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viernes, 1 de mayo de 2020

HE RESUCITADO Y SIEMPRE ESTOY CONTIGO: TÚ HAS PUESTO SOBRE MÍ TU MANO



 
Así es, Dios lo es todo, tal como cantaba el salmista (Sal 139 (138), 5-12):
“Tu sabiduría es un misterio para mí, es tan sublime que no puedo comprenderla / ¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu, a donde podría huir lejos de tu presencia? / Si subo hasta los cielos, allí te encuentras tú; si bajo a los abismos, allí estas presente / si vuelo hasta el origen de la aurora, si me voy a lo último del mar / también allí tu mano me retiene y tu diestra me agarra / Si digo: <Las tinieblas me envuelven y la luz se ha hecho noche en torno a mí> / tampoco las tinieblas son tinieblas para ti, ante ti la noche brilla como el día”

 
Como sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):
“Este Salmo es un canto de asombro por la omnipotencia y la omnipresencia de Dios; un canto de confianza en aquel Dios que <nunca nos deja caer de sus manos>… En el día de Pascua la Iglesia nos anuncia: <Jesucristo ha realizado  por nosotros este viaje (Descrito en el Salmo 139) a través del universo>”   

 


Por otra parte, San Pablo en su <Carta a los Efesios> hace referencia a este Salmo durante la exhortación a la unidad de los cristianos (4, 2-10): “Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos unos a otros con amor/ Esforzaos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz / Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una esperanza a la que habéis sido llamados / Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo / y un solo Dios, Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos / Pero cada uno de nosotros hemos recibido un don en la medida en que Cristo nos lo ha querido dar / Por eso dice la Escritura: <Subió a lo alto llevando presa a la prisión, repartió dones a los hombres / Eso de que <subió> significa que antes bajo a lo profundo de la tierra / El mismo que bajó es el que subió a lo más alto del cielo, para que se cumpliesen  todas las cosas (Todo lo profetizado en  el Salmo)”

 En este sentido sigue diciendo el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“En la <Carta a los Efesios> leemos que Él (Jesús) había bajado a lo profundo de la tierra y que Aquel que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos…Así se ha hecho realidad la visión del Salmo. En la oscuridad impenetrable de la muerte Él entró como luz; la noche se hizo luminosa como el día y las tinieblas se volvieron luz”

 


San Pablo escribió esta carta a los efesios con ocasión de las tristes y alarmantes noticias, llegadas hasta él, sobre la situación en que se encontraban los habitantes de Éfeso y de algunas otras ciudades adyacentes, como Laodicea o Colosas, donde el Apóstol había evangelizado; pero con anterioridad a la misma, el apóstol había profetizado  a los obispos del estas Iglesias, sobre lo que sucedería, cuando él se alejara de ellas y por eso, exhortó a estos santos hombres a que siguieran  llevando  una vida digna de la vocación a la que habían sido llamados, con humildad y mansedumbre y llegó a decirles finalmente también la hermosa frase: <Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos: el que está sobre todos, por todos y en todo>.

Por otra parte, un detalle muy interesante a tener en cuenta en esta <Carta a los Efesios>, es la pregunta de san Pablo: ¿Por qué se habla en los Evangelios de la subida a los cielos de Jesús? Pregunta que él mismo responde  enseguida: <Porque el que subió es el mismo que bajó a las profundidades de la tierra>.



A lo largo de los siglos, tanto creyentes como no creyentes, alguna vez, se han preguntado donde se encuentra este misterioso y  temible lugar del que con frecuencia se habla en las Sagradas Escrituras, con distintos apelativos como <sheol>, o <hades>…

Por suerte para los hombres de todos los tiempos, la respuesta la podemos encontrar muy bien expuesta en la Santas Escrituras y recogidas en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 633):

“Las Escrituras llaman infierno, <sehol>, o <hades>, a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro, recibido en el <seno de Abraham> (Lc 16, 22-26).



De cualquier forma, y a pesar de los santos testimonios dados por los discípulos de Jesús, siempre ha habido hombres, que se han preguntado: ¿De verdad existe la vida eterna? ¿De verdad existe un lugar llamado infierno?

Responder a este tipo de preguntas es misión de la escatología, esto es, la ciencia que se ocupa de las cosas últimas y definitivas que han de suceder al mundo y al hombre. Hay que tener en cuenta que realmente, se puede decir que nuestro tiempo es un tiempo escatológico debido a la entrada de Cristo en el mundo y por ello  estaríamos cada vez más próximos a la consumación de los siglos:
 
 
 
 


Hace referencia el Papa aquí a la < Carta a los Filipenses> de san Pablo, y más concretamente cuando en ella habla sobre el <Hijo de Dios sin tacha> (Fil 2, 12-18):

“Por lo tanto, queridos hermanos, ya que siempre habéis obedecido, no solo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor / porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor / Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones / así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo / manteniendo firme la palabra de la vida. Así, en el día de Cristo, esa será mi gloria, porque mis trabajos no fueron inútiles ni fatigas tampoco / Y si mi sangre se ha de derramar, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría / por vuestra parte estad alegres y alegraos conmigo”


¡Qué hermosas palabras las del Apóstol San Pablo! Y tan ciertas que no es de extrañar que el Papa san Juan Pablo II las tomara muy en serio, a la hora de animarnos a todos los hombre al tener en cuenta los <Novísimos>. Sin embargo, dice también el Pontífice, que desgracias tales como los campos de concentración, los gulag, los bombardeos de la segunda guerra mundial, las catástrofes naturales, han hecho pensar al hombre de los últimos siglos, que no puede existir otras cosas peores, que no puede existir un lugar llamado <infierno>, más tremendo y humillante que los vividos por el hombre  en esta vida y por eso, muchos hombre rechazan como algo extraño y no deseable una Iglesia con misión escatológica que les recuerda males tan grandes, como aquellos que acaecerán al ser humano al final de la vida, si ésta no ha sido santa y honorable. 

 
 
De cualquier forma, en el momento actual en el que constantemente la Iglesia nos recuerda que Dios es Amor, surge también inevitablemente la pregunta: ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre, permitir que sea condenado a perennes tormentos?


A esta pregunta contestaba el Papa san Juan Pablo II que  (Ibid): “En el Evangelio de San Mateo, el Señor nos habla claramente de este espinoso tema, nos habla claramente de los que irán al suplicio eterno (Mt 25, 31-41) ¿Quiénes serán estos? se preguntan algunos…La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Se trata de un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre…”


El hombre, sin embargo, no debería sentir miedo ante la proximidad de la muerte, si es justo y ha conservado durante toda su existencia la capacidad de discernimiento, capacidad de la que nos ha hablado con claridad  el Papa Francisco (Entrevista realizada al Pontífice por el director de la revista <La Civiltà Cattolica>):

 
 
 
“El discernimiento es una de las cosas que San Ignacio ha elaborado más interiormente. Para él es un instrumento de lucha para conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca…Yo desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío de mi primera decisión, de lo primero que se me ocurre hacer cuando debo tomar una decisión. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento nos libra de la necesaria ambigüedad de la vida, y hace que encontremos medios oportunos, que no siempre se identificarán con lo que parece grande y fuerte”

 
Los antiguos ya alababan la virtud o sabiduría del discernimiento, que aparece por ejemplo, en el Salmo 49(48), donde se analiza la vaciedad de las riquezas y seguridades humanas y la suerte de cada uno a luz de la muerte; sabiduría que podría servirnos para alejar de nosotros el peligro del infierno y  además nos podría ayudar también a encontrar el camino de la santidad. Por tanto, sería conveniente que reflexionáramos seriamente sobre el comportamiento  y los consejos  que el Papa  Francisco nos ha dado.

Sí, pero además deberíamos recordar siempre las palabras de Jesús sobre el tema que estamos considerando, porque el Señor que es infinitamente misericordioso, sin embargo por haber dejado al hombre  gozar de plena libertad para tomar sus propias decisiones, podría verse ante la tesitura de llegar a condenarlo al fuego eterno, si rechazara hasta las últimas consecuencias, por causa de una conciencia errónea y por mal discernimiento, la misericordia Divina: “Este es el significado teológico del llamado infierno, es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra aquel que lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante” (Papa San Juan Pablo II. Audiencia del miércoles 28 de julio de 1999)”