Translate

Translate

sábado, 26 de noviembre de 2011

JESÚS DIJO: YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA



 
 


San Juan nos narra en su Evangelio que durante la Última Cena, el Señor confortó a sus Apóstoles con estas palabras (Jn 14, 1-4):
-No se turbe vuestro corazón. ¿Creéis en Dios? También en mí creed.
-En la casa de mi Padre hay muchas moradas: que si no, os lo hubiera dicho, pues voy a prepararos lugar.
-Y si me fuera y os preparare lugar, otra vez vuelvo y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros.
-Y a donde yo voy, ya sabéis el camino.

El Señor, una vez más, está pidiendo a sus Apóstoles fe, fe en Dios y por tanto fe en Él y en la morada que les va a preparar, ahora que ya se aproxima el momento de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Pero Tomás, está inquieto, tiene fe en su Maestro, más quiere escuchar de sus propios labios la respuesta a una duda que se le ha presentado, respecto al camino que deben seguir para poder llegar a dicha morada (Jn 14, 5-6):
-Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿como podemos saber el camino?
-Dícele Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
 
La respuesta del Señor es muy clara, porque fuera de Él, no hay sino descamino, mentira y muerte.

Con razón el Beato Tomás de Kempis, en su libro “Imitación de la vida de Cristo. Libro III. Capitulo LXIV), nos habla de la esperanza y confianza que se debe poner sólo en Dios, con estas palabras:
“Donde tú, Señor, estás, allí es el cielo, y donde no, es muerte e infierno. A ti deseo, y por eso es necesario dar gemidos y voces en pos de ti con viva oración.
Por cierto, yo no puedo confiar en alguno que me ayude en las necesidades que se me ofrecen, sino en ti sólo, Dios mío. Tú eres mi esperanza, tú mi confianza, tú mi consolador y muy fiel en todas las cosas.
Todos los de acá buscan sus intereses; tú, Señor, sólo mi salud y mi aprovechamiento, y todas las cosas me conviertes en bien”



Nuestro actual Papa, Benedicto XVI en su Audiencia General del 27 de septiembre de 2006, presentó la figura del Apóstol Tomás, al considerar la pregunta de éste al Señor:
“En realidad, con estas palabras se pone a un nivel de comprensión más bien bajo; pero ofrecen a Jesús la oportunidad para pronunciar la famosa definición: <Yo soy el camino, la verdad y la vida>.

Por tanto, en primer lugar hace esta revelación a Tomás, pero es válida para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros, como habló con él.
Al mismo tiempo, su pregunta también nos da derecho, por así decir, de pedir explicaciones a Jesús. Con frecuencia no le comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender.

De este modo, con esta franqueza, que es el auténtico modo de rezar, de hablar con Jesús, expresamos la pequeñez de nuestra capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asimismo la actitud de confianza”

Sin duda la respuesta de Cristo es admirable y hasta cierto punto, misteriosa pues  exige de los creyentes un compromiso de fe, por el cual serán premiados, al final de los siglos, de acuerdo con su esperanzador mensaje.
Precisamente el Papa Benedicto XVI, a lo largo de su magisterio, ha defendido la idea de que la <fe nos da esperanza>, ya ahora en nuestro devenir cotidiano, para asumir las dificultades del presente, pero con la vista puesta en ese futuro al final de los siglos.
En la Carta a los Hebreos de San Pablo, cuando éstos se encontraban en una situación penosa, ya que los judíos cristianizados eran acosados por los judíos que seguían estrictamente la ley de Moisés (Judaísmo), el Apóstol les exhorta a seguir la doctrina de Jesucristo, olvidándose de temores y preocupaciones y exaltando la virtud santificadora de su doctrina, y como consecuencia de ella, la esperanza de alcanzar la santidad deseada.
Esta Carta sirve, según nuestro actual Papa, para comprender mejor, el hecho de que la <fe es la sustancia de la que se nutre la esperanza>. Más concretamente, al analizar la segunda parte de esta Carta, observamos que, en efecto, San Pablo hace una exhortación a la perseverancia en la fe, después anuncia el castigo que conlleva la apostasía, y por último habla de los recuerdos y esperanzas alcanzados en días pasados, cuando los judíos creyentes habían sido iluminados por la fe de Cristo (Hebreos 10, 32-36):
-Acordaos de los días pasados, en que habiendo sido iluminados, soportásteis recio combate de padecimientos;
-hechos, por una parte, blanco de ludibrios y tribulaciones como en público espectáculo, y por otra, hechos solidarios de los que se hallaban en semejante situación.
-Porque compartisteis los padecimientos de los encarcelados, y recibisteis con gozo el robo de vuestros bienes, sabiendo que poseéis una hacienda mejor y permanente.
- No perdisteis, pues, vuestra confianza, a la cual está vinculada una gran recompensa.
-Porque tenéis necesidad de paciencia; a fin de que habiendo cumplido la voluntad de Dios, alcancéis la promesa.

La perenne persecución de la Iglesia de Cristo, ya sea en tiempos del Apóstol San Pablo, ya sea en épocas posteriores y hasta nuestros días, ha demostrado que los creyentes soportaron y soportan hasta con alegría, los males derivados de la confiscación de sus bienes materiales, sabiendo, como saben que poseen unos bienes mucho mejores y más amplios, como consecuencia del don de la fe.

Precisamente nuestro actual Papa, Benedicto XVI, se muestra totalmente de acuerdo con esta idea y asegura que la fe otorga a la vida una nueva <base> a la que él llama <sustancia que perdura>.

Sobre esta base el hombre puede apoyarse, con la seguridad, de alcanzar una <nueva libertad>, y esta nueva libertad se ha puesto de manifiesto, según el Papa, en muchas ocasiones a lo largo de todos estos siglos, mediante el sacrificio de los santos mártires, que lo han dado todo, hasta sus vidas, por defender la fe.



También los misioneros pertenecientes o no, a órdenes religiosas, han dado y continúan dando ejemplo de <esta nueva libertad>, al renunciar en gran medida a todos sus bienes materiales, para dedicarse a la propagación entre todos los pueblos, de esa <sustancia que perdura>.
Todos sin embargo, en nuestro interior hemos sentido alguna vez, como Santo Tomás, el estigma de la duda, por eso debemos enraizarnos cada vez más en ese gran don con el que Dios nos ha proporcionado la posibilidad de la vida eterna, como dice el Papa de la <verdadera vida>.
El Apóstol Tomás era, como hemos podido  comprender, a través de su pregunta a Jesús, una persona impulsiva y muy sincera; antes de ser llamado por el Señor, había sido pescador en Galilea, al igual que Pedro, Santiago ó Juan. El momento cumbre en que esto sucedió no ha sido, sin embargo, reflejado en los Evangelios al contrario de lo que sucedió en el caso de otros discípulos, pero no obstante, siempre aparece nombrado entre los doce elegidos, esto es, entre los Apóstoles (Mt 10, 9), (Mc 3, 18) y (Lc 6, 15).
Benedicto XVI nos dice en la Audiencia General anteriormente mencionada que el nombre del Apóstol deriva de una raíz hebrea, <ta’am>, que significa <mellizo> y que de hecho  en el Evangelio de San Juan recibe el nombre de <Didimo> (Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente <mellizo>.
Sin embargo, dice el Papa que no queda claro el motivo de tal apelativo. Por otra parte, como sigue diciendo el Papa, es el Evangelio de San Juan el que nos proporciona una mayor información sobre el carácter del Apóstol Tomás.

La primera de las ocasiones en que sucede esto es con motivo de la enfermedad y muerte de Lázaro, el amigo de Jesús (Jn 11, 1-16):  
-Había un enfermo, Lázaro de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana.
 
 


-Era María la que había ungido con perfumes al Señor y enjugado sus pies con sus propios cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba ahora enfermo.
-Enviaron, pues, las hermanas a Él un recado, diciendo: Señor, mira, el que amas está enfermo.
-Oído esto, Jesús dijo: esta enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios.
-Estimaba Jesús a Marta y a su hermana y a Lázaro.
-Como oyó, pues, que estaba enfermo, por entonces quedó aún dos días en el lugar donde estaba;
-luego tras esto dice a los discípulos: Vamos a Judea otra vez.
-Dícelen los discípulos: Maestro, ahora trataban de apedrearte los judíos, ¿y otra vez vas allá?
-Respondió Jesús: ¿No son doce las horas del día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; mas si uno camina de noche, tropieza, porque falta luz.
-Esto dijo, y tras eso les dice: Lázaro nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle.
-Dijérolen, pues, los discípulos: Señor, si duerme, sanará.
-Jesús había hablado de su muerte, mas ellos pensaron que hablaba del sueño natural.
Entonces, pues, díjoles Jesús abiertamente:


-Lázaro murió, pero vamos a él.
-Dijo, pues, Tomás, el llamado Dídimo, a los condiscípulos: Vamos también nosotros para morir con Él.
Esta determinación para seguir al Señor, es verdaderamente ejemplar y nos da una lección muy valiosa, esto es: la total disponibilidad para seguir a Jesús, hasta identificar nuestra propia suerte con la de Él y querer compartir además la prueba suprema de la Cruz.

También San Pablo sintió este deseo y quiso compartirlo con aquel pueblo de los corintios, que él había evangelizado, y que se encontraba en grave peligro como consecuencia del judaísmo (II Corintios 7, 8-3):
-Dadnos cabida en vuestros corazones: a nadie hicimos agravio, a nadie ocasionamos ruina, a nadie sacamos nada.
-No digo esto para condenación; ya que antes tengo dicho que estáis en nuestros corazones para juntos morir y para juntos vivir.


Y es que San Pablo sentía tan dentro de sí a aquel pueblo, que deseaba morir junto a él, por la defensa de la fe de Cristo, si ello fuera necesario.
Recordaremos, por otra parte, que sólo el Apóstol San Juan recoge en su Evangelio, el milagro de la resurrección de Lázaro y que además nos informa del hecho interesante de que a partir de ese instante los sacerdotes y fariseos, tomaron la decisión irrevocable de matar a Jesús, asustados como estaban del hombre que era capaz, incluso, de hacer que los muertos resucitaran (Jn 11, 41-45):
-Quitaron, pues, la piedra. Jesús alzó sus ojos al cielo, y dijo: Padre, gracias te doy porque me oíste.
-Yo ya sabía que siempre me oyes; más lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste.
-Y dicho esto, con voz poderosa clamó: Lázaro, ven fuera.


-Y salió el difunto atado de pies y manos con vendas, y su rostro estaba envuelto en un sudario. Díceles Jesús: Desatadle y dejadle andar.
-Muchos, pues, de los judíos, que habían venido a casa de María, viendo lo que hizo creyeron en él.

Jesús, sin duda, se afectó muchísimo por la muerte de su amigo Lázaro, pues San Juan también nos relata en este pasaje de su Evangelio, que incluso lloró por él (Jn 11, 35). No obstante no quiso acudir rápidamente a la llamada de sus dos hermanas, porque deseaba que este milagro, uno de los más grandes, sino el más grande de los que realizó durante su vida sobre la tierra, sirviera para que los más allegados a él, esto es, sus discípulos pero también los incrédulos, comprendieran que era el Mesías, el Hijo de Dios, y que su Pasión, Muerte y Resurrección eran necesarias para la salvación de todos los hombres.
Narran los hagiógrafos, que también desde este momento, Lázaro y sus hermanas sellaron sus penas de muerte y aunque no llegaron a matarlos directamente, como sucedió con Nuestro Señor Jesucristo, si que procuraron que murieran, desterrándoles y embarcándolos en una nave sin timón ni aparejos, con objeto de que perecieran en el mar. Según algunas versiones, ellos no murieron por milagro divino, durante la travesía y pudieron llegar a Marsella, lugar donde evangelizaron a las gentes hasta a sus muertes, quizás por martirio.
La última ocasión en la que el Apóstol Tomás tiene un papel importante en los Evangelios, es con motivo, precisamente, de la Resurrección del Señor y su aparición a los discípulos en el Cenáculo, estando ausente este Apóstol. El evangelista San Juan hace una narración explicita de los hechos acaecidos (Jn 20, 24-29):


-Tomás uno de los Doce, el llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
-Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Él les dijo: Si no viere en sus manos la marca de los clavos, y no metiere mi mano en su costado no lo creo.
-Y ocho días después están allí dentro otra vez los discípulos, y Tomás entre ellos. Viene Jesús, cerradas las puertas, y puesto en medio de ellos, les dijo: Paz con vosotros
-Luego dice a Tomás: Trae aquí tu dedo, mira mis manos; y trae tu mano y métela en mí costado, y no seas incrédulo, sino creyente.
-Respondió Tomás, y dijo: ¡Señor mío y Dios mío!
-Dícele Jesús: ¡Porque me has visto, has creído! Bienaventurados los que no vieron y creyeron.

Jesús lanza una seria advertencia, a todos los hombres, con esta última frase, para enseñarnos que, sin ver, ha dado sobrados motivos para creer en su mensaje. No obstante siempre ha habido personas y siempre habrá, que como el Apóstol Tomás necesiten de una realidad material para creer y por eso dijo el Papa Juan Pablo II (Discurso de Juan Pablo II  a los jóvenes de la diócesis de Roma, 1994):

“Conocemos muy bien a esta clase de personas; entre ellas también hay jóvenes. Son empíricos, fascinados por las ciencias en sentido estricto de la palabra, ciencias naturales y experimentales. Los conocemos, son muchos, y son de alabar porque este querer tocar, este querer ver indica la seriedad con que se afronta la realidad, el conocimiento de la realidad. Y, sí en alguna ocasión Jesús se les aparece y les muestra sus heridas, sus manos, su costado, están dispuestos a decir: ¡Señor mío y Dios mío!”
Consoladoras palabras del Santo Padre, que nosotros hemos querido recoger, aunque de sobra sabemos, que falta mucho aún, para que esto sea toda una realidad; de cualquier forma, también Juan Pablo II se manifestó en los siguientes términos al hablar sobre la Resurrección de Jesús durante una de sus Catequesis:
“No tiene consistencia la hipótesis de que la Resurrección haya sido un producto de la fe ó de la credulidad de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el contrario, bajo la acción de la gracia divina, de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.
Es el mismo Jesús el que, tras la Resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un <fantasma> y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Para ello estableció relaciones directas con ellos como sucedió en el caso de Tomás”.
 

Por otra parte, como sigue diciendo el santo Padre en su Catequesis:
“La profesión de fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo <al tercer día ha resucitado de entre los muertos>, se basa en los textos evangélicos y a la vez hace conocer la primera predicación de los Apóstoles…
Los Apóstoles y los discípulos no inventaron la Resurrección. No hay rastros de una exaltación personal suya o de grupo, que los haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real…
No hay huella de un proceso creativo de orden psicológico, sociológico, o literario, ni siquiera en la comunidad  primitiva, o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron que Cristo había resucitado, simplemente porque vivieron la Resurrección como un acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente, al encontrarse varias veces con Cristo, a lo largo de cuarenta días”.

 Por su parte, el Papa Benedicto XVI se manifestó sobre el comportamiento del Apóstol Tomás diciendo que no debería tenerse en cuenta como de incredulidad, en el hecho mismo de la aparición de Jesucristo, sino en la convicción del Apóstol de que a Jesús, ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas.

Así pues, consideraría que los signos distintivos de la identidad de Jesús son después de su Resurrección, todas sus llagas, en las que se revelan, hasta que punto nos ha amado. Con ello el Apóstol, de alguna manera, nos habla también del  <Cuerpo Glorioso de Jesús>, y en definitiva nos recuerda que los cuerpos resucitados por Dios tomarán una forma distinta al cuerpo terrestre que llevaron en vida.


En este sentido, San Pablo en su Carta a los Corintios, se expresa magistralmente sobre la naturaleza de los cuerpos resucitados (I Corintios 15, 35-42):
-Más dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Y con qué linaje de cuerpo se presentan?
-Necio, lo que tú siembras no cobra vida si primero no muere.
-Y lo que siembras no es el cuerpo que ha ser, sino un simple grano, de trigo, pongo por caso, de trigo o de alguna de las otras semillas.
-Y Dios le da un cuerpo como quiere, y a cada una de las semillas su propio cuerpo.
-No toda carne es una misma carne, sino que una es la carne de los hombres, otra la carne de las bestias, otra la carne de las aves y otra la carne de los peces.
-Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero diferente es el esplendor de los celestes y diferente el de los terrestres.
-Uno es esplendor del sol, y otro es el esplendor de la luna y otro el esplendor de las estrellas. Porque entre estrella y estrella hay diferencia de esplendor.
-Así también la resurrección de los muertos.
Y más adelante en esta misma Carta, San Pablo, sigue en la misma línea, tratando de explicar a los corintios el misterio de la resurrección de los muertos y la transformación gloriosa de los cuerpos tras la misma, y lo hace con palabras sabias que animan el corazón (I Corintios 15, 50-54):
-Esto digo hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios ni la corrupción hereda la incorruptibilidad.
-Mirad, un misterio os digo. Todos no moriremos, pero todos seremos transformados;
-en un instante, en un pestañear de ojos, al son de la última trompeta; pues sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
-Porque es necesario que esto corruptible se revista de incorruptibilidad y que esto mortal se revista de inmortalidad, entonces se realizará la palabra que está escrita <Sumiré la Muerte en la Victoria>.
 
 

Respecto a la transformación del Cuerpo de Cristo en su Resurrección, el Papa Beato Juan Pablo II asegura:
“Los discípulos experimentaron una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la Resurrección, sino también la identidad de Aquél que está ante ellos, y aparece como el mismo, pero al mismo tiempo como otro <un Cristo transformado>.
No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que Él ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de reverencia y temor.
Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de Él mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe… ¡Señor mío y Dios mío!”.

Benedicto XVI en la Audiencia General, mencionada anteriormente, refiriéndose a esta oración: ¡Señor mío y Dios mío!, con la que el Apóstol Tomás toma un papel relevante en el Evangelios de San Juan, se expresó en los términos siguientes:
“Cristo se convierte para nosotros en la verdad. San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, ha puesto de relieve como el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra algo que lo atrae y le despierta deseo.
 
 
 


Así, pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo Obispo exclama: ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad? Por eso el Señor Jesús, <el Camino>, <la Verdad> y <la Vida>, se dirige al corazón anhelante del hombre que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae al mundo hacia sí.
Jesús es la estrella Polar de la libertad humana: sin Él, pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se  reduce a un arbitrio estéril. Con Él, la libertad se reencuentra”.
Desde la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, en el Cenáculo de Jerusalén, la historia de Santo Tomás sólo es conocida a través de los datos suministrados por la Tradición de la Iglesia, y está llena de bellas leyendas acerca de su persona.
Según el gran erudito Orígenes (siglo III), evangelizó en primer lugar en Siria y en Persia, tal como recogen los escritos del Padre de la historia de la Iglesia Eusebio de Cesárea (siglo IV), pero más tarde pudo llegar hasta la India Occidental, desde donde después el cristianismo llegaría también al sur de la India. No obstante, las leyendas hablan asimismo, de su estancia en el reino de China, donde se encontró una piedra grabada con un texto en chino, compendio de la doctrina cristiana.
Dice Su Santidad Benedicto XVI que la figura de Tomás fue de notable importancia en el ámbito de las primeras comunidades cristianas y esto queda reflejado en el hecho significativo de que varios escritos fueron realizados con su nombre, como por ejemplo <Hechos> y el <Evangelio de Tomás>, ambos apócrifos, pero que son interesantes y pueden servir para el estudio de los orígenes del cristianismo, según el Papa.
Se cree que murió martirizado en la India, por causa de los brahmanes, que odiaban al santo por haber conseguido convertir al cristianismo a su rey, de hecho uno de sus atributos iconográficos es la lanza, que según parece fue el arma utilizada para quitarle la vida. Sus restos pudieron ser trasladados por un mercader desde la India hasta Edessa (al norte de Mesopotamia), pero posteriormente parece que fueron traslados a Italia, donde son veneradas. La Iglesia celebra en la actualidad su santo el 3 de julio, coincidiendo con las fiestas de los cristianos de la India.
 


Recordaremos finalmente de nuevo aquella pregunta de Jesús, el Buen Pastor, a Tomás: ¿Por qué me has visto has creído? , y su afirmación siguiente ¿Dichosos los que no han visto y han creído?

Y es que los discípulos del Señor fueron comprendiendo paulatinamente toda su grandeza, hasta llegar a ver con claridad lo que <Hera desde el comienzo>, esto es, que Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Quizás el Apóstol Tomás fuera uno de los que primero comprendieron esta verdad en su totalidad y por eso declaró de forma instantánea y rotunda su bella oración.
El hombre de hoy sigue debatiéndose en la duda, es la eterna lucha entre el bien y el mal que persiste a lo largo su historia, y esta lucha conlleva el enfrentamiento entre la posición egoísta que le conduce a amarse asimismo, por encima de toda otra cosa y la aptitud de amor al prójimo que le lleva a sacrificios insospechados en un momento dado.
El Papa Benedicto XVI lo expresa con estas carismáticas palabras (Exhortación Apostólica Postsinodal <Sacramentum Caritatis>. XI Asamblea Sinodal 2005):
“La verdad del pecado original se confirma. Una y otra vez, el hombre al caer de su fe, quiere volver a ser solamente él mismo, se vuelve pagano en el sentido más profundo de la palabra. Pero una y otra vez, se pone también de manifiesto la presencia divina en el hombre”