En efecto, como
última página de los relatos de la infancia del Señor, antes del comienzo de la
predicación de Juan Bautista, el evangelista Lucas pone el episodio de la
peregrinación de Jesús adolescente al Templo de Jerusalén. Según el Papa
(Audiencia General del Papa Juan Pablo II Miércoles 15 de enero de 1997), este
pasaje del evangelio de San Lucas arroja luz sobre los largos años de la vida
oculta de Jesús en Nazaret. El hecho aquí narrado tuvo lugar, cuando Jesús solo
tenía doce años y el evangelista lo expone de forma sencilla, pero atractiva,
recreando con total fidelidad y compresión la importancia del acontecimiento (Lc 2,
40-52):
"El niño crecía
y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él / Iban sus
padres cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua / Y cuando fue de
doce años, habiendo ellos subido, según la costumbre de la fiesta / y acabados los
días, al volverse ellos, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que lo
advirtiesen sus padres / Y creyendo
ellos que Él andaría en la comitiva, caminaron una jornada; y le buscaban entre
los parientes y conocidos / y no
hallándole, se tornaron a Jerusalén para buscarle / Y sucedió que
después de tres días le hallaron en el Templo, sentado en medio de los
maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas / y se pasmaban
todos los que le oían de su inteligencia y de sus respuestas / Y sus padres,
al verle, quedaron sorprendidos; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué lo hiciste
así con nosotros? Mira tu padre y yo, llenos de aflicción, te andábamos buscando / Dijoles Él:
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en casa de mi padre? / Y ellos no
comprendieron lo que les dijo / Y bajó en su
compañía y se fue a Nazaret, y vivía sometido a ellos. Y su madre guardaba
todas estas cosas en su corazón / Y Jesús
progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los
hombres"
El Beato Papa Juan Pablo II, en la Audiencia
mencionada anteriormente, indica que Jesús con la respuesta que dio a su Madre
angustiada, reveló el motivo de su comportamiento. María había dicho:
<<Tu padre>>, designando a José; Jesús responde <<Mí
Padre>>, refiriéndose al Padre celestial.
Por su parte, la Virgen María, como madre que era, había experimentado, al igual que su esposo, San José, una gran inquietud con la desaparición del Niño Jesús, pero aceptó por la fe sus palabras, tal como se indica en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 534):
“El hallazgo
del Niño en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los
Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever con ello su
filiación divina. María y José no comprendieron sus palabras, pero las
acogieron con fe y María conservaba cuidadosamente todas las cosas en su
corazón, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el
silencio de la vida ordinaria”
Por
tanto, si buscas la razón de la venida de Cristo acude simplemente al primer
libro de la Escritura. En seis días hizo Dios el mundo. Pero este existe para
el hombre. Resplandece el Sol con sus fulgores espléndidos: fue hecho para que
luzca a favor del hombre. Todos los animales fueron hechos para nuestro
servicio; y las hierbas y los arboles fueron creados para que los utilizásemos.
Son todas criaturas buenas, pero ninguna de ellas es imagen de Dios excepto
únicamente el hombre. Una simple orden hizo el Sol, mientras que el hombre fue
formado por las manos de Dios: <Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como
nuestra semejanza> (Gen 1, 26).
“Nuestro Señor
Jesucristo se revistió en aquel entonces de la naturaleza humana, pero esto era
desconocido de muchos. Cuando Él, sabiendo que se ignoraba, lo quería enseñar,
reuniendo a sus discípulos les preguntaba ¿quién dicen los hombres que es el
Hijo del Hombre? (Mat 16, 13)”
Solamente
Pedro, el cual, más tarde, sería elegido por Jesús como <Cabeza de su
Iglesia>, contestó con rotundidad (Mc 16, 16):
<Tú eres
Cristo. El Hijo de Dios vivo>
Y la respuesta
del Apóstol hizo clamar al Señor (Mat 16, 17):
<Bienaventurado
eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos>
Pero ¿de quién habría aprendido
Jesús el amor a las <cosas> de su Padre? se pregunta el Papa Benedicto
XVI en su mensaje del <Ángelus>, durante la fiesta de la Santa Familia de
Nazaret, celebrada en la plaza de Roma, el domingo 27 de diciembre de 2009. La
respuesta a esta pregunta la razona así el Santo Padre:
“Ciertamente,
como Hijo tenía un conocimiento íntimo de su Padre, de Dios, una profunda
relación personal y permanente con Él, pero, en su cultura concreta, seguro que
aprendió de sus padres (de la tierra),
las oraciones, el amor al Templo y a las instituciones de Israel. Así pues,
podríamos afirmar que la decisión de Jesús de quedarse en el Templo era fruto
sobre todo de la educación recibida de María y de José. Aquí podemos vislumbrar
el sentido auténtico de la educación cristiana: es el fruto de una colaboración
que siempre se ha de buscar entre los educadores y Dios. La familia cristiana
debe ser consciente de que los hijos son don y proyecto de Dios. Por tanto, no
pueden considerarse como una posesión propia, sino que, sirviendo en ellos al
plan de Dios, está llamada a educarlos en la mayor libertad, que es
precisamente la de decir <sí> a Dios para hacer su voluntad”.
Sí, porque como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Hay que formar
la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es
recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero
querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es
indispensable a los seres humanos sometidos a influencias negativas y tentadas
por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas
autorizadas”
El Papa Benedicto XVI, siendo aún el cardenal Ratzinger se enfrentó con valentía a estas teorías, cuando por una experiencia propia, se dio cuenta de que la <conciencia errónea> tenía como argumento principal la idea de que ésta pretendía proteger al hombre de las <onerosa> exigencia de la verdad, para conducirle a la salvación. Más aún, según estas teorías esta <conciencia> dispensaría de tener que conocer la verdad, transformándose en la justificación de la subjetividad, que no admite el cuestionamiento, y por otra parte, conduciría a la justificación del conformismo social.
Ante tan tremendos dislate el cardenal Ratzinger (Papa Benedicto XVI) se manifestó en los términos siguientes:
En el Salmo
(19, 13), se contiene este aserto, siempre merecedor de ponderación <<
¿Quién advierte sus propios errores? ¡Líbrame de las culpas que no
veo!>>. Esto no es objetivismo veterotestamentario, sino la más honda
sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la
conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más
peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal.
Quien ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que
quien todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se
halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión.
No en vano, en el encuentro con Jesús, el que auto-justifica aparece como quien se encuentra realmente perdido. Si el publicano, con todos sus innegables pecados, se halla más justificado que el fariseo con todas sus obras realmente buenas (Lc 18, 9-14), eso no se debe, a que en cierto sentido, los pecados del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del fariseo no sean verdaderamente buenas obras. Esto tampoco significa de ningún modo que el bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia.
“La educación
de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años
despierta el niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida
por la moral. Una educación prudente enseña la virtud, preserva o sana del
miedo, del egoísmo, del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad, y
de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas
humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz
del corazón”
A este respecto el Papa Juan Pablo II en el <Te Deum> de
acción de gracias en la Iglesia <Del Gesu> que tuvo lugar el domingo 31
de diciembre de 1978, destacaba las bondades de la familia de Jesús con estas
palabras: “Las páginas
del Evangelio describen muy concisamente la historia de esta Familia. A penas
logramos conocer algunos acontecimientos de su vida. Sin embargo, aquello que
sabemos es suficiente para comprometer los momentos fundamentales de la vida de
cada familia, y para que aparezca aquella dimensión a la que están llamados
todos los hombres que viven la vida familiar: padres, madres, esposos, hijos.
El Evangelio (Lc 2, 40-52) nos muestra, con gran claridad, el perfil educativo
de la familia. <Bajó con ellos, y
vino a Nazaret, y les estaba sujeto…>. Es necesario, en los niños y en edad
juvenil, esta sumisión, obediencia, prontitud para aceptar los maduros consejos
de la conducta humana familiar. De esta manera también <se sometió Jesús>
y con esta <sumisión>, con esta prontitud del niño para aceptar los
ejemplos del comportamiento humano, deben medir los padres toda su conducta.
Este
es el punto particularmente delicado de su responsabilidad paterna, de su
responsabilidad en relación con el hombre, de este pequeño hombre que irá
creciendo progresivamente, confiado a ellos por el mismo Dios. Deben tener
presente también todos los acontecimientos acaecidos en la familia de Nazaret
cuando Jesús tenía doce años, esto es, ellos educaron a su hijo no sólo para
ellos, sino para Él, para los deberes que posteriormente asumiría, Jesús a la
edad de doce años respondió a María y José: ¿No sabíais que es preciso que me
ocupe de las cosas de mi Padre? (Lc 2,49)”
“Al dejar
partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de
permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que
lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos,
mediante el anuncio de su Pasión. Según el relato de Lucas, en el viaje de
regreso de María y José a Nazaret, después de una jornada de viaje, preocupados
y angustiados por el Niño Jesús, lo buscan inútilmente entre sus parientes y
conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el Templo, quedan
asombrados porque le ven <sentado en medio de los doctores escuchándoles y
preguntándoles>. Su conducta es muy diferente de la acostumbrada. Y
seguramente el hecho de encontrarlo el
tercer día revela a sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su
misión.
Jesús asume el
papel de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras
que despiertan admiración: <Todos los que le oían estaban estupefactos por
su inteligencia y sus respuestas>. Manifestando una sabiduría que asombra a
los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una
característica de su Misión salvífica”
“Oye, hijo mío
mis palabras, palabras suavísimas que exceden a toda ciencia de los filósofos y
de los letrados. Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden pensar por
humano seso. No se deben traer al sabor del paladar; más se deben oír en
silencio, recibirse con humildad y con gran deseo de decir: Bienaventurado es,
Señor, el que tú enseñares y mostrares tu ley, porque lo guardes los días malos y no sea desamparado en la
tierra (Sal 94, 12-13)”.
Sí, porque como
aseguraba nuestro actual Papa, cuando aún era Cardenal, refiriéndose al
encuentro de San Pablo con el Señor, las palabras de Dios cambiaron totalmente
su vida, al alejarse del mal, para seguir el trabajo apostólico que le había
encomendado (Dios está cerca. Joseph Ratzinger. Crónica Editorial S.L. 2011):
“El encuentro
de San Pablo con Cristo en el camino de Damasco, revolucionó literalmente su
vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su
trabajo apostólico. En sus Cartas, después del nombre de Dios, que aparece más
de 500 veces, el nombre mencionado con más frecuencia es el de Cristo (380
veces).
Por consiguiente, es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo
puede influir en la vida de una persona, y por tanto, también en nuestra propia
vida, En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y,
por tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con
las demás religiones”
El Papa Juan Pablo II así se lo hizo saber, por ejemplo, al pueblo de Colombia en su visita a este país (Homilía del Santo Padre Juan Pablo II. Parque Simón Bolívar de Bogotá 1986):
“Sé que
vuestros Pastores os han puesto en guardia contra los peligros a los que hoy
está expuesta la familia. Me uno a ellos en esta urgente y noble tarea pastoral de procurar a
la familia una formación adecuada para que sea agente insustituible de la
evangelización y base de la solidaridad y de la paz en la sociedad. Damos
gracias porque <hay familias, verdaderas Iglesia domésticas>, en cuyo
seno se vive la Fe y se da buen ejemplo de amor, de mutuo entendimiento y de
irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en la diócesis. ¡Sí! la
familia cristiana es el primer centro de evangelización, es también <la
escuela del más rico humanismo> (Gaudium et Spes 52), y como tal, es
inagotable cantera de vocaciones cristianas y formadora de hombres y de
mujeres, constructores de la justicia y de la paz universal en el amor de
Cristo”
Hace referencia
el Santo Padre al Concilio Vaticano II
(Gaudium et Spes. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual),
como no podía ser de otro modo. Este último Concilio de la Iglesia Católica se
desarrolló en distintos periodos: Primera etapa (durante el Pontificado de Juan
XXIII) clausurada el 8 de diciembre de 1962; segunda etapa (durante el
Pontificado de Pablo VI) clausurada el 4 de diciembre de 1963; tercera etapa
(durante el Pontificado de Pablo VI) clausurada el 21 de noviembre de 1964 y cuarta
etapa (durante el Pontificado de Pablo VI) clausurada el 8 de diciembre de
1965.
Fue por tanto un Concilio de larga duración debido a las circunstancias especiales en que se llevó a cabo, siendo la cuarta etapa la más prolífera de todas ellas y en la cual se aprobaron una serie de declaraciones muy importantes para la Iglesia. En particular en el caso de la educación cristiana, la promulgación del Decreto Conciliar <Gravissimun educationis>, quiso dar un gran avance en este tema con las siguientes declaraciones (Puntos 2 y 3):
Fue por tanto un Concilio de larga duración debido a las circunstancias especiales en que se llevó a cabo, siendo la cuarta etapa la más prolífera de todas ellas y en la cual se aprobaron una serie de declaraciones muy importantes para la Iglesia. En particular en el caso de la educación cristiana, la promulgación del Decreto Conciliar <Gravissimun educationis>, quiso dar un gran avance en este tema con las siguientes declaraciones (Puntos 2 y 3):
“Todos los
cristianos en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo,
tienen derecho a la educación cristiana. La cual no puede perseguir solamente
la madurez de la persona humana, sino que busca, sobre todo, que los bautizados
se hagan más conscientes cada día del don de la Fe, mientras son iniciados
gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprenden a adorar
a Dios Padre en el espíritu y en la verdad, y así lleguen al hombre perfecto,
en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo
Místico…
Puesto que los
padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación
de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este
deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta,
difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un
ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los
hombres, que favorezca la educación integra personal y social de los hijos.
La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del Sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la Fe recibida en el Bautismo.
En ella siente la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios”
La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del Sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la Fe recibida en el Bautismo.
En ella siente la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios”
En este sentido conviene recordar siempre lo que han dicho nuestros Pontífices y santos Padres, y tener siempre presente también el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual en los últimos años no ha sido suficientemente consultado y al que se debe recurrir siempre tal como ha recomendado nuestro actual Papa Benedicto XVI.
Precisamente nuestro Pontífice cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger señaló ya cuales deberían ser los contenidos esenciales de la <nueva evangelización> (El elogio de la Conciencia. La Verdad interroga al corazón. Joseph Ratzinger. Ediciones Palabras, Madrid. 2010):
“Por lo que
atañe a los contenidos de la nueva evangelización, ante que todo hay que tener
presente la inseparabilidad del Antiguo y el Nuevo Testamento. El contenido fundamental
del Antiguo Testamento se resume en el mensaje de Juan Bautista: ¡Convertíos!
No hay acceso a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a Jesús sin
responder a la llamada del Precursor…
Convertirse
significa dejar de vivir como viven todos, dejar de obrar como obran todos, dejar
de sentirse justificados cuando una acción
es dudosa, ambigua, malvada, por el hecho de que los demás hacen lo mismo;
comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios…En la llamada a
la conversión está implícito, como condición fundamental, el anuncio de Dios
vivo…
Reino de Dios
quiere decir que Dios existe, vive, está presente y obra en el mundo, en
nuestra vida, en mi vida. Dios no es una lejana <causa última> ni tampoco
el <gran arquitecto> del deísmo…Al contrario, Dios es la realidad más
presente y decisiva en cada acto de la vida, en cada momento de la historia…”
Después de
estos dos temas esenciales, Conversión y Reino de Dios, necesarios en la nueva
evangelización, en la realizada en el seno familiar, Benedicto XVI, propone otros dos contenidos fundamentales: <Jesucristo>, y la <Vida
eterna> y lo hace con estas
palabras (Ibid):
“Únicamente en
Cristo y por medio de Cristo, el tema de Dios se hace realmente concreto.
Cristo es el <Emmanuel>, el <Dios-con-nosotros>, la concreción del
<Yo soy>, la respuesta al deísmo…El Cristo de la
fe no es un mito. El denominado <Jesús histórico>, es una figura
mitológica, auto-inventada por diversos intérpretes. Los doscientos años de la
historia del <Jesús histórico> reflejan fielmente la historia de las
filosofías y de las ideologías de este
periodo…
La verdad es
muy diferente. La Cruz pertenece al misterio divino; expresión de su amor hasta
el extremo (Jn 13, 1). El seguimiento de Cristo es participación en su Cruz, es
unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se convierte en
nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (Ef 4, 24). Quién omite la Cruz,
omite la esencia del cristianismo (I Co 2, 2)…
Un último
elemento central de toda verdadera <nueva evangelización> es la vida
eterna. Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra Fe.
Quisiera tan solo aludir a un aspecto de la predicación de Jesús descuidado a menudo: el anuncio del
Reino de Dios, es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce…del Dios
que entra en la historia para hacer justicia…
Lo es para todos los que sufren bajo la injusticia del mundo y buscan la justicia...Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia. Solo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad”
Por otra parte hay que recordar también que el documento de Vaticano II, <Gravissimun Educationis>, hablando sobre la educación moral y religiosa en las Escuelas, en la Facultades y Universidades…etc., llega a la conclusión siguiente:
El Papa Juan Pablo II, en total sintonía
con el Concilio Vaticano II, presentó la misión de la familia cristiana en su
Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>, dada en Roma el 22 de
noviembre de 1981, en la cual al hablar de la <Educación de los valores
esenciales de la vida humana> (punto 37) se manifestó en estos términos:
“Aún en medio
de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres
deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de
la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes
materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que
< el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene (Concilio Ecuménico
Vaticano II. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
<Gaudium et Spes>”
Entre otros
muchos aspectos a destacar en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II
<Familiaris Consortio>, la cual deberían conocer en profundidad los
padres de familia, queremos destacar aquí el punto 54, en el que el Pontífice
nos recuerda que Cristo pidió a sus discípulos que evangelizaran a todas las
criaturas:
“La
universalidad sin fronteras es el horizonte propio de la evangelización,
animada interiormente por el afán misionero, ya que es de hecho la respuesta a
la explicita e inequívoca consigna de Cristo, <Id por el mundo y predicad el
Evangelio a toda criatura> (Mc 16, 15)…
Una cierta
forma de actividad misionera puede ser desplegada ya en el interior de la familia.
Esto sucede cuando alguno de los componentes de la misma no tiene fe, o no la
práctica con coherencia. En este caso, los parientes deben ofrecerles tal
testimonio de vida que los estimule y sostengan en el camino hacia la plena
adhesión a Cristo Salvador”
Así sucedió en
el caso de San Agustín, el cual gracias a las oraciones, y el ejemplo de vida,
de su madre, Santa Mónica, después de una existencia disipada, extraviado por
los caminos del error y del pecado, se convirtió, siendo bautizado en la
primavera del año 387. Este doctor insigne de la Iglesia, este hombre santo al
que el mundo occidental debe tanto, sólo gracias a la actitud de su santa madre
ante los problemas de la existencia y ruegos constantes a Dios, sufrió un
cambio radical, que le condujo a los más altos grados de sabiduría y santidad,
entregando su vida en el año 430, después de una labor incansable por la
Iglesia, según se cree, recitando los Salmos Penitenciales cuando las tribus
bárbaras (vándalos), sitiaban su ciudad episcopal.
No fue éste con
ser el más importante, el único fruto de la paciencia y de la caridad de Santa
Mónica, ya que gracias a sus oraciones y leal comportamiento matrimonial,
consiguió también la conversión de su esposo, el cual se bautizó y murió en
castidad y fidelidad a su esposa.
Realmente como dijo el Papa Juan Pablo II en la Homilía de la Misa celebrada en Madrid el 2 de noviembre de 1982 para las familias, el Espíritu Santo escribe en el corazón de los esposos la ley de Dios sobre el matrimonio, porque no está escrita solamente en la Sagrada Escritura, en los documentos de la Tradición de la Iglesia, está escrita también en el interior de los cónyuges:
“Oh Jesús, Redentor
nuestro, que venido para iluminar al mundo con la Doctrina y el ejemplo, habéis
querido pasar la mayor parte de la vida humilde y sujeto a María y a José en la
casa de Nazaret, santificando aquella Familia que debería ser el ejemplo de
todas las familias cristianas; acoged benignamente la nuestra, protegedla,
guardadla e infundid en ella vuestro
Santo Temor, la paz y la concordia de la caridad cristiana, a fin de que,
conformándose al divino modelo de vuestra Familia, pueda toda ella, sin que
ninguno quede excluido, gozar de la eterna felicidad del Reino”
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