El apóstol san Pablo, al hablar a
los colosenses de la <vida nueva en Cristo>, da preferencia a la caridad. Así también el apóstol san Juan defiende esta
idea y en su primera Carta, dirigida a los cristianos que habían sobrevivido a
la destrucción de Jerusalén en el año 70, y que tenían graves problemas
internos; les anima con estas palabras
al hablarles del amor y la fe (I Jn 4,
7-16): “Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede
de Dios, y todo el que ama, de Dios ha nacido, y conoce a Dios / Quién no ama
no conoció a Dios, porque Dios es amor / En esto se manifestó el amor de Dios en
nosotros, en que a su Hijo Unigénito, le
envió Dios al mundo, para que vivamos
por Él / en esto está el amor: no que nosotros hubiéramos amado a Dios sino que
Él nos amó a nosotros y envió al Hijo suyo, propiciación por nuestros pecados/
Queridos míos, si Dios nos ha
amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros / Nadie ha
visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece
en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección / En esto
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado su
Espíritu / Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado
a su Hijo como Salvador del mundo / Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios / Y nosotros hemos conocido y creído
en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que está en el amor, está en Dios, y Dios en él”
Esta Carta la escribió el apóstol
San Juan probablemente algunos años después de que San
Pablo escribiera a los feligreses de la Iglesia de Colosas, por idéntico
motivo: Cerinto y sus seguidores. Ellos, habían blasfemado contra Cristo y
su Iglesia, propagando doctrinas completamente contrarias a la palabra divina, que por
desgracia, de una u otra forma, han persistido en el tiempo hasta nuestros
días, tal como han denunciado algunos de los últimos Pontífices de la Iglesia.
Por eso no es de extrañar que el apóstol inicie su Carta con estas sentidas
palabras (I Jn 1, 1-4):
“Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos contemplado y han tocado nuestras manos a cerca de la palabra de la vida
/ pues la vida se manifestó en nosotros la hemos visto y damos testimonio, y os
anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó / lo que
hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en
comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo / Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo”
Jesús es sus enseñanzas mencionó
varias veces esta tabla de salvación para la conciencia moral del
hombre, tal como recogen las preguntas del Papa San Juan Pablo II. Uno de los
ejemplos más significativos es aquel en el que Jesús narra la
parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, ante unos hombres entre los que se
encontraban algunos ricos y poderosos. Algunos
fariseos habían sido reprendidos con anterioridad por Jesús, por su extremada
avaricia y también su gran incredulidad, porque aunque eran ciertamente muy
rigurosos en la interpretación de la ley, su autosuficiencia, consecuencia de una
desmedida soberbia, les impedía reconocer en Jesús, al Hijo del hombre, al
Mesías. Jesús narró, pues, la parábola
del hombre rico y del hombre pobre, para ponerles en guardia de lo que les
esperaba a ellos, y por extensión a todos aquellos que siguieran su ejemplo,
tras la muerte y el <Juicio final> (Lc 16, 19-31):
“Era un hombre rico, que vestía
púrpura y lino fino y banqueteaba cada día espléndidamente / Por el contrario,
un pobre, por nombre Lázaro, estaba tendido junto a su puerta cubierto de úlceras
/ y deseando hacerse de lo que caía de la mesa del rico; pero hasta los perros
venían y lamían sus úlceras / Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los
ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado / Y estando
en el infierno, en medio de tormentos, levantó los ojos y vio a Abrahán a lo
lejos y a Lázaro en su seno”
“La opción de vida del hombre se
hace definitiva con la muerte, esta vida suya
está ante el juez. Su opción que se ha fraguado durante el transcurso de
toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han
destruido totalmente en sí mismos el deseo de la verdad y la disponibilidad
para el amor. Personas en las que todo se ha convertido en mentiras; personas
que han vivido para el odio y que han pisoteado en ellos mismos el amor.
Esta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría nada remediable y su destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora su ser y cuyo caminar hacia Dios las lleva sólo a culminar lo que ya son”
Esta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En semejantes individuos no habría nada remediable y su destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se indica con la palabra infierno. Por otro lado, puede haber personas purísimas, que se han dejado impregnar completamente de Dios y, por consiguiente, están totalmente abiertas al prójimo; personas cuya comunión con Dios orienta ya desde ahora su ser y cuyo caminar hacia Dios las lleva sólo a culminar lo que ya son”
En efecto, san Pablo sobre la naturaleza del Ministerio Apostólico llega a expresarse con esta claridad (I Co 3, 10-17):
“Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo puse los cimientos como sólido arquitecto, y otro edifica sobre ellos. Cada uno mire como edifica / pues nadie puede tener otro cimiento distinto del que está puesto, que es Jesucristo / Sobre este fundamento uno puede construir con oro, plata, piedras preciosas, maderas, caña y paja / El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno / Si la obra resiste la prueba de fuego, recibirá el premio / si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego / ¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él / porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo”
“Este es el que vino por agua y
sangre, Jesucristo; no por agua únicamente, sino por agua y sangre; y el
Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad / porque tres
son los que dan testimonio: / el Espíritu, el agua y la sangre / Si aceptamos
el testimonio de los hombres mayor es el testimonio de Dios. Y Dios ha dado
testimonio de su Hijo (I Jn 5, 6-9)”