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lunes, 1 de julio de 2013

JESÚS DIJO: DEJAD EN PAZ A LOS NIÑOS


 
 
 


Excepcional amor profesa Jesús a los niños y lo demostró durante toda su vida pública sobre la tierra. Le gustaba estar entre ellos, cosa muy rara para un judío de la época, dado que la sociedad israelita, por entonces, no consideraba la infancia como una parte primordial del ser humano; acostumbraba a imponerles las manos sobre las cabezas, los abrazaba con cariño y los bendecía. Incluso le disgustó mucho el hecho de que sus discípulos no les dejasen acercarse a él, tal como podemos leer en el Evangelio de San Mateo (Mt 19, 13-15):

-Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiera las manos sobre ellos y recitase una oración; más los discípulos les riñeron.

-Pero Jesús dijo: <Dejad en paz a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los tales es el reino de los cielos>

-Y habiendo puesto las manos sobre ellos, partió de allí.

 Es interesante observar el contraste que ofrece la actitud de los discípulos, que consideran inoportuno que los niños se acerquen a su Maestro, y la de éste que por el contrario, les recrimina por ello y les pide que dejen aproximarse  a los niños para imponerles las manos y bendecirlos, advirtiéndoles que de ellos es el reino de los cielos.

También el evangelista San Marcos nos narra el encuentro de Jesús con los niños en su camino hacia Jerusalén para celebrar su última Pascua; el añade al relato del Apóstol San Mateo algo muy importante para todos los cristianos, concretamente que si no nos hiciéramos como niños no entraríamos en el reino de Dios (Mc 10, 13-16):

-Y le presentaron unos niños para que los tocase, pero los discípulos reñían a los que los traían.

-Viéndolo Jesús, se enojó y les dijo: <Dejad a los niños que vengan a mí, no se lo impidáis; pues de los tales es el reino de Dios.

-En verdad os digo, quién no reciba el reino de Dios como niño, no entrará en él.

-Y después de abrazarlos los bendecía poniendo las manos sobre ellos

 La Iglesia desde el principio tuvo en cuenta estas palabras del Señor, acercando a los niños a Jesús por medio sobre todo del Sacramento de la Eucaristía, que solía administrarles aún siendo niños de pecho, según aparece en casi todos los rituales litúrgicos de la Iglesia anteriores al siglo XIII; solía llevarse a cabo esta administración del Cuerpo de Cristo en los bebés al mismo tiempo que se les impartía el Sacramento del Bautismo, siendo ésta una costumbre que existió  en muchos lugares, durante muchos siglos:

“No solo en el acto del bautismo, sino después y en repetidas ocasiones, eran alimentados los niños, con el divino manjar, pues fue costumbre de algunas Iglesias el dar la Sagrada Comunión inmediatamente después de comulgar el clero…

Esta costumbre desapareció más tarde en la Iglesia latina y los niños no eran admitidos a la Sagrada Mesa hasta que el uso de la razón estuviera de algún modo despierto en ellos y pudieran tener alguna idea del Augusto Sacramento. Esta nueva disciplina admitida por varios Sínodos particulares, fue solemnemente sancionada por el Concilio general cuarto de Letrán, en el año 1215, promulgando su célebre Canon número 21, por el cual prescribe la confesión Sacramental y la Sagrada Comunión a los fieles que hubieran llegado al uso de razón… (Carta Encíclica <Quam Singulari>. Pio X. Dado en Roma 1910)”
 


Ciertamente como asegura el Canon romano 96, la Eucaristía es la anticipación de la gloria celestial y la Iglesia desde antiguo ha deseado que todos sus miembros participen de esta gracia divina. Así, en una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:

¡Oh Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su Pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura! (C.I.C. 1402)

 

Por otra parte, el Pontífice Pio X (1903-1914), refiriéndose al amor de Jesús por los niños recordaba sus palabras (Ibid):

“En cuánto estimaba la inocencia de los niños, dijo a sus discípulos: en verdad os digo, si no os hicierais como niños, no entrareis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillase como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. El que recibiere a un niño así en mi nombre, a Mí me recibe”

Se refiere el Santo Padre en su Encíclica, al Evangelio de San Mateo en el que se lee concretamente (Mt 18, 1-5):

-En aquella sazón se llegaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién, en fin, es el mayor en el reino de los cielos?

-Y llamando a sí a un niño, lo puso en medio de ellos,

-y dijo: En verdad os digo, si no os tornarais e hicierais como niños, no entrareis en el reino de los cielos.

-Así, pues, el que se hiciere pequeño como este niño, éste es mayor en el reino de los cielos

-Y quien recibiere a uno de tales niños en mi nombre, a mi me recibe

 

El Señor sabía que sus discípulos discutían algunas veces sobre este tema, haciendo cuentas sobre quién de ellos sería el predilecto para entrar primero en el reino de los cielos y quiso aclararles de una forma definitiva esta cuestión tan importante para ellos, y también para todos los hombres a lo largo de los siglos. Jesús dice que tenemos que hacernos inocentes y humildes como niños, cosa nada fácil para los adultos que desde siempre se han olvidado de estas características tan nobles de su pasada infancia, y eso que ésta es esencial, no solo para su posterior comportamiento sobre la tierra, sino también para su posible entrada o no en la gloria de Dios.

Se deduce de las palabras del Señor que la educación de los hijos, de los alumnos, de los niños en general, cuando están bajo el cuidado de sus mayores, debe ser esmerada, porque sin duda de ella va a depender su futuro material y espiritual, por eso Jesús advirtió también a sus discípulos del grave pecado cometido por aquellos hombres, que en lugar de enseñar cosas buenas a los niños, los escandalizan con sus malas acciones hacia ellos, hacia sí mismos, o hacia sus semejantes en general. Para esos hombres, Cristo tiene palabras muy fuertes de censura y les avisa del grave riesgo que corren (Lc 17, 1-2):


-Es imposible que los escándalos no vengan, más ¡ay de aquel por quien viniesen!

-Más le valiera que le colgaran al cuello una rueda de molino, y le precipitaran en el mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos.

Los evangelistas San Mateo y San Marcos se hacen también eco de las enseñanzas de Jesús sobre este tema tan prioritario para el género humano, y así por ejemplo Marcos lo expresa en  términos muy parecidos a San Lucas:

-Y quien escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más vale que le cuelguen  al cuello una rueda de molino y lo echen al mar

Las palabras de nuestro Creador contrastan sin duda con los sufrimientos que en la actualidad padecen los niños por culpa de los hombres, sean éstos los propios padres y/o los familiares, sus maestros y/o los compañeros de estudios, u otras personas cuales quieran que sean; destacan entre los hechos más detestables, el maltrato físico o moral en el ámbito familiar o escolar, el abandono o negligencia en estos u otros  foros, y todavía peor, el abuso sexual en cualquier caso y en cualquier ámbito.

En el momento actual en el que los adolescentes y los niños se ven abocados a escándalos sin fin, en los medios de comunicación, en las calles y escuelas, y aún en los hogares, es necesario que todos los hombres y mujeres de buena voluntad luchemos contra estas lacras de las sociedades modernas y consumistas, que maltratan a estos <pequeñuelos>, como los llamaba el Señor. Porque estas inocentes criaturas están siendo sometidas a desgracias sin fin, baste recordar también, que son obligadas en muchas ocasiones  por ejemplo: a trabajos forzados peligrosos o no, a colaborar con el mundo de la droga, e incluso a hacerse consumidores de productos dañinos para la salud, a actuar como escudos humanos en guerras suicidas, a practicar la prostitución, y un largo etc.
 
 


Varias son las enseñanzas fundamentales que Jesús nos dejó acerca de nuestra aptitud hacia los niños, como nos recuerdan los Evangelios. Por una parte, que debemos cuidarles con esmero en todo lo referente al cuerpo y al espíritu, proporcionándoles los medios educativos necesarios y convenientes para alcanzar estos propósitos, y por otra, evitar en todo momento y lugar escandalizarlos tanto con el mal ejemplo individual de cada persona, como con una  conducta perversa de la sociedad. Esta última cuestión ésta siendo constantemente puesta de manifiesto por los medios de comunicación, en particular por aquellos que como  consecuencia de los avances tecnológicos se ponen a  disposición de los niños y adolescentes, sin control alguno. La prueba de ello la tenemos en la agresividad creciente  que ha surgido en las últimas décadas entre los mismos miembros más jóvenes de nuestra sociedad, que han llegado a desarrollar comportamientos inamisibles, incluidos  los malos tratos físicos y psíquicos tanto en las escuelas, como en el seno familiar.

Debemos sin duda reflexionar seriamente sobre el pernicioso modelo de sociedad que hemos heredado, que continúa deteriorándose en los inicios de  este nuevo milenio,  y que tan malos frutos está produciendo entre los niños y los jóvenes. Recordemos las palabras del Señor y tengamos también presentes los terribles datos estadísticos sobre este tema. Todos debemos hacer algo al respecto, con objeto de que tanta desgracia, si no se erradica en su totalidad, debido a dificultades mayores, al menos disminuya sustancialmente como Jesús hubiera deseado y nos exige todos los días.

Las estadísticas hablan por sí solas, como ya hemos recordado, existen en el mundo, en este momento, muchos problemas para los niños, en sus ámbitos más cercanos, pero además en otros, como  son  las guerras, en las que se les hace desaparecer sin caridad ni miramientos, y en las que en ciertas ocasiones, son utilizados, normalmente en países del  llamado tercer mundo, como soldados o como escudos humanos, por hombres despiadados y en su propio beneficio.



En países como Sudan y Republica Democrática del Congo, Fundaciones y Organizaciones para la defensa de los derechos del niño denuncian estos hechos, así, <Save the Childrem>  asegura que en el año 2010 más de 11. 000 niños y niñas soldados fueron liberados y rehabilitados, y que <una vez se desmoviliza a los menores soldados se ha de trabajar también tanto en su rehabilitación física y psicológica, como en su reinserción en el ámbito familiar y en la comunidad>. Todo esto es consecuencia de la incultura material y espiritual de los hombres que actúan de forma  despiadada en las confrontaciones bélicas.

En efecto, solo una educación en principios humanos y morales, religiosa e intelectual, de los niños y jóvenes, puede llevarlos el día de mañana a ser hombres de bien, cuyo comportamiento con sus semejantes sea impecable y caritativo. Esto es necesario, por ejemplo, porque  se cree que el número de niños y niñas soldados oscila en la actualidad entre los 250.000 y los 300.000, o acaso más, pues las estadísticas no dan datos del todo aceptables en este sentido y no dejan de ser cada vez más descorazonadoras. Muchas Organizaciones, como la anteriormente mencionada, pero también la ONU, Amnistía  Internacional, y por supuesto la Iglesia Católica, se están ocupando con ardor sobre este tema, pero las dificultades son enormes debido a la oposición de los propios países investigados.

La Iglesia, por su parte, desde siempre se ha ocupado de los derechos de los niños en el mundo  través de las misiones, haciendo más de lo que ha podido, en tantas ocasiones como se han presentado y no han sido pocas. Precisamente el Papa Benedicto XVI, al igual que sus predecesores, se ha hecho eco de las denuncias de malos tratos e injusticias a los jóvenes y niños, pidiendo a los pueblos implicados en estos hechos execrables, que se restablezca la paz, por amor a las nuevas generaciones.

Por otra parte, un tema esencial para la Iglesia Católica ha sido, desde luego, el cuidado de la educación del hombre desde su más tierna infancia:

“Dios mismo ha hecho a la Iglesia participe del divino magisterio y además, por un beneficio divino, inmune de todo error, por lo cual la Iglesia es maestra suprema y segurísima de todos los hombres y tiene, en virtud de su propia naturaleza, un inviolable derecho a la libertad de magisterio. De donde se concluye que la Iglesia es independiente de todo poder terreno, tanto en el origen de su misión educativa como en  el ejercicio de ésta, no solo respecto del objeto propio de su misión, sino también respecto a los medios necesarios y convenientes para cumplirla. Por esto, con relación a todas las disciplinas y enseñanzas humanas, que, en sí mismas consideradas, son patrimonio común de todos, individuos y sociedad, la Iglesia tiene un derecho absolutamente independiente para usarlas y principalmente para juzgarlas desde el punto de vista de su conformidad o disconformidad con la educación cristiana”
 
 


Son palabras del Pontífice Pio XI (1922-1939), siempre muy comprometido con la situación moral de su grey, que le llevó a escribir un gran número de cartas Encíclicas, y que incluso utilizó los mensajes radiofónicos, para hacer llegar su magisterio a todo el mundo. Luchó mucho por la familia, condenando el divorcio e interesándose de forma especial por la educación cristiana de los jóvenes y de los niños y así en su carta <Divini illius magistri>, dada en Roma en el año 1929, hizo un estudio cuidadoso y completo sobre distintos aspectos de este tema tan importante; en particular, sobre las cuestiones  de <a quien pertenece la misión educadora>, el <sujeto de la educación>, el <ambiente de la educación> y el <fin y forma de la educación cristiana>.  

En dicha carta el Santo Padre recordaba también el Código del derecho canónico que asegura: <los padres tienen la gravísima obligación de procurar, en la medida de sus posibilidades, la educación de sus hijos, tanto la religiosa y la moral, como la física y la cívica, y de proveer a su bienestar temporal> (CIC cm 1113), y por otra parte, que: <el primer ambiente natural y necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. Por esta razón, normalmente, la educación más eficaz y duradera es la recibida en una bien ordenada y disciplinada familia cristiana; educación tanto más eficaz cuanto más claro y constante resplandezca en ella el buen ejemplo, sobre todo de los padres y de los miembros de la familia>.


Precisamente para promover la labor educativa de los jóvenes y niños, la Iglesia utilizó el servicio de las Misiones, dando un gran impulso a las mismas para conseguir vocaciones nativas en cada país. Sí, en un mundo materialista como el ya existente en la época de Pio XI, él comprendió en seguida que solo a través de la labor evangelizadora de la Iglesia, los pueblos podrían salir de una situación de incultura tanto material como moral y espiritual y sobre todo conocer el Mensaje salvador de Cristo.

Este gran Papa tan interesado en la educación de las generaciones jóvenes de su tiempo, promovió y declaró santo a Juan Bosco, un hombre  que luchó siempre en favor de los niños más humildes y desamparados; nacido en una pequeña aldea del ayuntamiento de Becchi (Italia), y era hijo de un modesto labrador; con ayuda de otras almas caritativas como la condesa de Barolo, fundó una serie de escuelas nocturnas y centros de formación profesional.

Por otra parte, fundó la Congregación Salesiana y más tarde el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para la educación de las niñas. Fundó igualmente la Asociación de Salesianos Cooperadores y otras muchas Obras, de manera que a su muerte en 1888, eran ya más de doscientas las Casas y Obras por él promovidas y el número de salesianos crecía de día en día, debido seguramente también al creciente alumnado que acudían a estos Centros en busca de cultura y principios morales, de forma que siguió creciendo a lo largo del tiempo y en la actualidad la magnitud y calidad de enseñanza de los mismos es espectacular.
 
 


Se han dicho muchas alabanzas de la persona y de la obra de este santo que tanto amó a los niños y a los jóvenes, recordaremos ahora las del Rmo P.Fr. Justo Pérez de Urbel (Misal y devocionario del hombre católico. Ed. Aguilar 1964):

“Ordenado sacerdote en 1841, se consagró plenamente a las labores del ministerio sacerdotal. <El sacerdote-decía-no va sólo al cielo o al infierno; por eso me empeñaré en observar las siguientes resoluciones: Ocupar bien el tiempo, padecer, trabajar y humillarse en todo y siempre que se trate de salvar almas, tomando por guía la caridad y la dulzura de San Francisco de Sales>.

Este celo lo ejercita, sobre todo, con los niños pobres y abandonados, sus <birichini>, como él decía, sus golfillos. Los reúne en torno suyo, les cuenta cuentos, les enseña a cantar, a rezar, a leer, a trabajar. Así nace el Oratorio de San Francisco de Sales, que es al mismo tiempo taller, Templo, escuela, salón de juegos y vivienda. Tan necesaria era la obra de San Juan Bosco, que el mismo fundador la vio extenderse por Italia, Francia, España y América, y después, de cerca de un siglo, su programa de enseñanza sigue produciendo frutos maravillosos”  

 También el Papa Pablo VI se interesó por la educación y bienestar físico y moral de los jóvenes y de los niños de su grey, pero sobretodo por los derechos de los no natos, esto es, de aquellos seres humanos que se encuentran en el vientre de sus madres:

“El Concilio Vaticano II ha recordado con palabras muy serias que <Dios, Señor de vida, ha confiado a los hombres la altísima misión de proteger la vida> (Gaudium et Spes. 51). Y nosotros, que consideramos consigna concreta nuestra la absoluta fidelidad a las enseñanzas del Concilio, hemos hecho propia de nuestro Pontificado, la defensa de la vida, en todas las formas bajo las cuales puede ser amenazada, turbada e incluso suprimida…La defensa de la vida debe comenzar desde las fuentes mismas de la existencia humana. Ha sido esta una enseñanza importante y clara del Concilio, el cual, en la Constitución <Gaudium et Spes> advertía que <la vida una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado>; el aborto, lo mismo que el infanticidio, son crímenes abominables. No hicimos otra cosa más que recoger esta consigna, cuando hace diez años publicamos la Encíclica <Humanae vitae> (julio de 1968); inspirado en la intocable doctrina bíblica y evangélica que convalida las normas de la Ley natural  y los dictámenes  de la conciencia, sobre el respeto de la vida, cuya transmisión ha sido confiada a la paternidad y a la maternidad responsables (Homilía del Papa Pablo VI durante la celebración una Misa para la festividad de los santos Pedro y Pablo)”

                                                     
Las palabras del Pontífice Pablo VI expresan claramente su gran sufrimiento, debido a la incomprensión de algunos católicos, que acogieron, en su día, con disgusto y desaprobación manifiesta la  Encíclica <Humanae vitae>, que rechazaba el aborto y otras prácticas en contra de la vida humana; prácticas que cierto sector de la sociedad ya utilizaba y deseaba que la Iglesia las aceptara como buenas,  pero que se topó con la verdad absoluta defendida en el Concilio y ratificada por el Papa, el cual recomendaba en cambio una paternidad y una maternidad realmente responsables.

Pero no solo el aborto voluntario, sino también, la cooperación a que este acto aborrecible, se lleve a cabo, constituyen un pecado grave, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2272):

“La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. Quién procurara el aborto- si éste se produce, incurre en excomunión <latae  sentenciae> (Can 1398), es decir,-de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito- (Can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (Can 1323-1324).

Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quién se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad”

Con todo, y a pesar del esfuerzo de la Iglesia, con sus Papas a la cabeza, este grave problema ha seguido su curso, creciendo exponencialmente en los últimos años, al amparo de leyes injustas emitidas por los hombres, que no por Dios, el Creador de todas las cosas, también de humanidad…

Una vez más las estadísticas hablan por sí solas y así, en Países con tradición católica como España lo cierto es que más de un millón de abortos se han producido ya en los últimos veinte años, y más de cien mil en el último año, como denunciaba el Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo, Don Antonio Cañizares, el cual en una Homilía afirmaba que:

“Hay que crear una conciencia más profunda y arraigada del don maravilloso de la vida”

Precisamente uno de los Pontífices que más ha luchado por crear esta conciencia en la sociedad de los dos últimos siglos, ha sido el Papa Beato Juan Pablo II, el cual respondiendo a una pregunta del periodista converso Vittorio Messori sobre este espinoso tema, se manifestaba en los términos siguientes (Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Círculo de lectores):
 
 



“El derecho a la vida es, para el hombre, el derecho fundamental. Y sin embargo, cierta cultura contemporánea ha querido negarlo, transformándolo en un derecho <incomodo> de defender. ¡No hay ningún otro derecho que afecte más de cerca a la existencia misma de la persona! Derecho a la vida significa, derecho a venir a la luz y, luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción: <Mientras vivo tengo derecho a vivir>.

La cuestión del niño concebido y no nacido es un problema especialmente delicado, y sin embargo claro. La legalización de la  interrupción del embarazo, no es otra cosa que la autorización dada al hombre adulto-con el aval de una ley instituida- para privar de vida al hombre no nacido y, por eso, incapaz de defenderse…

Con frecuencia la cuestión se presenta como derecho de la mujer a una <libre elección> frente a la vida que ya existe en ella, que ella ya lleva en su seno: la mujer tendría que tener derecho entre dar vida y quitar la vida al niño concebido. Cualquiera puede ver que ésta es una <alternativa solo aparente> ¡No se puede hablar de derecho a elegir cuando lo que está en cuestión es un evidente mal moral, cuando se trata simplemente de No matar!

 
 



Se pregunta también el Papa en esta entrevista: ¿Puede existir para el mandamiento de la ley de Dios <No Matarás>, alguna excepción? No, no puede existir, esto no es posible, porque como nos recuerda también el Papa, incluso en el caso de una defensa propia debería respetarse el principio que los moralistas llaman <Principium Inculpatae Tutelae>, esto es, que para ser legitima la <defensa> debe llevarse a cabo de modo que inflija el menor daño, y si es posible, que deje a salvo la vida del posible agresor. Y como sigue razonando Juan Pablo II, los niños en el seno maternal no pueden considerarse nunca <agresores injustos>, ya que han venido al mundo por la acción de sus progenitores, y  esperan ser acogidos si no con amor, al menos con dignidad, por sus padres y por la sociedad. Por eso los Papas se han opuesto siempre a esta práctica de ejecución de inocentes (Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza):

“Rechazo firmemente la fórmula <Pro choice> (Por elección); es necesario decidirse por la fórmula <Pro woman> (Por la mujer), es decir, por una elección que está verdaderamente a favor de la mujer. Es ella quien paga el más alto precio no solamente por su maternidad, sino aún más por destruirla, por la supresión de la vida del niño concebido. La única actitud honesta en este caso, es la de la <radical solidaridad con la mujer>. No es licito dejarla sola. La experiencia de diversos centros asesores demuestra que la mujer no quiere suprimir la vida del niño que lleva en su seno. Si es ayudada en esta situación y si al mismo tiempo es liberada de la intimidación del ambiente circundante, incluso es capaz de heroísmo”
 
 

 
Ciertamente, la mujer de hoy, muchas veces se ve intimidada y coaccionada por las tendencias de la sociedad que la rodea, especialmente por esa <conciencia errónea> que todo lo impregna; quizás en otros tiempos la mujer podría haber tenido alguna duda respecto a la naturaleza real del ser humano, del feto que lleva dentro, pero hace ya tiempo que esto no es así. Está suficientemente probado científicamente que el embrión humano es en esencia un hombre en toda la extensión de la palabra, desde el momento de su concepción, como lo demuestran por ejemplo las ecografías que una madre puede observar desde el principio hasta el fin de su embarazo.

Por ello en el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos leer (CIC 2274-2275):

-El diagnóstico prenatal es lícito, <si respeta la vida e integridad del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su protección o hacia su curación>…Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua la existencia de una mal formación o de una enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte.

-Se deben considerar lícitas las intervenciones sobre embriones humanos, siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo exponga a riesgos desproporcionados, que tenga como fin su curación, las mejoras de sus condiciones de salud o su supervivencia individual.

-Es inmoral producir embriones humanos, destinados a ser explotados como <material biológico>

-Algunos intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su identidad.

En definitiva, por mucho que se empeñen los <seudocientíficos> en defender las prácticas abortistas, todos los hombres, sean o no, miembros de la Iglesia Católica, siempre deberían recordar y tener en cuenta lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo (Mt  5, 17- 21):


-No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no ha venido a abolir, sino a dar plenitud.
-En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.

-El que salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
-Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos.

-Habéis oído que se dijo a los antiguos: <No Matarás>, y el que mate será reo de juicio.

Sin duda existen grandes peligros en el mundo de hoy para los niños no natos, pero no es menos cierto que los niños nacidos del vientre de sus madres, corren también graves peligros en una sociedad donde la <conciencia errónea>, está perfectamente asumida por muchos. Además de los males anteriormente mencionados, que aquejan a los seres humanos desde el mismo momento de su concepción, otros riesgos, también escandalosos, deben añadirse a ellos. Nos referimos, concretamente, a la prostitución, las drogas y el comercio de seres humanos, normalmente asociado a los  anteriores, o bien al tráfico de órganos humanos.

El comercio de seres humanos sigue siendo en el momento actual,  una de las actividades criminales más frecuente, pero por desgracia también más rentables para aquellos hombres malvados y sin escrúpulos que lo practican entre los menores. Es por eso, que la sociedad debe concienciarse respecto a este gravísimo problema, que consiste en utilizar a los niños y jóvenes, peor que a animales, y que es totalmente semejante a la esclavitud, de triste recuerdo, practicada en siglos pasados.

Organizaciones mundiales en contra de estas prácticas, como las mencionadas anteriormente, han denunciado y siguen denunciando el tráfico comercial con niños y adolescentes, que son por ejemplo utilizados, posteriormente, en el negocio de la prostitución, de la droga, o de los trabajos forzados.  Así, se sabe que en torno a los dos millones de niños y niñas en la actualidad trabajan en la industria del tabaco, ganando sueldos de miseria, lejos de sus familias. Otras veces, son los abusos sexuales,  también practicados en el propio seno familiar o en las escuelas los que destrozan la vida de estas criaturas indefensas.



Especialmente doloroso ha sido para todos los católicos, la constatación de la práctica de abusos sexuales en menores, entre los miembros del clero. Esto ha llevado a una crítica exacerbada contra toda la Iglesia y a puesto en tela de juicio incluso la figura de su cabeza, el Papa, por parte de los enemigos del Señor.

Sin embargo, el Papa Benedicto XVI ha sabido afrontar de forma rigurosa y contundente estas desgraciadas acciones de una parte minoritaria de  hombres que pertenecían a la Iglesia Católica.

Desde el principio, el Papa, ha afrontado con coraje y valentía la verdad de los hechos, examinándolos con ecuanimidad y así por ejemplo, en la Carta Pastoral a los católicos de Irlanda, ha puesto de relieve algunos de los aspectos que más han contribuido a la crisis moral sobrevenida sobre algunos pastores de la Iglesia:
 
 



“Solo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que dieron lugar a la crisis actual es posible efectuar un diagnostico claro de sus causas y encontrar remedios eficientes.

Ciertamente entre los factores que contribuyen a ella, podemos enumerar: procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y la vida religiosa; insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y en los noviciados; una tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia, y por evitar escándalos, cuyo resultado fue la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y la falta de tutela de la dignidad de cada persona. Hay que actuar con urgencia para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias trágicas para la vida de las víctimas y sus familiares y han oscurecido la luz del Evangelio como no lo había logrado ni siquiera siglos de persecución”

En el libro: <Benedicto XVI frente a los abusos sexuales> de Gregory Erlanson y Matthew Burton. Ed. Laocoonte 2010, se destaca que: “el Papa Benedicto XVI, como Presidente para la doctrina de la Fe y como Papa, ha jugado un papel históricamente crucial en la respuesta del Vaticano ante la crisis. Desde llevar los esfuerzos de la Congregación para la doctrina de la Fe antes del año 2001, y revisar todos los archivos de los casos de sacerdotes sospechosos, hasta su propio afán de dirigir el asunto con determinación como Papa, Benedicto ha crecido en su papel de liderazgo justo cuando la Iglesia más lo necesitaba. Ha conocido a las víctimas. Ha reprendido a los sacerdotes que han cometido abusos sexuales. Ha desafiado a los Obispos. Ha supervisado una serie de reformas procesales que han permitido responder con rapidez cuando es necesario restringir, suspender o, incluso laicizar a un sacerdote…”

Como aseguran también los autores del excelente libro: Benedicto XVI es partidario de una renovación espiritual total de todos los miembros de la Iglesia, empezando por los Obispos, sacerdotes, los religiosos y continuando por los fieles no consagrados.  Para conseguir esta misión tan importante y meritoria, es necesario que todos rememos en el mismo sentido, practicando la moral y las buenas obras, así como la oración, el ayuno y sobre todo participando en los Sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía.

Hace poco el Vaticano ha negado las noticias aparecidas en distintos medios de comunicación sobre la posibilidad de que nuestro Papa actual, el Papa Francisco, hubiera reconocido la existencia de un <lobby gay> en seno de la Iglesia, que estuviera dificultando la renovación de la curia. Creemos firmemente, que de ser cierta la existencia de cualquier corrupción, el Papa Francisco, al igual que hizo el Papa Benedicto en su momento, tomaría con rigor las riendas de su grey.

Jesús ama a los niños, no lo olvidemos nunca, recordemos que hay que guardarse de escandalizarlos, es un mensaje suyo (Mt 18, 6-9):

-Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar.

-¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero hay del hombre por el que viene el escándalo!

-Si tu mano o tú pie te induce a pecar, córtatelo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno.

-Y si tu ojo te induce a pecar, sácalo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida con un solo ojo que con dos ser arrojado a la gehena del fuego.


Son palabras fuertes del Señor, pero necesarias, que nos advierten del terrible riesgo que corremos si provocamos escándalos, en particular, teniendo como víctimas a los niños.

Sí, porque como el Papa Juan Pablo II decía en la celebración del año de la familia en su <Carta a los niños>, dada en el Vaticano el 13 de diciembre de 1994:
 
 


“¡Que importante es el niño para Jesús! Se podría afirmar, desde luego, que el Evangelio está profundamente impregnado de la verdad sobre el niño. Incluso podría ser leído en su conjunto como el <Evangelio del niño>.
En efecto ¿qué quiere decir: <Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos>? ¿Acaso  no pone Jesús al niño como modelo para los adultos?”

 Las reflexiones del Papa Beato Juan Pablo II son muy importantes, porque ¿Cómo podemos permanecer impasibles ante tantos desmanes contra los niño en nuestra sociedad actual?  ¿Acaso no recordamos ya las palabras de Jesús? Elevemos, pues, una oración al divino Niño, como nos pedía el Papa Juan Pablo II y pidamos perdón a Dios:
“¡Levanta tu mano, divino Niño, bendice a estos pequeños amigos tuyos, bendice a los niños de toda la tierra!”