Las primeras palabras evangelizadoras de Jesús fueron aquellas que siendo niño de doce años pronunció en el Templo de Jerusalén. Según narra el evangelista san Lucas la familia de Jesús, cuando cumplió todos los mandatos de la Ley, regresó a Galilea, pero sus componentes tenían por costumbre subir a Jerusalén todos los años por la fiesta de la Pascua, al igual que otros muchos judíos.
Sucedió que en esta ocasión el niño Jesús se quedó rezagado en Jerusalén, pasados los días festivos, sin que sus padres se dieran cuenta, pues ellos pensaban que iba con sus parientes en la caravana... (Lc 2, 45-47):
"Y al no encontrarlo (José y María), volvieron a Jerusalén en su busca / Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles / Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas"
San José y la Virgen María le reprocharon a Jesús el susto que les había dado, pero Él les hizo ver que debía ante todo atender a las cosas de su Padre. De esta forma Jesús desde este mismo momento manifiesta claramente su Filiación divina. Desea que ellos comprendan que debe dar ejemplo evangelizador, pues para eso lo ha enviado Aquel de quien es Hijo Eterno.
Sin embargo, Jesús regresó junto a José y María, su familia de la tierra (Et descendit cum eis et erat subditus illis); de esta forma se puso en evidencia que la familia de Nazaret, era la primera y principal familia creyente y evangelizadora.
Años después de su vida oculta en Nazaret, Jesús les encomendó a sus Apóstoles la hermosa tarea de evangelizar a las gentes con estas palabras (Mt 28, 18-20): "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra / Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo / y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"
Es el mandato universal de Cristo a sus Apóstoles, y por extensión a todos los hombres. Con estas palabras, por tanto, Jesús descubría la misión evangelizadora de toda su Iglesia, y en particular de la <Iglesia doméstica>, esto es, la familia, centro neurálgico esencial de toda sociedad.
Ante los usos modernos en los que nos movemos en la actualidad, donde muchas familias han sufrido los avatares del modernismo, el anticlericalismo y del
paganismo en general, es necesaria una estrecha colaboración de ésta célula de la sociedad con las parroquias y demás formas de
comunidades eclesiales, para cumplir mejor la tarea fundamental de la evangelización,
o trasmisión de la fe de Cristo.
Por eso, el Papa San Juan Pablo II se expresaba en su día con esperanza y optimismo alentando a las familias con estas palabras:
Por eso, el Papa San Juan Pablo II se expresaba en su día con esperanza y optimismo alentando a las familias con estas palabras:
“El Sacramento del matrimonio que
plantea con nueva fuerza el deber, arraigado en el Bautismo y en la Confirmación,
de difundir y defender la fe, constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de
Cristo: <Hasta los últimos confines de la tierra, como verdaderos y propios
misioneros> del amor y de la vida” (<Familiaris Consortio> Exhortación
Apostólica. 1981).
Por su parte, el Papa Benedicto XVI hacia lo propio unos años después (El amor se aprende. Las etapas de la familia; Ed. Romana S.L. 2012):
“La familia es el ámbito
privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la
Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio
fundamental para la persona humana.
Así lo enseña en su Magisterio: <Dios es amor y creó al hombre por amor, le ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, les ha llamado en matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, de manera que ya no son dos sino una sola carne> (Mt 19,6).
Junto con la transmisión de la fe
y del amor al Señor, una de las tareas más grande de la familia es la de formar
personas libres y responsables, por ello los padres han de ir devolviendo a sus
hijos, la libertad, de la cual, durante algún tiempo son tutores” Así lo enseña en su Magisterio: <Dios es amor y creó al hombre por amor, le ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, les ha llamado en matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, de manera que ya no son dos sino una sola carne> (Mt 19,6).
Precisamente, en el Evangelio de San Mateo se nos muestra claramente la forma de pensar de Jesús
sobre el matrimonio (Mt 19, 3-6): “Se acercaron entonces a él unos fariseos y le preguntaron para tentarlo:
¿Le es licito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?/Él
respondió: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y
mujer/y que dijo: Por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a una mujer, y serán los dos una sola
carne?/De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios
ha unido, que no lo separe el hombre”
Y esto es así, porque una de las tareas
prioritarias del hombre y la mujer que forman ya, por el Sacramento, una sola
carne, es la evangelización de los hijos, tarea sin duda ardua en los tiempos
que corren; por eso, transmitirla con la ayuda de otras personas o
instituciones eclesiales, como las parroquias, como las escuelas, o cualquier otro
tipo de asociación con fundamentos cristianos, es una responsabilidad compartida
que puede ayudar mucho a los padres, aunque estos, nunca deberán obviar su propia
responsabilidad, ni descuidarla o delegarla totalmente, pues faltarían al
mandato divino.
Así, la familia adquiere una actividad evangelizadora en su
propio seno, ayudando a los hijos a conocer y guardar el Mensaje de Jesús, para
que de esta forma, puedan llegar a ser personas libres y responsables, que se
encaminan hacia la plena adhesión a Cristo Salvador. En efecto, como así mismo, manifestaba San
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>:
“La familia cristiana, hoy sobre
todo tiene una especial vocación a ser testigo de la Alianza Pascual de Cristo,
mediante la constante irradiación de la alegría del amor, y de la certeza de la
esperanza, de la que debe dar razón: <La familia cristiana proclama en voz
alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios cómo la esperanza de la
vida bienaventurada> (Concilio Ecuménico Vaticano II Lumem Gentum, 35).
La absoluta necesidad de la
catequesis familiar surge, con singular fuerza, en determinadas situaciones, que
la Iglesia constata, por desgracia, en diversos lugares: <En lugares donde una
legislación anti religiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o
donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto
de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa>, la
Iglesia doméstica, es decir la familia, es el único ámbito donde los niños y
jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis”
Ciertamente estas palabras del
Papa San Juan Pablo II, durante la solemnidad de Jesucristo, (Rey del universo),
del año 1981, constituían una llamada de atención a las familias respecto al
riesgo que corrían los jóvenes y niños, a los cuales se les negara la posibilidad
de conocer a Cristo y su Mensaje.
Han pasado algunos años de
aquellas advertencias y hoy en día nos encontramos en medio de una situación
gravemente peligrosa, cómo consecuencia del comportamiento anomalo, del que hacen gala algunos sectores de la socidad...
Muhas veces, los psicólogos en nuestros días, se apresuran a dar explicaciones a los padres sobre las causas de ciertos comportamientos anti sociales de sus hijos, aunque muchos de éstos especialistas, tampoco tengan claro el significado del amor de Dios hacia los hombres.
Muhas veces, los psicólogos en nuestros días, se apresuran a dar explicaciones a los padres sobre las causas de ciertos comportamientos anti sociales de sus hijos, aunque muchos de éstos especialistas, tampoco tengan claro el significado del amor de Dios hacia los hombres.
A la vista de la situación creada
sería interesante analizar este fenómeno desde la realidad de los hechos, pero
al mismo tiempo llevados del amor a estos seres inocentes que se pueden
transformar en un futuro no muy lejano, en un peligro para así mismo y para el resto de la sociedad...
Desde un punto de vista global, según
los especialistas del tema, se pueden apreciar dos tipos de comportamiento anti
sociales en los hijos; uno que podría llamarse precoz y otro que se podría
calificar de tardío.
El primero, como su nombre
indica, surge a muy temprana edad en los niños, y las causas suelen ser muchas
y variadas: desarraigo familiar, dejadez en
la preparación escolar y un largo etc... Pero por encima de todo esto, se suele apreciar un alejamiento evidente de Dios y de sus mandamientos por parte de sus progenitores...
Este último concepto es el menos considerado hoy en día tanto por parte de muchos padres, cómo por supuesto de los psicólogos, consecuencia de un ambiente laical y anti cristiano, aún entre los mismos que se llaman cristianos...
El otro tipo de comportamiento
anti social, que se suele calificar de tardío, aparecería en edades más avanzadas
como consecuencia del período de la vida que se denomina pubertad o
adolescencia, pero que con el tiempo se ha prolongado a edades más avanzadas
dada la situación caótica de la sociedad.
El joven durante este período largo de su vida se encuentra con un descubrimiento del mundo, que le asusta en ocasiones, y que le provoca cierta violencia y rechazo a todo lo que procede de sus mayores, en <alas a proteger> su libertad y una auto realización mal entendida. También en este caso juega un papel importante el acercamiento a Cristo y su Mensaje.
El joven durante este período largo de su vida se encuentra con un descubrimiento del mundo, que le asusta en ocasiones, y que le provoca cierta violencia y rechazo a todo lo que procede de sus mayores, en <alas a proteger> su libertad y una auto realización mal entendida. También en este caso juega un papel importante el acercamiento a Cristo y su Mensaje.
Si no se corrigen a tiempo,
indeseables comportamientos, estos jóvenes el día de mañana
estarán inevitablemente abocados a peligros cómo la tiranía de la droga, el mal
uso del sexo, la violencia doméstica y por supuesto el desarraigo familiar,
siendo ya muy difícil su recuperación, aunque nunca imposible, porque el Señor
nunca abandona a sus criaturas y el Espíritu Santo siempre actúa a favor de los
hombres…
El problema viene de lejos,
aunque se ha agudizado en los últimos siglos, el Papa San Pío X en su Carta
Encíclica <Supremi Apostolatum> ya advertía de la situación azarosa en la
que se encontraba la sociedad de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX, donde las ideas del modernismo y el jansenismo habían alcanzado cotas
increíbles:
“Nadie en su sano juicio puede dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad contra Dios. Se permite ciertamente al hombre, en abuso de su libertad, violar el derecho y el poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre está de la parte de Dios, incluso tanto más inminente es la derrota, cuanto con mayor osadía se alza el hombre esperando el triunfo.
Estas advertencias nos las hace el mismo Dios en las Santas Escrituras. Pasa por alto en efecto, los pecados de los hombres, cómo olvidado de su poder y majestad: Pero luego, tras simulada indiferencia, irritado…, derrotará a sus enemigos para que todos reconozcan que el rey de toda la tierra es Dios y sepan las gentes que no son más que hombres...”
A pesar de éstas palabras del
Papa San Pío X, lanzadas al mundo a principios del siglo XX, concretamente del 4
de octubre de 1903, primer año de su Pontificado, la sociedad ha seguido
evolucionando hacia derroteros cada vez más desligados del santo temor de Dios; esta situación sin duda, es causa del comportamiento de muchos niños, adolescentes y jóvenes en
general, que luego convertidos en hombres y mujeres faltos de la doctrina de
Cristo, más tarde o más temprano, se pueden ver abocados a la destrucción de sus propias vidas y contribuir al deterioro de la sociedad
Es deseable, por tanto, que la
familia se convierta en evangelizadora de sus propios componentes, para que el
éxito responda a las aspiraciones de toda persona de buena voluntad. Así lo expresaba
en su día el Papa Pío X (Ibid):
“Es preciso intentar por todos los medios y con todo esfuerzo arrancar de raíz ese crimen cruel y detestable, característico de esta época: El afán que el hombre tiene por colocarse en el lugar de Dios; habrá que devolver su antigua dignidad a los preceptos y consejos evangélicos; habrá que proclamar con firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia de Cristo, toda su doctrina sobre la santidad del matrimonio, la educación de los niños, la propiedad de bienes y su uso…
En fin, deberá restablecerse el equilibrio entre los distintos órdenes sociales, la ley y las costumbres cristianas...”
La pregunta que surge a
continuación, ante este planteamiento del problema por parte del Pontífice Pío
X es: ¿Se han logrado todos estos deseos? Hay que ser siempre optimistas y
por eso diremos que en parte sí, pero también hay que ser realistas y por eso
tenemos que decir también que en cierta medida no.
Desgraciadamente en la vida del
hombre del siglo XXI, Cristo todavía no está en el <Centro de todo>;
sería necesario que la enseñanza de la religión cristiana entrara realmente a
formar parte de la educación del hombre a tempranas edades, si deseamos que no se desarrollen comportamientos anti sociales en los hijos, con las graves consecuencias que esto
comporta para la salvación de sus almas y para el beneficio global de los que
les aman y aún de la totalidad de la sociedad en la que se deben insertar.
Otra pregunta que surge de este
razonamiento es: ¿Quiénes deben encargarse de esta tarea, en principio ingente,
pero siempre motivada por conseguir que los hombres vuelvan a Dios? Según el Papa San Pío X, es tarea
primordial de la Iglesia el instaurar todas las cosas en Cristo (Ibid):
“Así, pues, es ahí a donde conviene dirigir nuestros cuidados para someter al género humano al poder de Cristo: con Él al frente pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios que no es aquel despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en su delirio los materialistas, sino al Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en personas, Creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a los virtuosos...”
En este sentido, la familia
cristiana es llamada <Iglesia doméstica> porque manifiesta y realiza la
naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuánto familia de Dios. Como
aseguraba el Papa Benedicto XVI, un Pontífice verdaderamente preocupado y
conocedor de la problemática familiar de los últimos siglos:
“El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde la fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. En la lectura del Deuteronomio podemos leer la oración repetida constantemente por el pueblo elegido, la <Shemá Israel> que Jesús escucharía y repetiría en su hogar de Nazaret. Él mismo la recordaría en su vida pública como nos refiere el Evangelio de San Marcos...Esta es la fe de la Iglesia que viene del amor de Dios, por medio de las familias. Vivir la integridad de esta fe, en su maravillosa novedad es un gran regalo"
Son palabras del Papa
Benedicto XVI durante un discurso llevado a cabo en el viaje apostólico a
Valencia con motivo del V Encuentro Mundial de las familias (8 de julio de
2006), que recordaba aquel hermoso pasaje de la vida del Señor, contado por el
evangelista San Marcos en el que nos habla sobre los mandamientos de la Ley de Dios (Mc 12,29-31):
"El primero es: Escucha, Israel; el Señor Dios nuestro es el único Señor / y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente con todas tus fuerzas / El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otros mandamientos mayores que éstos"
Sí, y en aras de este amor debemos recordar las palabras de Jesús a sus Apóstoles:
<Dejad que los niños vengan a mí… de ellos es el reino de los cielos> (Mc 18,16; Mc 19,14; Mc 10,14).
Por eso decía el Papa San
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica (Ibid): “Ningún país del mundo, ningún
sistema político puede pensar en el propio futuro, sino es a través de la imagen
de estas nuevas generaciones que tomarán de sus padres el múltiple patrimonio
de los valores, de los deberes y de las aspiraciones de la nación a las que
pertenecen, y junto con él de toda la familia humana.
La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre”
De aquí la importancia del papel
evangelizador de la familia en su propio seno, pues los padres deben comunicar
a los hijos el Evangelio y a su vez ellos mismos pueden recibir éste de su
prole, cerrando así un ciclo de auto evangelización que redundará en beneficio
de la familia y de la sociedad a la que pertenecen.
Esta evangelización interna realizada
para la familia y por la familia es excepcionalmente necesaria. De esta forma
cuando en una familia se produce esta beneficiosa simbiosis entre los padres y
sus hijos los resultados son siempre espectaculares, ejemplos tenemos muy
importantes a lo largo de la historia, en la vida y obra de tantos hombres y
mujeres santos, que en su ambiente familiar tuvieron la suerte de recibir la
palabra de Cristo a tempranas edades.
Por otra parte, llevada por su
espíritu misionero, la familia está llamada no sólo a ser el norte y guía de
sus propios componentes mediante una constante auto evangelización, sino a
irradiar su ejemplo de amor y fe, al resto de la sociedad y en particular a
aquellas personas que se pueden encontrar temporalmente o permanentemente
alejadas de Cristo y de su Mensaje.
Como sigue diciendo el Papa San
Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>: “Animado por su espíritu
misionero en su propio interior, la Iglesia doméstica (la familia) está llamada
a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los
<alejados>, para las familias que no creen todavía y para las familias
cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada con su
ejemplo y testimonio a iluminar a los que buscan la verdad...”
El hecho de que Cristo elevara a la
categoría de Sacramento el matrimonio entre los bautizados (Al asistir junto a su Madre y sus apóstoles a las bodas de Caná), dotó a los cónyuges
cristianos de una misión evangelizadora muy especial siendo enviados ellos
también a la <Viña del Señor> a trabajar, en particular dentro de la
Iglesia doméstica (Juan Pablo II, Ibid):
“En esta actividad ellos actúan en comunión y colaboración con los restantes miembros de la Iglesia, que también trabajan a favor de la familia, poniendo a disposición sus dones y ministerios.
Éste apostolado se desarrollará
sobre todo dentro de la propia familia, con el testimonio de la vida vivida
conforme a la ley divina en todos sus aspectos, con la formación cristiana de
los hijos, con la ayuda dada para su maduración en la fe, con la educación en
la castidad, con la preparación a la vida, con la vigilancia para preservarles
de los peligros ideológicos y morales por los que a menudo se ven amenazados,
con su gradual y responsable inserción en la comunidad eclesial y civil, con la
asistencia y el consejo en la elección de la vocación, con la mutua ayuda entre
los miembros de la familia para el común crecimiento humano y cristiano, etc.
El apostolado de la familia se
irradiará con obras de caridad espiritual y material hacia las demás familias,
especialmente a las más necesitadas de ayuda y de apoyo, a los abandonados, las
madres solteras, los ancianos, los minusválidos, los huérfanos, las viudas, los
cónyuges abandonados, las madres solteras y aquellas que en situaciones
difíciles sienten la tentación de deshacerse del fruto de su seno”
Se evidencia, por sus palabras, que éste Santo Pontífice vivió de cerca la problemática del matrimonio y la familia, durante el período de tiempo en el que le tocó vivir. Él, que demasiado pronto había perdido poco a poco a todos los miembros de su propia familia, acogió como familia a todo ser humano que le necesitara procurando ayudarle a sobre llevar su carga, y nos dejó a toda la humanidad, su ejemplo y sus enseñanzas, que como en esta Exhortación, nos señala el camino a seguir a favor de la Iglesia doméstica, para que sea capaz de llevar a mejor término la tarea auto evangelizadora que Jesús le ha encomendado.
No cave duda que Benedicto XVI , el Pontífice que
sucedió en la silla de San Pedro a
Juan Pablo II, también ha sido un Pontífice sumamente motivado, por esta misión
evangelizadora de la familia, dentro de la propia comunidad cristiana y que está
enraizada en el significado que el Sacramento del matrimonio tiene en el Plan
de Dios.
Sí, porque como manifestaba el
Papa Benedicto XVI cuando aún era Cardenal (Un canto nuevo para el
Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy. Joseph Ratzinger. Ed. Sígueme.
Salamanca 2011):
“El ansia fanática de vivir que encontramos hoy en todos los continentes
ha originado una anti cultura de la muerte que se va convirtiendo en la
fisonomía de nuestro tiempo: el desenfreno sexual, la droga, y el tráfico de
armas se han convertido en una trinidad profana cuya red mortal se extiende por
los continentes.
El aborto, el suicidio y la violencia colectiva son las maneras concretas en que opera el sindicato de la muerte. Al mismo tiempo, el sida ha pasado ser el retrato de la enfermedad íntima de nuestra cultura.
Ya no hay factores de inmunidad psíquica. La
inteligencia positivista no ofrece al aparato mental fuerzas de inmunidad
éticas; esa inteligencia viene a ser la disgregación del sistema psíquico e
inmune y, en consecuencia el abandono sin resistencia a las promesas falaces de
la muerte que se presentan con la máscara de más vida. El aborto, el suicidio y la violencia colectiva son las maneras concretas en que opera el sindicato de la muerte. Al mismo tiempo, el sida ha pasado ser el retrato de la enfermedad íntima de nuestra cultura.
La investigación médica busca,
movilizando todas sus posibilidades, la sustancias inyectables en contra de la
disolución de las fuerzas de inmunización corporal; y es su deber, a pesar de
ello, sólo desplazará el campo de las destrucciones, sin detener la campaña
triunfal de la anti cultura de la muerte, si no reconocemos que la debilidad
inmunológica del cuerpo es un grito del ser humano maltratado, una imagen que
expresa la verdadera enfermedad: la indefensión de las almas que declara nulos
los verdaderos valores: Dios y el alma…
En este punto es preciso
descubrir de nuevo el realismo del ideal cristiano, encontrar a Jesucristo hoy,
comprender a una luz nueva el significado de sus palabras: <Yo soy el camino
la verdad y la vida…>. O también aquella otra frase de Cristo el último día
de la fiesta solemne judía denominada de las <chozas> (Jn 7,38):
<Quién tenga sed venga a Mí y beba>”.
A este respecto sigue diciendo el
Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Esta fiesta recuerda la sed que
padeció Israel en el desierto ardiente y sin agua, que aparece como un reino de
la muerte sin salida posible. Pero Cristo se anuncia como la roca de la que
emana la fuente inagotable de agua fresca: En la muerte llega a ser fuente de
vida. El que tenga sed, venga. ¿No se nos ha convertido el mundo con todo su
saber y poder, en un desierto donde no podemos encontrar ya la fuente viva?
El que tenga sed venga: Jesús sigue siendo hoy
la fuente inagotable de agua viva. Nos basta con llegar y beber para que la
frase siguiente valga también para nosotros: <Si alguien cree en Mí, de su
entraña manará río de agua viva (Jn 7,38)>.
La vida, la verdadera, no se puede simplemente <tomar>, simplemente recibir. Nos introduce en su dinámica del dar: en la dinámica de Cristo, que es la vida. Beber el agua viva significa aceptar el misterio salvador del Agua y la Sangre.
Es la anti tesis radical a esa ansia que empuja hacia las drogas. Es aceptar el amor, y es acceder a la verdad. Y eso es precisamente la vida”.
Precisamente este mismo hombre cuando ya era Pontífice,
durante la celebración de la apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de
Roma sobre la familia y comunidad cristiana el 6 de junio de 2005, siguiendo el
ejemplo del Papa San Juan Pablo II y
recordando su Exhortación Apostólica
<Familiaris Consortio>, hablaba sobre el fundamento antropológico de la
familia y del matrimonio, y la familia en la historia de la salvación (El amor
se aprende Ed. Romana S.L. 2012):
“El matrimonio y la familia no
son en realidad una construcción sociológica casual, fruto de situaciones
históricas y económicas particulares. Al contrario, la cuestión de la correcta
relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda
del ser humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta…
El matrimonio como institución no
es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una forma impuesta
desde fuera en la realidad más privada de la vida, sino una exigencia
intrínseca del pacto del amor conyugal y de la profundidad de la persona
humana.
En cambio las diversas formas
actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el matrimonio
a prueba... son
expresiones de una libertad anárquica que se quiere presentar erróneamente cómo
verdadera liberación del hombre.
La pseudo-libertad se funda en una trivialización del hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo que quiera: Así su cuerpo se convierte en algo secundario, algo que se puede manipular desde el punto de vista humano, algo que se puede utilizar como se quiera.
El libertarismo, que se quiere hacer pasar como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, situándolo, por decirlo así, fuera del auténtico ser y de la auténtica dignidad de la persona”
Todas estas cosas que menciona el
Papa y que son verdaderos cánceres para el Sacramento del matrimonio y por
tanto para la familia, son consecuencia de la llamada
<cultura de la muerte>. Más aún, ha
llevado a la proliferación de los malos tratos entre los cónyuges e incluso a
crímenes terribles, en aquellos casos en que las personas desequilibradas o no,
se han querido tomar la <justicia por su mano>, asesinando cruelmente al
esposo o más frecuentemente a la esposa u otros miembros de la familia.
Por eso, también, para el Papa
Benedicto XVI, la familia ha sido una de sus preocupaciones prioritarias como
demuestran sus siguientes palabras (Ibid): “La verdad del matrimonio y la
familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre se ha hecho realidad en
la historia de la salvación, en cuyo centro está la frase: <Dios ama a su
pueblo>. El valor del Sacramento que el
matrimonio asume en Cristo significa,
por tanto, que el don de la creación fue elevado a gracia de la Redención.
La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no la hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla al más allá de sus propios límites. Y del mismo modo que la Encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la Cruz, así el amor humano auténtico es donación de sí y no puede existir si quiere liberarse de la Cruz”
"Todos los pueblos necesitan de la
referencia a Dios, la <religión>, utilizada en un sentido amplio,
atribuida a cualquier tipo de creencia religiosa, no puede ser sustitutivo
adecuado de nuestro Creador. Esto sería un grave error, tal como han denunciado
los Padres y Pontífices de la Iglesia, porque en realidad este concepto
desvaído del término religión se refiere más bien a un factor de naturaleza
cultural.
La invocación y reconocimiento de Dios debe estar por encima de factores culturales o sociológicos.
Por eso sólo la fe en el Dios Trino que se aproximó al hombre en la Persona de su Hijo unigénito, se encuentra por encima de todos nosotros, los hombres; de otra forma se perderían toda orientación y toda consistencia"
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