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jueves, 16 de febrero de 2017

LA SANTIDAD ES UN DON DE JESÚS A SU IGLESIA


 
 
 
 



Hubo un tiempo  en que la devoción a los santos era enorme, así sucedió por ejemplo en la denostada Edad Media,  de la que deberíamos tomar ejemplo en los tiempos que corren, donde muchos hombres   ya no rezan a Dios, y tampoco piden ayuda a la Virgen o a los santos.

Da la sensación, algunas veces, de que los hombres se hubieran olvidado de Dios y de sus hijos predilectos, los santos, aquellas mujeres y aquellos hombres que viven la cruz en la cotidianidad, en un mundo casi siempre alejado de Dios. 
Así es, la Iglesia es santa aunque sus hijos sean pecadores y entre estos hijos, pecadores o no, el Señor ha elegido algunos hombres y mujeres para demostrar que la santidad puede existir, porque  Cristo es el que santifica a su grey.

Como dice el Papa Francisco: <Nadie se santifica así mismo, no hay un curso para llegar a ser santo; ser santo no es hacerse faquir o algo parecido. Más bien, <la santidad es un don de Jesús a su Iglesia>; y para manifestarlo, elige a personas, en las que se ve claramente su trabajo para santificar>


Los santos hacen que la Iglesia de Cristo crezca y lo hacen,  en particular, por medio  de sus Pontífices. De esta forma, lo interpretó, el Papa Benedicto XVI, durante la Santa Misa para la imposición del anillo del pescador en el solemne inicio de su Ministerio Petrino (24 de abril de 2005). Benedicto recordaba con emoción como se sentía arropado en aquellos momentos extraordinarios de su vida por la presencia de toda la <muchedumbre de los santos>:

“Por tres veces nos ha acompañado en estos días tan intensos el canto de la letanía de los santos: durante los funerales por nuestro Santo Padre Juan Pablo II; con ocasión de los Cardenales en el Cónclave y también hoy, cuando hemos cantado de nuevo con la invocación: <Tu Illum Adieva>, asiste al nuevo sucesor de San Pedro…

Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana, ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo?

Todos vosotros queridos amigos acabáis de invocar a toda la muchedumbre de los santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. De este modo, también en mí se reaviva la conciencia: no estoy solo.

La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. En efecto a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos.

Todos nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros bautizados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes así mismo. Sí, la Iglesia está viva; esta es la maravillosa experiencia de estos días…”

 
De las palabras del Papa Benedicto XVI, en su toma de posesión de la Silla de Pedro, claramente deducimos que no sólo debemos rezar a Dios sino que además debemos rogar la intercesión de la muchedumbre de los santos, porque la Iglesia es santa y recuerda a sus santos en momentos tan especiales y decisivos como por ejemplo la elección y nombramiento de sus Pontífices.

Por otra parte el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda también a estos testigos que nos han precedido en el Reino de Dios y muy especialmente a aquellos que reconoce como santos (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2683):
“Los testigos que nos han precedido en el Reino, especialmente los que la Iglesia reconoce como santos, participan en la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy.

Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar a aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar <en la alegría> de su Señor, han sido <constituidos sobre lo mucho> (Mt 25,21).
Su intersección es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero”

Dentro de la <muchedumbre de los santos>, especial devoción siente la Iglesia de Cristo por aquellos que han sido mártires, que ha dado la vida por Jesús y su Mensaje.



En este sentido, el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General celebrada en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, el miércoles 11 de agosto de 2010 se expresaba en los siguientes términos: 
“La respuesta a la pregunta ¿Qué lleva a un hombre al martirio? es sencilla: Es la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz, a fin de que pudiéramos tener vida (Jn 10,10).

Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías  (Is 52,13-15), que se entregó así mismo como rescate por muchos (Mt 20,28).

Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: < El que no toma la cruz y me sigue,  no es digno de mi>; <El que encuentra su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará> (Mt 10,38-39).

Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (Jn 12,24). Jesús mismo <es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en la tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo>”  (Benedicto XVI. Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010)

 
El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (Lumem Gentium 42). Desde el principio, desde los inicios en la Iglesia Primitiva de Cristo, cuando comenzaron los primeros martirios, después de la muerte de Cristo, como máximo exponente de los mismos, entre sus seguidores, estos hombres y mujeres fueron apreciados por el pueblo de Dios y la devoción a los mismos empezó al mismo tiempo prácticamente que  entregaban sus vidas por la salvación del mundo.

Todos los Pontífices se han apresurado a considerarlo así con la beatificación y la posterior canonización de éstos, que en tantas ocasiones fue simultánea como consecuencia de los hechos históricos acaecidos.




Uno de los Papas que más canonizaciones ha realizado en el siglo XX ha sido el Papa Pablo VI.
Giovanni Battista Montini, Pablo VI (1963-1978), pertenecía a una familia católica de la burguesía italiana, de manera que el ambiente familiar fue propiciatorio para su futura vocación religiosa. Su vida está marcada por acontecimientos históricos de la Iglesia católica de gran relevancia. El Papa Montini tomó las riendas de la Iglesia, cuando el Concilio Vaticano II prácticamente acababa de comenzar; su antecesor y responsable del mismo, Juan XXIII, murió por desgracia, sin poder ver el final de tan importante evento para la Iglesia.
Pablo VI actuó en consecuencia, decidió continuar con el  mismo y el 29 de septiembre de 1963 se inició la segunda sesión del Concilio Ecuménico, Vaticano II.
Posteriormente a la clausura de este Concilio, el Papa Pablo VI procedió a llevar a la práctica algunas de las orientaciones que salieron del mismo, cuestión ésta, que no resultó nada  fácil, tanto por la situación internacional (tensiones debidas a la llamada guerra fría), como por problemas derivados de la situación contestataria existente, en esos momentos, en el seno de la propia Iglesia de Cristo...

Se puede decir que este Pontífice del siglo XX sufrió un acoso psicológico, especialmente después de publicar su Carta Encíclica <Humanae Vitae>, que tantas y tantas personas que se consideraban cristianas católicas, rechazaron en medio de un ambiente muy propiciatorio para ello. El Papa llegó a decir en un momento dado, sintiendo todo el peso de la crítica que había generado su carta: <Nunca como en esta ocasión hemos sentido el peso de nuestra carga>
A partir de esta Encíclica, para muchos, el Papa Pablo VI pasó a ser una persona <non grata>, porque les impedía hacer con la <conciencia tranquila> aquello que deseaban y que por supuesto, era contrario a la doctrina católica, es decir, al Mensaje de Cristo…
Quizás esto influyera en alguna medida en el interés y amor de este Pontífice por los santos mártires, tal como refleja el hecho de que las canonizaciones por él realizadas, en gran número, corresponden a mártires de la Iglesia, más concretamente, nos referimos a: San Juan Nepomuceno Neumann (Siglo XIV), San Juan Boste (Siglo XVI), San Juan Jones (Siglo XVI), San Juan Kemble (Siglo XVII), San Juan Ogilvie (Siglo XVII), San Juan Payne (Siglo XVI), San Juan Rigby (Siglo XVII), San Juan Stone (Siglo XVI), y San Juan Wall (Siglo XVII). Es curioso, por otra parte, el hecho de que todos estos mártires canonizados por el Papa Pablo VI lleven el nombre de Juan, lo cual nos hace pensar en la posible influencia que tuvo sobre este santo Padre, la vida de otro santo, que también se llamaba San Juan, y que fue canonizado asimismo por él,  nos referimos a San Juan de Ávila, el llamado Apóstol de Andalucía.



Sobre este hombre santo, escribieron grandes figuras de la Iglesia de Cristo como Fray Luis de Granada, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja e incluso Santa Teresa de Jesús.
Había nacido en Almodóvar del Campo, en el año 1500, y desde muy joven dio muestras de espíritu de sacrificio e inclinación a hacer penitencia. Estudió en la prestigiosa Universidad de Alcalá, siendo sus maestros personajes relevantes de la época, como Fray Domingo de Soto; terminando sus estudios de letras y teología fue ordenado presbítero.Sus hagiógrafos cuenta la anécdota de que cuando celebró su primera misa, en vez de los acostumbrados banquetes que se solían dar, por entonces, a la familia y los amigos, dio de comer a doce pobres y les sirvió él mismo la mesa.
Su ilusión era ir a evangelizar a la India, pero el Arzobispo de Sevilla sabiendo de su categoría intelectual le pidió que se quedase en España, por entonces muy necesitada también de evangelizadores y él obedeciendo se quedó allí extendiéndose en seguida por toda Andalucía su fama como predicador,  logrando la conversión de muchas almas. Su vida es un ejemplo a seguir por todo aquel que desee dedicarse a la tarea de la evangelización, porque nunca buscó el aplauso, nunca buscó los bienes materiales, y sólo hablaba en nombre de Cristo y no en nombre propio.

Entre las obras por él escritas hay que destacar el <Epistolario espiritual para todos los estados>  y  la <Colección de cartas ascéticas>, dirigidas  entre otros, a San Ignacio de Loyola,  y San Juan de Dios. Compuso así mismo un libro dedicado al “Santísimo Sacramento”  y otro al “Conocimiento de sí mismo” , así como otros muchos, aunque se han perdido, los hermosos sermones de sus predicaciones orales, seguramente porque nunca se preocupó el santo de conservar los escritos.
Murió en la ciudad de Montilla en 1569. Es santo patrón del clero español desde 1946 y el Papa Benedicto XVI lo proclamó Doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, siendo el cuarto santo español en alcanzar este título.



Recordaremos también a otro  santo, en este caso mártir,  que el Papa Pablo VI canonizó y que lleva así mismo el nombre de Juan, nos referimos concretamente a San Juan Nepomuceno que sufrió la muerte por martirio a causa de no revelar un secreto de confesión. Había nacido este santo varón en Nepomuck (Bohemia), en el año 1330. Desde niño era muy devoto de la Virgen, por cuya intersección él se consideró salvado de una enfermedad muy grave. Estudió mucho pasando por diversas universidades en las que se especializó en filosofía y teología.
Una vez ordenado sacerdote en poco tiempo se convirtió en un excelente predicador de la Palabra, pues con sus sermones trataba de poner coto a  pecados típicos de la época como la soberbia, la relajación de las costumbres morales etc.
Hasta el emperador  del Sacro Imperio Romano Germánico (1378-1400), rey de Bohemia (1376-1412) y rey de los romanos (1376-1400), Wenceslao, se cuenta que asistia a los sermones de este santo y por eso consideró conveniente para la Corte nombrarle capellán de palacio.

Estando ya en su nuevo puesto evangelizador dentro de una Corte, de costumbres muy frívolas, la reina, una mujer de probada santidad, quiso tomarle como confesor. Esta mujer era hija del duque de Baviera y se casó con Wenceslao cuando él tenía quince años y ella había cumplido los veinte. Poseía muchas virtudes todo lo contrario que su esposo el emperador que demostró ser en su madurez un hombre cruel y propenso a los vicios. La reina se sentía muy acongojada por el proceder de su esposo que, por otra parte, era muy celoso y no se fiaba de la fidelidad de ella, a pesar de haber demostrado ésta un comportamiento intachable en todos los sentidos.
Sucedió, que el emperador en una ocasión ciego de celos y ante la santidad de su esposa quiso que Juan, el confesor de la reina, le contara los posibles pecados de los que ella se acusaba, y al no conseguir que éste faltara a la obligación de mantener el secreto de confesión, se irritó enormemente con él.
Sin embargo no se atrevió a echar de la Corte al santo, y enfurecido como estaba descargó su ira contra sus vasallos, y al afearle su conducta el santo,  él le mandó encarcelar, aunque después , asustado de lo que había hecho, ordenó que lo sacaran del calabozo e incluso le obligó asistir a un banquete durante el cual le pidió de nuevo, que le dijera los pecados de la emperatriz.
Al negarse en rotundo el santo, lo mandó torturar dejándolo luego  en libertad. No obstante
el tema no quedó zanjada así, porque Wenceslao secretamente ordenó que le mataran de forma que no se descubriera el crimen.
Sus secuaces para cumplir el mandato, lo arrojaron al vacío desde el puente de Moldaba. El crimen, no obstante,  no quedó oculto porque el río creció y sacó a flote el cadáver haciéndose público este macabro hecho, y al mismo tiempo  el cuerpo del santo, quedaba iluminado por extrañas y milagrosas luces. Este acontecimiento tuvo lugar en el año 1383.




Podríamos poner multitud de ejemplos más, que abalarían el valor y el amor a Dios de los santos mártires de todos los tiempos, por eso ya en los primeros siglos cuando los cristianos eran cruelmente perseguidos y ejecutados por el sólo delito de serlo, recogían sus nombres y la fecha del suceso en el libro denominado <Martirologio Romano>. Además en seguida eran tomados como modelos de santidad  para lograr la salvación de sus almas.
Por desgracia, en este descreído siglo XXI escuchamos expresiones que nos indican la falta de consideración hacia estas personas elegidas por Dios, que han entregado incluso en ocasiones la vida por de Cristo y su Mensaje.
De ahí  la pregunta: ¿Será ésta una nueva forma de iconoclastia? Sí, porque algunos hombres ya no se conforman con quitar las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos de los lugares de culto, o de los lugares donde siempre han estado durante siglos. No, esto no es suficiente, para ellos, es  necesitan que la gente se olvide de rezar, de pedir ayuda, no sólo a los santos o  a la Virgen, sino también y sobre todo a Dios.
Por eso, los cristianos debemos recordar las palabras de Cristo cuando dijo: <si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su cruz y sígame>, (Mt 16,24).

Ante esta petición de Jesús algunos preguntarían sin embargo: ¿Todavía nos sigue exigiendo tanto?



El Papa San Juan Pablo II precisamente refiriéndose a este pasaje de la vida de Jesús,  del Evangelio de San Mateo, se expresaba en los términos siguientes (14 de febrero de 2001):
"Estas palabras expresan la radicalidad de una elección que no admite ni vacilaciones ni rémoras. Es una exigencia dura, que ha impresionado a los propios discípulos y que a lo largo de los siglos, ha retenido a muchos hombres y a muchas mujeres a la hora de seguir a Cristo. Pero precisamente esta misma radicalidad ha producido también frutos admirables de santidad y martirio que refuerzan en el tiempo el camino de la Iglesia Católica”

Así ha sido siempre y seguirá siéndolo por los siglos de los siglos, porque como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica refiriéndose a este tema  (nº 2473):
"El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad.




Da testimonio de la verdad y de la fe y de la doctrina de Cristo.

El mártir, soporta la muerte mediante un acto de fortaleza: <dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios> (San Ignacio de Antioquía. Rom 4-1)”

Es por esto que la Iglesia con el más depurado esmero ha recogido todos los recuerdos de aquellas personas que a lo largo de la historia han dado la vida por Cristo y su Mensaje.
Las palabras de dos santos mártires evocados en el Catecismo de la Iglesia Católica nos sirven de testimonio y ejemplo  (nº 2474):

“No me servirá de nada los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir, para unirme a Cristo Jesús, que reinar hasta los confines de la tierra. Es a Él a quien busco, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros…” (San Ignacio de Antioquía; Rm 6,1-2)

(San Ignacio de Antioquía, Obispo de Antioquía, es considerado Padre Apostólico de la Iglesia católica y se cree que fue discípulo del Apóstol  San Juan, murió por martirio hacia el año 107 durante el reinado del emperador Trajano).

“Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires… Has cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico, por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por Él que está contigo y con el Espíritu Santo, te es dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén”. (San Policarpo, mart. 14,2-3)

(San Policarpo fue coetáneo de San Ignacio al que conoció cuando éste iba camino de la muerte hacia Roma, el cual le solicitó que informara a sus files de Asia Menor mediante una carta. Fue Obispo de Esmirna y es considerado también Padre Apostólico de la Iglesia, murió por martirio hacia el año 155 durante el reinado del emperador Antonino Pío).

 
 

Siempre deberíamos tener en cuenta que Iglesia católica, apostólica y romana, en lo que respecta a su doctrina, tanto en el aspecto moral, como en la obligación divina, es muy exigente y perfecta, y que además: <La santidad es un don de Jesús a su Iglesia>. Por eso:
“La biografías de los santos presentan hombres y mujeres que, dóciles a los designios divinos, que han afrontado, a veces pruebas y sufrimientos indescriptibles, persecuciones y martirios. Han perseverado en su entrega, <han pasado por la gran tribulación –se lee en el Apocalipsis – y han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero>.

Sus nombres están escritos en el libro de la vida (Ap 20, 12); su morada eterna en el Paraíso. El ejemplo de los santos es para nosotros un estímulo a seguir el mismo camino, a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, porque la única verdadera causa de la tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de Él”  (Los caminos de la vida interior. Papa Benedicto XVI. Ed. Chronica S.L. 2011).     

 

 "Miré y vi una muchedumbre enorme que nadie podía contar. Gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua; estaban de pie delante del trono del Cordero. Vestian de blanco, llevaban palmas en las manos / y clamaban con voz potente, diciendo:
<A nuestro Dios, que está sntado en el trono, y al Cordero, se debe la salvación>" (Ap 7, 9-11)