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sábado, 3 de octubre de 2015

ALGUNOS LAICOS EVANGELIZAN: ¿Y TÚ? ¿QUÉ VAS A HACER?


 
 
 


El Papa Francisco nos ha recordado esta pregunta, realizada  por el Pontífice León XIII (1810-1903) y dirigida a una joven laica, la cual algunos años después llegó a ser canonizada  (1 de octubre, 2000 en Roma por el Papa San Juan Pablo II).
Esta joven era Ktharine Marie Drexel (1858-1955), hija de un banquero de Filadelfia (USA), hombre rico y muy caritativo, que supo utilizar sus posesiones en favor de los más desfavorecidos y dejó a sus hijas un legado de buen comportamiento cristiano, que más tarde floreció en Ktharine y sus hermanas (Isabel y Virginia).

Aquella joven laica: Apóstol de los indios americanos y personas de raza negra, así fue considerada Ktharine Drexel, por su interés hacia estos sectores desprotegidos de la sociedad, durante un viaje a Roma, tuvo ocasión de hablar con el por entonces Papa, León XIII, y le rogó  que enviara más misioneros a su país para ayudar a estas gentes. A raíz de este encuentro la vida de la joven cambio radicalmente ante la contestación sugerente del Papa: ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?

 


Ella se puso <manos a la obra> visitando los estados  del Norte y Sur de Dakota y compadecida ante la indigencia de los indios, utilizó la fortuna que había heredado para ayudar a los misioneros que habían llegado hasta estas regiones de pobreza y desamparo material, que no espiritual.

Finalmente entró en el noviciado de las Hermanas de la Misericordia y más tarde, al igual que hizo Santa Teresa de Jesús, fundó un nuevo noviciado, el de las Hermanas del Santísimo Sacramento, específico para los indios y negros, en Santa Fe (Nuevo Méjico), y promocionó escuelas católicas por muchos estados americanos con la idea de evangelizar y ayudar a estos pueblos, llegando a sufrir incluso persecuciones, por parte de personas increyentes o alejadas de Dios.

El Papa León XIII, no cabe la menor duda, era un hombre sabio, tal como le calificó recientemente el Papa Francisco, concretamente durante su Homilía del 26 de septiembre del presente año, con motivo de la Misa por él celebrada en la Catedral de San Pedro y San Pablo de Filadelfia (USA).

Para el Papa Francisco esta pregunta de León XIII, dirigida a una joven laica es sumamente interesante:


“Es significativo que esta pregunta del anciano Papa fueran dirigida a una mujer joven laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una sociedad que cambia rápidamente, reclama ya de los laicos una participación mucho más activa. La Iglesia de los Estados Unidos ha dedicado siempre un gran esfuerzo a la catequesis y a la educación. Nuestro reto hoy es construir sobre estos cimientos sólidos y fomentar un sentido de la colaboración y responsabilidad compartida en la planificación de nuestras parroquias e instituciones…
De manera particular, significa valorar la inmensa contribución que las mujeres, laicas y religiosas, han hecho y siguen haciendo en la vida de nuestras comunidades”         

Sí, como nos aseguraba, el Papa San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica post-sinodal <Christifideles Laici>, dada en Roma el 30 de diciembre de 1988, <el llamamiento del Señor no cesa de resonar en el curso de la historia >, y se dirige a cada hombre que viene a este mundo, no solo a los sacerdotes, y a los religiosos, sino también a los fieles laicos, los cuales son llamados personalmente por Él, para realizar la tarea de la evangelización, en nombre de la Iglesia a favor de todos los pueblos.
Por eso, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, < Lumen Gentium>, podemos leer (GL 31):

“A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida.

Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad.
Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor”
 
 
 

Por otra parte, como nos enseñaba  el Papa Benedicto XVI, cuando todavía era el Cardenal Joseph Ratzinger, en una conferencia que pronunciaba en el Congreso de Catequistas y Profesores de religión en la ciudad de Roma en el año 2000, todos los hombres tenemos la obligación de dar a conocer los santos Evangelios con nuestras obras y con nuestras palabras, porque:

“La vida humana no se realiza por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando…
Evangelizar quiere decir mostrar el camino, enseñar el arte de vivir”

 


La Iglesia tiene la obligación, el deber permanente, de evangelizar al mundo, es su misión, y los laicos como miembros  que son de la misma deben llevar a cabo su parte en este crucial cometido, el cual fue confiado por Cristo a los Once y por extensión a sus seguidores a lo largo de todos los siglos a partir su ascensión a los cielos (Mc 16, 9-15).

En efecto, como aseguraba el Papa Benedicto XV en su Carta Apostólica <Maximun Illud> dada en Roma  en el año 1919:

“El Evangelio no había de limitarse ciertamente a la vida de los Apóstoles, sino que se debía perpetuar en sus sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera hombres en la tierra para salvar la verdad”

 Así mismo, como también se indica en la Constitución dogmática <Lumen Gentium>  (GL 33):

“Los laicos congregados en el pueblo de Dios e integrados en el único cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualquiera que sean, están llamados, como miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas, las recibidas por el beneficio del Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación”
 
 

Y es que, todos los creyentes estamos unidos a Cristo y entre sí, como proclamaba el Apóstol San Pablo en su primera carta al pueblo de Corinto (I Co 12, 12-13 y 27-30). De hecho, podemos leer en la Constitución dogmática <Lumen Gentium> (GL 9) que:

“Así como el pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia; así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne, también es designado como Iglesia de Cristo, porque fue Él quien la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social.

Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación, y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera.

Debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos. Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada por el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la Cruz llegue a la luz que no conoce ocaso”
 
 



Los Apóstoles, primero miembros de la Iglesia de Cristo, de inmediato, iniciaron la labor evangelizadora que Éste les había encargado y ello les costó dar la vida por Él y su Mensaje, pues todos, a excepción de san Juan, sufrieron la muerte por martirio y san Juan aunque no murió de esta forma, según la tradición, sufrió también terrible martirio, por la misma razón.

Después de estos, vinieron otros hombres, que durante los primeros siglos de la Iglesia, fueron los encargados de propagar la palabra de Jesús por todo el mundo, entonces conocido, y también sufrieron persecuciones y sufrimientos sin fin e incluso la muerte por martirio, las más de las veces.
Como el mismo Papa Benedicto XV recordaba en su carta Apostólica <Maximum Illud>:

“Aún en los tres primeros siglos, cuando una en pos de otra, suscitaba el infierno encarnizadas persecuciones para oprimir en su cuna a la Iglesia, y todo rebosaba sangre de cristianos, la voz de los predicadores evangélicos se difundió por todos los confines del Imperio romano”

Es sin duda importante y reconfortante también para los cristianos de hoy en día, recordar que Cristo nos pidió a todos sus seguidores que fuéramos sus evangelizadores; sabemos, por la historia de la Iglesia, de la labor extraordinaria realizada por muchos de sus miembros a lo largo de todos estos siglos.



Precisamente Benedicto XV (1414-1922), el Pontífice que tomó posesión de la silla de Pedro casi al inicio de estallar la primera guerra mundial, la cual intentó parar, pero sin éxito, poco después de acabar la contienda, en la que él participó de forma activa ayudando a los prisioneros de guerra y a la población civil sin desaliento, escribió la Carta Encíclica <Maximun Illud>, ya mencionada para aportar luz a la historia de la evangelización realizada por la Iglesia católica:

“Desde que públicamente se concedió a la Iglesia paz y libertad, fue mucho mayor en todo el orbe el avance del apostolado, obra que se debió sobre todo a hombres eminentes en santidad. Así, Gregorio I el Iluminador (257-330) gana para la causa cristiana a Armenia; Victoriano (270-303) a Styria, Frumencio (+383) a Etiopia; Patricio (377-385; 461-464+) conquista para Cristo a los irlandeses; a los ingleses, Agustín de Canterbury (605+); Columbano (521-597) y Paladio (432+) a los escoceses. Más tarde, hace brillar la luz del Evangelio para Holanda, Clemente Villibrordo primer Obispo de Utretch, mientras Bonifacio (754+) y Anscario (865+) atraen a la fe católica los pueblos germánicos; como Cirilo (827-869) y Metodio (815-885) a los eslavos.
 


Ensanchándose luego todavía más el campo de la acción misionera, cuando Guillermo de Rubruquis (1253-1255) viajó a Asía e iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia y   el Papa Beato Gregorio X (1210-1276) envió misioneros a China, cuyos pasos habían pronto de seguir  los hijos de San Francisco de Asís (1271-1368), durante la dinastía Yuan, fundando una Iglesia numerosa, que pronto había de desaparecer al golpe de la persecución.

Más aún: tras el descubrimiento de América; ejércitos de varones apostólicos, entre los cuales merece especial mención Bartolomé de las Casas, honra y prez de la orden dominicana, se consagraron a aliviar la triste suerte de los indígenas, ora defendiéndolos de la tiranía despótica de ciertos hombres malvados, ora arrancándolos de la dura esclavitud del demonio.
 
 


Al mismo tiempo, Francisco Javier, digno de ser comparado con los mismos Apóstoles, después de haber trabajado heroicamente por la gloria de Dios y salvación de las almas de las Indias Orientales y el Japón, expira en las mismas puertas del Celeste Imperio, a donde se dirigía, como para abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquella región vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de anhelos misioneros y en medio de mil vicisitudes,  los hijos de tantas órdenes religiosas e instituciones misioneras.

Al  fin, Australia, último continente descubierto, y las regiones interiores de África, exploradas recientemente por hombres de tesón y audacia, han recibido también pregoneros de la fe. Y casi no queda ya isla tan apartada en la inmensidad del mar donde no haya llegado el celo y la actividad de nuestros misioneros…

Pues bien: quien considere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, admirará sin duda que, a pesar de ello, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas…”

Por desgracia, desde que Benedicto XV escribiera esta Carta Apostólica la situación ha ido visiblemente empeorando, a partir de la segunda Guerra Mundial, y hasta nuestros días, en los que el llamado Viejo Continente, primero en recibir la Palabra de Cristo, se encuentra con la clara necesidad de una <Nueva Evangelización>.



Precisamente en este sentido, el  Papa San Juan Pablo II hacia una denuncia en su Exhortación Apostólica Post-Sinodal, <Christifideles Laici> en el año 1988:

“¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la <indiferencia religiosa> y del <ateísmo>, en sus más diversas formas, particularmente en aquella <hoy quizás más difundida> del <secularismo>?

Embriagados por las prodigiosas conquistas de un irrefrenable desarrollo científico-técnico, fascinados sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios (GN 3,5), mediante el uso de una libertad sin límites, los hombre arrancan las raíces religiosas que están en su corazón: se olvidan de Dios, lo consideran sin significado para su propia existencia, lo rechazan poniéndose a adorar los más diversos <ídolos>…

Y sin embargo la <aspiración y la necesidad de lo religioso> no puede ser suprimida totalmente. La conciencia de cada hombre, cuando tiene el coraje de afrontar los interrogantes más graves de la existencia humana, y en particular el sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, no puede dejar de hacer propia aquella palabra de verdad proclamada a veces por San Agustín:



 <Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti>.

Así también el mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, el despertar de la búsqueda religiosa, el retorno al sentido de lo sacro y a la oración, la voluntad de ser libres en el invocar el Nombre del Señor”

 


Sigue, en su Exhortación, el Pontífice Juan Pablo II, hablando largo y tendido, sobre el problema, mejor dicho, los múltiples problemas que embargaban a la sociedad del siglo veinte,  que han continuado creciendo desde entonces y siguen amenazando terriblemente a la sociedad desde los comienzos de este siglo veintiuno, por ejemplo: el desprecio de la dignidad humana, la conflictividad social, la falta de justicia entre los hombres y sobre todo la falta de paz, tanto en el seno familiar, como en el mundo en general.



Es un campo de trabajo inmenso, incierto y doloroso, éste, que en la actualidad tienen que labrar los obreros del <dueño de la casa> de la parábola de Jesús (Mt 20 1-16).

En efecto, como también razonaba el Papa san Pablo VI, en su Carta Encíclica <Ecclesiam Suam>, dada en Roma el 6 de agosto de 1964 (segundo de su Pontificado):

“Habiendo Jesucristo fundado la Iglesia para que fuese al mismo tiempo <madre amorosa> de todos los hombres, y la <dispensadora de salvación>, se ve claramente por qué a lo largo de los siglos le han dado muestras de especial amor y le han dedicado especial solicitud todos los que se han interesado por la gloria de Dios y por la salvación eterna de los hombres; entre éstos, como es natural los Vicarios del mismo Cristo en la tierra, un número inmenso de Obispos y de Sacerdotes y un admirable escuadrón de cristianos santos”


Fue esta la primera Carta Encíclica del Papa Pablo VI, un hombre verdaderamente santo, que luchó denodadamente por transmitir <correctamente> los mensajes de la Iglesia, recogidos del Concilio Vaticano II. Fue por ello atacado, por aquellos que querían una <modernización de la Iglesia>, que implicaba, incluso, apartarse del Mensaje de Cristo.


Pero él, fiel al Señor, no cedió a los intereses particulares de aquellos que pretendían, equivocadamente y atraídos por filosofías malsanas, alejarse de la verdad salvadora.
El motivo, pues, de esta su primera Encíclica, era dejar muy claras sus intenciones al respecto (Ibid):

“Esta nuestra Encíclica no quiere revestir carácter solemne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas determinadas, morales o sociales: simplemente quiere ser un mensaje fraternal y familiar.

Pues queremos tan solo, con esta nuestra carta, cumplir el deber de abriros nuestra alma, con la intención de dar a la comunión de  fe y de caridad que felizmente existe entre nosotros  un mayor gozo, con el propósito de fortalecer nuestro ministerio, de atender mejor a las fructíferas sesiones del Concilio Ecuménico mismo, y de dar mayor claridad a algunos criterios doctrinales y prácticos que puedan útilmente guiar la actividad espiritual y apostólica de la Jerarquía eclesiástica y de cuantos le prestan obediencia y colaboración o incluso sólo benévola atención”

Sin duda el Pontificado de Pablo VI (1963-1978) estuvo lleno de escollos que parecían insalvables y que proporcionaron al Papa un gran sufrimiento, aunque él siempre llevó la Cruz de Cristo con amor y dignidad.



Sin embargo los males que azotaban a la sociedad de mediados del siglo XX, se  iniciaron en tiempos anteriores; el Papa Pio X, los denunció, en su Carta Encíclica <Acerbo Nimis>, donde mencionó con dolor la falta de enseñanza del Catecismo Católico en las escuelas y en la sociedad cristiana en general, al principio de ese siglo, en concreto en el año 1905:
“¡Cuan comunes y fundados son, por desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de conocer para conseguir la salvación eterna!

Al decir pueblo cristiano, no queremos referirnos solamente a la plebe, esto es, a las personas pobres, a quienes excusa con frecuencia, el hecho de hallarse sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes no falta entendimiento, ni cultura y hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo tocante a la religión, viven temerariamente e imprudentemente.

¡Difícil sería ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia los envuelven, y lo que es más triste, la tranquilidad con que permanecen en ellas! De Dios, Soberano autor y moderador de todas las cosas y de la sabiduría de la fe cristiana para nada se preocupan; y así nada saben de la Encarnación del Verbo de Dios, ni de la Redención por Él llevada a cabo…



En cuanto al pecado, ni conocen su malicia, ni su fealdad, de suerte que no ponen el menor cuidado en evitarlo…”

Vemos, la angustia del Papa ante los hechos por él denunciados en la sociedad, ya en los albores del siglo XX;  él trató de renovar <toda en Cristo>, con la esperanza de evitar el declive moral y prevenir lo que ya se anunciaba para  siglos posteriores...

Ciertamente, como el propio Papa San  Juan Pablo II recordaba en su Carta Apostólica <Tertio Millennio adveniente>, publicada en el año 1994, todos los Pontífices del siglo XX, anteriores al Concilio Ecuménico de Vaticano II, trataron de promover la paz entre las naciones, pero también, la paz verdadera en la conciencia de los hombres de la época. Sí, realmente todos los Papas comprendieron que, esto, era sumamente urgente y trataron de evangelizar a los pueblos para evitar lo que se avecinaba, pero sin demasiado éxito…

A la muerte de Pablo VI fue elegido como su sucesor en la silla de Pedro, el Cardenal Albino Luciani, persona muy próxima al anterior Papa y de una humildad y santidad reconocidas. Este Santo Padre que tomó el nombre de Juan Pablo I no defraudó en absoluto las perspectivas puestas en él, en el cortísimo tiempo que duró su Pontificado (apenas unos días del año 1978).

No pudo ser, el 29 de septiembre del mismo año que había sido elegido, 1978, se anunció al mundo entero su muerte, tan inesperada; su sucesor, Juan Pablo II (1978-2005) retomó con gran ánimo la tarea que había anunciado y deseaba realizar Juan Pablo I...

El nuevo Papa, muy pronto, logró atraerse el cariño, respeto, y admiración de todos los miembros de la Iglesia, debido a su gran carisma y bondad absoluta. Fue uno de los Pontificados más largos de la historia de la Iglesia, y por tanto, uno de los más fructíferos. Los fieles fueron conquistados por él y muchas ovejas perdidas, volvieron de nuevo al rebaño que nunca debieron abandonar, en pos de ídolos con pies de barro…



Nadie podrá negar nunca estas verdades irrefutables, como tampoco podrá decir nada en contra de este Papa santo, salvo aquellos que sean acólitos del demonio.
Fueron muchas sus Cartas Encíclicas, Apostólicas, u otros tipos de documentos, que sirvieron y sirven aún hoy, como guía absoluta a todos los fieles creyentes y aún a los no creyentes…En particular, en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal, anteriormente mencionada, él hizo una llamada urgente a los laicos con objeto de que se concienciaran totalmente sobre la labor fecunda que podían y debían desarrollar para la Iglesia, a favor de la <nueva evangelización> (Christifideles Laici 1988):

“Los fieles laicos, cuya vocación y misión en la Iglesia y en el mundo (a los veinte años  del Concilio Vaticano II) ha sido tema  del Sínodo de los Obispos de 1987, pertenecen a aquel pueblo de Dios representado en los obreros de la viña, de los que habla el Evangelio de San Mateo:

<El Reino de los cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña…>
La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamados por Él y enviados para que tengan trabajo en ella.

La viña es el mundo entero, que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios”



Recordemos, de nuevo, que el tema del apostolado laico fue ampliamente tratado en el Concilio Vaticano II y que en el Decreto dado a este respecto <Apostolicam actuositatem>, en sus seis capítulos, se encuentran recogidas todas las ideas desarrolladas en el mismo al respecto: <Vocación de los laicos al apostolado>, <Fines que hay que lograr>, <Campos del apostolado>, <Formas de apostolado>, <Orden que hay que observar> y <Formación para ejercer el apostolado>.

Por último, es muy importante también recordar  las palabras del Papa Pablo VI y los Santo Padres Conciliares en la Exhortación final del Decreto:
“Por consiguiente, el Sagrado Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo; que en esta hora invita con más insistencia y al impulso del Espíritu Santo; sientan los más jóvenes que esta llamada se hace de una manera especial a ellos; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad…”

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     

 

 

 

viernes, 2 de octubre de 2015

LA FAMILIA Y SU PAPEL FUNDAMENTAL EN LA EVANGELIZACION DE SUS COMPONENTES



 
 
 
 
Las primeras palabras evangelizadoras de Jesús fueron aquellas que siendo niño de doce años pronunció en el Templo de Jerusalén. Según narra el evangelista san Lucas la familia de Jesús, cuando cumplió todos los mandatos de la Ley, regresó a Galilea, pero sus componentes tenían por costumbre subir a Jerusalén todos los años por la fiesta de la Pascua, al igual que otros muchos judíos.


Sucedió que en esta ocasión el niño Jesús se quedó rezagado en Jerusalén, pasados los días festivos, sin que sus padres se dieran cuenta, pues ellos pensaban que iba con sus parientes en la caravana... (Lc 2, 45-47):
"Y al no encontrarlo (José y María), volvieron a Jerusalén  en su busca / Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles / Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas"


San José y la Virgen María le reprocharon a Jesús el susto que les había dado, pero Él les hizo ver que debía ante todo atender a las cosas de su Padre. De esta forma Jesús desde este mismo momento manifiesta claramente su Filiación divina. Desea que ellos comprendan que debe dar ejemplo evangelizador, pues para eso lo ha enviado Aquel de quien es Hijo Eterno.

 
 
 
Sin embargo, Jesús regresó junto a José y María, su familia de la tierra (Et descendit cum eis et erat subditus illis); de esta forma se puso en evidencia que la familia de Nazaret,  era la primera y principal familia creyente  y evangelizadora. 


Años después de su vida oculta en Nazaret, Jesús les encomendó  a sus Apóstoles la hermosa tarea de evangelizar a las gentes con estas palabras (Mt 28, 18-20): "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra / Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo / y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"

Es el mandato universal de Cristo a sus Apóstoles, y por extensión a todos los hombres. Con estas palabras, por tanto, Jesús descubría la misión evangelizadora de toda su Iglesia, y en particular de la <Iglesia doméstica>, esto es, la familia, centro neurálgico  esencial de toda sociedad.

Ante los usos modernos en los que nos movemos en la actualidad, donde muchas familias han sufrido los avatares del modernismo, el anticlericalismo y del paganismo en general, es necesaria una estrecha colaboración  de ésta célula de la sociedad con las parroquias y demás formas de comunidades eclesiales, para cumplir mejor la tarea fundamental de la evangelización, o trasmisión de la fe de Cristo. 
Por eso, el Papa San Juan Pablo II se expresaba en su día con esperanza y optimismo alentando a las familias con estas palabras:

 
 
 
“El Sacramento del matrimonio que plantea con nueva fuerza el deber, arraigado en el Bautismo y en la Confirmación, de difundir y defender la fe, constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo: <Hasta los últimos confines de la tierra, como verdaderos y propios misioneros> del amor y de la vida” (<Familiaris Consortio> Exhortación Apostólica. 1981).

Por su parte, el Papa Benedicto XVI hacia lo propio unos años después (El amor se aprende. Las etapas de la familia; Ed. Romana  S.L. 2012):

“La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana.

Así lo enseña en su Magisterio: <Dios es amor y creó al hombre por amor, le ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, les ha llamado en matrimonio a  una íntima comunión de vida y amor entre ellos, de manera que ya no son dos sino una sola carne> (Mt 19,6).
Junto con la transmisión de la fe y del amor al Señor, una de las tareas más grande de la familia es la de formar personas libres y responsables, por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos, la libertad, de la cual, durante algún tiempo son tutores”

 
 
 
 
Precisamente, en el Evangelio de San Mateo se nos muestra claramente la forma de pensar de Jesús sobre el matrimonio  (Mt 19, 3-6): “Se acercaron entonces a él  unos fariseos y le preguntaron para tentarlo: ¿Le es licito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?/Él respondió: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer/y que dijo: Por eso dejará  el hombre a su padre y a su madre y se unirá a una mujer, y serán los dos una sola carne?/De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”

Y esto es así, porque una de las tareas prioritarias del hombre y la mujer que forman ya, por el Sacramento, una sola carne, es la evangelización de los hijos, tarea sin duda ardua en los tiempos que corren; por eso, transmitirla con la ayuda de otras personas o instituciones eclesiales, como las parroquias, como las escuelas, o cualquier otro tipo de asociación  con fundamentos cristianos, es una responsabilidad compartida que puede ayudar mucho a los padres, aunque estos, nunca deberán obviar su propia responsabilidad, ni descuidarla o delegarla totalmente, pues faltarían al mandato divino.


 
 
Así, la familia adquiere una actividad evangelizadora en su propio seno, ayudando a los hijos a conocer y guardar el Mensaje de Jesús, para que de esta forma, puedan llegar a ser personas libres y responsables, que se encaminan hacia la plena adhesión a Cristo Salvador. En efecto, como así mismo, manifestaba San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>:

“La familia cristiana, hoy sobre todo tiene una especial vocación a ser testigo de la Alianza Pascual de Cristo, mediante la constante irradiación de la alegría del amor, y de la certeza de la esperanza, de la que debe dar razón: <La familia cristiana proclama en voz alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios cómo la esperanza de la vida bienaventurada> (Concilio Ecuménico Vaticano II Lumem Gentum, 35).

La absoluta necesidad de la catequesis familiar surge, con singular fuerza, en determinadas situaciones, que la Iglesia constata, por desgracia, en diversos lugares: <En lugares donde una legislación anti religiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa>, la Iglesia doméstica, es decir la familia, es el único ámbito donde los niños y jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis”

 
 
 
Ciertamente estas palabras del Papa San Juan Pablo II, durante la solemnidad de Jesucristo, (Rey del universo), del año 1981, constituían una llamada de atención a las familias respecto al riesgo que corrían los jóvenes y niños, a los cuales se les negara la posibilidad de conocer a Cristo y su Mensaje.

Han pasado algunos años de aquellas advertencias y hoy en día nos encontramos en medio de una situación gravemente peligrosa, cómo consecuencia del comportamiento anomalo, del que hacen gala algunos sectores de la socidad...

Muhas veces, los psicólogos en nuestros días, se apresuran a dar explicaciones a los padres sobre las causas de ciertos comportamientos anti sociales de sus hijos, aunque muchos de éstos especialistas, tampoco tengan claro el significado del amor de Dios hacia los hombres.

A la vista de la situación creada sería interesante analizar este fenómeno desde la realidad de los hechos, pero al mismo tiempo llevados del amor a estos seres inocentes que se pueden transformar en un futuro  no muy lejano, en un peligro para así mismo y para el resto de la sociedad...

Desde un punto de vista global, según los especialistas del tema, se pueden apreciar dos tipos de comportamiento anti sociales en los hijos; uno que podría llamarse precoz y otro que se podría calificar de tardío.
 
 
 
El primero, como su nombre indica, surge a muy temprana edad en los niños, y las causas suelen ser muchas y variadas: desarraigo familiar, dejadez en la preparación escolar y un largo etc... Pero por encima de todo esto, se suele apreciar un alejamiento evidente  de Dios y de sus mandamientos por parte de sus progenitores...


Este último concepto es el menos considerado hoy en día tanto por parte de muchos padres, cómo por supuesto de los psicólogos, consecuencia de un ambiente laical y anti cristiano, aún entre los mismos que se llaman cristianos...

El otro tipo de comportamiento anti social, que se suele calificar de tardío, aparecería en edades más avanzadas como consecuencia del período de la vida que se denomina pubertad o adolescencia, pero que con el tiempo se ha prolongado a edades más avanzadas dada la situación caótica de la sociedad.

El joven durante este período largo de su vida se encuentra con un descubrimiento del mundo, que le asusta en ocasiones, y que le provoca cierta violencia y rechazo a todo lo que procede de sus mayores, en  <alas a proteger>  su libertad y una auto realización mal entendida. También en este caso juega un papel importante el acercamiento a Cristo y su Mensaje.
 
 
 
 
Si no se corrigen a tiempo, indeseables comportamientos, estos jóvenes el día de mañana estarán inevitablemente abocados a peligros cómo la tiranía de la droga, el mal uso del sexo, la violencia doméstica y por supuesto el desarraigo familiar, siendo ya muy difícil su recuperación, aunque nunca imposible, porque el Señor nunca abandona a sus criaturas y el Espíritu Santo siempre actúa a favor de los hombres…
 
 
 
 
 
 
El problema viene de lejos, aunque se ha agudizado en los últimos siglos, el Papa San Pío X en su Carta Encíclica <Supremi Apostolatum> ya advertía de la situación azarosa en la que se encontraba la sociedad de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, donde las ideas del modernismo y el jansenismo habían alcanzado cotas increíbles:


“Nadie en su sano juicio puede dudar de cuál es la batalla que está librando la humanidad contra Dios. Se permite ciertamente al hombre, en abuso de su libertad, violar el derecho y el poder del Creador; sin embargo, la victoria siempre está de la parte de Dios, incluso tanto más inminente es la derrota, cuanto con mayor osadía se alza el hombre esperando el triunfo.

Estas advertencias nos las hace el mismo Dios en las Santas Escrituras. Pasa por alto en efecto, los pecados de los hombres, cómo olvidado de su poder y majestad: Pero luego, tras simulada indiferencia, irritado…, derrotará a sus enemigos para que todos reconozcan que el rey de toda la tierra es Dios y sepan las gentes que no son más que hombres...”
 
 
 
 
A pesar de éstas palabras del Papa San Pío X, lanzadas al mundo a principios del siglo XX, concretamente del 4 de octubre de 1903, primer año de su Pontificado, la sociedad ha seguido evolucionando hacia derroteros cada vez más desligados del santo temor de Dios;  esta situación sin duda, es causa del comportamiento  de muchos niños, adolescentes y jóvenes en general, que luego convertidos en hombres y mujeres faltos de la doctrina de Cristo, más tarde o más temprano, se pueden ver abocados a la destrucción de sus propias vidas y contribuir al deterioro de la sociedad
 
 
 
 
 
 
Es deseable, por tanto, que la familia se convierta en evangelizadora de sus propios componentes, para que el éxito responda a las aspiraciones de toda persona de buena voluntad. Así lo expresaba en su día el Papa Pío X (Ibid):


“Es preciso intentar por todos los medios y con todo esfuerzo arrancar de raíz ese crimen cruel y detestable, característico de esta época: El afán que el hombre tiene por colocarse en el lugar de Dios; habrá que devolver su antigua dignidad a los preceptos y consejos evangélicos; habrá que proclamar con firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia de Cristo, toda su doctrina sobre la santidad del matrimonio, la educación de los niños, la propiedad de bienes y su uso…
En fin, deberá restablecerse el equilibrio entre los distintos órdenes sociales, la ley y las costumbres cristianas...”

La pregunta que surge a continuación, ante este planteamiento del problema por parte del Pontífice Pío X es: ¿Se han logrado todos estos deseos? Hay que ser siempre optimistas y por eso diremos que en parte sí, pero también hay que ser realistas y por eso tenemos que decir también que en cierta medida  no.
Desgraciadamente en la vida del hombre del siglo XXI, Cristo todavía no está en el <Centro de todo>; sería necesario que la enseñanza de la religión cristiana entrara realmente a formar parte de la educación del hombre a tempranas edades, si deseamos que no se desarrollen comportamientos anti sociales en los hijos, con las graves consecuencias que esto comporta para la salvación de sus almas y para el beneficio global de los que les aman y aún de la totalidad de la sociedad en la que se deben insertar.
 
 
 
 
Otra pregunta que surge de este razonamiento es: ¿Quiénes deben encargarse de esta tarea, en principio ingente, pero siempre motivada por conseguir que los hombres vuelvan a Dios? Según el Papa San Pío X, es tarea primordial de la Iglesia el instaurar todas las cosas en Cristo (Ibid):


“Así, pues, es ahí a donde conviene dirigir nuestros cuidados para someter al género humano al poder de Cristo: con Él al frente pronto volverá la humanidad al mismo Dios. A un Dios que no es aquel despiadado, despectivo para los humanos que han imaginado en su delirio los materialistas, sino al Dios vivo y verdadero, uno en naturaleza, trino en personas, Creador del mundo, que todo lo prevé con suma sabiduría, y también legislador justísimo que castiga a los pecadores y tiene dispuesto el premio a los virtuosos...”
 
 
 
 
 
En este sentido, la familia cristiana es llamada <Iglesia doméstica> porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuánto familia de Dios. Como aseguraba el Papa Benedicto XVI, un Pontífice verdaderamente preocupado y conocedor de la problemática familiar de los últimos siglos:


“El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde la fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. En la lectura del Deuteronomio podemos leer la oración repetida constantemente por el pueblo elegido, la <Shemá Israel> que Jesús escucharía y repetiría en su hogar de Nazaret. Él mismo la recordaría en su vida pública como nos refiere el Evangelio de San Marcos...Esta es la fe de la Iglesia que viene del amor de Dios, por medio de las familias. Vivir la integridad de esta fe, en su maravillosa novedad es un gran regalo"

 
 
 
 
Son palabras del Papa Benedicto XVI durante un discurso llevado a cabo en el viaje apostólico a Valencia con motivo del V Encuentro Mundial de las familias (8 de julio de 2006), que recordaba aquel hermoso pasaje de la vida del Señor, contado por el evangelista San Marcos en el que nos habla sobre los mandamientos de la Ley de Dios (Mc 12,29-31):


"El primero es: Escucha, Israel; el Señor Dios nuestro es el único Señor / y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente  con todas tus fuerzas / El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otros mandamientos mayores que éstos" 

 
Sí, y en aras de este amor debemos recordar las palabras de Jesús a sus Apóstoles:

<Dejad que los niños vengan a mí… de ellos es el reino de los cielos> (Mc 18,16; Mc 19,14; Mc 10,14).

 
 
Por eso  decía el Papa San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica (Ibid): “Ningún país del mundo, ningún sistema político puede pensar en el propio futuro, sino es a través de la imagen de estas nuevas generaciones que tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes y de las aspiraciones de la nación a las que pertenecen, y junto con él de toda la familia humana.

La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre”

 
 
 
De aquí la importancia del papel evangelizador de la familia en su propio seno, pues los padres deben comunicar a los hijos el Evangelio y a su vez ellos mismos pueden recibir éste de su prole, cerrando así un ciclo de auto evangelización que redundará en beneficio de la familia y de la sociedad a la que pertenecen.

Esta evangelización interna realizada para la familia y por la familia es excepcionalmente necesaria. De esta forma cuando en una familia se produce esta beneficiosa simbiosis entre los padres y sus hijos los resultados son siempre espectaculares, ejemplos tenemos muy importantes a lo largo de la historia, en la vida y obra de tantos hombres y mujeres santos, que en su ambiente familiar tuvieron la suerte de recibir la palabra de Cristo a tempranas edades.

Por otra parte, llevada por su espíritu misionero, la familia está llamada no sólo a ser el norte y guía de sus propios componentes mediante una constante auto evangelización, sino a irradiar su ejemplo de amor y fe, al resto de la sociedad y en particular a aquellas personas que se pueden encontrar temporalmente o permanentemente alejadas de Cristo y de su Mensaje.

 
 
 
Como sigue diciendo el Papa San Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>: “Animado por su espíritu misionero en su propio interior, la Iglesia doméstica (la familia) está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de Cristo y de su amor incluso para los <alejados>, para las familias que no creen todavía y para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada con su ejemplo y testimonio a iluminar a los que buscan la verdad...”

El hecho de que Cristo elevara a la categoría de Sacramento el matrimonio entre los bautizados (Al asistir junto a su Madre y sus apóstoles a las bodas de Caná), dotó a los cónyuges cristianos de una misión evangelizadora muy especial siendo enviados ellos también a la <Viña del Señor> a trabajar, en particular dentro de la Iglesia doméstica (Juan Pablo II, Ibid):

“En esta actividad ellos actúan en comunión y colaboración con los restantes miembros de la Iglesia, que también trabajan a favor de la familia, poniendo a disposición sus dones y ministerios.

Éste apostolado se desarrollará sobre todo dentro de la propia familia, con el testimonio de la vida vivida conforme a la ley divina en todos sus aspectos, con la formación cristiana de los hijos, con la ayuda dada para su maduración en la fe, con la educación en la castidad, con la preparación a la vida, con la vigilancia para preservarles de los peligros ideológicos y morales por los que a menudo se ven amenazados, con su gradual y responsable inserción en la comunidad eclesial y civil, con la asistencia y el consejo en la elección de la vocación, con la mutua ayuda entre los miembros de la familia para el común crecimiento humano y cristiano, etc.
 
 
 
 
El apostolado de la familia se irradiará con obras de caridad espiritual y material hacia las demás familias, especialmente a las más necesitadas de ayuda y de apoyo, a los abandonados, las madres solteras, los ancianos, los minusválidos, los huérfanos, las viudas, los cónyuges abandonados, las madres solteras y aquellas que en situaciones difíciles sienten la tentación de deshacerse del fruto de su seno”


Se evidencia, por sus palabras, que éste Santo Pontífice vivió de cerca la problemática del matrimonio y la familia, durante el período de tiempo en el que le tocó vivir. Él, que demasiado pronto había perdido poco a poco a todos los miembros de su propia familia, acogió como familia a todo ser humano que le necesitara procurando ayudarle a sobre llevar su carga, y nos dejó a toda  la humanidad, su ejemplo y sus enseñanzas, que como en esta Exhortación, nos señala el camino a seguir a favor de la Iglesia doméstica, para que sea capaz de llevar a mejor término la tarea  auto evangelizadora que Jesús le ha encomendado.

 
 
 
 
No cave duda que Benedicto XVI , el Pontífice que sucedió en la silla de  San Pedro a Juan Pablo II, también ha sido un Pontífice sumamente motivado, por esta misión evangelizadora de la familia, dentro de la propia comunidad cristiana y que está enraizada en el significado que el Sacramento del matrimonio tiene en el Plan de Dios.

Sí, porque como manifestaba el Papa Benedicto XVI cuando aún era Cardenal (Un canto nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy. Joseph Ratzinger. Ed. Sígueme. Salamanca 2011):

“El ansia fanática de vivir  que encontramos hoy en todos los continentes ha originado una anti cultura de la muerte que se va convirtiendo en la fisonomía de nuestro tiempo: el desenfreno sexual, la droga, y el tráfico de armas se han convertido en una trinidad profana cuya red mortal se extiende por los continentes.

El aborto, el suicidio y la violencia colectiva son las maneras concretas en que opera el sindicato de la muerte. Al mismo tiempo, el sida ha pasado ser el retrato de la enfermedad íntima de nuestra cultura.
Ya no hay factores de inmunidad psíquica. La inteligencia positivista no ofrece al aparato mental fuerzas de inmunidad éticas; esa inteligencia viene a ser la disgregación del sistema psíquico e inmune y, en consecuencia el abandono sin resistencia a las promesas falaces de la muerte que se presentan con la máscara de más vida.

La investigación médica busca, movilizando todas sus posibilidades, la sustancias inyectables en contra de la disolución de las fuerzas de inmunización corporal; y es su deber, a pesar de ello, sólo desplazará el campo de las destrucciones, sin detener la campaña triunfal de la anti cultura de la muerte, si no reconocemos que la debilidad inmunológica del cuerpo es un grito del ser humano maltratado, una imagen que expresa la verdadera enfermedad: la indefensión de las almas que declara nulos los verdaderos valores: Dios y el alma…

 
 
En este punto es preciso descubrir de nuevo el realismo del ideal cristiano, encontrar a Jesucristo hoy, comprender a una luz nueva el significado de sus palabras: <Yo soy el camino la verdad y la vida…>. O también aquella otra frase de Cristo el último día de la fiesta solemne judía denominada de las <chozas> (Jn 7,38): <Quién tenga sed venga a Mí y beba>”.

A este respecto sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Esta fiesta recuerda la sed que padeció Israel en el desierto ardiente y sin agua, que aparece como un reino de la muerte sin salida posible. Pero Cristo se anuncia como la roca de la que emana la fuente inagotable de agua fresca: En la muerte llega a ser fuente de vida. El que tenga sed, venga. ¿No se nos ha convertido el mundo con todo su saber y poder, en un desierto donde no podemos encontrar ya la fuente viva?
 
 
 
 
El que tenga sed venga: Jesús sigue siendo hoy la fuente inagotable de agua viva. Nos basta con llegar y beber para que la frase siguiente valga también para nosotros: <Si alguien cree en Mí, de su entraña manará río de agua viva (Jn 7,38)>.


La vida, la verdadera, no se puede simplemente <tomar>, simplemente recibir. Nos introduce en su dinámica del dar: en la dinámica de Cristo, que es la vida. Beber el agua viva significa aceptar el misterio salvador del Agua y la Sangre.

Es la anti tesis radical a esa ansia que empuja hacia las drogas. Es aceptar el amor, y es acceder a la verdad. Y eso es precisamente la vida”.

 
 
 
Precisamente este mismo hombre cuando ya era Pontífice, durante la celebración de la apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma sobre la familia y comunidad cristiana el 6 de junio de 2005, siguiendo el ejemplo del Papa San Juan Pablo II  y recordando su  Exhortación Apostólica <Familiaris Consortio>, hablaba sobre el fundamento antropológico de la familia y del matrimonio, y la familia en la historia de la salvación (El amor se aprende Ed. Romana S.L. 2012):

“El matrimonio y la familia no son en realidad una construcción sociológica casual, fruto de situaciones históricas y económicas particulares. Al contrario, la cuestión de la correcta relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta…

El matrimonio como institución no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una forma impuesta desde fuera en la realidad más privada de la vida, sino una exigencia intrínseca del pacto del amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.

 
 
 
En cambio las diversas formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el matrimonio a prueba... son expresiones de una libertad anárquica que se quiere presentar erróneamente cómo verdadera liberación del hombre.


La pseudo-libertad se funda en una trivialización del hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo que quiera: Así su cuerpo se convierte en algo secundario, algo que se puede manipular desde el punto de vista humano, algo que se puede utilizar como se quiera.
El libertarismo, que se quiere hacer pasar como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, situándolo, por decirlo así, fuera del auténtico ser y de la auténtica dignidad de la persona”
 

Todas estas cosas que menciona el Papa y que son verdaderos cánceres para el Sacramento del matrimonio y por tanto para la familia, son consecuencia de la llamada <cultura de la muerte>. Más aún, ha llevado a la proliferación de los malos tratos entre los cónyuges e incluso a crímenes terribles, en aquellos casos en que las personas desequilibradas o no, se han querido tomar la <justicia por su mano>, asesinando cruelmente al esposo o más frecuentemente a la esposa u otros miembros de la familia.
 
 
 
 
 
Por eso, también, para el Papa Benedicto XVI, la familia ha sido una de sus preocupaciones prioritarias como demuestran sus siguientes palabras (Ibid): “La verdad del matrimonio y la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre se ha hecho realidad en la historia de la salvación, en cuyo centro está la frase: <Dios ama a su pueblo>. El valor del Sacramento que el matrimonio asume en Cristo  significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado  a gracia de la Redención.


La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no la hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla al más allá de sus propios límites. Y del mismo modo que la Encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la Cruz, así el amor humano auténtico es donación de sí y no puede existir si quiere liberarse de la Cruz”

 
 
 
 
"Todos los pueblos necesitan de la referencia a Dios, la <religión>, utilizada en un sentido amplio, atribuida a cualquier tipo de creencia religiosa, no puede ser sustitutivo adecuado de nuestro Creador. Esto sería un grave error, tal como han denunciado los Padres y Pontífices de la Iglesia, porque en realidad este concepto desvaído del término religión se refiere más bien a un factor de naturaleza cultural.

La invocación y reconocimiento de Dios debe estar por encima de factores culturales o sociológicos.
Por eso sólo la fe en el Dios Trino que se aproximó al hombre en la Persona de su Hijo unigénito, se encuentra por encima  de todos nosotros, los hombres; de otra forma se perderían toda orientación y toda consistencia"