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viernes, 30 de octubre de 2015

JESÚS PUSO EN VALOR A LA MUJER (II)


 
 
 
 
 
 
"El Señor Dios dijo a la serpiente: < Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los ganados y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás el polvo de la tierra todos los días de tu vida / Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza y tú sólo tocaras su calcañal> / A la mujer le dijo: <Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Con dolor parirás tus hijos; tu deseo te arrastrará hacia tu marido, que te dominará" (Gen 3, 14-16)


En el año 1988 el Papa San Juan Pablo II habló claramente sobre la dignidad y vocación de la mujer, en su Carta Apostólica <Mulieris Dignitatem> de la que destacaremos estas palabras:

“En nuestro tiempo la cuestión de los <derechos de la mujer> ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos de la persona humana...
Por tanto, también la justa oposición de la mujer frente a lo que expresan las palabras bíblicas: <Él te dominará> (Gen 3,16) no puede de ninguna manera conducir a la <masculinización>, de las mujeres. Las mujeres en nombre de la liberación del dominio del hombre, no pueden tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina.
Existe el fundado temor de que por dicho camino la mujer no llegará a realizarse y podría, en cambio deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial. Se trata de una riqueza enorme.
En la descripción bíblica, la exclamación del primer hombre, al ver a la mujer, que ha sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la historia del hombre sobre la tierra”.

Se refiere el Santo  Padre a aquella famosa frase del primer hombre al ver a la primera mujer, que el Señor Dios, hizo mientras dormía éste, sacándole una costilla y rellenando el hueco con carne (Gn 23-24):
"Ahora sí; estos son huesos de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamará varona, porque de varón ha sido sacada / por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y los dos se hacen uno solo”.


Ciertamente la mujer tiene en la Iglesia de Cristo, el valor que sólo Él deseó darle a la mujer, y éste fue mucho, porque sobre todas las cosas hay que considerar que quiso nacer de una mujer, María, eso sí, virgen y elegida por Dios para esta misión extraordinaria desde el principio de los siglos.

 
 
 
 
Muchos hombres, mal aconsejados por su mortal enemigo, Satanás, a lo largo de los siglos han manipulado y desprestigiado a la mujer, desde que el mundo es mundo, sometiéndolas a situaciones verdaderamente ignominiosas, pero no es ésta la actitud predicada por la Iglesia de Cristo, todo lo contrario, puso en valor a la mujer, como Jesús constantemente hizo y predicó a lo largo de su vida pública.


Las características fisiológicas y espirituales, que ha concedido nuestro Creador al hombre y a la mujer, en su Hijo Jesucristo han alcanzado los mayores límites en consideración y en amor, tal como podemos comprobar al releer el Nuevo Testamento y en concreto los Sagrados Evangelios.

 
 
La mujer ha luchado con éxito por sus derechos como ser humano, por la  igualdad con el hombre, y aunque le ha costado <sangre, sudor y lágrimas>, en muchas ocasiones, por la incomprensión de algunos seres humanos,  han conseguido una gran parte de sus metas, aunque aún falta mucho para alcanzar lo que en justicia merece... 


Las mujeres han defendido ante la sociedad las facultades inalienables, que el Creador les ha concedido, tales como la obtención de derechos de propiedad, e igualdad de capacidad de obrar, o los derechos de igualdad dentro de la pareja,  o de opinar dentro y fuera de la misma,todos ellos enfocados a la mejora de la situación legal de la mujer.
No obstante, la historia nos revela la deriva constante, de la humanidad desde sus inicios, hacia un paganismo y alejamiento de Dios, que ha conducido a un declive profundo hacia un anticlericalismo arrebatado y un paganismo intransigente, que ha llevado a situaciones nada deseables para la mujer. 

 
 
 
 
 
Podría suceder, por este camino, lo que anunciaba el Papa San Juan Pablo II en el año 1988 en su Carta Apostólica <Mulieris dignitatem>: “Las mujeres en nombre de la liberación del –dominio del hombre- no pueden tender  a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia originalidad femenina… Por dicho camino no llegará a realizarse y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial…”


A pesar de la riqueza esencial que fue puesta en valor por nuestro Señor Jesucristo, tal como nos demuestra la lectura de los Santos Evangelios y siempre nos han recordado los Padres y Pontífices de la Iglesia a lo largo de todos estos siglos.


Pero ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.
Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación profunda, las mujeres llenas de espíritu del Evangelio pueden ayudar enormemente a que la humanidad no decaiga…”


Este Papa que tanto sufrió por defender el Mensaje de Cristo y a su Iglesia, por fin se ha visto recompensado por la misma, al ser Beatificado en el año 2014. Desde luego fue un Papa santo, y ello se pone de manifiesto en sus acciones y en sus palabras, como por ejemplo con aquellas que desgranaba en el mensaje a las mujeres de 1965.
Entre otras recomendaciones lanzadas al género femenino están las de velar por el porvenir de nuestra especie, deteniendo la mano del hombre que en <un momento de locura intentase destruir la civilización humana>, la de recordar siempre que <una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente>, y que la sociedad llama también a las mujeres solteras, porque <las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda de aquellas que no tienen familia>; tiene también un recuerdo muy cariñoso para las mujeres vírgenes consagradas, ya que <Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor humano cuando se hace por Amor infinito y por el servicio a todos>
Por último exclama, en este mensaje que toda mujer debería leer, aún en nuestros días:
 
 
 
“Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la Cruz a imagen de María: Vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes.


Mujeres, vosotras, que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el Espíritu del Concilio en las instituciones, las escuelas, los hogares, y en la vida de cada día.Mujeres del Universo todo, cristianas o no creyentes, a quiénes os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo”


Pablo VI (Giovanni Battista Montini; 1963-1978) se encontró con la gran dificultad de proseguir hasta dar término al Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII, en un ambiente muy enrarecido de la sociedad, caracterizado por lo que se ha dado en llamar (Guerra fría), y con conflictos bélicos tan importantes como la guerra de Vietnam, o los enfrentamientos armados en Medio Oriente, y por supuesto en África.
Por eso, no es de extrañar, que este Pontífice al que tanto le preocupaba la paz del mundo, como demostró precisamente en 1965, el mismo de su mensaje a las mujeres, para que le ayudaran en sus propósitos, tuviera una intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en donde trató de mentalizar a las naciones sobre la necesidad de una paz duradera y justa, y así mismo también instituyera las <Jornadas Mundiales de la Paz>.
Las mujeres de todo el mundo se debieron sentir conmovidas ante este mensaje del Papa, pero los acontecimientos de la época unidos al creciente mal estado de la moralidad de los pueblos hicieron imposible los deseos de éste santo varón.

Los Pontífices anteriores, ya lo habían denunciado, así el Papa Pío XII (Eugenio Pacelli 1939-1958) en 1952 en un discurso sobre los errores de la moral de la situación o nueva concepción de la ley moral, éste Papa con alto dolor se expresaba en los términos siguientes:
 
 
 
 
“El signo distintivo de ésta moral es que no se sabe nada, en manera alguna, sobre las leyes morales universales, como por ejemplo los Diez Mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias reales o concretas en las que tiene que obrar y según las cuales la conciencia individual  puede  juzgar y elegir…La ética nueva (adaptada a las circunstancias) dicen sus autores, es eminentemente individual. En la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra directamente con Dios y ante Él se decide, sin intervención ninguna de ley, de ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, y de ninguna manera. Aquí sólo existe el yo del hombre y el yo de Dios personal…” (Discurso al Congreso de la Federación Mundial de las juventudes femeninas católicas 1952)


Pero como aseguraba el Papa a estas jóvenes mujeres, futuras madres, o no, de la sociedad de mediados del siglo XX, <la nueva moral, que se estaba tratando de implantar se hallaba tan fuera de la ley de los principios católicos, que hasta un niño que supiera el catecismo lo vería.
Por tanto, como aseguraba el Pontífice este nuevo sistema moral, era una variante del llamado <existencialismo>, que hace abstracción de Dios, o simplemente lo niega, y en todo caso abandona al hombre así mismo...


 
 
Hablaba el Papa Pío XII con conocimiento de causa de todos los problemas que de ello, se estaban derivando, y que en un futuro podrían verse acrecentados, con la expansión de estas peligrosas corrientes del pensamiento moral; por eso, aconsejaba finalmente a aquellas mujeres que inculcaran a sus futuros hijos, a sus alumnos o parientes, en primer lugar, la costumbre de orar a Dios,  y en segundo lugar, que les hicieran comprender a las gentes jóvenes que estar orgullosos u orgullosas de mantener la fe en Cristo y su Iglesia, cuesta trabajo, pero que:
 

"Han de acostumbrarse desde la primera edad a hacer sacrificios por su fe, a caminar delante de Dios en rectitud de conciencia, a reverenciar lo que Él ordena..."

Son consejos válidos también para el actual siglo XXI, que tan mal marcha ante el comportamiento moral y las buenas costumbres… Consecuencia, seguramente, de aquellos primeros intentos de los hombres de quitar de en medio a Dios, para ponerse ellos en su lugar…
El individualismo, el narcisismo y el laicismo desatado han ido creciendo, junto con otros <ismos> y en la actualidad la situación es gravemente peligrosa y muy próxima al paganismo profundo que reinaba en vida de Jesús y sus apóstoles.

 

 
 
Por otra parte, también, el Papa Juan Pablo II se dio pronto cuenta de lo que estaba sucediendo, y de lo que podría ocurrir en un futuro, y por eso en su Carta Encíclica <Redemptor Hominis> de 1979 aseguraba que <el Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del Cosmos y de la historia>.


Él se preguntaba entonces, al comienzo de su Pontificado:

"¿Cómo? ¿De qué modo hay que proseguir? ¿Qué hay que hacer?... 
A fin de que este nuevo Adviento de la Iglesia, próximo ya al final del segundo milenio, nos acerque a Aquel que la Sagrada Escritura llama: Padre sempiterno < Pater futuri saeculi"

 
 
 
 
El denunciaba además, en esta amplia y fundamental Carta Encíclica, la existencia real de graves peligros y amenazas para los seres humanos. En efecto, decía: “La situación del hombre en el mundo contemporáneo parece distante tanto de las exigencias objetivas del orden moral, cómo de las exigencias de la justicia o aún más del amor social”



 
 
En la preclara Epístola a los romanos (Rm 1, 18-29) el Apóstol San Pablo enseña que <Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas> por tanto, al caer en los pecados de idolatría y pasiones desordenadas derivadas del sexo, incurren en acciones totalmente punibles  que la justicia divina no puede obviar; incurren en lo que de forma metafórica se denomina en el Antiguo Testamento la <ira de Dios> que no es otra cosa que la aplicación de la justicia divina a causa de la maldad de los hombres...

Asi mismo, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1954-1955):
-El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite  al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira…

-La Ley divina y natural, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral…Esta ley  se llama natural no por referencia a los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama pertenece propiamente a la naturaleza humana…

 

 
 
Recordemos finalmente una reflexión del Papa Benedicto XVI durante la Audiencia general del 13 de abril de 2011:“¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa todavía que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos.

San Pablo, en cambio, habla del gran designio de Dios y afirma: < Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos e intachables ante Él por el amor>...”

Así es, San Pablo, por ejemplo, en su Carta a los habitantes de Éfeso hace una llamada a la universalidad de la santidad, evitando la tentación de particularismos y más concretamente  anima a todos los hombres y mujeres, a la unidad en el amor con estas palabras (Ef 4, 2-6):

“Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor / Mostraos solícitos en conservar, mediante el vínculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu / Uno solo es el Cuerpo y uno solo el Espíritu, como también  es una la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados; / un solo Señor, una fe, un bautismo; / un Dios  que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos”

 



 

 

 

 

 

 

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