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jueves, 12 de octubre de 2017

NUESTRA SEÑORA DEL PILAR (Patrona de España)


 
 
 
 
 





En la Basílica del Pilar, España, el Papa San Juan Pablo II decía a la Virgen de Pilar: <A tus cuidados confío las necesidades de todas las familias de España>, y rezaba con esta hermosa plegaria:

“Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en estas tierras españolas donde tantos frutos ha producido.

Y quiero finalmente encomendarte, Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España…

A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos.

Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes del claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras.

En tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan por el reino de Cristo en esta tierras; la noble dedicación de los que transmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quienes con su conciencia y servicio alivian  el dolor ajeno; la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad.

En tu corazón dejo los anhelos de quienes, mediante los quehaceres económicos, procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes al servicio de la verdad, informan  y forman rectamente la opinión pública, de cuantos, en la  política, en la milicia, en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano, prestan su colaboración honesta a favor de una justa, pacífica y segura convivencia…”

Hermosa y necesaria oración para este país en los tiempos que corren y que agradecemos a este santo Pontífice que en tantas ocasiones demostró su amor a nuestra tierra, especialmente en este día en que la Iglesia celebra el día de Nuestra Señora del Pilar (Patrona de España) y con razón porque:

“Es bien conocido el relato de la antigua y piadosa tradición. Caminaba por la ribera del Ebro el Apóstol Santiago, anunciando la buena nueva a los iberos, valientes e indómitos.

La indiferencia de sus oyentes le tenía apesadumbrado, y estaba a punto de desmayar, cuando la Virgen María se presentó una noche, anunciándole que aquellos trabajos suyos no serían estériles; que la semilla por él derramada, y protegida por sus manos virginales, daría frutos de bendición a través de los siglos.

Alentado por esta visión, el Apóstol prosiguió su obra evangelizadora, conservando imborrable el recuerdo de aquel lugar que había sido santificado con la presencia de la Madre de Dios, y del pilar en que se habían posado sus plantas.

Allí se levantó más tarde un templo, que es la actual Basílica del Pilar, en Zaragoza, fuente de gracias, escenario de perdones y conversiones, centro de peregrinaciones que acuden allí de toda España, que consideran a la Virgen como su celestial Patrona y el Pilar mismo como el símbolo de su fe y el centro de su fervor religioso, siempre pujante y sincero.

Desde aquel trono, en que nuestra Señora recibe el homenaje de todos los españoles, derrama su gracia en todas direcciones, vela por la conservación de la fe y ruega bondadosa por el florecimiento del inmenso y lozano árbol de la hispanidad” (Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel)

Sí, la Virgen María vela por todos nosotros como Madre y Hermana, está siempre presente en la vida de la Iglesia, por eso debemos encomendarnos a ella, para que durante el periodo de tiempo que aún nos toca vivir por concesión de su Hijo, Éste nos ayude a ser auténticos evangelizadores, <valientes artífices de su Reino en el mundo, Reino de luz y de verdad>, en palabras del Papa Benedicto XVI.

Finalmente, en un día como hoy, y todos los días, recemos a la Virgen María con aquellas palabras finales del Papa San Juan Pablo II, de su oración a la Virgen, en su advocación del Pilar. “Virgen Santa del Pilar:

Aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad.

Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo.

Fortalece a los débiles en la fe.

Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios.

Protege a España entera, y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres.

Y asiste maternalmente, oh María, a cuantos te invocan como Patrona  de la Hispanidad. Así sea”

(San Juan Pablo II; 6/ XI/ 1982)

       


 

domingo, 8 de octubre de 2017

LA FILIACION DIVINA DEL HOMBRE



 

 
 San Pablo en su <Carta a los Gálatas> y por extensión a los hombres bautizados de todos los siglos, desde la venida del Mesías, no solo en agua, sino en Cristo, viene a comunicarles la filiación divina, es decir, el hecho de que  son hijos adoptivo de Dios, y como tal, herederos de la promesa de salvación recibida por Abraham en el Antiguo Testamento.

Ciertamente, como aseguraba el Papa San Juan Pablo, la filiación divina del hombre es el fundamento de la paz personal y social:

“La salvación que Dios mismo, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, ofrece a la humanidad en Jesucristo Redentor, es una vida nueva, que es la medida y la característica de los hijos adoptivos de Dios. Es la participación, mediante la gracia santificante, en la filiación divina de Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros.


En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose en el seno de la Virgen María <se ha unido, en cierto modo, con todo hombre> (Gaudium et Spes). Con la fuerza del Espíritu, que nos ha comunicado el Señor, Muerto y Resucitado, después de su vuelta al Padre, desea Jesús mismo extender a todos y a cada uno el don de esta filiación  que es la gracia para nuestra naturaleza y el fundamento de la paz personal y social” (Homilía pronunciada en el año 1986)

Ya hace muchos años que el Papa San Juan Pablo II pronunciara esta magnífica homilía desde el parque dedicado al político y fundador americano Simón Bolívar, en el Distrito Capital de Colombia, durante su visita al pueblo colombiano y todavía los hombres de todo el mundo seguimos anhelando la llegada de una paz real y generalizada en todo el Planeta.


El hombre de hoy, realmente desea la paz personal y social, la misma que desearon los hombres de siglos pasados y que nunca llegó a alcanzarse en su totalidad. Prueba de ello son los constantes conflictos, armados o no, que siempre han atribulado a Adán y a sus descendientes, desde que Dios los creó.

Con estas palabras se expresaba el Papa Francisco en la celebración de la <XLVII Jornada Mundial de la paz>. Más concretamente el aseguraba que:

“El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunicación con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”

Estas jornadas fueron instituidas por el ya Beato, Papa Pablo VI, el cual en el año 1968 se dirigía a todos los hombres de buena voluntad para exhortarles a celebrarlas el primer día de cada año civil, con el deseo de que sirvieran para mantener la paz en beneficio de la humanidad y advertía que:
“La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras, bien recibidas porque responden a las profundas y genuinas aspiraciones de los hombres, pero que pueden también servir y han servido a veces, por desgracia, para esconder el vacío del verdadero espíritu y de reales intenciones de paz, si no directamente para cubrir sentimientos y acciones de prepotencia o intereses de parte.


Ni se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen  y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones, cívicas, culturales,  morales, o religiosas…” (Mensaje de su santidad Pablo VI para la celebración del <Día de la Paz>. El Vaticano, 8 de diciembre de 1967)     

Ciertamente para la Iglesia católica los conflictos entre los hombres han sido constantemente una gran preocupación y lo ha manifestado a través de sus autoridades, en particular por medio de sus Vicarios de Cristo, los cuales siempre trataron de evitar las confrontaciones entre los miembros de su grey, pero también fuera de la Iglesia católica.

 Recordaremos ahora el gran ejemplo dado por el Papa Pio XI (1922-1939), uno de los Pontífices más denostado por la fuerzas del mal y cuyo lema Papal fue <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>. Precisamente en su primera Carta Encíclica <Ubi arcano>, dada en Roma el 23 de diciembre de 1922, denunciaba la falta de <paz internacional>, de <paz social y política>, de <paz domestica>, y en definitiva de la <paz del individuo>.

Refiriéndose a las dos primeras se expresaba en dicha misiva en los siguientes términos:

“Los Estados, sin excepción, experimentan los tristes efectos de la pasadas guerras, peores ciertamente los vencidos, y no pequeños, los mismos que no tomaron parte alguna en las mismas. Y dichos males van cada día agrandándose más, por irse retardando el remedio; tanto más, que las diversas propuestas y las repetidas tentativas de los hombres de estado para remediar tan tristes condiciones de las cosas, han sido inútiles, si ya no es que las han empeorado.

Por todo lo cual, creciendo cada día el temor de nuevas guerras, y más espantosas, todos los Estados se ven casi en la necesidad de vivir preparados para la guerra, y por eso quedan exhaustos los erarios, pierde el vigor la raza y padecen gran menoscabo los estudios y la vida religiosa y moral de los pueblos.

Y lo que es más deplorable, a las externas enemistades de los pueblos se juntan las discordias intestinas que ponen en peligro no sólo los ordenamientos sociales, sino la misma trabazón de la sociedad”


Son las palabras de un Pontífice preocupado por el futuro y el presente de la sociedad  en la que le tocó vivir, durante un periodo de la historia de la humanidad comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial y principios de la Segunda. Esto es, en un mundo que acababa de sufrir terribles confrontaciones internacionales y ya se encaminaba sin remedio a combates más sangrientos si cabe que los anteriores.

Por este motivo ante un ambiente internacional tan enrarecido, en sus misivas, el Papa, denunciaba con frecuencia los males que ello podría acarrear a las familias y en especial a cada individuo (Ibid):
“Es particularmente doloroso ver como un mal tan pernicioso ha penetrado hasta las raíces mismas de la sociedad, es decir, hasta las familias, cuya disgregación hace tiempo iniciada ha sido muy favorecida por el terrible azote de las confrontaciones bélicas, merced al alejamiento del hogar de los padres y de los hijos, y merced a la licencia de las costumbres, en muchos modos aumentadas…

 
 
 



De ahí que, como el mal que afecta a un organismo o a una de sus partes principalmente hace que también los otros miembros, aún los más pequeños, sufran, así también es natural que  las dolencias que hemos visto afligir a la sociedad y a la familia alcancen también a cada uno de los individuos.

Vemos en efecto, cuan extendida se halla entre los hombre de toda edad y condición una gran inquietud de ánimo, que les hace exigentes y díscolos, y como se ha hecho ya costumbre el desprecio a la obediencia y la impaciencia en el trabajo.
Observamos también como ha pasado los límites del pudor la ligereza de las mujeres, más o menos jóvenes, especialmente en la forma de vestir y en las diversiones practicadas…

Vemos, por fin, como aumenta el número de los que se ven reducidos a la miseria, de entre los cuales se reclutan en masa los que sin cesar van engrosando el ejercito de los perturbadores del orden…”

Diríase, si no supiéramos la fecha en que esta Carta Encíclica fue redactada y publicada, que podría asociarse, en parte, al momento actual de la sociedad, al menos en el llamado Viejo mundo. Sin duda el Papa Pio XI refleja en su epístola, los hechos cotidianos que aquejaban a una sociedad muy parecida a la nuestra, porque la denominada <crisis económica>, está llevando al paro, a la emigración y a la indigencia a muchas familias y personas desamparadas, mientras que otros hombres sin escrúpulos se enriquecen, a costa de las miserias humanas.

Los conflictos callejeros y los desmanes sociales, son cada vez más frecuentes y turbulentos, pues como advertía en su tiempo Pio XI, en una sociedad enferma, los perturbadores del orden hacen su aparición cada vez con más violencia…arrastrando tras ellos a personas fácilmente influenciables, en especial a los jóvenes…

Las preguntas que surgen a la vista de esta más que preocupante situación son ¿Cuáles son las razones? ¿Cuáles son las causas, que nos llevan a ella? Las respuestas a estas cuestiones, las podemos encontrar en la misma carta del Papa Pio XI, refiriéndose a los problemas de la sociedad de su época, que son como hemos comentado anteriormente,  bastante parecidos a los de hoy en día.

Para el Papa, las causas de estos males son, el <olvido de la caridad>, el <ansia de los bienes de la tierra>, las <concupiscencias>, y en definitiva, el <olvido de Dios> y la negación de la existencia de nuestro Creador, consecuencia de una educación fundamentalmente laica y antirreligiosa (Ibid):

“Se ha querido prescindir de Dios y de su Cristo en la educación de la juventud, pero necesariamente se ha seguido, no ya que la religión fuese excluida de las escuelas, sino que en ellas fuese de una manera oculta o patente, combatida, y que los niños se llegaran a persuadir que para vivir son de ninguna o de poca importancia la verdades religiosas, de las que nunca oyen hablar, o si oyen, es con palabras de desprecio.

Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y su Ley, no se ve ya el modo cómo pueda educarse la conciencia de los jóvenes, en orden a evitar el mal y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco como pueden irse formando para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la paz, aptos y útiles para la común prosperidad”


Es lo que está sucediendo entre una gran parte de los hombres y mujeres de hoy en día, y más concretamente entre los jóvenes  apodados <ni…, ni…>, porque ni quieren estudiar, ni quieren trabajar, ni quieren seguir los consejos de sus mayores…Sus héroes son, entre otros, algunos cantantes de moda que más parecen personajes del bajo mundo, y lo que es peor, que llevan en sus propias carnes esculpidos los símbolos del diablo…
Con una sociedad futura regida por personas que en su juventud tuvieron semejantes modelos y maestros de vida, solo se puede esperar la disminución de los seres humanos <templados, amantes del orden y de la paz, aptos y útiles para la común prosperidad>.


El Papa Pio XI no tenía dudas al respecto, el alejamiento del hombre de Dios y de su Hijo Unigénito, Jesucristo, le conduce hacia un profundo pozo sin salidas, donde los males se acumulan y del que es muy difícil salir con éxito, aunque nunca sea imposible...

La sociedades, muchas veces, por desgracia, han apartado a Dios, lo han excluido de la legislación y de los gobiernos humanos, y de esta forma, lo que ha ocurrido es que <las leyes han perdido la garantía de las únicas verdaderas e imperecederas sanciones, así como los principios soberanos del derecho, que en opinión de los mismos filósofos paganos, como Cicerón, no pueden derivarse sino de la ley eterna de Dios>  (“De Benedicto XV a Benedicto XVI” Mariano Facio. Ed. Rialp S.A. Madrid 2009).


Una vez enumeradas y comentadas las causas de los males que afligían al mundo después de la Primera Guerra Mundial, muy parecidas a las afligidas por la sociedad del siglo XXI, el Papa Pio XI recuerda los remedios que, sugeridos por la naturaleza misma del mal, son más eficaces para evitarlos y combatirlos, los cuales no deberíamos desatender, por tratarse de los consejos de un Papa del siglo pasado...

Dice este Vicario de Cristo que lo primero y principal es <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>, es decir la paz que Él dio a sus Apóstoles y por extensión a todos los que creyeran en  él y en su Mensaje. Es necesario que la paz de Cristo reine en el corazón de todos los hombres, porque esta clase de paz que solo puede ser <Suya>, asegura que todos seamos hijos de Dios y por lo tanto todos seamos hermanos…

Así nos lo manifestó el Señor según el Evangelio de San Mateo (Mat 23, 1-8):
 
 



-Sobre la Cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos

-Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardarlas; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen.

-Lían cargas pesadas e insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con el dedo las quieren mover.

-Todas sus obras hacen para hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus filacterias y agrandan las franjas de sus mantos;

-son amigos del primer puesto en las cenas y de los primeros asientos en las Sinagogas, y de ser saludados en las plazas y de ser apellidados por los hombres Rabí.

-Más vosotros no os hagáis llamar Rabí, porque uno es vuestro maestro, más todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial.



Verdaderamente estas palabras del Señor deberían levantar ampollas entre los escribas y fariseos de su época, al igual que las pueden  levantar entre los hombres de hoy en día que no quieren escuchar la Palabra del Señor. Lo que más extraña de todo esto, es que Jesús no hubiera sido abatido por sus enemigos antes, debido a sus señales y sus enseñanzas; el Señor escapaba siempre de las manos de estos, cuando lo intentaban, porque como Él decía <aún no había llegado su hora>, y el Espíritu Santo que estaba en Él desde el principio,  le protegía de sus maldades, revistiéndole al mismo tiempo de suma paciencia ante sus injurias y desatinos, al igual que ha hecho y sigue haciendo con sus mensajeros a lo largo de los siglos…

Como también recuerda el Papa Pio XI en su Encíclica <Ubi Arcano> refiriéndose a Jesucristo: <Promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre todos los hombres>.


En efecto, tal cómo podemos leer en el Evangelio de San Juan, Jesús nos dio un mandamiento nuevo (Jn 15, 12-17):

-Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a otros, así como os amé.

-Mayor amor que éste nadie le tiene: que dar uno la vida por sus amigos.

-Vosotros sois mis amigos, si hicierais lo que yo os he mandado.

-Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su Señor; más a  vosotros os llamo amigos pues todas las cosas que de mi Padre oí os di a conocer.

-No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis frutos, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.

-Esto os mando: que os améis unos a otros
 
 



Estos versículos corresponden a uno de los discursos  del Señor  muy próxima ya su Pasión, Muerte y Resurrección, tan maravillosamente recordados en el <Libro de la Gloria>, del Apóstol  San Juan, el cual, cuando era de edad ciertamente avanzada,  manteniendo el recuerdo imperecedero del Mensaje de Jesús y asistido en todo momento por el Espíritu Santo, escribió su Evangelio, de una riqueza teológica inigualable, en el que se recoge  esta frase del Señor: <La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27).

Y es que la <Paz de Cristo es garantía del derecho y fruto de la caridad>, tal como advertía  el Papa Benedicto XV (1914-1922), llamado el <Papa de la Primera Guerra Mundial>, porque su Pontificado transcurrió en gran medida durante el desarrollo de este terrible conflicto armado, que tanto daño hizo a la humanidad a comienzos del siglo veinte.

Este Papa comprendió, al igual que más tarde lo hiciera Pio XI, que el origen de la guerra, era una consecuencia directa de la situación de la sociedad de su época, la cual como resultado de la propagación de las llamadas ideas <modernistas>, se había alejado peligrosamente del <Mensaje de Cristo>, y el Pontífice, así lo hizo constar en su primera carta Encíclica <Ad Beatissimi Apostolorum>, dada el 1 de noviembre de 1914.

En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería, analizó las causas de la confrontación armada que ya había estallado. Hablaba de la <conciencia humana> que conduce al hombre a la llamada <lucha de clases>, del <desprecio de la autoridad divina>, del <rechazo del Evangelio de Cristo>, del <alejamiento de la Santa Madre Iglesia> y por supuesto de la <manipulación de las personas>, especialmente de las más jóvenes, muchas veces a través de las escuelas y sobre todo de los distintos medios de comunicación...

Para conseguir la superación del afán del hombre por el poder y las riquezas temporales, en definitiva, para la superación de toda la <codicia terrenal del ser humano>, el Papa Benedicto XV consideraba que era necesario ayudar a los hombres para que volvieran a anhelar el deseo de alcanzar los <bienes eternos> y comprendieran que los <bienes temporales> no conducen nunca a la verdadera felicidad…

Algunos años después, acabada la guerra, primera mundial, el Papa Benedicto XV escribió una nueva carta Encíclica titulada <Pacem Dei Munus>, en la que trataba sobre la restauración cristiana de la Paz y en la que en primer lugar alertaba sobre el peligro tremendo que representaba la persistencia del <odio entre hermanos>, a nivel internacional, y que podría, como así ocurrió años más tarde, conducir a una nueva confrontación a nivel mundial: “Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana reciba el nombre de <Evangelio de la paz>”

Se refiere aquí el Santo Padre a aquella catequesis del Apóstol San Pablo sobre <las armas del cristiano> tan claramente expuestas en su Carta a los Efesios (6, 11-20):

-Revestíos de la armadura de Dios para que podáis sosteneros ante las asechanzas del diablo.
-Que no es nuestra lucha contra carne y sangre, sino contra
 
los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas.

-Por esto, tomad la armadura de Dios, para que podáis oponer resistencia en el día malo, y prevenidos con todos los aprestos, sosteneros.
-Manteneos, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y revestidos con la coraza de la justicia.

-y calzados los pies con la preparación pronta para el Evangelio de la paz,
-abrazando en todas las ocasiones el escudo de la fe con que podéis apagar todos los dardos encendidos del malvado.

-Tomad también el yelmo de la salud y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios;
-orando con toda oración y súplica en todo tiempo en espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y suplica por todos los santos,

-y por mí, para que al hablar se me ponga palabra en la boca con que anunciar con franca osadía el misterio del Evangelio,
-del cual soy mensajero, en cadenas, a fin de que halle yo en él fuerzas para anunciarlo con libre entereza, como es razón que yo hable.



Es verdaderamente hermosa esta descripción del Apóstol de la <Armadura del cristiano>, donde las piezas principales son el cinto, esto es, la verdad, la coraza, que es la justicia, el calzado, que es la prontitud para predicar el Evangelio de la paz, el escudo, que es la fe, el yelmo, que es la esperanza y por último la espada del espíritu, que es la Palabra del Dios-Misericordia.

Por otra parte, el Papa Benedicto XV, recuerda también en su Encíclica <Pacem Dei Munus>, a todos los creyentes, que el don de la caridad (misericordia), es el bien más necesario para conseguir la paz, por eso la enseñanza más repetida de Jesucristo a sus discípulos, era el <precepto de la caridad fraterna>, porque ella es consecuencia y resumen de todos los demás preceptos (Ibid):

“El mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas Personas en el seno de la Santísima Trinidad: <Que todos sean uno, como nosotros somos uno…para que también ellos sean consumados en la unidad (Jn 17, 21-23)>”

La paz entre los hombres implica, por tanto, la instauración del Reino de Cristo, así lo han manifestado los Pontífices y los Padres de la Iglesia; en particular aquellos como  Benedicto XV y Pio XI que se vieron, de alguna forma, involucrados, en los grandes conflictos bélicos, de los últimos siglos. Concretamente Pio XI se expresa al respecto en los términos siguientes:

“…la paz digna de tal nombre, es la tan deseada <Paz de Cristo>, la cual no puede existir, si no se observan fielmente por todos en la vida pública, y en la privada las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo…
Solo la Iglesia por Divino mandato enseña que los hombres deben acomodarse a la Ley eterna de Dios, en todo cuanto hagan…

En esto consiste lo que con dos palabras llamamos <Reino de Cristo>. Ya que Jesucristo reina en la mente de los individuos, por sus doctrinas, reina en sus corazones por su caridad, reina en toda la vida humana por la observancia de sus leyes y por la imitación de sus ejemplos. Reina también en la sociedad doméstica cuando, constituida por el Sacramento del matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa sagrada, en el que el poder de los padres sea un reflejo de la paternidad divina, de donde nace y toma nombre; donde los hijos emulan la obediencia del Niño Jesús, y el modo todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia de Nazaret...
 
 
 
De todo lo cual resulta claro que no hay <Paz de Cristo> sino en el <Reino de Cristo>, y no podemos nosotros trabajar con más eficacia para afirmar la paz que restaurando el <Reino de Cristo>”


Tarea difícil, sin duda, la que proponía emprender, ya en aquellos tiempos, el Papa Pio XI y que emprendió animosamente, mediante un programa mencionado en la misma Encíclica que ahora estamos recordando (Ubi Arcano). Logró mucho, sin duda, con este plan, pero finalmente no pudo evitar que los hombres se enzarzaran de nuevo en una confrontación sin sentido, la llamada Segunda Guerra  Mundial, que como se sabe causó daños terribles para la humanidad.

En los años anteriores al estallido de esta guerra, a pesar de los esfuerzos del Papa Pio XI,  el laicismo  y el anticlericalismo, resurgieron  con potencia, llegando a ser considerados la <quinta esencia> de la <modernidad>; durante mucho tiempo ocultos, tomaron entonces <carta de naturaleza>,  y los hombres arrastrados por sus idearios se alejaron de Cristo y de su Iglesia.
De esta forma, los seres humanos quisieron sustituir el cristianismo por  falsas religiones <naturalistas> que solo a desgracias conducían, como los enfrentamientos entre hermanos, que se habían olvidado del precepto de la <caridad Divina>...