"Y aconteció un día que Él (Jesús)estaba enseñando, y estaban sentados unos fariseos y doctores de la Ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén; y el poder del Señor estaba en Él para sanar / Y he aquí unos hombres llevando sobre una camilla un hombre que estaba paralitico y buscaban manera de introducirle y ponerle delante de Él /
Y no hallando por dónde introducirle a causa de la muchedumbre, subidos a la terraza, por entre las tejas le descolgaron junto con su camilla hasta ponerle en medio delante de Jesús / Y viendo la fe de ellos, dijo: <Hombre, perdonados te son tus pecados> / y comenzaron a pensar los escribas y fariseos, diciendo: <¿Quién es éste, que habla blasfemias? ¿Quien puede perdonar pecados sino sólo Dios? /
Y conociendo Jesús sus pensamientos, respondió les dijo: ¿Qué andáis pensando en vuestros corazones? / ¿Qué es más hacedero, decir: <Perdonados te son tus pecados, o decir: Levántate y anda? / Más para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad de perdonar los pecados sobre la tierra - dijo al paralitico - , yo te lo digo: Levantate y, tomando a cuestas tu camilla, anda a tu casa / y al instante, habiéndose levantado a la vista de ellos, tomando a cuestas aquello sobre lo que había estado tendido, se marchó a su casa glorificando a Dios / Y se apoderó de todos el estupor y glorificaban a Dios y se llenaron de temor, con que decían: Hoy hemos visto cosas increibles" (Lc 2, 17-26)
Sí, en Cristo se manifestó constantemente la misericordia divina; en lugar de quedarse impasible ante los malos pensamientos de los escribas y fariseos, ante sus calumnias y blasfemias Él les muestra su capacidad de misericordia divina, curando al paralitico fisica y moralmente: Jesús poderoso para perdonar pecados, es Dios...
El Papa san Juan Pablo II, desde casi el comienzo de su Pontificado nos habló de la <misericordia divina> manifestada en Cristo, la gran necesidad del ser humano; concretamente al llegar el tercer año de su toma de posesión de la Silla de Pedro, compuso la Carta Encíclica, <Dives in misericordia>, junto a San Pedro, el día 30 de noviembre, primer domingo de Adviento del año 1980, donde así, nos contaba los sentimientos que le llevaron a ello:
“Una exigencia
de no menor importancia, en estos tiempos críticos, y nada fáciles, me impulsa
a descubrir una vez más en el mismo Cristo, el rostro del Padre, que es
<misericordioso y Dios de todo consuelo>…
Dios, que
<que habita una luz inaccesible>, habla a la vez al hombre con el
lenguaje de todo el Cosmos: <en efecto, desde la creación del mundo, lo
invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras>. (Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho ¿Acaso es éste el Mesías? Jn 4,29)
Este conocimiento indirecto e imperfecto, obra del entendimiento que busca a Dios por medio de las criaturas a través del mundo visible, no es aún <visión del Padre>. <A Dios nadie lo ha visto>, escribe San Juan para dar mayor relieve a la verdad, según la cual <precisamente el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer>.
Esta <revelación> manifiesta a Dios en el insondable misterio de su ser –uno y trino- rodeado de <luz inaccesible>. No obstante, mediante esta <revelación> de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre: en su <filantropía>.
Es justamente ahí donde <sus perfecciones invisibles> se hacen de modo especial <visibles>, incomparablemente más visibles que a través de todas las demás <obras realizadas por él>: tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras y, finalmente mediante su muerte en la Cruz y su Resurrección.
De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad, que ya el Antiguo Testamento, sirviéndose de diversos conceptos y términos definió como <misericordia>”.
El Papa san
Juan Pablo II durante todo su Pontificado fue constante al hablarnos del papel
importantísimo que tiene la misericordia divina, para que los hombres alcancemos la santidad, y así por ejemplo, nos encontramos que en el año 1984
escribió una Carta Apostólica titulada “Salvifiqui Doloris”, en la que toma
como punto de referencia el <Evangelio del sufrimiento> y más en concreto
la parábola del samaritano, (Lc
10,30-37):
-Bajaba un
hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en
manos de salteadores, los cuales le despojaron, y después de cargarle de
heridas, se marcharon dejándole medio muerto.
-Por
casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino, y habiéndole visto, dio un
rodeo y pasó de largo.
-De la misma
manera también un levita, habiendo venido por aquel lugar y viéndole, dio un
rodeo y pasó de largo.
-Pero un
samaritano que iba de viaje llegó cerca de él, y así que le vio se le
enterneció el corazón.
-Y llegándose, le vendó las heridas después de echar en ellas aceite y vino; y colocándolo encima de su propio jumento, lo llevó a la hospedería y lo cuidó.
-Y al día
siguiente, sacando dos denarios, los dio al hospedero, y le dijo: <cuídale,
y los que gastares de más, a mí vuelta
yo te lo abonaré>
Sobre esta
parábola tan significativa narrada por Cristo con motivo de la pregunta
realizada por un hombre creyente: ¿Quién es mi prójimo? El Papa San Juan Pablo II en la
Carta Apostólica anteriormente mencionada se expresaba así:
“Siguiendo la parábola evangélica, se podría decir que el sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre, precisamente en el desinteresado don del propio <yo>, a favor de los demás hombres, de los hombres que sufren.
Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota de su corazón y en sus obras, el hombre lo debe en algún modo al sufrimiento.
No puede el hombre <prójimo> pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe <compadecerse>, <conmoverse>, actuando como el samaritano de la parábola evangélica. La parábola en sí expresa <una verdad profundamente cristiana>, pero a la vez universalmente humana.
San Lucas el evangelista
de la misericordia, el narrador de la parábola de Cristo sobre un samaritano,
ejemplo extraordinario del amor de Dios, según todos los indicios, no llegó a
conocer en persona a Jesús, pero al escribir su Evangelio tuvo muy en cuenta la
información que había recabado, fruto de una ardua investigación previa.
Muchos de los sucesos de la vida del Señor fueron recogidos solamente por él, como por ejemplo el momento en que narró la parábola que estamos recordando. La tradición de la Iglesia considera que el evangelista san Lucas era de origen gentil, de nacionalidad sirio-antioquena, hecho en parte que ha sido comprobado si tenemos en cuenta que el Apóstol san Pablo, su protector y amigo personal, lo separó del grupo de los circuncisos en su carta dirigida a los Colosenses
Tal como podemos leer en dicha carta, San Pablo al despedirse de aquel pueblo acosado por los primeros precursores del gnosticismo, en primer lugar manda saludos de parte de los de la circuncisión, entre los que nombra a Aristarcos, Marcos y Jesús, el apellidado el Justo, como sus únicos colaboradores en el anuncio del Reino de Dios, del grupo de los judíos circuncidados y en cambio, más tarde envía también saludos de parte de sus otros colaboradores, como Epafras y el propio Lucas, del que dice que es su <médico querido> (Colosenses 4, 10-17).
Algunos
historiadores consideran que San Lucas pudo haber sido uno de los primeros
feligreses de San Bernabé, durante la evangelización de éste en Antioquía; el
mismo San Lucas nos dice en su libro de los Hechos, que Bernabé era muy querido
por la comunidad cristiana y que había puesto toda su hacienda a los pies de
ésta para ayudar a los más necesitados (Hechos 4,36); tuvo
el privilegio de ser discípulo de San Pablo acompañándole en casi todos
sus viajes misionales, lo que le permitió conocer de primera mano los hechos
acontecidos y narrarlos después bajo la gracia del Espíritu Santo, para que los
hombre de todos los tiempos conociéramos el sufrimiento y dedicación del Apóstol al predicar la palabra de Cristo entre los gentiles. Muchos de los sucesos de la vida del Señor fueron recogidos solamente por él, como por ejemplo el momento en que narró la parábola que estamos recordando. La tradición de la Iglesia considera que el evangelista san Lucas era de origen gentil, de nacionalidad sirio-antioquena, hecho en parte que ha sido comprobado si tenemos en cuenta que el Apóstol san Pablo, su protector y amigo personal, lo separó del grupo de los circuncisos en su carta dirigida a los Colosenses
Tal como podemos leer en dicha carta, San Pablo al despedirse de aquel pueblo acosado por los primeros precursores del gnosticismo, en primer lugar manda saludos de parte de los de la circuncisión, entre los que nombra a Aristarcos, Marcos y Jesús, el apellidado el Justo, como sus únicos colaboradores en el anuncio del Reino de Dios, del grupo de los judíos circuncidados y en cambio, más tarde envía también saludos de parte de sus otros colaboradores, como Epafras y el propio Lucas, del que dice que es su <médico querido> (Colosenses 4, 10-17).
Es interesante, por otra parte, el hecho trascendental, de que este evangelista tuviera presente siempre, que Jesús vino especialmente, a hablar a los hombres del Reino de Dios.
Con razón, san Lucas, es llamado el evangelista de la <Misericordia>, pues no debemos olvidar que la Virgen María, <Madre de la Misericordia>, según los estudiosos de la Santa Biblia, fue su fuente de información principal al describir la infancia del Señor y todos los acontecimientos relacionados con ésta, en su Evangelio.
Así es, como en su día, expresaba el Papa san Juan Pablo II en su Carta Encíclica <Dives in misericordia>:
“María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado, como nadie, la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón, la propia participación en el revelación de la <Misericordia Divina>. Tal sacrificio está estrechamente vinculado con la Cruz de su Hijo, a cuyos pies ella se encontraba en el Calvario. Este sacrificio suyo es una participación singular en la revelación de la misericordia, es decir, en la absoluta fidelidad de Dios al propio amor, a la alianza querida por Él desde la eternidad y concluida en el tiempo con el hombre, con el pueblo, con la humanidad, es la participación en la revelación definitiva cumplida a través de la Cruz.
Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado el misterio de la Cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el <beso> dado por la <Misericordia> a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la Redención, llevada a efecto en el Calvario, mediante la Muerte de su Hijo, junto con el sacrifico de su corazón de madre, junto con su <Fiat> definitivo>”
En la noche de Navidad de 1979, el Papa San Juan Pablo II decía a este respecto lo siguiente:
“Todo Belén y
toda Palestina eran, en esos momentos, <tierra de sombras> y sus
habitantes yacían en el sueño. Pero fuera de la ciudad - como leemos en el Evangelio
de San Lucas- <Había unos pastores,
que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño>. Los
pastores son hijos de ese pueblo <que andaba a oscuras> y al mismo
tiempo, son los representes elegidos para ese momento, los elegidos para
<ver una luz grande>. Justo como escribe San Lucas acerca de los pastores
de Belén: <Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los
envolvió en su luz: y se llenaron de temor>. Y desde las profundidades de esa
luz que les llega desde Dios, y en la profundidad de ese miedo que es la
respuesta de sus corazones sencillos a la luz divina, surge la voz <No
temáis, pues os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor (Lc 2, 8-12)”.
Estos pastores
debieron sentir una inmensa alegría y aunque ellos mismos eran tan inocentes
como niños comprendieron enseguida la grandeza del Misterio que estaban
presenciando. No en balde, ellos procedían de un pueblo engendrado por el
pastor Ur y salvado por el pastor Medián, y a sí mismo entre sus primeros reyes
se encontraban Saúl y David, ambos pastores de oficio.
Ellos tenían entre sus antepasados, ejemplos concretos del amor misericordioso de Dios y por eso entendieron enseguida que aquel Niño nacido entre pobres y en la pobreza, era el Redentor de los hombres, tal como se lo había anunciado el ángel que junto a un ejército celestial alababan a Dios diciendo (Lc 2,14):
-Gloria a Dios
en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que Él ama.
Los pastores,
dice el evangelista, no callaron el Misterio para sí mismos, sino que lo dieron
a conocer a todos aquellos que encontraban en su camino, y la Virgen María
guardaba todo esto en su corazón. Esta última observación del evangelista es
una prueba crucial que demuestra que él conoció por boca de la propia Virgen
los sentimientos que la embargaban en aquellos momentos.
Después de la
adoración de los pastores, San Lucas nos presenta en su Evangelio la
circuncisión de Jesús, la purificación de María y la presentación del Niño (Lc
2, 21-24), tres episodios de la historia de la Sagrada Familia que sólo fueron
narrados por él, demostrando con ello, una vez más, su cercanía a la Virgen.
San Lucas,
después de contarnos el nacimiento y la vida de Jesús junto a José y María,
dedica su Evangelio a narrarnos la vida pública del Señor, porque como el
propio evangelista dirá al inicio de su libro, la intención que le llevará a
escribirlo, no es otra, que la de dar a conocer mejor, si ello es posible, los
hechos acaecidos durante la estancia de Jesucristo sobre la tierra y su mensaje
de la divina misericordia (Lc 1, 1-4).El evangelista amigo de san Pablo, nos habla en su Evangelio, de forma especial, sobre la <Divina misericordia> y de la salvación de los hombres, gracias a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. No es por tanto de extrañar que muchos exégetas hayan considerado que así como el Evangelio de San Mateo podría llamarse <mesiánico>, el de San Marcos <taumatúrgico> y el de San Juan propiamente <teológico>, el de San Lucas sería el <soteriológico>, por excelencia, porque asocia la salvación del hombre a la Persona y obra de Jesucristo, revestido de la <Divina misericordia>.
Sin duda San
Lucas es el evangelista que más nos muestra esta <Divina misericordia>,
ya que a lo largo de todo su Evangelio nos habla de la bondad y de la misericordia de Dios
demostrada a través de su obra en Jesucristo, su Unigénito Hijo, y
constantemente aplicada a los pecadores, los enfermos, los desvalidos, en
general a todos los humildes de corazón, y también anuncia la paz y felicidad
que alcanzarán los hombres, como fruto de su salvación por medio de Cristo.
Son muchos los
ejemplos que se podrían citar para mostrar esta cualidad del evangelista, así
en el apartado dedicado a la <preparación a la vida pública> de Jesús, y
más concretamente cuando éste <recomienda la caridad y la justicia> a las
gentes que siempre le seguían, podemos leer (Lc 3, 10-11):
-Y le
preguntaban las turbas, diciendo ¿Qué hacemos pues?
-Respondía diciéndoles: El que tenga dos túnicas,
comparta con el que no tiene; y el que tenga provisiones haga lo mismo.
-Y les dijo:
¿Quién habrá de vosotros que tenga un amigo, y le viene éste a media noche y le
dice <amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío llegó de viaje a mi casa
y no tengo que prestarle>;
-y él, desde
dentro respondiendo dice: <No me des fastidio; ya la puerta se ha cerrado, y
mis muchachos, lo mismo que yo, están en casa; no puedo levantarme para
dártelos>.
-Os digo que si
no se levanta y se los da por ser su amigo, a lo menos por su desvergüenza se
levantará y le dará cuanto necesite.
-Y yo os digo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad a golpes, y se os abrirá;
-porque todo el
que pide recibe, el que busca haya, y al que llama a golpes, se le abre.
-Y ¿Quién de
vosotros, que sea padre, le pedirá su hijo un pan…, por ventura le dará una
piedra? O también un pescado… ¿por ventura le dará un escorpión?
-Sí, pues,
vosotros, malos como sois, sabéis dar buenos regalos a vuestros hijos ¿Cuánto
más vuestro Padre Celestial dará desde cielo el Espíritu Santo a los que se lo
pidieren?
Por otra parte al Evangelio de San Lucas se le suele denominar como el de las (tres parábolas) porque el evangelista reproduce, de forma continuada, las tres parábolas del Señor: <La oveja perdida>, <El dracma perdido> y< El hijo pródigo>, todas ellas dedicadas a poner de manifiesto <la misericordia divina>.
A propósito de
esta última parábola, considerada por muchos como la perla de las parábolas del
Señor, se han escrito muchos comentarios y consejos pero ningunos nos parecen
tan acertados como los dados por el Papa San Juan Pablo II el 16 de marzo de
1985:
“En la parábola
del hijo pródigo, Jesús resalta tres tipos de experiencias, que siguen siendo
actuales.
La primera
experiencia descrita por Jesús es la de la <autonomía>, es decir, es la
de la voluntad de pensar y actuar como a uno le parezca y le guste, sin
obedecer a autoridad alguna, ni siquiera a la propia conciencia, iluminada y
formada. Es lo que quiere hacer el hijo prodigo, quiere recibir la herencia que
le corresponde, irse de la casa, seguir el impulso de sus pasiones. Pero ¿A
dónde le conduce esta actitud? ¡A la soledad y la amargura!...
El Señor le ha
dado al hombre la inteligencia, entendimiento, para que pueda conocerlo, amarlo
y servirle, y la voluntad para que lleve a la práctica la ley moral: ¡en esto radica
la verdadera felicidad! ¡Que la experiencia del hijo pródigo, narrada por
Jesús, os sirva siempre de gracia y advertencia!
La segunda
experiencia descrita por Jesús es la de la <nostalgia> y el
<arrepentimiento>. El hijo prodigo, llegado el momento, vuelve sobre sí
mismo, comprende que se ha equivocado y redescubre la confianza en sus padres.
Por último, la tercera experiencia es la de la <misericordia> y el <perdón>. Con esta experiencia Jesús indica el inmenso amor de Dios, <rico en misericordia>, hacia sus criaturas, y nos anima a que sintamos confianza, a que nos abandonemos al amor misericordioso del Padre, que desea la respuesta de nuestro amor, expresado también a través del arrepentimiento y la conversión”.
San Lucas
además nos narra cómo fueron los últimos momentos de la vida del Señor sobre la
tierra, con su terrible crucifixión, al igual que lo hicieron San Mateo, San
Marcos y San Juan, pero solamente él nos dice que Jesús se apiadó de los que le
maltrataban y hacían morir por martirio tan denigrante y doloroso, y pidió al
Padre que los perdonara (Lc 23, 33-38):
-Y habiendo
llegado al lugar llamado <cráneo>, allí crucificaron a Él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a
la izquierda.
-Y Jesús decía:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y al repartir sus vestiduras
echaron suerte.
-Y estaba allí
el pueblo mirando; y hacían befa de Él también los jefes, diciendo: A otros
salvó; sálvese así mismo, sí Él es el
Mesías de Dios, el Elegido.
-Burlábanse de
Él también los soldados, acercándose, ofreciéndole vinagre,
-y diciendo: Si
tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
-Había también
por encima de Él una inscripción escrita en letras griegas, latinas y hebreas:
Este es el rey de los judíos.
Sin duda es la
descripción más desgarradora que se ha hecho de la crucifixión del hijo del
Hombre, en todo el Nuevo Testamento, lo que nos demuestra una vez
más la cercanía de San Lucas con la Virgen María, porque sólo los ojos de una
madre sufriente como ella, podrían haber visto con tal lujo de detalles, todos
los acontecimientos de aquellos terribles momentos.
Pero el Señor una vez más demuestra su gran amor a los hombres, la <misericordia divina>, Él pide al Padre que perdone a aquellos impíos que le martirizan, le ridiculizan e incluso le roban, para acabar finalmente con su vida.
La vida que Él dio gratuitamente por la salvación del género humano, por aquellos seres que le crucificaban y por todos aquellos que a lo largo de los siglos han seguido crucificándolo con su mal comportamiento y falta de arrepentimiento.
Con mucha certeza el Papa San Juan Pablo II al comentar este pasaje del Evangelio de San Lucas decía (Jornada de la Paz 1997):
Pero el Señor una vez más demuestra su gran amor a los hombres, la <misericordia divina>, Él pide al Padre que perdone a aquellos impíos que le martirizan, le ridiculizan e incluso le roban, para acabar finalmente con su vida.
La vida que Él dio gratuitamente por la salvación del género humano, por aquellos seres que le crucificaban y por todos aquellos que a lo largo de los siglos han seguido crucificándolo con su mal comportamiento y falta de arrepentimiento.
Con mucha certeza el Papa San Juan Pablo II al comentar este pasaje del Evangelio de San Lucas decía (Jornada de la Paz 1997):
“En su amante
disposición hacia el perdón, Dios ha llegado hasta el punto que se ha entregado
al mundo en la Persona de su Hijo, el cual ha venido para traer la Redención a
cada individuo concreto y a toda la humanidad. Frente a las ofensas de los
hombres, cuya culminación fue su condena a muerte, Jesús exclama: <Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen>”.