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jueves, 27 de octubre de 2016

LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS Y EL ANUNCIO DEL EVANGELIO


 
 
 
 


"Era la Parasceve de la Pascua, más o menos la hora sexta, y les dijo Pilato a los judíos: <Aquí está vuestro Rey> / Pero ellos gritaron; <¡Fuera, fuera crucifícalo!> Pilato les dijo: <¿A vuestro Rey voy a crucificar? <No tenemos más rey que el César> respondieron los príncipes de los sacerdotes / Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús" (Jn 19, 14-16) 


Al recordar este terrible pasaje de la vida de Jesús y después escrutar los signos de los tiempos, vemos que nuestro primer deber en este momento crucial de la historia del hombre, es anunciar el Evangelio de Cristo, ya que el Evangelio es la única fuente auténtica de libertad y humanidad...

Con razón el Señor mismo indica el núcleo de este anuncio con palabras brevísimas, que deben ser el corazón de toda evangelización.  Cristo resume así la esencia de su Mensaje evangelizador (Mc 1, 15):

<El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio>

 
 


Por su parte, San Mateo recuerda, al igual que San Marcos, este pasaje de la vida de Jesús en el que anuncia  que está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios…

Sucedió, según narra el Apóstol, que habiendo oído el Señor que su pariente Juan el Bautista había sido encarcelado, se alejó de Nazaret y se instaló en Cafarnaúm la marítima allá por los confines de Zabulón y Neftalí, con objeto de que se cumpliese el presagio del profeta Isaías cuando dijo aquello de (Is 8, 23-9, I):
-Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles:

-El pueblo sentado en las tinieblas vio una gran luz, y a los sentados en región y sombra de muerte les amaneció una luz.

 


Al escrutar los signos de los tiempos,  comprendemos que en efecto, que en este momento de la historia, es más necesaria que nunca la tarea de la evangelización de los pueblos, y no ya de aquellos que nunca escucharon la Palabra de Dios, sino también de aquellos que la escucharon en los inicios del cristianismo y que a lo largo de los siglos la han ido sustituyendo por otras palabras más cómodas de seguir, sí, pero que no son conducentes al Reino de Dios.

Jesús se preocupó mucho por la salvación de la humanidad y por eso desde el mismo inicio de su vida pública comenzó a predicar en Galilea diciendo (Mt 4, 17): <Arrepentíos, porque está cerca el Reino de los cielos>

Algunos dirán sin embargo: Ya han pasado muchos siglos desde la venida al mundo de nuestro Salvador y todavía no ha llegado el Reino de los cielos ¿Se habrá olvidado el Señor de nosotros?

Motivos tiene desde luego para que así fuera, porque el hombre muchas veces, si que se ha olvidado de Dios, pero Él es nuestro Creador y no se ha olvidado de nosotros tal como preconizan otras religiones muy alejadas del cristianismo.

No, lo que sucede es que  los seres humanos,  miden el tiempo de forma muy distinta, a como lo hace el  Sumo Hacedor…



La llegada de la  parusía, del fin de los tiempos, es un gran misterio, solo tendrá lugar cuando sea el momento previsto por Dios, pero a nosotros nos toca estar preparados para cuando se produzca ese acontecimiento terrible para algunos y deseado por otros (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1042):
“Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado.

La Iglesia…sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo…cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)”              

 


Por eso, tal como narran los apóstoles en sus Evangelios, y  en particular San Mateo, Jesús después de su Resurrección, los envió a predicar su Palabra a todos los hombres, bautizándoles en nombre del Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo), para enseñarles todo lo que Él les había expuesto, durante el tiempo de su estancia junto a ellos (Mt 16, 19-20) 

Pero además, ellos narraron también, en sus Evangelios, los milagros que presenciaron realizados por Jesús, que eran en realidad milagros-Signos, esto es, acontecimientos históricos que han permitido una comprensión de las etapas fundamentales de la vida pública de Jesús y de  su Mensaje, los cuales han cambiado el rumbo de la vida de los seres humanos a lo largo de los siglos, y hasta nuestros días.

En este sentido, el apóstol San Juan, nos narro siete milagros-Signos realizados por Jesús, siendo el séptimo la resurrección de Lázaro, uno de los mayores  de cuantos hizo durante su vida pública.
El prodigioso suceso de la resurrección de Lázaro, el amigo del Señor, es considerado por San Juan, una señal de los tiempos, un símbolo, que Cristo utiliza para mostrarnos algo esencial a los hombres.



Este milagro-Signo realizado por Jesús, por desgracia como ya estaba escrito, precipitó su apresamiento y condena de muerte, porque los sumos sacerdotes y los fariseos  asustados  ante semejante prodigio, se decían entre sí, (Jn 11,47-54):
-¿Qué hacemos? Pues ese hombre obra muchas maravillas.

-Si le dejamos así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación.
-Uno de ellos, Caifás, que era aquel año sumo sacerdote, les dijo: vosotros no sabéis nada

-No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.
-Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación;

-Y no sólo por la nación sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
- Y aquel día decidieron darle muerte.

-Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina, al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.

 


Ciertamente el hombre réprobo y sin conciencia que era Caifás, fue un instrumento en las manos de Dios, porque movido, tal vez, por un sentido profético que su categoría de sumo sacerdote le otorgaba, pero no porque verdaderamente supiera lo que sus palabras llegarían a significar para el futuro de la humanidad, dijo aquella frase: <No sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos>, refiriéndose a la salvación del pueblo judío, y que por extensión abarcaría  a todo el género humano a lo largo de los siglos.

Sin duda Jesús trajo la alegría de la salvación a los hombres, con su Pasión, Muerte y Resurrección, tal como el Papa San Juan Pablo II aseguraba, porque el Creador del hombre, es también su Redentor:
“La salvación del hombre no sólo se enfrenta con la maldad en todas las formas de su existencia en el mundo, sino que proclama la victoria sobre el mal. <Yo he vencido al mundo>, dice Cristo (Jn 16,33).
Son palabras que tienen su plena garantía en el Misterio Pascual, en el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.




Durante la vigilia de Pascua, la Iglesia canta como transportada: ¡O feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan gran Redentor!” (San Juan Pablo II. <Cruzando el Umbral de la Esperanza>. Círculo de lectores 1995).

Se refiere el Santo Padre a las palabras que Jesús pronunció ante sus apóstoles al despedirse de ellos: <Yo he vencido al mundo> (Jn 16,28-33):
-Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.

-Le dicen sus discípulos: <Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones.
-Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios>.
-Les contestó Jesús: ¿Ahora creéis?

-Pues mirad: Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre.
-Os he hablado esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: <Yo he vencido al mundo>.

 


Con la confesión de fe recogida en el versículo (16,30) del Evangelio de San Juan, los apóstoles aceptan que Jesús ha salido de Dios, por eso el Señor les habla con ternura, les anima asegurándoles que Él ha vencido al mundo, y les advierte de los peligros que encontraran en su tarea evangelizadora al enfrentarse al maligno.

Así fue, porque ya en tiempo de San Juan Evangelista, varias terribles herejías intentaron minar los cimientos de la Iglesia de Cristo, y más concretamente,  el ebionismo y el gnosticismo.
Los llamados ebionistas también recibían el sobrenombre de nazaretos, a causa de su ideal de vida en pobreza, pero negaban la divinidad de Cristo y rechazaban las enseñanzas del apóstol San Pablo, al que consideraban apóstata por haber traicionado, según ellos, al hebraísmo.

Muchos ebionistas asumieron también errores provenientes de otras herejías de la época, algunas tan peligrosas como las promovidas por Cerinto (líder de una secta de finales de siglo I o principios del siglo II).
Las enseñanzas de Cerinto y sus seguidores fueron rechazadas por la Iglesia de Cristo desde su inicio y según  San Ireneo, el apóstol San Juan escribió precisamente su Evangelio, relatando siete milagros-signos de Jesús, para refutar los numerosos errores sostenidos por el líder de esta secta (gnosticismo) y sus seguidores, a petición de las Iglesias de Oriente y Occidente, que se dirigieron a él y le solicitaron testimonios escritos para luchar mejor contra las herejías que iban surgiendo sobre la Persona y el Mensaje de Jesús.




Algunos papiros hallados en Egipto, posiblemente del siglo II, sugieren que el cuarto Evangelio debió de escribirse hacia finales del siglo I después de Cristo,  pero además, desde tiempos de San Ireneo (+C. 202)(discípulo del padre apostólico San Policarpo de Esmirna, que a su vez podría haber sido discípulo directo del apóstol San Juan), la Iglesia ha considerado autor de dicho Evangelio a San Juan, aunque no han faltado hombres estudiosos de la Santa Biblia que han rechazado esta realidad, aceptada desde antiguo por toda la cristiandad, basándose en hipótesis poco o nada acertadas.
A este respecto, hay que tener en cuenta que el cuarto Evangelio contiene  verdaderamente descripciones muy ajustadas a la realidad de los lugares visitados por Jesús, cuando realizaba la proclamación del Reino de Dios; además, los argumentos utilizados en el mismo se encuentran fundamentados en el conocimiento profundo del Antiguo Testamento, cuestiones todas que avalan la autoría  de San Juan Evangelista.

Algunos investigadores, sin embargo, apoyándose en el hecho de que este cuarto Evangelio es como si dijéramos un mundo aparte, respecto a los llamados sinópticos, por el elevadísimo contenido teológico y la estructura específica del mismo, siendo el apóstol San Juan, en principio, un simple pescador del que no cabría esperar una obra tan grandiosa en el contenido, han llegado a dudar de su autoría...



Sin embargo el Papa Benedicto XVI, entre otros analistas de los Evangelios, esgrimió diversos y acertados argumentos, en contra de desviadas hipótesis, especialmente respecto a aquellas, que datan de tiempos posteriores al Concilio Vaticano II, en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>.

Uno de los argumentos del Pontífice, más bellos y que nos ha parecido con más sentido, es aquel que apunta hacia la idea de que los conocimientos de San Juan provenían del mismo Corazón de Jesús, ya que estuvo apoyado sobre su pecho, durante la celebración de la Última Cena, en aquellos momentos en que el Señor les anunció la presencia de un traidor entre los Doce y, les reveló su divinidad, cuando se presentó ante ellos diciendo: <Yo soy>  (Jn 13, 19-26):



-Ya os lo digo ahora, para que cuando esto se cumpla, creáis que <Yo soy>
-en verdad, en verdad os digo, que el que recibe al que yo enviaré, a mí recibe y quien me recibe a mí, recibe al que me envió.

-Dicho esto, se turbó en su espíritu y declaró: En verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me entregará.
-Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo de quién hablaba.

-Uno de ellos, el amado de Jesús, estaba a la mesa junto al pecho de Jesús;
-Simón Pedro le dijo por señas: Pregúntale de quién habla.

-Este, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: Señor ¿Quién es?
-Respondió Jesús: Aquel a quién yo dé el bocado que voy a mojar. Y mojando el bocado, lo tomó y se lo dio a Judas, el hijo de Simón Iscariote.

 


El Papa Benedicto XVI recordando este conmovedor pasaje del Evangelio de San Juan asegura (Ibid):

“Estas palabras están formuladas en un paralelismo intencionado con el final del Prólogo del Evangelio de San Juan, donde dice sobre Jesús: <A Dios nadie lo ha visto jamás>. El Hijo Único, que está en el Seno del Padre es quién lo ha dado a conocer (Jn 1,18) como Jesús; el Hijo conoce el misterio del Padre porque descansa en su Corazón, de la misma manera el Evangelista San Juan, por decirlo así, adquiere también su conocimiento del Corazón de Jesús, al apoyarse en su pecho”

Realmente es una idea, la que defiende el Papa, muy plausible y sobre todo maravillosa, no obstante, a pesar de ésta, y a pesar de otros claros indicios que conducen a considerar que  el único autor admisible del cuarto Evangelio es el <apóstol amado>, esto es, Juan Zebedeo el hermano de Santiago el Mayor, ha habido <rigurosos exegetas>, empeñados en encontrar otras respuestas, esgrimiendo el origen, supuestamente poco intelectual, del mismo.

A este respecto, el Papa Benedicto XVI hace un análisis profundo basándose en los siguientes argumentos (Ibid):

“Los sacerdotes ejercían sus servicios por turnos semanales dos veces por año (en tiempos de Cristo y sus apóstoles). Al finalizar dichos servicios el sacerdote regresaba a su tierra, y por ello no era inusual que entonces ejerciera una profesión para ganarse la vida.



Además, del Evangelio se desprende que Zebedeo (padre de Juan y Santiago) no era un simple pescador, sino que daba trabajo a diversos jornaleros, lo que hacía posible el que sus hijos pudieran dedicarse a otros menesteres: <Zebedeo, pues, puede ser muy bien un sacerdote, pero al mismo tiempo tener también una propiedad en Galilea, donde la pesca en el lago, es abúndate y esto le ayudaría a ganarse la vida… (Communio 2002, p.481)”.

Así mismo, se sabe que durante la época del Tetrarca Herodes había en Jerusalén algunos ciudadanos pertenecientes a la burguesía judía muy influenciados por la cultura griega, por lo que no es de extrañar que el autor del cuarto Evangelio pudiera haber sido una persona próxima a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, cuestión ésta, que estaría de acuerdo con el posible nivel cultural del apóstol San Juan, hijo de Zebedeo, un hombre con cierto estatus social.
Esta hipótesis podría estar corroborada, así mismo, por los hechos acaecidos después de la Última Cena, narrados también en el cuarto Evangelio, tal como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):

 “En él se narra cómo Jesús, después que lo prendieron, fue llevado a los Sumos Sacerdotes para interrogarlo y cómo, Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús para enterarse de lo que iba a ocurrir. Sobre el otro discípulo se dice: <Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio de éste>. Sus contactos en la casa del Sumo Sacerdote eran tales que le permitieron facilitar el acceso también a Pedro, dando lugar a la situación que acabó con la negación de conocer a Jesús.



En consecuencia, el círculo de los discípulos se extendía de hecho hasta la aristocracia sacerdotal, cuyo lenguaje resulta ser, en buena parte, también, el del cuarto Evangelio”

De cualquier forma, el cuarto  Evangelio ha sido llamado el <Evangelio Espiritual>, porque en él se siente más que en ningún otro el <Soplo del Espíritu Santo>. Sin embargo, no es ajeno a los Evangelios sinópticos, confirmando muchos de los hechos en ellos relatados y, complementándolos en otros muchos en aspectos, más teológicos.

Por otra parte, es lógico y muy reconfortante para el espíritu, aceptar la idea de que el apóstol San Juan, que al principio habría evangelizado, al igual que los otros discípulos del Señor, mediante la predicación oral, más tarde, y debido a las circunstancias especiales de la sociedad en que vivió, puesto que conocía personalmente los hechos de Cristo y su Mensaje, bajo la acción del Espíritu Santo, pusiera por escrito, todos los recuerdos que el Señor había depositado en su corazón.

Una de las cuestiones que el Evangelio de San Juan pone en evidencia, y no es la menor, es el hecho de que Cristo se retira a lugares apartados para hablar con su Padre, aunque otras veces, la oración de Jesús va unida a su increíble capacidad sanadora, no sólo del cuerpo,  sino también del espíritu.
 
 
 
 
Un ejemplo importante de esta gracia de Cristo, más aún, de su poder para dar vida a un muerto, es la resurrección de su querido amigo Lázaro. Este séptimo milagro-signo, realizado por Jesús, estuvo, precisamente, acompañado por su oración al Padre.
En efecto, como señala el Papa Benedicto XVI en su Audiencia General del miércoles 14 de diciembre de 2011):
“La participación humana de Jesús en el caso de Lázaro tiene rasgos particulares. En todo el relato se recuerda varias veces la amistad con él, así como con sus hermanas Marta y María. Jesús mismo afirma: <Lázaro, nuestro amigo, está dormido, voy a despertarlo> (Jn 11,11).

El afecto sincero por el amigo, lo ponen de relieve las hermanas de Lázaro, al igual que los judíos (Jn 11,3 ; 11,36); se manifiesta en la conmoción profunda de Jesús ante el dolor de Marta y María y de todos los amigos de Lázaro, y desemboca en el llanto (tan profundamente humano) de Jesús al acercarse a la tumba: <Jesús, viéndola llorar a ella (Marta), y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y, profundamente emocionado, dijo: ¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: <Señor, ven a verlo>. Jesús se echó a llorar (Jn, 11, 33-35)”  

 


Después de recordar el séptimo milagro-signo de Jesús, narrado por San Juan en su Evangelio nos reafirmamos más aún en la idea defendida por el Papa Benedicto XVI de que en el momento actual de la historia es más necesario que nunca llevar la Palabra de Dios a todos los rincones de la tierra.

Los signos de los tiempos así nos lo hacen saber aunque en realidad esta premisa, dada por Jesús a sus apóstoles, ha estado siempre presente en su Iglesia. Como recuerda este Pontífice en la tercera entrega de su libro <Jesús de Nazaret>:
“Si Jesús dice en el discurso escatológico que primero tiene que ser anunciado el Evangelio a las naciones, y sólo después puede llegar el fin, en Pablo encontramos una afirmación prácticamente idéntica en la Carta a los Romanos: <El endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que entren todos los pueblos; entonces todo Israel se salvará…> (Rm 11, 25 s).

Todos los paganos e Israel entero: aparece en esta fórmula del universalismo de la voluntad divina de salvación. Pero en nuestro contexto, es importante que también Pablo conozca el tiempo  de los paganos que tiene lugar ahora, y que tiene que cumplirse para que el plan de Dios alcance su propósito…



El caminar incansable de San Pablo hacia los pueblos para llevar el mensaje a todos y cumplir así la tarea, posiblemente ya durante su vida, muestra precisamente una tenacidad que sólo se explica por su convencimiento del significado histórico y escatológico del anuncio: <No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!> (1 Co 9,16).




En este sentido, la urgencia de la evangelización en la generación apostólica no está movida tanto por la cuestión sobre la necesidad  de conocer el Evangelio para la salvación individual  de cada persona, cuanto más bien por esta gran concepción de la historia: para que el mundo alcance su meta, el Evangelio tiene que llegar a todos los pueblos.

En algunos periodos de la historia la percepción de esta urgencia se ha debilitado mucho, pero siempre se ha vuelto a reavivar después, suscitando un nuevo dinamismo en la evangelización” (Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Benedicto XVI. Ediciones Encuentro, S.A., Madrid. Traducción J. Fernando del Rio, OSA. 2011).
 
 

 

En los últimos siglos, donde la paganización, el materialismo y en definitiva la negación del Dios Trino ha llegado a límites insostenibles en aquellas naciones que desde antiguo recibieron la Palabra de Cristo,  se ha producido un movimiento de la Iglesia muy fuerte lleno de dinamismo con el deseo de contrarrestar esta situación, movimiento que se ha dado en llamar <nueva evangelización>.

El Papa San Juan Pablo II ante la pregunta del conocido periodista Vittorio Messori sobre esta cuestión tan importante para los cristianos aseguraba que ciertamente se estaba produciendo ya en el siglo XX una gran reactivación de la evangelización. Concretamente el se manifestaba en los siguientes términos:


“En efecto, la llamada a un gran relanzamiento de la evangelización vuelve de diversas maneras a la vida actual de la Iglesia. Aunque la verdad es que nunca ha estado ausente:

< ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio!> (1 Cor 9,16)

Esta expresión de Pablo de Tarso ha sido valida en todas las épocas de la historia de la Iglesia…
La evangelización no es solamente la enseñanza viva de la Iglesia, el primer anuncio de la fe (kérygma) y la instrucción, la formación  en la fe (la catequesis), sino que es también todo el vasto esfuerzo de reflexiones sobre la verdad revelada, que se ha expresado desde el comienzo en la obra de los Padres de Oriente y de Occidente y que, cuando hubo que confrontarla esa verdad con las elucubraciones gnósticas y con las varias herejías nacientes, fue polémica…

A los Padres de la Iglesia debe reconocérseles un papel fundamental en la evangelización del mundo, además de una formación de las bases de la doctrina teológica y filosófica durante el primer milenio.
Cristo había dicho: <Id y predicad por todo el mundo> (Mc 16, 15). A medida que el mundo conocido por el hombre se engrandecía, también la Iglesia afrontaba nuevas tareas de evangelización…

La evangelización renueva su encuentro con el hombre, está unida al cambio generacional. Mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de la Iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, o  las que ese modelo les ha sido  impuesto, la Iglesia mira siempre hacia el futuro; sale, sin detenerse nunca, al encuentro de las nuevas generaciones.

 


Y se muestra con toda claridad que las nuevas generaciones acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar…

¿Qué palabra oímos con más frecuencia en el Evangelio sino ésta?: <Sígueme> (Mt 8,22). Esta palabra llama a los hombres de hoy, especialmente a los jóvenes, a ponerse en camino por las rutas del Evangelio en dirección de un mundo mejor”

Hermosa catequesis la de San Juan Pablo II sobre el tema de la evangelización que fue recogida en el libro <Cruzando el umbral del esperanza> como resultado de una entrevista histórica entre este  Pontífice y Vittorio Messori, un gran profesional del periodismo, que supo hacer las preguntas más adecuadas y necesarias al Papa en aquellos momentos (hacia finales del siglo XX) y al que siempre le estaremos los cristianos agradecidos.
 
 


Por su parte, nuestro Papa actual Francisco ha seguido en la misma línea de sus antecesores, principalmente Benedicto XVI y San Juan Pablo II, hablándonos de la necesidad de llevar la Palabra a todos los rincones del mundo y también ha querido recordar a toda la humanidad que los cristianos:
“No somos personas que se atrincheren en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad. El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios.

El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes, no tiene un nudo que lo encierra; ve más lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas.

Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades”

(Papa Francisco. Homilía a los catequistas, durante la misa celebrada el domingo 25 de septiembre de 2016. Jubileo extraordinario de la Misericordia)