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lunes, 16 de diciembre de 2019

ES NAVIDAD: DIOS SE HA MANIFESTADO



 
Nos recordaba el Papa Francisco, en este sentido que (Homilía en la Solemnidad de la Natividad; 24 de diciembre  de 2017): “Por su oficio, los pastores, eran hombres y mujeres que tenían que vivir al margen de la sociedad. Las condiciones de vida que llevaban, los lugares en los cuales eran obligados a estar, les impedían practicar todas las prescripciones rituales de purificación religiosa y, por tanto, eran considerados impuros. Su piel, sus vestimentas, su olor, su manera de hablar, su origen los delataba. Todo en ellos generaba desconfianza. Hombres y mujeres de los cuales había que alejarse, a los cuales  temer; se los consideraba paganos entre los creyentes, pecadores entre los justos, extranjeros entre los ciudadanos. A ellos (paganos, pecadores y extranjeros) el ángel les dice: <No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todos los pueblos (Lc 2, 11): Hoy, en la ciudad de David,  ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor”

 
 
Sucedió, en efecto, según nos narra el evangelista san Lucas, que unos pastores se encontraban en las cercanías del establo donde había nacido el Niño Jesús, y de pronto, se vieron envueltos en una claridad, junto con sus rebaños; era la luz de la gloria del Señor, dice san Lucas en su Evangelio, y de improviso, un ángel se les presentó hablándoles así (Lc 2, 10-12): “No temáis. Mirad que vengo a anunciaros la alegría, que lo será para todo el pueblo / Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor / y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”

 
Y de pronto, sigue contando san Lucas, apareció junto éste, una multitud de otros ángeles, que alababa a Dios, diciendo: <Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace>. Los pastores lógicamente debieron quedar atónitos ante estas palabras del ángel,  y se decían unos a otros (Lc 2, 15): <Vayamos a Belén para ver  esto que ha ocurrido y que el Señor nos ha manifestado>.

Los pastores con su actitud demostraron una gran fe en las palabras del ángel; ellos los marginados de aquella sociedad habían tenido el privilegio de recibir el primer anuncio de la llegada del Mesías a la tierra, tal  como había sido profetizado desde la antigüedad, y por eso se llenaron de alegría.

 
 
 
Dice el Papa Francisco recordando estos versículos (Ibid): “Esa es la alegría que esta noche estamos invitados a compartir, a celebrar y a anunciar. La alegría con la que a nosotros, paganos, pecadores y extranjeros Dios nos abrazó en su infinita misericordia y nos impulsa a hacer lo mismo. La fe esta noche nos mueve a reconocer a Dios presente en todas las situaciones, en las que lo creíamos ausente. Él está en el visitante indiscreto, tantas veces irreconocible, que camina por nuestras ciudades, en nuestros barrios, viajando en nuestros metros, golpeando nuestras puertas"

 
Sí, durante la Navidad, nos sentimos más cercanos a nuestros semejantes, por eso podemos compartir con alegría nuestra propia alegría, porque como sigue diciendo el Papa Francisco (Ibid):
“Esa misma fe nos impulsa a dar espacio a una nueva imaginación social, a no tener miedo a ensayar nuevas formas de relación donde nadie tenga que sentir que  en esta tierra no tiene lugar. Navidad es tiempo para transformar la fuerza del miedo en fuerza de caridad, en fuerza para una nueva imaginación de la caridad. La caridad que no se conforma ni  naturaliza la injusticia, sino que se anima, en medio de tensiones y conflictos, a ser <casa del pan>, tierra de hospitalidad”

 
 
 
Sí, porque como podemos leer en la Carta de san Pablo a su querido discípulo Tito, cuando le hablaba sobre la Encarnación del Hijo de Dios y los fundamentos de la ética y piedad cristiana (Tt 2, 11-15): “Se ha manifestado la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres / educándonos para que renunciemos a la iniquidad y a las concupiscencias mundanas, y vivamos con prudencia, justicia y piedad en este mundo / Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo / que se entregó a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad, y para purificar para sí un pueblo escogido, celoso por hacer el bien / Di estas cosas, y exhorta y corrige con toda autoridad”


A este propósito, el Papa Benedicto XVI, en la Homilía del 24 de diciembre de 2011, se expresaba en los siguientes términos: “La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo  a Tito, comienza solemnemente con la palabra <apparuit>, que también encontramos en la lectura  de la Misa de la aurora: <apparuit> (ha aparecido, se ha manifestado). Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad.

 
 
Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos. Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido a nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es solo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras”

 
Ciertamente así lo creemos los cristianos, así ha sucedido, pero: ¿Por qué ha aparecido? ¿Quién es realmente? La lectura de la Carta de san Pablo a su discípulo Tito remarca que también ellos (Tt 3, 3-7):  “En otros tiempos eran insensatos, desobedientes, extraviados, esclavos de la concupiscencia y diversos placeres, viviendo inmersos en la malicia y en la envidia, aborrecibles y se odiaban unos a otros / Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres / nos salvó, no por las obras justas que hubiéramos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo / que derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador / para que justificados por su gracia, fuéramos herederos de la vida eterna que esperamos”
 
 


 
Es una noche de luz: Esa luz que, según la profecía de Isaías (Is 2, 12), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén. Y los pastores descubren sencillamente que un <un niño nos ha nacido> (Is 9, 5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: <Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre> (Lc 2, 12). Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”

 
 
 
 
Ciertamente es conmovedor el hecho de que Dios se haya tenido que hacer un niño, para que podamos atrevernos  amarlo, y que como niño se haya confiado a nuestros cuidados. El típico Belén que montamos en muchas de nuestras casas los cristianos, nos habla de todo esto. Sobre todo sirve para que los más pequeños de la casa, y porque no también los más ancianos, nos recuerden una vez más que allí está  Jesús, el Señor.

 
No obstante, puede suceder también, en esta noche, lo que sucedió hace ya más de dos mil años; puede suceder lo que contaba san Juan en su Evangelio, cuando escribe (Jn 1, 9-11): “El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo / En el mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció / Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”


 
Y después nos percatamos de que, esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia  al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe:
                                                     
 <Vino a los suyos , y los suyos no le recibieron>
Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos?”