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miércoles, 14 de agosto de 2019

LA ASUNCION AL CIELO EN CUERPO Y ALMA DE LA VIRGEN MARÍA


 
 
 
Los santos Padres se muestran de acuerdo al afirmar que la Virgen María continuó su vida sobre la tierra,  después de la Muerte y Resurrección de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. De hecho, se encontraba presente junto a los apóstoles el día de Pentecostés, cuando se produjo la venida del Espíritu Santo anunciada por Señor a los suyos…

Ella fue, según la Tradición de la Iglesia, quien contó al evangelista san Lucas las particulares circunstancias de la infancia del Niño Jesús. Los hagiógrafos aseguran también que hacia el año 45 d.C, la Virgen marchó a Éfeso acompañando al apóstol querido del Señor, san Juan, cumpliendo así con los deseos de Jesús, que había encomendado a éste el cuidado de su Madre. No obstante, se cree que algún tiempo después regresaría a Jerusalén y permanecería allí el resto de su vida sobre la tierra.

El gran teólogo, San Juan Damasceno (nació en Damasco en el año 675), no se atrevió a llamar muerte al Tránsito de la Santísima Virgen, mientras que otros Padres de la Iglesia prefirieron llamarla Dormición. De cualquier forma la partida de la Virgen María de este mundo tiene unas características muy especiales, se trata de una Asunción al cielo en cuerpo y alma.

 
 
 
La Asunción de la Virgen  fue declarada <Dogma de Fe> por el Papa Pio XII, el 1 de noviembre de 1950 en la constitución apostólica <Munificentissimus Deus>, sin embargo ésta hunde sus raíces en la fe de los primeros siglos de la Iglesia.

El Papa San Juan Pablo II en su Audiencia General del 2 de julio de 1997 nos indica respecto a este dogma  de la Asunción que:

“La <Munificentissimus Deus> se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste, declarando esa verdad <dogma divinamente revelado>
 
 
 
¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación de su cuerpo?

El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos titulados <Transitus Mariae>, cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios.
A continuación se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá.
 
 
 
 
Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la madre de Jesús, en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.

La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor, después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del siglo XIV, se generalizó.

En nuestro siglo, en vísperas de la definición del dogma, constituía una verdad universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo”
 
 
Por ejemplo, en Oriente aún se denomina <Dormición de la Virgen> y en un antiguo mosaico de Santa María la Mayor en Roma, tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ángelus; lunes 15 de agosto de2011):

“Están representados los Apóstoles (basándose en un icono oriental de la Dormitio) que, advertidos por los ángeles del final terreno de la Madre de Jesús, se encuentran reunidos en torno de la Virgen. En el centro está Jesús, que tiene entre sus brazos a una niña: es María, que se hizo <pequeña> por el Reino y fue llevada por el Señor al cielo”

 
 
María se sometió gustosa a la muerte corporal, según san Juan Damasceno, siguiendo el ejemplo de su divino Hijo; pero a su Hijo le plugo resucitar al virginal cuerpo de su Madre antes de la común y universal corrupción, y uniéndolo con su alma gloriosa, lo trasladó al cielo.

Los hagiógrafos narran que cuando los fieles supieron  que María estaba para expirar, acudieron a su lado y los Apóstoles y discípulos que estaban esparcidos por el mundo se hallaron milagrosamente trasladados a la casa de Jerusalén donde se supone ocurrieron los hechos, para tributar los últimos respetos a la Madre del Salvador.

Juvenal, Patriarca de Jerusalén, Andrés Obispo de Creta, y san Juan Damasceno aseguran que los apóstoles fueron trasportados en una nube por ministerio de los ángeles.
 
 
 
 
Por su parte, afirma san Jerónimo (nacido en Dalmacia el año 340) que la milicia de la Corte Celestial salió  al encuentro de María entonando himnos y canticos.


Se desconocen las causas  del tránsito de María de este mundo, el Nuevo Testamento no da ninguna información al respecto; sin embargo existen algunas teorías en este sentido. A este propósito San Francisco de Sales (nacido en Saboya en 1567) consideraba que la muerte de la Virgen María se produjo como efecto de un ímpetu de amor.

Tal como nos recuerda el Papa Juan Pablo II en su Audiencia General del miércoles 25 de junio de 1997):

 
 
“San Francisco de Sales habla de una muerte <en el amor, a causa del amor y por amor>, y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de l’Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV)”

Y como sigue diciendo este Pontífice (Ibid):

“Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse, que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una <Dormición>.

Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste.

 
 
 
Así presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (Flp 1, 23)”   

La Tradición de la Iglesia considera que probablemente el santo cuerpo de la Virgen fue trasladado a Getsemaní, para darle sepultura  y que la tumba se cerraría con una gran piedra, como era la costumbre, mientras que fieles y discípulos pasarían los días y las noches cuidando del sepulcro…

San Agustín dice que no era conveniente que el Salvador dejase en la sepultura el cuerpo del cual el suyo había sido formado y según san Juan Damasceno, Tomás, el único apóstol que no estaba presente cuando ocurrieron estos hechos, deseaba ardientemente ver el sagrado cuerpo. Pareciéndoles a los apóstoles algo razonable, se abrió el sepulcro; dentro solo encontraron los lienzos con los que la Virgen había sido amortajada. Se había producido el misterio de la Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma.
 
 
 
 
¿Podría haber ocurrido de otra manera? ¿Podría el Señor haber obrado de otra manera con aquella de quien había tomado la naturaleza humana? ¿Podría permitir Él, Dios y Señor, que se corrompiera el cuerpo de aquella cuya virginidad había protegido Él tan celosa y admirablemente conservándola siempre ilesa e Inmaculada?...


Son preguntas a las que el Padre Fr. Justo Pérez de Urbel respondía así:

“Para María estaban escritas aquellas palabras que la Liturgia de la Misa de este día de fiesta aplica:

<Mi morada está en la comunidad de los santos. Me he elevado como un cedro del Líbano, como un ciprés en el monte Sión>

María eligió la mejor parte, y de ello debemos regocijarnos nosotros, sus hijos, que hemos de participar de su gloria, pues todo el poder que hoy (15 de agosto) recibe del Padre lo ha de emplear ella para procurar nuestra gloria y nuestra felicidad”