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jueves, 20 de agosto de 2020

JESÚS RESTABLECIÓ LA ORIGINARIA INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO




En efecto, así lo expresó Nuestro Señor Jesucristo en su <Sermón de la montaña>, (Mt  5, 31-32): “Se ha dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, que le dé el libelo de repudio / Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio”

 
 
 
Sí, <la ley de Moisés> (Dt 24, 1-4) toleraba el divorcio por la dureza del corazón de los hebreos. Jesús hablo de la originaria indisolubilidad del matrimonio tal como relató san Mateo en su evangelio, al menos en dos ocasiones. La primera en el Sermón de la montaña como acabamos de recordar y posteriormente cuando Jesús terminó su recorrido por Galilea para dirigirse a la región de Judea, a la otra orilla del Jordán.


Sucedió que se acercaron a él unos fariseos, cuando se encontraba curando y evangelizando a la multitud que siempre le seguía, y aquellos hombres para probarle y al mismo tiempo ponerle en evidencia ante aquella gente le hicieron esta pregunta: ¿Puede uno separarse de su mujer por cualquier motivo? (Mt 19, 4-8): “Jesús respondió: ¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y hembra / y que dijo: <Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos uno solo? / De manera que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre> / Replicaron: Entonces, ¿Por qué mandó Moisés que el marido diera acta de divorcio a su mujer para separarse de ella? / Jesús dijo: Moisés os permitió separaros de vuestras mujeres por vuestra incapacidad para entender, pero al principio no era así / Ahora yo os digo: El que se separa de su mujer, excepto en caso de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio”


La respuesta es clara, pero incluso los apóstoles se sorprendieron ante la misma, aunque ya la habían escuchado en otra ocasión y por eso le dijeron (Mt 19, 7): <Si tal es la situación del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse>.
Un comentario que incluso en nuestro tiempo  suele estar <a la orden del día> como se suele decir, pero Jesús sin inmutarse ante este ligero reproche de sus apóstoles siguió diciéndoles (Mt 19, 11-12): “<No todos comprenden esta doctrina, sino aquellos a quienes les es concedido / Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, los hay que fueron hechos eunucos por los hombres y los hay que a sí mismos se hicieron tales por el reino de Dios ¡El que sea capaz de hacer esto que lo haga!>”

 
Jesús en estos últimos versículos incluso habla de la continencia perpetua para los que quieran consagrarse exclusivamente al reino de Dios, aunque da por sentado que no todos serán capaces de ésta renuncia que supone una vida virginal. Por eso dice: ¡El que sea capaz de esto que lo haga!

 
 
 
 
Otro testimonio importante al respecto de la indisolubilidad del matrimonio lo encontramos en la Carta del apóstol san Pablo a los efesios  cuando les habla de los deberes recíprocos de los casados (Ef 5, 25-32): “Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó él mismo por ella / a fin de santificarla por medio del agua del bautismo y de la palabra / para prepararse una Iglesia gloriosa sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa y perfecta / Así los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer se ama así mismo / Porque nadie odia jamás a su propio cuerpo, sino que, por el contrario, lo alimenta y lo cuida, como hace Cristo con la Iglesia / pues somos miembros de un cuerpo / -Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una misma carne- / Este es un gran misterio que yo aplico a Cristo y a la Iglesia”

 
Todavía en otra ocasión tocó el tema del matrimonio el apóstol san Pablo, lo hizo en su primera Carta a los corintios, donde llega a decir (1 Co 7, 10-11): “A los casados les mando (es decir el Señor, no yo) que la mujer no se separe del marido / y si se separa que no se case o que se reconcilie con su marido, y que el marido no se divorcie de la mujer”



También aquí, salvando la absoluta transcendencia del Creador respecto a la criatura, emerge la referencia ejemplar al <nosotros> divino. Solo las personas son capaces de existir <en comunión>. La familia arranca de la comunión conyugal que el Concilio Vaticano II califica como <Alianza> por la cual el hombre y la mujer <se entregan y aceptan mutuamente>”  (Carta a las familias dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor 1994).

No obstante, como el día a día nos demuestra, esta comunión puede verse afectada por diversos factores, entre los que caben destacar la infidelidad,  los <malos tratos>, e incluso la violencia doméstica, por parte casi siempre del hombre hacia la mujer, con algunas raras excepciones. Situaciones así, si no se corrigen a tiempo, pueden llevar a desenlaces desastrosos, como el divorcio, o  luctuosos como el suicidio, o el asesinato, tema este último, por desgracia,  ya presente en el siglo pasado y que cada vez se sigue  produciendo  con mayor frecuencia  en lo que llevamos de éste. Todo esto, da lugar al sufrimiento no solo de los conyugues y de los hijos, sino también del resto de la familia, aunque siempre hay que tener presente la acción del Espíritu Santo,  como aseguraba el Papa san  Juan Pablo II (Ibid):

 
 
 
“La experiencia humana enseña que el amor humano, orientado por su naturaleza hacia la paternidad y la maternidad, se ve afectado a veces por una crisis profunda, y por tanto se encuentra amenazado seriamente. En tales casos, habrá que pensar en recurrir a los servicios ofrecidos por los consultorios matrimoniales y familiares, mediante los cuales es posible encontrar ayuda, entre otros, de psicólogos y psicoterapeutas específicamente preparados.

 
Sin embargo, no se puede olvidar que son siempre válidas las palabras del Apóstol: <Doblé mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre la familia en el cielo y en la tierra> (Ef 3, 14-15). El matrimonio, el matrimonio Sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y cuestionado solamente por el amor, aquel que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado> (Rm 5, 5)”

 
Sin embargo, es evidente que el vínculo conyugal se ve muy afectado en la actualidad, por ambientes sociales hostiles y perniciosos que estimulan la búsqueda del <yo> y no del <nosotros> que es la única fórmula verdaderamente adecuada para que la unión en la pareja prospere con <el pasar del tiempo>. De esta forma, el <individualismo>, juega una <mala pasada> al Sacramento del matrimonio y por tanto a la familia. Está comprobado, la búsqueda del <yo>, olvidándose del <otro>, conduce al individualismo. Por eso, el Papa san Juan Pablo II advertía con razón  que:

 
 
 
 
“El individualismo supone un uso de la libertad, por el cual, el sujeto hace lo quiere, <estableciendo> él mismo <la verdad> de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro <quiera> o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere <dar> a otro basándose en la <verdad>; no quiere convertirse  en una <entrega sincera>. El individualismo es, por tanto, egocéntrico y egoísta. La antítesis con el personalismo nace no solamente en el terreno de la teoría, sino aún más en el del <ethos>. El <ethos> del personalismo es altruista: mueve a la persona a entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello. El gozo del que habla Cristo (Jn 15, 11; 16, 20-22)” (Carta a la familia. Juan Pablo II. Dada en Roma el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, del año 1994. Decimosexto de su Pontificado).

 
Como aseguraba también este santo Pontífice, allá por el año 1981, la Iglesia de Cristo siempre estará al servicio de las familias, porque aunque es cierto que en los últimos siglos este patrimonio ha sufrido en sus propias carnes, las embestidas de una sociedad muy anticlerical y laicista, la Iglesia permanece siempre fiel a sus deberes para con ella (Ibid):

 
 
 
“La Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen unos de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer ayuda a todo aquel que, convencido ya del valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlos fielmente…”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 16 de agosto de 2020

DIOS APLICA SU JUSTICIA AL HOMBRE EN CUANTO FUERZA SALVADORA Y LIBERADORA


 



Por otra parte, se comprueba día a día que cada vez más personas  se empeñan en ignorar que el Señor impartirá su justicia en cuanto <Fuerza Salvadora y Liberadora> al final de los tiempos. Alguien podría aducir ante esta verdad aplastante, que ello sería injusto para los seres humanos, sin embargo como podemos leer en el libro -Los caminos de la vida interior- del Papa Benedicto XVI (Ed. Chronica S.L. 2011):

“La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (Ef 2, 12), porque sólo Dios puede crear justicia.  La fe nos da esta certeza… Por otra parte, la imagen del <Juicio Final>, no debería ser una imagen terrorífica para los hombres, sino una imagen de esperanza; quizás la única imagen decisiva de la esperanza…”


Más concretamente el Papa Benedicto XVI se refiere a aquellos versículos en los que san Pablo les habla a los efesios de  los tiempos pasados, cuando ellos  no habían conocido aún a Cristo y llevaban una vida relajada e inmersa en la corrupción (2, 11-14):

“Recordad, por tanto, que en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, los llamados <sin circuncisión> -practicada por mano de hombre en carne- / vivíais entonces sin Cristo, erais ajenos a la ciudadanía de Israel, extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo / Ahora, sin embargo, por Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo / En efecto, Él es nuestra paz: el que hizo de los dos pueblos uno solo y derribó el muro de la separación y la enemistad”

 Ciertamente cumplir con el <Mensaje de Cristo> no era tarea fácil, por entonces, ni después; por supuesto, no lo es en estos momentos, a causa de  la tendencia de los seres humanos a dejarse influenciar por las llamadas y consejos de aquellos que son acólitos del <mortal enemigo>. Por eso, san Pablo aunque en aquella ocasión no mencionaba directamente el <Juicio Final>, al que todos los hombres deberemos someternos al final de los siglos, sí que les hablaba de las <armas para la lucha contra el mal> (Ef 6, 10-13):


 
 
 
“Reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder / revestíos  con la armadura de Dios para que podáis resistir  las asechanzas del diablo / porque nuestra lucha no es contra los adversarios de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los que dominan este mundo de las tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en un mundo supra-terreno / Por eso debéis empuñar las armas que Dios os ofrece, para que podáis resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno”         

 
Todo esto está muy bien, dirán algunos, pero hablar del maligno, y por tanto de forma implícita del <Juicio de Dios> al final de los tiempos: ¿No es quizás una idea que infunde pavor? A esta pregunta el Papa respondía con gran sensatez y verdad (Ibid):

 
 
 
“Yo diría que se trata de una imagen  que exige la responsabilidad del hombre. Es una imagen que infunde ese pavor al que se refería san Hilario cuando decía que todo nuestro miedo está relacionado con el amor… Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro consuelo  y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia. Esto lo descubriremos dirigiendo la mirada hacia Cristo Crucificado y Resucitado. Ambas <justicia y gracia> han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que barre todo, de modo que cuanto he hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor… Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada…”

 
Ciertamente, al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. Lo dijo Jesucristo según el evangelio de san Mateo durante su –Discurso Escatológico- (Mt 25, 31-46):

“Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria / Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos / y pondrá a las ovejas a un lado y los cabritos a otro / Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre tomad, posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo / Porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed y me distéis de beber; era forastero, y me alojasteis / estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme / Entonces le responderán los justos: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? / ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos? / ¿Cuándo te vimos enfermo  o en la cárcel y fuimos a verte? /


 
 
 
El rey responderá: Os aseguro que cundo lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis / Después dirá a los del otro lado: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles / Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed , y no me disteis de beber / fui forastero, y no me alojasteis; estaba desnudo y no me vestisteis y en la cárcel, y no me visitasteis / Entonces responderán también éstos diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, forastero o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? / Y él les responderá: Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo / E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”    

 
Por eso, como muy bien decía san Pablo,  a los efesios y por extensión a todos los creyentes a lo largo de los siglos (Ef 6, 13-19): “Poneos  la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia / y calzados los pies, prontos  para proclamar el Evangelio de la paz / tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del maligno / Recibid también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu Santo, que es la Palabra de Dios / mediante las oraciones y suplicas, orando en todo tiempo movidos por el Espíritu, vigilando además con toda constancia y suplica por todos los santos”

 

 
 
 
Estos consejos de san Pablo son muy adecuados para los tiempos que corren en este nuevo milenio, en el que seguimos estando en un <tiempo escatológico>; desde la entrada de Cristo en el mundo, seguimos esperando la llegada de la Parusía, aunque no sabemos la fecha en la que tendrá lugar… Sin embargo en su momento, el <Juicio Final>, tendrá lugar. Los hombres no hemos sido informados por Dios del momento justo en que esto sucederá, pero Cristo su unigénito Hijo, nos ha informado que sucederá y que entonces Él mismo volverá para impartir <Justicia Salvadora y Liberadora> (Lc 21, 25-27): “Habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas y en la tierra angustia en las gentes, desatinados por el mugido del mar y del oleaje / perdiendo el hombre el sentido por el terror y la ansiedad de lo que va a sobrevenir al mundo, porque los ejércitos de los cielos se bambolearán / Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube con gran poderío y gloria”

 
Son las palabras de Cristo anunciándoles a sus apóstoles y por extensión, a los hombres de todos los tiempos, su futuro regreso a la tierra para juzgar a vivos y muertos. Por otra parte, en el Evangelio de san Lucas también podemos leer algunos consejos para que estemos prevenidos ante estos sucesos (Lc 21, 34-36): “Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros / porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra / Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre”

 
Ciertamente los creyentes debemos ser testigos de Dios en el mundo, pero para ello es necesario sobre todo que demos testimonio con nuestra propia vida, practicando la caridad y el perdón entre los hermanos. Ambas cosas no son fáciles siempre de llevar a la práctica pero con la inestimable ayuda del Espíritu Santo y en cooperación con la santa  <Madre Iglesia> y constante oración, el Señor nos ha dicho que  se puede conseguir.


 
 
 
Por eso sin los consejos de Cristo, sin Él, el hombre no sabe adónde ir, ni tampoco logra entender quién es. En este sentido, el Papa Benedicto XVI manifestaba (Ibid): “Antes los grandes problemas del desarrollo de los pueblos, que nos impulsan al desasosiego y al abatimiento, viene en nuestro auxilio la Palabra de Jesucristo que nos hace saber: <Sin mí no podéis hacer nada> (Jn 15, 5). Y nos anima: <Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el final del mundo> (Mt 28, 20). Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia”

 

Los creyentes sabemos que Dios aplica su Justicia en cuanto <Fuerza Salvadora y Liberadora>. Dios antes de crear el mundo, desde la eternidad decidió salvar al hombre, pero en este nuevo milenio la humanidad toda: ¿Espera ser salvada? Para responder a esta difícil pregunta viene en nuestra ayuda una vez más el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Da la impresión de que muchos hombres consideran que Dios es ajeno a sus intereses. Aparentemente no tienen necesidad de Él, viven como si no existiera y, peor aún,  como si fuera un <obstáculo>, que hay que quitar  para poder realizarse. Por otra parte, entre los creyentes algunos se dejan atraer por seductoras quimeras y desviar por doctrinas engañosas que proponen atajos ilusorios para alcanzar la felicidad”