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sábado, 31 de diciembre de 2011

JESÚS PREGUNTÓ AL CIEGO DE BETSAIDA: ¿VES ALGO?


 
 


Sólo San Marcos narra en su Evangelio el pasaje de la vida del Señor en el que da la vista a un ciego de Betsaida (Mc  8, 22-26):
-Y vienen a Betsaida y traen le  un ciego, y le ruegan que le toque.
-Y tomando de la mano al ciego le sacó fuera de la aldea; y habiendo escupido en sus ojos, puestas sus manos sobre él, le preguntaba: ¿Ves algo?
-Y habiendo alzado los ojos, decía: Veo los hombres. Me parecen arboles. Los veo caminar.
-Luego de nuevo puso las manos sobre sus ojos, y distinguía los objetos, quedó restablecido, y veía de lejos claramente todas las cosas.
-Y le despachó a su casa diciendo: Que no entres siquiera en el pueblo.

El Señor durante su vida pública dio la vista a algunos ciegos, como en el caso contado por San Marcos, o el narrado por San Mateo (Mt 12, 22-23), pero este tipo de milagros de sanación material o curación de una enfermedad corporal, con ser extraordinariamente sorprendentes y estremecedores, no son comparables con el milagro de sanación espiritual, que libra de la ceguera moral e intelectual, y que constantemente realiza Cristo sobre los hombres de todos los tiempos y hasta nuestros días, porque sólo Jesús es la luz que puede iluminar la ceguera de los seres humanos.
Y es que la humanidad, desde siempre, ha querido descubrir la verdad de las cosas ocultas, y en particular quiere abrir los ojos, muchas veces ciegos, a la luz de esa verdad, para alcanzar un final feliz.
 
 


En la edad Media un hombre santo que se había planteado este deseo, nos dejó un libro, y más concretamente una oración en el mismo, que puede ayudarnos en este sentido (Tomás de Kempis. Imitación de la vida de Cristo):
“Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu eterna lumbre y saca de mi corazón toda tiniebla. Refrena las muchas vagueaciones y quebranta las tentaciones que me hacen fuerza. Pelea fuertemente por mí y vence las malas bestias, que son los deseos halagüeños, para que se haga la paz en tu virtud, y la abundancia de tu loor suene en el santo palacio, que es la limpia conciencia.
Manda a los vientos y a la tempestad, di al mar que sosiegue y al cierzo que no sople y sea gran bonanza. Envía tu luz y tu verdad que luzca sobre mí, porque soy tierra vana y vacía hasta que tú me alumbres”.

El mundo de hoy, según nuestro Papa Benedicto, necesita que se le alumbre, que se le siga hablando de Jesús, el Hijo Unigénito de Dios y Dios verdadero, pues sólo él puede traer la luz al alma  de los hombres y con ella un cambio de aptitud ante las dificultades de la vida, que le conduzcan con rectitud hacia la santidad:
“Hoy los mismos espíritus críticos constatan cada vez con mayor claridad que la crisis de nuestro tiempo consiste en la <crisis de Dios>, en la desaparición de Dios del horizonte de la historia humana. La respuesta de la Iglesia no puede ser otra que la de hablar cada vez menos de sí misma y cada vez más de Dios, testimoniarlo, ser su puerto”.



Y añade más adelante, para poner de relieve las bondades de su predecesor en la silla Pontificia y el deseo constante del mismo, de que  la Iglesia sea cada vez más testigo de Cristo (Juan Pablo II. Mi amado predecesor. Ed. S. Pablo 2007):
“Este es el verdadero contenido del pontificado de Juan Pablo II que con el paso del tiempo, resulta cada vez más evidente”

Son muchos los testimonios escritos  que, en efecto, nos ha dejado el Papa Beato Juan Pablo II, que constatan de forma evidente las palabras de nuestro actual Papa. Así, por ejemplo, en la carta Encíclica <Redemptoris missio >, dada en Roma en el año 1987, se manifestaba en los siguientes términos:
“La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quién impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: <Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! (I Cor. 9,16).
 


En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de San Pablo. Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica”

También el Papa Benedicto XVI, tomando ejemplo de su querido predecesor quiere continuar con esta labor entre todos los pueblos, porque la labor evangelizadora aún no ha terminado y Cristo tiene que ser conocido en todos los confines del mundo; por eso nuestro actual Papa que acaba de visitar un país como Benín, dónde la religión más importante es el animismo africano (50%), entre otras muchas cosas ha dicho (Homilía en la Misa de Cotonú):
“Queridos hermanos y hermanas, todos los que han recibido ese don maravilloso de la fe, el don del encuentro con el Señor resucitado, sienten también la necesidad de anunciarlo a los demás. La Iglesia existe para anunciar esa Buena Noticia y este deber es siempre urgente. Después de tantos años, hay todavía muchos que no han escuchado el mensaje de salvación de Cristo. Hay también muchos que se niegan a abrir sus corazones a la Palabra de Dios. Y son numerosos aquellos cuya fe es débil, y su mentalidad, costumbres y estilo de vida ignoran la realidad del Evangelio, pensando que la búsqueda del bienestar egoísta, la ganancia fácil o el poder es el objetivo final de la vida humana. ¡Sed testigos ardientes, con entusiasmo, de la fe que habéis recibido! Haced brillar por doquier el rostro amoroso de Cristo, especialmente ante los jóvenes que buscan razones para vivir y esperar en un mundo difícil”  
 


Por su parte el Papa Juan Pablo II, en la carta Encíclica, mencionada anteriormente, nos recordaba también lo siguiente:
“Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: <Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes>. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28, 18-20; Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23)”

Y es que todos los Papas han puesto de relieve el vínculo estrecho existente entre Cristo y su Iglesia, como por ejemplo el Papa Pablo VI que en su carta Encíclica <Ecclesiam suam>, la primera de su pontificado (dada en Roma en el año 1964), decía lo siguiente dirigiéndose a sus hermanos los Obispos:
“Podemos deciros ya, Venerables hermanos, que tres son los pensamientos que agitan nuestro espíritu cuando consideramos el altísimo oficio que la providencia, contra nuestros deseos y méritos, nos ha querido confiar, de regir la Iglesia de Cristo en nuestra función de Obispo de Roma y por lo mismo, también, de Sucesor del bienaventurado Apóstol Pedro, administrador de las supremas llaves del reino de Dios y Vicario de aquel Cristo que lo constituyó como pastor primero de su grey universal; el pensamiento decimos, de que ésta es la hora, en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para propia instrucción y edificación, la doctrina que le es bien conocida, en el último siglo investigada y difundida, acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión, de su propio destino final; pero doctrina nunca suficientemente estudiada y comprendida, ya que contiene el plan providencial del misterio oculto desde los siglos en Dios…para que sea ahora notificado por la Iglesia, esto es, la misteriosa reserva de los misteriosos designios de Dios que mediante la Iglesia son manifestados; y porque esta doctrina constituye hoy el objetivo más interesante que ningún otro, de la reflexión de quién quiere ser dócil seguidor de Cristo, y por tanto más de quienes como Nos y vosotros, Venerables Hermanos, han sido puestos por el Espíritu Santo como Obispos par regir la Iglesia misma de Dios”
 
 

Por desgracia después de más de cuarenta años, desde que el Papa Pablo VI escribiera esta carta, la verdad es que la Iglesia todavía se encuentra en la necesidad acuciante, que el mismo Papa Benedicto XVI ha señalado en distintas ocasiones, de dar a conocer el mensaje de Cristo, a las gentes de todo el mundo.
Pero no solo a aquellos pueblos que todavía no han recibido la palabra de Jesucristo, sino también a los que ya la recibieron, pero la olvidaron o están a punto de olvidarla, ya que  la misión <ad gentes> tiene por destinatarios <a los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo>, <a los que están alejados de Cristo>, entre los cuales la Iglesia <no ha arraigado todavía> y cuya cultura no ha sido influenciada aún por el Evangelio (Redemptoris missio. Capítulo IV. J. Pablo II, 1990). 

No obstante, lo que se hizo al principio del cristianismo, para la misión universal, todavía sigue siendo válido y vigente hoy, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza, sin embargo un nuevo campo de evangelización se ha abierto en los últimos años del siglo pasado y principios del presente.
Por desgracia la Iglesia establecida en el viejo Continente, y en algunos países del Nuevo, que habían sido evangelizadas desde casi el principio han sufrido las consecuencias, que ya apuntaba en su día el Papa Pablo VI, del naturalismo, que amenaza vaciar la concepción original del cristianismo; el relativismo, que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atacando al carácter absoluto de los principios cristianos; la costumbre de suprimir todo esfuerzo y toda molestia en la práctica ordinaria de la vida, que acusa de inutilidad fastidiosa a la disciplina y a la <ascesis> cristiana y más aún, a veces el deseo apostólico de acercarse a los ambientes paganos o de hacerse acoger por los espíritus modernos, se ha traducido en una renuncia a las formas propias de la vida cristiana (Ecclesiam Suam. Pablo VI, 1964).
 



Por todo ello, es necesario recordar de nuevo el ejemplo dado por los primeros evangelizadores, como los Apóstoles y los discípulos de estos, entre los que destaca sin duda la figura de San Marcos, que fue seguidor de Cristo, hasta las últimas consecuencias, y que  ayudó al primer Pontífice, San Pedro, a llevar a cabo su difícil tarea de regir los destinos de la Iglesia naciente.  
El evangelista San Marcos, habló de Cristo, Hijo Unigénito de Dios, y Dios verdadero, y lo hizo con palabras sencillas y espontaneas, para tratar de reflejar con autenticidad el mensaje oral de nuestro Señor Jesucristo. San Marcos es uno de los discípulos de los Apóstoles más conocido porque consciente de la importancia del “testimonio de Cristo”, escribió su Evangelio, que junto con los de San Mateo y San Lucas se han dado en llamar <sinópticos>, por el hecho de utilizar como fuente común el evangelio oral de los Apóstoles, heredado del Mensaje del Mesías y bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Juan, apellidado Marcos (apellido romano), era pariente próximo de Bernabé, el cual gozaba de gran autoridad entre los Apóstoles y era amigo personal de Saulo (San Pablo), e introductor de éste ante los <Doce>. En una Carta de San Pablo leemos precisamente lo siguiente, al despedirse de la Iglesia de Colosas  (ciudad de Frigia) (Col 4, 10):
-Os saluda Aristarcos, mi compañero de prisión, y Marcos, el primo de Bernabé, acerca del cual recibísteis algunos encargos; si fuere a vosotros hacedle buena acogida…

La madre de San Marcos se llamaba María y a su casa se dirigió San Pedro después de ser liberado de la cárcel por milagro divino (Hch 12, 11-12):
-Y Pedro vuelto en sí, dijo: Ahora sé realmente que el Señor me envió un ángel y me sacó de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos.
-Y después de reflexionar, se dirigió a la casa de María la madre de Juan, apellidado Marcos, donde se hallaban no pocos reunidos y orando.
 
 

En la casa de la madre de San Marcos, según todos los indicios, podría estar situada la sala llamada <Cenáculo>, donde tuvo lugar la “Ultima Cena” de Jesús con sus Apóstoles (Mc 14, 15), (Lc 22, 12). Por otra parte, también ésta podría haber sido la casa donde se refugiaron los discípulos del Señor, junto a la Virgen María, para esperar la llegada del Espíritu Santo, que el Señor les había anunciado (Hch  2, 1-4 ):
-Y al cumplirse el día de Pentecostés, estaban  todos juntos en el mismo lugar.
-Y se produjo de súbito desde el cielo un estruendo como de viento que soplaba vehemente, y llenó toda la casa donde se habían sentado.
-Y vieron aparecer lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos.
-Y se llenaron todos de Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en lenguas diferentes, según que el Espíritu Santo les movía expresamente.

En realidad, esta casa, se podría decir que fue la sede de la primitiva Iglesia de Cristo en Jerusalén. Así mismo, muchos hagiógrafos aseguran que el joven envuelto en una sabana que, por cierto, aparece nombrado únicamente en el Evangelio de San Marcos, es el propio evangelista, en cuyo caso, contra la opinión de algunos autores, podría haber escuchado algunos sermones del Señor. De cualquier forma, no hay datos concretos al respecto (Mc 14, 47-51):
 


-Un cierto sujeto de los presentes, desenvainó la espada, hiriendo al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja.
-Y tomando la palabra Jesús les dijo: ¡Como contra un salteador habéis salido con espadas y bastones a prenderme!
-Cada día estaba yo con vosotros en el templo enseñando, y no me prendísteis: pero tenían que cumplirse las Escrituras.
-Y abandonándole, huyeron todos.
-Y cierto joven le seguía, envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, y le detienen;
-más él, soltándose la sábana, desnudo, se escapó.

Desde siempre la tradición de la Iglesia, ha aceptado el hecho de que San Marcos fue discípulo de San Pedro y estuvo también mucho tiempo con San Pablo, acompañándole incluso en su primer viaje evangelizador, tal como se constata en el libro de San Lucas de los “Hechos de los Apóstoles” (Hch 13, 1-4):
-Había en Antioquia, en la Iglesia allí establecida, profetas y doctores; Bernabé, Simeón llamado el Negro, y Lucio el Cirinense, Manahén, colactáneo de Herodes el Petralca, y Saulo.
-Y estando ellos en el oficio en honor del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: <Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra para la cual los he llamado>
-Entonces después de haber ayunado y orado habiéndole impuesto las manos, los despidieron.
-Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Selencia, y desde allí hicieron a la vela hasta Chipre,
-y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Y tenían a Juan como auxiliar.

Tal como reflejan estos versículos del Nuevo Testamento, San Juan Marcos acompañó a Saulo y a Bernabé en los inicios de su primer viaje, pero al poco se retiró de ellos y esto no le agradó a San Pablo. Por eso, en la segunda misión apostólica Bernabé quiso llevar otra vez a Marcos, pero Saulo no lo consintió, recordando que había preferido no continuar el viaje con ellos en su primera misión apostólica (Hch 15, 36-41):
-Al cabo de unos días dijo Pablo a Bernabé: Demos una vuelta y visitemos a los hermanos por todas las ciudades en las que anunciamos la palabra del Señor, haber como andan.
-Bernabé quería resueltamente tomar consigo también a Juan llamado Marcos;
-Pablo, empero, estimaba que a quién se había separado de ellos desde Panfilia y no había ido con ellos al trabajo, a este no debían tomarle consigo.
-Y se produjo un agudo conflicto, hasta el punto de que se separaron uno del otro, y Bernabé tomando a Marcos, se embarcó para Chipre;
-mas Pablo, habiéndose escogido a Silas por compañero, partió, entregado a la gracia de Dios por los hermanos;
-y recorrió la Siria y la Cilicia, consolidando la Iglesia.

Los motivos por los que Marcos y  Bernabé  no acompañaron a Pablo en este segundo viaje no deben relacionarse con otro incidente anterior que había tenido lugar entre Pedro y Saulo. Dicho incidente fue relatado por San Pablo en su carta a los Gálatas, un pueblo inicialmente cristianizado por él, que se encontraba sumido en la incertidumbre, por causa de un grupo de israelitas que aceptaban la ley de Moisés, de forma radical, imponiendo la circuncisión a los gentiles como norma indispensable para la salvación ( judaísmo).
San Pedro, como hombre prudente, quiso evitar en lo posible el enfrentamiento entre los judaizantes y los no judaizantes, lo que le llevó a mantener una buena convivencia con los primeros, en determinadas ocasiones y su ejemplo había cundido entre otros miembros de la iglesia de Cristo, como sucedió en el caso de Bernabé, siempre con el deseo de que no se produjera un cisma entre los seguidores del Señor.



En su carta a los Gálatas San Pablo reprochó esta actitud, por creerla ineficaz, como así sucedió a la postre, pero no obstante las relaciones entre Saulo y los restantes Apóstoles siempre fueron buenas, como  demuestra éste en la carta mencionada, al comentar la aceptación por parte de Pedro, Juan y Santiago, de la labor apostólica por él realizada (Gal.  2, 1-10) :
-Después de transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé llevando también a Tito.
-Subí como una revelación, Y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, aunque en privado, a los más cualificados, no fuera que caminara en vano.
Sin embargo, ni siquiera obligaron a circuncidase a Tito, que estaba conmigo y es griego.
-Di este paso por motivo de esos intrusos, esos falsos hermanos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y esclavizarnos.
-Pero ni por un momento cedimos a sus imposiciones, a fin de preservar para vosotros la verdad del Evangelio.
-En cambio, de parte de los más cualificados (lo que fueran o dejasen de ser entonces no me interesa, que Dios no tiene acepción de persona), los más representativos no me añadieron nada nuevo;
-todo lo contrario, vieron que se me ha encomendado anunciar el Evangelio a los incircuncisos, lo mismo que Pedro a los circuncisos,
-pues el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles;
-además, reconociendo la gracia que me ha sido otorgada, Santiago, Cefas y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano en señal de comunión a Bernabé y a mí, de modo que nosotros nos dirigiéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos.
-Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir.

Este reparto de la labor evangelizadora entre los Apóstoles era justo y adecuado, y sin duda dio grandes frutos a la Iglesia de Cristo. Por su parte San Marcos volvió a ser gran amigo de San Pablo como lo demuestra el hecho de haberle acompañado durante su prisión en Roma, tal como se deduce de la carta que el Apóstol dirigió al pueblo de Colosas, sumido en la lucha contra el gnosticismo (Col 4,10):

-Os saluda Aristarco, mi compañero de prisión, y Marcos, el primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis algunos encargos; si fuese a vosotros, hacedle buena a cogida.

Así mismo, en su carta a Filemón, al despedirse del mismo, San Pablo se expresa en los términos siguientes (Fil. 23-24):
-Te saluda Epafras, mi compañero de prisión en Cristo Jesús
-Marcos, Aristarco, Demas, Lucas, mis colaboradores.

Según la tradición de la Iglesia, Marcos acompañó a Pedro en sus viajes, permaneciendo asimismo largas temporadas con él en Roma, como su discípulo y colaborador en la labor evangelizadora realizada por el que era el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo.  Precisamente se cree que fue éste el que encargó a Marcos que pusiera por escrito el Evangelio del Señor con objeto de que fuera una ayuda en su labor apostólica, y llegara a las futuras generaciones la palabra de Cristo sin alteraciones.
Marcos al escribir su Evangelio, bajo la inspiración del Espíritu Santo, tuvo muy en cuenta siempre el carácter sumamente humilde de San Pedro, y por ello no resaltó los elogios que Cristo le dedicó, sino que por el contrario se detuvo en comentar con largueza, aquello que podía humillarle, como por ejemplo las tres negaciones del Apóstol cuando Jesús fue detenido y ajusticiado, de las que según la tradición el propio Pedro hablaba con frecuencia.


Desde la antigüedad, el Evangelio de San Marcos aparece como el segundo de los escritos, ya que el de San Mateo (versión en arameo), desapareció muy pronto y por ello la versión en griego del mismo, fue considerada por la primera Iglesia de Cristo, como el primero de los escritos. Actualmente, la opinión general, es que en la base de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, se encuentran dos documentos anteriores, que podrían ser el propio Evangelio de San Marcos y una fuente escrita ( u oral), en la que se habría recogido las palabras de Jesús (Documento Q).
No han faltado además, las opiniones de alguno <eruditos>, sobre la autenticidad del llamado <final del Evangelio de San Marcos> y ello ha sido debido a la posible diferencia de estilos de los últimos versículos. Lo cierto es, que es más probable que el Apóstol queriendo que la Resurrección del Señor, que inicialmente no había constado en su primera versión, apareciera también en su libro, posteriormente la añadiera con objeto de dar más gloria a Cristo.
El Evangelio de San Marcos comienza relatando el Ministerio del Precursor (1, 1-4):
-Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
-Como está escrito en el profeta Isaías: Mira, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual aparejará tu camino (Mal. 3,1).
-Voz de uno que clama en el desierto, preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas (Is. 40,3).
-Se presentó Juan el Bautista, en el desierto predicando bautismo de penitencia, para remisión de los pecados.
 

En la iconografía de San Marcos aparece precisamente un león, porque en su Evangelio se relata en primer lugar esta misión de San Juan, siendo el león considerado el animal rey del desierto. Por otra parte, San Ireneo de Lyon (189 d. C.), en su obra “Adversus haereses”, criticó con dureza tanto a las comunidades cristianas que hacían uso de un sólo Evangelio (el de San Mateo), como a las que aceptaban incluso algunos de los Evangelios que hoy en día se denominan apócrifos, cual, era el caso de los seguidoras de la secta herética gnóstica. <No es posible que sean ni más ni menos que cuatro>, decía San Ireneo refiriéndose a los Evangelios de la Iglesia, presentando como lógica la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos.

Para ilustrar su punto de vista, utilizó, asimismo, una imagen tomada del libro de Ezequiel en el que Dios aparece flanqueado por cuatro criaturas con rostros diferentes (hombre, león, toro y águila), que están también en el origen de los símbolos iconográficos de los cuatro, evangelista.
Verdaderamente es impresionante, que un profeta de la antigüedad como Ezequiel (S.VI a. C), escribiera en su libro lo siguiente (Ez 1, 1-10):
-Y por encima del firmamento que se extendía sobre sus cabezas, apareció como el espectro de una piedra de zafiro semejante a un trono, y sobre esa semejanza de un trono, una figura de aspecto similar a la de un hombre, que se erguía sobre él.
-Y aparecieron como una especie de electros resplandecientes, algo que semejaba fuego en él alrededor; de lo que semejaban sus caderas para arriba y de lo que parecía sus caderas para abajo, vi como una especie de fuego que tenía un resplandor todo en torno.
A manera del arco iris, que aparece en las nubes en día de lluvia, tal era el aspecto del resplandor que lo circundaba. Esa era la visión de la imagen de la gloria de Yahveh. Al contemplarla, caí rostro en tierra y oí  la voz de alguien que hablaba.
 
 

Ezequiel era hijo de un noble sacerdote que vivía exiliado en la colonia hebrea de Tel-Abid y que hacia el año 593 antes de Cristo, fue llamado por Yahveh a su servicio, mediante la visión que el mismo describe con palabras llenas de admiración, sorpresa y respeto. La misión que le encargaría Dios, era muy importante porque consistía en mantener al pueblo desterrado, fiel a Él, para que en un futuro, del mismo, surgiera un grupo de hombres valerosos destinados a formar en la madre Patria un pueblo leal al Señor.
La Iglesia católica ha aceptado en gran medida los vaticinios de Ezequiel, que por otra parte aparece varias veces nombrado en el Nuevo Testamento.
San Marcos, al igual que Ezequiel, fue llamado por Dios, para ayudar a un pueblo sumido en el paganismo, el pueblo romano, que había sido y seguía siendo evangelizado por San Pedro. La aportación del evangelista San Marcos a la labor del primer Pontífice, fue muy importante, y continúa siéndolo en la actualidad, ya que refleja de forma sencilla, no solo el mensaje de Cristo, desde la visión de San Pedro, sino también aquellos aspectos que el Espíritu Santo le fue descubriendo al propio evangelista durante su escritura. Ya los antiguos exégetas observaron la sencillez del Evangelio escrito por San Marcos y al mismo tiempo la claridad con que manifiesta la divina filiación de Jesús, y lo hacía sobretodo ayudándose de la narración de los milagros realizados por el Señor.

Entre los milagros relatados por este evangelista se encuentran entre otros: <Curación del endemoniado de Cafarnaúm> (1, 21-28), <Curación de la suegra de Pedro> (1, 29-31), <Curación de un grupo de enfermos> (1, 29-31), <Curación de un leproso> (1, 40-45), <Curación del paralítico de Cafarnaúm> (2, 1-12), <Curación de la mano paralítica de un hombre> (3, 1-6), <Numerosas curaciones junto al mar de Galilea> (3, 7-12), <Curación del endemoniado gerasano> (5, 1-20), <Curación de la hemorroisa>(5, 25-34), <Resurrección de la hija de Jairo> (5, 35-43), <Curación en Genesaret> (6, 53-56), <Curación de un sordo mudo> (7, 31-37), <Curación del ciego de Betsaida> (8, 22-26), <Curación del niño lunático> (9, 14-29) y <Curación del ciego de Jericó> 810, 46-52).


Sin duda San Marcos fue el evangelista que narró más milagros de Jesús y en particular dos de ellos , que no han sido narrados nada más que por él; concretamente la “Curación del ciego de Betsaida”, al que nos hemos referido anteriormente, y la “Curación de un sordomudo” (7, 31-32):
-De nuevo saliendo de los confines de Tiro, se encaminó por Sidón camino de Galilea, pasando por medio de los términos de la Decápolis,
-y le presentan un sordo y tartamudo, y le ruegan que ponga sobre él su mano.
-Y tomándole aparte lejos de la turba, introdujo sus dedos en las orejas del sordo y con su saliva tocó su lengua;
 


-y levantando sus ojos al cielo suspiró y le dijo: Effatá (esto es, <Ábrete>).
-Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua, y hablaba correctamente.
-Y les ordenó que a nadie lo dijesen, pero cuanto más se lo ordenaba, tanto más ellos lo divulgaban.
Y se asombraban sobremanera, diciendo: Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos, y hablar a los mudos.

Esta última afirmación de las gentes que seguían a Jesús y que presenciaron este milagro, <Todo lo ha hecho bien>, podría ser la síntesis o el resumen de toda la vida de Cristo sobre la tierra. En efecto, Él todo lo hizo bien, pero ¿Por qué nosotros seguimos haciéndolo mal?; esta es la pregunta que deberíamos hacernos al respecto, tras el ejemplo salvador del Mesías.
Ya San Efrén (306-373), doctor de la Iglesia y diácono de Siria al comentar este evangelio de San Marcos se expresaba en los términos siguiente:
“La fuerza divina que el hombre no puede tocar, bajó, se envolvió con un cuerpo palpable para que los pobres pudieran tocarle, y tocando la humanidad de Cristo, percibieran su divinidad. A través de unos dedos de carne, el sordomudo sintió que alguien tocaba sus orejas y su lengua. A través de unos dedos palpables percibió a la divinidad intocable una vez rota la atadura de su lengua y cuando las puertas cerradas de sus orejas se abrieron. Porque el arquitecto y artífice del cuerpo vino hasta él y, con una palabra suave creó sin dolor unos orificios en sus orejas sordas; fue entonces cuando, también su boca cerrada hasta entonces incapaz de hacer surgir una sola palabra, dio al mundo la alabanza a aquel que de esta manera hizo que su esterilidad diera fruto”.
Otros doctores de la iglesia han comentado también este importante pasaje de la vida del Señor, narrado tan solo por San Marcos en su Evangelio. Así San Lorenzo de Bríndisi (1559-1619) nos ha dejado este esclarecedor análisis:
“El Evangelio narra la obra de la Redención y de la Nueva Creación, y dice igualmente que <Todo lo ha hecho bien>…
Indudablemente que por su misma naturaleza, el fuego solo puede dar calor y no puede producir frio; el sol solo puede dar luz, y no puede ser causa de tinieblas. Igualmente Dios solo puede hacer cosas buenas porque Él es la bondad infinita, la luz misma. Es el Sol que esparce una luz infinita, la luz misma…
La Ley dice que todo lo que Dios ha hecho es bueno, el Evangelio dice que todo lo ha hecho bien, hacer cosas buenas no significa pura y simplemente  hacerlo todo bien. Es verdad que muchos hacen cosas buenas pero no las hacen bien, como en el caso de los hipócritas que hacen ciertas cosas buenas, pero con un mal espíritu, con una intención perversa y falsa. Dios hace todas las cosas buenas y las hace bien. <El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones…>.
Y si Dios, sabiendo que encontramos nuestro gozo con lo que es bueno, ha hecho para nosotros buenas todas sus obras, y las ha hecho bien ¿Por qué no nos apresuramos a hacer de buena gana obras buenas y hacerlas bien, puesto que sabemos que Dios encuentra en ello su gozo?”
 
 

Jesús es el Hijo Unigénito de Dios, tal como se puso de manifiesto en los numerosos milagros por Él realizados, y en especial por aquellos que implicaban la lucha directa con el Maligno. La expulsión de demonios es un tipo de milagros muy significativo que proclama la autenticidad de su filiación divina. San Marcos nos narró algunos de estos milagros y así encontramos, casi al principio de su Evangelio  aquel que tuvo lugar durante su proclamación del reino en Galilea, más concretamente en Cafarnaúm donde tuvieron lugar los hechos, y que también fue relatado por el evangelista San Lucas (Mc.1, 21-28):
-Y entran en Cafarnaúm; y luego que fue sábado enseñaba en la sinagoga.
-Y se asombraban de su enseñanza, porque les estaba enseñando como quien tiene autoridad y no como los escribas.
-Y, de pronto, había en su sinagoga un hombre poseído de un espíritu inmundo, y se puso a gritar,
-diciendo: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús Nazareno? Vinistes a perdernos. Te conozco quién eres, el Santo de Dios.
-Y le ordenó Jesús resueltamente: Enmudece y sal del él.
-Y sacudiéndose violentamente y dando alaridos, salió de él el espíritu inmundo.
-Y quedaron todos pasmados, de suerte que se preguntaban unos a otros diciendo: ¿Qué es esto? Un modo nuevo de enseñar… con autoridad…
-A los espíritus inmundos manda… y le obedecen.
-Y se extendió rápidamente su renombre por todas partes, a toda la comarca de Galilea.
 

Los poseídos por el demonio, tal como nos muestra este milagro, reconocen en Jesús la filiación divina y las gentes que tuvieron la suerte de presenciarlo se maravillaban preguntándose. ¿Qué es esto? Por eso muchos hombres de buena voluntad se han preguntado desde entonces: ¿Qué significa esta nueva forma de enseñar?
En el siglo XIII, el doctor de la Iglesia, San Buenaventura, en su sermón “Christem unus ómnium magister”, se expresaba de este modo, cuando se refería a la <nueva forma de enseñar de Jesucristo>:
“Así pues, porque la autoridad pertenece a la palabra poderosa y verídica, y Cristo es la Verdad del Padre, y por eso mismo poder y Sabiduría, en Él está el fundamento y la consumación de toda autoridad…Queda pues, claro que Cristo es el Maestro del conocimiento según la fe; es el Camino, según su doble venida, en el espíritu y en la carne”
Por otra parte, casi a continuación de la curación de la suegra de Pedro, San Marcos nos cuenta que muchos poseídos llegaban hasta Él, y los sanaba a todos, pero no permitía que los demonios dijeran que lo conocían (Mc. 1, 32-34). Y hacia bien, porque si las autoridades judías hubieran sabido con la certeza de los endemoniados, quién era Jesús, no le habrían dejado ni un minuto más predicar, ni que los enfermos se acercaran a Él para que les curase, como sucedió poco después, junto al mar de Galilea, donde el Señor realizó numerosos milagros de sanación y donde los espíritus inmundos, cuando le veían, caían a sus pies y gritaban diciendo ¡Tu eres el Hijo de Dios!, pero siempre, siempre les mandaba callar y les prohibía darle a conocer ( Mc. 3, 7-12).
El poder de Jesús se manifestaba en todos estos milagros, sin embargo todavía hubo otro milagro donde su filiación divina se manifestó de forma más evidente sobre la furia, impotencia e instinto maligno de Satanás, nos referimos al que tuvo lugar en una región situada frente a Galilea, y que San Marcos narró magistralmente (Mc. 6, 7-10):

-Y abordaron a la otra banda del mar, en la región de los gerasenos.
-Y en saliendo Él de la barca, luego se encontró con Él un hombre salido de los monumentos (tumbas) poseído de espíritu inmundo,
-el cual tenía su habitación en los monumentos, y ni con cadenas podía ya nadie atarle;
-pues si bien había sido muchas veces sujeto con grilletes y cadenas, él había forzado las cadenas y hecho añicos los grillos, y nadie era capaz de domeñarle;
-y continuamente, noche y día, estaba en los monumentos y en los montes, dando gritos y cortándose con piedras.
-Y como vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de Él,
-y a grandes gritos decía: ¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios, no me atormentes.
-Es que le decía: Sal, espíritu inmundo, de este hombre.
-Y le preguntaba: ¿Cuál es tu nombre? Y le dice: <Legión> es mi nombre, porque somos muchos.
-Y le rogaban instantáneamente que no los mandase fuera de aquella región.
 
 

La existencia del mal en el mundo, es un hecho irrefutable, pero tal como Benedicto XVI en su Audiencia general del 3 de diciembre de 2008, ponía de relieve:
“El primer misterio de luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y otro malo, sino un único principio: Dios creador, y este principio es bueno, es sólo bueno, sin sombra alguna de mal. Por eso el ser no puede ser una mezcla de bien y de mal: el ser como tal, es bueno, y por ello pues, es bueno ser, es bueno vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe. No hay más que una sola fuente, buena, el Creador…
El mal no proviene de la fuente misma del ser, no es igualmente original. El mal proviene de una libertad creada, de una libertad mal utilizada. ¿Cómo ha sido posible esto? ¿Cómo se produjo?...
El mal no es lógico. Tan sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece siempre misterioso…Lo podemos atisbar, pero no explicar; no se puede narrar como un hecho al que sigue otro hecho, porque se trata de una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche”.
El mal enajenante e incomprensible, se pone de manifiesto de forma brutal, en el endemoniado geraseno, que en un momento de desesperación, pide al Señor que le envio a habitar en los cuerpos de una piara de cerdos que había por aquella región. Y Jesús se lo consintió, sabiendo que la consecuencia de ello, sería su perdición, porque se despeñaron por las rocas los animales, para caer al mar de Galilea. Los hombres que apacentaban estos cerdos, dieron enseguida cuenta de lo sucedido a sus amos, que vinieron en tropel para comprobar lo sucedido, pero en lugar de dar las gracias al Señor por la curación del poseso, le pidieron que se alejara de allí, demostrando con ello su falta de fe en el milagro realizado y su ingratitud, pues como sigue diciendo Benedicto XVI en la Audiencia anteriormente mencionada:


“El mal puede ser sobrepasado. Es decir, que la criatura, el hombre, puede curar…De tal manera que, al fin, en última instancia vemos que no solo puede ser curado, sino que efectivamente es curado. Es Dios quién ha introducido la curación. El mismo en persona entró en la historia. A la fuente permanente del mal, opuso la fuente del bien puro”

La fuente del bien puro, Cristo, el nuevo Adán, vino al mundo para oponerse al mal que se apodera a veces del alma de los hombres. Esto es lo que sucedió también en el caso de la hija de una mujer gentil, en los confines de Tiro y de Sidón y que salió al paso de Jesús para pedirle ayuda. El Señor quiso primero probar su fe con estas fuertes palabras (Mc. 7,27):
-Deja que primero se sacien los hijos; que no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.
Entonces, la mujer que realmente tenía una gran fe en Jesús, y era muy humilde de corazón, supo estar a la altura de las circunstancias y le respondió (Mc. 7, 27-28):
-Sí, Señor; también los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los niños.

Y Jesús maravillado de la grandeza de corazón de aquella mujer extranjera, le dijo enseguida (Mc.7, 29):
-Por eso que has dicho, anda, ha salido de tu hija el demonio.

La petición de esta humilde e insistente mujer, hizo que Jesús al realizar este milagro exclamara admirado estas últimas palabras, y ello nos debería hacer reflexionar sobre la constante necesidad que tenemos los hombres de pedir a Dios mediante la oración.



Jesucristo nos dio ejemplo con su propio comportamiento, alejándose con frecuencia de los Apóstoles y de la muchedumbre que le seguía, para orar a solas con su Padre. Él mismo dijo aquello de que la <fe mueve montañas>, y la oración realizada con fe, puede servirnos, como a esta mujer, para lograr que nuestras peticiones sean escuchadas por el Señor, si ellas son justas y necesarias.  
San Marcos según la tradición, evangelizó Alejandría, y a su partida de este país es posible que dejara allí, un pequeño grupo de cristianos, los cuales podrían haber sido el germen de una iglesia bien consolidada. Se cree asimismo, que pudo haber dejado ya nombrado algún Obispo, como cabeza de aquella incipiente iglesia. Se sabe muy poco más de su vida, después de la muerte de San Pedro y de San Pablo, pero se supone que entregó su alma al Señor, después de haber sido sometido a un cruel martirio, hacia el año 68 d.C.; por su parte la leyenda, nos narra que fue arrastrado por la calles de Alejandría hasta su fallecimiento.
Las reliquias atribuidas a San Marcos fueron llevadas por un grupo de navegantes, hasta Venecia, donde se conservaron en la Basílica que llevaba su nombre, la cual fue construida con tal propósito en el siglo IX, pero que luego fue destruida a consecuencia de un motín en el siglo X. La Basílica actual de San Marcos se empezó a construir en el siglo XI y fue reforzada y mejorada en los siglos XIII, XV y XVII, hasta constituir la maravilla que es hoy,  para dar gloria al Señor por un evangelizador tan importante y eficaz como San Marcos.
La iglesia copta cree que la cabeza de San Marcos, permaneció en Alejandría, y por ello conmemoran todos los años este evento. La catedral copta de San Marcos sita en El Cairo, es la más importante de Egipto y en ella se conservan parte de los restos del evangelista San Marcos, que fueron donados por el Papa Pablo VI a dicha iglesia, como muestra de ecumenismo.
 


La figura de San Marcos está ligada espiritualmente a la de San Pedro, al que ayudó en su tarea evangelizadora, poniendo por escrito, en su Evangelio, las enseñanzas y las obras de Cristo.

De igual forma, otro santo, siglos después, compartió la tarea evangelizadora con otro Pontífice; nos referimos concretamente a San Jerónimo (347-420), doctor de la Iglesia latina, que fue consultor del Papa San Dámaso (366-484), y que a solicitud del Pontífice y de acuerdo con los textos griegos, revisó la versión latina de los Evangelios, los cuales tras las diversas traducciones a lo largo de los años, corrían el peligro de ser mal interpretados. A San Jerónimo se debe una versión latina de la Biblia, que recibió el nombre de Vulgata y que se convirtió muy pronto, en la Biblia por excelencia más consultada en toda Europa, durante más de mil años, teniendo también gran influencia en otros continentes.


Por otra parte, a San Jerónimo, los artistas de todos los tiempos, lo han representado con frecuencia junto a un león, que como sabemos es la figura iconográfica de San Marcos, debido a una leyenda que asegura que el santo de Estridón (Dalmacia), domesticó a un león, cuando se encontraba haciendo vida ascética en el desierto.
Por todo ello, nos ha parecido adecuado, terminar esta reflexión apoyada en la labor evangelizadora de San Marcos, con las palabras de San Jerónimo al comentar el milagro del ciego de Betsaida, relatado sólo por evangelista  (Mc. 8, 22-26), cuando se refería al consejo que Jesús dio al hombre que había sanado:  “Ve a tu casa, es decir, a la casa de la fe, es decir, a la Iglesia...”       
 
 



 

sábado, 26 de noviembre de 2011

JESÚS DIJO: YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA



 
 


San Juan nos narra en su Evangelio que durante la Última Cena, el Señor confortó a sus Apóstoles con estas palabras (Jn 14, 1-4):
-No se turbe vuestro corazón. ¿Creéis en Dios? También en mí creed.
-En la casa de mi Padre hay muchas moradas: que si no, os lo hubiera dicho, pues voy a prepararos lugar.
-Y si me fuera y os preparare lugar, otra vez vuelvo y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros.
-Y a donde yo voy, ya sabéis el camino.

El Señor, una vez más, está pidiendo a sus Apóstoles fe, fe en Dios y por tanto fe en Él y en la morada que les va a preparar, ahora que ya se aproxima el momento de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero Tomás, está inquieto, tiene fe en su Maestro, más quiere escuchar de sus propios labios la respuesta a una duda que se le ha presentado, respecto al camino que deben seguir para poder llegar a dicha morada (Jn 14, 5-6):
-Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿como podemos saber el camino?
-Dícele Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
 
La respuesta del Señor es muy clara, porque fuera de Él, no hay sino descamino, mentira y muerte.

Con razón el Beato Tomás de Kempis, en su libro “Imitación de la vida de Cristo. Libro III. Capitulo LXIV), nos habla de la esperanza y confianza que se debe poner sólo en Dios, con estas palabras:
“Donde tú, Señor, estás, allí es el cielo, y donde no, es muerte e infierno. A ti deseo, y por eso es necesario dar gemidos y voces en pos de ti con viva oración.
Por cierto, yo no puedo confiar en alguno que me ayude en las necesidades que se me ofrecen, sino en ti sólo, Dios mío. Tú eres mi esperanza, tú mi confianza, tú mi consolador y muy fiel en todas las cosas.
Todos los de acá buscan sus intereses; tú, Señor, sólo mi salud y mi aprovechamiento, y todas las cosas me conviertes en bien”



Nuestro actual Papa, Benedicto XVI en su Audiencia General del 27 de septiembre de 2006, presentó la figura del Apóstol Tomás, al considerar la pregunta de éste al Señor:
“En realidad, con estas palabras se pone a un nivel de comprensión más bien bajo; pero ofrecen a Jesús la oportunidad para pronunciar la famosa definición: <Yo soy el camino, la verdad y la vida>.

Por tanto, en primer lugar hace esta revelación a Tomás, pero es válida para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros, como habló con él.
Al mismo tiempo, su pregunta también nos da derecho, por así decir, de pedir explicaciones a Jesús. Con frecuencia no le comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender.

De este modo, con esta franqueza, que es el auténtico modo de rezar, de hablar con Jesús, expresamos la pequeñez de nuestra capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asimismo la actitud de confianza”

Sin duda la respuesta de Cristo es admirable y hasta cierto punto, misteriosa pues  exige de los creyentes un compromiso de fe, por el cual serán premiados, al final de los siglos, de acuerdo con su esperanzador mensaje.
Precisamente el Papa Benedicto XVI, a lo largo de su magisterio, ha defendido la idea de que la <fe nos da esperanza>, ya ahora en nuestro devenir cotidiano, para asumir las dificultades del presente, pero con la vista puesta en ese futuro al final de los siglos.
En la Carta a los Hebreos de San Pablo, cuando éstos se encontraban en una situación penosa, ya que los judíos cristianizados eran acosados por los judíos que seguían estrictamente la ley de Moisés (Judaísmo), el Apóstol les exhorta a seguir la doctrina de Jesucristo, olvidándose de temores y preocupaciones y exaltando la virtud santificadora de su doctrina, y como consecuencia de ella, la esperanza de alcanzar la santidad deseada.
Esta Carta sirve, según nuestro actual Papa, para comprender mejor, el hecho de que la <fe es la sustancia de la que se nutre la esperanza>. Más concretamente, al analizar la segunda parte de esta Carta, observamos que, en efecto, San Pablo hace una exhortación a la perseverancia en la fe, después anuncia el castigo que conlleva la apostasía, y por último habla de los recuerdos y esperanzas alcanzados en días pasados, cuando los judíos creyentes habían sido iluminados por la fe de Cristo (Hebreos 10, 32-36):
-Acordaos de los días pasados, en que habiendo sido iluminados, soportásteis recio combate de padecimientos;
-hechos, por una parte, blanco de ludibrios y tribulaciones como en público espectáculo, y por otra, hechos solidarios de los que se hallaban en semejante situación.
-Porque compartisteis los padecimientos de los encarcelados, y recibisteis con gozo el robo de vuestros bienes, sabiendo que poseéis una hacienda mejor y permanente.
- No perdisteis, pues, vuestra confianza, a la cual está vinculada una gran recompensa.
-Porque tenéis necesidad de paciencia; a fin de que habiendo cumplido la voluntad de Dios, alcancéis la promesa.

La perenne persecución de la Iglesia de Cristo, ya sea en tiempos del Apóstol San Pablo, ya sea en épocas posteriores y hasta nuestros días, ha demostrado que los creyentes soportaron y soportan hasta con alegría, los males derivados de la confiscación de sus bienes materiales, sabiendo, como saben que poseen unos bienes mucho mejores y más amplios, como consecuencia del don de la fe.

Precisamente nuestro actual Papa, Benedicto XVI, se muestra totalmente de acuerdo con esta idea y asegura que la fe otorga a la vida una nueva <base> a la que él llama <sustancia que perdura>.

Sobre esta base el hombre puede apoyarse, con la seguridad, de alcanzar una <nueva libertad>, y esta nueva libertad se ha puesto de manifiesto, según el Papa, en muchas ocasiones a lo largo de todos estos siglos, mediante el sacrificio de los santos mártires, que lo han dado todo, hasta sus vidas, por defender la fe.



También los misioneros pertenecientes o no, a órdenes religiosas, han dado y continúan dando ejemplo de <esta nueva libertad>, al renunciar en gran medida a todos sus bienes materiales, para dedicarse a la propagación entre todos los pueblos, de esa <sustancia que perdura>.
Todos sin embargo, en nuestro interior hemos sentido alguna vez, como Santo Tomás, el estigma de la duda, por eso debemos enraizarnos cada vez más en ese gran don con el que Dios nos ha proporcionado la posibilidad de la vida eterna, como dice el Papa de la <verdadera vida>.
El Apóstol Tomás era, como hemos podido  comprender, a través de su pregunta a Jesús, una persona impulsiva y muy sincera; antes de ser llamado por el Señor, había sido pescador en Galilea, al igual que Pedro, Santiago ó Juan. El momento cumbre en que esto sucedió no ha sido, sin embargo, reflejado en los Evangelios al contrario de lo que sucedió en el caso de otros discípulos, pero no obstante, siempre aparece nombrado entre los doce elegidos, esto es, entre los Apóstoles (Mt 10, 9), (Mc 3, 18) y (Lc 6, 15).
Benedicto XVI nos dice en la Audiencia General anteriormente mencionada que el nombre del Apóstol deriva de una raíz hebrea, <ta’am>, que significa <mellizo> y que de hecho  en el Evangelio de San Juan recibe el nombre de <Didimo> (Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente <mellizo>.
Sin embargo, dice el Papa que no queda claro el motivo de tal apelativo. Por otra parte, como sigue diciendo el Papa, es el Evangelio de San Juan el que nos proporciona una mayor información sobre el carácter del Apóstol Tomás.

La primera de las ocasiones en que sucede esto es con motivo de la enfermedad y muerte de Lázaro, el amigo de Jesús (Jn 11, 1-16):  
-Había un enfermo, Lázaro de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana.
 
 


-Era María la que había ungido con perfumes al Señor y enjugado sus pies con sus propios cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba ahora enfermo.
-Enviaron, pues, las hermanas a Él un recado, diciendo: Señor, mira, el que amas está enfermo.
-Oído esto, Jesús dijo: esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios.
-Estimaba Jesús a Marta y a su hermana y a Lázaro.
-Como oyó, pues, que estaba enfermo, por entonces quedó aún dos días en el lugar donde estaba;
-luego tras esto dice a los discípulos: Vamos a Judea otra vez.
-Dícelen los discípulos: Maestro, ahora trataban de apedrearte los judíos, ¿y otra vez vas allá?
-Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; mas si uno camina de noche, tropieza, porque falta luz.
-Esto dijo, y tras eso les dice: Lázaro nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle.
-Dijérolen, pues, los discípulos: Señor, si duerme, sanará.
-Jesús había hablado de su muerte, mas ellos pensaron que hablaba del sueño natural.
Entonces, pues, díjoles Jesús abiertamente:


-Lázaro murió, pero vamos a él.
-Dijo, pues, Tomás, el llamado Dídimo, a los condiscípulos: Vamos también nosotros para morir con Él.
Esta determinación para seguir al Señor, es verdaderamente ejemplar y nos da una lección muy valiosa, esto es: la total disponibilidad para seguir a Jesús, hasta identificar nuestra propia suerte con la de Él y querer compartir además la prueba suprema de la Cruz.

También San Pablo sintió este deseo y quiso compartirlo con aquel pueblo de los corintios, que él había evangelizado, y que se encontraba en grave peligro como consecuencia del judaísmo (II Corintios 7, 8-3):
-Dadnos cabida en vuestros corazones: a nadie hicimos agravio, a nadie ocasionamos ruina, a nadie sacamos nada.
-No digo esto para condenación; ya que antes tengo dicho que estáis en nuestros corazones para juntos morir y para juntos vivir.


Y es que San Pablo sentía tan dentro de sí a aquel pueblo, que deseaba morir junto a él, por la defensa de la fe de Cristo, si ello fuera necesario.
Recordaremos, por otra parte, que sólo el Apóstol San Juan recoge en su Evangelio, el milagro de la resurrección de Lázaro y que además nos informa del hecho interesante de que a partir de ese instante los sacerdotes y fariseos, tomaron la decisión irrevocable de matar a Jesús, asustados como estaban del hombre que era capaz, incluso, de hacer que los muertos resucitaran (Jn 11, 41-45):
-Quitaron, pues, la piedra. Jesús alzó sus ojos al cielo, y dijo: Padre, gracias te doy porque me oíste.
-Yo ya sabía que siempre me oyes; más lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste.
-Y dicho esto, con voz poderosa clamó: Lázaro, ven fuera.


-Y salió el difunto atado de pies y manos con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Díceles Jesús: Desatadle y dejadle andar.
-Muchos, pues, de los judíos, que habían venido a casa de María, viendo lo que hizo creyeron en él.

Jesús, sin duda, se afectó muchísimo por la muerte de su amigo Lázaro, pues San Juan también nos relata en este pasaje de su Evangelio, que incluso lloró por él (Jn 11, 35). No obstante no quiso acudir rápidamente a la llamada de sus dos hermanas, porque deseaba que este milagro, uno de los más grandes, sino el más grande de los que realizó durante su vida sobre la tierra, sirviera para que los más allegados a él, esto es, sus discípulos pero también los incrédulos, comprendieran que era el Mesías, el Hijo de Dios, y que su Pasión, Muerte y Resurrección eran necesarias para la salvación de todos los hombres.
Narran los hagiógrafos, que también desde este momento, Lázaro y sus hermanas sellaron sus penas de muerte y aunque no llegaron a matarlos directamente, como sucedió con Nuestro Señor Jesucristo, si que procuraron que murieran, desterrándoles y embarcándolos en una nave sin timón ni aparejos, con objeto de que perecieran en el mar. Según algunas versiones, ellos no murieron por milagro divino, durante la travesía y pudieron llegar a Marsella, lugar donde evangelizaron a las gentes hasta a sus muertes, quizás por martirio.
La última ocasión en la que el Apóstol Tomás tiene un papel importante en los Evangelios, es con motivo, precisamente, de la Resurrección del Señor y su aparición a los discípulos en el Cenáculo, estando ausente este Apóstol. El evangelista San Juan hace una narración explicita de los hechos acaecidos (Jn 20, 24-29):


-Tomás uno de los Doce, el llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
-Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Él les dijo: Si no viere en sus manos la marca de los clavos, y no metiere mi mano en su costado no lo creo.
-Y ocho días después están allí dentro otra vez los discípulos, y Tomás entre ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y puesto en medio de ellos, les dijo: Paz con vosotros
-Luego dice a Tomás: Trae aquí tu dedo, mira mis manos; y trae tu mano y métela en mí costado, y no seas incrédulo, sino creyente.
-Respondió Tomás, y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!
-Dícele Jesús: ¡Porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron.

Jesús lanza una seria advertencia, a todos los hombres, con esta última frase, para enseñarnos que, sin ver, ha dado sobrados motivos para creer en su mensaje. No obstante siempre ha habido personas y siempre habrá, que como el Apóstol Tomás necesiten de una realidad material para creer y por eso dijo el Papa Juan Pablo II (Discurso de Juan Pablo II  a los jóvenes de la diócesis de Roma, 1994):

“Conocemos muy bien a esta clase de personas; entre ellas también hay jóvenes. Son empíricos, fascinados por las ciencias en sentido estricto de la palabra, ciencias naturales y experimentales. Los conocemos, son muchos, y son de alabar porque este querer tocar, este querer ver indica la seriedad con que se afronta la realidad, el conocimiento de la realidad. Y, sí en alguna ocasión Jesús se les aparece y les muestra sus heridas, sus manos, su costado, están dispuestos a decir: ¡Señor mío y Dios mío!”
Consoladoras palabras del Santo Padre, que nosotros hemos querido recoger, aunque de sobra sabemos, que falta mucho aún, para que esto sea toda una realidad; de cualquier forma, también Juan Pablo II se manifestó en los siguientes términos al hablar sobre la Resurrección de Jesús durante una de sus Catequesis:
“No tiene consistencia la hipótesis de que la Resurrección haya sido un producto de la fe ó de la credulidad de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el contrario, bajo la acción de la gracia divina, de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.
Es el mismo Jesús el que, tras la Resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un <fantasma> y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Para ello estableció relaciones directas con ellos como sucedió en el caso de Tomás”.
 

Por otra parte, como sigue diciendo el santo Padre en su Catequesis:
“La profesión de fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo <al tercer día ha resucitado de entre los muertos>, se basa en los textos evangélicos y a la vez hace conocer la primera predicación de los Apóstoles…
Los Apóstoles y los discípulos no inventaron la Resurrección. No hay rastros de una exaltación personal suya o de grupo, que los haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real…
No hay huella de un proceso creativo de orden psicológico, sociológico, o literario, ni siquiera en la comunidad  primitiva, o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron que Cristo había resucitado, simplemente porque vivieron la Resurrección como un acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente, al encontrarse varias veces con Cristo, a lo largo de cuarenta días”.

 Por su parte, el Papa Benedicto XVI se manifestó sobre el comportamiento del Apóstol Tomás diciendo que no debería tenerse en cuenta como de incredulidad, en el hecho mismo de la aparición de Jesucristo, sino en la convicción del Apóstol de que a Jesús, ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas.

Así pues, consideraría que los signos distintivos de la identidad de Jesús son después de su Resurrección, todas sus llagas, en las que se revelan, hasta que punto nos ha amado. Con ello el Apóstol, de alguna manera, nos habla también del  <Cuerpo Glorioso de Jesús>, y en definitiva nos recuerda que los cuerpos resucitados por Dios tomarán una forma distinta al cuerpo terrestre que llevaron en vida.


En este sentido, San Pablo en su Carta a los Corintios, se expresa magistralmente sobre la naturaleza de los cuerpos resucitados (I Corintios 15, 35-42):
-Más dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Y con qué linaje de cuerpo se presentan?
-Necio, lo que tú siembras no cobra vida si primero no muere.
-Y lo que siembras no es el cuerpo que ha ser, sino un simple grano, de trigo, pongo por caso, de trigo o de alguna de las otras semillas.
-Y Dios le da un cuerpo como quiere, y a cada una de las semillas su propio cuerpo.
-No toda carne es una misma carne, sino que una es la carne de los hombres, otra la carne de las bestias, otra la carne de las aves y otra la carne de los peces.
-Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero diferente es el esplendor de los celestes y diferente el de los terrestres.
-Uno es esplendor del sol, y otro es el esplendor de la luna y otro el esplendor de las estrellas. Porque entre estrella y estrella hay diferencia de esplendor.
-Así también la resurrección de los muertos.
Y más adelante en esta misma Carta, San Pablo, sigue en la misma línea, tratando de explicar a los corintios el misterio de la resurrección de los muertos y la transformación gloriosa de los cuerpos tras la misma, y lo hace con palabras sabias que animan el corazón (I Corintios 15, 50-54):
-Esto digo hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios ni la corrupción hereda la incorruptibilidad.
-Mirad, un misterio os digo. Todos no moriremos, pero todos seremos transformados;
-en un instante, en un pestañear de ojos, al son de la última trompeta; pues sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
-Porque es necesario que esto corruptible se revista de incorruptibilidad y que esto mortal se revista de inmortalidad, entonces se realizará la palabra que está escrita <Sumiré la Muerte en la Victoria>.
 
 

Respecto a la transformación del Cuerpo de Cristo en su Resurrección, el Papa Beato Juan Pablo II asegura:
“Los discípulos experimentaron una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la Resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como el mismo, pero al mismo tiempo como otro <un Cristo transformado>.
No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que Él ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de reverencia y temor.
Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de Él mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe… ¡Señor mío y Dios mío!”.

Benedicto XVI en la Audiencia General, mencionada anteriormente, refiriéndose a esta oración: ¡Señor mío y Dios mío!, con la que el Apóstol Tomás toma un papel relevante en el Evangelios de San Juan, se expresó en los términos siguientes:
“Cristo se convierte para nosotros en la verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, ha puesto de relieve como el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra algo que lo atrae y le despierta deseo.
 
 
 


Así, pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo Obispo exclama: ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? Por eso el Señor Jesús, <el Camino>, <la Verdad> y <la Vida>, se dirige al corazón anhelante del hombre que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae al mundo hacia sí.
Jesús es la estrella Polar de la libertad humana: sin Él, pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se  reduce a un arbitrio estéril. Con Él, la libertad se reencuentra”.
Desde la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, en el Cenáculo de Jerusalén, la historia de Santo Tomás sólo es conocida a través de los datos suministrados por la Tradición de la Iglesia, y está llena de bellas leyendas acerca de su persona.
Según el gran erudito Orígenes (siglo III), evangelizó en primer lugar en Siria y en Persia, tal como recogen los escritos del Padre de la historia de la Iglesia Eusebio de Cesárea (siglo IV), pero más tarde pudo llegar hasta la India Occidental, desde donde después el cristianismo llegaría también al sur de la India. No obstante, las leyendas hablan asimismo, de su estancia en el reino de China, donde se encontró una piedra grabada con un texto en chino, compendio de la doctrina cristiana.
Dice Su Santidad Benedicto XVI que la figura de Tomás fue de notable importancia en el ámbito de las primeras comunidades cristianas y esto queda reflejado en el hecho significativo de que varios escritos fueron realizados con su nombre, como por ejemplo <Hechos> y el <Evangelio de Tomás>, ambos apócrifos, pero que son interesantes y pueden servir para el estudio de los orígenes del cristianismo, según el Papa.
Se cree que murió martirizado en la India, por causa de los brahmanes, que odiaban al santo por haber conseguido convertir al cristianismo a su rey, de hecho uno de sus atributos iconográficos es la lanza, que según parece fue el arma utilizada para quitarle la vida. Sus restos pudieron ser trasladados por un mercader desde la India hasta Edessa (al norte de Mesopotamia), pero posteriormente parece que fueron traslados a Italia, donde son veneradas. La Iglesia celebra en la actualidad su santo el 3 de julio, coincidiendo con las fiestas de los cristianos de la India.
 


Recordaremos finalmente de nuevo aquella pregunta de Jesús, el Buen Pastor, a Tomás: ¿Por qué me has visto has creído? , y su afirmación siguiente ¿Dichosos los que no han visto y han creído?

Y es que los discípulos del Señor fueron comprendiendo paulatinamente toda su grandeza, hasta llegar a ver con claridad lo que <Hera desde el comienzo>, esto es, que Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Quizás el Apóstol Tomás fuera uno de los que primero comprendieron esta verdad en su totalidad y por eso declaró de forma instantánea y rotunda su bella oración.
El hombre de hoy sigue debatiéndose en la duda, es la eterna lucha entre el bien y el mal que persiste a lo largo su historia, y esta lucha conlleva el enfrentamiento entre la posición egoísta que le conduce a amarse asimismo, por encima de toda otra cosa y la aptitud de amor al prójimo que le lleva a sacrificios insospechados en un momento dado.
El Papa Benedicto XVI lo expresa con estas carismáticas palabras (Exhortación Apostólica Postsinodal <Sacramentum Caritatis>. XI Asamblea Sinodal 2005):
“La verdad del pecado original se confirma. Una y otra vez, el hombre al caer de su fe, quiere volver a ser solamente él mismo, se vuelve pagano en el sentido más profundo de la palabra. Pero una y otra vez, se pone también de manifiesto la presencia divina en el hombre”