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viernes, 10 de marzo de 2017

JESÚS Y SUS SACRAMENTOS (I) : SACRAMENTOS DE LA INIACIÓN


 
 
 
 


Para que nos renováramos por el Espíritu Santo y creciéramos en nuestra vida espiritual, Jesús instituyó sus siete Sacramentos: Bautismo, Penitencia, Eucaristía, Confirmación, Matrimonio, Orden Sacerdotal y Unción de los enfermos.

El Papa Benedicto XVI en su libro, <La alegría de la fe>, nos habla de los Sacramentos como centros de culto de la Iglesia:
“Sacramento significa, en primer lugar, que no somos los hombres los que hacemos algo, sino que es Dios el que se anticipa y viene a nuestro encuentro con su actuar, nos mira y nos conduce hacia él. Pero hay algo todavía más singular: Dios nos toca por medio de realidades materiales, a través de los dones de la creación, que él toma a su servicio, convirtiéndolos en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo.

Los elementos de la creación, con  los cuales se construye el <cosmos de los Sacramentos>, son cuatro: el agua, el pan de trigo, el vino y el aceite de oliva.

El agua, como elemento básico y condición fundamental de toda vida, es el signo esencial del acto por el que nos convertimos en cristianos en el Bautismo, pasando del nacimiento a una vida nueva.


                            
 (Fuente de Gibón en Jerusalén)


Mientras que el agua, por lo general, es el elemento vital, y representa el acceso común de todos al nuevo nacimiento como cristianos, los otros tres elementos pertenecen a la cultura del ambiente mediterráneo.

Nos remiten así, al ambiente histórico concreto en el que el cristianismo se desarrolló. Dios ha actuado en un lugar muy determinado de la tierra, verdaderamente ha hecho historia con los hombres. Estos tres elementos son, por una parte, dones de la creación pero, por otra, están relacionados también con lugares de la historia de Dios con nosotros…

 


En estos tres elementos hay una nueva gradación. El pan remite a la vida cotidiana. Es el don fundamental de la vida diaria.

El vino evoca la fiesta, la exquisitez de la creación y, al mismo tiempo, con el que se puede expresar de modo particular la alegría de los redimidos.



El aceite de oliva tiene un amplio significado. Es alimento, es medicina, embellece, prepara para la lucha y vigor. Los reyes y sacerdotes son ungidos con óleo, que es signo de dignidad y responsabilidad, y también de la fuerza que procede de Dios…” (Papa Benedicto XVI. La alegría de la fe. Ed. San Pablo. 2012)


Al reflexionar sobre las palabras del Papa Benedicto XVI, que se refieren a los cuatro elementos esenciales de la creación: agua, pan, vino y aceite, comprendemos que al ser el agua elemento primordial de la vida y por ello, también uno de los símbolos originarios de la humanidad, en el Sacramento del Bautismo, el agua simboliza la tierra materna, la Santa Iglesia que acoge en sí la creación y su representación…

Esta cuestión se pone de manifiesto de forma preclara en el Evangelio de San Juan cuando narra la conversación que Jesús mantuvo con Nicodemo (Jn 3, 1-5):
-Había un hombre de la secta de los fariseos, llamado Nicodemo, magistrado de los judíos.

-Este vino a Jesús de noche y le dijo: <Rabí, sabemos que vienes de parte de Dios como maestro; porque nadie puede hacer esas señales que tú haces, sino es que Dios estuviere con él.>

-Respondió Jesús y le dijo: <En verdad, en verdad te digo, si uno no fuere engendrado de nuevo, no puede ver el reino de Dios.>



-Dícele Nicodemo: < ¿Cómo puede un hombre nacer, si ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y nacer?

Respondió Jesús: <En verdad, en verdad te digo, quien no naciere de agua y espíritu no puede entrar en el reino de Dios.>

Jesús con estas palabras, está proclamando la absoluta regeneración bautismal en el hombre. Según Papa Benedicto XVI,  es comparable al nacimiento natural:
“El Bautismo como ingreso en la comunidad de Cristo es interpretado en este pasaje de la vida de Jesús, como un renacer que – en analogía con el nacimiento natural – responde a un doble principio: el espíritu divino y el <agua como madre universal de la vida natural, elevada en el Sacramento del Bautismo, mediante la gracia a imagen gemela de la Theotokos virginal> (Photina Rech, volumen 2 p. 303).



Dicho de otro modo, para renacer se requiere la fuerza creadora del espíritu de Dios, pero con el Sacramento del Bautismo se necesita también el seno materno de la Iglesia, que acoge y acepta.”

Así mismo, como aseguraba el Papa Francisco en su Audiencia general del 8 de enero de 2014:

"Este es el   Sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia.
Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la así llamada  <Iniciación cristiana>, la cual constituye como un único y gran acontecimiento, que nos configura al Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor"



Los Papas de los últimos siglos nos han hablado largo y tendido sobre los siete Sacramentos de la Iglesia Católica, instituidos por nuestro Señor Jesucristo, pero también ha habido escritores tanto laicos como religiosos, que han aportado sus conocimientos teológicos en este sentido. Entre estos se encuentra de forma destacada Scott Hahn (Nacido el 28 de octubre del 1957), escritor, teólogo y apologista converso estadounidense, muy conocido por sus obras. Este hombre reconoció sin ambages que siendo joven rechazaba a la Iglesia Católica porque estaba convencido de que era mala.
Su conversión se produjo cuando estando ya casado (él era ministro presbiteriano con años de experiencia), se convirtió al catolicismo junto con su esposa al comprender, entre otras cosas, que la contracepción era algo contrario a las leyes divinas.

Este hombre inspirado por Dios, ha tratado de rectificar en su actitud hacia la Iglesia Católica y una vez convertido, ha escrito libros muy interesantes como el titulado: <Comprometidos con Dios. La promesa y la fuerza de los Sacramentos>, en el que reconoce que los Sacramentos fueron instituidos por Jesús y son ritos que se han venido celebrando desde los primeros tiempos de los apóstoles.
Es  muy interesante el análisis realizado por Scott Hahn sobre los siete Sacramentos si se tiene en cuenta que él procedía de la iglesia presbiteriana y en ésta, los Sacramentos  se consideran acciones meramente simbólicas.
Los Papas de todos los tiempos no lo han considerado así, sin embargo en los últimos siglos, el concepto sacramental, desgraciadamente está siendo violado constantemente por algunos cristianos católicos, cuando le dan un carácter fundamentalmente festivo. Algunos incluso olvidando su origen divino, a veces consideran que son consecuencia de las leyes humanas...



En este sentido, San Jerónimo, al comentar el  Evangelio de San Marcos, asegura que antes de acercarnos a los Sacramentos: <Se debe remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de aquel que vaya a recibirlos>; más concretamente, refiriéndose al Sacramento del Bautismo, asegura también que: <Los que van a recibirlo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo>. 
Este compromiso de fe en el caso del Bautismo de los niños, tendría que estar avalado por los padres de los mismos, los cuales como creyentes, deberían tener muy claro el significado del acto litúrgico y del Sacramento por el que sus hijos entran a formar parte del pueblo de Dios, lo cual, nada tiene que ver  con una especie de acto social cada vez, tristemente, más difundido entre el pueblo cristiano, que se ha dado en llamar <bautismo civil>, adulterando de esa   forma el concepto sacramental del Bautismo.

En este sentido, hay que tener en cuenta que tal como podemos leer en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 1223):
“Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública, tras hacerse bautizar por San Juan Bautista en el Jordán, y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: <Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar, lo que yo os he mandado> (Mt 28, 19)”.

 

Es evidente, pues, que Jesús en su última aparición a los Apóstoles, les dio la fórmula sacramental, mediante la cual deberían suministrar el Sacramento del Bautismo a los hombres, el cual no era ya el <bautismo penitencial> suministrado por San Juan Bautista a orillas del rio Jordán, al que también el Señor, se quiso someter como <prefiguración>, al comienzo de su vida pública.

Por eso, el Papa San Juan Pablo II, en el Ángelus  del 13 de enero del año 2002, declaraba que el bautismo de Jesús en las aguas del rio Jordán:
“Es, de hecho, la primera manifestación de Jesús como Hijo de Dios, mandado por el Padre a cargar consigo y quitar el pecado del mundo. Nada más ser bautizado, se abrieron los cielos y descendió sobre Él, el Espíritu Santo, como una paloma, mientras que desde lo alto, resonó un anuncio misterioso: <Este es mi Hijo amado, en quien me complazco>.

El Señor se manifestó así como Cristo, consagrado por Dios en el Espíritu Santo, enviado por Él a anunciar a los pobres el gozoso mensaje de la salvación…”

Como ya hemos recordado, en el Sacramento del Bautismo, el agua simboliza la tierra materna, la santa Iglesia, que acoge en sí la creación y la representa. Precisamente en el Concilio de Florencia (Sección 8), se aceptó esta fórmula: <Por el bautismo nacemos de nuevo espiritualmente>. Por eso asegura Scott Hahn en su libro: <Comprometidos con Dios. La promesa y fuerza de los sacramentos> (Ed. Rialp, S.A. Madrid 2004):
“Por el Bautismo entramos en la familia de Dios. Y sólo por el Bautismo podemos disfrutar en plenitud de la vida divina: compartir su mesa, disfrutar de sus cuidados, de su paternal perdón y cariño. Los primeros cristianos vieron en las aguas bautismales el germen de la Iglesia. De la misma manera que el nacimiento es una condición de la familia humana, el Bautismo lo es de los Sacramentos”

 

Por otra parte,  en el Catecismo de la Iglesia Católica, escrito en orden a la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (nº 1212), podemos leer que :
“Mediante los Sacramentos de la Iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, se ponen los fundamentos de la vida cristiana.

La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el Sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos Sacramentos de la Iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad (Pablo VI. Constitución Apostólica <Divinae Consortium naturae>) (Ritual de Iniciación Cristiana de adultos, Prenotandos 1-2)”.

 


Así mismo, el Papa Francisco refiriéndose al Sacramento de la Eucaristía (Comunión), y su papel primordial dentro de las familias cristianas, como modo y manera esencial de compartir los bienes de la vida, nos pide que reflexionemos sobre este gran misterio que Dios nos ha otorgado (Audiencia General del 11 de noviembre de 2015):
“Miremos el misterio del Banquete Eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este sacrificio de Comunión; sólo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de él.

Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del Único Cuerpo del Señor.
La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con su fuerza que incluye y salva”

 


En efecto, la vida de comunión que debe existir en una familia cristiana se encuentra arropada y tiene como modelo el Sacramento de la Eucaristía; más aún, como se indica en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1113 y nº 1130):
“Toda la vida litúrgica de la Iglesia gira en torno al Sacrificio Eucarístico y los Sacramentos…

La Iglesia celebra el Misterio de su Señor <hasta que Él venga> y <Dios sea todo en todos> (1 CO 11,26: 15,28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido, del Espíritu en la Iglesia: ¡Maranatha! (1 Co 16,22)
(Es una transliteración de la palabra aramea <mâran´athâ>, la cual ha sido traducida de diversas formas y que parece ser que se usaba como saludo recordatorio de la Segunda Venida del Señor).
La liturgia participa así en el deseo de Jesús <Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros,… hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios> (Lc 22, 15-16). En los Sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna aunque <aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo> (Tt 2,13).
<El espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!... ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 17,20)”

 


Es interesante recordar también, en este momento, las reflexiones realizadas por el Papa Benedicto XVI sobre la institución de la Eucaristía, reflejadas en su libro: <Jesús de Nazaret II>, para comprender, quizás mejor, la grandeza de este Sacramento y su importancia en la vida del cristianismo:
“El llamado relato de la institución, es decir, de las palabras y los gestos con los que Jesús se entregó así mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, es el núcleo de la tradición de la Última Cena.

Este relato se encuentra en los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero además, también en la primera Carta de San Pablo a los Corintios (1 Co 11, 23-26). Las cuatro narraciones son muy parecidas en su núcleo, pero muestran algunas diferencias en los detalles que se han convertido comprensiblemente en objeto de amplios debates exegéticos.
Se pueden distinguir dos modelos de fondo: por un lado la narración de Marcos, con el cual concuerda en gran parte el texto de Mateo; por otro lado, el texto de Pablo que se asemeja al de Lucas.

El relato paulino es el texto literario más antiguo: la primera Carta a los Corintios fue escrita en torno al año 56 d.C. El período de redacción del Evangelio de Marcos es posterior pero es indiscutible que su texto recoge una tradición muy anterior”

 


Es muy notable además, comprobar la atención que el Sacramento de la Eucaristía a lo largo de todos estos siglos, desde su institución por Jesús, ha suscitado sobre los exegetas y los teólogos en general. Es importante por todo ello prestar gran atención al contenido del mensaje encerrado en este Sacramento para todos los hombres y lo haremos una vez más con la ayuda de algunas reflexiones del Papa Benedicto XVI (Ibid):
“La narración de la institución comienza en los cuatro textos (Sinópticos y primera Carta a los Corintios), con dos afirmaciones sobre el obrar de Jesús que han adquirido un significado esencial para la recepción en la Iglesia de todo el conjunto.

Se nos dice que Jesús <tomó el pan, pronunció la bendición y la acción de gracia>, y lo partió.

Al comienzo se pone la <eucharistía> (Pablo y Lucas), o bien la <eulogía> (Marcos y Mateo): ambos términos indican <berakha>, la gran oración de acción de gracia y bendición de la tradición judía, que forma parte tanto del rito Pascual como de otros convites.

No se come sin dar las gracias a Dios por el don que Él ofrece: por el pan que nace y crece en la tierra y también por el fruto de la vid…

Jesús ha acogido esta tradición. Las palabras de la institución están en este contexto de oración; en ellas, el agradecimiento se convierte en transformación…



Lo segundo que se nos dice es que Jesús <partió el pan>. Partir el pan para todos es principalmente la función del padre de familia, que en cierto modo representa con ello también a Dios Padre que, a través de la fertilidad de la tierra, distribuye a todos nosotros lo necesario para vivir.

Es también el gesto de hospitalidad con la que se hace partícipe de lo propio al extraño, acogiéndolo en la comunidad de la mesa…

El gesto de Jesús se ha transformado así en el símbolo de todo el ministerio, de toda la Eucaristía: en los Hechos de los Apóstoles, y en el cristianismo primitivo en general: <partir el pan> designa la Eucaristía. En ella nos beneficiamos de la hospitalidad de Dios, que se nos da en Jesucristo crucificado y resucitado…”

Volvamos ahora sobre las palabras pronunciadas por Jesús al <partir el pan>. Según Marcos y Mateo fueron simplemente: <Esto es mi cuerpo>, en tanto que Pablo y Lucas añaden algo más a estas palabras iniciales de Jesús: <que será entregado por vosotros>.

 
 
 
Sin duda Jesús sabía lo que iba a suceder, Él sabía que le quitarían la vida en la cruz, y ya desde el primer momento, durante la institución de la Eucaristía, Él ofrece su vida por todos, mediante un acto de su voluntad, libre y voluntario…
Él lo había dicho a sus apóstoles en otra ocasión: <yo doy mi vida, para volverla a tomar>; una frase pronunciada por Jesús, según el Evangelio de San Juan, cuando habló a sus discípulos sobre el tema del <pastor y el rebaño> (Jn 10, 11-17):

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor expone su vida por las ovejas / el que es asalariado y no pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir el lobo y abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa / porque es asalariado y no le importa las ovejas / yo soy el buen pastor, y conozco las mías, y las mías me conocen / como me conoce mi Padre, y yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por las ovejas / y otras ovejas tengo que no son de este aprisco: esas también tengo yo que recoger, y oirán mi voz, y vendrán a ser un solo rebaño, un solo pastor / por esto me ama mi Padre, porque <yo doy mi vida, para volverla a tomar>”

El Señor dice: <yo soy el buen pastor> una hermosa imagen de sí mismo, con un gran significado para la humanidad, pues según los textos bíblicos antiguos, se denominaba <pastor> al <Mesías> esperado. En boca de Jesús esta expresión es una declaración  de su origen divino. Por otra parte, asegura también: <yo doy mi vida, para volverla a tomar>, que viene a significar, que Él se entrega a la muerte y tiene poder para volver a la vida, para que no perezcan sus ovejas, esto es, para salvar a la humanidad…



Ciertamente al tomar la Santa Comunión, tomamos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y participamos de ese Cuerpo y de esa Sangre tal como nos recuerda San Pablo en su Carta a los Corintios, cuando les alerta sobre el peligro de la idolatría y les aconseja que huyan de ella (1 Co 10, 14-16):
“Queridos míos, huid de la idolatría / como a prudentes hablo; juzgad vosotros mismos lo que digo / el cáliz de la bendición que bendecimos ¿No es acaso comunión con la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿No es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?”

En efecto,  la Eucaristía  es un Sacramento especial que junto al del Bautismo y la Confirmación, hacen al hombre cristiano y por este motivo se han dado en llamar: <Sacramentos de la Iniciación>. Precisamente, como asegura Scott Hahn en su libro <Comprometidos con Dios> (Ibid):
“Algún tiempo después del Bautismo, la Iglesia confiere el Sacramento del fortalecimiento (Confirmación). La palabra <firme> está en el centro del  este Sacramento, y significa una recuperación, una confirmación del cristianismo. Por el Bautismo entramos a formar parte de la familia; gracias a la Confirmación, Dios nos concede su gracia para alcanzar la madurez cristiana.



En Oriente, este Sacramento es llamado Crismación, pues se aplica el aceite crismal durante el rito. Crismal y Cristo provienen de las misma palabra griega: <Christos>, que equivale al hebreo de Mesías. Ambas expresiones significan ungido. Cuando recibimos el crisma somos ungidos, nos hacemos como Cristo, nos hacemos Cristo mismo.

Cristo también fue ungido por el Padre y descendió sobre Él el Espíritu Santo (Jn 1,32). El Padre envió a su Hijo para darnos el Espíritu. Cristo nos otorga una nueva vida con el Bautismo, pero es sólo el principio. <La  recepción del Sacramento  de la Confirmación es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal> (CCE, n. 1285). En la Confirmación recibimos la plenitud de los dones del Espíritu Santo”

Este Sacramento, que en la actualidad goza de poca atención, en cambio para los primeros cristianos era uno de los más importantes, y lo designaban de formas diferentes, como: <La imposición de manos>, <El sello> de Dios ó <La impronta> de Dios…

Así por ejemplo, el apóstol San Pablo en su segunda Carta dirigida a los ciudadanos de Corinto menciona este Sacramento  como el <sello> de Dios (2 Co 1, 20-22):
 
 


“Porque cuantas promesas hay de Dios, en Él son el sí; por lo cual también por mediación de Él se retorna el <Amén a Dios> para gloria por medio de nosotros/ Más el que nos conforta, juntamente con vosotros, en orden a Cristo, y el que nos ungió, Dios es; / el cual además nos marcó con su <sello> y nos dio las arras del Espíritu en nuestros corazones”   

La pregunta que surge es ¿Quién puede recibir este Sacramento? En el Catecismo de la Iglesia católica se encuentra perfectamente especificado (nº 1306):

“Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el Sacramento de la Confirmación. Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de ahí se sigue que <los fieles  tienen obligación de recibir  este Sacramento en tiempo oportuno>, porque sin la Confirmación y la Eucaristía, el Sacramento del Bautismo es ciertamente válido, pero la iniciación cristiana queda incompleta”

Es una aclaración muy pertinente la realizada en este punto del catecismo, porque sobre todo en los últimos siglos, al Sacramento de la Confirmación se le ha prestado menos atención, en ocasiones, que al del Bautismo o al de la Eucaristía, siendo así que con  este Sacramento de iniciación recibimos el <sello> de Dios a través de la Tercera Persona, el Espíritu Santo.



Concretamente en el rito latino  <el Sacramento de la Confirmación es conferido por la unción  del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras: “Accipe signaculum doni Spiritus Sancti” (recibe por esta señal el don del Espíritu Santo)>.

Por su parte, en las iglesias orientales la unción se realiza sobre las partes más significativas del cuerpo, esto es: la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los labios, el pecho, la espalda, las manos y los pies, y cada unción se acompaña de esta fórmula: “Sello del don que es el Espíritu Santo”



Precisamente el Papa Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968 una <solemne Profesión de fe>, con motivo de la clausura de la conmemoración  del XIX centenario del martirio de San Pedro y San Pablo, así como de la terminación del que fue llamado <año de la fe>, y en ella  refiriéndose a la Tercera Persona del Misterio Trinitario aseguró que los cristianos católicos:

“Creemos en el Espíritu Santo, Señor y vivificador que, con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas; nos fue enviado por Cristo después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia, cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia. Su acción, que penetra lo intimo del alma, hace apto al hombre de responder a aquel precepto de Cristo: <Sed perfectos como también es perfecto vuestro Padre celeste> (Mt 5, 48)”