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miércoles, 31 de julio de 2019

EL RETO DE LA EVANGELIZACIÓN: SIGLO XVIII- EL SIGLO DE LAS LUCES (1ª Parte)



El apóstol concretamente, hace en su Carta un llamamiento a la <unidad en el amor>, al objeto de alcanzar una vida nueva en Cristo (Ef 4, 2-7):

“Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos los unos a los otros con amor / Mostraos solícitos en conservar, mediante el vinculo de la paz, la unidad que es fruto del Espíritu / Uno sólo en el cuerpo y uno sólo en el Espíritu, como también una sola es la esperanza que encierra la vocación a la que habéis sido llamados / Un solo Señor, una fe, un bautismo / un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos / A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”

 

 
 
Como diría el Papa Benedicto XVI, refiriéndose a estas palabras de san Pablo: “No es difícil comprender la fascinación que generó tal mensaje, la esperanza que despertó…

En efecto, el anuncio de la unidad de los hombres y el empeño por hacerla valer en un mundo desunido, fue y es algo grande; gracias a ello la historia tomó otro rumbo, y ni siquiera podemos pensar en volver atrás…

 
 
 
La tentación a la intolerancia y al establecimiento de un insano absolutismo intramundano, capaz de cuestionar a los otros para toda la eternidad, se tornó enorme, y bajo las circunstancias de algunos periodos de la historia,  pudo llegar a ser insuperable…”

Así sucedió, por ejemplo, en el <Siglo de las luces>, en el siglo XVIII. En efecto, desde  principios de este siglo se alcanzó la plenitud del desarrollo político iniciado en siglos pasados. Así, los reyes que al principio de la <Edad Moderna>, despojaron a los nobles de la soberanía que hasta entonces habían disfrutado sobre los feudos, fueron reafirmando su autoridad de dueños absolutos hasta el siglo XVIII en el que su poder alcanzó la cumbre.

En semejantes condiciones se produjo el llamado fenómeno de la <ilustración>, al que paralelamente acompañó el sistema de gobierno denominado <despotismo ilustrado>, cuyos fundamentos se resumen en esta significativa frase: <Todo para el pueblo pero sin el pueblo>.

 
 
Los eruditos de la época sin embargo fueron protegidos por la realeza, pero el desarrollo de un frio racionalismo, provocó el ateísmo generalizado; los hombres se alejaron en gran medida de Cristo y de su Iglesia. Precisamente estos mismos hombres serán los que sentarán las bases ideológicas de futuros movimientos revolucionarios.

Se puede decir, en definitiva, que así como el siglo XVII se caracterizó por un gran confusionismo teológico y tendencia al absolutismo, el siglo XVIII presenta, además del absolutismo, como característica propia, el llamado <Filosofismo>.

El Filosofismo parece ser, que en principio, provenía de un cierto movimiento contrario a la Iglesia de Cristo y  a su Cabeza, el Papa de  Roma…

Por otra parte, los seguidores de estos movimientos, negaban la autoridad de las Santas Escrituras en aquellos puntos que no fueran totalmente comprensibles para los hombres y de esta forma dejaban de lado la fe en la Palabra de Dios… Se produjo así una forma del pensamiento humano o ideología naturalista, que rechazaba todo lo que se pudiera considerar sobrenatural.



Finalmente el materialismo <puro y duro> llegaba a negar la espiritualidad del alma…

Todas estas doctrinas malsanas, traspasaron las barreras de muchos países, dejando a su paso la falsa semilla del llamado <libre examen>…

Resumiendo, todos estos idearios formaron parte del filosofismo, que como tal había nacido de la mano de libres pensadores entre los que se contaban intelectuales, escritores y eruditos en general, que trataron de menoscabar los fundamentos de la Iglesia católica.

 
 
El filosofismo al recibir este nombre, llegó a ser el exponente de una soberbia malsana, propia del enemigo común, que denostaba a los grandes teólogos de la Iglesia, como a san Agustín y santo Tomás de Aquino, y que incluso se atrevía a decir que hasta entonces no había habido filósofos o científicos dignos de consideración…


Desgraciadamente se puede asegurar, que el llamado <pensamiento ilustrado>, caracterizó el comportamiento y el sentir de una gran mayoría de los habitantes del Continente europeo durante el siglo XVIII,  extendiéndose también  a las colonias europeas en el Nuevo Mundo.
 
 
 
Por otra parte, con independencia de su nacionalidad, se denominaron <filósofos>, a los pensadores del siglo de las luces. No obstante estos filósofos  difícilmente se puede asegurar que lo fueran en el sentido de pensadores abstractos  propiamente dichos; por ejemplo, estos pensadores evitaron las formas de expresarse que resultarán excesivamente eruditas y se jactaron de la claridad y estilo de sus razonamientos.



Se comprende en seguida, que en un ambiente intelectual tan controvertido como el observado en este siglo, la labor evangelizadora de la Iglesia, con sus Pontífices a la Cabeza, se viera comprometida en grandes polémicas y disputas sobre las verdades del Mensaje de Cristo, con resultados muchas veces adversos.

 
 
 
 
La labor pastoral de los representantes de Cristo sobre la tierra, se vio involucrada, sin desearlo, en los temas de carácter político del aquel momento histórico en que ejercieron su misión evangelizadora...


Así sucedió, por ejemplo, en el caso del primer Papa de este siglo Clemente XI (Gianfrancesco Albani) (1700-1721), cuyo Pontificado se inició poco antes de la muerte de Carlos II, un rey enfermizo que heredó la corona de la Península Ibérica a los cuatro años de edad, bajo la regencia de su madre Mariana de Austria, asistida por una junta de gobierno.

Indefectiblemente  durante el reinado de Carlos II los validos de la reina trataron de manipular al soberano, el cual se vio obligado a aceptar casarse en distintas ocasiones con el único objetivo de conseguir un heredero para la corona, con resultados negativos…
Tras la caída en desgracia de los últimos favoritos de la reina, Carlos II pretendió gobernar de forma autónoma, pero eso sí, auxiliado a su  vez por D. Juan Angulo, un hombre que resultó ser de escasa capacidad y que ejerció una influencia funesta sobre el rey.

Tras largas luchas por el poder, amenazado Carlos II con el argumento de que o designaba como sucesor  al nieto de Luis XIV o los territorios españoles tendrían que repartirse, optó por conservar la integridad de la corona y designó como su sucesor a Felipe de Anjou.

Felipe V (Felipe de Anjou) entró a España en enero de 1701, cuando contaba con solo dieciocho años. Es destacable su actuación en la llamada guerra de la Sucesión, que le valió el apelativo de Animoso…

 
 
El Papa Clemente XI que demostró enseguida que era un hombre muy piadoso, de alguna forma se vio involucrado en temas  de tipo político, poniéndose de parte del emperador José I que consideraba que su sobrino el archiduque Carlos tenía más derechos que nadie a la corona de España. Los franceses respondieron entonces a este apoyo de Roma, invadiendo el Milanesado.

Por su parte, Felipe V destituyó al nuncio que el Papa había enviado a Barcelona y desembarcó en Nápoles exigiendo se le otorgase la investidura. La guerra estalló en Europa que se vio dividida, hasta que por fin, gracias al matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio se logró una tregua con Roma.

Pese a todo, el Papa Clemente XI, temeroso de una ofensiva austriaca, reforzó sus fronteras y formó un ejército para defenderlas. Por otra parte, suplicó al emperador que dispensara a Italia del conflicto bélico con España, pero el príncipe Eugenio entró a su vez en el Milanesado, haciendo retroceder al Pontífice hasta Roma.

La muerte del emperador José I llevó al trono austriaco al archiduque Carlos, lo que impulsó a Inglaterra y  Holanda a abandonar la lucha, pues en caso de victoria quedaría reconstruido el imperio de Carlos V. Por los tratados de Utrecht-Rastatt (1714), Austria adquiría Nápoles, Cerdeña, Milán y Flandes y concesiones comerciales en América.

Como hemos recordado, el Papa Clemente XI se vio envuelto en todos estos acontecimientos inevitablemente, y además se enfrentó a otros problemas religiosos que trataban de minar la fe de los creyentes. Nos referimos al rebrote del jansenismo, un movimiento religioso que había surgido en el siglo XVI y que tenía como referente el libro titulado <Augustinus> cuyo autor fue el obispo  Cornelio Jansen, el cual había mal interpretado las enseñanzas de san Agustín (1585-1638).


El éxito de este movimiento religioso tan permisivo en ciertos aspectos, fue  debido a que disfrazaba los graves errores sobre la doctrina de Cristo, con unas prácticas místicas muy sugerentes, que fueron muy bien acogidas, por desgracia, en algunos monasterios de monjas, principalmente en Port-Royal (Francia).

El jansenismo fue rechazado por el Papa Inocencio X (1644-1655) y por los Papas posteriores, hasta que Clemente XI en 1713 lo condenó de forma definitiva mediante la Bula <Unigenitus>, la cual a pesar de todo encontró resistencia en una asamblea presidida por el cardenal Noailles, y con ello se puso en duda la infalibilidad del Papa, pero éste, valientemente se enfrentó a la asamblea haciendo que el arzobispo se retractara de sus graves errores…

Entre tanto, el rey de España Felipe V desterró a Alberoni, un valido que había jugado un importante papel durante su mandato, recomendado, como era, de la princesa de Ursinos (segunda esposa del rey). Tras el destierro  de este hombre, España firmó la paz con Francia e Inglaterra, reconociendo los acuerdos de Utrecht.
 
 
 
 


Los jesuitas se encontraron en la tesitura  (aunque mayoritariamente consideraban totalmente rechazable el hecho de que los conversos siguieran practicando rituales religiosos en honor a Confucio y a Buda, además de otras prácticas Taoístas), de aceptar ciertas tradiciones de estos pueblos al principio, con la idea de atraerse la voluntad de las gentes hasta que  acabaran abandonando aquellas prácticas a favor del Mensaje de Cristo.

Con objeto de acabar con esta anómala situación el Papa Clemente XI  envió legados para entrevistarse con el emperador de China y hacerle ver que era necesario el total abandono de estos rituales a los conversos. El emperador que esperaba todo lo contrario por parte de Roma, al enterarse de las intenciones de los legados del Papa, los despidió sin contemplaciones y amenazó a los jesuitas con expulsarles si se volvía a tocar el tema, lo cual hizo finalmente además de destruir todas las Iglesias cristianas, lo que provocó un gran dolor al Papa y a los creyentes de todo el mundo.

 
 
Verdaderamente el Papa Clemente XI fue un hombre de vida irreprochable que se encargó de la Barca de Pedro con gran amor y prudencia y que estaba muy preocupado por el tema de la evangelización, como demuestra el hecho de interesarse vivamente, al igual que los Pontífices anteriores, por las beatificaciones y canonizaciones de aquellos hombres y mujeres que habían alcanzado la santidad durante sus vidas.

Entre las canonizaciones más conocidas citaremos la  de Catalina de Bolonia (1413-1463), una mujer llamada a la santidad que había nacido en Bolonia (Italia),  en  el seno de una familia noble y rica. Fue educada con esmero, adquiriendo una vasta cultura, tanto en el campo de las letras, como en el de las ciencias, algo verdaderamente extraordinario para las mujeres, en aquella época.

Siendo aún muy joven fue llevada a la corte de Ferrara como dama de la princesa Margarita de Este; la vida de lujo y desenfreno de la corte no llegaron a seducirla porque el Señor le tenía reservado otro camino más placentero. Por eso, en cuanto la princesa Margarita se desposó, ella se alejo de la corte, ingresando al poco tiempo en un monasterio de Ferrara.

Bajo la rígida regla de las clarisas tomó los hábitos en 1432 y desde ese momento hizo de su vida un dechado de humildad y amor hacia el prójimo. Sus hermanas la admiraban y querían en extremo por su gran caridad y despego de las cosas de este mundo.
 
 
 
 
Totalmente inmersa en sus prácticas espirituales, sufrió el acoso del maligno, pero salió victoriosa de las pruebas a las que la sometió y el Señor la premió con el regalo de visiones y éxtasis que favorecían su camino hacia la santidad. A pesar de esta vida ascética y milagrosa, tuvo tiempo también para reflejar en sus escritos sus experiencias religiosas con el deseo de  evangelizar a los que más pudiera. El Señor la favoreció también en esto porque sus libros tuvieron gran aceptación por parte de los creyentes y no creyentes a lo largo de los siglos.


Entre sus obras más conocidas cabe destacar las <Siete armas para la batalla espiritual> y el <Rosario métrico de la vida de la Virgen María y de los Misterios de la Pasión de Cristo>.

En la primera de estas dos obras la santa específica que las armas que el alma puede emplear, en esta vida,  para alcanzar la santidad son: <la diligencia en el bien obrar>, la <desconfianza de uno mismo>, la <confianza en Dios>, la <situación de nuestro peregrinar hasta la muerte>, <la memoria de los bienes que nos esperan> y la <meditación de las santas Escrituras>.
La primera edición impresa que se conoce data de 1475, gracias a sus hermanas clarisas. Más tarde esta obra fue bien conocida, siendo traducida prácticamente a todas las lenguas del viejo Continente.
 
 
 
 


Catalina de Bolonia es una mujer admirable, además de por  su santidad, por ser una de las grandes figuras intelectuales del siglo XV, destacando no solo por sus escritos sino también por sus pinturas ya que dominaba la técnica de la miniatura con la cual adornó las páginas de muchas de sus obras. Es muy conocida la que realizó de la Virgen con el Niño; por eso los pintores la eligieron como su Patrona.

 
 
Llena de virtudes y santidad, gozó de uno de los primeros lugares en la orden de las clarisas y en general en la Iglesia de Cristo, sobre todo a raíz de los prodigios que se produjeron en torno y después, de su muerte. Su cuerpo incorrupto es objeto de gran veneración hasta nuestros días.