En la <Declaración Conjunta del Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé I>, ha quedado claramente expresada la unanimidad de ambos, respecto un tema tan importante para el cristianismo. En la misma podemos leer:
“Como nuestros venerables
predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, que se
encontraron aquí en Jerusalén hace cincuenta años, también nosotros, el Papa
Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, hemos querido reunirnos en Tierra
Santa: <Donde nuestro común Redentor,
Cristo nuestro Señor, vivió, enseñó, murió, resucitó y ascendió a los cielos,
desde donde envió el Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente>
Nuestra reunión, éste nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y de Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles Pedro y Andrés, es fuente de profunda alegría espiritual para nosotros.
Representa una ocasión
providencial para reflexionar sobre la profundidad y la autenticidad de
nuestros vínculos, fruto de un camino lleno de gracia por el que el Señor nos
ha llevado desde aquel día bendito de hace cincuenta años.
Nuestro encuentro fraterno de hoy
es un nuevo y necesario paso en el camino hacia aquella unidad a la que sólo el
Espíritu Santo puede conducirnos, la de la comunión dentro de la legitima
diversidad”
En este mismo sentido se
manifestó, en su día, el Papa San Juan Pablo II en una entrevista concedida al
conocido periodista Vittorio Messori, el cual, se dirigió con estas palabras al Pontífice: Sería posible descubrir desde
ahora una cierta vislumbre de respuesta a la pregunta que, a lo largo de los
siglos, han hecho tantos creyentes: ¿Por qué el Espíritu Santo ha
permitido tantas y tales divisiones entre los que, sin embargo, se llaman seguidores
del mismo Evangelio, discípulos del mismo Cristo?
Es una pregunta que hasta cierto punto podría tener su razón de ser, por eso, el Papa le respondía así:
Para esta pregunta podemos encontrar dos respuestas. Una, más negativa, ve en las divisiones el fruto amargo de los pecados de los cristianos.
La otra, en cambio, más positiva,
surge de la confianza en Aquel que saca el bien, incluso del mal, de las
debilidades humanas: ¿No podría ser que las divisiones
hayan sido también una vía que ha conducido y conduce a la Iglesia a descubrir
las múltiples riquezas contenidas en el Evangelio de Cristo y en la Redención
obrada por Cristo?
Quizá tales riquezas no hubieran
podido ser descubiertas de otro modo…Desde una visión más general, se
puede afirmar que para el conocimiento humano y para la acción humana tiene
sentido también hablar de una cierta dialéctica.
El Espíritu Santo. En Su
condescendencia divina, ¿no habrá tomado esto de algún modo en consideración? Es necesario que el género humano
alcance la unidad mediante la pluralidad (legitima diversidad), que aprenda a
reunirse en la única Iglesia, también con ese pluralismo en la formas de pensar
y de actuar, de culturas y de civilizaciones ¿Esta manera de entenderlo no
podría estar en cierto sentido más de acuerdo con la sabiduría de Dios, con su
bondad y providencia?”
(Cruzando el umbral de la
esperanza. Círculo de lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores,S.A.; 1995)
Después de cerca de veinte años transcurridos desde estas interesantes manifestaciones del Papa San Juan Pablo II, los principales protagonistas en el tema del ecumenismo, en la actualidad, le han dado la razón y parece que por este camino las cosas podrían llegar, antes, a buen puerto…
No obstante, tampoco deberíamos
ampararnos en estos razonamientos para justificar la lentitud excesiva con la
que se camina hacia la deseada unificación. Así lo manifestaba también el Papa
san Juan Pablo II, en aquella ocasión (Ibid):
“¡Tiene que llegar ya el tiempo
en que se manifieste el amor que nos une! Numerosos son los indicios que
permiten pensar que ese tiempo efectivamente ya ha llegado y, en consecuencia,
resulta evidente la importancia del diálogo ecuménico para el cristianismo.
Este diálogo constituye una respuesta a la invitación de la Primera Carta de
Pedro a: <Dar razón de la esperanza que está en nosotros> (I Pedro 3, 15)”
Pedro deseoso de prevenir este terrible
mal, exhorta a sus feligreses a la
constancia en la fe y la esperanza, y les recomienda que deshagan las absurdas
habladurías que circulan sobre sus creencias, llevando una vida ejemplar, e
incluso, estando dispuestos a padecer por Cristo (I P 3, 13-15):
“¿Y quién podrá haceros daño, si
sois celosos del bien?/ De todos modos, si tuvierais que padecer por causa de
la justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os
inquietéis/ sino <santificad al Señor> Cristo (Is 8, 12-13) en vuestros
corazones, dispuestos siempre para la defensa de la esperanza que abrigáis,
respondiendo a todo el que os pida razón acerca de ella”
Esta forma de actuar es la que
conduce al camino de la unión, dentro de la legítima diversidad, es la conducta
que el Papa Francisco está aplicando en sus encuentros ecuménicos. Así lo
demostró por ejemplo en el viaje apostólico a Georgia y Azerbaiyán, que
recordábamos antes. El Papa en el Palacio del Patriarcado al dirigirse a Su
Santidad y Beatitud Elías II lo hacía con estas sentidas palabras:
“Santidad, con vuestra visita
histórica al Vaticano, la primera de un Patriarca georgiano, usted abrió una
nueva página en las relaciones entre la Iglesia Georgiana y la Iglesia Católica.
En aquella ocasión, intercambió con el Obispo de Roma el beso de la paz y la
promesa de rezar el uno por el otro. Así se han reforzado los importantes lazos
que existen entre nosotros desde los primeros siglos del cristianismo.
Estos se han desarrollado y siguen siendo respetuosos y cordiales, como se pone de manifiesto también por la afectuosa acogida reservada a mis enviados y representantes; por la actividad de estudio e investigación de los fieles ortodoxos georgianos en los Archivos del Vaticano y en las Pontificias Universidades; por la presencia en Roma de una comunidad vuestra, alojada en una Iglesia de mi diócesis; y por la colaboración, sobre todo cultural, con la comunidad católica local.
La Providencia divina ha querido
que nos encontremos de nuevo y, frente a un mundo sediento de misericordia, de
unidad y de paz, nos pide que se dé un nuevo impulso, un renovado fervor a los
lazos que nos unen, signo evidente de los cuales es el beso de la paz y nuestro
abrazo fraternal.
La Iglesia Ortodoxa Georgiana,
enraizada en la predicación apostólica, especialmente en la figura del Apóstol
Andrés, y la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio del Apóstol Pedro,
tienen así la gracia de renovar hoy, en nombre de Cristo y para su gloria, la
belleza de la fraternidad apostólica. En efecto, Pedro y Andrés eran
hermanos: Jesús los llamó a dejar sus redes para ser, juntos, pescadores de
hombres. Querido hermano, dejémonos mirar de nuevo por el Señor Jesús,
dejémonos atraer aún por su invitación a dejar todo lo que nos impide dar,
juntos, el anuncio de su presencia”
"Padre, ha llegado la hora.
Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique / ya que le diste potestad sobre
toda carne, que él de vida eterna a todos los que Tú le has dado / Ésta es la vida eterna: que te
conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado / Yo te he glorificado en la
tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera / Ahora, Padre, glorifícame Tú a
tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes que el mundo existiera / He manifestado tu nombre a los
que me diste del mundo. Tuyos eran, Tú me los confiaste y ellos han guardado tu
palabra /