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lunes, 1 de abril de 2013

JESÚS Y LA CODICIA HUMANA


 
 
 
 
 
Fueron muchas las ocasiones en las que Jesús proclamó la nocividad de la codicia humana y el peligro que constantemente acosa al hombre por este motivo. Con razón su Apóstol San Pablo se expresaba en los términos siguientes en la primera carta dirigida a su discípulo Timoteo (I Tim 6, 2-10):

"Esto es lo que has de enseñar y recomendar / Si alguno enseña otra doctrina y no se allega a las palabras de salud, las de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad / está envanecido, siendo así que nada sabe; antes bien, padece el prurito morboso de promover cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales resultan envidia, riña, insultos, sospechas malignas / interminables disputas, propias de hombres corrompidos en su mente y privados de la verdad, que piensan ser la verdad una ganancia / Es, sí, gran ganancia la piedad, contenta con lo que basta / pues nada hemos traído al mundo, como tampoco podemos llevarnos de él / y como tengamos alimentos y abrigos, con eso nos contentaremos / Más los que pretenden ser ricos caen en la tentación y en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas, las cuales hunden a los hombres en el abismo y la ruina de la perdición / Porque raíz es de todos los males el amor al dinero, tras el cual afanados algunos se descarriaron de la fe y se envolvieron así mismos en muchos dolores punzantes"

 
 
Son recomendaciones y recordatorios del Apóstol San Pablo que vienen como <anillo al dedo> a un mundo como el nuestro instalado en el fenómeno de la llamada <globalización>, que tiende a hacer prioritario el consumismo, conlleva  espíritu materialista y puede alejarnos de Dios.

Recordemos por ejemplo, en este sentido, lo que decía Jesús a las turbas que le seguían, y en particular a aquel hombre que se atrevió a pedirle que actuara como juez en el reparto de sus bienes con un hermano (Lc 12, 14-15):
"Hombre, ¿Quién me ha constituido juez o repartidor sobre vosotros? / Y dijo a ellos: Atended y guardaos de toda codicia; porque aun cuando uno ande sobrado, no depende su vida de los bienes que posee"

 
 
Y a continuación para que comprendieran mejor sus palabras, les propuso la  parábola del hombre rico cuyo campo producía tantos frutos que no tenía donde guardarlos, y pensó en derribar sus graneros, en hacerlos más grandes, para así recoger toda su cosecha, y después  darse a la gran vida…Pero por desgracia Dios le dijo <Insensato, esta misma noche te exigen tu alma; y lo que allegaste ¿de quién será? Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios> (Lc 12, 20-21)


Por otra parte los tres evangelistas sinópticos, San Mateo, San Marcos y San Lucas y también el Apóstol San Juan, relatan en sus respectivos Evangelios, los acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén, cuando Jesús expulsó del Templo a los vendedores y cambistas, esto es, a los hombres que con su codicia, allí habían profanando el lugar santo donde habita Dios.
La aptitud de Jesús ante estas personas, que mancillaban y degradaban el uso del Templo de Jerusalén, con sus ventas y trapicheos, es de indignación y  rechazo, pero no de cólera, porque el Señor es <manso de corazón>. Su reacción ante esta humillante situación del lugar santo, fue un acto de justicia y amor al Padre, y no de violencia hacia los hombres, como algunos han querido interpretar.

 
 
Incluso se podría decir, siguiendo la catequesis del Papa Benedicto XVI, que fue un acto profético, porque defendió el orden verdadero que se encuentra en la Ley y los Profetas (XXII Jornada Mundial de la juventud 2008. Homilía durante la celebración de la santa Misa del domingo de Ramos y de la Pasión del Señor):

“Durante la entrada en Jerusalén, la gente rinde homenaje a Jesús como Hijo de David con las palabras del Salmo 118 de los peregrinos < ¡Hosanna al Hijo de David!  ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo! > (Mt 21, 9). Después llega al Templo. Pero en el espacio donde debía realizarse el encuentro entre Dios y los hombres, halla a vendedores de palomas y cambistas, que ocupan con sus negocios el lugar de oración.
Ciertamente los animales que se vendían allí estaban destinados a los sacrificios para inmolar en el Templo, y puesto que en el Templo no se podían usar las monedas en las que están representados los emperadores romanos, que estaban en contraste con el Dios verdadero, era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes idolátricas. Pero todo esto se podía hacer en otro lugar; el espacio donde se hacía entonces debía ser, de acuerdo con su destino el atrio de los paganos.

En efecto, el Dios de Israel era precisamente el único Dios de todos los pueblos. Y aunque los paganos no entraban, por decirlo así, en el interior de la Revelación, sin embargo, en el <atrio de fe> podían asociarse a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el Dios de todos los hombres, siempre esperaba también su oración, su búsqueda, su invocación.
En cambio, entonces predominaban allí los negocios, legalizados por la autoridad competente que, a su vez, participaba en las ganancias de los mercaderes. Los vendedores actuaban correctamente según el ordenamiento vigente, pero el ordenamiento mismo estaba corrompido. <La codicia es idolatría>, dice la Carta a los Colosenses (Col 3,5).

Esta es la idolatría que Jesús encuentra y ante la cual cita a Isaías: <Mí casa será llamada  casa de oración> (Is 56,7; Mt 21, 13)), y a Jeremías: <Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de ladrones> (Jn 7,11; Mt 21, 13)). Contra el orden mal interpretado, Jesús,  con su gesto profético, defiende el orden verdadero que se encuentra en la Ley  y los Profetas”


 
 
Cita Benedicto XVI en su Homilía, la carta de San Pablo a los colosenses, aquel pueblo de la antigüedad que habiendo recibido el mensaje de Cristo llegó a apartarse en gran medida de él en seguimiento de una herejía que sería preludio del gnosticismo. Precisamente en dicha carta les habla el Apóstol de <la vida en Cristo>, dándoles las recomendaciones siguientes (Col 3, 1-6):

"Así, pues, si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios / aspirad a las cosas de arriba, no a estas sobre la tierra / Porque moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios / Cuando Cristo se manifestare, que es vuestra vida, entonces también vosotros seréis con Él manifestados en gloria / Mortificad, pues, los miembros terrenos: fornicación, impureza, pasión, concupiscencia mala y la codicia, que es una idolatría / por las cuales cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de la rebeldía"

 Por tanto, como nos dice el Apóstol San Pablo la codicia es una idolatría y esta idolatría es la que rechazó Jesús al contemplar el mal uso que se hacía del Templo de Jerusalén.  Y es que como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 583):

 
 
 
“Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a  los asuntos de su Padre. Durante su vida oculta, subió allí todos los años, al menos con motivo de la Pascua; su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén, con motivo de las grandes fiestas judías”

Sin duda una de estas ocasiones, merecedora de una mención especial, es aquella en la que expulsa a los mercadores y cambistas que en el Templo se encontraban y que con su codicia profanaban la casa de Dios, como si de un mercado vulgar se tratara.

En los días que nos han tocado vivir, cada vez se hace más patente que este gesto de Jesús, tal como aseguró el Papa Benedicto XVI, es un acto profético porque nunca como ahora a lo largo de los siglos se han interpretado por los hombres, con memos rigor y olvido el <orden verdadero>, el cual ya se encontraba en la Ley y los Profetas, y que Cristo con su Mensaje y actitud puso siempre en evidencia.
El Papa durante su Homilía, en el año 2008 hace mención, indistintamente, a los Evangelios de San Mateo y San Juan, porque aunque entre uno y otro relato de la Profanación del Templo de Jerusalén, existe una diferencia en el tiempo, los hechos acaecidos son los que son, es decir, la consecuencia de la desmedida <codicia humana>.

 
 
En concreto San Mateo, coloca este pasaje de la vida del Señor, al igual que los otros evangelistas sinópticos, al final casi, de su estancia sobre la tierra, durante la celebración de la Pascua, después de su entrada triunfal en la ciudad santa, donde poco después tendría lugar su Pasión, Muerte y Resurrección (Mt 21, 12-17):

"Y entró Jesús en el Templo de Dios, y echó a todos los que vendían y compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas / y les dice: Escrito está <Mi casa será llamada casa de oración (Is 56, 7); más vosotros la hacéis <cueva de ladrones> / Y se llegaron a Él los ciegos y cojos en el Templo, y los curó / Pero viendo los Sumos Sacerdotes, y los escribas, las maravillas que obró y a los niños que gritaban ¡Hosanna al hijo de David!, lo llevaron mal / y le dijeron ¿oyes que cosa dicen éstos? Más Jesús les dice: Sí, ¿es que nunca leísteis que <de la boca de los pequeñuelos y de los que maman te aparejaste alabanza? (Sal 8, 31) / Y dejándoles, salió fuera de la ciudad en dirección a Betania y permaneció allí"

En el Templo se acercó a Él ciegos y tullidos y los curó. Al comercio de animales y al negocio de los dineros, Jesús contrapones su bondad sanadora. Ésta es la verdadera purificación del Templo. Jesús no viene como destructor; no viene con la espada de revolucionario. Viene con el don de la curación.

 
 
Por contraste, en el Evangelio de San Juan este episodio de la vida del Señor, se coloca después de las bodas en Caná de Galilea, donde Jesús había realizado su primer milagro durante su vida pública. Justo en ese momento nos narra San Juan la visita de Jesús al Templo con su peculiar visión teológica de los hechos acaecidos (Jn 2, 13-22)):

"Y estaba cerca la Pascua de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén.Y halló en el Templo a los que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y a los cambistas sentados / y habiendo hecho un zote de cordeles, los echó a todos del Templo, y con ellos los bueyes y las ovejas, y desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas / y a los que vendían las palomas dijo: Quitad eso de ahí; no hagáis de la casa de mi Padre, casa de tráfico / Recordaron sus discípulos que está escrito: “El celo de mi casa me devora” (Sal 68,9) / Respondieron, pues, los judíos y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras que acredite tu modo de obrar? / Respondió Jesús y les dijo: <Destruid este santuario y en tres días lo levantaré> / Dijeron, pues, los judíos: En cuarenta y seis años se ha edificado este Santuarios, ¿y tú en tres días lo levantaras? / Él, empero, hablaba del santuario de su cuerpo / Cuando, pues, resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos  que había dicho esto, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús"

Refiriéndose a la diferencia en el tiempo de las narraciones de los evangelistas sinópticos respecto al evangelista San Juan, de este pasaje de la vida del Señor, el Papa Benedicto XVI se manifestaba en los siguientes términos (Jesús de Nazaret 2ª Parte. Ed. Encuentros 2011):

“A este propósito debemos tener presente que, según Juan, la purificación del Templo tuvo lugar durante la primera Pascua de Jesús, al principio de su actividad pública. Los sinópticos, en cambio, sólo relatan una única Pascua de Jesús y así, la purificación del Templo se sitúa necesariamente en los últimos días de toda su actividad.
Mientras que hasta hace poco tiempo la exégesis partía predominantemente de la tesis de que la datación de San Juan era <teológica> y no exacta en el sentido biográfico, hoy se ven cada vez más claramente las razones que abogan por una datación exacta, también desde el punto de vista cronológico, del cuarto evangelista que, no obstante, toda la impregnación teológica del contenido, se revela también en este caso, como en los otros, informado con mucha precisión sobre tiempos, lugares y desarrollo de los hechos”

 
No obstante, manifestó también Benedicto XVI:<esto no es lo más importante, sino el sentido intrínseco de este pasaje de la vida del Señor>. Por eso, ante el pecado de idolatría  implícito en la <codicia humana> de los mercaderes y cambistas, que Jesús encuentra en el Templo, éste les manifiesta que han olvidado lo que ya estaba escrito en las Sagradas Escrituras, en concreto en los libros de los profetas Isaías y Jeremías. Más concretamente el dice: <Y será mi casa, casa de oración>, <más vosotros la hicisteis cueva de ladrones>.

Todo esto nos debe hacer reflexionar también a los cristianos de este siglo,  herederos de los vicios y virtudes de siglos anteriores, y por desgracia inmersos en un modernismo desenfrenado, que ha conducido a sociedades consumistas y descreídas. Por eso nos preguntamos con el Papa Benedicto XVI (Homilía del domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. XXIII Jornada Mundial de la Juventud):

 
 
“¿Nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los <paganos>, las personas que hoy están en la búsqueda y tiene sus interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en atrios de la fe a nuestras oraciones y con sus interrogantes también quizás se conviertan en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿No dejamos entrar de diversos modos a ídolos también en el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a Él?”

 Son interrogantes del Papa Benedicto a la juventud, pero que deberíamos hacernos todos los católicos, cualquiera que sea nuestra edad, porque son preguntas básicas que pueden medir el nivel de nuestra fe en un mundo como el actual, aquí y ahora…
El Papa Benedicto XVI tenía razones para hacernos semejantes preguntas, y por eso también se comprende su interés en proclamar, éste, el <año de la fe>, lo que debería servirnos de acicate en nuestra lucha diaria contra el maligno. Tomemos, pues, ejemplo de Cristo para combatir las idolatrías de nuestros tiempos, y en particular la codicia  que ha sido sin duda una de las causas principales en el derrumbamiento de la economía mundial. Porque “nuestro Misericordioso Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus discípulos, acongojados de su partida, para consolarles: <Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Carta Encíclica  “Miserentissimus Redemptor” Pio XI .Mayo 1928).

En efecto, “esta divina promesa, así como en un principio levantó los ánimos abatidos de los apóstoles, y levantados los encendió e inflamó para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alentó a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo  estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de más graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquella divina Sabiduría que: toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone, con suavidad “(Ibid).

 

Con esa esperanza debemos vivir el momento actual de nuestra historia, tan parecida, en algunos aspectos, a la vivida por el Papa Pio XI (1922-1939), el cual bajo el lema <la paz de Cristo en el reino de Cristo>, trató de evitar una nueva desgracia para las naciones, que tras la grave crisis financiera del llamado <jueves negro, crack del 29,  gran depresión>, se encontraban suficientemente maltrechas. No pudo, sin embargo, evitar la confrontación bélica, a pesar de sus mensajes radiofónicos y sus numerosas cartas encíclicas y murió de forma inesperada, muy próxima ya la segunda guerra mundial.

Por otra parte, el Papa Benedicto XVI nos recordó en su Homilía para la misa del domingo de Ramos y de la Pasión durante la celebración de la XXIII Jornada mundial de la juventud, que el Apóstol  San Pablo puso como ejemplo del comportamiento de Cristo el Salmo 40 a los hebreos, en unos momentos en que el pueblo de Israel se encontraba con un gran resurgimiento del nacionalismo y donde el judaísmo había adquirido un vigor creciente, arrinconando e incluso persiguiendo a las nacientes comunidades cristianas:

“Sobre la vida y obra de Jesús, la carta a los hebreos (He 10, 5-19) puso como lema una frase del Salmo 40 <no quisiste sacrificio ni oblación, pero me has formado un cuerpo>. En lugar de los sacrificios cruentos y de las primeras ofrendas de alimentos se pone el Cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo el <amor hasta el extremo>, sólo el amor  que por los hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero Sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne”  

 

Ciertamente la Muerte redentora de Cristo es el principio único de la santificación de todos los hombres, tal como enseñaba San Pablo a los hebreos, sin embargo este mensaje ha calado poco en la mente de algunas personas de este siglo, donde se sigue adorando a muchos dioses y en particular al <becerro de oro>, esto es, el dinero y  donde se sigue la costumbre pagana de los grandes festejos y holocaustos en su honor. Solo tenemos que recordar como la juventud de nuestros días se afana por asistir y asiste a los conciertos organizados por los <ídolos con pies de barro> del momento.  Jesús al purificar el Templo de Jerusalén, expulsando a los mercaderes de allí, estaba combatiendo otra clase de idolatría, tan peligrosa como la de los hebreos, combatía la codicia humana, la cual también está muy presente en nuestra sociedad. El ansia de poder y de bienes materiales ha llevado a una crisis económica de  los países a nivel mundial: “Sin embargo en la purificación del Templo se trata de algo más  que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva era de la historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana a propósito de su pregunta sobre la verdadera adoración: <llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así, quiere el Padre que sean los que le adoren> (Jn 4, 23). Ha terminado el tiempo en el que a Dios se le inmole animales. Desde siempre los sacrificios de animales habían sido sólo una sustitución, un gesto de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios” (Benedicto XVI. Homilía anteriormente mencionada).

Por su parte el Papa Juan Pablo II refiriéndose al acontecimiento de la purificación del Templo de Jerusalén se mostraba así de contundente (Homilía del 18 de marzo de 1979):

“Cristo aparece en el umbral del Templo de Jerusalén para reivindicar frente a los hombres la Casa de su Padre, para reclamar sobre esta Casa. Los hombres la han convertido en un mercado. Cristo se opone con energía a esta trasgresión. El <celo por la Casa de Dios lo devora>, por eso no vacila a la hora de exponerse a la malevolencia de los ancianos del pueblo hebreo y de todos cuantos son responsables de lo sucedido contra la Casa de su Padre, el Templo. Este acontecimiento es memorable, como lo es también la escena narrada por San Juan…

Pronunciando aquellas misteriosas palabras con respecto al templo de su Cuerpo, Jesús ha consagrado de una sola vez todos los  Santuarios del pueblo de Dios. Estas palabras toman una gran relevancia, cuando, al meditar sobre la Pasión y Muerte de Cristo (destrucción del santuario de su Cuerpo), nos preparamos para la solemnidad de la Pascua, es decir el momento en que se nos revelará en el mismo templo de su Cuerpo, nuevamente erigido por el poder de Dios, que quiere construir en Él, de generación en generación, el edificio espiritual de la nueva fe, la nueva esperanza y la nueva caridad”

 

Magnifica la catequesis del Papa Juan Pablo II sobre los versículos del Evangelio de San Juan, como también lo es la dada, en este mismo sentido, por el Papa Benedicto XVI (XXIII Jornada mundial de la Juventud):

“La versión exacta de las palabras, tal como salieron de los labios de Jesús, nos las trasmitió Juan en su relato de la purificación del Templo. Ante un signo con el que Jesús debía legalizar esa acción el Señor responde –Destruid este templo y en tres días lo levantaré- San Juan añade que recordando ese acontecimiento después de su Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del templo de su Cuerpo.

No es Jesús quién destruye el templo; el templo es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos que, el lugar de encuentro de todos los pueblos de Dios, lo transforma en cueva de ladrones, en lugar de negocios. Pero como siempre desde la caída de Adán, el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del amor de Dios a favor de nosotros”

 

Con todo, aunque sí es cierto que el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del amor de Dios a favor de nosotros, como muy bien dice Benedicto XVI, siempre deberemos tener en cuenta frente a la codicia que lo que se nos dice en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2536 y 2537):

-El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales

Cuando la ley nos dice <no codiciarás>, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo  es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: “El ojo del avaro no se satisface con su suerte”(Si 14,9)

-No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por medio justos. La catequesis tradicional señala con realismo “quiénes son los que  más deben luchar contra sus codicias pecaminosas” y a los que por tanto, es preciso “exhortar más a observar este precepto”:

Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles…Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan las causas y procesos importantes y numerosos…

 

Son cuestiones todas, que están al orden del día en nuestra sociedad, como nos recodaba  el Papa Benedicto XVI en su audiencia general del miércoles 22 de abril del año 2009. En esta audiencia el Papa nos mostraba la figura de San Ambrosio Auperto, un monje que vivió en la edad Media (siglo VIII), el cual se dedicó a escribir, aunque su obra es poco conocida, para poner de relieve la vida de los santos y también denunciar la contradicción entre <la esplendida apariencia externa  de los monasterios  de su época y la tibieza de los monjes que habitaban en ellos>. Fue ordenado sacerdote en el año 761, y el 4 de octubre de del año 777 fue elegido Abad con el apoyo de los monjes francos, pero en contra de los monjes lombardos.

A este respecto asegura el Papa lo siguiente: <La tensión, de trasfondo nacionalista, no se calmó en los meses sucesivos, con la consecuencia de que al año siguiente, el 778, Auperto pensó en dimitir y marcharse con algunos monjes francos a Spoleto, donde podía contar con la protección de Carlomagno. A pesar de ello, las disensiones en el monasterio de San Vicente no cesaron, y algunos años después, cuando a la muerte del Abad que sucedió a Auperto fue elegido Potón (lombardo enemigo), el conflicto volvió a encenderse y se llegó a la denuncia del nuevo Abad ante el emperador. Este remitió a los contendientes al tribunal del Pontífice, el cual los convocó a Roma. Llamó también como testigo a Auperto que sin embargo, durante el viaje repentinamente murió, quizá asesinado, el 30 de enero del año 784>.

Pues bien, este hombre santo denunció en sus escritos el pecado de codicia de los poderosos y ricos de su tiempo, pero también el afán de ganancias que existía en el interior de las almas de algunos monjes que él había conocido. Por eso  el Papa Benedicto recordando la frase <Desde el suelo de la tierra diversas espinas agudas brotan de varias raíces; en el corazón humano los vicios proceden de una única raíz, la codicia> del autor del  tratado titulado <De cupiditate> (Auperto), aseguró lo siguiente:

“Este relieve revela toda su actualidad a la luz de la presente crisis económica mundial. Vemos que precisamente de esta raíz de la codicia ha nacido esta crisis. Ambrosio imagina la objeción que  los ricos y poderosos podrían aducir: nosotros no somos monjes; para nosotros no valen ciertas exigencias ascéticas. Y responde: <es verdad lo que decís, pero también para vosotros vale el camino angosto y estrecho, según la manera de vuestro estado de vida y en la medida de vuestras fuerzas, porque el Señor sólo propuso dos puertas y dos caminos (es decir, la puerta estrecha y la ancha, el camino angosto y el cómodo); no indicó una tercera puerta o un tercer camino>”

 

Esta alusión del Papa  a los escritos de San Auperto, fue muy criticada por algunos sectores de la sociedad en el año 2009, con motivo de su audiencia, pero en realidad después de cuatro años de esta fecha  comprobamos la razón que tenía el Pontífice con su denuncia, porque observamos  día a día como las cosas han ido a peor y la causa sigue siendo la misma, la <codicia humana>. No se trata de criticar  a los ricos y poderosos, porque para estos existe también la posibilidad del autentico camino de la verdad, del amor, de la vida recta…de la salvación y porque como decía el santo Ambrosio Auperto, <no se trata de hablar contra ellos, sino contra la codicia, contra el pecado, contra el vicio…>.

Ya en la antigüedad esta idea estaba muy clara como podemos comprobar en el libro del Antiguo Testamento llamado <Eclesiástico> porque se solía utilizar con asiduidad en las iglesias con objeto de instruir a los catecúmenos y neófitos, aunque los griegos, quizás con mayor propiedad, lo denominaron <Sabiduría de Jesús, hijo de Sirac> y fue escrito probablemente entre los años 200 y 170 antes de Cristo. Precisamente al hablar sobre los peligros de la vida de negocios leemos las siguientes sentencias (Eclesiástico 27, 1-8):

-Por el dinero han pecado muchos, y el que trata de enriquecerse tuerce la mirada

-Entre junturas de piedra se sostiene una estaca y entre venta y compra se introduce el pecado…

-Si el temor del Señor no se afirma con afán, pronto será derruida su casa

-Al zarandear el harnero queda la cascarilla: así la basura del hombre en la reflexión

-Prueba el horno las vasijas del alfarero; la prueba del hombre está en sus discusiones

-El fruto del árbol demuestra su cultivo, como la expresión del pensamiento el corazón del hombre…

-Si persigues la justicia, la alcanzarás y la revestirás cual túnica de gloria

 

Crisis económicas, es decir, situaciones financieras que conducen a la banca rota, al desempleo, la miseria y algunas veces hasta al suicidio, han azotado  siempre a la humanidad, pero hay que reconocer que desde comienzos del siglo XX estas se han convertido en una autentica epidemia como podemos constatar con la crisis financiera de 1929 y las siguientes en distintos países, y han continuado en lo que llevamos del siglo XXI, como la llamada del corralito de Argentina y la crisis económica de 2008, que aún continúa. Por eso nos preguntamos con el Papa Benedicto XVI ¿la raíz de todas estas catástrofes económicas no se encontrará en el pecado de idolatría de la codicia humana? Porque la codicia humana ha estado presente en el mundo desde sus orígenes, es un pecado de idolatría, pero también es un pecado de soberbia, de vanidad…Así nos lo recordaba el Beato de la edad media Tomas de Kempis en su libro <Imitación de Cristo>:

“Vanidad es desear buscar riquezas perecederas  y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear cosa por donde después te sea necesario ser gravemente punido. Vanidad es desear larga vida, y no preocuparse porque sea honrada. Vanidad es pensar solamente en esta vida presente y no proveer a lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto pasa, y no apresurarse a donde está el gozo perdurable”