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domingo, 8 de diciembre de 2019

LA INMACULADA CONCEPCION: MÁS JOVEN QUE EL PECADO



 
La fiesta de la Inmaculada es un regalo que nos hace la Iglesia para caldear nuestra fe en estos primeros días de diciembre, PARA VIVIR UNA VIDA MÁS LLENA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, para vivir una vida más hermosa siguiendo el ejemplo de la Virgen,  porque como aseguraba nuestro papa Francisco (Ibid): 
“La <llena de gracia> vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Nos damos cuenta si miramos  la escena de la Anunciación. En muchos cuadros, María está representada sentada ante el ángel con un librito en sus manos. Este libro es la Escritura.

 
 
 
María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. Las Palabras de Dios eran su secreto: Cercana a su corazón, se hizo carne luego en su seno. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida.

 Miremos hoy con alegría a la <llena de gracia>. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo <no> al pecado, y a  vivir una vida bella diciendo <sí> a Dios”


 
Todos los Papas, a lo largo de los últimos siglos, se han manifestado sobre este dogma de la Iglesia aplicado a la Virgen María y han hecho maravillosas reflexiones sobre el mismo. Así por ejemplo, el Papa san Juan Pablo II, tan devoto de la Virgen María, en su Audiencia General del 29 de mayo de 1996 nos recordaba que:

“En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión <llena de gracia>, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María, durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

 
 
Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Proto-Evangelio (Gen 3,15) como una fuente más de la Sagradas Escrituras, sobre la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: <Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón>, ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies”

 
Recordemos que la traducción, a partir de la antigua versión latina anteriormente mencionada, no corresponde realmente con el texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Esto quiere decir que dicho texto no atribuye a María su victoria sobre Satanás, sino a su Hijo. Por eso sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (Ibid):

 
 
 
“Dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.

 
En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen.

Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia…

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida.

 
 
El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora”

 Unos años más tarde concretamente en 2004 durante la santa Misa con ocasión del 150 aniversario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, el Papa san Juan Pablo II se expresaba en los siguientes términos:
“¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!

Un misterio que no cesa de atraer la <contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos>. El tema del Congreso que acabo de recordar <María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia>, ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano…

 
 
El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (Ef 1, 4-5).

La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la <estirpe> que <pisará la cabeza> de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (3, 15); es el Cordero <sin mancha> (Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado. En previsión de la muerte salvífica  de Él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos.
 
 
 
 
Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (Ap 12, 11)”

 
Sí, la Virgen María es la Madre del Redentor; el sí de esta  joven de Nazaret al anuncio del ángel  san Gabriel, se puede considerar un humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, en la historia. Y esto es así, porque preservada de todo pecado se benefició de un modo muy especial de la obra de Cristo. María es la primera redimida por su Hijo, es el icono escatológico de la Iglesia.

Por eso como sigue diciendo el Papa Juan Pablo II (ibid):

 
 
“La Inmaculada, que es <comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de hermosura>, precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (Lumen Gentium 58; Redemptoris Mater, 2). En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipadamente en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua”

 
Recordemos por fin que <la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno de nosotros>, en palabras de nuestro Papa Francisco (Homilía en la solemnidad de la Natividad del Señor; 24 de diciembre de 2016).