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sábado, 7 de abril de 2012

JESÚS EN ESTE SIGLO SIGUE SIÉNDO SUMAMENTE EXIGENTE CON AQUELLOS A QUIENES LLAMA


 
 
 


En cierta ocasión un hombre importante quiso seguir a Jesús y le preguntó (Lc 18, 18):
"Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?"

Jesús le dijo (Lc 18, 19-20) :
"<¿por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno / Ya conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falsos testimonios, honra a tu padre y a tu madre>"

El respondió (Lc 18, 21):
"Todo eso lo he cumplido desde joven"

A estas palabras, Jesús replicó (Lc 18, 22):
"<Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, repartelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sigueme>"

Pero él hombre al escuchar esta respuesta del Señor se entristeció, porque era muy rico y no era capaz de cumplir con la petición que le hacía Jesús.

Sí, el Señor es sumamente exigente y hasta severo con aquellos a quienes llama para seguir sus pasos y le responden a medias y retornando siempre a sus viejos intereses y ocupaciones.
Jesús así se lo hizo saber también, a aquellos tres hombres que querían seguirle, pero con condiciones, cuando él caminaba por última vez hacia la ciudad Santa, tal como contó san Lucas en su Evangelio.
Este evangelista que no conociendo de primera mano la vida de Jesús tuvo que apoyarse en el testimonio de otros, sin embargo realizó un trabajo de investigación tal, que le permitió aportar nuevos datos a los ya conocidos por los dos Evangelios anteriores al suyo, y como en este caso de una importancia trascendental (Lc 9, 57-62):
"Y mientras iban de camino, díjolé uno: Te seguiré adondequiera que partas / Y le dijo Jesús: Las zorras tienen madriguera, y las aves del cielo mansiones; mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza / Y dijo a otro: Sígueme. Más él dijo: Señor, permíteme que primero vaya yo a enterrar a mi padre / Pero le dijo: Deja los muertos enterrar a sus muertos; pero tú marcha a anunciar el reino de Dios / Dijo también otro: Te seguiré, Señor; mas primero permíteme irme a despedir de los de mi casa / Pero le dijo Jesús: Nadie que ha puesto su mano en el arado y mira hacia atrás es a propósito para el reino de Dios"

Sabias palabras del Señor que muchos hombres han comprendido, pues como escribió Tomás de Kempis en su libro <Imitación de la vida de Cristo. Capítulo XI>, es muy dulce cosa despreciar el mundo por seguir a Cristo:


“¿Qué te daré yo, Señor, por tantos millares de bienes? ¡Oh si pudiera yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh si pudiera solamente siquiera un solo día hacerte algún digno servicio! Verdaderamente tú solo eres digno de todo servicio y de toda honra y alabanza eterna. Verdaderamente tú eres mi Señor, y yo pobre siervo tuyo, que soy yo obligado a servirte con todas mis fuerzas y nuca debo cansar de loarte: así lo quiero, así lo deseo, y lo que me falta, ruégote, Señor, que lo cumplas.

Grande honra y gloria es servirte y despreciar todas las cosas por ti. Por cierto, grande gracia tendrán los que de voluntad se sujetaren a tu santo servicio, y hallarán suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo desecharen todo deleite carnal, y alcanzarán grande libertad de corazón los que toman estrecho camino por tu nombre y por él desechan todo cuidado mundano”.

Dice también San Lucas en su Evangelio que después de los incidentes anteriores, Jesús designó nuevos discípulos, hasta setenta y dos, y los envió a todas las ciudades y lugares por los que Él  tenía que pasar después, como primicia anunciadora de su llegada. Incluso les pidió a estos mismos que oraran al Padre para que se produjeran nuevas vocaciones, porque el trabajo a realizar era enorme e indispensable. Y lo hizo con aquellas palabras tan bellas y elocuentes: <La mies es mucha, pero los obreros pocos…> (Lc 10, 1-3):

-Y tras esto designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí a toda ciudad y lugar donde Él había de ir.

-Y les decía: La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande obreros a su mies.

-Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos



Son las palabras que Jesús dijo, cuando ya estaba próxima su Pasión y Muerte, a sus discípulos, animándoles a realizar su encargo y avisándoles de las contingencias a las que deberían enfrentarse; son palabras proféticas del Señor que se siguen cumpliendo desde entonces y a lo largo de los siglos, pues los elegidos por Dios para el arduo trabajo de la evangelización deberán enfrentarse siempre a las fuerzas del mal, que tratan de impedir su misión engañándoles como el lobo engaña al cordero.


El gran teólogo ateniense Clemente de Alejandría (150-215 ó 217), tomando como punto de referencia la tradición de la Iglesia aseguró que el Apóstol San Matías fue uno de los 72 discípulos que Jesús envió por delante de Él, en su camino hacia Jerusalén, con las siguientes recomendaciones (Lc 10, 4-12)

-No llevéis bolsa, ni alforja, ni zapatos y a nadie saludéis por el camino.

-Y en la casa que entrareis, primero decid: <Paz a esta casa>

-Y si allí hubiere un hijo de paz, reposará sobre él vuestra paz; si no, retornará sobre vosotros.

-Y en esa misma casa quedaos, comiendo y bebiendo de lo que allí hubiere, porque digno es el obrero de su salario. No  paséis de una casa a otra.

-Y en cualquiera ciudad en que entrareis y os recibiesen, comed lo que os presenten,

-curad a los enfermos que hubiere en ella, y decidles: <Está ya cerca de vosotros el reino de Dios>.

-Y en la ciudad en que entrareis y no os recibieren, saliendo de sus plazas, decid:

-<Hasta el polvo que se nos ha pegado de vuestra ciudad a nuestros pies lo sacudimos sobre vosotros; sabed, empero, que está cerca el reino de Dios>.
 


-Os aseguro que en aquel día se usará menos rigor con Sodoma que con aquella ciudad.  

El Señor nos demuestra  el amor y la preocupación que tenia por sus 72 discípulos pues sabia el riesgo que iban a correr, el mismo, que a lo largo de los siglos han sufrido  los enviados de Cristo, el mismo, que generación tras generación han soportado los portadores de su palabra, enfrentándose incluso a la muerte por martirio en muchas ocasiones, como le sucediera años más tarde a San Matías y a los otros Apóstoles y discípulos de Jesús.

Y sigue ocurriendo cada día, allí donde están los evangelizadores, allí se encuentran los futuros mártires de la defensa del mensaje que defienden. Solo tenemos que recordar lo que está sucediendo en el momento actual en países como la India o China, donde la propagación de la fe de Cristo tanto sacrificio y esfuerzo está necesitando, para comprender que el riesgo sigue existiendo y va en aumento. Por eso el corazón de Jesús se sintió jubiloso cuando regresaron sus discípulos sanos y salvos y con excelentes noticias sobre la labor que habían realizado (Lc 10, 21-24):

-En aquella hora se estremeció de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Bendígote, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubriste esas cosas a los sabio y prudentes y las descubriste a los pequeñuelos. Bien, Padre, que así ha parecido bien en tu acatamiento.

-Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y ninguno conoce quién es el Hijo sino el Padre, y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien quisiere el Hijo revelarlo.

Y vuelto a los discípulos en particular, les dijo: Dichosos los ojos que ven lo que veis.

-Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron.
 

El júbilo de Jesús es tan grande que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y a continuación <alaba al Padre>, es decir, alaba a Dios (doxología) con esa frase corta, pero tan emotiva: Te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, y después hace una revelación teológica transcendental respecto a la potestad soberana y universal del Hijo, y manifiesta el conocimiento mutuo entre el Padre y del Hijo. Por otra parte, les hace ver a sus discípulos el inmenso privilegio del que son objeto al poder conocer todas estas cosas que fueron negadas a otros más poderosos en el pasado. Finalmente hace un elogio de aquellos que tienen la ventura de conocerle y de escucharle. Sin embargo, la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse, en palabras del Papa Beato Juan Pablo II (Carta Encíclica <Redemptoris missio>):

“A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quién impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: <Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!> (I Cor 9, 16)”

Ciertamente es el Espíritu Santo el que impulsa a los hombres para que realicen la labor evangelizadora y por eso Jesús les pidió a sus discípulos que no se ausentaran de Jerusalén  después de su Muerte y Resurrección hasta que el Padre cumpliera su Palabra. Pero antes, los discípulos quisieron nombrar un nuevo Apóstol en sustitución de aquel que había traicionado a Jesús, hasta completar los Doce, como el Señor había hecho. Por tanto, después que el Mesías diera las últimas recomendaciones a sus discípulos y subiera al cielo, éstos regresaron a Jerusalén, para recogerse en oración, en el alojamiento donde tenían por costumbre reunirse con su Maestro.
 


Congregados los discípulos con la Virgen María y los parientes más cercanos del Señor en el Cenáculo, Pedro tomando la palabra propuso la elección de un nuevo Apóstol para cubrir el lugar dejado por el infiel Judas Iscariote. En el libro de <Los Hechos de los Apóstoles>, escrito por San Lucas, se narra así este acontecimiento (Hech I, 15-26):

"Durante estos días, levantándose Pedro en medio de los hermanos-y era la muchedumbre de personas allí reunidas como de ciento veinte-, dijo: / <<Varones hermanos, tenía que cumplirse la Escritura, que el Espíritu Santo había anunciado de antemano por boca de David a cerca de Judas, que se hizo guía de los que prendieron a Jesús; / por cuanto era contado como uno de nosotros, y le cupo en suerte este misterio / Éste, pues, adquirió un campo con el salario de la iniquidad y habiendo caído de cabeza, reventó por medio y se le salieron todas sus entrañas / Y se hizo notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de suerte que aquel campo fue llamado en su propia lengua Hakeldamakh, esto es, Campo de sangre / Porque escrito está en el libro de los Salmos (Sal. 68, 26; 108, 8): Hágase desierta su majada, y no haya quien habite en ella; y su intendencia tómela otro / Urge, pues, que de los varones que anduvieron con nosotros durante todo el tiempo en que entró y salió entre nosotros el Señor Jesús / a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue quitado y llevado allá arriba, que uno de éstos se asocie a nosotros como testigo de su resurrección>> / Y presentaron dos: José llamado Barsabás, que fue apellidado Justo y Matías / Y orando dijeron: <<Tú, Señor, conocedor de los corazones de todos, muestra a cuál de éstos te escogiste, uno de los dos / para ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual prevaricó Judas para irse por las suyas >> / Y les repartieron suertes, y recayó la suerte sobre Matías, y fue declarado Apóstol y asociado a los Once.


Completar el número de los Apóstoles hasta un total de doce parece que pudiera estar relacionado sobre todo con el hecho de que Jesús eligió a los Doce Apóstoles entre sus discípulos y también con el hecho de que fueron doce los Patriarcas de Israel. Estos Doce Apóstoles “son los primeros agentes de la misión universal: constituyen un <sujeto colegial> de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados <a las ovejas perdidas de la casa de Israel> (Mt 10,6)”, en palabras del Papa Beato Juan Pablo II (Carta Encíclica Redemptoris missio 1990 12.07).

La elección del Apóstol Matías no fue casual, ni debida a la suerte, entendida en el sentido humano, sólo el Señor a través del Espíritu Santo podía elegir  la persona que debía sustituir al traidor, porque el Espíritu Santo es protagonista esencial de la misión evangelizadora, y como nos indicaba el Papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica anteriormente mencionada (Redemptoris missio. Capítulo III):

“El Espíritu ofrece al hombre <su luz y su fuerza… a fin de que pueda responder a su máxima vocación>; mediante el Espíritu <el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino>; más aún, <debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que solo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual> (Concilio Ecuménico Vaticano II). En todo caso, la Iglesia <sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso> y <siempre deseará…saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte> (Concilio Vaticano II)>”.

De la historia de San Matías se sabe muy poco, ni siquiera se conoce con seguridad el lugar de su nacimiento, pero algunos hagiógrafos antiguos aseguran que fue Belén, de cualquier forma  lo más importante, es el hecho de que desde el inicio participó en la vida comunitaria  de Jesús y de sus más cercano seguidores, tal como se relata en los Hechos de los Apóstoles, y que después de ser elegido  Apóstol para ocupar la plaza vacante de Judas Iscariote, esperó en el Cenáculo la llegada del Espíritu Santo junto a la Virgen y los otros discípulo, para finalmente, una vez recibida su gracia dedicarse con ahínco a la tarea evangelizadora que se le había encomendado.



Más concretamente, en la distribución de los países que hicieron los Apóstoles, por inspiración divina, para llevar a cabo la tarea apostólica, a San Matías le correspondió, según la tradición de la Iglesia recogida por  hagiógrafos de Oriente como Simeón  Metafrastes (Synaxarion S.X), ó de Occidente como Jacobo de la Vorágine (Leyenda dorada S. XIII), los territorios de Etiopia y Judea. En este sentido, existen sin embargo opiniones contradictorias y así, mientras que unos defienden la idea de que visitó primero Etiopía y que allí mismo murió por martirio, después de hacer muchos milagros y predicar la palabra de Cristo, otros aseguran que posteriormente a su estancia en Etiopía evangelizó en Judea durante un periodo largo de tiempo, luchando contra las viejas tradiciones de sus habitantes que impedían el progreso del mensaje del Señor (62-63 d. C).

La situación del pueblo judío  en aquel periodo de la historia era muy difícil, ya que se encontraba sometido a la tiranía del imperio romano y a la opresión de sus propios jefes religiosos. Así, durante el mandato del procónsul romano Albino, el sumo sacerdote era Annas, el cual  había mandado ejecutar a Santiago el Menor, el hermano de San Judas Tadeo y Obispo de Jerusalén y no satisfecho con el resultado conseguido, ya que los cristianos iban en aumento, consintió una persecución constante de los mismos.

Por otra parte su ansia de poder y riqueza era tal que mediante sus íntimos colaboradores procedió a expoliar de forma sistemática a los sacerdotes de la secta de los fariseos, empobreciéndolos de tal suerte que la situación llegó a ser limite, provocando con ello el descontento de los mismos, al mismo tiempo que  entre el pueblo llano crecía el odio a los usurpadores romanos.
Estaba ya muy próxima la rebelión de los judíos contra el poder de Roma (66 d.C) por lo que si fuera cierta la estancia de San Matías en aquellos momentos en la ciudad santa, éste se vería abocado a grandes dificultades y peligros, los cuales sin duda abordaría con gran presencia de ánimo y total entrega.
Según algunas biografías de este Apóstol fue acusado injustamente por las autoridades judías, al igual que le sucediera al Señor en su día, de alborotar al pueblo en contra de la Ley, por lo que fue condenado por éstas a la lapidación, e incluso se le cortó la cabeza cuando aún permanecía con vida por considerar más adecuada esta ejecución por las autoridades de Roma (hacia el 63 d.C). 

Extraordinario el ejemplo dado por San Matías del cual se ha dicho que fue el <Apóstol gris> ó un <discípulo del montón>, nada más lejos de la realidad, porque fue capaz de sufrir el martirio, cosa por otra parte muy difícil de lograr por cualquier hombre.
Sólo los elegidos de Dios pueden  llegar a tan alto nivel de santidad, y San Matías sin duda fue uno de ellos y además no debemos olvidar que conoció a Jesucristo, que convivió con él y que tuvo la suerte de ser elegido para formar parte de los Doce. Y es que como San Matías ó los otros Once Apóstoles, la Iglesia, ha necesitado, y sigue necesitando personas que actúen como mediadores entre Dios y los hombres, consagradas en cuerpo y alma a la predicación y desarrollo de la palabra divina, en definitiva, a enseñar a las gentes la forma de alcanzar la verdadera santidad. A este respecto es imprescindible recordar la Carta Encíclica del Papa Pio XI “Ad Catholici sacerdotii” (20/12/1935), cuando recuerda los poderes del sacerdocio en el Antiguo y en el Nuevo Testamento:

“El sacerdote, según la magnífica definición que de él da el mismo Pablo, es, sí, un hombre tomado de entre los hombres, pero constituido en bien de los hombres cerca de las cosas de Dios (Heb 5,1), su misión no tiene por objeto las cosas humanas y transitorias, por altas e importantes que parezcan, sino las cosas divinas y eternas; cosas que por ignorancia pueden ser objeto de desprecio y de burla, y hasta pueden a veces ser combatidas con malicia y furor diabólico, como una triste experiencia lo ha demostrado muchas veces y lo sigue demostrando, pero que ocupan siempre el primer lugar en las aspiraciones individuales y sociales de la humanidad, de esa humanidad que irresistiblemente siente en sí cómo ha sido creada para Dios y que no puede descansar sino en Él”.

Estas palabras del Papa Pio XI correspondientes a su Carta Encíclica anteriormente mencionada, dadas en Roma en el año 1935, parecen hechas a propósito para los tiempos presentes, donde el Sacramento del Sacerdocio ha sido manchado, en ocasiones, por aquellos llamados específicamente al servicio de Dios y los hombres, como consecuencia de la acción siempre presente del demonio.

 


Es sin duda Satanás el que a veces entra en el corazón de estos hombres elegidos y especialmente queridos por el Señor, para llevarlos engañosamente hasta situaciones gravemente peligrosas. Por este motivo, ellos y nosotros los laicos debemos recordar siempre que ya en las Sagradas Escrituras y más concretamente en el Antiguo Testamento, el Sacerdocio, era una institución por disposición divina promulgada por Moisés bajo la inspiración de Dios, en palabras del Papa Pio XI (Carta Encíclica <Ad catholici sacerdotii>):

“Parece como si Dios, en su solicitud, quisiera imprimir en la mente, primitiva aún, del pueblo hebreo una gran idea central, que en la historia del pueblo elegido irradiase su luz sobre todos los acontecimientos, leyes, dignidades, oficios; la idea del Sacrificio y del Sacerdocio, para que por la fe en el Mesías venidero (Heb cap 11) fueran fuente de esperanza, de gloria, de fuerza, de liberación espiritual…

Y sin embargo, la majestad y gloria del Sacerdocio antiguo no procedía sino de ser una prefiguración del Sacerdocio cristiano, del Sacerdocio del Testamento Nuevo y Eterno, confirmado con la sangre del Redentor del mundo, de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre”.

El Papa romano Pio XI (Ambrogio Damiano Achille Ratti), bajo cuyo Pontificado (1922-1939) se dio definitiva solución a la llamada <cuestión romana>, es decir, al reconocimiento del Vaticano como estado independiente dentro del entonces reino de Italia, tenía las ideas muy claras y fue un hombre santo, aunque la Iglesia no se haya manifestado aún en este sentido. Fueron muchísimas las Cartas Encíclicas y Apostólicas, las Exhortaciones Apostólicas, las Homilías, etc., por él escritas al pueblo de Dios con el deseo de demostrarle cuáles eran sus grandes preocupaciones y deseos, como en el caso que ahora estamos recordando a favor del Sacramento del Sacerdocio y podemos deducir de sus palabras:


“En la Última Cena, aquella noche en la que iba a ser entregado (I Cor 11, 23 ss), declarándose estar constituido sacerdote eterno según la orden de Melquisedec (Sal 109, 4), ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, lo dio bajo las mismas especies a los Apóstoles, a quienes ordenó Sacerdotes del Nuevo Testamento, para que lo recibiesen, y a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio mandó que lo ofreciesen, diciendo: <Haced esto en memoria mía> (Lc 22, 19; I Cor 11, 24). Y desde entonces, los Apóstoles y sucesores en el Sacerdocio comenzaron a elevar al cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquías, por la cual el nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la tierra, y a todas las horas del día y de la noche, seguirá ofreciéndose sin cesar hasta el fin del mundo”.

Se refiere el Papa Pio XI a la primera parte de la profecía de Malaquías (el Ángel o Mensajero de Yahveh), el cual vivió en tiempos de la sumisión del pueblo hebreo a los persas, hacia la mitad del siglo V antes de Cristo. Cronológicamente es el último profeta del Antiguo Testamento y su objetivo principal es la denuncia de los pecados de los sacerdotes y de todo el pueblo, y por otra parte el anuncio del juicio de Dios en la edad mesiánica. Desde el punto de vista teológico los versículos correspondientes a la primera parte de la profecía se refieren, tal como nos indica el Papa, al Sacrificio universal de la Nueva Alianza, es decir, el sacrificio eucarístico (Mal 1, 6-11):

"Un hijo honra al padre y el siervo a su señor; si, pues, padre soy yo, ¿dónde está la honra que me corresponde? Y si soy señor, ¿dónde está el temor que me es debido? Dice Yahveh Sebaot (Señor del Universo), a vosotros, sacerdotes, menospreciadores de mi nombre. Más diréis: ¿En que hemos menospreciado tu nombre? / Ofreciendo sobre mí altar comida mancillada. Y diréis: ¿Cómo lo hemos mancillado? Al pensar que la mesa de Yahveh es despreciable; / Y ofrecéis una res ciega para inmolarla ¿no es cosa mala? Y cuando ofrecéis una res coja  y enferma, ¿no está mal? Ofrécelo, pues, a tu gobernador, a ver si le agradas o te acoge benignamente, dice Yahveh Sebaot. / Ahora bien, aplacad, pues, a Dios para que se apiade de nosotros (pues de vuestra mano ha procedido esto), acaso os conceda su benevolencia, dice Yahveh Sebaot. / ¡Oh, quién, además, entre vosotros cerrara las puertas para que no encendierais mi altar en vano! No tengo en vosotros complacencia, dice Yahveh Sebaot, y la oblación no me agrada venida de vuestras manos. / Pues desde el levante del sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre los pueblos, y en todo lugar ha de sacrificarse, ha de ofrendarse a mi nombre entre los pueblos, dice Yahveh Sebaot"

Por desgracia también en nuestro tiempo sé mancilla el nombre de Dios, recordemos que están todavía muy recientes los desgraciados hechos que implicaban a algunos sacerdotes en el abuso de niños, algo abominable y que solo el maligno puede haber inculcado en los corazones de los mismos, y esto ha dado en gran medida una imagen equivocada del Sacramento del Sacerdocio, por ello nuestro actual Papa, Benedicto XVI se dirigía  a los seminaristas, en la fiesta de San Lucas, el 18 de octubre de 2010 en los términos siguiente (Carta del Santo Padre Benedicto XVI a los seminaristas):


“Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un <hombre de Dios>, como lo describe San Pablo (I Tm 6,11). Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del <big bang>. Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla. Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo…

Para nosotros, Dios no es sólo palabra. En los sacramentos, Él se nos da en persona, a través de realidades corporales. La Eucaristía es el centro de nuestra relación con Dios y de la configuración de nuestra vida. Celebrarla con participación interior y encontrar de esta manera a Cristo en persona, debe ser el centro de cada una de nuestras jornadas…”

Y esto es así porque <Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida> (Catecismo de la Iglesia católica 610, 611):


-Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles, en la noche en que fue entregado. En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre, por la salvación de los hombres: “Este es mi Cuerpo  que va a ser entregado por vosotros” (Lc 22,19). “Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

-La Eucaristía que instituyó en este momento será el “memorial” (I Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla. Así Jesús instituye a sus Apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza. “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad (Jn 17, 19).



Y es que todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza han encontrado cumplimiento en Cristo Jesús (Catecismo de la Iglesia católica 1545):

-El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo: “Et ideo solus Christu est verus sacerdos, alii autem ministri eius” (“Y por eso sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos”, S. Tomás de A., Hebr. 7,4).

Por eso Cristo es sumamente exigente con aquellos que llama  para que sean sus sucesores en el ministerio del Orden, como lo fue en su día con aquellos discípulos que deseaban seguirle, pero le ponían condiciones. A este respecto hay que recordar también las palabras del Papa Pio XII en su Carta Encíclica <Mediator Dei>, dada junto a Roma en el año 1947, sobre la Sagrada Liturgia:


“La Iglesia es una sociedad, y por eso exige autoridad y jerarquías propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo místico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos fines, no todos gozan del mismo poder ni están capacitados para realizar las mismas acciones.

De hecho el Divino Redentor ha establecido su reino sobre los fundamentos del Orden sagrado, que es un reflejo de la jerarquía celestial.

Sólo a los Apóstoles y a los que, después de ellos, han recibido de sus sucesores la imposición de las manos, se ha conferido la potestad sacerdotal, y en virtud de ella, así como representan ante el pueblo a ellos confiados, la persona de Jesucristo, así también representan al pueblo ante Dios.

Este sacerdocio no se transmite ni por herencia ni por descendencia carnal, ni nace de la comunidad cristiana ni es delegación del pueblo. Antes de representar al pueblo ante Dios, el sacerdote tiene la representación del divino Redentor, y, dado que Jesucristo es la Cabeza de aquel cuerpo del que los cristianos son miembros, representa también a Dios ante su pueblo. Por consiguiente, la potestad que se le ha conferido nada tiene de humano en su naturaleza; es sobrenatural y viene de Dios: <<Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros…; el que os escucha a vosotros, me escucha a mí…; Id por todo el mundo: predicad el Evangelio a todas las criaturas; el que creyere y se bautizare, se salvará>>”.



Gran responsabilidad la de los Apóstoles y sus sucesores, que dieron ejemplo a seguir como el dado por San Matías, el cual aceptando la misión que Jesús le había encomendado, evangelizó a las gentes hasta las últimas consecuencias…, poniendo incluso su vida en peligro, y por eso también desde los inicios de la Iglesia los cristianos tomaron como modelo su comportamiento y quisieron guardar sus reliquias. Se cree que las reliquias de este Apóstol fueron rescatadas por Santa Elena, la madre del emperador Constantino el Grade, en su viaje a Tierra Santa y trasportadas a Roma donde actualmente se encuentran, parte de ellas, en la Basílica de Santa María la Mayor. Otra parte de estas reliquias  se encuentran en la ciudad alemana de Trier (Tréveris) ubicada en la ribera derecha del rio Mosela, la más antigua del país, en la Abadía que lleva su nombre, así como  en la ciudad italiana de Padua en la Iglesia de Santa Justina.

El Venerable Papa Pio XII (Eugenio María Giuseppe Pacelli; 1876-1958) instituyó la <Obra Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales> (1941) y a partir de este momento fueron muchas las obras de carácter similar fundadas por los Obispos de todo el mundo, como recordatorio de las palabras de Jesucristo: <La mies es mucha, pero los obreros pocos…>.

Todos los creyentes tenemos que tener siempre presentes estas palabras del Señor pues la misión de los sacerdotes en el mundo de hoy no es menos difícil de realizar que en tiempo de los Apóstoles y también ahora son pocos los preparados para aceptar la llamada del Señor, por eso nuestro actual Papa Benedicto XVI lanzaba el siguiente mensaje  al mundo entero con motivo de la XLVIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones (15 de Mayo de 2011. IV Domingo de Pascua):

“También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia <está llamada a custodiar este don, a estimularlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales < (Juan Pablo II. Exhortación Apostólica postsinodal <Pastores dabo bobis>). Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por <otras voces> y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil…Toda comunidad cristiana, todo fiel, deberá asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones”



Es en el seno de las familias cristianas donde deben aflorar las vocaciones sacerdotales, y aunque en el momento que vivimos el problema de éstas sea muy difícil para educar en santidad a sus hijos no debemos olvidar que el Señor sigue llamando, a todas las edades de la vida, como decía nuestro actual Papa, pero tengamos en cuenta también que el ejemplo familiar es fundamental, aun cuando la sociedad en general no sea propicia para ello porque como decía en su día el Papa Pio XI ( Carta Encíclica <Ad catholici sacerdotii>):

“Cuando en una familia los padres, siguiendo el ejemplo de Tobías y Sara, piden numerosa descendencia que bendiga el nombre del Señor por lo siglos de los siglos (Tob 8,9) y la reciben con acción de gracias como don del cielo y depósito precioso, y se esfuerzan por infundir en sus hijos desde los primeros años el Santo Temor de Dios, la piedad cristiana, la tierna devoción a Jesús en la Eucaristía, y a la Santísima Virgen, el respeto y veneración a los lugares y personas consagrados a Dios; cuando los hijos tienen en sus padres el modelo de una vida honrada, laboriosa y piadosa; cuando los ven amarse santamente en el Señor, recibir con frecuencia los santos sacramentos…cuando los ven rezar aún en el mismo hogar…cuando observan que se compadecen de las miserias ajenas y reparten a los pobres de lo poco o mucho que poseen, será bien difícil que tratando todos de emular los ejemplos de sus padres, alguno de ellos a lo menos no sienta en su interior la voz del divino Maestro que le diga: <<Ven, sígueme, y haré que seas pescador de hombres. ¡Dichosos los padres cristianos que, que ya que no hagan objeto de sus más fervorosas oraciones estas visitas divinas, estos mandamientos de Dios dirigidos a sus hijos (como sucedía con mayor frecuencia que ahora en tiempos de fe más profunda), siquiera no los teman, sino que vean en ellos una grande honra, una gracia de predilección y elección por parte del Señor para con su familia!”