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martes, 5 de mayo de 2020

SAN PABLO Y LA REALIDAD DE LA IGLESIA DE CRISTO (II)



 
El Papa san Juan Pablo II recordando estas palabras del apóstol san Pablo a los romanos, se expresaba así (Homilía durante la misa en sufragio de los Papas Pablo VI y Juan Pablo I; sábado 27 de septiembre de 2003):

“Estas  palabras del apóstol san Pablo remiten al misterio central de nuestra fe: Cristo, muerto y resucitado, es la razón última de toda existencia humana. Cada domingo, día del Señor, el pueblo cristiano revive de forma particular este misterio de salvación y profundiza en él cada vez más.

 
 
La Iglesia, <Esposa de Cristo>, proclama con alegría y esperanza cierta: su victoria sobre el pecado, y la muerte; camina a lo largo de los siglos esperando su vuelta gloriosa. En el centro de cada santa misa resuena la exclamación: <Anunciamos tu nombre, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”

 
En efecto, el apóstol san Pablo presentaba a la Iglesia como <Esposa de Cristo>, en su <Carta a los Efesios>, a semejanza de una antigua metáfora  profética que consideraba  al pueblo de Israel como la esposa del Dios de la Alianza. Concretamente el profeta Isaías, al hablar de la gloria de la nueva Jerusalén, lo hacía en los términos siguientes (Is 54, 4-5):

 

 
 “No temas, que no quedarás avergonzada, ni te sonrojes, que no serás deshonrada, pues olvidarás la vergüenza de tu adolescencia, y no recordarás más el oprobio de tu viudez / Porque será esposo tuyo tu Hacedor, cuyo Nombre es el Señor de los ejércitos. Y Redentor tuyo, el Santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra”

 De esta forma, dice el Papa Benedicto XVI (Audiencia General del 22 de noviembre de 2006): “Se pone de relieve la gran intimidad de las relaciones de Cristo y su Iglesia (la nueva Jerusalén), ya sea porque es objeto  del más tierno amor por parte de su Señor, ya sea porque el amor debe ser reciproco, y por consiguiente, también nosotros, en cuanto miembros de la Iglesia, debemos demostrarle una fidelidad apasionada.

 

 
 Definitivamente, está en juego una relación de comunión: la relación, por decirlo así, vertical, entre Jesucristo y todos nosotros, pero también la horizontal, entre todos los que se distinguen en el mundo por <invocar el nombre de Jesucristo, Señor nuestro> (1 Co 1,2). Esta es nuestra definición: formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo.

 
De este modo se entiende cuán deseable es que se realice lo que el mismo san Pablo dice a los corintios:
<Las lenguas son un signo para los creyentes no para los no creyentes, mientras que la profecía es un signo no para los no creyentes, sino para los creyentes, Por tanto, si se reúne toda la comunidad en el mismo lugar y todos hablan en lenguas, y entran en ella personas no iniciadas o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos? / Por el contrario, si todos profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos, juzgado por todos. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y, postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente entre nosotros> (1 Co 14, 22-25).

 
 
 
 
De esta forma, deberían llevarse a la práctica los encuentros litúrgicos entre los cristianos. De forma que si entrara un no cristiano en una de estas asambleas, al final debería poder decir: <Verdaderamente Dios está con vosotros>. Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con Cristo y en comunión entre nosotros”

La Iglesia es, como decía san Pablo, <esposa de Cristo> y por ello todos sus componentes deberían vivir en comunión con  el Señor y en comunión entre ellos mismos, tal como también, recordaba el Papa Benedicto XVI.
Por eso, como evocaba el Papa san Juan Pablo II, en el centro de cada santa misa resuena la exclamación:



 
 
 
ANUNCIAMOS TU NOMBRE, PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN: ¡VEN SEÑOR JESÚS!

Por otra parte la Iglesia, es ciertamente escatológica, porque en ella siempre está presente la Resurrección de Cristo, la espera de la vuelta del Señor, su segunda venida a este mundo (parusía).

Recuerda el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 12 de noviembre de 2008, en este sentido que:

“Probablemente fue en el año 52, cuando san Pablo escribió la primera de sus cartas dirigida a la comunidad de los tesalonicenses, donde les hablaba  de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva, definitiva y manifiesta presencia… (1Ts 4, 13-18)”

 
 


Porque cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios de la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitará en primer lugar los que murieron en Cristo / después, nosotros, los que vivamos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que, en adelante estemos siempre con el Señor / Por lo tanto animaos mutuamente con estas palabras”

 
 
 
 
Realmente el tiempo en que sucederán, estas cosas, nadie lo conoce, tampoco lo conocía el apóstol san Pablo que seguramente pensaba que estaba más cercano que su propia muerte. Sin embargo, el mensaje principal de la carta del apóstol,  no es comunicar cuando sucederá este hecho extraordinario
 
 
 
 
 
 
 
Realmente como nos enseña el Papa Benedicto XVI  (Ibid): “San Pablo describe la Parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es <estar con el Señor>; en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado”
 Si en la actualidad, la humanidad tuviera en cuenta estas proféticas palabras del apóstol san Pablo: <nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado>, quizás  empezaría a plantearse  la vida de otra manera…


Y decimos, quizás, porque es tal la potencia que ha tomado los <modos y maneras> del enemigo común del hombre, sobre los seres humanos, que solo la creencia absoluta de que el Padre y su Hijo Unigénito, Jesucristo, junto al Espíritu Santo, siguen actuando  sobre todos, no abandonándonos, en ningún momento, nos permite exclamar: ¡la Victoria es siembre del Dios Trino!  
Así lo creía el apóstol san Pablo cuando en su carta a los Filipenses se manifestaba en los términos siguientes (Flp 1, 12-21):

“Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han ocurrido han servido para difundir más el Evangelio /  de modo que, ante todo el pretorio y ante todos los demás, ha quedado patente que me encuentro encadenado por Cristo / y así la mayor parte de los hermanos en el Señor, alentados por mis cadenas, se han atrevido con mayor audacia a predicar sin miedo la palabra de Dios / Algunos, en efecto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, otros en cambio con buena voluntad / estos, ciertamente, por caridad, sabiendo que  he sido constituido para defensa del Evangelio / aquellos sin embargo, anuncian a Cristo por rivalidad, de modo no sincero, pensando aumentar la aflicción de mis cadenas /

 
 
 
Pero ¡qué importa! Con tal de que en cualquier caso, por hipocresía o sinceramente, se anuncie a Cristo, yo con eso me alegro; aún más, me seguiré alegrando / pues sé que me aprovecha para la salvación, gracias a vuestras oraciones y el auxilio del Espíritu de Jesucristo / Así es mi expectación y esperanza, de que en nada seré defraudado, sino que con toda seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, tanto en mi vida como en mi muerte / Porque para mí, el vivir es Cristo y el morir una ganancia”  

 El apóstol san Pablo pensaba con razón que la muerte  es una liberación de las ataduras terrenas, para aquellos que creen que el fin del hombre es <estar con Dios>. Por eso para él como para todos los que han pensado como él, el morir es realmente una ganancia…Como decía el Papa Benedicto XVI (Ibid):


 
En efecto, san Pablo llega a decir en esta carta a los Filipenses (Flp 1, 22-26): “Pero si vivir en la carne me supone trabajar con fruto, entonces no sé qué escoger / Me siento apremiado por los dos extremos: el deseo que tengo de morir para estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor / o permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros / A la vista de esto último, estoy persuadido que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para vuestro provecho y gozo de la fe / Para que conmigo, con ocasión de mi presencia de nuevo entre vosotros, aumente vuestro orgullo de ser de Cristo Jesús”

Leyendo estas palabras del apóstol comprendemos que estar en Cristo crea en él una gran libertad interior, ante la amenaza de la muerte, pero también ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida, está disponible a cumplir con la Palabra de Dios de ayudar a sus semejantes para que alcancen junto a él, la salvación al llegar la Parusía.  

Se preguntaba el Papa Benedicto XVI, en este sentido (Ibid):
 
 
 
 
“Ahora después de haber examinado diversos aspectos de la espera de la Parusía de Cristo: ¿Cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano ante las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha Resucitado, está con el Padre y, por eso, está con nosotros para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque está con el Padre, y está con nosotros. Por eso nos sentimos seguros y no tenemos miedo. Este es un efecto esencial de la predicación cristiana”

 
El miedo a los espíritus, a los dioses, era muy común en el mundo antiguo. También hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, se encuentran  con el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que amenazan. Pero los cristianos creemos por el contrario que Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos los espíritus malignos.


 
 
 
Por eso, con esta libertad vivimos con alegría esperando el día a día,  con la certeza también de que el mundo futuro ya ha comenzado, está más cerca la Parusía… Cristo está con nosotros, ésta es una esperanza cierta para el cristiano, es: Una esperanza que da certeza y valor para afrontar la vida de hoy, incluso cuando se siente amenazada por una terrible pandemia, y a pesar de ello puede afrontar  el futuro. Sí, sabemos que en ese futuro encontraremos a Jesús, el Juez Salvador que  como nos recordaba  el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra actitud debe ser ante Cristo de: responsabilidad con respecto al mundo y a los hermanos, con la certeza también de su gran misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios solo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño.
En realidad, vivimos con una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, para que se renueve. Pero incluso trabajando y sabiendo en  nuestra responsabilidad que Dios es verdadero Juez, también estamos seguros de que este Juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad, y seguir adelante con gran valor”