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martes, 7 de agosto de 2012

JESÚS QUISO NACER EN EL SENO DE LA SAGRADA FAMILIA


 
 
 
 


Todas las familias cristianas deberían tomar como ejemplo a la Sagrada Familia, porque los padres, en San José, pueden encontrar modelo por su solicitud, diligencia y fiel cuidado vigilante de Jesús, las madres por su parte, encontrarán en la Virgen María, el ejemplo de humildad, de modestia y amoroso cuidado del Hijo, y por ultimo los hijos, deberían aprender de Jesús la obediencia, el cariño y respeto a los padres.

Sin duda Jesús quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia <caracterizada por su fervor religioso, por su amor a la oración y por la unión íntima de los que la componían…y ante todo por la caridad, que es el vínculo de la perfección>, en palabras del Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel (Misal del hombre católico).

 El Catecismo de la Iglesia Católica   manifiesta en este sentido  (CIC nº 1655):

“Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y María. La Iglesia no es otra cosa que la <familia de Dios>. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituida por los que, <con toda su casa>, habían llegado a ser creyentes (Hch 18,8).

Cuando se convertían deseaban también que se salvarán todos los de su casa (Hch 16, 31 y 11, 14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente”



Por su parte, el Papa Juan Pablo II en la Homilía de la misa celebrada con motivo de la clausura del año litúrgico 1978, que tuvo lugar en la Iglesia <Del Gesu>, refiriéndose a la Sagrada Familia exponía lo siguiente:

“La Familia de Nazaret que la Iglesia, especialmente en la liturgia de hoy, presenta a todas las familias, constituye efectivamente aquel punto culminante de referencia para la santidad de cada familia humana. Las páginas del Evangelio describen muy concisamente la historia de esta familia. Apenas logramos conocer algunos acontecimientos de su vida. Sin embargo, aquello que sabemos es suficiente para comprometer los momentos fundamentales en la vida de cada familia, y para que aparezca aquella dimensión a la que están llamados todos los hombres que viven la vida familiar: padres, madres, esposos, hijos. El Evangelio nos muestra con gran claridad, el perfil educativo de la familia. <<Bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto…>> (Lc 2, 51)…
Los problemas humanos más profundos están relacionados con la familia. Ésta constituye la primera comunidad, fundamental e insustituible para el hombre. <<La familia ha recibido de Dios esta misión, ser la primera y vital célula de la sociedad>>, afirma el Concilio Vaticano II (Apostolicam actuositatem).

De esto también quiere la Iglesia dar un testimonio especial durante la octava de la Navidad del Señor mediante la Fiesta de la Sagrada Familia. Quiere recordar que a la familia van unidos los valores fundamentales, que no se pueden violar sin daños incalculables de naturaleza moral. Con frecuencia las perspectivas de orden material y el aspecto <económico-social> prevalecen sobre los principios de la moralidad cristiana y hasta de la humana.

No basta, pues, lamentarse. Es necesario defender estos valores fundamentales con tenacidad y firmeza, porque su quebranto lleva consigo daños incalculables para la sociedad y, en último término para el hombre. La experiencia de las distintas naciones en la historia de la humanidad, igual que nuestra experiencia contemporánea, pueden servir de argumento para reafirmar esta verdad dolorosa, que es fácil, en el ámbito fundamental de la existencia humana en la cual es decisivo el papel de la familia: destruir los valores esenciales, mientras que es muy difícil reconstruirlos”.


Han pasado ya muchos años desde que el Papa Juan Pablo II pronunciara esta sentida Homilía y aún no se han resuelto los problemas morales que en ella denunciaba como riesgos reales que se cernían sobre la vida conyugal y familiar.

En un mundo como el actual, en el que los principios de las teorías relativistas y la <conciencia errónea>, han calado hasta la misma médula de la sociedad, no es extraño encontrar junto a manifestaciones fervorosas de fe y amor a la Virgen y a Nuestro Señor Jesucristo, muestras de un alejamiento real de su Mensaje. 

Estos hechos en principio contradictorios se observan en gran medida, en todo lo referente a la moralidad y buenas costumbres de las familias cristianas;  incluso en aquellas que se declaran católicas.

Por eso, resulta doloroso escuchar la siguiente frase, en boca de algunos se declaran creyentes , pero no practicantes: < la Iglesia se tiene que modernizar>. 

El Papa Benedicto XV (1914-1922), intuyó lo que en  un futuro no muy lejano podría suceder, a la vista del comportamiento errático de algunas familias  a principios del siglo XX; él instituyo la fiesta, de la Sagrada Familia, con objeto de transportarnos con la imaginación  a Nazaret para contemplar con devoción y admiración a esta familia única y excepcional de la historia de la humanidad, ejemplo a seguir para  los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Porque como dice el historiador y filosofo Mariano Facio, refiriéndose a este Papa 

En su magisterio se entrevé la confianza del Pontífice en la verdad evangélica: cuando los hombres se dejan guiar por los principios cristianos, se concluye necesariamente una sociedad pacífica y armónica en la que, usando adecuadamente los bienes temporales, se alcanza los bienes eternos…

Lamentablemente, muchos no escucharon las advertencias de Benedicto XV, y Pio XI, por lo que encontraron un mundo dividido y lleno de rencor, que llevó al final a sucesivas guerras mundiales”
(De Benedicto XV a Benedicto XVI; Ed Riald S.A. 2009)



Precisamente el Pontificado del Papa Pio XI (1922-1939) tuvo lugar durante un periodo de tiempo en el que habiendo acabado la Primera Guerra Mundial, se estaba fraguando otro nuevo conflicto bélico de características parecidas, esto es, la Segunda Guerra Mundial, lo cual nos da idea  de las graves dificultades por las que tuvo que pasar el Vicario de Cristo, en la lucha por llevar a su grey  hacia la santidad.

Este Pontífice de carácter indómito e inteligencia preclara, evangelizó sin cesar al mundo entero con sus Homilías, sus Cartas Encíclicas y Apostólicas… y un largo etc., tratando de llevar a todos los hombres por ese camino recto que Nuestro Seños Jesucristo marcó con su Evangelio.

Por eso, se ocupó especialmente de la moralidad y costumbres sociales, y en particular del matrimonio y de las familias. En sus Cartas Encíclicas <Divini illius Magistie>, dada en Roma el 31 de diciembre de 1929 y en su  <Casti Connubii>, dada en Roma el 31 de diciembre del año 1930, refiriéndose precisamente al grado de corrupción existente en la sociedad de su tiempo, dio sabios consejos a los matrimonios y a las familias para conservar la gracia de la santidad.



Más concretamente, en la segunda de estas Encíclicas se expresaba en los términos siguientes:
“No ya de un modo solapado ni en la oscuridad, sino que también en público, depuesto todo sentimiento de pudor, lo mismo de viva voz que por escrito, ya en la escena con representaciones de todo género, ya por medio de novelas, de cuentos amatorios y comedias, se conculca y se pone en ridículo la santidad del matrimonio, mientras los divorcios, los adulterios, y los vicios más torpes son ensalzados o al menos presentados bajo tales colores que parece que se les quiere presentar como libres de toda culpa y de toda infamia.

Ni faltan libros, los cuales no se avergüenzan de llamarse científicos, pero que en realidad muchas veces no tienen sino cierto barniz de ciencia, con el cual hallan camino para insinuar más fácilmente sus errores en mentes y corazones. Las doctrinas que en ellos se defienden, se defienden como portentos del ingenio moderno, de un ingenio que se gloria de buscar exclusivamente la verdad, y, con ello, de haberse emancipado, dicen, de todos los viejos prejuicios, entre los cuales ponen y pregonan la doctrina tradicional cristiana del matrimonio.
Estas doctrinas las inculcan a toda clase de hombres, ricos y pobres, obreros y patrones, doctos e ignorantes, solteros y casados, fieles e impíos, adultos y jóvenes, siendo a estos principalmente, como más fáciles de seducir, a quienes ponen peores asechanzas”.


Como es lógico al Papa Pio XI le preocupaba el problema de los hijos habidos en un ambiente tan hostil para las familias. La “prole” como él la llama, es uno de los bienes mayores del matrimonio y no una pesada carga...

Denuncia el Papa en su carta, todos los errores del mal uso del sagrado Sacramento del matrimonio, pero también las dificultades, que muchos esposos tenían que afrontar para sacar sus familias adelante:
“También nos llena de amargo pesar los gemidos de aquellos esposos que oprimidos por dura pobreza, encuentran grandísima dificultad para procurar el alimento de sus hijos.

Pero se ha de evitar en absoluto que las deplorables condiciones de orden económico den ocasión a un error mucho más funesto todavía.



Ninguna dificultad puede presentarse para derogar la obligación impuesta por los mandamientos de Dios, los cuales prohíben todas las acciones que son malas por su íntima naturaleza; cualquiera que sean sus circunstancias, pueden siempre los esposos, robustecidos por la gracia divina, desempeñar sus deberes con fidelidad y conservar la castidad limpia de mancha…pues está firme la verdad de la doctrina cristiana, expresada por el magisterio del Concilio de Trento: <<Nadie debe emplear aquella frase temeraria, por los Padres anatemizada, de que los preceptos de Dios son imposibles de cumplir al hombre redimido.

Dios no manda imposibles, sino que con sus preceptos te amonesta a que hagas cuanto puedas y pidas lo que no puedas, y Él te dará su ayuda para que puedas>>.
Todavía hay que recordar venerables hermanos, otro crimen gravísimo con el que se atenta contra la vida de la prole, cuando aún está encerrada en el seno materno.

Unos consideran esto como cosa lícita que se deja al libre arbitrio del padre o de la madre; otros lo tachan de ilícito, a no ser que intervengan causas gravísimas que distinguen con el nombre de indicación médica, social, eugenésica”.

Con estas últimas palabras el Papa ponía el dedo en la llaga, porque han sido éstas las ideas más utilizadas para conseguir que las prácticas abortistas se convirtieran en el negocio de muerte lucrativo que es hoy en día. La Iglesia sigue denunciando estos hechos, aunque por ello sólo consiga ser tachada de refractaria al progreso de la ciencia y pasada de moda. Y es que los Papas de la Iglesia, desde que el fenómeno del aborto, que siempre ha existido, fue adquiriendo los tintes de una epidemia universal, han llamado al clero y a los feligreses de todo el orbe católico a luchar contra esta lacra de la sociedad.


Pero desgraciadamente como muchos organismos han denunciado, en los últimos años del siglo XX y en los que llevamos del siglo XXI, ha predominado lo que suele denominarse como <mente anticonceptiva>.

Para muchas personas de ambos sexos, el tener un hijo es <un peligro inminente>, que tratan de evitar a toda costa, utilizando cualquier medio que puedan tener a su alcance, ya sean los anticonceptivos, o la esterilización, y sin duda también el aborto; de este modo se niega el hecho de que el ser humano tenga alma desde el mismo momento de su concepción, y que por lo tanto las prácticas abortistas, sean prácticas terribles que atentan contra la vida humana de una forma, eso sí, muy rentable, para los que han hecho de ellas un negocio macabro.

En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos leer al respecto (CIC nº2370 a nº2378):

-La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundado, en la auto- observación y el recurso a los periodos infecundos son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos, respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos, y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala <toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación>.

-El hijo no es un derecho sino un don. El <don más excelente del matrimonio>, es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el <pretendido derecho al hijo>. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: el de ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene también el derecho como persona desde el momento de su concepción.


La Iglesia como vemos, no se opone a una <práctica honesta de la regulación de la natalidad>.

Las claves sobre las que se deben basar estas prácticas las especificó el Papa Pablo VI, en su Carta Encíclica <Humane vitae>, dada en Roma el 25 de julio de 1968: 

“Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismo.

El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal, estén en conformidad con el orden recto y  particularmente para observar la continencia periódica.

Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando las soluciones de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor y enraizando más su sentido de responsabilidad.

Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos, los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles”.


Excelentes consejos del Papa Giovanni Battista Montini, Pablo VI (1963-1978), el cual en los años siguientes a la clausura del Concilio Vaticano II, puso en práctica una evangelización fructífera, aplicable a muchas de las conclusiones  del mismo. Le tocó vivir, por otra parte, las tensiones entre los pueblos después de la Segunda Guerra Mundial, que se ha dado en llamar la <guerra fría>, él trató además de actuar como mensajero de la paz y siguió luchando así mismo contra la <teología de la muerte de Dios>, la cual ha sido causa principal a lo largo de los últimos años de que se haya llegado al estado actual de relajación moral y espiritual de la sociedad.

Precisamente en la Carta Encíclica que ahora estamos recordando (Humane Vitae) trata de poner en evidencia los principios morales del Sacramento matrimonial, lo cual ya en su tiempo fue considerado, por un cierto sector de la sociedad, como retrógrado y difícil de llevar a la práctica.

El Papa se sintió apenado por las críticas recibidas, pero no cejó en su empeño para hacer comprender a los católicos la necesidad de cumplir con total fidelidad los mandatos del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

No obstante este Pontífice pasó a ser para muchos una persona oscurantista  que se oponía al progreso y modernización de la Iglesia católica. Su sucesor en la Silla Pontificia, el Papa Juan Pablo II, reivindicó la obra del Papa Montini y siguiendo su ejemplo ratificó su figura y enseñanzas, perseverando en materia de moralidad en el matrimonio y en particular en <la doctrina y la norma siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia>, sobre la familia.
(Exhortación Apostólica -Familia Consortio-. Juan Pablo II. Dada en Roma el 22 de noviembre de 1981, cuarto año de su Pontificado):
“Precisamente porque el amor de los esposos es una participación singular en el misterio de la vida y del amor de Dios mismo, la Iglesia sabe que ha recibido la misión de custodiar  y proteger la altísima dignidad del matrimonio y la gravísima responsabilidad de la transmisión  de la vida humana.

De este modo, la tradición viva de la comunidad eclesial a través de la historia, el reciente Concilio Vaticano II, y el magisterio de mi predecesor Pablo VI, expresado, sobre todo en la Encíclica –Humanae Vitae- , han transmitido a nuestro tiempo un anuncio verdaderamente profético, que reafirma y propone de nuevo con claridad la doctrina y la norma siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia sobre el matrimonio y la transmisión de la vida humana.
 
 


Por esto, los Padres Sinodales, en su última asamblea declararon textualmente: <Este Sagrado Sínodo, reunido en la unidad de la fe con el sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo que ha sido propuesto en el Concilio Vaticano II y después en la Encíclica –Humanae Vitae- , y en concreto, que el amor debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida”

Sí, porque el <amor conyugal> debe conservar en sí mismo y durante todo el tiempo hasta que la muerte separe a los esposos, una serie de valores imprescindibles para que el Sacramento permanezca impoluto como el primer día. Cabe preguntarse, por tanto ¿Qué valores son esos?
Una pregunta que también se hacía el Papa Juan Pablo II en su Homilía de la Misa <Te Deum> en el año 1978, y a la cual él respondía así:

“Si debiéramos responder adecuadamente a esta pregunta, sería necesario indicar toda la jerarquía y el conjunto de valores que recíprocamente se definen y se condicionan. Sin embargo, intentando expresarnos concisamente, decimos que aquí se trata de dos valores fundamentales que entran rigurosamente en contacto de aquello que llamamos <amor conyugal>.

El primero es el valor de las personas, que se expresa en la fidelidad mutua absoluta hasta la muerte: fidelidad del marido en relación con la esposa, y de la mujer en relación con el esposo. La consecuencia de esta afirmación del valor de la persona, que se manifiesta en la recíproca relación entre los cónyuges, debe ser también el respeto al valor personal de la nueva vida, es decir, del niño, desde el primer momento de su concepción.

La Iglesia jamás puede dispensarse de la obligación de salvaguardar estos dos valores fundamentales, unidos con la vocación de la familia. Su custodia ha sido confiada a la Iglesia de Cristo, de tal forma que no cabe la menor duda. Al mismo tiempo, la evidencia –humanamente comprendida- de estos valores hace que la Iglesia, defendiéndolos, se vea a sí misma como portavoz de la autentica dignidad del hombre: del bien de la persona, de la familia, de las naciones...”


Magnifica la Homilía del Papa, porque en muy pocas palabras pone de manifiesto, una vez más, toda la doctrina de Cristo sobre el Sacramento del matrimonio, encargada a su Iglesia para su defensa a través de los siglos.

Realmente los argumentos que algunos esgrimen para defender las prácticas anticonceptivas y abortistas están ya totalmente fuera de lugar, porque los avances en las ciencias han puesto de manifiesto claramente que el feto del hombre es un ser humano completo en todo y que por lo tanto, todo intento de hacerlo desaparecer es un crimen execrable.

Las mujeres y también los hombres de hoy en día pueden seguir ya paso a paso el crecimiento y desarrollo de sus hijos en el seno materno mediante técnicas tan precisas que casi pueden llegar a percibir como serán, en el día de mañana, físicamente sus vástagos. Por tanto resulta doblemente asombroso que algunos padres, incluso algunos que se dicen católicos, puedan ni siquiera pensar por un momento en hacer desaparecer, a sus propios descendientes.

Por otra parte, es así mismo lamentable, que mediante una propaganda deshonesta se esté alentando desde hace tiempo lo que se ha dado en llamar <amor romántico>, ese amor es más bien concupiscencia, porque casi siempre atenta contra la fidelidad en la pareja, casada o no, y contra al respeto a la persona.

Los jóvenes se olvidan incluso de sus creencias religiosas embarcándose en amores románticos, que les conducen casi siempre a hacer vida matrimonial (unión libre),  sin estar casados, para probar, dicen ellos, si el matrimonio podría funcionar en un futuro (unión a prueba), o bien simplemente para no comprometerse a nada.

Por desgracia la experiencia diaria demuestra que este tipo de comportamientos no conducen a la estabilidad real de la pareja y en cambio puede llevar a situaciones de grave riesgo, cuando la mujer quede embarazada, aún después de utilizar anticonceptivos, y la pareja se plantee la posibilidad  de abortar al <santo inocente>, que la madre tiene ya en su seno.


Hay que recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica trata en profundidad estos temas advirtiendo a los jóvenes y a los mayores de los peligros morales y pecados que conllevan (CIC 2390-2391):

-Hay <unión libre> cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad sexual. La expresión en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la que las personas no se comprometen entre sí y testimonian  con ello una falta de confianza en el otro, en él mismo, o en el porvenir?

Esta expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del matrimonio en cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a largo plazo. Todas estas situaciones ofenden la dignidad del matrimonio, destruyen la idea misma de la familia, debilitan el sentido de la fidelidad. Son contrarias a la ley moral: el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.

-No pocos postulan hoy una especie de <unión a prueba> cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstos <no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones>. La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la <prueba>. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí.


Por eso el Santo Padre Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica <Familia Consortio>,sigue alertando y animando a todos los fieles, en un periodo de la historia de la Iglesia católica saturado de peligros, derivados en gran medida de una situación llena de incertidumbre e inestable, sobre todo en el viejo Continente:

“En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde el verdadero sentido de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios.
En esta perspectiva el Concilio Vaticano II afirmó claramente que <cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la responsable trasmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de las personas y de sus actos, criterios que mantiene íntegros el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal (Gaudium et spes).

Es precisamente partiendo de la <visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna> (Humanae vitae), por lo que Pablo VI afirmó, que la doctrina de la Iglesia <está fundada sobre la inseparable conexión  que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por su propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador> (Humanae vitae)”.

Sin duda, la pureza de la doctrina evangélica, encomendada a los Apóstoles y a sus sucesores por Cristo, fue sin duda el mayor reto y objetivo del Pontificado del Papa Pablo VI, debido a la situación de cierta indecisión creada entre los laicos y también entre el clero, a raíz del Concilio Vaticano II y que dio lugar a tantas vacilaciones y renuncias en el seno de la Iglesia, con alto sufrimiento para todos sus miembros.



La tensión que se había creado entre los laicos y no laicos posteriormente al Concilio, fue creciendo hasta que en el año 1968 el Papa hizo pública su Carta Encíclica <Humanae vitae>, llegando en este punto a constituirse una verdadera <contestación eclesial> a la figura Papal.

El Papa Pablo VI, aunque dolido, no se dejo influenciar por tamaña injusticia y siguió evangelizando con sus escritos y Homilías a su grey, para mostrar a todos que la ley natural y la doctrina de la conciencia se encuentran siempre presentes en la palabra de Dios.
Por otra parte, <<los padres cristianos no están destinados únicamente a propagar y conservar el género humano en la tierra, más aún, ni siquiera a educar cualquier clase de adoradores del Dios verdadero, sino a injertar nueva descendencia en la Iglesia de Cristo, a procrear conciudadanos de los Santos y familiares de Dios>>, como decía el Papa Pio XI (Casta Connubii), recordando al Apóstol San Pablo (Ef. 2, 19-20): "Así, pues, ya no sois extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios / edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, y cuya piedra angular es el mismo Cristo Jesús"



Por tanto, como también aseguraba el Papa Pio XI en su Carta <Divini Illus Magistri>, dada en Roma en el año 1929:
“La misión educativa de la familia concuerda con la misión educativa de la Iglesia, ya que ambas proceden de Dios de un modo muy semejante. Porque Dios comunica inmediatamente a la familia, en el orden natural, la fecundidad, principio de vida y, por tanto, principio de educación para la vida, junto con la autoridad, principio de orden.

El Doctor Angélico dice a este propósito con su acostumbrada nitidez de pensamiento y precioso estilo <El padre carnal participa de una manera particular de la noción de principio, la cual de un modo universal se encuentra en Dios…El padre es principio de la generación, de la educación y de la disciplina y de todo lo referente al perfeccionamiento de la vida humana>.
La familia recibe, por tanto, inmediatamente del Creador la misión, y por esto mismo, el derecho de educar a la prole; derecho irrenunciable por estar inseparablemente unido a una estricta obligación; y derecho anterior a cualquier otro derecho del Estado y de la sociedad, y, por lo mismo, inviolable por parte de toda potestad terrena”.


Por desgracia estas palabras de un Papa pronunciadas hace ya muchos años, y otras muchas pronunciadas por la Iglesia desde entonces,  han caído en saco roto y así hemos podido constatar que son las autoridades civiles las que se arrogan los derechos sobre la educación, incluso moral, de los niños y de los jóvenes, conculcando los derechos naturales de la familia. Pero también son los padres, en otras tantas ocasiones, los que se desligan de sus <irrenunciables derechos y estrictas obligaciones>, abandonándolos en manos de otros, y ofendiendo así gravemente a Dios, que  encargó esta misión a los progenitores naturales de los hijos.

Por eso asegura el Papa Pio XI, en la Carta Encíclica anteriormente mencionada:
“En este punto es tan unánime el sentir común del género humano, que se pondrían en abierta contradicción con éste cuantos se atrevieran a sostener que la prole, antes que a la familia, pertenece al Estado, y que el Estado tiene sobre la educación un derecho absoluto.

Es además totalmente ineficaz la razón que se aduce, de que el hombre nace ciudadano y que por esto pertenece primariamente al Estado, no advirtiendo que, antes de ser ciudadano, el hombre debe existir, y la existencia no se la ha dado el Estado, sino los padres, como sabiamente declara León XIII: <Los hijos son como algo del padre, una extensión, en cierto modo, de su persona; y si queremos hablar con propiedad, los hijos no entran a formar parte de la sociedad civil por sí mismos, sino a través de la familia dentro de la cual han nacido>.



Por consiguiente, como enseñó León XIII en la misma Encíclica, <la patria potestad es de tal naturaleza, que no puede ser asumida ni absorbida por el Estado, porque tiene el mismo principio de la vida misma del hombre>.

De lo cual, sin embargo, no se sigue que el derecho educativo de los padres sea absoluto o despótico, porque está inseparablemente subordinado al fin último y a la ley natural y divina, como declara el mismo León XIII en otra de sus memorables Encíclicas sobre los principios y deberes del ciudadano cristiano, donde expone en breve síntesis el conjunto de los derechos y deberes de los padres: <Los padres tienen el derecho natural de educar a sus hijos, pero con la obligación correlativa de que la educación y la enseñanza de la niñez se ajuste al fin para el cual Dios les ha dado los hijos"

Seguramente, algunas personas, leyendo estas palabras del Papa Pio XI podrían argumentar, sí, pero ya han pasado muchos años desde que las pronunció, la Iglesia debe modernizarse...
A este respecto es conveniente acudir una vez más a la Carta Encíclica del Papa Pio XI:

“Este primado de la Iglesia y de la familia en la misión educativa ciudadana produce extraordinarios bienes, a toda la sociedad y no implica daño alguno para los genuinos derechos del Estado en materia educativa ciudadana, según el orden establecido por Dios. Estos derechos están atribuidos al Estado  por el mismo autor de la naturaleza, no a titulo de paternalidad, como en el caso de la Iglesia y de la familia, sino por la autoridad que el Estado tiene por promover el bien común temporal, que es precisamente su bien especifico…
Por lo cual, en materia educativa, el Estado tiene el derecho, o, para hablar con mayor exactitud, el Estado tiene la obligación de tutelar con su legislación el derecho de la familia en la educación cristiana de la prole, y, por consiguiente, el deber de respetar el derecho sobrenatural de la Iglesia sobre la educación cristiana”.


Hace muy poco tiempo se ha celebrado el <VII Encuentro Mundial de las Familias>,  que ha tenido lugar en Milán, con el lema <la familia, el trabajo y la fiesta> con un gran éxito de asistencia y donde el Papa Benedicto XVI ha celebrado la Misa de clausura, de cuya Homilía recogemos aquí algunas de sus palabras de aliento  (Homilía del Papa Benedicto XVI, Milán 3 de junio de 2012):

“Es un gran momento de alegría y comunión el que vivimos esta mañana, con la celebración del Sacrificio Eucarístico. Una gran asamblea, reunida con el sucesor de Pedro, formada por fieles de muchas naciones. Es una imagen expresiva de la Iglesia, una y universal, fundada por Cristo y fruto de aquella misión que, como hemos escuchado en el Evangelio, Jesús confió a sus Apóstoles…
Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, trasmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndoles en las debilidades…

El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a Sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial, del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si con la fuerza que viene de la gracia del Sacramento, sabéis acoger este don, renovando cada día, con fe, vuestro <sí>, también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia”