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lunes, 1 de mayo de 2017

JESÚS Y SUS SACRAMENTOS (IV): EL MATRIMONIO


 
 
 
 



El Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica: <Evangeli Nutandi>, dada en Roma, durante la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el 8 de diciembre de 1975, aseguraba que:

“Nunca se insiste bastante en el hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina. Porque aquella debe conducir a la vida: a la vida natural, a la que da sentido nuevo, gracias a las perspectivas evangélicas que le abre; a la vida sobrenatural, que no es una negación, sino purificación y elevación de la vida natural. Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete Sacramentos y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen.

La evangelización despliega de este modo toda su riqueza cuando realiza la unión íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los Sacramentos. En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que si los Sacramentos se administran sin darles un solo apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, acabaría por quitarles gran parte de su eficacia. La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe, de tal manera, que conduzca a cada cristiano a vivir – y no recibir de modo pasivo o apático – los Sacramentos como verdaderos Sacramentos de la fe”

 


Como el Papa dice no existe Sacramento alguno que  pueda recibirse de forma apática, es decir de forma indolente o con dejadez, y en concreto  el matrimonio, es necesario, desde luego, recibirlo como verdadero Sacramento de la fe. Esto es así por varias razones tal como también  se nos explica en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº  1606):

“Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu del dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal”.

Así mismo como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1607) y (nº1608)):

-Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia, primera ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del Creador (Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3, 16b); la hermosa vocación del hombre y la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19)

-Sin embargo, el orden de la creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan de la ayuda de la gracia de Dios, que en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó al comienzo

 


Sí, en los tiempos que corren, algunas veces existe la creencia en ciertas parejas que quieren formar una familia cristiana que este tema crucial para la sociedad, <no es para tanto>, que hombre y mujer pueden atar sus vidas, sin que sea necesario tomar demasiado  en cuenta las enseñanzas de  Jesús predicadas por su Iglesia; pero se equivocan, pues está probado que cuando una pareja se funda sobre la base de esta premisa, desde el principio de sus relaciones, los resultados suelen ser catastróficos, para ellos y para sus familiares, y en el futuro para los hijos que puedan nacer de dicha unión.

El Papa San Juan Pablo II durante el encuentro que mantuvo con las familias el 12 de abril de 1980, denunciaba la situación  <entre luces y sombras> existente en las mismas, ya a finales del siglo XX:

“Los testimonios, que todos hemos escuchado con atención y sentimientos de viva participación nos ofrecen – me parece – un retrato fiel y sugestivo de la familia en este tiempo nuestro.

<Luces y sombras>, expectativas y preocupaciones, problemas graves y sólidas esperanzas forman parte de este retrato. Al mirarlo, pienso que realmente los estudiosos, en el futuro, podrán decir que nuestro siglo ha sido el de la familia. Efectivamente, jamás como en este siglo la familia ha sido embestida por tantas amenazas, agresiones y erosiones. Pero, al mismo tiempo, nunca, como en este siglo se ha salido al encuentro de la familia con tantas ayudas, lo mismo en el plano eclesial como civil.

Particularmente la reflexión teológica, como la actividad pastoral, en las diversas parroquias, no se cansan de ofrecer a la familia puntos de referencia y caminos concretos para la superación de las dificultades y para el propio perfeccionamiento. Si se puede decir lo que afirmaba mi predecesor Pío XII, al terminar la segunda guerra mundial, esto es, que en nuestra sociedad llena de sufrimientos, la familia es la gran enferma, se debe, decir también, que son muchos los que quieren ofrecer válidos remedios y ayudas a la familia. La Iglesia, de acuerdo con su misión – el Sínodo que se celebra en estos días, es un testimonio de ello – está dispuesto a ofrecerle la <medicina evangeli>, el <remedium salutis>”.

 




A pesar de las palabras de aliento del Papa San Juan Pablo II, a finales del pasado siglo, tenemos la impresión al comienzo de este nuevo siglo, que sigue siendo imprescindible y urgente: < devolver la confianza a las familias cristianas>, en medio de la <tempestad en que se hayan todos sus componentes>.
Los esfuerzos de la Iglesia a favor del Sacramento del matrimonio y por consiguiente de la familia, fueron enormes ya en el pasado siglo, prueba evidente de esta afirmación es el documento emitido por la Comisión teológica Internacional sobre la <Doctrina católica del matrimonio>.

En la introducción de este interesante documento, se nos indica que:
“Aunque dispersa en varios documentos como <Lumen Gentium>, <Gaudium et Spes>, <Apostolicam Actuositatem>, la doctrina del Concilio Vaticano II sobre el matrimonio y la familia ha sido la causa de una renovación teológica y pastoral en estas materias, en la misma línea...

Pero, por otra parte, la doctrina conciliar no ha tardado en convertirse en objeto de actitudes contestatarias, en nombre de la secularización, de una severa crítica a la religión popular considerada en exceso <sacramentalista>, de la oposición a ciertas instituciones en general, así como la multiplicación de los matrimonios entre los ya divorciados. Y ciertas ciencias humanas, <celosas de su gloria> han jugado, también un papel importante en este terreno…”
(Commissio Théologique Internacional; Problèmes doctrinaux du mariage crhétiem <Louvain – la Neuve 1979>).

Un año después de la emisión de este documento, tuvo lugar el discurso del Santo Padre Juan Pablo II dirigido a las familias, anteriormente mencionado, en el que corroboraba la situación del matrimonio en aquellos momentos con sus <luces y sombras> como él destacaba y prevenía:

“Un dato que emerge en las varias experiencias presentadas ha sido la conciencia, que se podía notar en las palabras de todos, de que el amor auténtico constituye la clave de la solución para los problemas, aún de los más dramáticos como los de la quiebra del matrimonio, de la muerte del cónyuge o de un hijo, de la guerra. El camino de salida – se ha dicho – es siempre y solo el amor; un amor más fuerte que la muerte.
Pero el amor  humano es una realidad frágil he insidiada: explícita o implícitamente lo han reconocido todos. Para sobrevivir sin esterilizarse, tiene necesidad de transcenderse. Sólo un amor que se encuentra con Dios puede evitar el riesgo de perderse a lo largo del camino.

 
 


Desde diversos ángulos, cuantos han hablado nos han dado testimonio de la importancia decisiva que ha tenido en su vida el diálogo con Dios, la oración. En las vicisitudes de cada uno ha habido momentos en los que sólo a través del rostro de Dios ha sido posible descubrir de nuevo los auténticos rasgos del rostro de la persona querida”

Tras estas palabras del  Papa San Juan Pablo II como consecuencia de la experiencia vivida durante su encuentro con las familias en el año 1980, y después de más de treinta años de este suceso, a la vista de la situación del Sacramento del matrimonio y de las familias, sería necesario preguntarse: ¿Qué es por tanto el amor? ¿En qué relación deben estar el amor natural y el sobrenatural  en el seno familiar?
El Papa Benedicto XVI en su libro <El amor se aprende. Las etapas de la familia>, nos da algunas respuestas al respecto:

“En primer lugar, es importante oponerse a aquella tendencia que quiere separar el <eros> y <amor religioso>, como si se tratara de dos realidades completamente distintas. Con ese enfoque ambas realidades vendrían deformadas.
En efecto, un amor que quisiera ser sólo sobrenatural, perdería su fuerza. Por otra parte, encerrar el amor en lo finito, profanarlo y separarlo del dinamismo que tiende hacia lo eterno, falsificaría también el amor terreno…
El amante descubre la bondad del ser en la persona amada, es feliz por su existencia, dice <sí> a esa existencia y la reafirma.

Antes de cualquier consideración sobre sí mismo, antes de cualquier deseo, esta sencillamente el ser feliz por la existencia del amado, el <sí> a este <tú>.

Tan solo en un segundo momento (no en sentido temporal sino sustancial), el amante descubre también así  (puesto que la existencia del tú es algo bueno), que también su propia existencia se ha hecho más hermosa, más preciada, más feliz. Gracias al <sí> dirigido a la otra persona – al tú -  yo me percibo de un modo nuevo y puedo ahora decir que <sí> con nuevas luces a mi <yo>, como si dijéramos a <partir del sí>”

 


El Sacramento del matrimonio se basa precisamente en ese concepto de amor del que nos habla el Papa Benedicto XVI en su libro, el cual sin duda es necesario a la hora de formar una familia en la que sea posible el crecimiento en paz y sabiduría de todos sus miembros.
Hoy en día sucede que esta forma de entender el amor dentro y fuera de la familia ha cambiado mucho, pero para ir hacia derroteros muy negativos, en los que impera el <yo> sobre el <tú> y donde el egoísmo se ha adueñado de una parte o de la totalidad de los miembros que integran esta célula primaria de la sociedad.
Ante esta situación sería conveniente recordar las enseñanzas de los Papas de estos últimos siglos, sobre el Sacramento del matrimonio y la familia, como por ejemplo, los pensamientos del Papa Benedicto XVI cuando razona sobre estos temas en el libro anteriormente mencionado (Ibid):

“La verdad del matrimonio y la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, se ha hecho realidad en la historia de la salvación, en cuyo centro están las palabras: <Dios ama a su pueblo>. En efecto, la revelación bíblica es, ante todo, expresión de una historia de amor, la historia de la Alianza de Dios con los hombres; por eso, la historia del amor y de la unión de un hombre y una mujer en la alianza del matrimonio pudo ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación.

El hecho inefable, el misterio del amor de Dios a los hombres, recibe su forma lingüística del vocabulario del matrimonio y de la familia, en positivo y en negativo: en efecto, el acercamiento de Dios a su pueblo se presenta con el lenguaje del amor entre los esposos, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, se designa como adulterio y prostitución…



El valor de Sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a la gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no le hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios límites.
Y del mismo modo que la Encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la Cruz, así el amor humano auténtico es donación de sí y no puede existir si quiere liberarse de la cruz”

Así es, el <sí recíproco> que un hombre y una mujer realizan al recibir el Sacramento del matrimonio <no puede revocarse>, y este sí recíproco no aliena, no enajena a la persona que toma la decisión de unirse a otra mediante el sagrado Sacramento instituido por Jesús (al asistir a las bodas de Caná de Galilea, Jn 2, 1-12) Por el contrario éste, en Cristo, asume que <el don de la creación fue elevado a la gracia de redención>, como aseguraba el Papa Benedicto XVI.

Ciertamente la crisis que en nuestros días se cierne sobre el Sacramento del matrimonio está como asegura Benedicto XVI íntimamente ligada al alejamiento del hombre de su Creador. El hombre está llegando a límites insospechados en su caminar en el sentido contrario de su Salvador…
Ha llegado incluso a querer ocupar el puesto de Dios, desea zafarse de su presencia, de su poder infinito y, por eso, querría incluso, <resucitarse así mismo>.

Tanta locura, tanto despropósito, no puede conducir al ser humano más que a su propia destrucción y al castigo infinito de Dios, porque no debemos olvidar que Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también es infinitamente justo…

El hombre se ha empeñado en ser infiel a Dios y una consecuencia de esta actitud diabólica es causa, entre otras de la infidelidad en el Sacramento del matrimonio, olvidando como asegura el Papa Francisco que:

 <La fidelidad a las promesas es ¡una verdadera obra de arte de la humanidad! >

(Dios sale a nuestro encuentro. Las palabras del Papa Francisco. Romana Editorial, S.L. 2016. Madrid. España):
 
 



“Ninguna relación de amor, ninguna amistad, ninguna forma de querer, ninguna felicidad del bien común, alcanza la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, sino llega a habitar este milagro del alma: Fidelidad a las promesas.

Y digo milagro porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan de encantarnos y sorprendernos.
El honor a la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se puede comprar ni vender. No se puede imponer con la fuerza, pero tampoco custodiar sin sacrificio. Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor si la familia no lo hace...

Si San Pablo puede afirmar que en el vínculo familiar está misteriosamente revelada una verdad decisiva, también para el vínculo del Señor y la Iglesia quiere decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición que debe cuidar y de la cual siempre aprender, antes incluso de enseñarla y disciplinarla.

Nuestra fidelidad a la promesa está realmente siempre confiada a la gracia y a la misericordia de Dios. El amor por la familia humana, en las buenas y en las malas, ¡Es un punto de honor para la Iglesia! que Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa”

 


Sí, la Iglesia, como asegura el Papa Francisco encuentra en el <vínculo familiar> una bendición que debe cuidar y de la cual siempre aprende, antes incluso de enseñarla y disciplinarla… El amor por la familia humana, dice también el Papa, en cualquier circunstancia es punto de honor para la Iglesia…

Sucede a este respecto que en los últimos siglos, la obra de la Iglesia a favor de la familia encuentra obstáculos que muchas veces parecen insalvables, como en el caso de la entrada del <relativismo> en todo lo referente a ésta (Papa Benedicto XVI. Ibid):
“Al no reconocer nada como definitivo (el relativismo), deja como última medida sólo el propio <yo> con sus caprichos; y,  bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa el uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio <yo>…

Dentro de este horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común…
Es evidente que no sólo debemos tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de las personas, también estamos llamados a contrarrestar su predominio destructor en la sociedad y en la cultura…

Por eso, además de la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso público, de las familias cristianas, especialmente para reafirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio, y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común”

 


Sí, es muy importante el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas con objeto de reafirmar los valores de esta institución santa, entre los que se encuentra sin duda como tarea esencial  del futuro de la sociedad.


De forma casi profética, en la Carta dada a las familias del Papa san Juan Pablo II,  en Roma el 2 de febrero de 1994 (décimo sexto de su Pontificado), les hablaba a los padres en este sentido:
“Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado.

Sin embargo esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiaridad. Esto implica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los padres, pero encuentra su límite intrínseco e insuperable en su derecho prevalente y en sus posibilidades afectivas.

El principio de subsidiaridad, por tanto, se pone al servicio del amor de los padres, favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por sí solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización.

Las subsidiaridad completa así el amor paterno y materno, ratificando su carácter fundamental, con que cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo.

El proceso educativo lleva a la fase de  auto- educación, que se alcanza cuando, gracias a un adecuado nivel de madurez psicofísica, el hombre empieza a <educarse él solo>. Con el paso de los años, la auto-educación supera las metas alcanzadas previamente en el proceso educativo, en el cual, sin embargo, sigue teniendo sus raíces.




El adolescente encuentra nuevas personas y nuevos ambientes, concretamente los maestros y compañeros de escuela, que ejercen en su vida una influencia que puede resultar educativa o anti educativa.

En esta etapa se aleja, en cierto modo, de la educación recibida en la familia, asumiendo a veces una actitud crítica con los padres. Pero, a pesar de todo, el proceso de auto educación está marcado por la influencia educativa ejercida por la familia y por la escuela sobre el niño y sobre el muchacho. El joven, transformándose y encaminándose también en la propia dirección, sigue quedando íntimamente vinculado a sus raíces existenciales.

Sobre esta perspectiva se perfila, de manera nueva, el significado del cuarto mandamiento: <honra a tu padre y a tu madre> (Ex 20,12), el cual está relacionado orgánicamente con todo el proceso educativo.

La paternidad y la maternidad, elementos primarios y fundamentales en el proceso de dar a la humanidad, abren ante los padres y los hijos perspectivas nuevas y más profundas. Engendrar según la carne significa preparar la ulterior generación, gradual y compleja, mediante todo el proceso educativo.

El mandamiento del Decálogo exige al hijo que honre a su padre y a su madre; pero, como ya se ha dicho, el mismo mandamiento impone a los padres un deber en cierto modo simétrico. Ellos también deben honrar a sus propios hijos, sean pequeños o grandes, y esta actitud es indispensable durante todo el proceso educativo, incluido el escolar. El <principio de honrar>, es decir, el reconocimiento y el respeto del hombre como hombre, es la condición fundamental de todo proceso educativo auténtico”

 


El Papa Francisco recordando la labor realizada en favor de las familias por su antecesor en la silla de Pedro, San Juan Pablo II, durante su discurso con ocasión de la inauguración  del Año Judicial del Tribunal de la Rota Romana (Sábado, 21 de enero de 2017), se expresaba en los términos siguientes:

“Hoy me gustaría  volver al tema  de la relación entre fe y el matrimonio, en particular, sobre la perspectiva de fe inherente en el contexto humano y cultural en que se forma la intención matrimonial.

San Juan Pablo II explicó muy bien, a  la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, <<el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de la fe y el de la razón (…). La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción  de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe>> (Enc. Fides et ratio. Dada en Roma  en 1998). Por tanto, cuanto más se aleja de la perspectiva  de la fe, tanto más,  <<el hombre se expone al riesgo  del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del necio>>.

Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales.

Esto le impide poner orden en su mente (Pr. 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: <Dios no existe> (Salmo 14(13), 1) muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino”    

Sí también nuestro actual Pontífice se siente muy afectado por todos los problemas del Sacramento del matrimonio y de la familia en este nuevo siglo tan paganizado, el reza por todos aquellos que se encuentran afectados por esta situación (Ángelus, 29 de diciembre de 2013):

“Jesús, María y José/en vosotros contemplamos/el verdadero amor/a vosotros confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret/haz también de nuestras familias/lugar de comunión y cenáculo de oración/auténticas escuelas del Evangelio/y pequeñas Iglesias domésticas.

Santa familia de Nazaret/que nunca más haya en las familias episodios/de violencia, de cerrazón y división/que quien haya sido herido o escandalizado/sea pronto consolado y curado.

Santa familia de Nazaret/que el próximo Sínodo de los Obispos/haga tomar conciencia a todos/del carácter sagrado e inviolable de la familia/de su belleza en el proyecto de Dios
Jesús, María y José/escuchad, acoged nuestra súplica”