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domingo, 1 de diciembre de 2019

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO NO ES UNA UNION CUALQUIERA ENTRE PERSONAS HUMANAS



 
 
 
 
En el año 2001, el Papa san Juan Pablo II, en el Discurso a la Rota Romana durante la apertura del año Jubilar, dándose cuenta de los  derroteros por los que caminaba la sociedad, en general, respecto al sacramento del matrimonio y en particular el daño que esto estaba produciendo ya en las familias, se expresaba en los términos siguientes:

 
“El sacramento del matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas, susceptible de configurarse según una pluralidad de modelos culturales. El hombre y la mujer encuentran en sí mismos la inclinación natural a unirse conyugalmente. Pero el sacramento del matrimonio, como precisa muy bien santo Tomás de Aquino, es natural no por ser <causado necesariamente por los principios naturales>, sino por ser una realidad <a la que inclina la naturaleza, pero que se realiza mediante el libre arbitrio> (Summa Theol. Suppl., a. 1, in c.)”

 
 
 
 
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el Doctor Angélico, perteneciente a la Orden de los Predicadores, tenía toda la razón en el tema del sacramento del matrimonio, como en tantas otras cosas. Con razón fue proclamado Doctor de la Iglesia el 11 de abril de 1567 por el Papa san Pio V.   

 Por eso el Papa san Juan Pablo II lo tomó en muchas ocasiones como punto de referencia moral y teológica y  ante el tremendo cariz  que estaba tomando todo lo relacionado con el sacramento del matrimonio y la naturaleza de la familia aseguraba  que (Ibid):

 
 
 
“La ordenación a los fines naturales del matrimonio  (el bien de los esposos y la generación y educación de la prole) está intrínsecamente presente en la masculinidad y en la femineidad. Esta índole teológica es decisiva para comprender la dimensión natural de la unión. En este sentido, la índole natural del matrimonio se comprende mejor cuando no se le separa de la familia.

El matrimonio y la familia son inseparables, porque la masculinidad y la femineidad de las personas casadas están constitutivamente abiertas al don de los hijos. Sin esta apertura ni siquiera podría existir un bien de los esposos digno de este nombre.

 
 
También sus propiedades esenciales, la unidad y la indisolubilidad, se inscriben en el ser mismo del matrimonio, dado que no son de ningún modo leyes extrínsecas a él. Sólo si se lo considera como unión que implica a la persona en la actuación de su estructura relacional natural, que sigue siendo esencialmente la misma durante toda su vida personal, el matrimonio puede situarse por encima de los cambios de la vida, de los esfuerzos e incluso de las crisis que atraviesa a menudo la libertad humana al vivir sus compromisos.

 
En cambio, si la unión matrimonial se considera basada únicamente en cualidades personales, intereses o atracciones, es evidente que ya no se manifiesta como una realidad natural, sino como una situación dependiente de la actual perseverancia de la voluntad en función de la persistencia de hechos y sentimientos contingentes.

Ciertamente, el vínculo nace del consentimiento, es decir, de un acto de voluntad del hombre y de la mujer; pero ese consentimiento actualiza una potencia ya existente en la naturaleza del hombre y la mujer. Así, la misma fuerza indisoluble del vínculo se funda en el ser natural de la unión libremente establecida entre el hombre y la mujer”

 
 
 
El Papa san Juan Pablo II, muy motivado por este tema, un año después, ante este mismo <foro> volvía a insistir sobre el tema de la indisolubilidad del matrimonio (Discurso del Papa san Juan Pablo II a los prelados auditores defensores del vínculo y abogados de la Rota Romana con ocasión de la apertura del año Judicial. Lunes 28 de enero de 2002):

 
“Es importante la presentación positiva de la unión indisoluble, para redescubrir su bien y su belleza. Ante todo, es preciso superar la visión de la indisolubilidad como un límite a la libertad de los contrayentes, y por tanto como un peso, que a veces puede resultar insoportable…

A esto se añade la idea, bastante difundida, según la cual el matrimonio indisoluble sería propio de los creyentes, por lo cual ellos no pueden pretender <imponerlo> a la sociedad civil en su conjunto”

 

 
 
Verdaderamente es incierto que los cristianos católicos pretendamos <imponer> la indisolubilidad del matrimonio a toda la sociedad civil en su conjunto. Sólo Dios tiene el poder de unir en vínculo conyugal al hombre y a la mujer, y esta unión tiene lugar solamente a través del libre consentimiento de los mismos… Pero este consentimiento humano se da por un designio divino.

 
¿Qué quiere decir esto? Según el Papa San Juan Pablo II (Ibid): “Es la dimensión natural de la unión y, más concretamente, la naturaleza del hombre modelada por Dios mismo, lo que proporciona la clave indispensable de lectura de las propiedades esenciales del matrimonio.

Su anterior fortalecimiento en el matrimonio cristiano a través del sacramento se apoya en un fundamento de derecho natural, sin el cual sería incomprensible la misma obra salvífica y la elevación que Cristo realizó una vez para siempre con respecto a la realidad conyugal”

 
 
 
En efecto, Nuestro Señor Jesucristo elevó la unión entre  hombre y  mujer a la categoría de sacramento al asistir junto a su Madre la Virgen María y sus discípulos, a las bodas de Caná de Galilea, relatadas por el apóstol san Juan en su Evangelio; durante las mismas además tuvo lugar el primer signo del Señor al realizar el milagro de la conversión del agua en vino (Jn 2, 1-11)

 
En este sentido, sigue pronunciándose así el Papa san Juan Pablo II (Ibid): “Al designio divino natural, se han conformado innumerables hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, también antes de la venida del Salvador, y se conforman después de su venida muchos otros, incluso sin saberlo. Su libertad se abre al don de Dios, tanto en el momento de casarse como durante toda su vida conyugal.


 
De aquí se desprende que el <peso> de la indisolubilidad y los límites que implica para la libertad humana no son, por decirlo así, más que el reverso de la medalla con respecto al bien y a las potencialidades ínsitas en la institución familiar como tal. Desde esta perspectiva, no tiene sentido hablar de <imposición> por parte de la ley humana, puesto que esta debe reflejar y tutelar la ley natural y divina, que siempre es, verdad liberadora (Jn 8,32)”


 
No se puede explicar más claro, ni mejor que lo hizo en su día Nuestro Señor Jesucristo lo significa la verdadera libertad del hombre, por eso  el Papa san Juan Pablo II , recordando sus palabras, aseguraba que  la ley natural inscrita en el corazón del hombre por su Creador, también se ha ocupado de la unión entre hombre y mujer y así, sin saberlo quizás, muchos han roto la unión indisoluble, por lo que se llama en la Santa Biblia, <dureza de corazón>, pero eso no quiere decir que hayan operado con justicia.
 
 
 
 
Por eso continúa diciendo el Papa (Ibid): “Esta verdad sobre la indisolubilidad del matrimonio, como todo mensaje cristiano, está destinado a los hombres  y a las mujeres de todos los tiempos y lugares. Para que eso se realice, es necesario, que esta verdad sea testimoniada por la Iglesia y, en particular, por cada familia como <Iglesia doméstica>, en la que el esposo y la esposa se reconocen mutuamente unidos para siempre, con un vínculo que exige un amor siempre renovado, generoso y dispuesto al sacrificio”

 
Se deduce claramente de las palabras del Papa san Juan Pablo II  que contra la verdad del <vínculo conyugal>, no es correcto invocar la libertad de los contrayentes, porque al asumirlo libremente, implícitamente se están comprometiendo a respetar las exigencias que derivan de una ley natural inscrita por Dios en el corazón del hombre.

Verdaderamente se trata de una cuestión de conciencia, pero el hombre sigue teniendo <dureza de corazón>, como muy bien definió nuestro Señor Jesucristo, al hablar de estos temas relacionados con la unión entre hombre y mujer (Mc 10, 11-12): “Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; / y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio”

 
 
Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús en la región de Judea al otro lado del Jordán, a la que le habían seguido grandes multitudes desde Galilea, para responder a la pregunta de unos fariseos (Mt 19, 3): ¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo? Pero Él  les decía (Mt 19, 4-6): “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer / Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? / De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” 

Desafortunadamente, por la llamada <cultura de la muerte>, en los últimos siglos, muchos  hombres y mujeres no pueden aceptar estas palabras de Dios, sin sentirse molestos y hasta críticos con Él…

La pregunta que surge entonces es ¿por qué sucede esto? El Papa san Juan Pablo II se hacía también esta pregunta en su <Carta a las familias>  (2 de febrero de 1994), para responder a continuación: “La razón está en el hecho  de que nuestra sociedad se ha alejado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre lo que el hombre y la mujer son como personas. Por consiguiente, no sabe comprender adecuadamente lo que son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el alma responsable al servicio de la paternidad y la maternidad, la auténtica grandeza de la generación y la educación”

Éste es, pues, el drama según el Papa: Ciertos atributos sociales están sujetos a la tentación de manipular este mensaje, falseando la verdad sobre el hombre. El ser humano no es el que presentan ciertos estudios modernos  de una tan delicada materia... Es mucho más, como unidad psicofísica, como unidad del alma y cuerpo, como persona…

Sí, la verdad plena sobre el hombre ha sido revelada en Jesucristo y sin embargo, el <gran misterio>, el <plan salvador de Dios>, anunciado por san Pablo en su Carta a los Efesios, el racionalismo  lo combate con radicalidad. Para el racionalismo  aceptar que el Dios Creador ha <bendecido al hombre por medio de Cristo con toda clase de bienes espirituales> es impensable.

 
 
No puede aceptar que <con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados en virtud de la riqueza de la gracia que Dios derramó abundantemente sobre nosotros en un alarde de sabiduría  e inteligencia>
(Ef 1, 7-8).

 Por eso el Papa San Juan Pablo II sigue diciendo en su <Carta a las familias>: “El racionalismo interpreta la creación y el significado de la existencia humana de manera radicalmente distinta; pero si el hombre pierde la perspectiva de un Dios que lo ama y, mediante Cristo, lo llama a vivir en él y con él; si a la familia no se le dan la posibilidad de participar en el <gran misterio>: ¿qué queda sino la sola dimensión temporal de la vida? Queda la vida temporal como terreno de lucha por la existencia, de búsqueda afanosa de la ganancia, la económica ante todo. El <gran misterio>, el sacramento del amor y de la vida, que tiene su inicio en la creación y en la redención, y del cual es causante Cristo-esposo, ha perdido en la mentalidad moderna sus raíces más profundas. Está amenazado en nosotros y a nuestro alrededor.”
 
 
 
 
Son palabras de gran sabiduría las de este Papa que tanto luchó por el sacramento del matrimonio y de las familias; sí, Cristo es nuestro salvador, sin su verdad, que es la nuestra, es imposible que una pareja y por tanto la familia pueda llegar a estar unida para siempre, en una sociedad como la nuestra. En el Sermón de la montaña ya lo advertía (Mt 5, 27-28): “Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio / Pero yo os digo que todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en su corazón”



El Papa San Juan Pablo II reflexionando sobre estos versículos del Evangelio de San Mateo seguía diciendo en su <Cartas a las familias>: Con relación al Decálogo (Diez Mandamientos), que tiende a defender la tradicional solidez del matrimonio y de la familia, estas palabras de Jesús muestran un gran progreso. Él va al origen del pecado del adulterio, el cual está en la intimidad del hombre y se manifiesta en un modo de mirar y pensar que está dominado por la concupiscencia. Mediante ésta, el hombre, tiende a apoderarse de otro ser humano, que no es suyo, sino que pertenece a Dios.

 
 
A la vez que se dirige a sus contemporáneos, Cristo habla a los hombres de todos los tiempos y de todas las generaciones; en particular, habla a nuestra generación, que vive bajo el signo de una civilización consumista y hedonista. ¿Por qué Cristo, en el Sermón de la montaña, habla de manera tan fuerte y exigente?, la respuesta es muy clara: Cristo quiere garantizar la <santidad del matrimonio y de la familia>, quiere defender la plena verdad sobre la persona humana y su dignidad”