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lunes, 20 de octubre de 2014

LA FRATERNIDAD DIMENSION ESENCIAL DEL HOMBRE



 
 


Con estas palabras se expresaba el Papa Francisco en la celebración de la <XLVII Jornada Mundial de la paz>. Más concretamente el aseguraba que:

“El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunicación con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”

Estas jornadas fueron instituidas por el ya beato, Papa Pablo VI, el cual en el año 1968 se dirigía a todos los hombres de buena voluntad para exhortarles a celebrarlas el primer día de cada año civil, con el deseo de que sirvieran para mantener la paz en beneficio de la humanidad y advertía que:

“La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras, bien recibidas porque responden a las profundas y genuinas aspiraciones de los hombres, pero que pueden también servir y han servido a veces, por desgracia, para esconder el vacío del verdadero espíritu y de reales intenciones de paz, si no directamente para cubrir sentimientos y acciones de prepotencia o intereses de parte.


Ni se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen  y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones, cívicas, culturales,  morales, ó religiosas…” (Mensaje de su santidad Pablo VI para la celebración del <Día de la Paz>. El Vaticano, 8 de diciembre de 1967)     

Verdaderamente para la Iglesia católica los conflictos entre los hombres han sido constantemente una gran preocupación y lo ha manifestado a través de sus autoridades, en particular por medio de sus Vicarios de Cristo, los cuales siempre trataron de evitar las confrontaciones entre los miembros de su grey, pero también fuera de la Iglesia católica.
 


Ahí tenemos el gran ejemplo dado por el Papa Pio XI (1922-1939), uno de los Pontífices más denostado por la fuerzas del mal y cuyo lema Papal fue <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>. Precisamente en su primera Carta Encíclica <Ubi arcano>, dada en Roma el 23 de diciembre de 1922, denunciaba la falta de <paz internacional>, de <paz social y política>, de <paz domestica>, y en definitiva de la <paz del individuo>.
Concretamente, refiriéndose a las dos primeras se expresaba  en los siguientes términos:

“Los Estados, sin excepción, experimentan los tristes efectos de la pasadas guerras, peores ciertamente los vencidos, y no pequeños, los mismos que no tomaron parte alguna en las mismas.
Y dichos males van cada día agrandándose más, por irse retardando el remedio; tanto más, que las diversas propuestas y las repetidas tentativas de los hombres de estado para remediar tan tristes condiciones de las cosas, han sido inútiles, si ya no es que las han empeorado.
Por todo lo cual, creciendo cada día el temor de nuevas guerras, y más espantosas, todos los Estados se ven casi en la necesidad de vivir preparados para la guerra, y por eso quedan exhaustos los erarios, pierde el vigor la raza y padecen gran menoscabo los estudios y la vida religiosa y moral de los pueblos.
Y lo que es más deplorable, a las externas enemistades de los pueblos se juntan las discordias intestinas que ponen en peligro no sólo los ordenamientos sociales, sino la misma trabazón de la sociedad”

 


Son las palabras de un Pontífice preocupado por el futuro y el presente de la sociedad  en la que le tocó vivir, durante un periodo de la historia de la humanidad comprendido entre el final de la Primera Guerra Mundial y principios de la Segunda. Esto es, en un mundo que acababa de sufrir terribles confrontaciones internacionales y ya se encaminaba sin remedio a combates más sangrientos si cabe que los anteriores. Por este motivo ante un ambiente internacional tan enrarecido, en sus misivas, el Papa, denunciaba con frecuencia los males que ello podría acarrear a las familias y en especial a cada individuo (Ibid):

“Es particularmente doloroso ver como un mal tan pernicioso ha penetrado hasta las raíces mismas de la sociedad, es decir, hasta las familias, cuya disgregación hace tiempo iniciada ha sido muy favorecida por el terrible azote de las confrontaciones bélicas, merced al alejamiento del hogar de los padres y de los hijos, y merced a la licencia de las costumbres, en muchos modos aumentadas…
De ahí que, como el mal que afecta a un organismo o a una de sus partes principalmente hace que también los otros miembros, aún los más pequeños sufran, así también, es natural que  las dolencias que hemos visto afligir a la sociedad y a la familia alcancen también a cada uno de los individuos.

Vemos en efecto, cuan extendida se halla entre los hombre de toda edad y condición una gran inquietud de ánimo, que les hace exigentes y díscolos, y como se ha hecho ya costumbre el desprecio a la obediencia y la impaciencia en el trabajo.

Observamos también como ha pasado los límites del pudor la ligereza de las mujeres, más o menos jóvenes, especialmente en la forma de vestir y en las diversiones practicadas…
Vemos, por fin, como aumenta el número de los que se ven reducidos a la miseria, de entre los cuales se reclutan en masa los que sin cesar van engrosando el ejercito de los perturbadores del orden…”


Diríase, si no supiéramos la fecha en que esta Carta Encíclica fue redactada y publicada, que podría asociarse,  a lo sucedido en cualquier otro momento de la historia del hombre. Sin duda el Papa Pio XI refleja en su epístola, los hechos cotidianos que aquejaban a una sociedad decadente, donde la crisis económica, podía llevar al paro, a la emigración y a la indigencia de muchas familias y personas desamparadas, mientras que otros hombres sin escrúpulos se podrían enriquecer, a costa de las miserias humanas.


Las preguntas que surgen ante estos hechos podrían ser ¿Cuáles son las razones? ¿Cuáles son las causas? Las respuestas a estas cuestiones, las podemos encontrar en esta misma carta del Papa Pio XI, refiriéndose concretamente a los problemas de la sociedad de su época.

Para el Papa, las causas de estos males son, el <olvido de la caridad>, el <ansia de los bienes de la tierra>, las <concupiscencias>, y en definitiva, el <olvido de Dios> y la negación de la existencia de nuestro Creador, consecuencia de una educación fundamentalmente laica y antirreligiosa (Ibid):
“Se ha querido prescindir de Dios y de su Cristo en la educación de la juventud, pero necesariamente se ha seguido, no ya que la religión fuese excluida de las escuelas, sino que en ellas fuese de una manera oculta o patente, combatida, y que los niños se llegaran a persuadir que para vivir son de ninguna o de poca importancia la verdades religiosas, de las que nunca oyen hablar, o si oyen, es con palabras de desprecio. Pero así, excluidos de la enseñanza de Dios y su Ley, no se ve ya el modo cómo pueda educarse la conciencia de los jóvenes, en orden a evitar el mal y a llevar una vida honesta y virtuosa; ni tampoco como pueden irse formando para la familia y para la sociedad hombres templados, amantes del orden y de la paz, aptos y útiles para la común prosperidad”

 
Es lo que está sucediendo entre una gran parte de las sociedades de hoy en día, y más concretamente entre los jóvenes, porque muchas veces ni quieren estudiar, ni quieren trabajar, ni quieren seguir los consejos de sus mayores…
Sus héroes son, entre otros, algunos cantantes de moda que más parecen personajes del bajo mundo, y lo que es peor, que llevan en sus propias carnes esculpidos los símbolos del diablo…
 



El Papa Pio XI no tenía dudas al respecto, el alejamiento del hombre de Dios y de su Hijo Unigénito, Jesucristo, le conduce hacia un profundo pozo sin salidas, donde los males se acumulan y del que es muy difícil salir con éxito, aunque nunca imposible...

Una vez enumeradas y comentadas las causas de los males que afligían al mundo después de la Primera Guerra Mundial, las cuales son parecidas a las padecidas por la sociedad del siglo XXI, el Papa Pio XI recuerda los remedios que, sugeridos por la naturaleza misma del mal, son más eficaces para evitarlos y combatirlos, los cuales no deberíamos desatender, por tratarse de los consejos de un Papa del siglo pasado...

Precisamente dice este Vicario de Cristo que lo primero y principal es <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>, es decir la paz que Él dio a sus Apóstoles y por extensión a todos los que creyeran en  Él y en su Mensaje.

Es necesario que la paz de Cristo reine en el corazón de todos los hombres, porque esta clase de paz que solo puede ser <Suya> asegura que todos somos hijos de Dios y por lo tanto todos somos hermanos…


Así nos lo manifestó el Señor según el Evangelio de San Mateo (Mat 23, 1-8):

"Sobre la Cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos / Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardarlas; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen / Lían cargas pesadas e insoportables, y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con el dedo las quieren mover / Todas sus obras hacen para hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus filacterias y agrandan las franjas de sus mantos / son amigos del primer puesto en las cenas y de los primeros asientos en las Sinagogas, y de ser saludados en las plazas y de ser apellidados por los hombres Rabí / Más vosotros no os hagáis llamar Rabí, porque uno es vuestro maestro, más todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial"

Como recuerda el Papa Pio XI en su Encíclica <Ubi Arcano> refiriéndose a Jesucristo, Éste:

 


<Promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre todos los hombres>.

En efecto, porque tal cómo podemos leer en el Evangelio de San Juan, Jesús nos dio un mandamiento nuevo (Jn 15, 12-17):
"Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a otros, así como os amé / Mayor amor que éste nadie le tiene: que dar uno la vida por sus amigos / Vosotros sois mis amigos, si hicierais lo que yo os he mandado / Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe lo que hace su Señor; más a  vosotros os llamo amigos pues todas las cosas que de mi Padre oí os di a conocer / No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis frutos, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé / Esto os mando: que os améis unos a otros"


Estos versículos corresponden a uno de los discursos  del Señor  próxima ya su Pasión, Muerte y Resurrección, tan maravillosamente recordados en el <Libro de la Gloria>, del Apóstol  San Juan, el cual, cuando era de edad avanzada,  manteniendo el recuerdo imperecedero del Mensaje de Jesús y asistido en todo momento por el Espíritu Santo, escribió su Evangelio, de una riqueza teológica inigualable, en el que se recoge  esta frase del Señor  (Jn 14, 27):

 


<La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde> 

Y es que la <Paz de Cristo es garantía del derecho y fruto de la caridad>, tal como advertía  el Papa Benedicto XV (1914-1922), llamado el <Papa de la Primera Guerra Mundial>, porque su Pontificado transcurrió en gran medida durante el desarrollo de este terrible conflicto armado, que tanto daño hizo a la humanidad a comienzos del siglo veinte.

Este Papa comprendió, al igual que más tarde lo hiciera Pio XI, que el origen de la guerra, era una consecuencia directa de la situación de la sociedad de su época, la cual como resultado de la propagación de las llamadas ideas <modernistas>, se había alejado peligrosamente del <Mensaje de Cristo>...

El Pontífice, así lo hizo constar en su primera carta Encíclica <Ad Beatissimi Apostolorum>, dada el 1 de noviembre de 1914. En dicha carta, con un tono apocalíptico, tal como la situación requería, analizó las causas de la confrontación armada que ya había estallado. Hablaba de la <conciencia humana> que conduce al hombre a la llamada <lucha de clases>, del <desprecio de la autoridad divina>, del <rechazo del Evangelio de Cristo>, del <alejamiento de la Santa Madre Iglesia> y por supuesto de la <manipulación de las personas>, especialmente de las más jóvenes, muchas veces a través de las escuelas y medios de comunicación...

 



Para conseguir la superación del afán del hombre por el poder y las riquezas temporales, en definitiva, para la superación de toda la <codicia terrenal del ser humano>, el Papa Benedicto XV consideraba que era necesario ayudar a los hombres para que volvieran a anhelar el deseo de alcanzar los <bienes eternos> y comprendieran que los <bienes temporales> no conducen nunca a la verdadera felicidad…

Algunos años después, acabada la guerra, primera mundial, el Papa Benedicto XV escribió una nueva carta Encíclica titulada <Pacem Dei Munus>, en la que trataba sobre la restauración cristiana de la Paz y en la que en primer lugar alertaba sobre el peligro tremendo que representaba la persistencia del <odio entre hermanos>, a nivel internacional, y que podría, como así ocurrió años más tarde, conducir a una nueva confrontación a nivel mundial:

“Lo peor de todo sería la gravísima herida que recibiría la esencia y la vida del cristianismo, cuya fuerza reside por completo en la caridad, como lo indica el hecho de que la predicación de la ley cristiana reciba el nombre de <Evangelio de la paz>”

 


Se refiere aquí el Santo Padre a aquella catequesis del Apóstol San Pablo sobre <las armas del cristiano> tan claramente expuestas en su Carta a los Efesios (6, 11-20):

"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis sosteneros ante las asechanzas del diablo / Que no es nuestra lucha contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas / Por esto, tomad la armadura de Dios, para que podáis oponer resistencia en el día malo, y prevenidos con todos los aprestos, sosteneros / Manteneos, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y revestidos con la coraza de la justicia / y calzados los pies con la preparación pronta para el Evangelio de la paz / abrazando en todas las ocasiones el escudo de la fe con que podéis apagar todos los dardos encendidos del malvado / Tomad también el yelmo de la salud y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios / orando con toda oración y súplica en todo tiempo en espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y suplica por todos los santos / y por mí, para que al hablar se me ponga palabra en la boca con que anunciar con franca osadía el misterio del Evangelio / del cual soy mensajero, en cadenas, a fin de que halle yo en él fuerzas para anunciarlo con libre entereza, como es razón que yo hable"

 
Es verdaderamente hermosa esta descripción del Apóstol de la <Armadura del cristiano>, donde las piezas principales son el cinto, esto es, la verdad, la coraza, que es la justicia, el calzado, que es la prontitud para predicar el Evangelio de la paz, el escudo, que es la fe, el yelmo, que es la esperanza y por último la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios.

 


Por otra parte, el Papa Benedicto XV, recuerda también en su Encíclica <Pacem Dei Munus>, a todos los creyentes, que el don de la caridad, es el bien más necesario para conseguir la paz, por eso la enseñanza más repetida de Jesucristo a sus discípulos, era el <precepto de la caridad fraterna>, porque ella es consecuencia y resumen de todos los demás preceptos (Ibid):

“El mismo Jesucristo lo llamaba nuevo y suyo, y quiso que fuese como el carácter distintivo de los cristianos, que los distinguiese fácilmente de todos los demás hombres. Fue este precepto el que, al morir, otorgó a sus discípulos como testamento, y les pidió que se amaran mutuamente y con este amor procuraran imitar aquella inefable unidad que existe entre las divinas Personas en el seno de la Santísima Trinidad: <Que todos sean uno, como nosotros somos uno…para que también ellos sean consumados en la unidad (Jn 17, 21-23)>”

La paz entre los hombres implica, por tanto, la instauración del Reino de Cristo, así lo han manifestado los Pontífices y los Padres de la Iglesia; en particular aquellos como  Benedicto XV y Pio XI que se vieron, de alguna forma, involucrados, en los grandes conflictos bélicos, de los últimos siglos.



Concretamente el Papa Pio XI se expresaba en los términos siguientes:

“La paz digna de tal nombre, es la tan deseada <Paz de Cristo>, la cual no puede existir, si no se observan fielmente por todos en la vida pública, y en la privada las enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Cristo…
Solo la Iglesia por Divino mandato enseña que los hombres deben acomodarse a la Ley eterna de Dios, en todo cuanto hagan…

En esto consiste lo que con dos palabras llamamos <Reino de Cristo>. Ya que Jesucristo reina en la mente de los individuos, por sus doctrinas, reina en sus corazones por su caridad, reina en toda la vida humana por la observancia de sus leyes y por la imitación de sus ejemplos.

Reina también en la sociedad doméstica cuando, constituida por el Sacramento del matrimonio cristiano, se conserva inviolada como una cosa sagrada, en el que el poder de los padres sea un reflejo de la paternidad divina, de donde nace y toma nombre; donde los hijos emulan la obediencia del Niño Jesús, y el modo todo de proceder hace recordar la santidad de la Familia de Nazaret.

 


Reina finalmente Jesucristo en la sociedad civil cuando, tributando en ella a Dios los supremos honores, se hacen derivar de Él el origen y los derechos de la autoridad para que ni en el mandar falte norma, ni en el obedecer obligación y dignidad, cuando además es reconocida a la Iglesia el alto grado de dignidad en que fue colocada por su mismo autor a saber, tal que no disminuya la potestad de ella, pues cada uno en su orden es legítima, sino que les comunique la conveniente perfección, como hace la gracia con la naturaleza; de modo que esas mismas sociedades sean a los hombres poderoso auxiliar para conseguir el fin supremo, que es la eterna felicidad, y con más seguridad provean a la prosperidad de los ciudadanos en esta vida mortal.
De todo lo cual resulta claro que no hay <Paz de Cristo> sino en el <Reino de Cristo>, y no podemos nosotros trabajar con más eficacia para afirmar la paz que restaurando el <Reino de Cristo>”

 
Tarea difícil, sin duda, la que proponía emprender, ya en aquellos tiempos, el Papa Pio XI y que emprendió animosamente, mediante un programa mencionado en la misma Encíclica que ahora estamos recordando (Ubi Arcano).

Logró mucho, sin duda, con este plan, pero finalmente no pudo evitar que los hombres se enzarzaran de nuevo en una confrontación sin sentido, la llamada Segunda Guerra  Mundial, que como se sabe causó daños terribles para la humanidad.

 


En los años anteriores al estallido de esta guerra y a pesar de los esfuerzos del Papa Pio XI, como demuestran sus Encíclicas condenando  los falsos ideales de la época,  el laicismo  y el anticlericalismo, surgieron  con la potencia de llegar a ser considerados la <quinta esencia> de la <modernidad>; durante mucho tiempo ocultos, tomaron entonces <carta de naturaleza>  y los hombres arrastrados por sus idearios se alejaron de Cristo y de su Iglesia. De esta forma, los seres humanos quisieron sustituir el cristianismo por  falsas religiones <naturalistas> que solo a desgracias conducían, como los enfrentamientos entre hermanos, olvidados del precepto de la <caridad Divina>.

Con todo, el periodo de tiempo, anterior al estallido de la guerra, ha sido llamado por los historiadores, inexplicablemente <los felices años veinte>, porque seguramente olvidan  que la inmoralidad campaba por sus fueros entres los pueblos y con ello las costumbres licenciosas hicieron peligrar los fundamentos de la sociedad en general y de las familias en particular y llevaron a la ruina económica a muchos países.

Recordemos que durante la época del Papado de Pio XI, y en particular a principios del siglo veinte (años 30), se dieron cita una serie de adversidades para la Iglesia Católica, nada despreciables, como por ejemplo, el empuje creciente del capitalismo y por supuesto la crisis económica producida con la caída de <Wall Street> en 1929, junto con otros problemas surgidos en el mundo de la política.

Se podría decir de este Pontífice que fue un <profeta en su tiempo>, porque intuyó la debacle que se avecinaba en los próximos años del siglo en que le tocó vivir, tratando  por otra parte, con todos los medios a su alcance de evitarlos, sobre todo con su lema <la Paz de Cristo en el Reino de Cristo>.

Precisamente a este Papa se debe la fiesta de la Iglesia dedicada a <Cristo Rey>, fiesta litúrgica que se suele celebrar el último domingo del mes de octubre y que como nos dijo el Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel:



“Debe ser un día de acción de gracias al Padre por haber constituido Rey y Señor de todo a su Divino Hijo; un día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, <que se dignó trasladarnos a su reino> y hacernos participes de sus bienes, <pues en ÉL, en Cristo, poseemos la redención por su sangre y el perdón de los pecados>. Y con la redención, con la liberación del dominio del pecado, poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y con todo esto, la esperanza de ser admitidos, un día, en el futuro reino de la Bienaventuranza Eterna”.

Finalmente, deberíamos recordar ante todo las palabras de San Pablo a los Colosenses, refiriéndose a Cristo <Cabeza del universo>, el cual, quiso reconciliar en Él todas las cosas (Col 1 15-20):
"Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura / porque en Él fueron creadas todas las cosas: celeste y terrestres, visibles e invisibles. Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por Él y para Él / Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él / Él es también la cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es Él primero en todo / Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud / Y por Él y para Él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la Paz por la sangre de su Cruz"