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lunes, 18 de julio de 2016

LA IGLESIA DE CRISTO Y SU RESPETO POR LA MUJER




 
 
 
 
“Si nuestro siglo, en las sociedades liberales, esta caracterizado por un creciente feminismo, se puede suponer que esta orientación sea una reacción a la falta de respeto debido a toda mujer. Todo lo que escribí sobre el tema en la Carta Encíclica <Mulieris dignitatem>, lo llevaba en mí desde muy joven, en cierto sentido desde la infancia"


Son las Palabras del Papa Juan Pablo II que sigue diciendo:

"Quizá influyó en mí también el ambiente de la época en que fui educado, que estaba caracterizado por un gran respeto y consideración por la mujer, especialmente por la mujer madre. Pienso que quizá un cierto feminismo contemporáneo tenga sus raíces precisamente ahí, en la ausencia de un verdadero respeto por la mujer. La verdad revelada por la mujer es otra...
Muy significativo es, en cambio, que en el interior de esta realidad esté renaciendo la auténtica teología de la mujer. Es descubierta su belleza espiritual, su especial talento; están redefiniéndose las bases para la consolidación de su situación en la vida, no solamente familiar, sino también social y cultural.

 
 
Y, a este propósito, debemos recordar la figura de María. La figura de María y la devoción hacia Ella, vividas en toda su plenitud, se convierte así en una creativa y gran inspiración para la vida" (Papa Juan Pablo II; Cruzando el umbrala de la esperanza. Ed. Plaza & Janés S.A)

Para el Papa San Juan Pablo II, como asegura, en esta entrevista, la devoción mariana, la devoción hacia la figura de María, si se vive en total plenitud puede ser una forma muy adecuada para ir hacia un redescubrimiento de la belleza espiritual de la mujer, sentando las bases para el renacimiento de una auténtica <teología> sobre ella, tanto desde el punto de vista familiar, cómo también del social y cultural.

Porque <al llegar a la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer> (Ga 4,4) El culto mariano se funda en la admirable decisión divina de vincular para siempre, como recuerda el apóstol San Pablo, la identidad humana del Hijo de Dios a una mujer, María de Nazaret (Papa San Juan Pablo II. Catequesis del 15 de octubre de 1997)

Algunos años después durante un Congreso Cristológico organizado por la Universidad Católica San Antonio de Murcia (España), en el año 2002 interrogado el por entonces  Cardenal Joseph Ratzinger sobre el papel de la mujer en la Iglesia y en el campo de la teología, (Nadar contra corriente. Ed. A cargo de José Pedro Manglano. Planeta Testimonio S.A. 2011), la respuesta del Cardenal fue contundente:
 
 
“El tema exigiría una discusión larga. Es importante ver que, en todos los períodos de la Iglesia, la mujer ha ocupado siempre un lugar muy grande e importante. Con Jesús estaban las mujeres, con San Pablo y con los Apóstoles estaban las mujeres. Son muy poco conocidas las hermanas de los grandes padres de la Iglesia, que eran muy importantes para estas personas y que nos ofrecieron sus testimonios. Pensamos como la vida de San Jerónimo no se podría entender, sin esa gran contribución de mujeres que han aprendido hebreo y, naturalmente, griego con él, eran mujeres doctas… “

Se refiere aquí el Santo Padre a aquellas mujeres pertenecientes a la aristocracia romana como Paula, Marcela, Asela y Lea, las cuales deseando el camino de la santidad, escogieron a San Jerónimo como guía espiritual y maestro. En particular, Paula, mujer generosa, colaboró para la construcción en Belén, de dos monasterios, uno de hombres y otro de mujeres, así como una hospedería para los peregrinos que viajaban a Tierra santa.



 
 
En efecto, como seguía diciendo el Santo Padre en el Congreso anteriormente mencionado: “Cada período de la historia tiene un modo específico de la contribución de la mujer. El misterio jerárquico dentro de la Iglesia está determinado por Cristo. La contribución de la mujer pertenece al sector de la realización carismática de la Iglesia que no es menos importante que la jerárquica, es mucho más pluriforme y exige mucha más creatividad, y estoy convencido de que las mujeres de hoy tienen la creatividad necesaria para ofrecer la contribución absolutamente necesaria de la mujer”

Por otra parte, refiriéndose concretamente a la Virgen María como Madre de la Iglesia en una entrevista realizada por el periodista Peter Seewald, al ya Papa Benedicto XVI,  aseguraba que la Virgen <ha sido utilizada por Dios a través de la historia como la luz a través de la cual Cristo nos conduce hacia sí mismo> (Luz del mundo. Benedicto XVI Ed. Herder S.L. 2010):

 
 
 
“Hay que decir, pues, que existe la historia de la fe. El Cardenal Newman lo ha expuesto. La fe se desarrolla y eso influye también justamente en la entrada cada vez más fuerte de la Santísima Virgen en el mundo como orientación para el camino, como luz de Dios, como Madre por la que después podemos conocer también al Hijo y al Padre. De este modo, Dios nos ha dado signos, justamente en el siglo XX (Mensaje de Fátima), en nuestro racionalismo y frente al poder de las dictaduras emergentes, Él nos muestra  la humildad de la Madre, que se aparece a niños pequeños y les dice lo esencial: Fe, Esperanza, Amor, Penitencia”

Así mismo, como también recordaba Benedicto XVI, cuando aún era el Cardenal Joseph Ratzinger (Nadar contra corriente. Ibid):

“Los Padres de la Iglesia han visto siempre a María como el arquetipo de los profetas cristianos. Como punto inicial de la línea profética que entra posteriormente en la historia de la Iglesia. A esta línea pertenecen también las hermanas de los grandes santos. San Ambrosio debe a su santa hermana el camino espiritual que ha recorrido. Lo mismo vale para San Basilio y San Gregorio de Niza, como también para San Benito. Posteriormente en el Medievo tardío, encontramos grandes figuras místicas entre las cuales es necesario mencionar a Santa Francisca Romana. Y en el siglo XVI encontramos a Santa Teresa de Ávila, quién ha desempeñado un papel importante en la evolución espiritual y doctrinal de San Juan de la Cruz.



La línea profética vinculada a las mujeres ha tenido gran importancia en la historia de la Iglesia. Santa Catalina de Siena y Santa Brígida de Suecia pueden servir de modelos. Ambas han hablado a una  Iglesia en la que todavía existía el Colegio Apostólico y donde se administraban los Sacramentos. La Iglesia ha sido reanimada por ellas, pues no sólo supieron otorgar  nuevo valor al carisma de la unidad, sino que introdujeron también la humildad, el coraje evangélico y el valor de la evangelización”

Hermosas palabras del que sin duda fue más tarde uno de los Pontífices más doctos y relevantes del  siglo XX, que ha transmitido en hechos evidentes  que la mujer ha sido puesta en valor por Cristo y su Iglesia desde los inicios de su historia y nunca sometida a situaciones de estado de inferioridad frente al hombre.

Mención especial merece Santa Mónica (322-387), la madre de San Agustín, el gran Doctor de la Iglesia, que con paciencia y modestia, amabilidad y caridad logro  en poco tiempo que su esposo, un hombre brutal, colérico y desde luego increyente, se volviera un ser pacifico, modesto y sobre todo temeroso de Dios. Pero además el Señor le tenía reservado un triunfo mayor, gracias a sus constantes oraciones, su hijo Agustín, un joven impetuoso dominado por las pasiones y que se había convertido al maniqueísmo, fue llamado por Dios y se convirtió al cristianismo, llegando a ser Obispo de Hipona.



Su labor incansable en contra de los herejes de su época le valió el título de Doctor y Defensor de la Gracia, dejando para la posteridad más de doscientos libros, así como innumerables sermones y cartas, siendo considerado por la Iglesia como uno de los teólogos más importantes para analizar el Mensaje de Cristo.      

Sí, la Iglesia de Cristo crece en la mujer, y le ha dado dentro y fuera de la misma el lugar que sin duda se merece, no obstante, de las justas peticiones iniciales: el derecho al voto, el derecho a un trabajo remunerado, el derecho a participar en la vida social y política de sus naciones de origen…, todas ellas alcanzadas en alguna medida, algunas mujeres, han pasado a exigir otras cuestiones que nada tienen que ver con la verdadera dignidad y valor de la mujer.

 
 
La mujer no es inferior al hombre, Dios no los creó uno superior al otro, a ambos les dio un alma, pero eso sí, sus cuerpos son distintos, en función de ellos es lógico comprender la diferencia fisiológica entre ambos y sus respectivos papeles dentro de la pareja.


Recordemos que el verdadero fin de todo hombre y de toda mujer, siempre es el  mismo, la salvación de sus almas y esto es lo que los iguala a los ojos de Dios. Todos los seres humanos debemos cumplir las mismas reglas para conseguirlo: Los mandamientos de nuestro Creador, inscritos en nuestros corazones, cualquiera que sea el sexo, la raza o la nacionalidad.

El premio y el castigo por el incumplimiento de estas leyes naturales, son las mismas y los cristianos las conocemos con el nombre de infierno y gloria.  Ante el juicio final en la Parusía, los hombres y las mujeres seremos iguales, porque la justicia del Creador no entiende de diferencias de sexo, sino del alejamiento del bien o del mal, y de la búsqueda o rechazo de la vida eterna.

 
 
“Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre, sin fin, parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas, aburrido y al final insoportable (La alegría de la fe. Papa Benedicto XVI Ed. San Pablo 2012)”.

Este pensamiento ha influenciado enormemente en las sociedades de los últimos siglos, donde se ha promocionado la llamada <cultura de la muerte>,  en realidad algunas hombres no saben lo que les conviene porque en el fondo todo ser humano lo que busca es la vida <bienaventurada>, la vida que simplemente es vida, simplemente felicidad. Como decía San Agustín <a fin de cuentas, en la oración no pedimos otra cosa. No nos encaminamos hacia nada más, se trata sólo de esto>.

 
 
Los santos son los únicos que a lo largo de la historia han sabido lo que realmente convenía a sus vidas, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor,  como asegura el Papa Benedicto XVI; santa Barbara fue un ejemplo excelente a seguir entre otros muchos, pero:

“Entre todos los santos sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció unos  meses (Lc 1, 56) para atenderla durante el embarazo.

(Magnificat ánima nea dominum), dice con la oración de esta visita, <proclama mi alma la grandeza del Señor>, (Lc 1, 46), y ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente  porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí  misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (Lc 1, 38-48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios.
Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a ella y llamarla al servicio total de estas promesas.

 
 
Es una mujer de fe: < ¡Dichosa tú, que has creído!>, le dice Isabel (Lc 1, 45). El Magnificat – un retrato de su alma, por decirlo así – está completamente tejido por los hilos tomados por la Sagrada Escritura de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en Palabra suya, y su Palabra nace de la Palabra de Dios… María es en fin,  una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo?

Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama, lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narra los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la humildad con que acepta ser olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre  llegará  en el momento de la Cruz, que será la verdadera hora de Jesús. Entonces,  cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo.  María, la Virgen, la Madre, nos enseña que es el amor y donde tiene su origen, su fuerza siempre nueva” (Papa Benedicto XVI. Los caminos de la vida interior. Ed. Chrónica 2011)


 
 
Ojalá que las mujeres del siglo XXI sepamos encontrar en la Virgen María el modelo a seguir para poder decir con el Papa Benedicto XVI: ¿Quién mejor que María podría ser para nosotras la estrella de la esperanza? (La alegría de la fe. Papa Benedicto XVI. Ed. San Pablo 2012)

Recemos a la Virgen en su advocación de <María Auxiliadora>, que no es nueva, sino muy antigua, aunque en la actualidad es poco evocada. Recordemos que todos los Padres y Doctores de la Iglesia, en su gran mayoría, dan a la Virgen Santísima este título admirable. Así por ejemplo San Agustín, al que hemos mencionado antes, siempre pedía la asistencia de la Madre de Dios en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, y era un gran devoto de <María Auxiliadora>.

Son muchísimas las oraciones, que a lo largo de los tiempos se han basado en la devoción a la Virgen María, recordaremos una frase muy hermosa, de una de ellas, para desagravio de aquellas mujeres que no la acogen en su corazón:

“Oh Dios, que por la Inmaculada Virgen, preparasteis digna morada a vuestro Hijo; os suplicamos que, así como a ella la preservasteis de toda mancha en previsión de la muerte del mismo Hijo, nos concedáis también que, por medio de su intercesión, lleguemos a vuestra presencia puras de todo
pecado”