Por otra parte, San Pablo en su <Carta a los Efesios> hace referencia a este Salmo durante la exhortación a la unidad de los cristianos (4, 2-10): “Sed humildes, amables y pacientes. Soportaos unos a otros con amor/ Esforzaos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz / Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una esperanza a la que habéis sido llamados / Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo / y un solo Dios, Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos / Pero cada uno de nosotros hemos recibido un don en la medida en que Cristo nos lo ha querido dar / Por eso dice la Escritura: <Subió a lo alto llevando presa a la prisión, repartió dones a los hombres / Eso de que <subió> significa que antes bajo a lo profundo de la tierra / El mismo que bajó es el que subió a lo más alto del cielo, para que se cumpliesen todas las cosas (Todo lo profetizado en el Salmo)”
“En la <Carta a los
Efesios> leemos que Él (Jesús) había bajado a lo profundo de la tierra y que
Aquel que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos…Así se ha hecho
realidad la visión del Salmo. En la oscuridad impenetrable de la muerte Él
entró como luz; la noche se hizo luminosa como el día y las tinieblas se
volvieron luz”
San Pablo escribió esta carta a
los efesios con ocasión de las tristes y alarmantes noticias, llegadas hasta
él, sobre la situación en que se encontraban los habitantes de Éfeso y de
algunas otras ciudades adyacentes, como Laodicea o Colosas, donde el Apóstol
había evangelizado; pero con anterioridad a la misma, el apóstol había
profetizado a los obispos del estas
Iglesias, sobre lo que sucedería, cuando él se alejara de ellas y por eso,
exhortó a estos santos hombres a que siguieran
llevando una vida digna de la
vocación a la que habían sido llamados, con humildad y mansedumbre y llegó a
decirles finalmente también la hermosa frase: <Un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos: el que está sobre todos, por
todos y en todo>.
Por otra parte, un detalle muy
interesante a tener en cuenta en esta <Carta a los Efesios>, es la
pregunta de san Pablo: ¿Por qué se habla en los Evangelios de la subida a los
cielos de Jesús? Pregunta que él mismo responde enseguida: <Porque el que subió es el mismo
que bajó a las profundidades de la tierra>.
A lo largo de los siglos, tanto creyentes como no creyentes, alguna vez, se han preguntado donde se encuentra este misterioso y temible lugar del que con frecuencia se habla en las Sagradas Escrituras, con distintos apelativos como <sheol>, o <hades>…
Por suerte para los hombres de
todos los tiempos, la respuesta la podemos encontrar muy bien expuesta en la
Santas Escrituras y recogidas en el Catecismo de la Iglesia católica (nº 633):
“Las Escrituras llaman infierno,
<sehol>, o <hades>, a la morada de los muertos donde bajó Cristo
después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la
visión de Dios. Tal era en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos
los muertos malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica
como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro, recibido en el <seno
de Abraham> (Lc 16, 22-26).
De cualquier forma, y a pesar de los santos testimonios dados por los discípulos de Jesús, siempre ha habido hombres, que se han preguntado: ¿De verdad existe la vida eterna? ¿De verdad existe un lugar llamado infierno?
Responder a este tipo de
preguntas es misión de la escatología, esto es, la ciencia que se ocupa de las
cosas últimas y definitivas que han de suceder al mundo y al hombre. Hay que
tener en cuenta que realmente, se puede decir que nuestro tiempo es un tiempo
escatológico debido a la entrada de Cristo en el mundo y por ello estaríamos cada vez más próximos a la
consumación de los siglos:
Hace referencia el Papa aquí a la < Carta a los Filipenses> de san Pablo, y más concretamente cuando en ella habla sobre el <Hijo de Dios sin tacha> (Fil 2, 12-18):
“Por lo tanto, queridos hermanos,
ya que siempre habéis obedecido, no solo cuando yo estaba presente, sino mucho
más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor / porque
es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio
de amor / Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones / así
seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una
generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del
mundo / manteniendo firme la palabra de la vida. Así, en el día de Cristo, esa
será mi gloria, porque mis trabajos no fueron inútiles ni fatigas tampoco / Y
si mi sangre se ha de derramar, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra
fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría / por vuestra parte estad
alegres y alegraos conmigo”
¡Qué hermosas palabras las del Apóstol San Pablo! Y tan ciertas que no es de extrañar que el Papa san Juan Pablo II las tomara muy en serio, a la hora de animarnos a todos los hombre al tener en cuenta los <Novísimos>. Sin embargo, dice también el Pontífice, que desgracias tales como los campos de concentración, los gulag, los bombardeos de la segunda guerra mundial, las catástrofes naturales, han hecho pensar al hombre de los últimos siglos, que no puede existir otras cosas peores, que no puede existir un lugar llamado <infierno>, más tremendo y humillante que los vividos por el hombre en esta vida y por eso, muchos hombre rechazan como algo extraño y no deseable una Iglesia con misión escatológica que les recuerda males tan grandes, como aquellos que acaecerán al ser humano al final de la vida, si ésta no ha sido santa y honorable.
De cualquier forma, en el momento
actual en el que constantemente la Iglesia nos recuerda que Dios es Amor, surge
también inevitablemente la pregunta: ¿Puede Dios, que ha amado tanto al hombre,
permitir que sea condenado a perennes tormentos?
A esta pregunta contestaba el Papa san Juan Pablo II que (Ibid): “En el Evangelio de San Mateo, el Señor nos habla claramente de este espinoso tema, nos habla claramente de los que irán al suplicio eterno (Mt 25, 31-41) ¿Quiénes serán estos? se preguntan algunos…La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Se trata de un misterio verdaderamente inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre…”
El hombre, sin embargo, no debería sentir miedo ante la proximidad de la muerte, si es justo y ha conservado durante toda su existencia la capacidad de discernimiento, capacidad de la que nos ha hablado con claridad el Papa Francisco (Entrevista realizada al Pontífice por el director de la revista <La Civiltà Cattolica>):
“El discernimiento es una de las
cosas que San Ignacio ha elaborado más interiormente. Para él es un instrumento
de lucha para conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca…Yo desconfío de
las decisiones tomadas improvisadamente. Desconfío de mi primera decisión, de
lo primero que se me ocurre hacer cuando debo tomar una decisión. Suele ser un
error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento
nos libra de la necesaria ambigüedad de la vida, y hace que encontremos medios
oportunos, que no siempre se identificarán con lo que parece grande y fuerte”
Sí, pero además deberíamos
recordar siempre las palabras de Jesús sobre el tema que estamos considerando,
porque el Señor que es infinitamente misericordioso, sin embargo por haber
dejado al hombre gozar de plena libertad
para tomar sus propias decisiones, podría verse ante la tesitura de llegar a
condenarlo al fuego eterno, si rechazara hasta las últimas consecuencias, por
causa de una conciencia errónea y por mal discernimiento, la misericordia
Divina: “Este es el significado teológico
del llamado infierno, es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve
contra aquel que lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa
definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último
instante” (Papa San Juan Pablo II. Audiencia del miércoles 28 de julio de
1999)”