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miércoles, 23 de octubre de 2013

JESÚS Y SU VIDA OCULTA EN NAZARET



En efecto, como última página de los relatos de la infancia del Señor, antes del comienzo de la predicación de Juan Bautista, el evangelista Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús adolescente al Templo de Jerusalén. Según el Papa (Audiencia General del Papa Juan Pablo II Miércoles 15 de enero de 1997), este pasaje del evangelio de San Lucas arroja luz sobre los largos años de la vida oculta de Jesús en Nazaret. El hecho aquí narrado tuvo lugar, cuando Jesús solo tenía doce años y el evangelista lo expone de forma sencilla, pero atractiva, recreando con total fidelidad y compresión  la importancia del acontecimiento (Lc 2, 40-52): 
"El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él / Iban sus padres cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua / Y cuando fue de doce años, habiendo ellos subido, según la costumbre de la fiesta / y acabados los días, al volverse ellos, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres / Y creyendo ellos que Él andaría en la comitiva, caminaron una jornada; y le buscaban entre los parientes y conocidos / y no hallándole, se tornaron a Jerusalén para buscarle / Y sucedió que después de tres días le hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas / y se pasmaban todos los que le oían de su inteligencia y de sus respuestas / Y sus padres, al verle, quedaron sorprendidos; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué lo hiciste así con nosotros? Mira tu padre y yo, llenos de aflicción, te andábamos buscando / Dijoles Él: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en casa de mi padre? / Y ellos no comprendieron lo que les dijo / Y bajó en su compañía y se fue a Nazaret, y vivía sometido a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón / Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres"

 





El Beato Papa Juan Pablo II, en la Audiencia mencionada anteriormente, indica que Jesús con la respuesta que dio a su Madre angustiada, reveló el motivo de su comportamiento. María había dicho: <<Tu padre>>, designando a José; Jesús responde <<Mí Padre>>, refiriéndose al Padre celestial.

Sí, porque que San José y la Virgen María no desconocían la procedencia divina de Jesús, ya que ambos habían tenido la visita anunciadora de un ángel, sino que Jesús quiere recordárselo para que aunque en principio, no comprendan el sentido de su permanencia en el Templo, por la fe lo acepten. Por otra parte, al aludir a su ascendencia divina con ello quiere indicar que Él tiene que ocuparse esencialmente de los asuntos de su Padre celestial, esto es, <<desea reafirmar que sólo la voluntad del Padre es para Él norma que vincula su obediencia. El texto evangélico subraya esa referencia de la entrega total al proyecto de Dios. Así pues, a sus padres les pide que le permitan cumplir su misión, donde lo lleve la voluntad del Padre celestial>> (Audiencia General  de Juan Pablo II 1997).
Por su parte, la Virgen María, como madre que era, había experimentado, al igual que su esposo, San José, una gran inquietud con la desaparición del Niño Jesús, pero aceptó por la fe sus palabras, tal como se indica en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 534):

“El hallazgo del Niño en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever con ello su filiación divina. María y José no comprendieron sus palabras, pero las acogieron con fe y María conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de la vida ordinaria”

 San Cirilo de Jerusalén (315-386), fue ordenado sacerdote predicador para su pueblo y catequista, con objeto de instruir y preparar a los fieles para recibir el Sacramento del Bautismo, y como consecuencia de ello han llegado hasta nuestros días, por suerte, algunas de las catequesis por él impartidas, como testimonios escritos de gran valor para la Iglesia. Precisamente en la catequesis XII que él dedicó a la Encarnación de Cristo, indica que el Hijo de Dios asumió la carne de la más excelente de las criaturas, en estos términos:
“Preguntémonos, en primer lugar, por qué vino Jesús. Y no reparéis en mis razonamientos, a los que quizás podría contradecirse mediante sofismas. Ahora bien, si no aceptáis los testimonios de los Profetas  no creeréis en lo que digamos. Si no aprendéis por las Escrituras lo referente a la Virgen, al lugar, al tiempo, y al modo, tampoco recibiréis testimonio de hombre alguno (pues el testimonio de las Escrituras es más fuerte que el testimonio de hombre alguno) (Jn 5, 34 y 8, 13 ss). Pues sobre éste que ahora está aquí  y os instruye puede recaer alguna sospecha, pero sobre el que pronunció las profecías hace mil años e incluso más tiempo ¿quién puede tener reticencias si está en su sano juicio?

 
 
Por tanto, si buscas la razón de la venida de Cristo acude simplemente al primer libro de la Escritura. En seis días hizo Dios el mundo. Pero este existe para el hombre. Resplandece el Sol con sus fulgores espléndidos: fue hecho para que luzca a favor del hombre. Todos los animales fueron hechos para nuestro servicio; y las hierbas y los arboles fueron creados para que los utilizásemos. Son todas criaturas buenas, pero ninguna de ellas es imagen de Dios excepto únicamente el hombre. Una simple orden hizo el Sol, mientras que el hombre fue formado por las manos de Dios: <Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como nuestra semejanza> (Gen 1, 26).

 Sigue San Cirilo relatando con todo lujo de detalles como el pecado se extendió por la tierra y la enorme gravedad que llegó a alcanzar. Entonces fue necesario que Dios viniese a los hombres, para regenerar y salvar a la humanidad, aunque ésta no llegó a recibirle como se merecía. Los Profetas, ya en la antigüedad cantaban al Señor y pedían su llegada y su victoria sobre el mal, tenemos muchos ejemplos en los Salmos del Antiguo Testamento, como el 144 (143):
"Bendito sea el Señor, mi casa, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis puños para el combate / mi amor, mi fortaleza, mi ciudadela y mi liberador, el escudo con el que me protejo, el que somete a los pueblos bajo mi poder / Señor, ¡qué es el hombre para que te cuides de él, este mortal es como un soplo, sus días como sombras que pasan! / Señor, despliega los cielos  y desciende"

 El Señor escuchó las suplicas de los hombres santos y envió desde el cielo a su Unigénito Hijo <como Señor y como Medico>, en palabras de San Cirilo, el cual dedicó la catequesis XI a su divina figura:

 
 
“Nuestro Señor Jesucristo se revistió en aquel entonces de la naturaleza humana, pero esto era desconocido de muchos. Cuando Él, sabiendo que se ignoraba, lo quería enseñar, reuniendo a sus discípulos les preguntaba ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? (Mat 16, 13)”

Solamente Pedro, el cual, más tarde, sería elegido por Jesús como <Cabeza de su Iglesia>, contestó con rotundidad (Mc 16, 16):
<Tú eres Cristo. El Hijo de Dios vivo>

Y la respuesta del Apóstol hizo clamar al Señor (Mat 16, 17):
<Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos>

 Este conocimiento profundo e íntimo de su Padre, lo tuvo Jesús desde sus más tiernos años y así lo demuestra el pasaje del Evangelio de San Lucas, cuando con doce años se queda en el Templo de Jerusalén, ignorándolo San José y la Virgen María, los cuales le buscaron incesantemente durante tres días entre sus parientes y conocidos, regresando finalmente a Jerusalén, donde le encontraron en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles.
 
 
 
 
 
Pero ¿de quién habría aprendido Jesús el amor a las <cosas> de su Padre? se pregunta el Papa Benedicto XVI en su mensaje del <Ángelus>, durante la fiesta de la Santa Familia de Nazaret, celebrada en la plaza de Roma, el domingo 27 de diciembre de 2009. La respuesta a esta pregunta la razona así el Santo Padre:    

“Ciertamente, como Hijo tenía un conocimiento íntimo de su Padre, de Dios, una profunda relación personal y permanente con Él, pero, en su cultura concreta, seguro que aprendió de sus padres  (de la tierra), las oraciones, el amor al Templo y a las instituciones de Israel. Así pues, podríamos afirmar que la decisión de Jesús de quedarse en el Templo era fruto sobre todo de la educación recibida de María y de José. Aquí podemos vislumbrar el sentido auténtico de la educación cristiana: es el fruto de una colaboración que siempre se ha de buscar entre los educadores y Dios. La familia cristiana debe ser consciente de que los hijos son don y proyecto de Dios. Por tanto, no pueden considerarse como una posesión propia, sino que, sirviendo en ellos al plan de Dios, está llamada a educarlos en la mayor libertad, que es precisamente la de decir <sí> a Dios para hacer su voluntad”.

Sí, porque  como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
 
 
 

 
Pero también nos dice el Catecismo que es necesaria <la formación de la conciencia>:

“Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a los seres humanos sometidos a influencias negativas y tentadas por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas”



El Papa Benedicto XVI, siendo aún el cardenal Ratzinger se enfrentó con valentía a estas teorías, cuando por una experiencia propia, se dio cuenta  de que  la <conciencia errónea> tenía como argumento principal la idea de que ésta pretendía proteger al hombre de las <onerosa> exigencia de la verdad, para conducirle a la salvación. Más aún, según estas teorías esta <conciencia> dispensaría de tener que conocer la verdad, transformándose en la justificación de la subjetividad, que no admite el cuestionamiento, y por otra parte, conduciría a la justificación del conformismo social.  

Ante tan tremendos dislate el cardenal Ratzinger (Papa Benedicto XVI) se manifestó en los términos siguientes:
“Una sola mirada a las Sagradas Escrituras habría podido preservar de una teoría como la de la <justificación  mediante la conciencia errónea>.


 
 
En el Salmo (19, 13), se contiene este aserto, siempre merecedor de ponderación << ¿Quién advierte sus propios errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!>>. Esto no es objetivismo veterotestamentario, sino la más honda sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal. Quien ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quien todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión.


No en vano, en el encuentro con Jesús, el que auto-justifica aparece como quien se encuentra realmente perdido. Si el publicano, con todos sus innegables pecados, se halla más justificado que el fariseo con todas sus obras realmente buenas (Lc 18, 9-14), eso no se debe, a que en cierto sentido, los pecados del publicano no sean verdaderamente pecados, ni a que las buenas obras del fariseo  no sean verdaderamente buenas obras. Esto tampoco significa de ningún modo que el bien que el hombre realiza no sea bueno ante Dios ni que el mal no sea malo ante Él, o carezca en el fondo de importancia.

 
 
 

 Magnífico el razonamiento del Papa Benedicto XVI, el cual con valentía se enfrentó a la teoría de la <autoconciencia> del hombre por encima de las verdades de Dios, porque esta <autoconciencia> puede algunas veces ser el reflejo de una sociedad enferma como la nuestra, puede ser incluso consecuencia de la propaganda difundida en ciertos medios de comunicación en contra de la moralidad y buenas costumbres, la cual  llega a influir en el criterio de muchas personas. Por eso en el Catecismo de la Iglesia Católica podemos leer:

“La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta el niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la moral. Una educación prudente enseña la virtud, preserva o sana del miedo, del egoísmo, del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad, y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón”

 

 

 
 
 
 
A este respecto el Papa Juan Pablo II en el <Te Deum> de acción de gracias en la Iglesia <Del Gesu> que tuvo lugar el domingo 31 de diciembre de 1978, destacaba las bondades de la familia de Jesús con estas palabras: “Las páginas del Evangelio describen muy concisamente la historia de esta Familia. A penas logramos conocer algunos acontecimientos de su vida. Sin embargo, aquello que sabemos es suficiente para comprometer los momentos fundamentales de la vida de cada familia, y para que aparezca aquella dimensión a la que están llamados todos los hombres que viven la vida familiar: padres, madres, esposos, hijos.
 
 
El Evangelio (Lc 2, 40-52) nos muestra, con gran claridad, el perfil educativo de la familia.  <Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto…>. Es necesario, en los niños y en edad juvenil, esta sumisión, obediencia, prontitud para aceptar los maduros consejos de la conducta humana familiar. De esta manera también <se sometió Jesús> y con esta <sumisión>, con esta prontitud del niño para aceptar los ejemplos del comportamiento humano, deben medir los padres toda su conducta.
 
 
 
 
 
Este es el punto particularmente delicado de su responsabilidad paterna, de su responsabilidad en relación con el hombre, de este pequeño hombre que irá creciendo progresivamente, confiado a ellos por el mismo Dios. Deben tener presente también todos los acontecimientos acaecidos en la familia de Nazaret cuando Jesús tenía doce años, esto es, ellos educaron a su hijo no sólo para ellos, sino para Él, para los deberes que posteriormente asumiría, Jesús a la edad de doce años respondió a María y José: ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre? (Lc 2,49)”

 
Algunos años después el Papa Juan Pablo II volvería a retomar el relato del evangelista San Lucas, como tema a analizar en una de sus Audiencias generales, en concreta en aquella celebrada el miércoles 13 de enero de 1997:

“Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles de su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduce en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipando lo que realizaría más tarde con los discípulos, mediante el anuncio de su Pasión. Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso de María y José a Nazaret, después de una jornada de viaje, preocupados y angustiados por el Niño Jesús, lo buscan inútilmente entre sus parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo en el Templo, quedan asombrados porque le ven <sentado en medio de los doctores escuchándoles y preguntándoles>. Su conducta es muy diferente de la acostumbrada. Y seguramente el hecho de encontrarlo el  tercer día revela a sus padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.

 
 
Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en la vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiración: <Todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas>. Manifestando una sabiduría que asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálogo, que será una característica de su Misión salvífica”

 Verdaderamente los maestros de la ley de Israel escucharon admirados al Niño Jesús, cosa natural y coherente si tenemos en cuenta que aunque ellos lo  ignoraban, escuchaban a Dios, y las palabras de Dios siempre son justas y admirables (Imitación de Cristo. Tomas de Kempis. Libro II. Capítulo 3):

“Oye, hijo mío mis palabras, palabras suavísimas que exceden a toda ciencia de los filósofos y de los letrados. Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden pensar por humano seso. No se deben traer al sabor del paladar; más se deben oír en silencio, recibirse con humildad y con gran deseo de decir: Bienaventurado es, Señor, el que tú enseñares y mostrares  tu ley, porque lo guardes  los días malos y no sea desamparado en la tierra (Sal 94, 12-13)”.

Sí, porque como aseguraba nuestro actual Papa, cuando aún era Cardenal, refiriéndose al encuentro de San Pablo con el Señor, las palabras de Dios cambiaron totalmente su vida, al alejarse del mal, para seguir el trabajo apostólico que le había encomendado (Dios está cerca. Joseph Ratzinger. Crónica Editorial S.L. 2011):

“El encuentro de San Pablo con Cristo en el camino de Damasco, revolucionó literalmente su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su trabajo apostólico. En sus Cartas, después del nombre de Dios, que aparece más de 500 veces, el nombre mencionado con más frecuencia es el de Cristo (380 veces).

 
 
 
Por consiguiente, es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona, y por tanto, también en nuestra propia vida, En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones”

 Siendo Cristo el centro natural de la vida cristiana, como nos recordaba el Papa Benedicto, muchas veces comprobamos con pena las pocas referencias que se hacen  a Éste incluso en el seno de la Iglesia. Sin embargo, en la actitud de la Sagrada Familia vemos el camino, el ejemplo a seguir en la educación de los hijos, porque es la familia, célula principal de la sociedad donde debe hablarse constantemente de Cristo, para que todos sus miembros y en particular los jóvenes y los niños reciban su mensaje salvador con total prontitud.

El Papa Juan Pablo II así se lo hizo saber, por ejemplo, al pueblo de Colombia en su visita a este país (Homilía del Santo Padre Juan Pablo II. Parque Simón Bolívar de Bogotá 1986):

“Sé que vuestros Pastores os han puesto en guardia contra los peligros a los que hoy está expuesta la familia. Me uno a ellos en esta  urgente y noble tarea pastoral de procurar a la familia una formación adecuada para que sea agente insustituible de la evangelización y base de la solidaridad y de la paz en la sociedad. Damos gracias porque <hay familias, verdaderas Iglesia domésticas>, en cuyo seno se vive la Fe y se da buen ejemplo de amor, de mutuo entendimiento y de irradiación de ese amor al prójimo en la parroquia y en la diócesis. ¡Sí! la familia cristiana es el primer centro de evangelización, es también <la escuela del más rico humanismo> (Gaudium et Spes 52), y como tal, es inagotable cantera de vocaciones cristianas y formadora de hombres y de mujeres, constructores de la justicia y de la paz universal en el amor de Cristo”

Hace referencia el Santo Padre  al Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual), como no podía ser de otro modo. Este último Concilio de la Iglesia Católica se desarrolló en distintos periodos: Primera etapa (durante el Pontificado de Juan XXIII) clausurada el 8 de diciembre de 1962; segunda etapa (durante el Pontificado de Pablo VI) clausurada el 4 de diciembre de 1963; tercera etapa (durante el Pontificado de Pablo VI) clausurada el 21 de noviembre de 1964 y cuarta etapa (durante el Pontificado de Pablo VI) clausurada el 8 de diciembre de 1965.
Fue por tanto un Concilio de larga duración  debido a las circunstancias especiales en que se llevó a cabo, siendo la cuarta etapa la más prolífera de todas ellas y en la cual se aprobaron una serie de declaraciones muy importantes para la Iglesia. En particular en el caso de la educación cristiana, la promulgación del Decreto Conciliar <Gravissimun educationis>, quiso dar un gran avance en este tema con las siguientes declaraciones (Puntos 2 y 3):

 
 
 
“Todos los cristianos en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo, tienen derecho a la educación cristiana. La cual no puede perseguir solamente la madurez de la persona humana, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la Fe, mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprenden a adorar a Dios Padre en el espíritu y en la verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico…

Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación integra personal y social de los hijos.

La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del Sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la Fe recibida en el Bautismo.

En ella siente la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil  y en el pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios”



En este sentido conviene recordar siempre lo que han dicho nuestros Pontífices y santos Padres, y tener siempre presente también el Catecismo de la Iglesia Católica, el cual en los últimos años no ha sido suficientemente consultado y al que se debe recurrir siempre tal como ha recomendado nuestro actual Papa Benedicto XVI.

Precisamente nuestro Pontífice cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger señaló ya cuales deberían ser los contenidos esenciales de la <nueva evangelización> (El elogio de la Conciencia. La Verdad interroga al corazón. Joseph Ratzinger. Ediciones Palabras, Madrid. 2010):

“Por lo que atañe a los contenidos de la nueva evangelización, ante que todo hay que tener presente la inseparabilidad del Antiguo y el Nuevo Testamento. El contenido fundamental del Antiguo Testamento se resume en el mensaje de Juan Bautista: ¡Convertíos! No hay acceso a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor…

 
 
Convertirse significa dejar de vivir como viven todos, dejar de obrar como obran todos, dejar de sentirse justificados  cuando una acción es dudosa, ambigua, malvada, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios…En la llamada a la conversión está implícito, como condición fundamental, el anuncio de Dios vivo…

Reino de Dios quiere decir que Dios existe, vive, está presente y obra en el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una lejana <causa última> ni tampoco el <gran arquitecto> del deísmo…Al contrario, Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de la vida, en cada momento de la historia…”

Después de estos dos temas esenciales, Conversión y Reino de Dios, necesarios en la nueva evangelización, en la realizada en el seno familiar,  Benedicto XVI, propone otros dos contenidos fundamentales: <Jesucristo>, y la <Vida eterna> y lo  hace con  estas palabras (Ibid):

 
 
“Únicamente en Cristo y por medio de Cristo, el tema de Dios se hace realmente concreto. Cristo es el <Emmanuel>, el <Dios-con-nosotros>, la concreción del <Yo soy>, la respuesta al deísmo…El Cristo de la fe no es un mito. El denominado <Jesús histórico>, es una figura mitológica, auto-inventada por diversos intérpretes. Los doscientos años de la historia del <Jesús histórico> reflejan fielmente la historia de las filosofías y de las ideologías de  este periodo…

La verdad es muy diferente. La Cruz pertenece al misterio divino; expresión de su amor hasta el extremo (Jn 13, 1). El seguimiento de Cristo es participación en su Cruz, es unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida, que se convierte en nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (Ef 4, 24). Quién omite la Cruz, omite la esencia del cristianismo (I Co 2, 2)…

Un último elemento central de toda verdadera <nueva evangelización> es la vida eterna. Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra Fe. Quisiera tan solo aludir a un aspecto de la predicación  de Jesús descuidado a menudo: el anuncio del Reino de Dios, es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce…del Dios que entra en la historia para hacer justicia…
 
 
 
 


Lo es para todos los que sufren bajo la injusticia del mundo y buscan la justicia...Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia. Solo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad”


Por otra parte hay que recordar también que el documento de Vaticano II, <Gravissimun Educationis>, hablando sobre la educación moral y religiosa en las Escuelas, en la Facultades y Universidades…etc., llega a la conclusión siguiente:
“El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que, conscientes del valor de la función educativa, estén preparados para abrazarla con generosidad, sobre todo en las regiones en que la educación de la juventud está en peligro por falta de maestros…”

 
En el momento actual quizás la falta de educadores puede que no sea tan grande, sin embargo lo cierto es que ha descendido mucho la calidad de los mismos, debido fundamentalmente a la crisis general de valores y al <pasotismo>, en muchos aspectos, de las nuevas generaciones.
 
 
 
 
 
El Papa Juan Pablo II, en total sintonía con el Concilio Vaticano II, presentó la misión de la familia cristiana en su Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>, dada en Roma el 22 de noviembre de 1981, en la cual al hablar de la <Educación de los valores esenciales de la vida humana> (punto 37) se manifestó en estos términos:

“Aún en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que < el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene (Concilio Ecuménico Vaticano II. Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual <Gaudium et Spes>”

Entre otros muchos aspectos a destacar en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II <Familiaris Consortio>, la cual deberían conocer en profundidad los padres de familia, queremos destacar aquí el punto 54, en el que el Pontífice nos recuerda que Cristo pidió a sus discípulos que evangelizaran a todas las criaturas:

 
 
“La universalidad sin fronteras es el horizonte propio de la evangelización, animada interiormente por el afán misionero, ya que es de hecho la respuesta a la explicita e inequívoca consigna de Cristo, <Id por el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura> (Mc 16, 15)…

Una cierta forma de actividad misionera puede ser desplegada ya en el interior de la familia. Esto sucede cuando alguno de los componentes de la misma no tiene fe, o no la práctica con coherencia. En este caso, los parientes deben ofrecerles tal testimonio de vida que los estimule y sostengan en el camino hacia la plena adhesión a Cristo Salvador”

Así sucedió en el caso de San Agustín, el cual gracias a las oraciones, y el ejemplo de vida, de su madre, Santa Mónica, después de una existencia disipada, extraviado por los caminos del error y del pecado, se convirtió, siendo bautizado en la primavera del año 387. Este doctor insigne de la Iglesia, este hombre santo al que el mundo occidental debe tanto, sólo gracias a la actitud de su santa madre ante los problemas de la existencia y ruegos constantes a Dios, sufrió un cambio radical, que le condujo a los más altos grados de sabiduría y santidad, entregando su vida en el año 430, después de una labor incansable por la Iglesia, según se cree, recitando los Salmos Penitenciales cuando las tribus bárbaras (vándalos), sitiaban su ciudad episcopal.
 
 
 
 
No fue éste con ser el más importante, el único fruto de la paciencia y de la caridad de Santa Mónica, ya que gracias a sus oraciones y leal comportamiento matrimonial, consiguió también la conversión de su esposo, el cual se bautizó y murió en castidad y fidelidad a su esposa.


Realmente como dijo el Papa Juan Pablo II en la Homilía de la Misa celebrada en Madrid el 2 de noviembre de 1982 para las familias, el Espíritu Santo escribe en el corazón de los esposos la ley de Dios sobre el matrimonio, porque no está escrita solamente en la Sagrada Escritura, en los documentos de la Tradición de la Iglesia, está escrita también en el interior de los cónyuges:
“Es esta la Nueva y Eterna Alianza, de la que habla el Profeta, que sustituye a la Antigua y devuelve a su primitivo esplendor a la Alianza original con la Sabiduría creadora, inscrita en la humanidad de todo hombre y de toda mujer. Es la Alianza en el Espíritu de la que dice Santo Tomás que la ley Nueva es la misma gracia del Espíritu Santo”

 Pidamos, pues, a Jesús para que su Sagrada Familia nos ilumine en el camino de la evangelización dando ejemplo como ella nos enseñó:
 
 
 
 
“Oh Jesús, Redentor nuestro, que venido para iluminar al mundo con la Doctrina y el ejemplo, habéis querido pasar la mayor parte de la vida humilde y sujeto a María y a José en la casa de Nazaret, santificando aquella Familia que debería ser el ejemplo de todas las familias cristianas; acoged benignamente la nuestra, protegedla, guardadla e infundid  en ella vuestro Santo Temor, la paz y la concordia de la caridad cristiana, a fin de que, conformándose al divino modelo de vuestra Familia, pueda toda ella, sin que ninguno quede excluido, gozar de la eterna felicidad del Reino”