Cinco son los Escritos
Sapienciales del Antiguo Testamento, escritos en épocas y situaciones diferentes
y en ellos se pretende responder a las
grandes preguntas que los hombres de todos los tiempos se han hecho. En estos
sorprendentes e interesantísimos libros se trata de enseñar al hombre a vivir
como un verdadero sabio, para que conociendo sus debilidades y las del prójimo,
pueda llevar una vida alejada de todo peligro, incluyendo, por supuesto, el de
la guerra.
Porque construir la paz es difícil
pero vivir sin ella es un tormento, debemos siempre anhelar la paz y trabajar
por ella. Por eso, los hombres, en épocas anteriores a la venida de Cristo se
preocuparon por este tema, como puede comprobarse, por ejemplo, en el libro
sapiencial <Eclesiástico> de Jesús Ben Sira, maestro que enseñaba en
Jerusalén durante los primeros años del
siglo II antes de Cristo, en el cual podemos
leer una plegaria muy hermosa por Paz que dice así:
“Y ahora bendecid al Dios del
universo, que por doquier hace grandes cosas, que nos enaltece desde el seno
materno y nos trata con misericordia/ Que él nos dé un corazón alegre y nos
conceda la paz en nuestros días, en Israel por los siglos de los siglos/ Que su
gracia permanezca fielmente con nosotros, y en nuestros días nos libere”
Sí, desde los primeros siglos, la
paz ha sido considerada por los pueblos como un bien totalmente necesario, porque
vivir sin ella es un debacle, que conduce a la destrucción de los sueños más
hermosos de los hombres y a su propia destrucción. Sin embargo, y a pesar de
este reconocimiento, la historia de la
humanidad se ha desarrollado siempre acompañada de terribles enfrentamientos
bélicos por diversos motivos, raciales, religiosos,
económicos…Y así, hasta nuestros días, se ha puesto en tela de juicio, el bien
de la fraternidad.
El sentido de la fraternidad en
el hombre, que el Creador puso en su corazón, se quebrantó desde el principio
de la Creación. Ahí tenemos los cristianos el primer fratricidio de la historia,
narrado en las Sagradas Escrituras; un hermano celoso, Caín, mató a un hermano
bueno Abel, y cuando el Señor le preguntó dónde estaba éste, le respondió de
forma cínica y airada (Gn 4, 8): <No lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de mi
hermano?>
El tema de la fraternidad ha sido
analizado por el Papa Francisco en su Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz (1 de
enero 2014) cuyo lema era precisamente:
<La fraternidad, fundamento y camino para la paz>. En tan importante
ocasión el Papa nos hablaba con gran
sentimiento sobre este tema:
“El corazón de todo hombre y de
toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma
parte indeleble la fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en
los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger
y querer.
De hecho la fraternidad es una
dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de
este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como verdadera hermana y verdadero hermano; sin ella, es imposible la
construcción de una sociedad justa y de
una paz estable y duradera. Y es necesario recordar que normalmente la
fraternidad se empieza a aprender en el
seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades complementarias
de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la madre.
La familia es la fuente de toda
fraternidad, y por eso también el fundamento y el camino primordial para la
paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor…
En muchas partes del mundo,
continuamente se lesionan gravemente los derechos fundamentales, sobre todo, el
derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno de la trata de
seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos,
representa un ejemplo inquietante.
A las guerras hechas de
enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, que se combaten
en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas,
de familias, de empresas…
La globalización, como ha
afirmado Benedicto XVI nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos.
Además, las numerosas situaciones
de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta
de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad…
Al mismo tiempo, es claro que las
éticas contemporáneas son incapaces de generar vínculos auténticos de
fraternidad, ya que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común,
como fundamento último no logra subsistir.
Una verdadera fraternidad entre
los hombres supone una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de
esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, es decir, ese
hacerse <prójimo que se preocupa del otro>”
Las atinadas palabras del Papa
Francisco van en el mismo sentido que las pronunciadas por sus antecesores en
la Silla de Pedro desde la institución de la Jornada Mundial por la Paz, gracias al Papa Pablo VI, que se ha venido
celebrando desde el año 1968, todos los 1 de enero. Precisamente el lema
elegido por este gran Pontífice para la IV Jornada fue: <Todo hombre es mi hermano>.
Hay que recordar a este respecto
que durante el Pontificado de Pablo VI la situación internacional atravesaba
por un periodo de la historia que fue denominado de <Guerra fría>, evidenciada especialmente
en los conflicto de Vietnam, Oriente
Medio y África.
Este hombre de complexión física
débil, sin embargo, tenía un corazón fuerte y aguerrido y ante la amenaza de
una 3ª guerra Mundial, se propuso hacer todo lo posible por evitarla. Así, por
ejemplo, siguiendo esta búsqueda de la paz, decidió que la Santa Sede se
adhiriera al Tratado Internacional de no proliferación de armas nucleares, en
1971, año en el cual tuvo lugar asimismo la cuarta Jornada por la paz Mundial,
con el lema mencionado, <Todo hombre es mi hermano>.
Por eso, no es extraño que en el Mensaje, para la misma, el Papa se mostrara
ciertamente dolido ante la falta de resultados positivos después de haber
pasado por la terrible experiencia de una <Guerra mundial> devastadora
para la humanidad.
Sus palabras evidencian su descontento (Mensaje IV Jornada
de Paz: viernes 1 enero de 1971): “Al finalizar la guerra todos
habían dicho: Basta ¿Basta a qué? Basta a todo lo que había generado la matanza
humana y la tremenda ruina. Inmediatamente después de la guerra, al comienzo de
esta generación, la humanidad tuvo una ráfaga de conciencia: es necesario no
sólo preparar la tumbas, curar heridas, reparar desastres, restituir a la tierra
una imagen nueva y mejor, sino también anular las causas de la conflagración
sufrida. Buscar y eliminar las causas, ésta fue la idea acertada. El mundo
respiró.
Ciertamente, parecía que
estuviera por nacer una era nueva, la paz universal. Todos parecían dispuestos
a cambios radicales, a fin de evitar nuevos conflictos. Partiendo de las
estructuras políticas, sociales y económicas se llegó a proyectar un horizonte
de innovaciones morales y sociales maravillosas; se habló de justicia, de
derechos humanos, de promoción de los débiles, de convivencia ordenada, de
colaboración organizada y de la unión mundial.
Se realizaron gestos admirables;
los vencedores, por ejemplo, se convirtieron en socorredores de los vencidos;
se fundaron importantes instituciones; el mundo comenzó a organizarse sobre
principios de solidaridad y bienestar común. Parecía definitivamente trazado el
camino hacia la paz, como condición normal y constitucional de la vida del
mundo.
Pero, ¿qué vemos después de
veinticinco años de este real e idílico progreso?
Vemos, ante todo, que las guerras
arrecian todavía, acá y allá, y aparecen plagas incurables que amenazan
extenderse y agravarse. Vemos que continúan creciendo, acá y allá, las
discriminaciones sociales, raciales, religiosas. Vemos resurgir la mentalidad
de antaño; el hombre parece reafirmarse sobre posiciones, psicológicas primero
y luego políticas, del tiempo pasado.
Resurgen los demonios de ayer…
retorna el odio, la lucha de clases…retorna el abrazo de hierro de las
ambiciones en pugna…los sistemas ideológicos…”
Para que continuar, el Pontífice en
aquellos amargos años de la <Guerra fría> se sentía profundamente
disgustado por el comportamiento del hombre, en general, que denotaba, una
falta profunda de fraternidad y que por tanto parecía no haber aprendido nada
del sufrimiento padecido, durante tanto tiempo, por la falta de paz sobre la
tierra.
Han pasado ya muchos años desde
que el Papa San Pablo VI escribiera este mensaje y nos da la sensación que
estuviera escrito para nuestros días; ya desde el inicio de este siglo, los
problemas de la humanidad siguen avanzando y la causas siguen siendo la mismas,
casi siempre, derivadas de la falta de fraternidad.
Son muchas las preguntas que nos
hacemos los hombres de buena voluntad ante la falta de paz en el mundo: ¿Qué
sucede? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué es lo que no funciona? ¿Debemos resignarnos,
dudando de que el hombre sea capaz de lograr una paz justa, segura, y
renunciando a plasmar la esperanza y la mentalidad de la paz en la educación de
las generaciones nuevas?...
Estas preguntas se las hacía ya
el Papa, ante el panorama mundial que se desarrollaba en aquellos tiempos.
Nosotros, los hombres de hoy no nos encontramos en una situación más halagüeña,
esa es la triste realidad, pero a pesar de ello queremos ser optimistas, como
lo fue ciertamente este Pontífice, en su día, cuando escribía estas palabras también
en el mismo mensaje que estamos recordando (Ibid):
“Afortunadamente, ante nuestras
observaciones se perfila otro esquema de ideas y de hechos: el de la paz
progresiva…a pesar de todo la paz camina.
Todos lo advierten: la paz es
necesaria. Ella comporta el progreso moral de la humanidad, decididamente
orientada hacia la unidad. La unidad y la paz son hermanas cuando las une la
libertad. La paz se encuentra favorecida por el creciente beneplácito de la
opinión pública, convencida de lo absurdo de la guerra por la guerra misma y de
la guerra como único y fatal medio para dirimir las controversias entre los
hombres.
La paz utiliza la red cada vez
más densa de las relaciones humanas: culturales, económicas, comerciales,
deportivas y turísticas; es necesario vivir juntos, y es hermoso conocerse,
estimarse y ayudarse. Se está creando en el mundo una solidaridad fundamental,
que favorece la paz. Las relaciones internacionales se desarrollan cada vez más
y crean la premisa también la garantía de una cierta concordancia. Las grandes
instituciones internacionales y supranacionales se demuestran providenciales,
tanto para la vida como para perfeccionar la convivencia pacífica de la
humanidad…”
No cabe duda que todas estas
razones, conducentes a la paz, que aducía Pablo VI, son razonablemente ciertas,
aún hoy en día y todo ello a pesar de que su Pontificado (1963-1978), durante
la llamada <Guerra fría> (1947-1990), no fue nada fácil para la
humanidad, si tenemos en cuenta algunas confrontaciones bélicas que continuaron
o fueron posteriores a la 2ª
Mundial, como por ejemplo la guerra de
Vietnam que había comenzado en 1955 y terminó en 1975, la guerra civil del Líbano
iniciada en 1975 y que terminó en 1990, la guerra de Angola que se inició
también en el año 1975 que termino muy tarde, en el 2002, e incluso la guerra
Indo-Pakistaní que tuvo lugar en 1971, y que aún siendo muy corta fue
verdaderamente terrible para los pueblos implicados en la misma.
Durante el Pontificado de su
sucesor Juan Pablo II (1978-2005), también se produjeron importantes
enfrentamientos armados en distintas partes del mundo, recordemos como más
conocidas la guerra del Golfo (1990-1991), la guerra civil del Salvador
(1980-1992) y la 1ª guerra de Afganistán (2001-2014), todas ellas con
resultados catastróficos para las personas que tuvieron la desgracia de
sufrirlas, así como para sus países en general. Así mismo ocurrieron algunos
actos terroristas que dejaron maltrechas a muchas criaturas inocentes, como
sucedió en el tristemente célebre del 11 de septiembre de 2001 de New York, o en el de
Londres de 2005.
Posteriormente las condiciones
para la paz no se consolidaron en el mundo entero como hubiera sido deseable, y
así en el año 2011 estalló la llamada Primavera Árabe conducente a una gran
oleada de protestas laicas y democráticas del mundo árabe, en Túnez, Egipto,
Libia, Yemen, Qatar y Siria. Factores como condiciones de vida muy duras, alto índice
de desempleo especialmente juvenil, pudieran haber sido las principales causas
de estos movimientos civiles.
Mientras que en Túnez y Egipto la
revolución fue apoyada por parte del ejercito y otros órganos sociales, por el
contrario en Libia y Siria se produjo una autentica guerra civil entre los
leales a los regímenes gobernantes y sus opositores; guerra que en Siria sigue
proporcionando, hoy en día, mucho sufrimiento a sus gentes, aunque ya se
considere prácticamente acabada.
Todos estos datos y otros muchos
que son bien conocidos por el mundo occidental y el oriental, hacen que seamos poco optimistas en el sentido
que hubiera deseado el Papa Pablo VI, si consideramos todos los esfuerzos
realizados por hombres de buena voluntad después de la <Guerra fría>,
para alcanzar un mayor estado de fraternidad entre los hombres.
Recordamos, en este sentido, la Creación de la Unión Europea en 1992, como un primer paso hacia la cooperación entre naciones y de esta forma evitar si ello fuera posible una 3ª guerra mundial; es destacable también la creación de un mercado único que culminó en 1993, con libertad de circulación de mercancías, servicios, personas y capitales, pero que en nuestros días está siendo atacado peligrosamente, desde distintos ángulos de la sociedades implicadas.
Otro avance importante para el establecimiento de la paz a nivel mundial fueron los acuerdos, realizados en el siglo XX para controlar el exceso de armas nucleares que aseguraban la destrucción mutua, y que desde los años sesenta, en plena <Guerra fría> estaban presentes con gran riesgo de que se produjera una guerra accidental. En este sentido, recordemos los tensos momentos vividos por el mundo entero en el año 1962 durante la crisis de los misiles en Cuba…
Sí, los hombres aman la paz, y han hecho muchas cosas por conseguirla a nivel mundial, pero aún se corre el riesgo de no alcanzarla si no se propone de forma seria la <actividad que santifica>, basada en aquellas palabras pronunciadas por Cristo en el <Sermón del Monte> (Mt 5, 21-22):
“Habéis oído que se dijo a
nuestros antepasados: No matarás; y el que mate será llevado a juicio/ Pero yo
os digo que todo el que se enfade con su hermano será llevado a juicio; el que
lo llame estúpido será llevado a juicio ante el sanedrín, y el que lo llame
impío será condenado al fuego eterno”
Verdaderamente el Señor puso muy alto
el listón de la salvación, pero debemos darnos cuenta, ante los hechos
históricos relacionados con el bien de la fraternidad que era necesario, por
eso debemos seguir identificándonos con el Mensaje de Cristo y ello implica en
palabras de nuestro Papa Francisco el empeño por construir con Él, el reino del
amor, de la justicia y de la paz para todos porque:
“No es sano amar el silencio y
rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad,
buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e
integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en
el camino de la santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también
en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y
generoso de nuestra propia misión” (Papa Francisco; Exhortación apostólica:
<Gaudete et exúltate>; dada en Roma, junto a San Pedro, el 19 de marzo,
Solemnidad de San José, del año 2018, sexto de su Pontificado)
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