Y sigue diciendo el Papa Francisco en esta magnífica catequesis (Ibid):
“Esta es la medida para valorar cómo soy capaz de gestionar la riqueza,
si bien o mal; esta idea es importante: <lo que poseo verdaderamente es lo
que sé donar>
Si yo sé donar, estoy abierto, entonces soy rico no sólo con lo que
poseo, sino también en la generosidad, generosidad también como deber de dar
riqueza, para que todos participen de ella…
En efecto, si no soy capaz de donar algo, es porque esa cosa me posee,
tiene poder sobre mí y soy esclavo de ella. La posesión de bienes es una
ocasión para multiplicarlos con creatividad y usarlos con generosidad, y así
crecer en la caridad y en la libertad.
Cristo mismo, aun siendo Dios, <no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios, sino que se despojó de sí mismo> y nos enriqueció con su riqueza”
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús /
el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser
igual a Dios / sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres / se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”
Lo que nos hacen ricos no son los bienes sino el amor. Muchas veces
hemos sentido lo que el pueblo de Dios dice: <el diablo entra por los
bolsillos>. Se comienza con el amor hacia el dinero, el apetito de poseer;
después viene la vanidad: <Ah, soy rico y presumo de ello>; y al final,
el orgullo y la soberbia.
Este es el modo de actuar del demonio en nosotros. Pero la puerta de
entrada son los bolsillos…
Una vez más Jesucristo nos revela el pleno sentido de las Escrituras.
<No robarás> significa: amar con tus bienes, aprovecha tus medios para
amar cuanto puedas. Entonces tu vida será buena y la posesión se convertirá
verdaderamente en un don. Porque la vida no es un tiempo para poseer sino para
amar”
“A vosotros que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced
el bien a los que os odian / bendecid a los que os maldicen y rogad por los que
os calumnian / Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite el manto no le niegues
tampoco la túnica / Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo
reclames…”
“En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita
piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde: La
proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con
la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras
psicológicas profundas: Corazón, alma y mente, se pone el acento en la
totalidad de esta entrega a Dios.
El término mente, <diánoia>, contiene el elemento racional. Dios
no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad, y del
sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de
este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento él debe conformarse
al pensamiento de Dios…
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, que en verdad, no le habían
pedido: <El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
(Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el
hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y
el segundo, al que define también en esta ocasión con una formula bíblica
tomada del código levítico de santidad (Lv 19,18).
De esta forma en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen
en el papel del principio fundamental en el
que se apoya toda la Revelación bíblica: <De estos dos mandamientos
penden toda la Ley y los Profetas> (Mt 22, 40)”
El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo
injustamente y perjudicarle de cualquier forma, pero también prescribe la
justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del
trabajo del hombre…
La vida cristiana debe encaminarse y esforzarse en la práctica de la
caridad y el respeto a los bienes de este mundo, tal como podemos leer en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2443 y nº 2444):
“Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se
niegan a hacerlo, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda (Mt
5, 42)…
Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los
pobres (Mt 25, 31-36). La buena nueva <anuncia a los pobres> (Mt 11, 5);
Lc 4, 18) es signo de la presencia de Cristo”
“<El amor de la Iglesia por los pobres (…) pertenece a su constante
tradición> (CA 57)
Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza
de Jesús (Mt 8, 20) y en su atención a los pobres (Mc 12, 41-44).
El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de
trabajar, con el fin de <hacer partícipe al que se halle en necesidad>
(Ef 4, 28).
No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y
religiosa (CA 57)”
Pero vale la pena que tratemos de hacer una lectura más amplia de esta Ley, focalizando el tema de la propiedad de los bienes a la luz de la sabiduría cristiana.
En la doctrina social de la Iglesia se habla del <destino universal
de los bienes> ¿Qué significa?
Escuchemos lo que dice el Catecismo (nº 2402): <Al comienzo Dios
confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para
que tuviera cuidado de ellos, los dominará mediante su trabajo y se beneficiará
de sus frutos. Los bienes de la creación están destinados a todo el género
humano>…”