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viernes, 11 de septiembre de 2020

EL SANTO SACRIFICIO DE LA CRUZ


 
Por su parte, el Papa Benedicto XVI aseguraba que: “Cristo mismo, en su sacrificio de la Cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su Cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía (Gen 2, 21-23) y de la nueva Eva (la Iglesia) del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua (Jn 19, 34), símbolo de los Sacramentos…Por ellos, la Iglesia <vive de la Eucaristía>”


 
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el <núcleo del misterio de la Iglesia>. Ésta experimenta con alegría como se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: <He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo> (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y del vino, en la carne  y la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde Pentecostés, la iglesia, pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la Patria celestial; este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.

 
 
Con razón  el Concilio Vaticano II, ha proclamado que el Sacrificio Eucarístico es <fuente y cima, de toda la vida cristiana> (Cons. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11). <la Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del espíritu Santo (Conc. Ecuménico Vaticano II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5). Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del Altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor”    

 
El Papa Juan Pablo II, en su vigésimo quinto año de Pontificado, escribió esta Carta Encíclica con la intención, por él mismo reconocida, de involucrar más plenamente a toda la Iglesia en la liturgia y adoración del Santísimo Sacramento del Altar, y reflexionar sobre este gran misterio de fe, así como dar gracias a Dios por el don Eucarístico y por el del sacerdocio (Ibid):



 
 
“La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la marcada atención que le ha prestado siempre al Ministerio Eucarístico. Una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento (1545-1563)?



Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Ya en tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Cartas Encíclicas: <Mirae Caritatis> de León XIII (28 de mayo de 1902), <Mediator Dei> de Pio XII (20 de noviembre de 1947) y la <Mysterium Fidei> de Pablo  VI (3 de septiembre de 1965).

El Concilio Vaticano II, aunque no ha publicado un documento especifico sobre el Misterio Eucarístico, ha ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y en especial en la Constitución dogmatica sobre la Iglesia <Lumen Gentium> y en la Constitución  sobre la sagrada Liturgia <Sacrosantum Concilium>”


 Sí, porque el hombre desea conseguir la felicidad, aunque casi nunca sabe cómo debe alcanzarla, absorto en los bienes terrenales, olvidado completamente de los bienes eternos. Pues bien, como nos aseguraba el Papa Juan Pablo II y tantos otros Pontífices de la Iglesia, el Banquete eterno en la Jerusalén celeste, solo se puede pregustar en el Santísimo Sacramento del Altar.
Así lo pone de manifiesto, por ejemplo, las bellas palabras del Papa León XIII, en su Carta Encíclica <Mirae Caritatis> Dada en Roma el 28 de mayo de 1902,  un Pontífice que vivió durante una época verdaderamente peligrosa para la humanidad, donde se fraguaron errores teológicos y hábitos ciertamente inmorales, los cuales aún hoy en día persisten, pero aumentados:

“Como quiera que esta que llamamos vida celestial y divina tiene manifiesta semejanza con la vida natural del hombre, así como ésta se sostiene y robustece con el alimento, así aquella conviene, que tenga también un alimento o comida que la sustente y fortalezca. Oportuno es recordar aquí en que tiempo y forma Cristo movió y preparó el ánimo del hombre para que recibiese convenientemente y fructuosamente el <pan vivo> que había de darle…


 
Recordemos ahora que precisamente <Mysterium Fidei> (3 septiembre de 1965) es el titulo dado por el Papa Pablo VI , bastante años después de estas palabras de León XIII, a una Carta   por él escrita para tratar principalmente sobre  la doctrina y el culto de la Sagrada Eucaristía, con la clara intención de restaurar la Sagrada Liturgia, que por entonces había sufrido algunos malos entendidos, y de esta forma lograr <copiosos frutos de piedad eucarística>, como él mismo manifestaba en su Encíclica. Por otra parte, el Papa Pablo VI, muy comprometido con el Mensaje de Cristo, quiso también con esta misiva poner de manifiesto algunas denuncias a tal respecto, algunas de las cuales, quizás convendrían recordar en estos momentos, incluso a algunos sectores de la sociedad que se dicen creyentes:


 Sí, como decía el Papa Juan Pablo II, el Misterio Eucarístico ha sido desde los primeros siglos, tras su institución por Cristo, objeto de devoción y atención por parte de los Padres de la Iglesia, recibiendo siempre palabras de admiración y agradecimiento a Dios, como en el caso de San Agustín de Hipona  que nos advirtió que al recibirlo <No sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo> (In Iohennis Evangelium Tractatus 21, 8: PL 35, 1568).

Sin duda todos los Papas de la Iglesia, empezando por San Pedro han mostrado su devoción y amor a la Santísima Eucaristía y así en los últimos siglos algunos de ellos se han distinguido por sus enseñanzas sobre este Misterio mediante sus escritos. Juan Pablo II, como ya hemos recordado con anterioridad, destacaba entre otros a Pio XII y su Carta Encíclica <Mediator Dei>. En dicha carta es de resaltar, de aquella sección dedicada a la potestad de los sacerdotes, para celebrar este Sagrado Misterio, el párrafo siguiente (Carta Encíclica <Mediator Dei> Pio XII dada en Roma  en el año 1947):

 

 
Aquella inmolación incruenta con la cual, por medio de las palabras de la consagración, el mismo Cristo se hace presente en el estado de victima sobre el Altar, la realiza solo el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, no en cuanto tiene representación de todos los fieles.
Más al poner el sacerdote sobre el Altar la Divina Victima, la ofrece a Dios Padre como una oblación, a gloria de la Santísima Trinidad y para bien de la Iglesia. En esta oblación, en sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto; pues no solo por manos, sino en cierto modo, junto con él, ofrecen el Sacrificio; con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto litúrgico.

 
 
 
Que los fieles ofrezcan el Sacrificio por las manos del sacerdote es cosa manifiesta, porque el ministro del Altar representa la persona de Cristo que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo cual puede decirse con razón que toda la Iglesia universal ofrece la Victima por medio de Cristo”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 10 de septiembre de 2020

LA VIRGEN MARIA: LA MUJER VESTIDA DE SOL



Después, en el evangelio de san Juan, Jesús le dice al discípulo: <Ahí tienes a tu madre> (19,27). Tenemos una Madre, una <Señora muy bella>, comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace  cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: <Hoy he visto a la Virgen >.

Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de la luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto…

Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno que lleva a una vida, a menudo propuesta e impuesta sin Dios, y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la <Luz de Dios>, que mora en nosotros y nos cubre...

 
 
 
Y según las palabras de Lucia, los tres privilegiados se encontraban dentro de la <Luz de Dios> que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el  manto de luz que Dios les había dado. Según el creer  y el sentir de muchos peregrinos, por no decir de todos, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen para pedirle, como enseña la Salve Regina, <muéstranos a Jesús>”

 
Hermosas palabras del Papa Francisco que nos llevan a reflexionar sobre la necesidad, una vez más,  de perseverar en el camino de la santidad, para tratar de no apartarnos nunca de Dios, para que su Luz ilumine nuestro caminar y podamos con la ayuda de nuestra Madre del cielo alcanzar la gloria que no es otra cosa que poder llegar hasta Él en la otra vida y en ésta tener la esperanza de conseguirlo.

 
 
El Papa Francisco parece recordarnos de forma implícita, en esta oportuna ocasión, la existencia del <infierno>, algo que en una sociedad como la nuestra es prohibitivo, no se quiere hablar de ello, no se quiere reconocer la mas de la veces que el castigo por nuestros pecados aquí en la tierra, existe allá en el cielo, en la otra vida.


Algunos prefieren pensar que ni siquiera hay otra vida…Pero los católicos no podemos pensar así, porque en el Mensaje de Cristo está constantemente presente esta verdad absoluta, el Señor quiso advertirnos durante su estancia entre nosotros y después ha seguido haciéndolo a través de personas muy especiales como los videntes de Fátima, por supuesto, con la ayuda de su Madre, la Virgen María. Ella les habló a estos inocentes niños sobre los peligros que sobrevendrían sobre la humanidad, si seguía empecinada en sus desatinos, les habló concretamente de los terribles castigos del infierno…al igual que lo hiciera Jesús en su día, durante su Ministerio en Jerusalén, respondiendo a las preguntas de los justos:

¿Señor, cuando te vimos hambriento,  y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos? o ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?...

 
 
 
Entonces dijo el Señor (Mt 25, 40-41): “<En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis / Entonces dirá a los que estén a la izquierda: <Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el día del  diablo y sus ángeles” Y más delante, asegura el Señor (Mt 25, 46): <Y estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio a la vida eterna>.

El Papa san Juan Pablo II recordando estas palabras del Señor se expresaba en los términos siguientes ante la pregunta: ¿todavía existe la vida eterna?, formulada por el periodista que le entrevistaba:
“Desde siempre el problema del infierno ha turbado a los grandes pensadores de la Iglesia, desde los comienzos, desde Orígenes, hasta nuestros días…

En verdad que los antiguos concilios rechazaron la teoría de la llamada <apocatástasis final>, según la cual el mundo sería regenerado después de la destrucción, y toda criatura se salvaría; una teoría que indirectamente abolía el infierno. Pero el problema permanece. ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que éste lo rechace hasta el punto de querer ser condenado a perennes tormentos?
 
 
 
 
Y, sin embargo, las palabras de Cristo son unívocas. En Mateo habla claramente de los que irán al suplicio eterno. ¿Quiénes serán estos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Es un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, la única posición oportuna del cristiano” (Papa san Juan Pablo II. <Cruzando el umbral de la esperanza>; Editado por Vittorio Messori; Licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A.; 1995)

 
Sin duda, en Cristo, Dios ha revelado a los hombres que desea que todos se salven, y mediante su Madre, la Santísima Virgen, utilizando a videntes apropiados, como los niños de Fátima, sigue revelándolo, con el objetivo de que todos lleguen al conocimiento de la verdad de su Mensaje. 

En la  Primera Carta de San Pablo a Timoteo encontramos reflejada esta idea que resulta fundamental para el hombre que quiera tener una visión adecuada de las <cosas últimas> o <Novísimos>, esto es: <muerte, juicio, infierno, gloria y purgatorio>.

 
 
Concretamente en dicha carta el apóstol san Pablo, hace una serie de recomendaciones a  Timoteo, para defender la doctrina de Cristo, frente a ciertas desviaciones que se venían produciendo en la Iglesia de Éfeso al frente de la cual estaba su querido discípulo, y llega a nombrar a algunas de las personas, que por haberla desechado naufragaron en la fe; no obstante también desea  hacerles ver la voluntad salvífica de Dios, para que vuelvan al buen camino (1 Tim 2, 1-7):

“Por eso, te encarezco ante todo que se hagan suplicas y acciones de gracias por todos los hombres / por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad / Todo ello es bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador / que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad / Porque uno es solo Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre / que se entregó a sí mismo en redención por todos. Este es el testimonio dado a su debido tiempo / Yo he sido constituido mensajero y apóstol de ese testimonio -digo la verdad, no miento-, doctor de los gentiles en la fe y la verdad”

 
 
 
 
Ciertamente, Dios ha amado al mundo, y esta verdad absoluta queda perfectamente demostrada en su Hijo unigénito, el cual permanece en la historia de la humanidad, como el único y verdadero Redentor de la misma. Como aseguraba el Papa san Juan Pablo II (Ibid): “La Redención impregna toda la historia del hombre, también la anterior a Cristo, y prepara su futuro escatológico. Es la luz que <esplende en las tinieblas y que la tinieblas no han recibido> (Jn 1, 5) El poder de la Cruz de Cristo y su Resurrección es más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo…



< ¡No tengáis miedo!>, decía Cristo a los apóstoles (Lc 24, 36) y a las mujeres (Mt 28,10) después de la Resurrección. En los textos evangélicos no consta que la Señora haya sido destinataria de esta recomendación; fuerte en la fe, Ella <no tuvo miedo>.
El mundo en que María participa en la victoria de Cristo yo lo he conocido sobre todo por la experiencia de mi nación. Por boca del cardenal Stefan Wyszyn’ski sabía también que su predecesor August Hlond, al morir, pronunció estas significativas palabras: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. Durante mi ministerio pastoral en Polonia, fui testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando”

 
 
 
 
 
Verdaderamente estas entrañables palabras del Papa San Juan Pablo II nos llenan de emoción porque salieron de lo más íntimo de su corazón y de las experiencias por él vividas en momentos muy difíciles de su vida. Estamos totalmente de acuerdo con todo lo que él nos dice porque aunque sea a una escala ínfima respecto a lo que él vivió no podemos negar la presencia de la Virgen María en tantos y tantos momentos de nuestra propia existencia. Por eso, también con él, compartimos este pensamiento esperanzador y certero: “La victoria, si llega, será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella. Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en mundo del futuro estén unidos a Ella”

 
La gran experiencia de este Papa el 13 de mayo del año 1981 influyo sin duda para animarnos a todos los cristianos, y no cristianos también, con estas palabras: < ¡No tengáis miedo!>. Así narraba san Juan Pablo II la enseñanza que él había sacado de aquella terrible y extraordinaria experiencia (Ibid):

“He aquí que llegó el 13 de mayo de 1981. Cuando fui alcanzado por el proyectil en el atentado de la plaza de San Pedro, no reparé al principio en el hecho de que aquél era precisamente el aniversario del día en que María se había aparecido a los tres niños de Fátima, en Portugal, dirigiéndoles aquellas palabras que, con el fin del siglo, parecen acercarse a su cumplimiento.

 
 
¿Con este suceso acaso no ha dicho Cristo, una vez más, Su < ¡No tengáis miedo!>? ¿No ha repetido al Papa, a la Iglesia e, indirectamente, a toda familia humana estas palabras pascuales? Tienen necesidad de estas palabras los pueblos y las naciones del mundo entero. Es necesario que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa: Alguien que tiene las llaves de la muerte y del infierno (Ap 1, 18); Alguien que es el Alfa y el Omega de la historia del hombre (Ap 22, 13), sea la individual o la colectiva. Y este alguien  es amor (Jn 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras < ¡No tengáis miedo!>”

 
Entonces ¿la clave de todo se encuentra en este deseo? Pero ¿Qué podemos hacer los hombres para conseguir no tener miedo?, dirán algunos. La respuesta se encuentra, como siempre,  en Dios tal como nos recordaba también el Papa (Ibid): “Para liberar al hombre contemporáneo del miedo de sí mismo, del mundo, de los otros hombres, de los poderes terrenos, de los sistemas opresivos, para liberarlo de todo síntoma de miedo servil ante esa <fuerza predominante> que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive en su propio corazón el verdadero temor de Dios, que es principio de sabiduría.

Ese temor de Dios es la fuerza del Evangelio. Es temor creador, nunca destructivo. Genera hombre que se dejan guiar por la responsabilidad, por el amor responsable. Genera hombres santos, es decir, verdaderos cristianos, a quienes pertenece en definitiva el futuro del mundo”

 


 
 “Queridos peregrinos, ¡tenemos una Madre! Aferrémonos a Ella como hijos, vivamos la esperanza que se apoya en Jesús, porque, <los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo (Rm 5, 17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad, nuestra humanidad, que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Con un ancla fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (Ef 2, 6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro”


 El Papa Francisco nos anima a vivir la esperanza que se apoya en Jesús a través de su Madre porque como nos enseñaba en su catequesis  del 10 de mayo del año (2017):

“Hay un rasgo bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino de la vida a menudo un rostro hostil.

 
 
 
En cambio es una mujer que escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con las que nunca querríamos habernos cruzado. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.

Hasta ese día, María casi había desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dan a entender este lento eclipsarse de su presencia, su permanecer muda ante el misterio de su Hijo que obedece al Padre.


 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 8 de septiembre de 2020

¿COMO LLEGAR A DIOS EN EL SILENCIO DEL MUNDO?



 
Algunos años antes de que Benedicto XVI lanzara esta pregunta al aire, un periodista haciéndose eco de la opinión de una parte de la sociedad del momento, llegaba a hacerle esta otra pregunta a su antecesor en la Silla de Pedro (Cruzando el umbral de la esperanza; Juan Pablo II): ¿Cómo puede el  hombre llegar a  la convicción de que Dios verdaderamente existe?
La respuesta a esta pregunta realizada al Papa san Juan Pablo II por parte de alguien verdaderamente inquieto por obtener una respuesta de él, en cierta medida, estaba ya presente, según el Papa,  en el deseo del Patriarca Moisés de ver a Dios <cara a cara>, deseo al que el Creador respondió presentándole <su espalda>, tal como podemos leer en el libro del Éxodo (Antiguo Testamento) (33, 18-23):

 
 
 
 
“Entonces dijo Moisés: Déjame ver  tu gloria / El Señor le respondió: <Yo mismo haré pasar delante de ti, todo mi esplendor y delante de ti, pronunciaré el nombre del Señor. Yo protejo a quien quiero y tengo compasión de quien me place / sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo / El Señor añadió: Ahí tienes un sitio junto a mí, puedes ponerte sobre la roca / cuando pase mi gloria,  te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con la palma de mi mano hasta que yo haya pasado / y cuando retire mi mano, me veras de espaldas porque de frente no se me puede ver>”


¿No está aquí indicado el conocimiento de Dios a través de la creación? Preguntaba Juan Pablo II al periodista que le había interrogado sobre llegar a la convicción de que Dios existe; luego seguía con su disertación sobre el tema diciendo (Ibid): “Cuando usted me ha hablado del juego de Dios al esconderse así del hombre, me recuerda las palabras de los Proverbios (Antiguo Testamento), que presenta la sabiduría ocupada en <recrearse con los hijos de los hombres por el orbe de la tierra> (Prov 8,31) ¿No significa esto que la Sabiduría de Dios se da a las criaturas, pero, al mismo tiempo, no desvela del todo su misterio?

 
 
Sí, como también aseguraba el Papa  en esta ocasión, la auto-revelación de Dios se actualiza solamente y en concreto, en su <humanizarse>. Y en este sentido,  la siempre clásica tentación de los seres humanos,  es hacer  <reducción de lo que es divino a lo que es humano>.  Por eso, san Pablo hablaba a los corintios, con cierta acritud en su segunda carta, ante la ingratitud de aquellos, al manipular el mensaje evangelizador de Cristo en contra de sus enseñanzas, recordando les sus trabajos y esfuerzos como apóstol del Señor, para conseguir la conversión de aquel pueblo tan querido por él (2 Co 11, 16-23):

“Lo que hago lo seguiré haciendo, para cortar de raíz todo pretexto a los que buscan pretextos, con el objeto de aparecer iguales a nosotros en aquello de que blasonan / Porque esos tales son pseudo-apóstoles, obreros tramposos, que se transfiguran en apóstoles de Cristo / Y no es maravilla, ya que el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz / No es mucho, pues, que también sus ministros se transfiguren cual ministros de la justicia, cuyo remate será conforme a sus obras /

 
 
 
 
Otra vez lo diré: que nadie me tome por hombre sin juicio; pero si no, aunque sea como hombre sin juicio, atendedme, para que también  yo pueda jactarme un poquillo / Lo que yo hable, lo  hablo según el Señor, sino como perdido el juicio en este punto de la jactancia / Pues que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré / Porque con gusto soportáis a los necios por lo mismo que sois cuerdos / Porque soportáis si uno os esclaviza, si uno os devora la hacienda, si uno os defrauda, si uno os engríe, si uno os hiere en el rostro / Para sonrojo lo digo: como que nosotros hemos sido apocados. En lo que alguien se atreva, desatinando lo digo, me atrevo también yo / ¿Hebreos son? También yo. ¿Israelitas son? También yo. ¿Linaje de Abrahán son? También yo / ¿Ministros de Cristo son? (Delirando hablo) Más yo: en trabajos, más; en golpes, mucho más; en peligros de muerte, muchas veces…”


Sigue en su carta san Pablo desgranando todos los trabajos y dificultades por él sufridas para hacerles ver, a aquella grey obtusa y desagradecida, lo que significaba <reducir lo que es divino a lo que es humano>, que en definitiva era lo que hacían los falsos apóstoles a los que habían escuchado en su ausencia…  

 
 
 



Si nos paramos a pensar, todo esto, parece hasta demasiado para la mentalidad del hombre, que solo por el don de la fe puede llegar a aceptarlo. Y es que, Cristo Hijo único de Dios y verdadero Dios, es único, no puede compararse con nadie… Sin embargo el hombre en su debilidad muchas veces es incapaz de asumir la grandeza, la inmensidad divina, por eso los mismos apóstoles y más concretamente Felipe le hizo esta petición al Señor, próxima ya su Pasión y Muerte (Jn 14, 8): Señor muéstranos al Padre eso nos basta. A lo que Jesús respondió (Jn 14, 9-11):

 
 
 
“Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve a mi Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? / ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra / Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago” 

 
Dice el Papa san Juan Pablo II a este respecto (Ibid): “Las palabras de Cristo van muy lejos. Tenemos casi que habérnoslas con <aquella experiencia directa> a la que aspira el hombre contemporáneo. Pero esta inmediatez no es el conocimiento de Dios  <cara a cara>, no es el conocimiento de Dios como Dios. Intentemos ser imparciales en nuestros razonamiento ¿Podría Dios ir más allá en su condescendencia, en su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades reales cognoscitivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos posible. Más allá no podía ir”

Un excelente razonamiento de este Papa santo que nos lleva a la conclusión de que lo primero y principal para <llegar a Dios en el silencio del mundo>, es conseguir que los seres humanos acepten finalmente de buen grado que Cristo es el Hijo único de Dios y Dios verdadero… En definitiva, es necesario  que los seres humanos crean, que el Dios que  se ha hecho visible en la figura de su Hijo, ha venido a este mundo para traer la <Buena nueva> al hombre, la <Buena nueva de la salvación> y la esperanza de alcanzar una <Vida eterna>; ello será posibles  cuando pase esta breve estancia por el mundo, siempre que cumpla las <Leyes divinas>.


A nosotros queridos hermanos, nos toca hoy seguir el ejemplo de los apóstoles, conociendo al Señor cada día más y dando un testimonio claro y valiente de los Evangelios. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos, Así, imitaremos también a san Pablo que, en medio de tantas tribulaciones, naufragios y soledades proclamaba exultante (2 Co 4, 7): <Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es Dios y no proviene de nosotros>”


Se refiere el Papa Benedicto XVI en su libro, a aquellas palabras de san Pablo pronunciadas con objeto de explicar su proceder, a los feligreses de la Iglesia de Corinto que en aquellos momentos se encontraban bajo la acción de los enemigos del apóstol y negaban el Mensaje de Jesús (2 Co 4, 2-7):

“Desechamos los tapujos de la ruindad, no procediendo con astucia ni falsificando la palabra de Dios, sino con la manifestación de la verdad, recomendándonos a nosotros mismos ante toda conciencia de hombres en el acatamiento de Dios / Que si todavía queda velado nuestro Evangelio, para los que perecen esta velado / para los incrédulos, cuyas inteligencias cegó el dios de este siglo, para que no columbrasen la esplendorosa irradiación del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios /

 
 
 
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo; que a nosotros mismos nos consideramos como esclavos vuestros por causa de Jesús / Porque Dios, que dijo: <Del seno de las tinieblas fulgurará la luz>, es quien la hizo fulgurar en nuestros corazones, para que irradiásemos el conocimiento de la gloria de Dios, que reverbera en la faz de Cristo Jesús / MÁS TENEMOS ESTE TESORO EN VASOS TERRIZOS PARA QUE LA SOBREPUJANZA DE LA FUERZA SE MUESTRE SER DE DIOS, QUE NO DE NOSOSTROS”

 
Realmente, se puede decir que la religión cristiana está basada en hechos históricos, narrados por los testimonios de los elegidos de Dios que aparecen en las Sagradas Escrituras, personas que han vivido como nosotros en este mundo, en siglos pasados. Así, son muchísimos los testimonios dados pos los apóstoles del Señor, a través de los Evangelios y en el libro de los Hechos, sin olvidar las cartas de algunos de ellos dirigidas a las primitivas Iglesias de Cristo. Por otra parte, no deberíamos olvidar tampoco que muchos cristianos  fueron mártires por defender la palabra de Dios, en el pasado, y aún en el  presente sigo sucediendo este hecho portentoso, lo que viene a demostrar que si en posible <llegar a Dios en el silencio del mundo>, ahora y siempre.

 
 
Y es que Cristo además de dejarnos su Palabra, realizó numerosos milagros, como el de las bodas de Caná, avalando con ello, aún más, su origen Divino. Sin embargo en un mundo tan paganizado como el actual en el que los milagros dejan indiferentes a tanta gente, existe una dificultad creciente en hacer comprender que los milagros existen realmente y son signos del amor de Dios y de su poder infinito sobre todas las cosas.

 
En efecto, la palabra <milagro> deriva del latín <miraculum>, que traducido al castellano significa <maravilla>; se trata de algo perceptible para el hombre, pero que sobrepasa los poderes de la naturaleza y de todo ser creado. Pues bien, Jesús hizo muchísimos milagros para recordarnos a los hombres su naturaleza divina. Hemos recordado antes, la conversión de agua en vino en las bodas de Caná, por ser su primer milagro y porque tuvo lugar casi al iniciarse su vida pública, pero a éste le siguieron otros muchos que fueron relatados por los evangelistas en el Nuevo Testamento. De cualquier forma, el milagro mayor por Jesús realizado fue sin duda el de su propia Resurrección de entre los muertos. Este milagro fue presenciado por muchísimas personas, no solo por sus seguidores, lo que demuestra que no fue una historia contada por estos, sino un acontecimiento real y porque como aseguraba en este sentido el Papa Benedicto XVI en su libro (Ibid):

 
 
“Jesús no es alguien que haya regresado a la vida biológica nuevamente y que después, según las leyes biológicas, deba morir nuevamente cualquier otro día (así sucedió en el caso del milagro de la resurrección de sus amigo Lázaro). Por otra parte, Jesús no es un fantasma, un <espíritu>. Esto significa que no es uno que en realidad, pertenece al mundo de los muertos, aunque estos puedan de algún modo manifestarse en el mundo de la vida.

 
Los encuentros con el Resucitado son, por otra parte, algo muy diferente de las experiencias místicas, en las que el espíritu humano viene por un momento elevado por encima de sí mismo y percibe al mundo de lo divino y lo eterno para volver después al horizonte normal de su existencia… Por una parte hay que decir que la esencia de la resurrección consiste precisamente en que ella contraviene la historia e inaugura una dimensión que llamamos comúnmente dimensión escatológica. La resurrección da entrada al espacio nuevo que abre la historia más allá de sí misma y crea lo definitivo… Esto significa, que la resurrección no es un acontecimiento histórico del mismo tipo que el nacimiento o la crucifixión de Jesús. Es algo nuevo, un género nuevo de acontecimiento. Pero es necesario advertir al mismo tiempo que no está simplemente fuera o por encima de la historia… Se podría expresar quizás todo esto tal vez así: La Resurrección de Jesús va más allá de la historia, pero ha dejado su huella en la historia. Por eso puede ser refrendado por testigos como un acontecimiento  poseedor de una cualidad totalmente nueva”


El Papa Benedicto XVI nos lleva con este razonamiento a considerar la posibilidad de que el hombre sea capaz de llegar a Dios en el silencio del mundo. Así sucedió en el caso de los apóstoles los cuales tuvieron ocasión de experimentar en sus propias personas lo que significaba estar en presencia de un fenómeno nuevo y totalmente inesperado como fue la Resurrección de Jesús. Sí, porque como sigue razonando el Papa Benedicto XVI (Ibid):