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domingo, 1 de marzo de 2015

JESUS Y SUS SIGNOS (II)




 
 
 
En los Evangelios se narra que Jesús hizo muchos <Signos> durante su vida pública y quizás de entre todos ellos, uno de los más  significativos  fue,  la <multiplicación de los panes y de los peces>; ante este milagro las gentes que lo presenciaron y que comieron del pan que el Señor les daba, y después le buscaban preguntándole: <Maestro ¿Cuándo has llegado aquí? (Jesús una vez más se había retirado a un monte a solas para orar, después de realizar este  milagro, acercándose más tarde a  Cafarnaún).


Ante le respuesta del Señor: <Os aseguro que no me buscáis por los signos que habéis visto, sino porque comisteis pan hasta saciaros; esforzaos, no por conseguir alimento transitorio sino el permanente el que da vida eterna>, le preguntaban: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?>.
A lo que Jesús respondía: <Esta es la obra de Dios: Que creáis a quien Él envió> (Jn 6,28-29).
Ciertamente Cristo desea que todos los hombres creamos en Él, tengamos fe en Él, y por eso a las personas que curaba les decía: < Tu fe te ha salvado>, en este sentido, aseguraba el Papa San Juan Pablo II:

“Jesús quiere despertar en los hombres la fe, desea que respondan a la Palabra del Padre, pero lo quiere respetando siempre la dignidad del hombre, porque en la búsqueda de la misma fe está ya presente una forma de fe, una forma implícita, y por eso queda ya cumplida la condición necesaria para la salvación…
 
 
 
 
Dios está siempre de parte de los que sufren. Su omnipotencia se manifiesta precisamente en el hecho de haber aceptado libremente el sufrimiento. Hubiera podido no hacerlo. Hubiera podido demostrar la propia omnipotencia incluso en el momento de la Crucifixión; de hecho así se lo proponían: baja de la cruz y te creeremos. Pero no recogió ese desafío… ¡Sí! Dios es Amor y precisamente por eso entregó a su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin, como amor…” (Papa San Juan Pablo II <Cruzando el umbral de la esperanza> Círculo de lectores 1994).

 
 
 
 
El siguiente milagro  que hizo Jesús después de la <multiplicación de los panes y los peces  fue < la marcha sobre las aguas>, <quinto Signo> según el Evangelio de San Juan  (Jn 6,16-21): "Cuando se hizo tarde, bajaron sus discípulos al mar / y subiendo a la barca, se iban a la otra orilla del mar de Cafarnaúm. Y se había hecho ya oscuro, y todavía Jesús no había venido a ellos / y la mar con el gran viento que soplaba, se iba encrespando / Y cuando hubieran avanzado como unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca, y se asustaron / Pero Él les dice: Yo soy, no tengáis miedo / Querían, pues, recogerle en la barca, y en breve se halló la barca junto a la tierra a la cual iban"
 

Este hecho milagroso, fue relatado también por San Mateo (14,24-33) y San Marcos (6,47-52), pero en San Juan alcanza la categoría de <Signo> y por eso lo cuenta minimizando los detalles accesorios y poniendo sobre todo de relieve aquellos aspectos que certifican su naturaleza teológica.
El simbolismo del agua se encuentra presente en esta ocasión, al igual que en otras muchas situaciones en el Evangelio de este Apóstol, pero ahora tomando como protagonista el mar de Galilea, y ello tiene un sentido importante, respecto del conocimiento que tiene el hombre por la fe en Dios, porque como aseguraba el Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. Primera parte):
 
 
 
“Finalmente está el mar como fuerza que causa admiración y que se contempla con asombro en su majestuosidad, pero al que se teme sobre todo como opuesto a la tierra, al espacio vital del hombre… El Creador ha impuesto al mar los límites que no puede traspasar: No puede tragarse la tierra…”  Cabría preguntarse ¿Esto qué significa en el relato de San Juan? Significa quizás ¿Que el maligno en su lucha contra la iglesia de Cristo nunca alcanzará la victoria que desea, nunca podrá hacerla desaparecer de la faz de la tierra?



Los discípulos en esta ocasión se encontraban solos, el Señor había subido al monte para orar, como antes hemos recordado, evitando a la multitud que enfervorecida por el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces le buscaban para coronarle como rey; sin embargo realmente no estaban solos como pudieron comprobar cuando el Señor acudió en su ayuda estando ellos en medio de una tormenta en el mar, y además se les presenta en su condición divina al pronunciar las palabras < Yo soy, no tengáis miedo>. Este hecho implica una <Teofanía>, o manifestación de Dios en la figura humana de Cristo, esto es, se trata realmente de una <Cristofanía>.  
 
 
 
 
El mar encrespado representa, en este caso, el mundo donde el diablo ejerce su poder, en contra del hombre en general y muy especialmente en contra de la Iglesia católica. Él siempre trata de inferirle daño. No obstante, solamente Jesús, Hijo de Dios, y Dios mismo, puede hacer que su barca (la Iglesia) recorra un tan gran espacio  (veinticinco o treinta estadios) en un instante, para encontrarse a salvo en la otra orilla. En efecto como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “La Iglesia renueva cada día una lucha que  no es otra cosa que la lucha por el alma de este mundo. Si de hecho, por un lado, en él están presentes el Evangelio y la evangelización, por el otro hay una poderosa anti-evangelización, que dispone de medios y de programas, y se oponen con gran fuerza a la evangelización. La lucha por el alma del mundo contemporáneo es enorme allí donde el espíritu de este mundo parece  más poderoso.



En este sentido, la Carta Encíclica <Redenptoris Missio> habla de los modernos areópagos, es decir de nuevos púlpitos, estos areópagos son hoy el mundo de la ciencia, de la cultura, de los medios de comunicación; son los ambientes  en que se crean las élites intelectuales, los ambientes de los escritores y de los artistas”

 
 
 
Menciona San Juan Pablo II los modernos areópagos, en recuerdo de aquel Areópago ateniense donde en la antigüedad se reunían el Tribunal Supremo que también fue denominado Areópago, y ante el cual el Apóstol San Pablo dio su famoso discurso, recordado por San Lucas, en su libro, <Hechos de los Apóstoles>:


"Pablo de pie, en medio del Areópago dijo: / Atenienses, veo, que sois extremadamente religiosos / Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues ese que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo / El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es  Señor de cielo y tierra no habita en templos construidos por manos humanas / ni los sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, el que a todos da la vida y el aliento, y todo / De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar / con el fin de que lo buscasen a Él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no estaba lejos de ninguno de nosotros 7 pues en Él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: < Somos extirpe suya> / Por tanto, si somos extirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad, se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre / Así pues, pasando por alto aquel tiempo de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan / Porque tiene señalado un día en que juzgará el Universo con justicia; y ha dado a todos garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos"
 
 
 
 
"Al oír resurrección de entre los muertos, unos lo tomaban a broma, otros dijeron: De esto te oiremos hablar en otra ocasión / Así salió Pablo de en medio de ellos / Algunos se le juntaron y creyeron, de entre ellos Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Damáris y algunos más con ellos. (Hechos. San Lucas 17,16-34)" Vemos como los atenienses escucharon con agrado al Apóstol, al principio, pues les hablaba del Dios desconocido, que ellos también honraban pero cuando aseguró que este Dios había señalado el día en el que el mundo sería juzgado con justicia, por medio de un hombre predestinado por Él, para poner al alcance de todos la fe, por el hecho de haberle Resucitado de entre los muertos, se volvieron contra él. No obstante, relata también San Lucas,  que algunos paganos creyeron sus palabras y le siguieron.



Igual que entonces, en los modernos areópagos, algunos hombres  discuten y se enfrentan a la doctrina de la Iglesia, pero la iglesia entera se encuentra siempre en estado de misión y como también aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “Mientras pasan las generaciones que se han alejado de Cristo y de la Iglesia, que han aceptado el modelo laicista de pensar y de vivir, o las que ese modelo les ha sido impuesto, la iglesia mira siempre hacia el futuro; sale, sin detenerse nunca, al encuentro de las nuevas generaciones, y se muestra con toda claridad que éstas acogen con entusiasmo lo que sus padres parecían rechazar”.

 
 
 
La pregunta que surge y que el mismo Papa realiza al periodista a continuación es (Ibid): ¿Qué significa esto? Y responde: “Significa que Cristo siempre está al lado de su Iglesia, Él nos dice < Yo soy, no tengáis miedo>, como les dijo a sus Apóstoles cuando caminaba sobre las aguas… Cristo es siempre joven y el Espíritu Santo obra incesantemente… ¡Que elocuentes son las palabras de Cristo! ¡Mi Padre obra siempre y yo también obro! El Padre y el Hijo obran en el Espíritu Santo, que es el Espíritu de la verdad, y la verdad no cesa de ser fascinante para el hombre, especialmente para los corazones jóvenes…


La Iglesia a pesar de todas las pérdidas que pueda sufrir, no cesa de mirar con esperanza hacia el futuro. Tal esperanza es un signo de la fuerza de Cristo. Y la potencia del Espíritu siempre se mide con el metro de estas Palabras Apostólicas: ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio! (I Cor 9,16)”

Esta expresión ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio! de San Pablo, se comprende que está relacionada con su humilde renuncia a los derechos apostólicos, aún a sabiendas de que tiene derecho a ellos, y ésa es su recompensa (I Cor 9,15), esto es, la que tiene ante el Señor y nace del deber de anunciar su Evangelio. Por eso dice el Apóstol a los Corintios (I Cor 9,16-18): <Nadie me quitará esta gloria>, y después continúa diciendo (I Cor 9, 17-18): "Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio/
 
 
 
 
Entonces, ¿Cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Así mismo, refiriéndose al quinto Signo de Jesús, podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (C.I.C. nº 849): "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser <Sacramento Universal de Salvación>, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: <Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo>" (Mt 28,19-20).



Esto es lo que quiso mostrarnos Jesús aquel día que andaba sobre las aguas en un mar revuelto por la tormenta; Él no nos abandonará nunca, Él está siempre al lado de su Iglesia, hasta la consumación de los siglos.

Jesús estuvo durante bastante tiempo en Galilea, predicando y llevando a cabo milagros como el de la multiplicación de los panes y los peces (4º Signo), o el de la marcha sobre las aguas (5º Signo), evitando siempre a los judíos que le buscaban para matarlo, pero tras la confesión de Pedro (Jn 6,67-69): <Señor ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios>, el Señor realizó un tercer viaje a la ciudad santa de Jerusalén.
Estaba ya cercana la fiesta de los judíos denominada de los Tabernáculos, o fiesta de las Tiendas, durante la cual las gentes habitaban en chozas de ramaje, para recordar y en cierta manera reproducir el modo como habían vivido sus antepasados bajo tiendas, por espacio de cuarenta años en el desierto.

Este viaje lo hizo Jesús de incógnito, porque la secta de los fariseos y las autoridades del pueblo judío le buscaban sin cesar para encarcelarlo, por todos los milagros que hasta ese momento Él había realizado y especialmente por aquellos, como la curación del enfermo de la piscina, llevados a cabo en sábado.

Cuando estaba ya la fiesta hacia la mitad, Jesús subió al Templo  de Jerusalén para enseñar a las gentes que allí se encontraba, las cuales se maravillaban ante las cosas que decía y se preguntaban (Jn 7,15): ¿Cómo éste sabe de letras, sin haberlas aprendido? Pero Jesús respondía (Jn 7,16): <Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió>.
 
 
 
 
Más tarde, algunas sectas de los judíos que no creían en sus palabras, se enfurecían más y más contra Él, y querían averiguar su paradero con la idea fija de matarle. Jesús apareció de nuevo ante las gentes y se enfrentó a ellos preguntándoles (Jn 7,20): < ¿Por qué tratáis de matarme?>, y la turba respondía con doblez (Jn7, 20): <endemoniado estás: ¿Quién trata de matarte?>. Qué gran hipocresía la de aquella gente que tan mal juzgaba a Jesús por haber hecho milagros en sábado, por eso Él les dijo (Jn 7,22-24): <Una obra hice, y todos os maravillasteis, por eso, Moisés os dio la circuncisión, no porque provenga de Moisés, sino de los Patriarcas, y en sábado circuncidáis a un hombre.Si la circuncisión recibe a un hombre en sábado para que no pierda su vigor la ley de Moisés ¿os encolerizáis conmigo porque en sábado sané totalmente a un hombre? No juzguéis por apariencia, sino juzgad con rectitud>.



Ciertamente, como  aseguraba el Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte>: “El núcleo de las disputas sobre el sábado es la cuestión sobre el Hijo del hombre, la cuestión referente a Jesucristo mismo. En efecto, ello se pone de manifiesto especialmente en el Evangelio de San Juan (7, 30-36), cuando los fariseos y saduceos, trataban siempre de apresarle, pero no lo conseguían, porque <aún no había llegado su hora>. Se produjo durante este tiempo una gran división, incluso, entre los miembros del Sanedrín, respecto a la figura y palabras de Jesús, e incluso sus jefes, habían dado órdenes a los alguaciles para que lo apresaran de una vez por todas, y sin embargo, éstos desoyeron sus mandatos, pues decían (Jn 7,46): <Jamás hombre alguno, habló así como éste hombre>...”
 
 
 
 
En este punto, debemos recordar la valiente intervención de Nicodemo, en defensa del Señor, al cual conocía por haber mantenido una larga conversación con Él, en un pasado no muy lejano (Jn 7, 51), diciéndoles a los que querían apresarle para matarle: < ¿Por ventura nuestra ley condena al reo si primero no oye su declaración y viene en conocimiento de lo que hizo?>. A lo que los sacerdotes y fariseos respondieron (Jn 7,52):  ¿Acaso también tú eres Galileo? Investiga, y verás que de Galilea no surge ningún profeta.



Después de esto, quizás impresionados por la defensa de Nicodemo, rico fariseo, miembro del Sanedrín, dejaron a Jesús tranquilo por un tiempo, y éste de nuevo se apartó, de sus Apóstoles, subiendo al monte de los Olivos para orar; pero al amanecer volvió a bajar de nuevo al Templo a enseñar y todo el pueblo, que estaba impresionado con sus milagros, deseaba escucharle otra vez. En esta crítica situación, los fariseos y escribas trataron de ponerle una trampa presentándole a una mujer hallada en flagrante  adulterio, situación que Jesús zanjó de forma magistral poniéndoles de nuevo en ridículo  ante la multitud. (Jn 8, 3-11):

"Los escribas y los fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,  / le dijeron: <Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. / La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿Qué dices?>. / Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. / Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo, :<El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra>. / E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. / Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó sólo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. / Jesús se incorporó y le preguntó:< Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?; ¿Ninguno te ha condenado?>. / Ella contestó: <Ninguno, Señor>. / Jesús dijo:<Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más>"

 
 
 
A partir de este momento Jesús pudo hablar libremente a las gentes, durante un corto periodo de tiempo, declarándose: <Luz del mundo>; dándoles cuenta de su <origen y destino>, y advirtiéndoles que <la verdad libera al hombre> (Jn 8, 12-20, 31-47). A pesar de todas las explicaciones de Jesús algunos judíos persistían en su incredulidad y le acusaban de nuevo de estar poseído por el demonio por lo que Jesús tuvo que enfrentarse a ellos con estas palabras (Jn 8, 49-51): Yo no tengo demonio sino que honro a mi Padre y vosotros me deshonráis a mí  / Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga. / En verdad en verdad os digo: Quién guarda mi palabra no verá la muerte para siempre>"


Finalmente, y tras una  larga discusión sobre el Patriarca Abrahán, en la que Jesús llegó a afirmar (Jn 8, 58) : < En verdad en verdad os digo: Antes de que Abrahán existiera, Yo soy>, los judíos que le odiaban tomaron piedras para tirárselas pero Jesús una vez más se escapó de ellos saliendo del Templo; sin embargo al pasar por una zona, viendo a un hombre ciego de nacimiento hizo un nuevo milagro–Signo, en concreto  el sexto,( Jn 9,2-8):

"Y sus discípulos le preguntaron: <Maestro, ¿Quién pecó: Éste o sus padres, para que naciera ciego / Jesús contestó: <Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. / Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: Viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy <la luz del mundo>. / Dicho esto, escupió en la tierra hizo barro con la saliva, y se lo untó en los ojos al ciego,  / y le dijo: <Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)>. El fue, se lavó, y volvió con vista. / Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:< ¿No es ese el que se sentaba a pedir?"

 
 
Es este uno de los pasajes de los Evangelios que la iglesia suelen utilizar durante las liturgias de los domingos de Cuaresma. Tanto el Papa San Juan Pablo II como Benedicto XVI comentaron los hechos relatados por el Apóstol sobre la curación de un ciego  por el Señor, en sábado. Concretamente, Benedicto XVI  lo analizaba, según su costumbre, desde el punto de vista teológico: “Los discípulos, según la mentalidad común de aquel tiempo, dan por descontado que la ceguera de aquel hombre era consecuencia de un pecado suyo o de sus padres. Jesús, por el contrario, rechaza este prejuicio y afirma: <Ni éste pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios (Jn 9, 3). ¡Qué consuelo nos proporcionan éstas palabras!


Nos hacen escuchar la voz viva de Dios, que es Amor, Amor providencial y sabio. Ante el hombre marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, sino en la voluntad de Dios que ha creado al hombre para la vida. Y por eso declara solemnemente: <Tengo que hacer las obras del que me ha enviado, mientras es de día; viene la noche en que nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo> (Jn 9, 4-5)”

En efecto, los discípulos dan por supuesto, según las costumbres de la época que el origen de la ceguera de aquel hombre provenía de su pecado personal o del de sus padres, por eso, Jesús quiere sacarles del error en seguida, aunque como también decía, el Papa San Juan Pablo II:

“El ciego de nacimiento representa simbólicamente al hombre marcado por el pecado que desea conocer la verdad por sí mismo y sobre su destino… Sólo Jesús puede curarlo: Él es la luz del mundo. Al confiar en Él, todo ser humano espiritualmente ciego de nacimiento tiene posibilidad de volver a la luz, es decir de nacer a la vida sobrenatural” (Ángelus. Domingo 10 de marzo de 2002)

 
 
 
Conviene tener en cuenta, que la piscina de Siloé, la cual recogía el agua que fluía desde la fuente de Gibón, era un lugar emblemático de Jerusalén, y que de allí partía la procesión de la importante <fiesta de las Tiendas>;  quizás por eso Jesús lo toma como lugar muy apropiado para realizar su sexto Signo, pasando  inmediatamente a la acción,  tras su larga discusión con los fariseos y escribas.


Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Con un poco de tierra y de saliva hace barro y los unta en los ojos del ciego. Este gesto alude a la creación del hombre, que la Biblia narra con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios (Gn 2,7).De hecho Adán significa suelo, y el cuerpo humano está efectivamente compuesto por elementos de la tierra. Al curar al hombre, Jesús realiza una nueva creación. Pero esa curación suscita una encendida discusión, porque Jesús la realiza en sábado, violando, según los fariseos, el precepto festivo. Así, al final del relato Jesús y el ciego son expulsados por los fariseos: Uno por haber violado la ley; el otro porque a pesar de la curación, sigue siendo considerado pecador de nacimiento”

Los mismos vecinos que habían visto mendigar desde su niñez a este hombre ciego de nacimiento estaban asombrados del milagro realizado por Jesús aunque algunos sin embargo dudaban de que aquel hombre fuera el mismo que ellos a diario veían y conocían (Jn 9,8-9):

"Con esto los vecinos y los que antes le veían mendigar decían:< ¿No es este acaso el que estaba sentado y mendigaba?> Unos decían: Este es. / Otros decían:< No, sino que es uno que se le parece>. Él decía: Soy Yo"

La incredulidad de los hombres ante un hecho milagroso la mayor parte de las veces, es invencible, por falta de fe, aún en un caso como era este, en el que el propio Mesías  es el que lo realiza.

Todavía existen los milagros, todos los días Dios hace milagros a través de sus criaturas, aunque muchas veces estas se niegan a aceptar que el Señor está siempre del lado de los hombres y acude en su ayuda cuando lo solicitan con verdadera fe.


 
Aquellas gentes también eran incrédulas, a pesar de contemplarlos de forma directa, preguntándole al ciego de nacimiento: < ¿Cómo, pues, te fueron abiertos los ojos?> (Jn 9,10) a lo que él respondía: "<Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, y me ungió los ojos y me dijo, ve a Siloé  y lávate; con que fui, y habiéndome lavado recobré la vista>". Sin embargo los fariseos y publicanos no se daban por vencidos y le volvían a preguntar: "< ¿Dónde está Él?> y el hombre decía: < No lo sé>" (Jn 9,12).


Como era sábado los fariseos no se quedaban satisfechos porque según ellos realizar en ese día un milagro suponía violar el descanso de la ley mosaica, por eso gritaban:< Este hombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado> (Jn 9,14). Pero otros miembros de dicha secta más sensatos decían:< ¿Cómo puede ser un hombre pecador si obra semejantes señales?> (Jn 9,14), produciéndose así un enfrentamiento entre ambos bandos.

 
 
Es interesante comprobar, al referir este pasaje del Evangelio de San Juan, como los judíos atacaban la verdad del milagro mediante absurdos argumentos como por ejemplo  negando la realidad del hecho, su carácter sobrenatural y sobre todo su carácter de Señal divina. Por otra parte, la actitud ofensiva de algunos fariseos conllevaba también varios cambios de tácticas, con la pretensión de acosar con sus preguntas al que había sido un hombre ciego de nacimiento, y que había experimentado la curación.

 Le interrogaban una y otra vez sobre su curación y sobre todo sobre la persona que había realizado el milagro es decir sobre Jesús: < ¿Y tú, qué opinas de Él, de ese que te abrió los ojos?> (Jn 9,17) y el hombre respondía: <Que es un Profeta> (Jn 9,17). Todavía éstos hombres incrédulos hasta lo absurdo llamaron a su presencia a los padres del ciego para tratar así mismo de engañarlos y aturdirlos con sus preguntas, pero ellos, como no podía ser de otro modo, decían: <Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; como ahora ve no lo sabemos quién abrió sus ojos nosotros no lo sabemos; preguntadle a él, edad tiene; él dirá lo que sepa (Jn 9,20-21). Los padres dijeron esto, según San Juan Evangelista, porque temían a los escribas y fariseos (Jn 9,22), ya que se habían concertado para que si alguno lo reconociera por Mesías fuese expulsado de la Sinagoga.
 
 
 
 
Como aseguraba el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “Para quién encuentra a Jesús, no hay términos medios: O reconoce que lo necesita a Él y su luz, o elige prescindir de Él. En este último caso, tanto a quién se considera justo ante Dios como a quién se considera ateo, la misma presunción les impide abrirse a la conversión auténtica” Precisamente ésta es la actitud de los fariseos y publicanos ante el portentoso milagro realizado por Jesús, frente a la actitud del ciego que ha elegido el camino de la luz y por ello se extraña, sobre manera, este hombre agradecido, de la actitud de los que no cesan de interrogarle con malas artes sobre los hechos reales acaecidos, lo que le lleva  a exclamar:



"<Esto es precisamente lo extraño que vosotros no sabéis de donde es, y, no obstante, me abrió los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que, si uno honra a Dios y cumple su voluntad, a éste escucha. Nunca jamás se oyó decir que uno abriese los ojos de un ciego de nacimiento. Si este no viniera de Dios, no pudiera hacer nada>" (Jn 9,30-33).

La respuesta del antiguo ciego de nacimiento es clara y está cargada de una cierta ironía frente aquellos hombres déspotas y testarudos. Hay hombres así, también hoy en día, que por sistema niegan los milagros, y que dirían en este caso concreto que aquel hombre no era el ciego sino otro que lo estaba suplantando…

Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero la excelente respuesta del ciego echa por tierra la malicia de los que le acosan a preguntas, los cuales aburridos ya de no conseguir sus propósitos, sencillamente lo echaron fuera de la Sinagoga. Al enterarse Jesús de que había sido expulsado de la Sinagoga y habiéndose encontrado con él le dijo: < ¿Tú crees en el hijo de Dios?> (Jn 9,35), a lo que el hombre contestó:< ¿Y quién es, Señor, para que crea en Él? dando pie a Jesús para que revele definitivamente su identidad con estas palabras: < Le has visto, y el que habla contigo, Él es> (Jn 9,37).

 
 
Estas palabras del Señor representan el colofón final para éste sexto Signo por Él realizado. En efecto, tal como dice el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Al ciego curado,  Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. Así es, en el hombre es fuerte la tentación de construir un sistema de seguridad ideológico: Incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de éste modo uno queda cegado por su propio egoísmo”



Recordemos a tal efecto las palabras del Señor (Jn 9,40-42): "Para juicio vine yo a este mundo: Para los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. / Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él y le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos? / Dijo Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado; más ahora decís: Vemos; vuestro pecado subsiste"
 
 

 
Las palabras del Señor nos llevan a proclamar con el Papa San Juan Pablo II (Ibid): Nadie debe cerrar su corazón a Cristo. Quién se  acoge a Él, verá  la luz de la fe, una luz capaz de transformar los corazones y, por consiguiente, las mentalidades y las situaciones sociales, políticas y económicas dominadas por el pecado. <Creo Señor> (Jn 9,38). Cada uno de nosotros, como el ciego de nacimiento debe estar dispuesto a profesar humildemente su adhesión a Él”.