“No hay que rendirse a una mentalidad proclive al divorcio; lo impide la confianza en los dones naturales y sobrenaturales dados por Dios al hombre. La actividad pastoral, debe sostener y promover la indisolubilidad del Sacramento del matrimonio. Los aspectos doctrinales son transmitidos, aclarados y defendidos, pero son aún más importantes las acciones coherentes. Cuando una pareja atraviesa una dificultad, la comprensión de los Pastores y de los fieles debe estar unida a la claridad y fortaleza para recordar que el amor conyugal es la vía para resolver positivamente la crisis. Precisamente porque Dios los ha unido mediante un ligamento indisoluble; marido y mujer, empleando con buena voluntad todos los medios humanos, pero sobre todo, fiándose de la ayuda de la gracia divina, pueden y deben salir renovados y fortalecidos de los momentos de desconcierto”.
Deberíamos tener presente que la Iglesia al mismo tiempo que enseña las leyes de Dios, de la misma manera, nos habla de la salvación si cumplimos con ellas, y nos advierte que los Sacramentos, también el del matrimonio, son un camino que nos conduce a la santidad tal como el Papa Pablo VI aseguraba (Carta Encíclica <Humanae vitae>; 25 de julio de 1968):
“Los esposos cristianos, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el Sacramento del matrimonio. Por lo mismo, los cónyuges quedan corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio, propio de ellos, delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la Ley, que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana”
El bien de la
fidelidad es indispensable para que la unión entre hombre y mujer se perpetúe
<hasta que la muerte los separe>, y ello implica <<la mutua lealtad
de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial, de tal modo que en
lo que este contrato, sancionado por la ley divina, compete a una de las
partes, ni a ella le sea negado ni a ningún otro permitido; ni el cónyuge mismo
se conceda lo que jamás puede concederse por ser contrario a las divinas leyes
y del todo disconforme con la fidelidad del matrimonio>>, en palabras del
Papa Pio XI (Carta Encíclica Casti Comnubii dada en Roma el 31 de diciembre de
1930).
Porque nuestro
Señor Jesucristo al decir aquello de
<que el que mira a una mujer para desearla, ya comete adulterio en el
corazón>, está recordando a los hombres que el Sagrado Sacramento del
matrimonio, no sólo, no puede ser violado por cualquier acto deshonesto, de
alguno de los cónyuges, refiriéndose en particular al varón, sino que además
los mismos pensamientos y deseos voluntarios, son adúlteros y atentan contra la
unidad familiar.
El Señor durante el llamado <Sermón de la montaña> se muestra así de exigente con el adulterio y los malos pensamientos, tal como nos relató San Mateo en su Evangelio (Mt 5, 27-30):
-Más yo os digo
que todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón cometió
adulterio, con ella.
-Que si tu ojo
derecho te es ocasión de tropiezo, arráncale y échalo lejos de ti, pues más te
conviene que perezca uno solo de tus miembros, y que no sea echado todo tu
cuerpo a la gehena.
-Y si tu mano
derecha te sirve de tropiezo, córtala y échala lejos de ti, porque más te
conviene que perezca uno sólo de tus miembros y que no se vaya todo tu cuerpo a
la gehena.
Jesús con tan
duras palabras nos previene, pues a partir de los malos pensamientos se puede
pasar al escándalo de las miradas perniciosas, a continuación al contacto
carnal adúltero y de aquí a la gehena, es decir al infierno, hay solo, un paso. Ya en el Antiguo Testamento, más
concretamente en el libro del Eclesiástico se habla de aquellas personas que
merecen ó no merecen la alabanza de Dios, desde el punto de vista de la
sabiduría y del santo temor de Dios (Ecle 25 1-8):
-Con tres cosas
me adornó y me presentó bella ante Dios y ante los hombres,
-concordia de
hermanos, amistad de prójimo y mujer y marido bien avenidos.
-Tres castas
(de hombres) detesta mi alma, indignándome mucho en la vida de ellos: pobre
soberbio, rico mentiroso y anciano adúltero, falto de inteligencia.
-En la juventud
no has recogido, ¿y cómo hallarás en la vejez?
-¡Qué bien
sienta el juicio en la canicie y a los ancianos conocer el consejo!
-¡Qué bien
parece la sabiduría en los ancianos y en los glorificados el criterio y el
consejo!
-La corona de
los viejos es la mucha experiencia y su gloria el temor del Señor.
Talmente parece
que estas palabras, tan lógicas y propias de las leyes de la naturaleza, nunca
hubieran resonado en los oídos de los hombres y mujeres de una sociedad como la
nuestra, donde son tan frecuentes los públicos adulterios incluso entre los que
se llaman cristianos, muchas veces personas mayores que se dejan llevar por la
carne y no tanto por la sabiduría.
La juventud tiene también mucho que ver en estos avatares del corazón y en particular las mujeres jóvenes. En el libro del Eclesiástico leemos en este sentido (Ecle 26 8-13):
-Enfermedad de
corazón es la mujer celosa de otra,
-y azote de
lengua que a todos da parte.
-Yugo de bueyes
sacudido es una mujer mala: quién la posee es como quien coge un escorpión.
-Enojo grande
es mujer borracha, y no podrá ocultar su ignominia.
-La lujuria de
la mujer en las procacidades de los ojos y en sus parpados se conoce.
-En torno de la
hija desenvuelta redobla la vigilancia, no sea que, que al no hallar cuidado,
la ocasión aproveche.
Los padres de
hoy en día deberían tener muy presentes estos proverbios, porque los jóvenes se
emborrachan, se drogan y caen en relaciones sexuales peligrosas, y muchas veces
los progenitores tienen que reconocer que no saben cómo todo ello ha podido
suceder, sin reflexionar que la falta de
vigilancia, la relajación de las costumbres, y en especial la infidelidad en el
matrimonio, conducente la mayor parte de las veces a la separación de los
cónyuges y al divorcio, son los causantes de las
desgracias de sus hijos.
Por eso nuestro
Señor Jesucristo destacó la necesidad absoluta de la unidad matrimonial:En efecto, en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, podemos leer la creación del hombre y de la mujer (Gen 2, 26-28), y el Papa san Juan Pablo II refiriéndose a este pasaje de la Sagrada Biblia, en la Homilía de la <Misa para las familias> celebrada en su visita a África, en concreto durante su estancia en Kinshasa el 3 de mayo de 1980 aseguraba:
Se refiere el
santo Pontífice a un antecesor suyo en la silla Pedro allá por el siglo V, el Papa
León I, al que se le denomina con el apelativo de Magno porque fue <grande
en obras y en santidad>. Entre sus hazañas más impresionantes hay que citar
su actuación frente al famoso guerrero bárbaro Atila, cuando llegando, a la
misma puerta de Roma, el Papa San León logró convencerle para que cejara en su
propósito, y de esta forma se evitó la destrucción de la misma y la muerte de
miles de inocentes. Este santo varón tuvo que enfrentarse más tarde a otro jefe
bárbaro, el feroz Genserico y aunque en esta ocasión no logró convencerle para
que no atacara a Roma, al menos consiguió que no incendiara la ciudad, ni matara a sus habitantes. No es de extrañar
por tanto que los romanos sintieran una especial veneración por él, y desde
entonces entre los mismos Obispos empezó a considerarse como uno de los Papas
más importantes de la Iglesia de todos los siglos. Su frase más famosa,
correspondiente a uno de sus sermones es aquella en la dice: <<Reconoce
oh cristiano tu dignidad, el hijo de Dios bajo del cielo para salvar tu
alma>>, la cual con tanto acierto utilizó Juan Pablo II, aplicándola a la
dignidad de los esposos cristianos.
Muchos siglos después, el Papa León XIII (1878-1903), con su esforzada y constante actitud, frente a las filosofías perversas de su época, en contra de las verdades del Evangelio, y frente a la hostilidad a la Iglesia consiguió que se respetaran sus derechos, demostrando con sus palabras y acciones <que la dignidad del ser humano proviene de ser hijo de Dios, por quién Cristo en la Cruz pagó un precio de sangre>.
A este Papa se
le conoce sobre todo por sus Cartas Encíclicas en favor de los más
desfavorecidos, era un Papa sumamente preocupado por la sociedad de su época en
general y por la familia en particular. Concretamente
la Carta Encíclica <Arcanum Divinae Sapientiae> (dada en Roma el 10 de
febrero de 1880) está dedicada a las familias y en ella el Papa indica, entre
otras muchas cosas, cuales son los frutos del matrimonio cristiano:
“Si se
considera a que tiende la divina institución del matrimonio, se verá con toda
claridad que Dios quiso poner en él los frutos ubérrimos de la utilidad y de la
salud pública. Y no cabe la menor duda de que, aparte de lo relativo a la
propagación del género humano, tiende también a hacer mejor y más feliz la vida
de los cónyuges, y esto por muchas razones, a saber por la ayuda mutua en el
remedio de las necesidades, por el amor fiel y constante, por la comunidad de
todos los bienes, y por la gracia celestial que brota del Sacramento”
Así pues, también el Papa León XIII, considera que la fidelidad en el matrimonio es esencial y constituye uno de los bienes más deseables del Sacramento. Sin embargo tanto en el entorno familiar, en el entorno social, o incluso, dentro del propio corazón del hombre, siempre han existido y existirán inclinaciones y tentaciones, que pueden llevar a alguno de los cónyuges ó ambos, a la infidelidad. Por eso, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C 1607-1608):
“Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedaron distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3,12); su atracción mutua, don propio del Creador (Gn 2, 22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3, 16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1, 28) quedó sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19).
Sin embargo, el
orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar la
herida del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que
Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3,21), sin esta
ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas
en orden a la cual Dios los creó <al comienzo>”.
Por su parte,
la Iglesia desde el primer momento tuteló y dirigió el santo vínculo
matrimonial, denunciando y condenando los pecados contra la fidelidad
matrimonial y en particular el adulterio, la fornicación y el incesto.
Esto se puede apreciar con claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles, de San Lucas, en el que se narran los principales acontecimientos que tuvieron lugar en la comunidad cristiana, después de la Muerte y Resurrección de Jesucristo y más concretamente, en la promulgación del Decreto Conciliar de la primera Asamblea de la Iglesia, celebrada en Jerusalén, hacia el año 40 después de Cristo.
Esto se puede apreciar con claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles, de San Lucas, en el que se narran los principales acontecimientos que tuvieron lugar en la comunidad cristiana, después de la Muerte y Resurrección de Jesucristo y más concretamente, en la promulgación del Decreto Conciliar de la primera Asamblea de la Iglesia, celebrada en Jerusalén, hacia el año 40 después de Cristo.
Este Concilio Apostólico se llevó a cabo después del primer viaje que San Pablo realizó como misión evangelizadora y el objetivo de esta Asamblea, fue poner paz entre los miembros de la Iglesia primitiva, respecto a las diferencias que habían surgido entre los que aceptaban la entrada de los gentiles en la Iglesia, sin necesidad de someterse al rito de la circuncisión, y los judíos pertenecientes, en su mayoría, a la secta de los fariseos, cristianizados pero que defendían dicho rito mosaico, como imprescindible para optar a la salvación eterna.
Se cree que
estuvieron presentes en esta primera reunión apostólica, los doce Apóstoles,
así como todos los presbíteros, que ya eran numerosos, con San Pedro como
cabeza de la Iglesia, y el Apóstol Santiago (el Menor) como presidente de la
Asamblea, ya que por entonces era él, el Obispo de la Iglesia de Jerusalén.
Tras grandes discusiones entre los asistentes al concilio, éstos llegaron a un
acuerdo razonable para todas las partes que quedó reflejado en el Decreto
Conciliar, dirigido a los gentiles de las Iglesias de Antioquía, Siria y
Cilicia (Hechos de los Apóstoles 15, 27-29):
-Os hemos,
pues, enviado a Judas y a Silas los cuales por sí mismos de palabra os
enterarán de lo mismo.
-Porque pareció
al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra carga alguna, a excepción de
estas cosas indispensables:
-que os
abstengáis de los sacrificios a los ídolos, de la sangre de los animales
estrangulados, y de la fornicación. De lo cual si os guardareis, obraréis bien
Por tanto, las relaciones carnales, fuera del matrimonio (fornicación), son rechazadas de plano en el Decreto Conciliar, pues Jesucristo elevó al rango de Sacramento ( asistiendo a las Bodas de Caná) la unión entre hombre y mujer bautizados para que de esta forma se evitaran los males derivados de las costumbres licenciosas e inmorales en este sentido.
Otro ejemplo importante que pone al descubierto el celo de la Iglesia primitiva de Cristo, por el Sacramento matrimonial, lo podemos encontrar en la primera carta a los Corintios, pueblo evangelizado por San Pablo durante su primer viaje, y en la que condena el comportamiento de uno de sus feligreses, que mantenía relaciones extramatrimoniales, con la esposa de su padre (incesto), pecado muy grave que desde siempre ha merecido la condena de Dios y de los hombres (I Cor. 5, 1-8):
-¿Y vosotros
andáis inflados, y no más bien os pusisteis de luto, para que sea quitado de
en medio de vosotros quién tal acción
cometió?
-Pues yo, por
mi parte, ausente con el cuerpo, más presente con el espíritu, ya he resuelto,
como si presente me hallare, al que así tal obró,
-en nombre del
Señor nuestro Jesucristo –congregados vosotros y mi espíritu- , con el poder
del Señor nuestro Jesús
-entregar a ese
tal a Satanás para perdición de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en
el día del Señor Jesús
Estos dos ejemplos en los que se observa la gran preocupación de la Iglesia primitiva por el mantenimiento del don de la fidelidad en el matrimonio, fueron utilizados por el Sumo Pontífice León XIII para recordarnos que fue así desde el principio de su fundación (Arcanum divinae sapientiae):
Así ocurrió en el caso de los gnósticos, maniqueos, montanistas y algunas otras sectas, que se apartaron del Evangelio de Cristo, en la antigüedad, y de igual forma, en la actualidad otros grupos como los protestantes y los mormones, han operado en este mismo sentido, engendrando en la sociedad cierta ansiedad y desorden, con menoscabo del bien familiar, cada vez más acentuado en los siglos pasados y en lo que llevamos de éste.
Recordaremos a este propósito la Carta Encíclica del Papa Pablo VI, <Humanae vitae> (Roma (julio de 1968), en la cual el Pontífice al hablar sobre las características del amor conyugal se expresaba en los términos siguientes:
Es un amor fiel
y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en
que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial.
Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble
y meritoria; nadie puede negarlo.
El ejemplo de
numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no sólo es
connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y
duradera”.
Como muy bien nos explica, el escritor, teólogo y apologista católico converso estadounidense Scott Hahn (Comprometidos con Dios. La promesa y la fuerza de los Sacramentos. 2004):
“Cristo hizo
del matrimonio el Sacramento de su comunión total con la Iglesia, sin fisuras,
con plenitud de frutos. Y esta es la razón de la oposición de la Iglesia al
divorcio, la poligamia, el control de la natalidad, el aborto, la sodomía y
otras prácticas que destruyen el don matrimonial, que no tiene otro significado
que el del amor de Dios”
Por esto la
fidelidad dentro del matrimonio es esencial, pues es el <bien> que puede
evitar todos estos males de los que habla Scott Hahn, el cual en sus inicios
rechazaba a la Iglesia Católica, pero que después se convirtió junto con su
esposa, cuando comprendieron que la contracepción era contraria a la ley de
Dios.
Sí, porque
<<ningún motivo, aún cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va
intrínsecamente en contra de la naturaleza sea honesto y conforme a la misma
naturaleza; y estando el acto conyugal destinado, por su misma naturaleza, a la
generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destruyen adrede
de su naturaleza y virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción
torpe e intrínsecamente deshonesta. Por lo cual no es de admirar que las
Sagradas Escrituras atestigüen con cuanto aborrecimiento la Divina Majestad ha
perseguido este nefasto delito, castigándolo a veces a la pena de
muerte>>, en palabras de del Papa Pio XI (Casti Connubii 1930).
Un ejemplo de fidelidad extraordinario fue el dado por el Papa Pablo VI, el cual en su Carta Encíclica <Humanae vitae> analizó, una vez más, las bases morales del Sacramento del matrimonio, en un momento en el que los no católicos, y por desgracia, también algunos católicos, esperaban como <agua de mayo>, las palabras favorables del Pontífice respecto a los anticonceptivos para el <control de la natalidad>, cosa que no sucedió, sino todo lo contrario. <Nunca como en esta ocasión- decía el Papa- hemos sentido el peso de nuestra carga>.
Esta Carta había sido precedida por el estudio realizado sobre el tema por una Comisión de trabajo, a instancias del Papa anterior Juan XXIII. La Comisión había discutido largamente sobre toda la problemática del llamado <control de la natalidad>, pero no había llegado a un acuerdo y su Santidad Pablo VI se reservó el último juicio, puesto que en justicia correspondía al magisterio de la Iglesia y él era su Cabeza en aquel momento. Por eso, al hablar en dicha Carta sobre la fidelidad al plan de Dios manifestaba que:
Usar este don
divino destruyendo su significado y su finalidad, aún sólo parcialmente, es
contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más intimas
relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su
voluntad.
Usufructuar, en
cambio, el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador
significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más
bien administradores del plan establecido por el Creador.
En efecto, al
igual que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general,
del mismo modo tampoco lo tiene, con más razón, sobre las facultades
generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca a originar
la vida, de la que Dios es principio. <<La vida humana es sagrada-
recordaba Juan XXIII-; desde su comienzo, compromete directamente la acción
creadora de Dios>> (Carta Encíclica <Mater et Magistra> 1961)”
La carta
Encíclica <Humanae vitae>, no fue bien recibida por la sociedad
paganizada de la época, sin embargo, el Papa hizo frente a la situación,
defendiendo hasta el último instante de su vida, la decisión que había tomado
como muestra de fidelidad al mansaje de Cristo, en contra de los métodos
antinaturales para segar la vida de los no natos, incluso en el mismo vientre
de sus madres.
Ante la
situación actual de este tema, cabría preguntarse cuales habrían podido ser las causas que a lo largo de los
siglos, han inducido a los hombres a hacer un uso inadecuado de la unión
matrimonial. Y es que las causas son innumerables, aunque por debajo de todas
ellas, sin duda ha existido y aún subsiste la ausencia del <bien de la
fidelidad>, porque siempre que se cometen pecados en contra de la
procreación en el seno matrimonial se peca también <<en cierto modo como
consecuencia, contra la fidelidad conyugal>>, tal como asegura el Papa
Pio XI.
La infidelidad conyugal es un problema enormemente grave en nuestro días, tal como podemos comprobar sin más que poner un poco de atención a las noticias, muchas veces trágicas, sobre los llamados <malos tratos> en el seno familiar, habiéndose llegado a un estado de cosas que rebasa ya lo que tantos Papas han denunciado desde hace mucho tiempo.
Por eso no es malo ni inadecuado que recordemos las cosas que algunos de ellos dijeron sobre este tema. El Papa Pio XI, que tanto luchó por la pureza de las costumbres en la sociedad que le tocó vivir, bastante parecida a la nuestra, por cierto, denunciaba con palabras fuertes, que han resultado claramente proféticas, este estado de cosas en el seno conyugal (Carta Encíclica Casti Connubii):
La infidelidad conyugal es un problema enormemente grave en nuestro días, tal como podemos comprobar sin más que poner un poco de atención a las noticias, muchas veces trágicas, sobre los llamados <malos tratos> en el seno familiar, habiéndose llegado a un estado de cosas que rebasa ya lo que tantos Papas han denunciado desde hace mucho tiempo.
Por eso no es malo ni inadecuado que recordemos las cosas que algunos de ellos dijeron sobre este tema. El Papa Pio XI, que tanto luchó por la pureza de las costumbres en la sociedad que le tocó vivir, bastante parecida a la nuestra, por cierto, denunciaba con palabras fuertes, que han resultado claramente proféticas, este estado de cosas en el seno conyugal (Carta Encíclica Casti Connubii):
“Todos los que
empañan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son
del error, echan por tierra también fácilmente la fiel y honesta sumisión de la
mujer al marido; y muchos de ellos se atreven todavía a decir, con mayor
audacia, que es una indignidad la servidumbre de un cónyuge para con el
otro…pues se debe llegar a conseguir una cierta emancipación (dentro del
Sacramento)…”
Refiriéndose en
concreto al caso de la mujer en el seno familiar, sigue el Papa denunciando
algunos de los tipos de emancipaciones que defienden aquellos que quieren, en
realidad, destruir la unión matrimonial:
“Distinguen
tres clases de emancipación, según tengan por objeto el <gobierno de la sociedad
domestica>, la <administración del patrimonio familiar>, o la <vida
de la prole> (que hay que evitar o extinguir), llamándolas con el nombre de
<emancipación social>, <emancipación económica> y <emancipación
fisiológica>, porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres, o
se las libre de las cargas conyugales y maternales propias de una esposa…
Tal libertad
falsa e igualdad antinatural con el marido tornase en daño de la mujer misma,
pues si esta desciende de la sede verdaderamente regia a que el Evangelio la ha
elevado dentro de los muros del hogar, muy pronto caerá –si no en
apariencia-, -si en realidad-, en la antigua
esclavitud, y volverá a ser, como en el paganismo, mero instrumento de placer o
capricho del hombre”
Cuánta razón tenía
el Papa Pio XI, aquel que los jefes de gobierno de muchos países llegaron a
odiar, por su aptitud denunciadora de las inmoralidades de la época, porque
todo lo que sostuvo que iba a suceder, por desgracia ya ha ocurrido, e incluso lo
ha superado en muchas ocasiones. No tenemos más que echar una mirada en torno,
para comprobar la situación paganizada de nuestra sociedad consumista, tanto en
lo referente a los derechos de la mujer, como en tantas otras cuestiones de la
vida ordinaria.
Porque mientras que en apariencia, pero en apariencia solo, parecería que las mujeres hubieran conseguido la liberación de sus ataduras naturales, en realidad, la mayor parte de las veces se han dejado engañar por las falsas promesas de emancipación, de igualdad con el varón…pasando a ser en realidad instrumentos de placer o capricho, de una sociedad perniciosa, que a nada conduce sino a su propia destrucción.
Porque mientras que en apariencia, pero en apariencia solo, parecería que las mujeres hubieran conseguido la liberación de sus ataduras naturales, en realidad, la mayor parte de las veces se han dejado engañar por las falsas promesas de emancipación, de igualdad con el varón…pasando a ser en realidad instrumentos de placer o capricho, de una sociedad perniciosa, que a nada conduce sino a su propia destrucción.
El Papa Benedicto XVI, advertía que (Exhortación Apostólica Postsinodal <Verbum Domini>, dada en Roma el 30 de septiembre de 2010:
“La fidelidad a
la Palabra de Dios lleva a percibir cómo la institución matrimonial está
amenazada también hoy en muchos aspectos
por la mentalidad común. Frente al difundido desorden de los afectos y al
surgir de modos de pensar que banalizan el cuerpo humano y la diferencia
sexual, la Palabra de Dios reafirma la bondad originaria del hombre, creado
como varón y mujer, y llamado al amor fiel, recíproco y fecundo…
En este
contexto, deseo subrayar lo que el Sínodo ha recomendado sobre el <cometido
de las mujeres respecto a la Palabra de Dios>…El Sínodo se ha detenido
especialmente en el papel indispensable de las mujeres en la familia, la
educación, la catequesis y la transmisión de los valores. En efecto, <ellas
saben suscitar la escucha de la Palabra, la relación personal con Dios y
comunicar el sentido del perdón y del comportamiento evangélico>, así como
ser portadoras de amor, muestras de misericordia, y constructoras de la paz,
comunicadoras de calor y humanidad en un mundo que valora las personas con
demasiada frecuencia según los criterios fríos de explotación y ganancia”