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domingo, 8 de enero de 2017

MENSAJEROS DEL EVANGELIO: LOS PRIMEROS SIGLOS (1ª Parte)


 
 
 
 



Aunque el cristianismo fue atacado desde un principio, durante los siglos III y IV, se puede decir, que tuvieron lugar algunas de las  persecuciones más terribles, largas y  violentas para la Iglesia de Cristo, en particular citaremos:

-La de Septimio Severo (193/211)

-La de Decio (249/251), tan intensa que provocó la huida de muchos cristianos hacia los campos desiertos y los bosques, como le sucedió a San Pablo de Tebas (250), primer eremita el cual acostumbrado a ésta dura vida prefirió quedarse para siempre, orando al Señor en la soledad más absoluta, aún después de la persecución



-La de Valeriano (253/260) que llegó también a las provincias lejanas del imperio, por ejemplo la actual península Ibérica, muriendo a consecuencia de la misma, muchos cristianos como el Obispo San Fructuoso de Tarragona, el cual fue quemado vivo junto a sus diáconos, hacia el año 258 en el anfiteatro de Tarraco

-La de Maximiano (285/305) en la que fueron martirizadas entre otros muchos cristianos, las dos hermanas vírgenes sevillanas, santa  Justa y santa Rufina, las cuales fueron sometidas a duras pruebas, como el potro de martirio, los garfios de hierro, y el hambre y la sed en duras condiciones carcelarias, pero ellas se negaron siempre a renunciar a su fe en Cristo.
Ambas murieron a consecuencia de los martirios, primero Justa y más tarde Rufina a la que Dios le hizo el milagro de librarla de las fauces de un león, por lo que el procónsul de turno ordenó que la degollaran y quemaran su cuerpo, hacia el año 287

-La de Diocleciano (284/305)  que puede considerarse la más destructora y larga, pues se aniquilaron ciudades enteras, por ser habitadas por una mayoría cristiana



No obstante, aunque de una manera más encubierta también existieron graves peligros, para los seguidores de Cristo, durante el reinado de otros emperadores romanos de la época, como en el caso de  Galerio (305/311), que fue el instigador de una persecución contra los cristianos y ante el fracaso de la misma,  parece ser que a escasos días de su muerte, promulgó el Edicto de Tolerancia de Nicomedia (311), que autorizaba a los cristianos a reconstruir sus iglesias y reunirse en ellas, pero sin causar alteraciones públicas…

Por otra parte, existe información fiable sobre los martirios sufridos por los cristianos acaecidos durante este  largo periodo de la historia antigua. Esto es debido a que los mártires fueron venerados desde un principio, como ejemplos fehacientes de su fe en Cristo y sus sacrificios celebrados y estimados como pruebas del intenso y heroico amor a Dios, que poseían los hombres, mujeres y niños que morían de esta forma, derramando su sangre como testimonio evangelizador.
 
 
 


A partir del siglo IV se introduce en los calendarios y martirologios cristianos la fecha de la edificación de la Iglesia sobre el sitio en que se suponía había tenido lugar la muerte de nuestro Señor Jesucristo (Calvario), que se convirtió desde el principio en lugar de peregrinación para todos los cristianos del mundo. El descubrimiento del sepulcro y la Vera Cruz o autentica cruz del martirio de Cristo debido a la emperatriz Elena, madre del emperador Constantino, fue descrito por el Obispo Eusebio de Cesarea (Palestina) entre los años 325 a 326.

La persecución de los cristianos durante el reinado de Diocleciano (Gran persecución), fue como se ha indicado anteriormente, una de las más sangrientas de la historia del imperio romano. En el año 303, durante la tetrarquía  de los emperadores Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio, los cristianos fueron cruelmente perseguidos, revocándoseles sus derechos legales y exigiéndoseles que renunciaran a su fe, para adaptarse a las religiones paganas del imperio. Pero no contentos con esto, se decretó  posteriormente el “sacrificio universal”, llegándose a quemar vivos a muchos cristianos. También fueron arrestados y encarcelados todos los Obispos, sacerdotes y diáconos, llenándose las prisiones de todo el imperio, de cristianos  sin otro motivo que el de profesar su fe.

Son venerados como mártires, durante este periodo de la historia, además de los Apóstoles y sus primeros seguidores, es decir, sus discípulos, los Papas de la era heroica, los Padres Apostólicos y muchos Obispos de los siglos II, III y IV, que también murieron defendiendo sus creencias.

Entre estos últimos, se puede citar a San Cipriano de Cartago, nacido según algunos historiadores en el norte de África, que murió martirizado en su propia casa, después de dejar todas sus riquezas a los pobres de Cartago, hacia el año 258 , San Dionisio Obispo de Alejandría que aunque sobrevivió a la terrible persecución de los cristianos durante el reinado del  emperador Decio, fue después encarcelado y posteriormente desterrado a Libia en el año 257 cuando estalló la persecución del emperador Valerio, y  San Saturnino, primer Obispo de Tolosa (la actual Toulouse), que murió mártir por defender su fe ante una multitud de paganos enfurecidos, porque no quiso  hacer el sacrificio de un toro al dios pagano Júpiter, (hacia el año 258).

También murieron por martirio muchos Presbíteros y Diáconos, como San Lorenzo, nacido en Huesca (Aragón) que fue martirizado con escorpiones y luego asado en una parrilla en el año 258, San Gregorio Presbítero que murió mártir en la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, San Vicente de Zaragoza, clérigo español, diácono en Zaragoza, capturado y torturado durante la persecución de Diocleciano (304) y tantos otros, de nombres desconocidos.

 
 


Además, murieron por martirio, mujeres vírgenes y hasta niños como Justo y Pastor en Alcalá de Henares, los cuales mostraron gran fortaleza de ánima ante los terribles sufrimientos a los que fueron sometidos, constituyendo así un motivo evangelizador admirable para la historia de la Iglesia de Cristo.

Por otra parte, algunos ejemplos de vírgenes mártires, más conocidos, son los de Santa Cecilia, Santa Inés, Santa Lucia y Santa Águeda de Catania que murió en el año 251 por venganza del senador Quintianus, el cual al no conseguir los favores de la santa, mandó que le cortaran los pechos y aunque la tradición de la iglesia asegura que san Pedro hizo un milagro con ella curándola de sus heridas, siguió siendo torturada y finalmente fue arrojada sobre carbones al rojo vivo hasta que espiró.

Murieron por martirio, así mismo, matrimonios y aún familias completas, para ejemplo evangelizador de la cristiandad de todos los tiempos, como Crisanto y Daria un matrimonio cristiano que decidió vivir en castidad para dedicarse plenamente a la evangelización, logrando según cuenta la tradición muchas conversiones entre los paganos, por lo que se les encarceló, pero aún entonces fueron capaces por sus palabras y comportamiento de convertir a parte de los soldados que estaban custodiándolos.

Por todo esto fueron condenados a morir lapidados en la Vía Salaria hacia el año 283; Siforosa y su marido y una larga lista, en su mayor parte de personas cuyos nombres no han podido ser recogidos por la historia.



Hay que destacar una vez más, que con ser terribles todas las persecuciones realizadas por los emperadores romanos, las más dañinas fueron las de Decio en el siglo III y la de Diocleciano en el siglo IV respectivamente, por lo que el número de mártires contabilizados en estos reinados, fue  enorme y causó grandes dolores a la Iglesia, atacando incluso a sus Pontífices.

Se sabe, por ejemplo, que el Papa San Fabián (236/250), sufrió la persecución del emperador Decio.

Así pasó con  otros Papas, como San Sixto (257/258), que fue mártir  junto a sus diáconos en la persecución de Valerio, cuando se encontraba celebrando misa en las catacumbas (lugar donde los cristianos enterraban a sus mártires).

La persecución de Valerio fue tan violenta, que durante al menos dos años, quedó el Pontificado vacante, hasta que este emperador fue destronado. Otros Papas, sufrieron solamente prisión ó destierro durante un largo periodo de tiempo, hasta que llegó al poder Diocleciano y con él, el terror se instauró de nuevo en la comunidad cristiana.

Este emperador romano desde el año 297 excluyó a los cristianos de participar en la vida pública, confiscó sus posesiones y cerró sus cementerios; pero no contento con esto, se propuso exterminar a todos los cristianos, por lo que durante el periodo de tiempo comprendido entre los años 304 a 308, quedó de nuevo vacante la silla de Pedro.
 


El primer Papa, tras el largo periodo de tiempo durante el cual no fue posible elegir uno nuevo, fue san Marcelo I (308/309), pero aunque el emperador Magencio resultó algo más tolerante que Diocleciano, lo desterró enseguida, muriendo al poco tiempo, como consecuencia de ello.

El mismo camino siguió el Papa, San Eusebio (309/310) desterrado rápidamente a Sicilia, donde murió terriblemente apenado. Por su parte el emperador Galerio, según algunos historiadores aceptó a los cristianos, con algunos reparos, por lo que el Papa San Melquiades (311/314), tuvo la suerte de no sufrir martirio, pero sin embargo tuvo el dolor de tener que enfrentarse a una nueva herejía en el seno de la propia iglesia.

Esta herejía se denominó “donatismo”, por deberse al Obispo de Cartago, Donato, que pretendía, entre otras cosas, demostrar que la validez de los sacramentos dependía de la santidad de sus ministros.     

Las personas que habían tenido un contacto directo con Cristo, sus Apóstoles y los discípulos de estos, habían muerto a finales del siglo II y con ellos había desaparecido el testimonio escrito, más estimable de la época antigua de la Iglesia.

Era necesario sin duda que surgieran nuevos evangelizadores que dejaran un testimonio perdurable de su labor.  Entre estos, destacaremos a los Padres Apologistas que ya habían emprendido su labor evangelizadora en el siglo II, los cuales tenían para realizar su labor además de las Sagradas Escrituras, la Liturgia de la Iglesia y la Tradición mantenida a lo largo de los primeros siglos por cada una de las comunidades cristianas formadas.

Estos primeros escritores cristianos también fueron perseguidos y martirizados en algunos casos y se han dado en llamar los Padres Apologistas, por la defensa que tuvieron que hacer de los dogma de fe del cristianismo tantas veces cuestionados por doctrinas equivocadas, que surgían muchas veces entre los mismos  seguidores de Cristo.

Entre este grupo de escritores apologistas destacaremos en primer lugar a Tertuliano, nacido en el África romana en el año 160, convertido al cristianismo alrededor  del 197 y ordenado presbítero en la iglesia de Cartago. Por esta misma época comenzó a publicar sus escrito más famosos, pero como asegura el Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del jueves, 31 de mayo de 2007, una búsqueda de la verdad demasiado individual, junto a su intransigencia, le llevaron poco a poco a abandonar la iglesia de Cristo, uniéndose a la secta del montanismo.

Entre otras muchas cosas el Papa nos dice con respecto a la figura de este gran escritor cristiano:
 
 


“Como todo buen apologista, experimenta al mismo tiempo la necesidad de comunicar positivamente la esencia del cristianismo. Por este motivo, adopta el método especulativo para ilustrar los fundamentos racionales del dogma cristiano….

Tertuliano, además, da un paso enorme en el desarrollo del dogma trinitario; nos dejó el lenguaje adecuado en latín para expresar este gran misterio, introduciendo los términos de <<una sustancia>> y <<tres personas>>. También desarrolló mucho el lenguaje correcto para expresar el misterio de Cristo, Hijo de Dios y verdadero Hombre…”

Es de destacar también  un movimiento de renovación de la iglesia debido a Montano que terminó en  herejía, ya que pretendían llevar a sus seguidores a creencias cada vez más apartadas de la fe de Cristo, como la intolerancia para perdonar a los pecadores arrepentidos, incluso después de realizar penitencia por sus pecados.

Este movimiento tuvo en principio, gran aceptación, por parte de muchos creyentes, como por ejemplo el propio Tertuliano. Sin embargo tampoco estas ideas tan intransigentes fueron suficientes para este hombre, que finalmente acabó por crear su propia corriente de pensamiento. Se cree que el Tertulianismo, todavía estaba presente en la iglesia de Cartago en tiempos de San Agustín. Este santo Padre de la iglesia en su crónica “De Haeresibus, LXXXVI”, nos dice que antes de morir hacia el año 220,Tertuliano  retornó al seno de iglesia católica y, por su parte, el Papa Benedicto XVI asegura también lo siguiente:

“En los escritos del africano, en definitiva, se afrontan numerosos temas que todavía hoy tenemos que afrontar. Nos involucran en una fecunda búsqueda interior, a la que invito a todos los fieles, para que sepan expresar de manera cada vez más convincente la <<Regla de la fe>>, según la cual, como dice Tertuliano, <<nosotros creemos que hay un solo Dios, y no hay otro fuera del Creador del mundo: él lo ha hecho todo de la nada por medio de su Verbo, engendrado antes de todo>>…”

Entre los padres apologistas del siglo III, cabe recordar también  a  San Hipólito de Roma (170/236), escritor prolífico de cuya vida se conocen pocos datos, aunque parece ser que fue seguidor de san Ireneo y presbítero de la iglesia de Roma. Se enfrentó al Papa, San Calixto I (217-222), por creer que había  dañado la disciplina de la iglesia, al perdonar a algunos miembros de la misma, que en un tiempo habían sido apartados de ella por su mal comportamiento y ello dio lugar a un cisma dentro de la comunidad cristiana. San Hipólito se alejó de la iglesia durante un periodo de tiempo bastante largo, pero siempre conservó su fe en Cristo, pudiéndose decir que su obra apologética es muy amplia, aunque sus escritos han llegado hasta nuestros días de forma muy fragmentada e incompleta. Hay que destacar de toda ella, por ejemplo, sus comentarios sobre el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, así como una serie de obras polémicas en contra de los paganos y en general en contra de todas las herejías de la época. Se cree que finalmente regresó al seno de la iglesia y que incluso murió martirizado durante la persecución del emperador Maximiano (236).



Por otra parte, Orígenes (185-254) es considerado Padre de la iglesia por su extraordinaria erudición tanto en el campo de la teología como en el de la exégesis (estudio de la Biblia) y un gran escritor, del cual han llegado hasta nuestros días  gran cantidad de obras, en su mayoría incompletas, debido a las circunstancias que rodearon su vida y sus enseñanzas.  Nació en Alejandría y estudió en la llamada “Escuela de Alejandría”, teniendo como profesor al propio San Clemente de Alejandría. Según Javier Sesé, profesor de Teología en la Universidad de Navarra y Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la misma Universidad:

“La enseñanza origeniana es una de las más decisivas en la formación del pensamiento espiritual de los siglos posteriores, sobre todo en el monacato oriental y en algunas corrientes místicas. Sin embargo, su planteamiento resulta algo peligroso frente al problema de la gnosis. Es un intento de diálogo racional, sin una crítica suficiente y sin dejar claros los peligros de fondo, al contrario que san Ireneo” (Historia de la espiritualidad. Capítulo I. Javier Sesé . EUNSA 2005)”

Orígenes vivió siempre profundamente afectado por el martirio de su padre Leónidas, en tiempos del emperador Septimio Severo, el cual después de mantenerlo prisionero un largo periodo de tiempo, ordenó que le cortaran al cabeza. Quizás por este motivo y sobre todo por su gran amor a Jesucristo deseó, a su vez, sufrir el martirio y aunque éste no le llegó de forma rotunda, sí que sufrió prisión y tortura durante la persecución del emperador Decio, pero posteriormente fue excarcelado. Debilitado y enfermo murió a consecuencia de los sufrimientos padecidos en su encarcelamiento cuando no había cumplido aún los setenta años.

El Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 25 de abril de 2007 nos hablaba así de la obra de este gran maestro de la cristiandad:

“El núcleo inspirador de esta obra es, como hemos mencionado, la <<triple lectura>> de las Escrituras desarrollada por Orígenes en el arco de su vida. Con esta expresión intentamos aludir a las tres modalidades más importantes -entre sí no sucesivas, sino más frecuentemente superpuestas- con las que Orígenes se dedicó al estudio de las Escrituras. Ante todo el leyó la Biblia con la intención de asegurar el texto mejor y de ofrecer de ella la edición más fiable. Éste, por ejemplo, es el primer paso: conocer realmente qué está escrito y conocer lo que esta escritura quería intencional  e inicialmente decir”

Finalmente Papa Benedicto asegura (Ibid), con el propósito de esclarecer la figura  de este gran erudito de la iglesia:

“Orígenes imprime un <<cambio irreversible>>al desarrollo del pensamiento teológico, basado en la explicación de las Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios. La tradición y el magisterio se configuran como <<Escritura en acción>>. El núcleo central de su obra consiste en la <<triple lectura>> de la Biblia. Sus Comentarios reproducen fielmente las explicaciones que daba tanto en Alejandría como en Cesarea, y sus Homilías retoman los diversos significados de las Escrituras. Desde el sentido literal, a través de la interpretación oral, los fieles deben llegar al significado espiritual más profundo. Promueve eficazmente la <<lectura cristiana>> del Antiguo Testamento, haciendo frente al reto de los herejes que oponían los dos Testamentos hasta rechazar el Antiguo. <<Para nosotros>>, afirma, los dos Testamentos son un nuevo Testamento”

A  Orígenes alguno historiadores le consideran además, precursor en el desarrollo de algunos aspectos de la mística y así es el primero en asociar la vida de las dos hermanas del amigo del Señor (Lázaro), con las dos formas de vida espirituales, activa y contemplativa según actuaban Marta y María Magdalena respectivamente.

Entre los principales alumnos de Orígenes hay que citar a San Dionisio de Alejandría que fue maestro y director de la escuela catequética de Alejandría. Sus padres eran paganos, pero él se convirtió al cristianismo tras asistir a las clases impartidas por Orígenes. Sobrevivió a la persecución del emperador Decio en el año 249, pero tuvo que huir de Alejandría y finalmente fue apresado y posteriormente liberado por gentes del campo que se compadecieron de él. Finalmente, murió en Alejandría (264) a causa de su mala salud, consecuencia de una vida tan desgraciada, pero su obra literaria fue muy amplia y provechosa para la cristiandad de todos los tiempos.

San Gregorio Taumaturgo fue otro alumno muy querido de Orígenes y es también considerado Padre de la iglesia, ya que aunque son pocos los escritos que se han conservado de él, se pude decir que estos han contribuido en gran medida a la formación de la doctrina católica. Nació en Neocesarea del Ponto, hacia el año 213 y sus padres también eran paganos como en el caso de San Dionisio,  Durante su estancia en Cesare de Palestina asistió a las clases de Orígenes y ello le conmovió de tal manera que decidió hacerse cristiano. Años después fue nombrado Obispo de Neocesarea y tuvo ocasión de asistir al Concilio contra Pablo de Samosata (268), Patriarca de Antioquía, el cual demostró, con su vida, no ser un verdadero cristiano, dejándose arrastrar por algunas de las herejías de la época, como el modalismo . Falleció hacia el año 270, dejando tras de sí una imagen de santidad y sabiduría tal, que por ello no es de extrañar el hecho de que  San Basilio (329-330) y otros grandes Padres de la iglesia posteriores, como San Jerónimo de Estridón (342-420), lo hayan recordado como ejemplo a seguir por los cristianos de todas las épocas.

A la muerte de Diocleciano, tomó el poder uno de sus Augustos, concretamente Constancio Cloro (293), que gobernaba las Galias y la península Ibérica en aquel momento y a la muerte de éste (306) los soldados proclamaron a su hijo Constantino como emperador, sin embargo la confusión en el imperio romano era tal, que llegó a haber hasta seis emperadores al mismo tiempo. Tras largos enfrentamientos, Constantino logró el poder absoluto unificando de nuevo el imperio bajo un solo mando.  

Después de las persecución, martirios y destierros sufridos por los cristianos a lo largo de casi tres siglo, los edictos de Constantino, primer emperador romano que favoreció a los seguidores de Cristo, supusieron una tregua importante para la evangelización de los pueblos, dando lugar a doctores de la Iglesia excelentes, como San Atanasio el Grande, Patriarca de Alejandría (siglo IV), San Gregorio Nacianceno (Siglo IV), San Ambrosio (siglo IV), San Jerónimo(finales del siglo IV) y por supuesto, el gran San Agustín, ya en el Siglo V, entre otros muchos.



De acuerdo con el Papa Juan Pablo II, la actividad desarrollada por los distintos Concilios Ecuménicos que tuvieron lugar a lo largo de estos primeros siglos, también puede considerarse una labor evangelizadora, ya que surgieron de la necesidad de expresar la verdad de la fe revelada con un lenguaje comunicativo y convincente para los hombres que vivían en el ámbito de la civilización helénica.

El primer Concilio Ecuménico fue el de Nicea en el año 325 con objeto de refutar las ideas erróneas del arrianismo. Arrío fue un sacerdote con gran preparación intelectual, pero de una soberbia inaudita, descontento con la Iglesia por no haber sido elegido Patriarca de Alejandría, llego a negar la Divinidad de Jesucristo asegurando que el Hijo no es igual al Padre, sino una criatura, aunque la más perfecta de todas. Esta herejía produjo daños graves a la Iglesia de Cristo pues encontró seguidores entre los fieles y también entre algunos Obispos.

Para combatir estas ideas, el Emperador Constantino, de acuerdo con el Papa San Silvestre (314/335), convocó un Concilio Universal en Nicea, al que acudieron unos 300 Obispos de todo el mundo y que fue presidido por el Obispo español, Osio.

Reunido el Concilio, en el que tomó parte el propio Arrío, se estudió el problema presentado por sus herejías, tratando de condensar el dogma católico en una fórmula, que no se prestara a más errores interpretativos. Rechazadas varias propuestas, por no ser esclarecedoras de la situación creada por Arrío, fue finalmente admitida la proposición que calificaba la relación entre el Padre y el Hijo como “consustancial”.



Con ella se consumó el símbolo de Nicea, o “Credo “, de la Misa: “Creo en un Señor Jesucristo, Hijo del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no nacido, consustancial al Padre…”

De esta forma, se declaró tajantemente, que las enseñanzas de Arrío (256-336), eran contrarias a la fe de Cristo y por supuesto herejías, que revelaban hasta cierto punto la influencia de la cultura helenística sobre este triste personaje de la historia y nos hace comprender mejor la acogida, que sin duda tuvo en muchos sectores de la sociedad de aquellos siglos.

Algunos años después de celebrarse este Concilio, el propio emperador Constantino, ganado de nuevo por las ideas de los arrianos, se empeñó en anularlo y exigió al Papa Liberio (252-366) y a el Obispo Osio de Córdoba, la aceptación de estas herejías. Al no aceptar esta imposición del emperador, el Papa fue objeto de violencia y finalmente desterrado; por su parte,  Osio fue apresado y sometido a edad avanzada (90 años), a privaciones extremas, pero él se mantuvo firme hasta el final de su vida en la fe de Cristo, aunque sus enemigos trataban de engañar al pueblo de Dios diciendo que había claudicado.

Los arrianos, aunque condenados, siguieron intrigando y así el partido filoarriano, dirigido por el Obispo Eusebio de Nicomedia, logró alcanzar gran influencia en la Corte del emperador Constantino , el cual desterró también al Patriarca de Alejandría, San Atanasio y a otros Obispos católicos.

Arrío regresó del destierro al que inicialmente había sido sometido por orden imperial y pretendió tomar posesión de la Silla Patriarcal de Alejandría, donde sus seguidores, le habían preparado un recibimiento apoteósico. Sin embargo, la muerte prematura y terrible del hereje, convenció al emperador de que estaba equivocado respecto de las ideas propagadas por él y de inmediato levantó el destierro de San Atanasio y demás Obispos, combatiendo desde ese momento también él, el arrianismo.

Constantino I el Grande, cuando estaba a punto de morir deseó ser bautizado, declarándose finalmente abiertamente cristiano, después de una vida llena de indecisiones en cuanto a sus tendencias religiosas. Su hijo mayor, que fue emperador con el nombre de Constantino II, se mostró casi desde el principio proclive al paganismo, implicándose en la lucha entre diversas corrientes cristianas.



De cualquier forma su mandato fue muy corto (337/340) y su hermano  Constante que fue emperador de Roma  primero junto con Constantino II y a partir del año 340, con su otro hermano Constancio II, demostró una mayor tendencia hacia el cristianismo. Este emperador promulgó un decreto que prohibía los sacrificios paganos y apoyó siempre a los cristianos en su conflicto con los arrianos. Por otra parte, su hermano el emperador Constancio II (337/361), tercer hijo del emperador Constantino I  fue un gran defensor del cristianismo. En el año 354 ordenó cerrar todos los templos paganos y más tarde declaró todos los ritos paganos fuera de la ley.

Sin embargo sus sucesores, cayeron en terribles excesos, dando lugar a persecuciones contra los herejes y paganos que nada tenían que ver con la fe de Cristo. Estos hechos tuvieron siglos después  consecuencias muy poco favorables para el desarrollo del cristianismo.

Juliano el Apóstata (361/363), fue la gran excepción de la dinastía constantiniana, pues durante su brevísimo, pero terrible mandato, restableció el paganismo como religión oficial y aunque no persiguió abiertamente a los cristianos, si que trató de eliminar la religión de Cristo, apartándolos de su labor evangelizadora y prohibiéndoles ocupar cargos públicos.

El emperador Joviano (363/364), se consideraba cristiano, en contraste con su antecesor y por tanto abolió enseguida todos los mandatos del emperador Juliano, respecto al cristianismo. Mandó quemar la biblioteca de Antioquia en el año 364 y no satisfecho con este error, ordenó matar a todos los paganos consumando de esta forma su tremenda equivocación.

Los sucesores del emperador Joviano  estuvieron sumamente ocupados en vigilar y restaurar las fronteras del Imperio romano, constantemente atacadas por los llamados pueblos bárbaros. Así, por ejemplo, Valentiniano I tuvo que luchar en África, Germania y Britania y durante su reinado (364/375) el pueblo romano tuvo que enfrentarse a grandes dificultades por estas causas. Este emperador aunque se consideraba cristiano, permitió la libertad total en materia religiosa entre sus súbditos.

Desde comienzos del siglo V, después de tantos años de persecuciones, martirios  de sus Papas y de una multitud de hombres, mujeres y niños, la Iglesia de Cristo resurgió de entre sus cenizas, con toda la fuerza evangelizadora que Jesucristo anunció a sus discípulos, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén (Lc 24 45-49).

Sin embargo, no debemos olvidar que los enemigos del Evangelio de Cristo siguieron durante muchos siglos y más concretamente durante los siglos V y VI, instigando a los creyentes con nuevas herejías, como el nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo entre otras. Pero de todas estas herejías hay que destacar, quizás la primera, debida al Obispo de Constantinopla Nestorio, que negaba la maternidad divina de María, poniendo dos personas en Cristo, una Divina y otra humana y que afirmaba que la Virgen era Madre de Cristo  <<Cristococos>>, pero no Madre de Dios << Teococos>>.


Nestorio fue condenado en el Concilio Ecuménico de Éfeso (431), con gran emoción de los creyentes, los cuales celebraron el acontecimiento, con fuegos artificiales y grandes signos de alegría. Este Concilio fue convocado por el Papa Celestino I (422-432) durante el reinado del  emperador romano Teodosio II (408/450), nieto de Teodosio I el Grande y estuvieron presentes unos 200 Obispos, entre los que cabe destacar a San Cirilo de Alejandría, que lo presidió, Juvenal, Obispo de Jerusalén, y Juan, Obispo de Antioquía. Fue un Concilio muy accidentado, por la rivalidad existente entre los Obispos de Alejandría y Antioquía, pero sin embargo, finalmente se llegó a un acuerdo y se propuso una profesión de fe en la que se formulaba la doctrina de la “unión hipostática” de las dos naturalezas de Cristo y se le daba a  María  el título de “Madre de Dios”.

El Concilio declaró además, que el texto del Credo decretado en el primer Concilio Ecuménico de Nicea y el segundo Concilio Ecuménico celebrado en Constantinopla, era completo y prohibió cualquier cambio, enmienda o añadido. Por otra parte, San Cirilo jugó un papel importantísimo en el Concilio, ya que desarrolló una tarea evangelizadora trascendental, influyendo con su autoridad para que por fin quedara bien establecido el papel de la Virgen María, como hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo.
 


A pesar de todo, los enemigos de la Iglesia de Cristo siguieron interpretando mal los Evangelios, y esto  dio lugar a un nuevo Concilio Ecuménico, celebrado esta vez en Calcedonia ciudad situada en Asia Menor en el año 451, convocado por el Papa San León I el Grande (440-461), durante el mandato del emperador romano de Oriente, Marciano, para condenar el monofisismo de Eutiques y sus seguidores. Asistieron a este Concilio unos 600 Obispos, principalmente de Oriente, debido a los graves problemas que padecía en ese momento el imperio de Occidente a causa de los enfrentamientos con los pueblos bárbaros.

 En este mismo año (451), los hunos habían llegado a las cercanías de Hungría, pero el general Aecio, apoyado por los visigodos, les derrotó en las Galías, en la célebre batalla de los Campos Cataláunicos. A pesar de todo, Atila, el rey de los hunos no se dio por vencido y al año siguiente, en contra de las previsiones de Aecio, <<magister militum>>, de los ejércitos romanos, exigía al emperador Valentiniano III, lo que consideraba le pertenecía. Para conseguir sus propósitos invadió el norte de Italia, destruyendo todo lo que encontraba a su paso, llegando hasta las mismas puertas de Roma.



Es en este crucial momento, cuando el Pontífice, León I juega un papel primordial para la historia de la iglesia, atreviéndose a hablar con el rey bárbaro. De la conversación mantenida por el Papa y Atila, nada se supo, pero lo cierto es que este hombre santo logró detener la acción del  rey huno, evitando así la destrucción segura de Roma y la posible caída del imperio de Occidente.   

El monofisismo hizo mucho daño al pueblo de Dios, pues se afianzó en algunas regiones del imperio de Oriente, particularmente en Egipto, donde se tomó como motivo, para el separatismo. Por esta causa, los emperadores romanos sucesores de Teodosio II, tuvieron que trabajar mucho hasta conseguir una fórmula de compromiso que sin contradecir lo establecido en el Concilio de Calcedonia, pudiera ser aceptada por los partidarios del monofisismo y así asegurarse ellos la fidelidad política del pueblo. De cualquier forma el Patriarca de Alejandría no aceptó los acuerdos alcanzados en el Concilio de Calcedonia y finalmente se separó del resto de iglesia católica. Otros muchos Obispos, siguieron su ejemplo y por tanto se puede asegurar que este Concilio no sirvió en definitiva para poner fin  a todas las controversias, surgidas desde antiguo, en torno de la figura de nuestro Señor Jesucristo.

La cuestión cristológica llegó casi a su término a finales del siglo VII, aunque para ello fue necesario un nuevo Concilio Ecuménico. Por desgracia toda esta mala interpretación  del Evangelio, forma parte de la historia de la Iglesia de Cristo, pero sin embargo el papel que jugaron  los verdaderos evangelizadores fue fundamental, dirigiendo la conciencia de los hombres por el camino recto de la fe y del amor a Dios y dejando de lado la soberbia que es el camino por el que el maligno quiere conducirlos hacia interpretaciones siempre fuera del mensaje divino.


Precisamente, de acuerdo con el Papa San Juan Pablo II, los llamados Padres de la Iglesia, deben reconocerse como los grandes evangelizadores del mundo  durante el primer milenio de la Iglesia. Estos son, aquellos hombres insignes en ciencias y santidad que combatieron los errores y herejías que iban surgiendo, e ilustraron a la Iglesia con su ejemplo virtuoso y con sus conocimientos profundos de la doctrina del Señor.

Los Padres de la Iglesia antigua se suelen clasificar en orientales y occidentales, respectivamente. Entre los orientales ó griegos cabe destacar a:

San Atanasio (296/373), San Basilio el Grande (329/379), San Gregorio Nacianceno (328/389) y San Juan Crisóstomo (347/407) y entre los  occidentales o latinos a:

San Ambrosio (340/397), San Jerónimo (346/420), San Agustín (354/430) y San Gregorio Magno (540/604). Los tres últimos son figuras sobresalientes de la iglesia de Cristo en los siglos que estamos considerando.


Concretamente San Jerónimo era natural de Dalmacia, aunque tuvo la suerte de estudiar en Roma y viajar por el imperio de Occidente, sin embargo durante un largo periodo de su vida prefirió la soledad del desierto donde se dedicó a completar sus estudios y reflexionar sobre  el mensaje de Jesús. También quiso conocer el lugar donde había nacido el Salvador y por ello hizo penitencia durante algún tiempo en la cueva de Belén. Fue secretario del Papa San Dámaso (366-384), el cual le encargó la traducción al latín de la Sagrada Biblia, que posteriormente ha sido conocida como la Vulgata. Este doctor de la iglesia conocía a la perfección los idiomas antiguos, esto es, el latín, el griego, el hebreo y el caldeo, por lo que la Iglesia le ha llamado el <Doctor Máximo> en la interpretación de las Sagradas Escrituras.
 


San Agustín (354-430), por su parte, ha sido llamado por la iglesia el <Doctor sublime>, por su ingenio y sabiduría. Había nacido en Tagaste, situada en una provincia del imperio romano, África y era hijo de un importante Patricio que no era cristiano, sin embargo su madre era creyente y la Iglesia la ha reconocido santa por su vida ejemplar y el papel fundamental que tuvo en la conversión de su esposo y sobre todo de su hijo. Santa Mónica se pasó la vida en oración y al final el Señor la recompensó con creces haciendo de su querido hijo un santo de la categoría de San Agustín. Este hombre que al principio llevó una vida disoluta se convirtió al cristianismo a raíz de escuchar las predicaciones de San Ambrosio, bautizándose y adjurando del maniqueísmo  que había profesado. De regreso a África, después de vender todas las propiedades heredadas y haber repartido  el dinero conseguido entre los pobres, se retiró en vida monástica. Es necesario recordar al respecto  que desde el primer momento se practicó la vida  ascética en la Iglesia de Cristo, siguiendo los consejos del Señor  (Lc 18, 22-23).

En los primeros testimonios escritos de la Iglesia de Cristo, abundan las referencias a estas formas de vida cristiana practicadas por hombres y mujeres desde la antigüedad. El concepto de “asceta” significa el que se “ejercita” en la virtud, y se suele referir a los varones que llevaban vida célibe, aunque también existieron mujeres ascetas, entre las cuales cabe destacar el caso de María Magdalena, poco conocido en la actualidad, pero que es considerada por muchos historiadores como la primera mujer que eligió este tipo de vida. Por otra parte, San Lucas evangelista, refiriéndose a la predicación de San Pablo en Cesarea,  nos cuenta lo siguiente (Hechos de los Apóstoles):

-Y partiendo al día siguiente, llegamos a Cesarea, y entramos en casa de Felipe, el evangelista, uno de los siete, y quedamos con él. Tenía, este, cuatro hijas vírgenes, que profetizaban. Permanecimos allí muchos días…

Es evidente, que estas  jóvenes, de las que habla San Lucas, eran mensajeras del Evangelio de Cristo y como ellas existían numerosos ejemplos en este periodo del cristianismo.  Todas ellas demostraron con sus vidas y muertes en muchas ocasiones, por martirio, su enorme capacidad evangelizadora. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que el término de virgen desde un principio se reservó para denominar a aquellas mujeres que elegían vivir en estado de virginidad.

Más tarde las vírgenes formaron no solo una clase, sino un estado ya definido, y un orden aprobado por la Iglesia y comenzó a practicarse públicamente. La Iglesia, al aceptar el sagrado voto y propósito de la virginidad, consagraba la virgen como persona inviolablemente entregada a Dios y a la Iglesia, con un rito tan solemne, que con razón está registrado entre los más hermosos monumentos de la antigua literatura, y distinguía claramente a esa virgen de las otras que con votos solamente privados se obligaban a Dios.
 

 Ascetas y Vírgenes vivían, habitualmente, en el entorno familiar, ejerciendo sus respectivas profesiones como los demás cristianos, durante los primeros siglos, las comunidades estaban familiarizadas con este tipo de vida y los que practicaban esta forma de evangelización eran tratados con cariño y admiración por parte de sus conciudadanos, constituyendo su presencia un motivo de orgullo para las mismas.

Los fundadores de la vida ascética en Oriente fueron San Pablo (primer ermitaño) y San Antonio Abad, seguidos de otros muchos menos conocidos, hasta llegar a la época de San Basilio y San Hilarión que continuaron mejorando la obra realizada por todos los hombres que habían abrazado esta forma de vida antes que ellos. En Occidente fue San Atanasio quien propagó la vida monástica, que se extendió rápidamente en todo el  imperio durante los siglos IV y V respectivamente.

También los Doctores de la Iglesia, como los anteriormente citados, San Jerónimo y San Agustín favorecieron y aconsejaron esta forma de vida, pero fue San Benito de Nursia  el  verdadero fundador y creador de las reglas que deberían regir en la vida monástica.

San Benito de Nursia (480-543) estudió en Roma pero desolado por el grado de corrupción existente en ese momento en la capital del imperio de Occidente, se retiró a los Apeninos, donde vivió una vida totalmente ascética encerrado en una gruta, con escasos alimentos y medios de vida. Esta forma de vida tan austera encandiló, por así decirlo a una serie de jóvenes de la época que descubrieron su refugio y que deseosos de vivir como él, le pidieron que creara un monasterio donde poder practicar libremente la misma. Hasta doce monasterios fundó este santo varón, pero fue en Monte Casino donde se creó realmente el centro de aquella comunidad que como es natural recibió el nombre de benedictina. También erigió un monasterio para mujeres, cuya dirección encomendó a su no menos santa hermana, Escolástica.


La Regla de San Benito consiste en una serie de preceptos que permiten llevar a los religiosos hacia la perfección cristiana, sobre la práctica de la vida de Jesús y que implica <pobreza, castidad y obediencia>  
Resumiendo, se podría asegurar, que durante los siglos  V, VI y siguientes, en los monasterios y en especial, en los benedictinos, se formaron aquellos hombres fieles al  “lema” de la “orden”, a que pertenecían, salvaron la cultura de la época,  reformaron y mejoraron las costumbres de los cristianos y evangelizaron en todo momento a los pueblos, incluso a los bárbaros, que ya estaban cerniéndose sobre el Imperio romano.