obedecido, en todos los órdenes de la vida humana, como nos recuerda el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel y la respuesta que dio Jesús a Pilatos cuando éste le preguntó ¿Eres Tú el Rey de los judíos?:
 
 


<Sí, yo soy rey, para eso he nacido y venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad>, es concluyente. Pero su reino no es de este mundo, es decir, no es un reino temporal; es el reino de la verdad y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la justicia, del amor y de la paz.

El Papa Benedicto XVI en su Carta  <Porta Fidei>, nos recuerda también a todos los fieles que para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe  debemos recurrir siempre al Catecismo de la Iglesia Católica:
“Precisamente en este horizonte, el <Año de la Fe>, deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemáticamente y orgánicamente, en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia.

Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes de su vida de fe”

Gran elogio del Papa Benedicto XVI, el cual nos recuerda así mismo en su Carta Apostólica que este Catecismo de la Iglesia Católica es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II; surgido del deseo de los Padres del sínodo de Obispos convocado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1985 (vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II), los cuales  manifestaron a su Santidad el Papa que deseaban <fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe, como sobre la moral, el cual pudiera ser considerado como un texto de referencia para los Catecismos o compendios que se redactaban en los diversos países>.
 
 


Por su parte el Papa Juan Pablo II tomó muy en cuenta las consideraciones de los Padres Sinodales, y  comprendiendo que este proyecto respondía a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, lo apoyó desde el primer momento. Como resultado de los incansables trabajos llevados a cabo por una Comisión de Cardenales y Obispos, presidida por el Cardenal Joseph Ratzinger y junto a ella de un Comité de redacción formado por siete Obispos de diócesis expertos en teología y catequesis, vio la luz este ambicioso deseo.

El trabajo fue objeto de una amplia consulta a todos los Obispos católicos, a sus Conferencias Episcopales o Sinodales, a institutos de teología e institutos de catequesis, y en conjunto, se puede decir que, recibió una excelente acogida de todos ellos. La conclusión de todo esto es que este Catecismo <refleja la naturaleza colegial del Episcopado y atestigua la catolicidad de la Iglesia>.

El prólogo de este magnífico Catecismo nos muestra en boca del mismo Jesucristo y de sus enviados, aquello que vamos a encontrar dentro como fruto de los trabajos realizados en el Concilio Vaticano II ((Prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica. Versión oficial en español preparado por un grupo de teólogos y catequistas, presidido por el Arzobispo Karlic <Paraná- Argentina> y el Obispo Medina <Rancagua- Chile> 1992)):

“Padre, ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3). <Dios, nuestro Salvador…quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad> (I Tim 2, 3-4). <No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12) sino el nombre de JESÚS>”
 
 
 


Como asegura el Papa Benedicto XVI, el cual tuvo una participación importantísima en el alumbramiento del actual Catecismo de la Iglesia Católica, <a través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta en él no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia>.

En su día,  otros Pontífices de la Iglesia comprendieron  que la evangelización de los pueblos, requerían del apoyo inestimable del Catecismo. Uno de estos Pontífices fue San Pio X (Giuseppe Sarto; 1903-1914), el cual en su Carta Encíclica <Acerbo nimis>, motivada por los males que aquejaban a la sociedad de su época, destacó  la ignorancia de la religión por parte de un gran número de sus feligreses, la indiferencia a las verdades de la religión de los mismos, incluso de aquellos que se consideraban católicos, y por supuesto, las malas pasiones y la mala vida, que engendraba esta ignorancia.

Como consecuencia de todo esto, el Papa Pio X, defendió la <Necesidad de la instrucción religiosa y sus beneficios>. Es interesante recordar también, aunque no sea más que brevemente, algunas de las cosas que a este propósito dijera  éste Papa santo, porque si nos detenemos a pensarlo, las ideas y juicios de la sociedad que a él le tocó vivir, son  “embriones” de los que ahora se defienden en este siglo (Acerbo Nimis; Pio X. Dada en Roma el 15 de abril de 1905):
 
 


“Los secretos designios de Dios Nos han levantado de Nuestra pequeñez al cargo de Supremo Pastor de toda la grey de Cristo en días bien críticos y amargos, pues el enemigo de antiguo anda alrededor de este rebaño y le tiende lazos con tan pérfida astucia, que ahora, principalmente, parece haberse cumplido aquella profecía del Apóstol a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: Sé que os han asaltado lobos feroces que destrozan el rebaño (Hechos 20, 29).

De este mal que padece la religión no hay nadie, animado del celo de la gloria divina, que no investigue las causas y razones, sucediendo que, como cada cual las habla diferentes, propone diferentes medios, con forme a su personal opinión, para defender y restaurar el Reino de Dios en la tierra.

No prescribimos, Venerables Hermanos, los otros juicios, más estamos con los que piensan que la actual depresión y debilidad de las almas, de que resultan los mayores males, provienen, principalmente, de la ignorancia de las cosas divinas.

Esta opinión concuerda enteramente con lo que Dios mismo declaró por su profeta Oseas: No hay conocimiento de Dios en la tierra. La maldición, y la mentira, y el homicidio, y el robo, y el adulterio lo han inundado todo; la sangre se añade a la sangre por cuya causa se cubrirá de luto la tierra y desfallecerán todos los moradores (Os 4, 1 ss)”

Son las palabras del Papa Pio X, con las que expresa la <dolorosa comprobación> del mal estado de la sociedad en la que se debatía su grey. Sin querer ser agoreros nos preguntamos ¿acaso no nos suenan de algo las denuncias de este santo Papa?

Sí, la sociedad de este recién estrenado siglo XXI, ha heredado, por desgracia, los vicios y malas costumbres de los siglos anteriores, propagados a raíz de un modernismo mal entendido, en el cual han confluido casi todas las herejías de la historia del hombre, y si seguimos así los males de otras épocas, serán superados con creces.

 
 


Es por eso, que el Papa Benedicto XVI ha querido  recordarnos a todos los cristianos la necesidad de volver a los orígenes de la Iglesia, esto es, la vuelta a Cristo, tal como hicieron otros Papas anteriores, y para ello es necesario, principalmente, que los niños y jóvenes de las nuevas generaciones, pero también los adultos y los ancianos, recuerden o aprendan por primera vez, los fundamentos de la religión católica.

El Papa en su Carta <Porta Fidei>, asegura que para conocer de forma sistemática el contenido de la fe, es necesario leer el Catecismo de la Iglesia Católica y asegura finalmente que éste será un instrumento de apoyo a la fe extraordinario.

A este respecto, es interesante recordar que en el periodo de tiempo comprendido entre los años finales del siglo XVII y principios del siglo XX surgieron distintas corrientes de opinión muy críticas con el Mensaje Divino, de las que fueron protagonistas tanto exégetas, como teólogos, filósofos y eruditos en general que apostaban por la <modernización de la Iglesia Católica>, como si ello tuviera algún sentido, siendo la Iglesia Católica, como es, una institución creada por Nuestro Señor Jesucristo, totalmente atemporal y única por todos los siglos.

Ya el Papa San Pio X encontrándose con un ambiente social tan negativo, supo enfrentarse con gran valor y cordura a la situación, con objeto de que los errores que, algunos grupos, trataban de propagar en el seno de la Iglesia, fueran erradicados; para ello, escribió varias Cartas Encíclicas condenando claramente el agnosticismo del que hacían gala aquellos que habían adoptado los ideales del <modernismo>.

El Pontificado de Pio X se caracterizó por tanto, por la renovación de la vida cristiana y la insistente necesidad de alentar y reformar la enseñanza de la fe y para esto, además de su predicación orar, decidió elaborar un Catecismo nuevo que tuvo gran influencia sobre los creyente durante un largo periodo de tiempo, al igual que tuvo su Carta Encíclica < Acerbo Nimis> mencionada anteriormente, en la cual hacia defensa de la enseñanza del Catecismo:
 


“Acaso no falten sacerdotes que, deseosos de ahorrarse trabajo, creen que las homilías satisfacen la obligación de enseñar el Catecismo. Quienquiera que reflexione, descubrirá lo erróneo de esta opinión, porque la predicación del Evangelio está destinada a los que ya poseen los elementos de la fe. Es el pan, que debe darse a los adultos.

Más por el contrario, la enseñanza del Catecismo es aquella leche, que el Apóstol San Pedro quería que todos los fieles desearan sinceramente, como los niños recién nacidos. El oficio, pues, de catequista consiste en elegir alguna verdad relativa a la fe y a las costumbres cristianas, y explicarla en todos  sus aspectos.

Y como el fin de la enseñanza es la perfección de la vida, el catequista ha de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen realmente; después de lo cual, y sacando oportunamente algún ejemplo de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia o de la vida de los Santos, ha de aconsejar a sus oyentes, como si les enseñara con el dedo, la norma a la que deben ajustar la vida, y terminará exhortando a los presentes a huir de los vicios y practicar las virtudes”  

Virtud y claridad son los dones empleados por el santo Papa en su análisis del trabajo del catequista, y todavía sigue explicando el Pontífice, en esta misma Carta, que el oficio del buen catequista, no es tarea grata para aquellas personas que se encuentran sometidas a las pasiones, y denuncia los males que se derivan de la <dejadez en la enseñanza de la Doctrina cristiana>; porque si es cosecha vana esperar cosecha en tierra no sembrada ¿Cómo esperar generaciones adornadas de buenas obras, si oportunamente no fueron instruidas en la doctrina cristiana?

Es la pregunta que también se hacia el Papa Benedicto XVI, el cual como sus antecesores ha comprendido que la sociedad de hoy, al igual que sucediera en épocas anteriores, está falta de fe; como dijo San Pablo a los romanos refiriéndose a los judíos que rehusaban creer en el Evangelio (Rom 10, 14-17):



"¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quién no creyeron? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin predicador? / ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: ¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian el bien! / Pero no todos obedecieron el Evangelio. Pues Isaías dice: Señor, ¿quién creyó a nuestra predicación? / Así pues, la fe por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo"

Sí, la fe es universal y todos los seguidores de Cristo estamos obligados a dar a conocer el mensaje del Mesías, cada uno en la medida de sus posibilidades, con las herramientas que el Espíritu Santo pone en sus manos, porque  nos lo  pidió Nuestro Señor Jesucristo (Papa Benedicto XVI ;Jornadas mundial de las Misiones. Vaticano 29 de abril de 2006):

“¿No es esta la misión de la Iglesia en todos los tiempos? Entonces no es difícil comprender que el auténtico celo misionero, compromiso primario de la comunidad eclesial, va unido a la fidelidad al amor divino, y esto vale para todos los cristianos, para toda comunidad local, para las Iglesias particulares y para todo el pueblo de Dios…
Así pues, ser misionero significa amar a Dios con todo nuestro ser, hasta dar, si es necesario, incluso la vida por Él. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, también en nuestros días, han dado el supremo testimonio de amor con el martirio! Ser misionero es entender, como el buen samaritano, las necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque quién ama con el corazón de Cristo no busca su propio interés, sino únicamente la gloria del Padre y el bien del prójimo.



Aquí reside el secreto de la fecundidad apostólica de la acción misionera, que supera las fronteras y las culturas, llega a los pueblos y se difunde hasta los extremos confines del mundo”

 

   

 

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