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sábado, 29 de diciembre de 2018

EL MISTERIO DE LA ENCARNACION Y LA FE CRISTIANA



 
 
 
 
El Hijo de Dios se hizo hombre como recitamos en el Credo, pero la pregunta que puede surgir, a este respecto, es: ¿Qué significa la palabra central, Encarnación, para la fe cristiana? Etimológicamente la palabra <encarnación> deriva del latín <incarnatio>. San Ignacio de Antioquía y, sobre todo San Ireneo, usaron este término reflexionando sobre el Prólogo del Evangelio de San Juan, en especial sobre la expresión: <el Verbo se hizo carne> (Jn 1,14): "Y el Verbo se hizo carne , y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad"

 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI analizó este tema de naturaleza teológica y de gran importancia para la fe cristiana (Audiencia General del  9 de enero del año 2013): "Aquí, la palabra <carne>, según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo el aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto quiere decir la salvación traída por el Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en que se encuentre.



Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que le separa de Él, para permitirnos llamarle, en su Hijo Unigénito, con el nombre de <Abba> (Padre),  y ser verdaderamente hijos de Dios. San Ireneo afirma: <Éste es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo de este modo la filiación divina, llegara a ser hijo de Dios>”


En efecto, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica nº 460:

"El Verbo se encarnó para hacernos <participes de la naturaleza divina> (2 P 1, 4): <Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para  que el hombre en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación , se convirtiera en hijo de Dios>"

 
 
 
 
Ciertamente, Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María.
Jesús significa Salvador y en el Evangelio de San Lucas se precisa que María era virgen antes del nacimiento de Jesús y permaneció virgen en el momento del parto y después del parto (Lc 1,26-):

“Envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret / a una joven virgen, prometida de un hombre descendiente de David, llamado José / La virgen se llamaba María / Entró donde ella estaba, y le dijo: <Alégrate llena de gracia; el Señor está contigo> / Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba que significaba tal saludo / El ángel le dijo: <no tengas miedo, María porque has encontrado gracia ante Dios / Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús / Será grande y se llamará Hijo del Altísimo… / María dijo al ángel: <¿Cómo será esto, pues no conozco varón?> / El ángel contestó: <El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será Santo y se llamará Hijo de Dios>”

 
 
 
 
Los Pontífices de todos los tiempos han sentido un respeto inmenso por el Misterio de la Encarnación así como amor infinito hacia la mujer virgen a través de la cual se hizo el Milagro de entrada en el mundo de Dios hecho hombre.

Son muchas las declaraciones realizadas, en este sentido a lo largo de la historia de la cristiandad, por los Papas y Padres de la Iglesia, pero remitiéndonos a los tiempos presentes, hay que recordar que al Papa San Juan Pablo II se deben un gran número de testimonios sobre el misterio de la Encarnación.

Así por ejemplo, en su Homilía del domingo 22 de octubre de 1978, al comienzo de su Papado se expresaba lleno de emoción por la misión a la que, el Señor le había llamado con estas significativas palabras (Homilía del Papa San Juan Pablo II en el comienzo de su Pontificado. Plaza de San Pedro domingo 22 de octubre de 1978):

“Hoy y aquí, en este lugar, es necesario pronunciar y escuchar de nuevo las mismas palabras: <Tú eres el Cristo,  el Hijo de Dios vivo>. Sí, hermanos e hijos ante todo estas palabras. Su contenido revela a nuestros ojos el misterio de Dios vivo, misterio que el Hijo conoce y nos ha acercado. En efecto, nadie ha acercado el Dios vivo a los hombres, ninguno lo ha revelado como lo ha hecho el Hijo mismo.

 
 
 
 
En nuestro conocimiento de Dios, en nuestro camino hacia Dios estamos totalmente ligados a la potencia de estas palabras: <Quien me ve a Mí, ve también al Padre>. El que es infinito, inescrutable, inefable, se ha acercado a nosotros en Cristo Jesús, el Hijo unigénito, nacido de María Virgen en el portal de Belén.

Vosotros todos, los que tenéis ya la inestimable suerte de creer, vosotros todos los que todavía buscáis a Dios, y también vosotros los que estáis atormentados por la duda: acoged de buen grado una vez más – hoy y en este sagrado lugar – las palabras pronunciadas por Simón Pedro. En estas palabras está la fe de la Iglesia.

En ellas está la nueva verdad, es más, la verdad última y definitiva sobre el hombre: <Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo>”

 
 
 
Sí, para el Papa San Juan Pablo II, el Dios vivo, el Hijo de Dios, estaba presente siempre en todos sus actos públicos y privados; así por ejemplo, unos años después en la solemne celebración de la Eucaristía en honor a la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el 8 de diciembre de 1984 nos hablaba de la Virgen y del papel tan importante que ésta tuvo en el Misterio de la Encarnación:

 
 
 
 
“<Llena de gracia…> (Lc 1, 28)
Este saludo – en boca del Arcángel – Prepara la revelación de la Divina Maternidad de María:


<Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús… El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra…
<No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios> (Lc 1,30). Eres: <llena de gracia>.

La plenitud de gracia significa la Maternidad Divina.
La plenitud de gracia significa también la Inmaculada Concepción. La Inmaculada Concepción es con miras a la Maternidad Divina.

Éste es el orden de la gracia, es decir, de la economía salvífica de Dios…

Así pues, el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María nos lleva a Belén y, a la vez, al Calvario. En cierto sentido, nos guía al Calvario y luego a Belén.
María fue redimida de forma particular en el primer instante de su concepción, en previsión del Sacrificio de Cristo Redentor en el Calvario para poder convertirse en Madre del Redentor, en Nazaret y en Belén...

 
 
 
 
La inmaculada Concepción es el primer signo y, a la vez, anuncio del tiempo nuevo. Es comienzo de esa plenitud de los tiempos de la que habla el Apóstol (Mt 25,13)”.

 
Jesús nació de María Virgen y fue concebido por obra del Espíritu Santo, tal como podemos leer en el Evangelio de San Mateo que completa la narración del Misterio de la Encarnación descrito por San Lucas en su Evangelio (Mt 1, 18-21):

"El nacimiento de Jesús el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo / José su esposo, que era justo y no quria denunciarla, decidió separarse de ella en secreto / Despues de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: <José, hijo de David, no tengas reparos en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu santo> / <Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados"


Papa San Juan Pablo II  en su Audiencia General del  28 de Enero de 1987 declarba que :
"El testimonio evangélico de la concepción virginal de Jesús por parte de María, es de gran relevancia teológica. Pues constituye un signo especial del origen divino del Hijo de María. El que Jesús no tenga un padre terreno porque ha sido engendrado <sin intervención de varón>, pone de relieve la verdad de que Él es el Hijo de Dios, de modo que cuando asume la naturaleza humana, su Padre continúa siendo exclusivamente Dios”.

 
Prosigue el Santo Padre en la Audiencia General mencionada anteriormente, hablándonos con gran conocimiento y sabiduria,  de la acción del Espíritu Santo en la concepción de Jesús,  del Misterio de la Encarnación: “La revelación de la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, indica el comienzo en la historia del hombre de la nueva generación espiritual que tiene un carácter estrictamente sobrenatural”

En efecto, como enseñaba el Apóstol San Pablo, refiriendose al Misterio de la Encarnación, en su primera carta a los pobladores de Corinto, donde el cristianismo chocaba por primera vez con la cultura griega, y por tanto corría el riesgo de confundirse con una nueva religión de las muchas por entonces existentes en aquella zona(I Co 15, 45-49):
 
 
 
 
"La escritura dice: Adán el primer hombre, fue creado un ser viviente; el último Adán, en espíritu vivificante / Pero lo primero no es espiritual, sino lo animal; después, lo espiritual / El primer hombre, sacado de la tierra es terrestre; el segundo, por el contrario, del cielo / Como el terrestre, así son los terrestres; como el celeste, así son los celestes / Y así como llevamos la imagen terrestre, llevaremos también la del celeste"



En este mismo sentido, sigue diciendo el Papa San Juan Pablo II en su Audiencia (Ibid):
“Dios Uno y Trino <se comunica> a la criatura mediante el Espíritu Santo. Es el misterio al que se puede aplicar las palabras del Salmo 103 (104): <Envía tu espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra>. En la economía de esa comunicación de Sí mismo que Dios hace a la criatura, la concepción virginal de Jesús, que sucedió por obra del Espíritu Santo es un acontecimiento central y culminante. Él inicia la nueva creación. Dios entra así en un modo decisivo en la historia para actuar sobre el destino sobrenatural del hombre, o sea la predestinación de todas las cosas en Cristo”.

Ciertamente, el nacimiento de Jesús según aseguraba este Pontifice, pone en evidencia el Misterio de la Encarnación, el cual tuvo lugar en el seno de la Virgen en el mismo momento del anuncio del ángel, de este modo, nació de ella un niño que iba a ser el instrumento dócil y responsable del plan divino, concebido por obra del Espíritu Santo.

 
 
Así pues, el Hijo de Dios, comienza a vivir primero como niño y luego crece tal como nos dice el Evangelio de San Lucas <en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres> (Lc 2,52) De esta forma el Hijo de Dios se nos manifestó también como verdadero hombre.


El Papa San Juan Pablo II asegura también que el Apóstol San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, subraya todas estas verdades cuando dice: <El Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros>:
“La Encarnación es fruto de un inmenso amor, que impulsó a Dios a querer compartir plenamente nuestra condición humana.

El hecho de que el Verbo de Dios se hiciera hombre produjo un cambio fundamental en la condición misma del tiempo. Podemos decir que, en Cristo, el tiempo humano se colmó de eternidad.
Es una transformación que afecta al destino de toda la humanidad, ya que <el Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (Gudium et spes, 22). Vino a ofrecer a todos la participación de su vida divina.

 
 
 
 
El don de esta vida conlleva una participación en su eternidad. Jesús lo afirmó, especialmente a propósito de la Eucaristía: <El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna> (Jn 6,54). El efecto del Banquete Eucarístico es la posesión, ya desde ahora, de esa vida.


En otra ocasión, Jesús señaló la misma perspectiva a través del símbolo del agua viva, capaz de apagar la sed, el agua viva de su Espíritu, dada con vistas a la vida eterna (Jn 4,14). La vida de la gracia revela, así, una dimensión de eternidad que eleva la existencia terrena y la orienta, en una línea de verdadera continuidad,  al ingreso en la vida celestial”

 

 
 
<Cristo ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega> . Con esta frase iniciaba el Papa San Juan Pablo II su Homilía del 1 de enero de 1999, faltando ya sólo un año para el inicio del tercer milenio desde la llegada de Jesús a la tierra a través del Misterio de la Encarnación:


“Al comienzo de 1999, el último del gran jubileo, parece que el ministerio de la historia se revela entre nosotros con una profundidad más intensa. Precisamente por eso, la Iglesia ha querido imprimir el signo Trinitario de la presencia del Dios vivo sobre el trienio de la preparación inmediata para el acontecimiento jubilar”

Sigue el Papa expresándose en este sentido, haciendo una retrospectiva sobre acontecimientos del siglo XX, a punto de terminar en aquellos momentos, recordando por supuesto las dos terribles guerras mundiales acaecidas durante este período de la historia.

 
 
 
¿Cómo olvidar los campos de muerte o los hijos de Israel exterminados cruelmente así como a los santos mártires entre los que podemos citar a San Maximiliano María Kolbe (1984-1941), clérigo franciscano conventual; mártir polaco muy devoto de la Virgen y en especial de su Inmaculado Corazón; o a sor Edith Stein (Santa Teresa Benedictina de la Cruz, santa mártir alemana de origen polaco, patrona de Europa) y de otros tantos santos?...

Son preguntas que se realizaba el Pontífice con palabras sentidas, llenas de dolor, el dolor que embarga a la humanidad toda al recordar estos terribles acontecimientos.

No obstante este Papa era un hombre lleno de optimismo y de fe en Dios por eso al final de su Homilía (Ibid), se expresaba en los siguientes términos:
“El Verbo eterno, al hacerse hombre, entró en el mundo y lo acogió para redimirlo. Por tanto, el mundo no sólo está marcado por la terrible herencia del pecado; es, ante todo, un mundo salvado por Cristo, el Hijo de Dios, crucificado y resucitado. Jesús es el redentor del mundo, el Señor de la historia. <Eius sut témpora et saecula>: suyos son los años y los siglos.

 
 
 
Por eso creemos que, al entrar en el tercer milenio junto con Cristo, cooperaremos en la transformación del mundo redimido por Él. Mundus cratus, <mundus redemptus>…Desgraciadamente, la humanidad cede a la influencia del mal de muchos modos. Sin embargo, impulsada por la gracia, se levanta continuamente, y camina hacia el bien guiada por la fuerza de la redención. Camina hacia Cristo, según el proyecto de Dios Padre”