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sábado, 1 de junio de 2019

LA SOLEDAD: UNA DE LAS POBREZAS DEL HOMBRE



 
 
Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad, casi siempre consecuencia del individualismo; así lo expresaba el Papa Benedicto XVI en su Carta Encíclica <Caritas in Veritate>, dada en Roma, en la festividad de San Pedro y San Pablo del año 2009:

“Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amado o de la dificultad de amar. Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor a Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, o quizás un <extranjero> en un universo que se ha formado por casualidad…”

 Desgraciadamente el hombre del siglo XXI, especialmente en el llamado viejo Continente, en cierto sentido y en gran medida se siente <solo>, ante la avalancha informativa que le llega del universo que le rodea, de ese universo que algunos se atreven a asegurar se originó fortuitamente, es decir por casualidad…
 
 
 
 
El maligno y sus acólitos, los enemigos mortales del hombre desde siempre, también en este siglo de prominentes avances tecnológicos, se apoyan en este absurdo postulado, para minar el espíritu de lucha y resistencia a la soberbia, ese pecado que Satanás insertó en el alma de nuestros primeros padres…

Los grandes investigadores sobre este tema, a lo largo de los siglos, salvo raras excepciones, llegan siempre a la misma conclusión: <el Universo no se ha originado casualmente>

Sí, existe un Creador de ese Universo en el que el hombre ocupa un lugar pequeño, pero no por ello poco importante para Él. Este Dios Creador, sí, se ocupa de sus criaturas, se preocupa del hombre, también de aquellos que le rechazan, de aquellos inmersos en la soledad del individualismo.

 
 
Más que nunca la humanidad debe luchar contra el individualismo, contra la <soledad> porque como muy bien razonaba el Papa Benedicto XVI (Ibid): “El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan  como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro…

Es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia, la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso para que la integración  se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez de la marginación”

Este razonamiento del Papa Benedicto XVI, a principio del presente siglo, ya ha sido llevado con éxito por algunos pueblos, especialmente por aquellos pertenecientes al mal llamado <tercer mundo>.
 
 
 
Más concretamente recordamos aquellos casos extraordinarios de solidaridad ocurridos en el continente africano. Así por ejemplo en el año 2013, dos años después de que Sudán del sur se independizara, se produjo un enfrentamiento armado como consecuencia de las rivalidades existentes entre sus líderes y tras un acuerdo establecido sobre bases muy débiles, en el año 2016 volvieron las hostilidades, y como consecuencia de las mismas se produjeron verdaderos estragos en todo el país.

Muchas personas que sobrevivieron a estos lamentables hechos huyeron despavoridas para refugiarse en el país vecino, Uganda, que se comprometió desde el principio a procurar la integración de estos expatriados en sus sociedades, y parece que al día de hoy lo está consiguiendo con éxito, gracias sobre todo a la propia solidaridad surgida en el seno de este pueblo desplazado de su país por razones tan terribles e insolidarias.

Sí, como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Ibid):
 
 
“La criatura humana, en cuanto a su naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuando las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal.

El hombre se valoriza, no aislándose, sino poniéndose en relación con los otros y con Dios.

Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental.

Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útil para su desarrollo, una visión metafísica de la relación  entre las personas.

A este respecto, la razón encuentra inspiración  y orientación  en la revelación , según la cual la comunidad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas de totalitarismos, sino que la valoriza más aún, porque la relación entre personas y comunidad es la de un todo hacia otro todo.

De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las personas que la componen, y la Iglesia misma valora plenamente la <criatura nueva> (Gc. 6, 15; 2 Co 5, 17), que por el sacramento del bautismo se inserta en el Cuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legitima diversidad”
 
 
 
 
Gran ejemplo nos dieron en este sentido los primeros cristianos, tal como ha que quedado reflejado en el libro de <Los Hechos de los Apóstoles> del evangelista San Lucas (Lc 2, 42-47):

“Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones / El temor sobrecogía a todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales / Todos los creyentes estaban unidos y tenían todas las cosas en común / Vendían las posesiones y los bienes y los repartían entre todos, según las necesidades de cada uno / Todos los días acudían al Templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón / alabando a Dios y gozando del favor todo el pueblo. Todos los días el Señor incorporaba a los que habían de salvarse”

Ante este comportamiento de los miembros de la primitiva Iglesia de Cristo hay que manifestar: ¡Que grandes son las obras del Señor! El Papa Benedicto XVI nos lo hacía ver también, en su Audiencia General de 8 de junio de 2005, meditando el contenido del Salmo 110 del Antiguo Testamento. En efecto, como él nos recordaba:

“Este Salmo encierra el himno de alabanza y de acción de gracias por los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra salvadora: habla de  <misericordia>, <clemencia>, <justicia>, <fuerza>, <verdad>, <rectitud>, <fidelidad>,  <alianza>, <obras>, <maravillas>, incluso de <alimento> que Él da y, al final, de su <Nombre> glorioso, es decir de su persona”

 
 
 
Sí, el Salmo 111 (110) recrea al Hijo de Dios, se cumple en nuestro Señor Jesucristo, en cuanto que Él es el Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec. Porque su <esplendor y majestad son su obra y su justicia, permanece para siempre>.
Y también porque ( 110, 4-10):

“Ha hecho maravillas dignas de recordar/ El Señor es clemente y compasivo/ Da alimento a quienes le temen, recuerda siempre su alianza/ Manifestó a su pueblo la fuerza de su obrar/ al darle la heredad de las naciones/ Las obras de sus manos son verdad y justicia/ Dignos de confianza, todos sus mandatos/ promulgados para siempre, se han de cumplir con fidelidad y rectitud/ Envió la redención a su pueblo; ordenó para siempre su alianza. Su nombre es santo y temible/ Principio de sabiduría es el temor del Señor”

Es por eso que   (Salmo 110, 10-11):

“Sensatos son cuantos lo practican (el temor de Dios) / Su alabanza permanece para siempre”
Sin duda esta oración contiene una perfecta contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia del hombre con vistas a su salvación.
 
 
 
 
Verdaderamente a la familia humana y por tanto a cada hombre en particular le convendría recapitular, de vez en cuando, sobre todo esto. Es cierto, sin embargo, que el tiempo de que se dispone en la actualidad es muy poco para poner en práctica este deseo; todos estamos llenos de problemas que nos atañen y muy ocupados y preocupados por llegar a una solución de los mismos...

Como advertía el Papa Francisco, conseguir más tiempo para la contemplación del misterio de Dios, implicaría resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos serían capaces de resolver.

Pero estamos en ello, mucho de nosotros, y tenemos que tratar convencer de esta necesidad perentoria a otros, que no lo están tanto, en estos momentos cruciales de la historia de la humanidad. Ante esta tesitura surge la pregunta: ¿Cómo volver a la realidad espiritual del hombre?
 
 
Los Padre de la Iglesia siempre nos han dicho que esto solo se puede conseguir a través de la oración: La oración restituye el tiempo de Dios, los hombres salen así de las obsesiones que le invaden cada día y les vuelven al camino del Salvador.

La solución esta pues en la revelación cristiana sobre la unidad del género humano. Aunque también otras culturas y otras religiones enseñan la fraternidad, en definitiva la paz, no obstante no  asumen plenamente el principio del amor entre los hermanos del mundo, y de esta forma el desarrollo queda frenado, sin posibilidad de avanzar.

Como denunciaba el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas.

También una cierta proliferación de itinerarios de pequeños grupos religiosos, e incluso de personas individuales, así como el sincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso.
 
 
Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia a favorecer dicho sincretismo, alimentando formas de religión  que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad.

Al mismo tiempo persisten, a veces, parcelas culturales y religiosas que encasillan a la sociedad en castas sociales estáticas, en creencias marginales que no respetan la dignidad de las personas, en actitudes de sumisión a fuerzas ocultas.

En esos contextos, el amor y la verdad encuentran dificultad para afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo”

Sin duda el Papa Benedicto XVI tenía mucha razón al expresar estas ideas en su Carta Encíclica; existen muchas dificultades a la hora de evitar actitudes de sumisión ante las fuerzas del mal, siempre encubiertas por una pátina del bien. Y es que las creencias en subterfugios mágicos están a la orden del día, están de moda…

 
 
Por el contrario se tiende a olvidar el profundo y amplio bagaje místico de los hombres y de las mujeres que siguieron el camino de la santidad, como por ejemplo santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz.
Como sigue recordando el Papa Benedicto XVI  (Ibid):

“En todas las culturas se dan singulares y múltiples convergencias éticas, expresiones de una misma naturaleza humana, querida por el Creador, y que la sabiduría ética de la humanidad llama <ley natural>.

Dicha ley moral universal es el fundamento sólido de todo dialogo cultural, religioso y político ayudando al pluralismo multiforme de las diversas culturas a que no se alejen de la búsqueda común de la verdad, del bien y de Dios”

En efecto, la búsqueda común de la verdad y del bien, siempre nos debe llevar al dialogo con Dios y en este dialogo con Dios no hay espacio para el individualismo, tal como nos ha recordado recientemente nuestro Papa Francisco (Audiencia General del 13 de febrero de 2019):
 
 
 
“En la oración cristiana, nadie pide pan para  sí mismo: dame el pan de cada día, no, <danos>, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo. No hay que olvidarlo, falta la palabra <yo>. Se reza con el tú y con el nosotros. Es una buena enseñanza de Jesús…

¿Por qué? Porque no hay espacio para el individualismo en el dialogo con Dios. No hay ostentación de los problemas personales como si fuéramos los únicos del mundo que sufrieran.

No hay oración elevada a Dios que no sea la oración de una comunidad de hermanos y hermanas, el nosotros: estamos en comunidad, somos hermanos y hermanas, somos un pueblo que reza, <nosotros>…

Un cristiano lleva a la oración todas las dificultades de las personas que están a su lado: cuando cae la noche, le cuenta a Dios los dolores con que se ha cruzado ese día; pone ante Él tantos rostros, amigos e incluso hostiles; no los aleja como distracciones peligrosas…
 
 
 
 
Cristo no pasó inmune al lado de las miserias del mundo: cada vez que percibía una soledad, un dolor del cuerpo o del espíritu, sentía una fuerte compasión…

Este <sentir compasión>…es uno de los verbos clave del Evangelio: es lo que empuja al buen samaritano a acercarse al hombre herido al borde del camino, a diferencia de otros que tienen el corazón duro”