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miércoles, 20 de enero de 2016

JESÚS: ÚNICO MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES



 
 

 
En el Sermón dedicado a la Encarnación de Cristo, del doctor de la Iglesia, San Atanasio (294-373), podemos leer:

“El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del Universo se hallaba vacía de Él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.
Pero Él vino por su benignidad hacia nosotros,  en cuanto se nos hizo visible. Tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre, al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero Él, tomó nuestro mismo cuerpo.
En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento en el que había que darse a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites”

 
 
 

Por todo esto, Jesús es el único Mediador entre Dios y los hombres: Sólo Jesús, por derecho propio, por representación propia, por méritos propios, es Mediador entre Dios y los hombres; los santos y singularmente la Virgen María, lo son en cuanto son asociados a la mediación única de Jesucristo
Por otra parte, como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica:

 (nº964): El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. <Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo, hasta la muerte> (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su Pasión: La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente unión con su Hijo hasta la Cruz. Allí, por voluntad de Dios se mantuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente Jesucristo agonizando en la Cruz, la dio como Madre al discípulo, con éstas palabras: <Mujer, ahí tienes a tu hijo> (Jn 19,26-27) (LG 58).





(nº2674): Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la Cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, <que son peregrinos todavía y están ante los peligros y las miserias> (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el camino de nuestra oración; María, su madre y nuestra madre, es pura transparencia de Él: María muestra el camino, Odighitria, ella es su signo según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.

Por otra parte, en cuanto a la intersección de los santos, la Iglesia Católica afirma que (Catecismo de la Iglesia Católica:

(nº956): Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquieren en la tierra… Su solicitud fraternal ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad. (LG 49).

Sí, los hombres santos y las mujeres santas que en este mundo han sido, entendieron a la perfección la labor que ellos podían realizar por la gracia recibida de Jesucristo. Porque ellos son mediadores entre Dios y los hombres, en cuanto están asociados al único Mediador que es Jesús el Hijo Unigénito de Dios. Para muchos hombres de hoy en día, esto es algo sin sentido y lo niegan rotundamente, sin pararse a pensar que los designios de Dios son inescrutables y el hombre no tiene inteligencia suficiente para entender estos misterios y por mucho que se empeñe en ello, siempre llegarán a la misma conclusión: Sólo Dios todopoderoso está en posesión de la Verdad y a Él debemos los humanos todo consuelo.
Así lo enseñaba el Beato Tomás de Kempis, en su obra magistral <Imitación de Cristo>, que desde la Edad Media hasta nuestros días ha servido de guía espiritual a tantas generaciones, aunque en la actualidad muchos ni siquiera han escuchado hablar de este libro y mucho menos de este hombre santo. No obstante, por suerte, todavía hay creyentes que siguen leyéndolo y recibiendo sus sabios consejos:
“Ponte siempre en lo más bajo que ya te darán lo más alto: porque no está lo muy alto sin lo hondo.

Los grandes santos cerca de Dios son pequeños cerca de sí y cuanto más gloriosos tanto en sí más humildes, llenos de verdad y de gloria celestial; no son codiciosos de la gloria vana; fundados y certificados en Dios, en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuanto reciben, no buscan ser loados unos de otros, sino que buscan la gloria que  sólo de Dios viene, y codician que sea Dios glorificado sobre todos en sí mismos y en todos los santos, y siempre tienen esto por fin”.

Si reflexionamos mínimamente sobre estas palabras comprenderemos ciertamente, cuánta razón encierran. Sin embargo el hombre de este siglo, recogiendo todas las ideologías y malas doctrinas de sus  antepasados, se encuentra en manos, muchas veces, del maligno.
En efecto, son muchas las personas que están sometidas al diablo en la actualidad y por eso la Iglesia ha tenido que volver a impulsar el <Ministerio de los Exorcistas> para prestarles ayuda en sus sufrimientos y desde luego sus padecimientos no son cosas de siquiatras y mucho menos de psicólogos,  tampoco son cosas del pasado, porque el mal existe y está institucionalizado.
Los Pontífices de todos los tiempos se han preocupado de este problema que siempre ha existido, pero que en los últimos siglos parece que se ha agudizado. Por eso, ya en el siglo pasado el Papa Pío XII aseguraba, refiriéndose a este grave problema, que Jesús era el único Mediador entre Dios y los hombres (Mediator Dei. Carta Encíclica. Noviembre de 1947):

“El Mediador entre Dios y los hombres (I Tim 2,5) el gran Pontífice, que penetró hasta los más alto del cielo, Jesús, hijo de Dios (Heb 4,14), al encargarse de la obra de misericordia con que enriqueció al género humano con beneficios sobrenaturales, quiso sin duda alguna, restablecer entre el hombre y su Criador aquel orden que el pecado había perturbado, y volver a conducir al Padre celestial, primer principio y último fin, la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado original”

 




Se refiere el Santo Padre Pío XII en su Encíclica, en primer lugar a la carta de San Pablo dirigida a su discípulo Timoteo; se trata de una epístola Pastoral (Frecuentemente con este título se designan, desde mediados del siglo XVIII, las cartas dirigidas, por este apóstol, a sus discípulos Timoteo y Tito), en concreto, ésta tiene por objeto  dar una serie de instrucciones a Timoteo, para que las lleve a la práctica en su comunidad religiosa (probablemente Éfeso) como ayuda a su ministerio evangelizador (I Tim 2, 1-6):

-Recomiendo, pues, lo primero de todo, que se hagan plegarias, oraciones, intercesiones, acciones de gracia por todos los hombres,

-por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, con el fin de que pasemos una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad.

-Esto es bueno y acepto a los ojos de Dios nuestro salvador,

-el cual quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al pleno conocimiento de la verdad.

-Porque uno es Dios, uno también el Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús,

-que se dio, a sí mismo, como precio de rescate por todos; divino testimonio dado en el tiempo oportuno.

La venida de Cristo se produjo como asegura el apóstol San Pablo en el <tiempo oportuno>. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres, es el testigo de Dios, la Verdad absoluta. La voluntad salvífica universal de Dios, se pone de manifiesto en estos versículos de la Carta de San Pablo, donde el apóstol recomienda a su discípulo Timoteo que predique entre sus seguidores la necesidad de orar, tanto para aquellos que ocupan altos puestos, como para el pueblo llano, porque esto es grato a los ojos de Dios.

Por otra parte, el Papa Pío XII cita también en la Carta Encíclica anteriormente mencionada (Mediator Dei), otra de San Pablo, nos referimos a la <Epístola a los Hebreos>, la cual aunque algunos exegetas consideran que no pertenece a San Pablo,  sin embargo conserva en esencia todo el pensamiento y la doctrina del apóstol. Él motivo de dicha misiva parece muy claro; los hebreos eran aquellos judíos que habían escuchado la Palabra de Jesús, pero que por problemas nacionalistas de aquel momento histórico, se encontraban perseguido y anonadados por otra parte de su propio pueblo, que mayoritariamente no aceptaba que Jesús hubiera sido el Mesías esperado por el pueblo de Israel. En esta epístola se trata de dar consuelo y aliento a los seguidores de Jesús, desvaneciendo sus preocupaciones y temores, haciéndoles ver la gran diferencia y dignidad de la santidad cristiana frente a otras religiones, recordándoles finalmente que Jesús es el Hijo de Dios (Hb 4, 14-15):

-Teniendo, pues, un Pontífice grande, que ha penetrado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que procesamos.

-Pues no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, antes bien probado en todo a semejanza nuestra, excluido el pecado.

Como también aseguraba el Papa Benedicto XVI (<Dios está cerca>; Ed. Crhonica S.L. 2011):

“El Dios vivo y personal, está en el centro de la fe auténtica. Su presencia es eficaz y salvífica; el Señor no es una realidad inmóvil ni ausente, sino una persona viva que gobierna a sus fieles, se compadece de ellos, y los sostiene con su poder y su amor. Contra puesto a Él, está la idolatría, manifestación de una religiosidad desviada y engañosa”

 
 

 

Jesucristo mientras vivió en la tierra anunció su Resurrección y el Reino de Dios, se consagró para procurar la salvación de las almas, con el ejercicio de la oración y el sacrificio, como podemos leer en el Nuevo Testamento, hasta que finalmente se ofreció en la Cruz como víctima inmaculada para limpiar la conciencia de los hombres y para que tributásemos un verdadero culto al Dios vivo. Cristo en efecto, se ofreció en la Cruz como víctima inmaculada para limpiar nuestras conciencias y sellar con su sangre para siempre la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, como único Mediador, abriéndonos las puertas del cielo (Hb 9, 11-14):
-Más Cristo, habiéndose presentado como Sumo Sacerdote de los bienes venideros, penetrando en el tabernáculo más amplio y más perfecto, no echó de manos, esto es,  no de esta creación,

-y no mediante sangre de machos cabríos y de becerros, sino mediante su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una redención eterna.

-Porque si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de la becerra santifican con su aspersión a los contaminados en orden a la purificación de la carne,

-¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno, se ofreció así mismo inmaculado a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas, para que rindáis culto al Dios viviente!

 (El santuario del versículo 12, de esta Carta a los hebreos, tiene el mismo significado que el tabernáculo mencionado en el versículo 11, y el llamar cielo, tabernáculo o santuario, es una metáfora del apóstol, en cuanto al Espíritu Eterno del versículo 14, en concreto, se refiere al Espíritu Santo)

Jesucristo quiso que la vida sacerdotal por Él iniciada en su cuerpo mortal, en el transcurso de los siglos, no cesara en su cuerpo místico, que es la Iglesia, instituyendo un sacerdocio visible para ofrecer en cualquier lugar del mundo la <oblación pura> y que de este modo sirviese, liberados del pecado, a Dios por deber de conciencia (Pío XII Ibid).

Como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1544 – 1545 y 1584):

(nº1444):Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, “Único Mediador entre Dios y los hombres” (I Tm, 2,5). Melquisedec, “Sacerdote del Altísimo” (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb 5,10; 6,20), “Santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26),  que, “Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (Hb 10,14), es decir, mediante el único Sacrificio de su Cruz.

(nº1545): El Sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el Sacrificio Eucarístico de la Iglesia. Lo mismo sucede con el único sacerdocio de Cristo: Se hace presente por el Sacerdocio Ministerial sin que con ello se quebrante la unidad del Sacerdocio de Cristo: “Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius” (“Y por eso sólo Cristo es el verdadero Sacerdote; los demás son ministros suyos”, S.Tomás de Aquino, Hebr. 7;4).

(nº1584): Puesto que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro ordenado, la indignidad de éste, no impide a Cristo  actuar (Concilio Ecuménico de Trento: DS 1612; 1154).

 


San Agustín predicaba con firmeza:
“En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de Él, conserva su pureza, lo que pasa por Él, permanece limpio y llega a tierra fértil… En efecto, la virtud espiritual del Sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados la reciben en su pureza y si atraviesa seres manchados, no se mancha”


 




El Papa Benedicto XVI cuando proclamó el <Año de la fe>, en su Carta Encíclica <Porta fidei> (Dada en Roma el 11 de octubre del 2011), nos pidió en varias ocasiones que leyéramos el Catecismo de la Iglesia Católica con más frecuencia, pues de esta forma estaríamos mejor informados de los Dogmas de la Iglesia, fiel reflejo del Mensaje de Jesús y podríamos actuar en consecuencia, sin caer en malos entendidos, y a ser posible trataríamos igualmente de enseñarlos a aquellos cristianos que los desconocen. Si lo hiciéramos así estaríamos realizando una labor evangelizadora silenciosa pero muy eficaz para todos los creyentes.

Recordemos que la Iglesia continua el oficio sacerdotal de Jesucristo sobre todo mediante la Sagrada Liturgia (Carta Encíclica <Mediator Dei> del Papa Pío XII (Dada en Roma en noviembre del 1947):

“Esto lo hace, en primer lugar, en el altar, donde se representa perpetuamente el Sacrificio de la Cruz (cf. Concilio Tridentino, sas. 22 C.1) y se renueva, con la sola diferencia del modo de ser ofrecido (Ibid., C.2); en segundo lugar, mediante los Sacramentos, que son instrumentos peculiares, por medio de los cuales los hombres participan de la vida sobrenatural; y por último, con el cotidiano tributo de alabanzas ofrecido a Dios…

¡Qué espectáculo más hermoso para el cielo y para la tierra que la Iglesia en oración!, decía nuestro predecesor Pío XI, de feliz memoria:

<Siglos hace que, sin interrupción alguna, desde una media noche a la otra, se repite sobre la tierra la divina Salmodia de los cánticos inspirados, y no hay hora del día que no sea santificada por su liturgia especial; no hay período alguno en la vida, grande o pequeño, que no tenga lugar en la acción de gracias, en la alabanza, en la oración, en la reparación de las preces comunes del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia> (Carta Encíclica Papa Pío XI <Caritate Christi>) …”

La Iglesia tiene la obligación y la función de enseñar a todas las gentes el Mensaje de Cristo, así como, ofrecer a Dios el Sacrificio de la Eucaristía, restableciendo de este modo la unión cierta entre el hombre y nuestro Señor Jesucristo; pero además la Iglesia busca y encuentra su razón de ser fundamental en la relación con Dios. Y la expresión de esta relación forma esa enciclopedia del espíritu humano que llamamos oración. La descubrimos en el silencio del alma, en ese silencio interior en el que la Palabra de Dios se hace oír primero, y se formula en temas fundamentales, que hacen dudar de los lugares comunes de nuestra mentalidad superficial: <suscita la auto crítica, a la que podemos denominar, despertar de la conciencia, presencia y acción de Dios en nuestro espíritu> ( c.f. A. G. Pablo VI 1978).



Sin embargo injustamente muchos hombres siguen preguntándose ¿Cuál es el papel de la Iglesia? O bien ¿Qué hace la Iglesia?, ¿Para qué sirve la Iglesia? El Papa Pablo VI en su Audiencia General del 14 de junio de 1972 se expresaba en los siguientes términos con respecto a estas dudas:

“Cuando las preguntas se hacen duras y radicales, e incluso materialistas, a reglón seguido: no hay ya sitio para la religión en la mentalidad moderna, invadida toda ella por la realidad sensible y científica, e inclinada siempre a la utilidad de lo que ocupa la atención y la actividad humana. Es una postura que se repite.
La Iglesia, atemorizada en un primer momento por la brutalidad de las preguntas, parece algunas veces vacilar a la hora de responder; pero luego confortada, por la propia conciencia y la propia fe, una vez más responde sencillamente: ¡La Iglesia Ora!”

 


La primera imagen que la Iglesia debe dar es la de una comunidad que ora y crece, que se levanta en vuelo sobre la tierra, donde la Palabra de Cristo nos exhorta casi como para tranquilizarnos de que no estamos en esto lejos de la verdad, asegurándonos que: Es preciso orar en todo momento y no desfallecer (Lc 18, 1) y esto es así, después de habernos enseñado a orar con la <plegaria fundamental>, el <Padre Nuestro>  (Mt 6, 9 - ss).

Como aseguraba también el Papa Pablo VI (Ibid):

“¡Qué panorama  se abre a nuestro alrededor! ¡Qué realismo cobra nuestra oración! ¡Qué confianza trepidante asume nuestro lenguaje! Sí, ¡Qué hace la Iglesia! ¡No lo olvidéis nunca!: La Iglesia – y nosotros somos la Iglesia - ora y ora de este modo”

Y es que, no podemos olvidar nunca que Jesucristo  es el único <Mediador entre Dios y los hombres>, y que la fe surge del Mensaje de Cristo y para conocerlo en profundidad tenemos no sólo que leer los Santos Evangelios, sino que tenemos que orar, tenemos que hablar con Dios… Toda la historia de la salvación se basa en la vinculación existente entre la Palabra de Dios y la fe, que tiene su término en el encuentro con Cristo, nuestro abogado, nuestro defensor ante el Padre, por eso es muy importante, educar a los fieles para que conozcan la raíz del pecado en la negativa a escuchar la Palabra del Señor.

El Señor como hombre nacido en el pueblo de Israel, rezaba muchas veces con el Salterio, el libro por excelencia para orar en la antigüedad, pero también muy adecuado en nuestro tiempo. Todos los Salmos del Antiguo Testamento son excelentes para sobrellevar las dificultades de la vida, como por ejemplo el Salmo 18 (17) titulado: <La salvación llega cuando se invoca al Señor>, en el que aparecen los siguientes versículos:

“Señor, mi roca, mi fortaleza, mi libertador, mi Dios, mi peña donde me refugio, mi escudo, la fuerza de mi salvación, mi alcázar / Invoco al Señor, digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos… // El Señor retribuye mi justicia, remunera la pureza de mis manos, / porque sigo los caminos del Señor y no reniego de mi Dios; / porque me atengo a sus leyes y no rechazo sus mandamientos, / sino que le soy íntegro, y me guardo de la culpa. / El Señor me remunera según mi inocencia, según la pureza de mis manos, ante sus ojos… // El camino de Dios es íntegro, la Palabra del Señor, probada a fuego. Él es escudo para los que a Él se acogen / ¿Quién es dios fuera del Señor? ¿Quién roca, fuera de nuestro Dios? / Dios es el que me ciñe de valor y hace íntegro mi camino, / el que me da pies de ciervo y me sostiene firme en las alturas… // Tú me libras de mis enemigos, me exaltas sobre mis agresores, me rescatas del hombre violento. / Por eso, ¡Señor!, te alabaré entre las gentes y cantaré en honor de tu Nombre. / El que hace grandes las victorias de su rey y tiene misericordia de su Ungido, de David y su descendencia por siempre”

En una sociedad tan paganizada como la actual, es necesario, es urgente, tener en cuenta los consejos del Papa Benedicto XVI, el cual aseguraba que  es muy importante educar a los fieles para que reconozcan la raíz del pecado en la negativa a escuchar la Palabra del Señor, pues de esta forma estarán dispuestos a acoger el Mensaje de Jesús, único Mediador entre Dios y los hombres (Jesús de Nazaret; Ibid):

“El Antiguo Testamento nos narra como Dios, después de la creación, a pesar del pecado original, a pesar de la arrogancia del hombre de querer ocupar el lugar del Creador, ofrece de nuevo, la posibilidad de su amistad, sobre todo a través de la Alianza con Abrahán y el camino de su pequeño pueblo, el pueblo de Israel, que Él eligió no con criterio de poder terreno sino sencillamente por amor. Es una elección que sigue siendo un misterio y revela el estilo de Dios, que llama a algunos no para excluir a otros, sino para que hagan de puente para conducir a Él: elección es siempre elección para el otro. En la historia del pueblo de Israel, podemos volver a recorrer las etapas de un largo camino en el que Dios se da a conocer, se revela, entra en la historia con la Palabra y con la acción…

Ahora bien, la plenitud de la Revelación de Dios, alcanza su cumbre en Jesús de Nazaret, Dios visita realmente a su pueblo, visita la humanidad de un modo que va más allá de toda espera: envía a su Hijo unigénito; Dios mismo se hace hombre. Jesús no nos dice algo sobre Dios, no habla simplemente del Padre, sino que es Revelación de Dios, porque es Dios, y nos revela de este modo el rostro de Dios. San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, escribe: <A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo lo dio a conocer> (Jn 1,18)…

En Jesús se cumple la promesa del <nuevo profeta> (Deuteronomio). En Él se ha hecho plenamente realidad lo que en Moisés era sólo imperfecto: Él vive ante el rostro de Dios no sólo como amigo. Sino como Hijo, vive en la más intima unidad con el Padre…
La doctrina de Jesús no procede de enseñanzas humanas, sean del tipo que sean, sino del contacto directo con el Padre, del diálogo <cara a cara>, de la visión de Aquel que descansa en el <seno del Padre>”

Sí, Jesús es Aquel que descansa en el <seno del Padre>, es Aquel que trajo la salvación a los hombres, como en su día profetizó el anciano Simeón (Lc 2, 27-32):

"Vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar los padres con el niño Jesús, para cumplir lo prescrito por la Ley sobre él / le tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: <Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra> / porque mis ojos han visto tu salvación / la que has preparado ante la faz de todos los pueblos / <luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo de Israel>"
 



 

 

 

martes, 19 de enero de 2016

JESÚS Y EL MIEDO DE LOS HOMBRES (II)


 
 
 



El Señor nos repite constantemente ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de dar a conocer mi Palabra! ¡No tengáis miedo de recordar a las gentes el mensaje divino! Esta presencia de ánimo, contra el mal, contra el miedo a lo desconocido o a los sucesos, muchas veces incomprensible para una inteligencia humana, debía estar presente en sus Apóstoles y así se lo hizo saber en primer lugar a aquel Apóstol que Él eligió para que fuera cabeza de su Iglesia. Nos cuenta, San Lucas refiriéndose a este tema primordial para los seguidores de Cristo, el milagro de la pesca milagrosa, la cual asombró y asustó tanto a sus discípulos, que  Simón Pedro postrándose a los pies de Jesús le dijo: <Apártate de mí, porque soy un hombre pecador, Señor> (Lc 5, 8), pero Jesús respondió: <No temas, desde ahora  serás pescador de hombres>.

El Papa San Juan Pablo II en su Homilía del domingo 8 de febrero de 1998, durante su visita pastoral a la parroquia romana del Niño Jesús en Saccopastore, recordaba la docilidad que los hombres le debemos a Dios, siguiendo el ejemplo de aquel que Él eligió como cabeza de su Iglesia:
“Después de haber hablado a la multitud desde la barca de Simón, Jesús le pide que se alejen de la costa para pescar. Pedro replica manifestando las dificultades que habían encontrado la pasada noche, durante la cual, aun habiendo bregado, no habían logrado pescar nada. Sin embargo se fía del Señor y realiza su primer gesto de confianza en Él: <Por tu palabra echaré las redes> (Lc 5,5).

El prodigio de la pesca milagrosa, es un signo elocuente del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la misión que se confiará al pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del Evangelio una multitud innumerable  de hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.

La llamada de Pedro y de los primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde la libre adhesión del hombre. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser humano a tomar conciencia de sus límites, a la vez que, del poder de la gracia de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: <No temas desde  ahora serás pescador de hombres>.

El éxito final de la misión, está garantizada, por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en Él y que aceptemos dócilmente su voluntad”

 



Confiemos, pues, siempre en la voluntad de Dios, ¡No tengamos miedo! Como dice el Salmo 23: ¡El Señor es mi Pastor nada me falta!

Por otra parte, en la <Epístola a los hebreos>, refiriéndose al Sacerdocio de Cristo al modo de Melquisedec  podemos leer (Heb 5, 5-7):

-Cristo no se glorificó así mismo en hacerse Pontífice, sino el que le habló (Sal 2, 7): <Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado>.

-Como también en otro lugar dice (Sal 109, 4): <Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

-El cual en los días de su carne, habiendo ofrecido plegarias y súplicas con poderoso clamor y lagrimas al que le podía salvar de la muerte, y habiendo sido escuchado por razón de su reverencia,

-aún con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que era obediencia;

-y consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna,

-proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

 



San Pablo alude en su Epístola al hecho de que Cristo en los <días de su carne>, esto es, durante su Pasión y más concretamente durante su oración al Padre en el huerto de los olivos  <ofreció plegarias y súplicas con poderoso clamor y lagrimas al que le podía salvar de la muerte>, y fue escuchado, pues el Padre envió un ángel del cielo, el cual le confortaba (Lc  22, 43). Pero también nos recuerda el Apóstol  que <aún con ser Hijo, aprendió de las cosas que padeció lo que era la obediencia>, más aún, lo que era la perfecta obediencia, hasta la muerte, y muerte de Cruz. Y con la consumación de tan tremendo hecho, fue glorificado consiguiendo para nosotros, los hombres, <la salud eterna>. Por eso, el Señor nos repite cada día ¡no tengáis miedo de dar a conocer mi Palabra!

Algunos hombres, como el Papa Pablo VI han tenido el valor de darla a conocer. Sin embargo, hoy en día vivimos en un mundo convulso, lleno de recelos, de angustias, a veces hasta de miedo…La Verdad absoluta, que es Cristo, el Hijo único de  Dios quiere ser tapada con la falsedad institucionalizada. El mal se ha instalado en el alma de muchos seres humanos que niegan a su Creador y que anhelan convencer a los creyentes de que esto debe ser así, dando lugar de este modo a un panorama  lleno de confusionismo y medias verdades. Y todo ello ha sucedido a pesar de las palabras de Jesús (Jn 12, 46-48):
-Yo vine como luz del mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas

-Y quien oyere mis palabras y no las guardare, yo no le juzgo, porque no vine para juzgar el mundo, sino para salvar el mundo.

-Quien me desecha y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzga. La palabra que hablé, esa le juzgará en el último día.

 
 




La tendencia a aceptar por una parte, nada despreciable de la sociedad, los mensajes de un gnosticismo encubierto, nos motiva como diría San Juan Pablo II: <A mirar al Señor y a sumergirnos en una meditación profunda y humilde sobre el misterio de la suprema potestad de Cristo>. Este Papa, en distintas ocasiones, se ha manifestado en contra de las religiones o   sectas, que tanto daño causan, incluso entre los creyentes de buena fe, ansiosos de modernidad, descontentos con, el mal llamado, autoritarismo de la Iglesia católica,  buscadores de nuevas alternativas de espiritualidad, sin reparar que para el cristiano no tiene sentido hablar del mundo, como de un mal radical, tal como preconizan algunas de estas ideologías, ya que al comienzo del camino, los seres humanos siempre encontraremos al Dios Trino que no se desentiende de todo lo por Él creado, especialmente del hombre, del cual se preocupa y no abandona jamás, como algunos acólitos del demonio quieren hacernos creer …
En contra de estos idearios, el Papa se expresaba claramente en los siguientes términos, a finales del siglo pasado (San Juan Pablo II <Cruzando el umbral de la esperanza>  Editado por Vittorio Messori. Círculo de Lectores S.A. 1995):

“No está fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, de técnica y métodos de meditación y ascesis. En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio espiritual y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente…

Cuestión aparte es el renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma llamada <New Age>. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano”

 



Por su parte, el Papa Benedicto XVI al analizar el enfrentamiento del cristianismo con el gnosticismo aseguraba también, a principios de este nuevo siglo (Joseph Ratzinger <La unidad de las naciones>. Ediciones Cristiandad, S. A. Madrid 2011):
“El cristianismo se presentó ante el mundo como una entidad revolucionaria, no en el sentido de un movimiento subversivo violento <desde el momento en que a la autoafirmación mediante la fuerza de las armas, contraponía la fe en el poder más fuerte de la entrega que vence en el momento de la derrota>, pero sí en el sentido de cuestionar radicalmente los fundamentos intelectuales de los que vivía la Antigüedad y sobre los que se apoyaba su Cosmos, su forma de orden del mundo.

La revolución cristiana, tiene un límite intrínseco y se diferencia de la revolución gnóstica, que es absoluta. Ha sido mérito de H. Jonas (1954), haber hecho comprensible que la esencia de la gnosis es una revolución radical. Al ponerse de parte de la serpiente, de Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más verdadera intención: rechazar el Cosmos en su totalidad junto con Dios, al que desvela como un oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el sello, la clausura definitiva de la prisión que es el Cosmos. Su evangelio del <dios extranjero>, es la manera más radical de protesta contra todo lo que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida”

Tras tan tremenda denuncia de un Papa de la valía de Benedicto XVI, una vez más resuenan estas palabras en nuestros oídos: ¡No tengáis miedo! Esta frase repercute en nuestra alma como una exhortación maravillosa que nos invita a confiar siempre en la suprema potestad de Cristo, dirige nuestro paso hacia Él, tomamos conciencia de que guía el destino de la historia de la humanidad con la fuerza del Espíritu Santo; comprendemos que no estamos abandonados ante las duras pruebas que nos esperan, y nos  confirma en la fe. Y todo ello, a pesar de las constantes propagandas del maligno y sus acólitos a través de  diferentes mensajeros, que en nuestros días son muchos y muy poderosos.

 



Dejemos que esta íntima convicción  impregne nuestra existencia: Dios llama a todos los hombres para que le sigan, en algún momento de sus vidas… les pide que se conviertan en cooperadores de su proyecto salvífico…solo hay que estar atentos a esta llamada y sobre todo  ¡no tener miedo!...y recordar que ¡el silencio de Dios no existe, que es pura patraña del enemigo del hombre! Sí, como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar algún día: <Por tu palabra echaré la red>.

”Y su Palabra es la Verdad, es el Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta <buena nueva>, que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía>” (Juan Pablo II. Homilía del domingo 8 de febrero de 1998).

También los creyentes, deberíamos tener siempre presentes estas otras palabras del Señor, recogidas en el Evangelio de San Juan, en el <Libro de la gloria>, que completan su discurso de despedida (Jn 16, 7-11):
-Yo os digo la verdad: os cumple que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré

-Él, cuando viniere, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y respecto al juicio
-Con el pecado, porque no creyeron en mí;

-con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis
-y en cuanto al juicio, porque el Príncipe de este mundo ha sido juzgado

 

En efecto, como leemos en el Evangelio del Apóstol San Juan, el Señor, antes de partir de este mundo, nos recordó varios temas, que nos parecen  de vital importancia, para que  confiemos en su suprema Potestad:
1) El Espíritu Santo pondrá en evidencia el error del mundo al no creer en el Mesías; 2) la falta de justicia del mundo, por no haber creído en el mensaje del Hijo del hombre en <el tiempo de su visitación>; 3) Satanás, el Príncipe de este mundo, ha sido juzgado y todos los que le sigan ya tienen quién les juzgue.

Por otra parte, también dijo, no lo olvidemos: <No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás>. Se lo dijo a Pedro, al discípulo que eligió como <Cabeza de su Iglesia>, pero por extensión también nos corresponde a todos los creyentes aplicarnos sus divinas palabras y dar a conocer su Evangelio por todos los confines del mundo…Porque Él dice a los hombres ¡No tengáis miedo de acercaros a mí, de conocer mi mensaje y de darlo a conocer!

Él es el primer y el último fin, debemos tomar ejemplo suyo que fue humilde hasta el  sacrificio mayor de entregar la vida por todos los seres humanos. Por eso, no debemos acobardamos, ni caer en flaqueza humana; debemos por el contrario consolarnos en Él, y sobre todo cultivar el séptimo don del Espíritu Santo: el <Santo temor de Dios>.

El  <Santo temor de Dios> siempre se ha tenido por un tema  polémico, chocante si se quiere, con la insistente demanda, por parte de Jesús, a no tener miedo de su amistad, ni de acercarnos a Él con confianza. Sin embargo, no hay en este don del Espíritu Santo contradicción alguna con los deseos del Señor, todo lo contrario, son ideas complementarias y absolutamente necesarias tal como nos ha explicado el Papa San Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Círculo de lectores):

“La Sagrada Escritura contiene una exhortación insistente a ejercitarse en el  <Santo temor de Dios>. Se trata de ese temor que es don del Espíritu Santo. Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de Isaías (Is 11, 12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero no quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente <el temor de Dios> es principio de sabiduría, y la sabiduría, entre los dones del Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso, al hombre de todos los tiempos y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el <Santo temor de Dios>.
A través de la Sagrada Escritura sabemos también que tal temor, principio de sabiduría, no tiene nada en común con el <miedo del esclavo>. ¡Es temor filiar, no temor servil! El esquema hegeliano (referencia a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un mundo en el que Dios está ausente. En un mundo en el que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor filial”

 
 




No obstante a pesar de esta clarísima explicación del Papa San Juan Pablo II, algunos hombres de mentes rebuscadas y quejicosas seguirán diciendo ¿Cómo encajamos todo esto con la exhortación de Cristo de que no tengamos miedo de Él, ni de su mensaje? A los que el Papa  responde con estas palabras (Ibid):

“La expresión auténtica y plena de tal temor, es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de todo lo que es ofensa a Dios, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la libertad. El hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente de predilección para todo lo que es bueno. Ese amor, según las palabras de San Juan, expulsa todo temor (I Jn 4, 18). Todo rastro de temor servil ante el severo poder Omnipotente y Omnipresente desaparece y deja sitio a la solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien, que tiene en Él su principio y su definitivo cumplimiento”

Sabias y bellas explicaciones del Papa San Juan Pablo II, pero desgraciadamente y a pesar de ellas, tenemos que reconocer, que en un mundo como el nuestro, la gente no se suele plantear estas cuestiones con mucha frecuencia, ni siquiera con cierta frecuencia. La existencia de Dios está puesta, por así decirlo, en <tela de juicio>, y los hombres ya no quieren creer en nada que no sea demostrable mediante el empirismo, esto es, mediante la experimentación, más o menos científica, sobre  hechos planteados por el propio ser humano. Cualquier análisis de una cuestión que se salga o rebase estos límites del empirismo, queda automáticamente en entredicho entre los sabios del lugar, los cuales luego se encargarán de fabricar nuevas teorías al respecto, que nada tengan  que ver con la existencia de un Ser Superior, aunque este Ser sea el Creador del hombre y de todo lo creado.

Es el pecado de la soberbia, aquél que llevó a algunos ángeles a querer ser como Dios, como su Creador, a los que el Señor condenó para siempre, y que ahora envidiosos de los hombres quieren conquistarlos para que formen parte de sus huestes infernales…y por desgracia muchas veces lo consiguen…

Recordemos de nuevo, pues, sobre el < temor de Dios> las prudentes palabras de San Juan Pablo II (Ibid):
“Para liberar al hombre, de los poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para libertarlos de todo síntoma de miedo servil, ante esa fuerza predominante  que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón, que lleve y cultive en su propio corazón, el verdadero <temor de Dios>, que es principio de sabiduría.

Ese <temor de Dios> es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo. Ciertamente André Malraux tenía razón cuando decía que el siglo XXI sería el siglo de la religión o no sería nada en absoluto”

 




Verdaderamente el Papa San Juan Pablo II aún sigue, después de muerto, siendo un gran pescador de hombres, sus palabras así nos lo muestran. El corazón se llena de alegría y desecha todo temor al leer sus catequesis y asumirlas como ciertas. No cabe duda, como él nos decía, el séptimo don del Espíritu Santo, el <temor de Dios>, es la fuerza impulsora que debe mover a los llamados a realizar en este nuevo siglo la excelsa tarea de la <Nueva evangelización>, y decimos que es excelsa no ya porque sea notable o excelente, sino porque se ha hecho imprescindible en los tiempos de perplejidad y turbación que vivimos. No tenemos nada más que acercarnos a algunos medios de comunicación para comprobar que no estamos exagerando ni un ápice.

 



A este respecto, no debemos olvidar que el <Sacramento de la Confirmación>, que aumenta en el hombre los dones del Espíritu Santo (Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios), <además concede una fuerza especial a los que lo reciben para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras, como verdaderos testigos de Cristo,  para confesar valientemente su nombre, para no sentir vergüenza de la Cruz y sobre todo los introduce más profundamente en la filiación divina, uniéndolos más firmemente a Cristo> (Catecismo de la Iglesia Católica  nº1303).

En definitiva, con la administración de los Sacramentos, el hombre se encuentra mejor preparado para escuchar la palabra de Dios y para dar a conocer el mensaje de Jesús. Ahora bien, es necesario también, que en las sociedades exista <un terreno cultivado bien abonado>, tal como advertía el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la <Jornada de oración> por las vocaciones sacerdotales y religiosas del año 2007:

“Para que la Iglesia pueda continuar y desarrollar la misión que Cristo le confió, y no falten los evangelizadores que el mundo tanto necesita, es preciso que nunca deje de haber en las comunidades cristianas una constante educación en la fe de los niños y de los adultos; es necesario mantener vivo en los fieles un sentido activo de responsabilidad misional y una participación solidaria con los pueblos de toda la tierra. El don de la fe llama a todos los cristianos a cooperar en la evangelización. Esta toma de conciencia se alimenta por medio de la predicación y la catequesis, la liturgia y una constante formación en la oración”

 



Ciertamente la Iglesia (Decreto <Ad Gentes> del Concilio Vaticano II), ha sido enviada por Dios a las gentes para ser <el Sacramento universal de salvación> y los Apóstoles, sobre los que ha sido fundada la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, <predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias>. Es por esto que sus sucesores a lo largo de los siglos, han tenido y tienen la obligación de perpetuar el Mensaje de Jesucristo, para que <la palabra de Dios sea difundida y glorificada>, en todo el mundo.

Más concretamente, como se nos enseña también en el <Decreto de Vaticano II> anteriormente aludido,  la misión evangelizadora de la Iglesia abarca aquel tiempo que va desde la primera venida del Mesías hasta su segunda venida, en la Parusía, esto es, al final de los tiempos. Y esto es así, porque la actividad misional o evangelizadora <no es ni más ni menos que la manifestación de la epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud. Por la palabra de la predicación y por la celebración de los Sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo autor de la salvación> (Capitulo primero. Principios doctrinales. Decreto < Ad Gentes> Vaticano II).

Precisamente teniendo en cuenta, todos estos aspectos de la evangelización, el Papa Benedicto XVI, decidió convocar un <Año de la fe>, el cual comenzaría, como así fue, el 11 de octubre del año 2012, conmemoración del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, para terminar el año 2013, pero ausente ya de la Silla Papal, el Pontífice convocante del mismo, como recordamos con tristeza todos los cristianos del orbe. Y es que la Iglesia nunca se para ante acontecimientos inesperados de la historia y sigue caminando, tal como podemos comprobar por las palabras del Papa Benedicto XVI, durante la conmemoración del XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo:
“No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un <Año de la fe>. Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese <una auténtica y sincera profesión de la misma fe>, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca> (Ver Exhortación Apostólica de Pablo VI. Dada en Roma 22 de febrero de 1967): Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una <exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla, para confesarla…

En ciertos aspecto, mi Venerable Predecesor vio este Año como una <consecuencia y exigencia postconciliar>, consciente de las graves dificultades  del tiempo, sobre todo respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación”

Con este preámbulo el Papa Benedicto XVI nos sitúa ante cuales son algunas de las razones que a él le llevaron a proclamar un segundo <Año de fe>, puesto que como todos los fieles de la Iglesia católica, en particular, y los de otras comunidades cristianas, saben, la crisis de fe por la que está pasando la humanidad, es preocupante y abrumadora, y porque como el Papa Benedicto aseguraba en esta misma carta (Ibid):

“La renovación de la Iglesia pasa a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de la verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática <Lumen Gentium>, afirmaba: <Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha> (Hb 2, 17), no conoció pecado (II Co 5, 21), sino que vino solamente a, expiar, los pecados del pueblo (Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación <en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios>, anunciando la Cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (I Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar al mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. <Lumen Gentium>)”

 




Por su parte, el Papa Francisco, en su primera Audiencia general, al recoger el testigo de su venerado Predecesor, aseguró que retomaría la Catequesis sobre la Resurrección de Cristo del <Año de la fe>, propuesta por Benedicto XVI, y efectivamente así lo hizo:
“La Resurrección de Jesús es el centro del mensaje cristiano, que resuena desde los comienzos y se ha transmitido para que llegue hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: Yo os trasmití en primer lugar, lo que yo también recibí que <Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado al tercer día; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce>. Esta breve confesión de fe anuncia precisamente el misterio Pascual; con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la Muerte y la Resurrección de Jesús son precisamente el corazón de nuestra esperanza”

Recordemos que Jesús, después de su muerte, siguió pidiendo a los hombres que no tuviéramos miedo de enfrentarnos al gran misterio de su Resurrección, nos lo dijo a través  de María Magdalena  y las otras Marías que se habían acercado al sepulcro del Señor, encontrando allí a un ángel que les hizo saber que había resucitado, y más tarde, el mismo Jesús les salió al encuentro para ratificarlo con estas palabras (Mt 28, 9-10):

- ¡Alegraros! Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él

-Entonces les dijo Jesús: No temáis: Id, anunciad a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán.

Refiriéndose a este pasaje del Evangelio de San Mateo, Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret (2ª Parte) asegura que:

“Así como bajo la Cruz se encontraban únicamente mujeres <con la excepción del Apóstol San Juan>, así también el primer encuentro con el Resucitado estaba destinado a ellas. La Iglesia, en su estructura jurídica, está fundada en Pedro y los Once, pero en la forma concreta de la vida eclesial son siempre las mujeres las que abren la puerta al Señor, lo acompañan hasta el pie de la Cruz, y así lo pueden encontrar también primero como Resucitado…”

 




Es por esto que la Iglesia no puede dejar de comprender  y apreciar, la participación crucial de las mujeres en la misión de la evangelización (Benedicto XVI. <Cuando Dios llama> Ed. Rialp; S.A. 2010): “Nunca se ponderará suficientemente, lo mucho que la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión de servicio a la difusión del Evangelio”

Por otra parte, la confesión más exigente sobre los testimonios dados del misterio de la Resurrección de Jesús, se encuentra en la primera carta de San Pablo a los Corintios, con objeto de rebatir la negación de <la resurrección de los muertos> por parte de algunos miembros de aquella comunidad (I Co 15, 1-8):

-Os recuerdo hermanos, el Evangelio que os prediqué y que habéis recibido, en el perseveráis

-y por el que sois salvos, si lo guardáis tal como yo os lo anuncié, a no ser que hayáis creído en vano.

-Os transmití, pues, en primer lugar, lo que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;

-que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras;

-que se apareció a Pedro y luego a los Doce;

-después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los Apóstoles;

-por último, como un aborto, se me apareció también a mí

Con esta última expresión humilde, el Apóstol San Pablo, quiere dar a entender metafóricamente lo inaudito e inesperado de su encuentro con el Señor, en el camino de Damasco, cuando perseguía a los cristiano para llevarlos ante los tribunales de justicia de la época. Por eso sigue diciendo en esta misma carta (I Co 15, 9-11):

-Porque yo soy el menor de los Apóstoles y no soy digno de llamarme Apóstol porque he perseguido a la Iglesia de Dios.

-Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.

-Pues bien, tanto yo  como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.  

El Evangelio del que aquí habla San Pablo es el que hemos recibido los cristianos de todos los tiempos y de todos los lugares del mundo, hasta la fecha. Aquel en el que debemos perseverar para alcanzar la salvación; aquel, como asegura el Papa Francisco que es el <corazón de nuestra esperanza>. Y como también aseguraba el Papa Benedicto XVI comentando algunos de los versículos de esta Carta, que han quedado señalados para la historia de la Iglesia como <el Credo de San Pablo> (Jesús de Nazaret 2ª parte 2011):
“Los Doce siguen siendo la piedra fundamental de la Iglesia, a la cual siempre se remite. Por otra parte se subraya el encargo especial de Pedro, que le fue confiado primero en Cesárea de Filipo (Lc 5, 11), y confirmado después  en el Cenáculo (Lc 22, 32). Un cargo que lo ha introducido, por decirlo así, en la estructura eucarística de la Iglesia. Ahora después de la Resurrección, el Señor se manifiesta a él, antes que a los Doce, y con ello se renueva una vez más la misión única.

Si, el ser de los cristianos significa esencialmente la fe en el Resucitado, el papel particular del testimonio de Pedro es una confirmación del cometido que se le ha confiado de ser la roca sobre la que se construye la Iglesia”

Finalmente, recordemos una vez más que Jesucristo después de su Resurrección pronunció, de nuevo, la excelsa frase ¡No tengáis miedo! que desde el principio estamos evocando, como misiva inapelable del Señor, para todos los cristianos y también ¿por qué no? para todos aquellos hombres de buena voluntad que buscan la autentica Verdad…En cambio estas palabras de Jesús no pueden estar dirigidas a su Madre, la Virgen María, y esto es así <porque fuerte en su fe, Ella no tuvo miedo>, como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II.

 
 



El modo en que María participa en la victoria de Cristo es según este  Pontífice la que él mismo escuchó en boca del cardenal August Hlond, el cual al morir dijo: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. El Papa  recordaba en su libro <Cruzando el umbral de la esperanza>, que <durante su ministerio pastoral en Polonia, fue testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando>:
“Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí, una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, si llegaba la victoria, sería alcanzada por María.
Cristo vencerá por medio de Ella, porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo futuro estén unidas a Ella”