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jueves, 9 de junio de 2011

JESÚS PREGUNTÓ A SANTIAGO Y A JUAN ¿PODÉIS BEBER EL CÁLIZ QUE YO VOY A BEBER? (I)


 
 
 



Los evangelistas San Mateo y San Marcos nos narran el pasaje de la vida del Señor en el que les hace esta pregunta, tan misteriosa y significativa a los Apóstoles Santiago y Juan y a la que ellos respondieron sin tardanza, < Podemos> (Mt 20, 20-23):
"Entonces se acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró ante él para hacerle una petición / Él le preguntó: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Di que estos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda / Jesús respondió: No sabéis lo que pedís.

¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?   Podemos

le dijeron / Él añadió: Beberéis mi cáliz; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes está dispuesto por mi Padre" 
 
 



Los otros diez Apóstoles se enfadaron  por las pretensiones de los hijos de Zebedeo y su madre; pero estos aún no habían comprendido que el <Reino de Jesús>, no era de éste mundo, y que por predicar la fe  de Cristo, deberían sufrir mucho; de hecho fue el mayor de los dos hermanos, Santiago, el que entregaría su vida por el Evangelio, en primer lugar (Mc 10, 41-45):
"Y llamándolos a sí  Jesús, les dice / Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones los tratan despóticamente, y los grandes entre ellos abusan contra ellos de su autoridad / No es así entre vosotros; antes el que quiera hacerse grande entre vosotros; será vuestro servidor / y el que quiera entre vosotros ser primero, será esclavo de todos / puesto que el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos"

Había pasado ya mucho tiempo, desde que Jesús había elegido, entre sus discípulos, a los Apóstoles, para que fueran los proclamadores de su fe, cuando Él desapareciera de la faz de la tierra para subir al cielo con su Padre, pero ellos no habían entendido todavía la importancia de su misión y el tremendo significado de la misma, para la salvación de los hombres, y por eso andaban aún con disputas sobre quién debería ocupar los primeros lugares en el reino predicado por su Maestro.

Jesús les hizo ver la mansedumbre y humildad que se debe tener para aspirar al <Reino de Dios> y les anunció también el cáliz, que ellos mismo deberían beber, esto es, la muerte por martirio.
Por otra parte, Jesús se muestra ante sus Apóstoles como el Cristo, el que ha venido a padecer en la cruz para salvar a los hombres.
Jesús no había dado por entonces las últimas instrucciones a sus Apóstoles; esto ocurriría más adelante, después de su Muerte y Resurrección, cuando se apareció a ellos, a punto ya de su <Ascensión a los cielos> y les encargó que evangelizaran a todas las gentes, prometiéndoles que Él estaría siempre con ellos hasta la parusía (Mt 28, 18-20):
 
 


"Y acercándose Jesús, les habló diciendo / Me fue dada toda potestad en el cielo y sobre la tierra / Id, pues, y amaestrad a todas las gentes, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo / enseñándoles a guardar todas cuantas cosas os ordené. Y sabed que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos"

El Papa Pio XII en su Carta Encíclica <Fulgens Radiatur>, en el año 1947, con motivo del aniversario de los catorce siglos de la muerte de San Benito (Siglo VI), hombre que cumplió con largueza los deseos del Señor, dando a su Iglesia, muchos Papas, una enorme cantidad de prelados en su mayoría santos, así como gran cantidad de doctores y teólogos, todos ellos apóstoles de la fe de Cristo, dijo lo siguiente refiriéndose a la promesa de Jesús, realizada en la vida de este santo:
“Todo el que examine su ilustre vida e investigue a la luz verdadera de la historia la época tormentosa en que vivió, comprobará sin duda la verdad de aquella divina promesa, hecha por Jesucristo a sus Apóstoles y a la sociedad que fundaba (Mt 28,20).
Promesa que no pierde su valor en ningún tiempo, sino que alcanza al curso de todos los siglos, regidos por el imperio de Dios. Más aún, cuanto con más encarnizamiento los enemigos acometen al nombre cristiano, cuando la nave de Pedro, dirigida por la providencia, es zarandeada por olas cada vez más violentas, cuando todo parece que está para desplomarse y no hay esperanza ninguna de humano auxilio, entonces aparece Jesucristo cumpliendo su palabra, consolando y dispensando aquella fuerza que viene de lo alto, con la que suscita nuevos atletas, defensores de la causa católica, que la devuelven su antiguo esplendor, y que, con la ayuda de las gracias celestiales, le comuniquen todavía un mayor perfeccionamiento”

Son consoladoras y al mismo tiempo motivantes las palabras de este Papa, que también tuvo que sufrir en sus propias carnes los avatares de la historia, por eso nos sentimos reconfortados con la promesa de nuestro Señor Jesucristo, que siempre está ahí para seguir ayudándonos en la maravillosa tarea de la evangelización.

Por su parte, el Papa Juan Pablo II, comentó también este pasaje de la santa Biblia en su Homilía del 10 de junio de 1979 (La Biblia de Juan Pablo II. Ed. Esfera de los Libros. S.L. 2008 p-188-189):
“En estas palabras se encierran el gran  misterio de la historia y de la humanidad. Todo hombre procede hacia delante. También las naciones avanzan. Y toda la humanidad avanza. Avanzar no solo significa adecuarse a las exigencias de los tiempos, dejando continuamente el pasado a las espaldas: el día de ayer, los años, los siglos…

Avanzar también quiere decir el ser consciente del final. ¿Es posible que el hombre y la humanidad, en su caminar sobre esta tierra, se limiten a pasar o desaparecer? ¿Es posible que para el hombre todo consista en lo que construye y conquista sobre esta tierra, en aquello de lo que goza? ¿A parte de todas las conquistas, del conjunto completo de la vida, (cultura, civilización, técnica), no le aguarda nada más? ¡< Pasa la figura de este mundo>! ¿Y, con ella, el hombre pasa totalmente?...
Las palabras que Cristo pronunció en su despedida a los Apóstoles expresan el misterio de la historia del hombre, de todos y de cada uno de nosotros en particular, el misterio de la historia de la humanidad.
El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una inmersión en el Dios vivo, en < aquel que es>, como dice el Libro del Génesis,  <Aquel que es, que era y que va a venir> como dice el Apocalipsis (Apocalipsis 1,4).



El bautismo es el inicio del encuentro, de la unidad, de la comunión, por los cuales toda la vida terrenal es solo un prólogo y una introducción; la plenitud pertenece a la eternidad…
Tenemos, por tanto, que encontrarnos el <Reino de Dios> para alcanzar el fin, para llegar a la plenitud de la vida y la vocación del hombre…”

Santiago y Juan, atendiendo los deseos de su Maestro predicaron el Evangelio, esto es, las enseñanzas de Jesús, necesarias para alcanzar en la eternidad la plenitud de la vida, en una palabra, a encontrar en el propio ser humano el <Reino de Dios>.
En este sentido, los dos hermanos podrían considerarse el alfa y el omega de la evangelización realizada por los Apóstoles ya que Santiago sobrevivió muy pocos años a Jesús, muriendo por martirio, por amor al Señor y a sus enseñanzas, y Juan fue el último en desaparecer de esta vida, cuando ya era muy anciano, siendo el ultimo Apóstol de Señor que predicó su palabra; y aunque no murió por martirio, sí que lo sufrió en una determinada época de su vida, saliendo ileso de la prueba por la gracia de Dios.
Estos hermanos, eran hijos de Zebedeo, un pescador relativamente acomodado, para su época, porque era dueño de un barco de pesca y disponía de varios pescadores asalariados para ayudarle, además de sus propios hijos.



La madre de estos dos Apóstoles del Señor fue probablemente María Salomé una de las piadosas mujeres que acompañó a Jesús durante el tiempo que duró su corta vida pública, cuidando de Él y de sus discípulos.
Según la tradición de la Iglesia, esta mujer podría ser pariente cercana de la Virgen María; de hecho, fue una de las mujeres que acompañó a la Virgen María  durante la Pasión y Muerte de su Hijo.

San Marcos, en su Evangelio, nos narra que unas mujeres entre las que se encontraba Salomé, compraron aromas para embalsamar adecuadamente el cuerpo del Señor, pero no encontrándolo en el Sepulcro dónde lo habían enterrado, corrieron a avisar a los Apóstoles, por encargo de un ángel (Mc 16,1-7):
"Y pasado el sábado María la Magdalena y María la de Santiago (Alfeo) y Salomé compraron perfumes con el fin de ir a ungirle / y muy de madrugada, el primer día de la semana vienen al monumento, salido el sol / y se decían unas a otras: ¿Quién nos correrá la losa de la entrada del monumento? / y mirando atentamente, observaron que la losa había sido corrida a un lado; porque era enormemente grande / y entrando en el monumento vieron un joven sentado a la derecha, vestido de un largo ropaje blanco, y quedaron espantadas"
 


"Él les dice: no os espantéis. A Jesús buscáis el Nazareno, el crucificado; resucitó; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron. / Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, conforme os dijo"

Estas mujeres indudablemente amaban al Señor, y entre ellas se encontraba Salomé, por eso la petición que hizo a Jesús, para que favoreciera a sus hijos, aunque en principio parezca incorrecta, y llena de ambición, si se analiza detenidamente puede demostrar otras cosas, como por ejemplo, el amor por los hijos y una creencia absoluta en el Señor, como Hijo de Dios.

El Señor por ello, le contestó sencillamente: “no sabéis que pedís…”, pues realmente ni ella, ni sus hijos, habían aún calibrado en su justo valor, lo que significaba su petición.
Jacob (Santiago) era el mayor de los dos hermanos y había nació en Betsaida de Galilea, en fecha desconocida, según los hagiógrafos y murió en Jerusalén de Judea hacia el año 44 d.C., a espada como narra San Lucas en los “Hechos de los Apóstoles”.

A este Santiago se le conoce con el sobrenombre de <el Mayor>, probablemente para distinguirlo del otro Apóstol del Señor, Santiago Alfeo, que por haber sido llamado más tarde, recibió el de <el Menor> (probablemente, ambos eran parientes cercanos del Señor).
 


El hermano menor de Santiago, Juan, era también natural de Galilea y fue el que probablemente primero vio y entendió la grandeza del Señor ya que podría haber presenciado el  bautismo de Jesús, por Juan Bautista (era discípulo suyo) y la bajada del Espíritu Santo sobre Él.
Seguramente ambos hermanos estarían expectantes y deseosos de acercarse a Jesús y de aquí que la respuesta a su llamada fuera positiva e inmediata tal y como nos narran los Evangelios (Mt 4.18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11). El encuentro tuvo lugar a las orillas del mar de Galilea (lago de Genesaret) poco después de las tentaciones y ayuno en el desierto, del Señor.

El Señor conoció y valoró positivamente el carácter de los dos hermanos, comprometidos con las enseñanzas del Mesías, y los apodó <Boanergés> que significa <hijos del trueno>  (Mc 3, 13-17):

"Y sube a la montaña, y llama a si a los que Él quiso, y se fueron para Él / y destinó a doce para que estuviesen con Él y para enviarles a predicar / y que tuviesen potestad de lanzar demonios /Y estableció los <Doce>; e impuso a Simón por nombre Pedro; y a Santiago el de Zebedeo y a Juan el hermano de Santiago, les impuso por nombre Boanergés, que es decir <hijos del trueno>"

Indudablemente, Santiago y Juan deberían ser personas fogosas, dispuestas a todo por defender a Jesús y sus enseñanzas, y dispuestas también a dar la vida por su fe como demostraron al responder a la pregunta del Señor con  prontitud y seguridad: “Podemos”. 

Por ello, desde el primer momento, estuvieron dentro del círculo de discípulos más cercano de Jesús, de manera que no es de extrañar el hecho de que presenciaran de forma privilegiada algunos de los momentos más importantes de la vida pública de Jesucristo, como por ejemplo

 


la <Transfiguración en el  monte Tabor>, (Mc 9, 2-13; Lc 9, 28-36; Mt 17, 1-13), y la <Resurrección de la hija de Jairo>, (Mc 5, 37-42).

Juan así mismo, fue elegido por el Señor para preparar la <Última Cena>, junto con Pedro y por otra parte, este último y ambos hermanos estuvieron muy cerca de Jesús cuando él rezaba en el monte de los Olivos antes de ser traicionado por Judas Iscariote y ser prendido.
 
Con todo, uno de los momentos más impresionantes  de la vida de los dos Apóstoles fue sin duda el que tuvo lugar durante la “Trasfiguración del Señor” en el monte Tabor.


Este monte es una colina aislada, que se eleva unos 321 metros sobre el llano adyacente y unos 600 metros sobre el nivel del mar. Parece ser que atardecía cuando Jesús subió a este monte para pasar la noche en oración, ocurrió casi después de que <El Mesías> hubiera realizado el primer anuncio de su <Pasión, Muerte, y Resurrección> a sus discípulos.

El evangelista San Lucas, antes de redactar este suceso, alude a unas palabras  pronunciadas por el Señor (Lc 9,27):
<en verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no gustarán la muerte sin que antes vean el reino de Dios>
Estas palabras parecen el anuncio de la “Trasfiguración” que tuvo lugar poco después en presencia de solo tres de sus Apóstoles: Pedro, Juan y su hermano Santiago.
La narración más completa de la “Trasfiguración” de Jesús se encuentra en el Evangelio de San Lucas (Lc 9,28-36), pues éste añade a las narraciones de San Mateo (Mt 17,1-13) y San Marcos (Mc 9,1-12) algunos detalles interesantes para comprenderla mejor:
 


"Y aconteció después de estos razonamientos, como unos ocho días, que habiendo tomado consigo a Pedro y Juan y Santiago, subió al monte para orar / Y mientras estaba orando, el aspecto de su rostro se demudó y sus vestiduras adquirieron una blancura relampagueante / Y he aquí que dos varones hablaban con Él los cuales eran Moisés y Elías, que, apareciendo circundados de gloria, trataban del tránsito de Jesús, que Él iba a realizar en Jerusalén / Pedro y sus compañeros estaban  cargados de sueño; mas despertando a la mitad del sueño vieron la gloria de Jesús y a los dos varones que con Él estaban / Y aconteció que, al retirarse ellos de Él dijo Pedro a Jesús: / Maestro, linda cosa es estarnos aquí, y vamos hacer tres tiendas, una para ti, una para Moisés y una para Elías.No sabiendo lo que se decía / Y habiendo él dicho esto, se formó una nube y los cubría, y se llenaron de miedo al entrar en la nube / Y se dejó oír una voz de la nube, que decía: / Este es mi Hijo, el elegido: escuchadle / Y al dejarse oír la voz se halló Jesús solo. Y Ellos se callaron y a nadie por aquellos días contaron nada de lo que habían visto"

Juan Pablo II, el 6 marzo de 1982, sobre este pasaje de la Biblia nos decía (La Biblia de Juan Pablo II Ed. La Esfera de los Libros S.l. 2008 p 193-194):
“¿No nos arrebata también en este momento el estupor, el temor, la admiración que sobrecogieron entonces a Pedro, Juan y Santiago?

El Hijo amado esta aquí también para nosotros. Se nos ha otorgado a nosotros. Vive por y para nosotros.

Viene a morir por nosotros. Viene a darnos el amor del Padre y, con dicho amor, todo lo demás.

Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? Él, que no se ha guardado para sí ni a su propio hijo, sino que lo ha entregado por  todo nosotros, ¿Cómo no va a darnos junto a él, todo lo demás?



Dios nos ha dado a su hijo, lo ha sacrificado por nosotros, los hombres, llevando al límite lo que solo de manera figurada, no hasta la inmolación, le había pedido a Abraham… ”

Años después, en la <Octava Pascua>, Juan Pablo II refiriéndose de nuevo a la <Transfiguración del Señor>, pronunció las siguientes palabras:
“Cristo es el centro de la Transfiguración. Hacia él convergen dos testigos de la primera Alianza: Moisés, mediador de la ley, y Elías, profeta de Dios vivo…
Este texto litúrgico subraya la dimensión trinitaria de la transfiguración de Cristo en el monte, pues es explicita la presencia del Padre con su voz reveladora. La tradición cristiana vislumbra implícitamente  también la presencia del Espíritu Santo, teniendo en cuenta el evento paralelo del bautismo en el Jordán, donde el Espíritu descendió sobre Cristo en forma de paloma.


De hecho el mandato del Padre: <Escuchadlo> presupone que Jesús está lleno de Espíritu Santo, de forma que sus palabras son <espíritu y vida>”

Con razón también el Papa León XIII en su Carta Encíclica <Divinum illud munus>, ya en el año 1897, decía lo siguiente sobre el Espíritu Santo y nuestro Señor Jesucristo:
“Por obra del Espíritu Divino tuvo lugar no solamente la concepción de Cristo, sino también la santificación de su alma, llamada unción en los Sagrados Libros, y así es como toda acción suya se realizaba bajo el influjo del mismo Espíritu, que también cooperó de modo especial a su sacrificio, según la frase de San Pablo:<Cristo, por medio del Espíritu, se ofreció como hostia inocente a Dios>.

Después de todo esto, ya no extrañará que todos los carismas del Espíritu Santo inundasen el alma de Cristo. Puesto que en Él hubo una abundancia de gracia singularmente plena, en el modo más grande y con la mayor eficacia que tenerse puede; en Él, todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, las gracias <gratis datas>, las virtudes, y plenamente todos los dones, ya anunciados en aquella misteriosa paloma aparecida en el Jordán, cuando Cristo con su bautismo consagraba sus aguas para el nuevo Testamento”

Santiago también estuvo presente junto a Pedro y Juan en el momento de la oración de Cristo en el monte de los Olivos antes de su prendimiento y muerte; San Marcos en su Evangelio lo narró así (Mc 14, 32-36):
 



"Y llegan a una granja cuyo nombre es Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras hago oración / y lleva consigo a Pedro y a Santiago y a Juan, y comenzó a sentir espanto y abatimiento;  y les dice: / Triste en gran manera esta mi alma hasta la muerte; quedad aquí y velad / Y adelantándose un poco, caía sobre la tierra, y rogaba que, a ser posible, pasese de Él  aquella hora, y decía: / Abba, Padre, todas las cosas te son posibles: Traspasa de mí este cáliz; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú"

Dice Juan Pablo II, en su Homilía del 13 de abril de 1987 (La Biblia de Juan Pablo II. La Esfera de los Libros. S.L 2008 p. 199):
“En ningún lugar se manifiesta con tanta intensidad la realidad del Hijo de Dios, que asume la condición de <siervo>, según la profecía de Isaías. La plegaria de Getsemaní, más que cualquier otra plegaria de Jesús, revela la verdad acerca de la identidad, la vocación, y la misión del Hijo, que ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre hasta el final, cuando exclama que <todo se ha cumplido> (Jn 19,30)”.
Recordaremos también como, poco antes de la Pascua, cuando Jesús decide realizar su <Última Cena> con los Apóstoles, eligió a Pedro y a Juan para su preparación (Lc 22,8), lo cual demuestra la total confianza que el Señor tenía en la capacidad y fidelidad de estos dos hombres, que según San Pablo, serían junto a Santiago (Alfeo), las <piedras angulares> de su primitiva iglesia.

 
 
En el curso de aquella memorable “Cena” fue Juan el Apóstol que tuvo la alegría y privilegio de reclinar su cabeza sobre el pecho de Jesús, así mismo, fue a éste a quién el Maestro indicó el nombre del discípulo que habría de traicionarlo, aunque había sido Pedro el que se atrevió a hacerle la pregunta al Señor en primer lugar (Jn 13,21-27).

 
Por otra parte, la tradición asegura y es creencia general que fue Juan <aquel otro discípulo> que entró con Jesús al tribunal de Caifás mientras que Pedro se quedaba fuera y los restantes Apóstoles se dispersaron, por miedo a los Judíos que habían apresado al Señor (Jn 18, 15-18).

Así mismo, es seguro que Juan fue el único Apóstol que estuvo presente en el <Calvario> acompañando a la Virgen María y a otras mujeres piadosas que lloraban desconsoladas, ante aquel terrible espectáculo de dolor. De esta forma lo narró el propio Apóstol San Juan en su Evangelio (Jn 19,25-27):
-Estaban junto a la Cruz de Jesús, su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y María Magdalena.
-Jesús, pues, viendo a la Madre, y junto a ella el discípulo a quien amaba, dice a su Madre: Mujer <he ahí a tu hijo> 
-luego dice al discípulo: <he ahí a tu Madre>.
Y desde aquella hora la tomó el discípulo en su compañía.
 

Jesús encomendó, por tanto, a su Madre rota por el sufrimiento al ver crucificado a su hijo, a la solicitud y cuidados de su discípulo amado. Pero esta recomendación familiar no pudo quedar limitada al momento histórico recreado, ya que el carácter simbólico del cuarto Evangelio descubre necesariamente en estas palabras del Redentor moribundo un significado más profundo: la espiritual maternidad de la Virgen respecto de todos los hombres a través de los siglos.
Después de la Muerte y Resurrección del Señor sabemos por los <Hechos de los Apóstoles>, narrados por San Lucas, que los Apóstoles estaban en oración junto a la Virgen, y otros discípulos en el Cenáculo, esperando la llegada del Espíritu Santo que Jesús les había anunciado (Hch 1,12-13)
<El camino de sábado>, tiene el significado  de algo más de un kilómetro, que era la distancia que se permitía caminar a los judíos en el sábado, y <la estancia> nombrada por el evangelista San Lucas, sin duda tendría que ser <el Cenáculo>, donde Jesús había celebrado la <Ultima Cena>, con los Apóstoles.

Los Apóstoles, la Virgen María y todos los seguidores de Jesús allí reunidos, esperaban, como cuenta San Lucas, la llegada del Espíritu Santo, prometido por el Señor porque como dijo el Papa León XIII en su Carta Encíclica, anteriormente mencionada:
“La Iglesia, ya concebida y nacida del corazón mismo del segundo Adán en la Cruz, se manifestó a los hombres por vez primera de modo solemne en el celebérrimo día de Pentecostés con aquella admirable efusión, que había sido vaticinada por el profeta Joel; y en aquel mismo día se iniciaba la acción del divino Paráclito en el cuerpo místico de Cristo, posándose sobre los Apóstoles, como nuevas coronas espirituales, formadas con lenguas de fuego, sobre sus cabezas”
 
 


Después de este suceso San Lucas nos cuenta que San Juan acompañaba a San Pedro para la evangelización de las gentes de Judea y es de imaginar, y  así  lo admite la tradición de la Iglesia que también su hermano Santiago predicó el Evangelio durante un corto tiempo en la región de Judea y quizás también en Samaria, para pasar después de un larguísimo viaje a  evangelizar la Península Ibérica, por entonces sumida en las tinieblas del paganismo.

No obstante, la primera noticia que tenemos de la existencia del cristianismo en España, nos la ofrece San Clemente Romano (Tercer Papa después de San Pedro), en una carta que escribe a los fieles de Corintio, hacia el año 96 de nuestra era, refiriéndose a San Pablo y su labor en los “límites de Occidente”, ya que durante muchos siglos los límites de Occidentes correspondían a las provincias más occidentales del imperio, es decir, las provincias hispanas.
Manuscritos posteriores hablan de siete “Varones apostólicos” que los santos Apóstoles, Pedro y Pablo enviaron a España para predicar la fe de Jesucristo y sus nombres eran: Torcuato, Segundo, Indalecio, Tesifonte, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio.
Estos posibles discípulos de Santiago,  ocuparían las Sedes Episcopales siguientes, al regreso del Apóstol a Judea: Acci (Guadix), Abula ó Abla (Posiblemente Ávila), Urci ó Pechina (Posiblemente Torre de Villaricos), Bergi ó Berja, Iliturgi (Andujar), Iliberri ó Elvira (Granada), y Carcere ó Cazorla (Posiblemente Murcia).
La actividad evangelizadora de Santiago y de los siete Varones apostólicos, según algunos historiadores, creó la base sobre la que se asentó el origen apostólico de la Iglesia española. De aquí la devoción arraigada en los pueblos de España a estos santos hombres y en particular a Santiago el Mayor, considerado el Patrón de España desde hace muchos años, aunque en la actualidad se trata de olvidar este hecho.


A éste respecto, es grato recordar las enseñanzas de Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel, que en su <Misal y Devocionario del hombre Católico>, nos dice lo siguiente:
“Después de la Resurrección, Santiago predicó el Evangelio en Judea y Samaria y, según una tradición venerable, vino hasta España, donde la leyenda nos lo pinta desalentado por dificultades de la predicación y confortado por la presencia milagrosa de La Santísima Virgen, en las orillas del Ebro…
Es bien conocido el relato de la antigua y piadosa tradición. Caminaba por la ribera del Ebro el Apóstol Santiago, anunciando la buena nueva a los líberos, valientes e indómitos. La indiferencia de sus oyentes le tenía apesadumbrado, y estaba a punto de desmayar, cuando la Virgen María se le presentó una noche, anunciándole que aquellos trabajos suyos no serían estériles, que la semilla por él derramada, y protegida cariñosamente por sus manos virginales, daría frutos de bendición a través de los siglos. Alentado por esta visión, el Apóstol siguió su obra evangelizadora, conservando imborrable el recuerdo de la Madre de Dios, y el Pilar en que se habían posado sus plantas. Allí se levantó más tarde un templo, que es la actual Basílica del Pilar, en Zaragoza, fuente de gracias, escenario de peregrinaciones, que acuden allí, de toda España, que considera a la Virgen del Pilar como su celestial Patrona y al Pilar mismo como el símbolo de la fe y el Centro de su favor religioso, siempre pujante y sincero.
Desde aquel trono, en que Nuestra Señora recibe el homenaje de todos los españoles, derrama sus gracias en todas las direcciones, vela por la conservación de la fe y ruega bondadosamente por el florecimiento del inmenso y lozano árbol de la hispanidad”.
 
 


Por estas razones, la Virgen del Pilar es también considerada <Patrona de la Hispanidad > y de la <Guardia Civil española>. La devoción mariana comenzó en los albores del siglo XIII, al empezar las primeras peregrinaciones a <Santa María la Mayor> (Colegiata gótico-mudéjar) y la Santa Columna sobre la que se apoyó  una estatua de la Virgen María; según la tradición la Columna, es la original, datando de los tiempos de la aparición de Nuestra Señora al Apóstol Santiago. Esta columna es de jaspe, forrada de bronce y plata, y algunos autores de la antigüedad, han asegurado que se trata de la misma columna donde nuestro Señor Jesucristo fue flagelado.
La historia de la Virgen del Pilar y de la Basílica que lleva su nombre, es larga y llena de hechos extraordinarios y sé sabe que a partir del siglo IV, la inicial capilla del Pilar habría sido modificada, con ampliaciones y espacios suficientes para servir de sepultura a los mártires, que según la tradición, murieron durante la persecución de los cristianos acaecida en este siglo. A partir de este siglo, El Pilar, de Zaragoza, sufrió diversos acontecimientos, como consecuencia de las invasiones de los visigodos y musulmanes, y ya en la Edad media, el templo que se encontraba en estado ruinoso, fue de nuevo reconstruido.

En el siglo XII, concretamente, el Pilar, vuelve a florecer de entre sus ruinas, recibiendo numerosos obsequios de reyes y personalidades de la época, a causa de los favores prestados por la Virgen a sus buenas empresas, y en el siglo XIII la tradición del Pilar se extendió por toda la Península, por lo que no es de extrañar encontrar Capillas dedicadas a esta advocación de la Virgen en muchas de sus iglesias y también en sus Catedrales principales, conservadas en la actualidad en perfecto estado, en muchas ocasiones, gracias al fervor de los creyentes.
Para terminar esta reflexión sobre la vida de los Apóstoles Santiago y Juan recordaremos ahora una de las más bellas oraciones dedicadas a la Virgen del Pilar, concretamente dada por Juan Pablo II, en una de sus dos visitas apostólicas  a Santiago de Compostela (España):
“Doy ferviente gracia a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española, donde tantos frutos ha producido. Y quiero encomendarte, Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones Hispánicas.
¡Dios te salve María, Madre de Cristo y de la Iglesia! ¡Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra!


A tus cuidados confío esta tarde las necesidades de todas las familias de España, las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes, los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos y el sereno atardecer de los ancianos. Te encomiendo la fidelidad y abnegación de los ministros de tu Hijo, la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio, la gozosa entrega de las vírgenes al claustro, la oración y solicitud de los religiosos y religiosas, la vida y el empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras. En tus manos pongo la fatiga y el sudor de quienes trabajan con las suyas; la noble dedicación de los que trasmiten su saber y el esfuerzo de los que aprenden; la hermosa vocación de quién con su conciencia y servicio alivian el dolor ajeno; la tarea de quién con su inteligencia busca la verdad.
En tu corazón dejo los anhelos de quién, mediante los quehaceres económicos procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos; de quienes, al servicio de la verdad, informan y forman rectamente la opinión pública; de cuantos, en la política, la milicia, en las labores sindicales, o en el servicio del orden ciudadano prestan su colaboración honesta a favor de una justa y pacífica y segura convivencia. Virgen santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. A sí Sea”.