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jueves, 12 de septiembre de 2019

LA PROPIEDAD DE UN BIEN HACE DE SU DUEÑO UN ADMINISTRADOR DE LA PROVIDENCIA



Y sigue diciendo el Papa Francisco en esta magnífica catequesis (Ibid):

“Esta es la medida para valorar cómo soy capaz de gestionar la riqueza, si bien o mal; esta idea es importante: <lo que poseo verdaderamente es lo que sé donar>

Si yo sé donar, estoy abierto, entonces soy rico no sólo con lo que poseo, sino también en la generosidad, generosidad también como deber de dar riqueza, para que todos participen de ella…

En efecto, si no soy capaz de donar algo, es porque esa cosa me posee, tiene poder sobre mí y soy esclavo de ella. La posesión de bienes es una ocasión para multiplicarlos con creatividad y usarlos con generosidad, y así crecer en la caridad y en la libertad.

Cristo mismo, aun siendo Dios, <no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo> y nos enriqueció con su riqueza”

 Se refiere el Papa Francisco en este último párrafo a la carta de san Pablo a los Filipenses donde entre otras muchas cosas les enseñaba sobre la divinidad de Jesucristo, sobre su humillación y obediencia al Padre (Fil 2, 5-8):

 
 
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús / el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios / sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres / se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”

 Por eso sigue diciendo el Papa Francisco en su catequesis (Ibid):
“Mientras la humanidad se fatiga para tener más, Dios la redime haciéndose pobre: aquel hombre crucificado pagó por todos un rescate inestimable por parte de Dios Padre, <rico en misericordia> (Ef 2, 4; St 5, 11).

Lo que nos hacen ricos no son los bienes sino el amor. Muchas veces hemos sentido lo que el pueblo de Dios dice: <el diablo entra por los bolsillos>. Se comienza con el amor hacia el dinero, el apetito de poseer; después viene la vanidad: <Ah, soy rico y presumo de ello>; y al final, el orgullo y la soberbia.
Este es el modo de actuar del demonio en nosotros. Pero la puerta de entrada son los bolsillos…

 
 
 
 
Una vez más Jesucristo nos revela el pleno sentido de las Escrituras. <No robarás> significa: amar con tus bienes, aprovecha tus medios para amar cuanto puedas. Entonces tu vida será buena y la posesión se convertirá verdaderamente en un don. Porque la vida no es un tiempo para poseer sino para amar”

 
Hermosas palabras de nuestro actual Pontífice que ensalza, siguiendo a  Cristo, el amor al prójimo como a uno mismo, incluso, si éste se muestra como nuestro enemigo. Sucedió en efecto, que en una ocasión, durante su estancia en Galilea, Jesús dio un discurso en el llano, a las gentes que siempre le seguían esperanzadas en presenciar alguno de sus milagros, y en este discurso entre otras muchas cuestiones interesante les mencionó la necesidad de amar a los enemigos (Lc 6, 27-30):

“A vosotros que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian / bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os calumnian / Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y  al que te quite el manto no le niegues tampoco la túnica / Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames…”


“En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde: La proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: Corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios.

El término mente, <diánoia>, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad, y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento él debe conformarse al pensamiento de Dios…

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, que en verdad, no le habían pedido: <El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una formula bíblica tomada del código levítico de santidad (Lv 19,18).

 
 
De esta forma en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel del principio fundamental en el  que se apoya toda la Revelación bíblica: <De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas> (Mt 22, 40)”

El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicarle de cualquier forma, pero también prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo del hombre…

La vida cristiana debe encaminarse y esforzarse en la práctica de la caridad y el respeto a los bienes de este mundo, tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2443 y nº 2444):

“Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda (Mt 5, 42)…

Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (Mt 25, 31-36). La buena nueva <anuncia a los pobres> (Mt 11, 5); Lc 4, 18) es signo de la presencia de Cristo”

 


“<El amor de la Iglesia por los pobres (…) pertenece a su constante tradición> (CA 57)

Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús (Mt 8, 20) y en su atención a los pobres (Mc 12, 41-44).

El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de <hacer partícipe al que se halle en necesidad> (Ef 4, 28).

No abarca sólo la pobreza material, sino también  las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (CA 57)”
 
 
 
 


Pero vale la pena que tratemos de hacer una lectura más amplia de esta Ley, focalizando el tema de la propiedad de los bienes a la luz de la sabiduría cristiana.

En la doctrina social de la Iglesia se habla del <destino universal de los bienes> ¿Qué significa?

Escuchemos lo que dice el Catecismo (nº 2402): <Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominará mediante su trabajo y se beneficiará de sus frutos. Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano>…”