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viernes, 1 de mayo de 2015

JESÚS EL MISTERIO PASCUAL Y LOS VIÑADORES HOMICIDAS


 
 

 
La fiesta religiosa más solemne del pueblo judío y de los cristianos es la Pascua. Para los primeros, ésta se inserta, en el transcurrir de los años con su historia, al objeto de celebrar con ella la gran fiesta de la liberación egipcia (Ex 2-14). Para los cristianos la Pascua es también un tiempo de liberación, pero de una liberación definitiva, realizada por Cristo en el Misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección; este misterio constituye por tanto, la nueva y definitiva fiesta, la fiesta mayor de la liturgia dentro del calendario religioso de la Iglesia Católica, donde:

“Nos toca dejarnos saturar de su espíritu festivo y de su misterio, a fin de conseguir los preciosos frutos que están llamados a producirse en nuestra alma. De la Cruz brota la salud del género humano. En el árbol del Paraíso venció Satanás al hombre; en el árbol de la Cruz nace la vida. En aquel venció Satanás al hombre, en cambio en éste, el demonio es vencido por Cristo.


 
 
Pero además en la Cruz del Señor debemos comprender, estimar y amar nuestra propia cruz, los dolores y amarguras de que está sembrada nuestra vida. Ésta debe ser nuestra tarea: <El que quiera venir pos de mí, renuncie así mismo, tome su cruz y sígame/ El que quiera salvar su alma, la perderá/ el que la perdiera por causa mía, la encontrará>”

(Misal y Devocionario del hombre católico. Rmo. P. Fr. Justo Pérez de Urbel. Ed. Aguilar Madrid 1964)

Jesús, durante la celebración de la boda de Caná de Galilea (Jn 2,1-36), le dijo a su madre, la Virgen María: <todavía no ha llegado mi hora>, cuando ésta le informó de que había faltado el vino para obsequiar  a los invitados…

Según el Papa Benedicto XVI (Jesús de Nazaret. 1ª Parte. Ed. <La esfera de los libros>. Septiembre de 2007):

“Eso significa, en primer lugar, que Él no actúa ni decide simplemente por iniciativa suya, sino en consonancia con la voluntad del Padre, siempre a partir del designio del Padre. De modo más preciso, la <hora> hace referencia a su <glorificación>, en que Cruz y Resurrección así cómo su presencia universal a través de la Palabra y el Sacramento, se ven cómo un todo único. La hora de Jesús, la hora de su <gloria>, comienza en el momento de la Cruz y tiene su exacta localización histórica: cuando los corderos de la Pascua son sacrificados, Jesús derrama su sangre cómo el verdadero Cordero.

 
 
Su obra procede de Dios, pero está fijada con extrema precisión en el contexto de la historia, unida a una fecha litúrgica y, precisamente por ello, es el comienzo de la nueva liturgia en <espíritu y verdad>. Cuando en aquel instante Jesús habla a María de su hora, está relacionando precisamente ese momento con el del misterio de la Cruz concebido cómo glorificación. Esa hora no había llegado todavía…”

Jesús hablará de esa <hora> en varias ocasiones a sus discípulos, al principio, mediante parábolas y más tarde, de forma clara y directa. No obstante, en una ocasión, la parábola utilizada por Jesús era tan sugerente que casi nos hace ver el momento de su Pasión.

Fue durante su Ministerio en Jerusalén cuando Jesús narró a las gentes que le seguían, y entre ellos estaban Pontífices, escribas y ancianos, una parábola que tenía por protagonistas a unos viñadores malvados, esto es: perversos, pérfidos y homicidas.

Estaba ya muy próxima su Pasión, Muerte y Resurrección y tenía gran urgencia el Señor en mostrar a aquellos hombres cual iba a ser el comportamiento de su pueblo con el Hijo de Dios en un futuro muy cercano, según el evangelio de san Marcos (Mc 12, 1-12):
 


"Y comenzó a hablarles en parábola: <Un hombre plantó una viña, y la cercó; cavó un lagar, edificó una torre, y la dio en arriendo a unos viñadores, y se ausentó / A su tiempo envió a un siervo a los viñadores para cobrarles su parte de los frutos de la viña; / pero lo prendieron, lo golpearon y lo despidieron con las manos vacías./ De nuevo les envió otro siervo, y lo descalabraron y ultrajaron. / Envió otro todavía, al cual  dieron muerte; igualmente a otros muchos, de los cuales, a unos golpearon y a otros mataron. / Aún le quedaba uno, su hijo amado; se lo envió por último pensando: respetarán a mi hijo. / Pero aquellos viñadores se dijeron: éste es el heredero. ¡Ea! Matémoslo, y nuestra será la heredad. / Lo prendieron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. / ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá acabará con los viñadores y dará la viña a otros. / ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular? / ¿Es el Señor quién lo ha hecho, ha sido un milagro patente? / Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente y, dejándolo allí se marcharon"

En el Evangelio de San Mateo, refiriéndose a esta misma parábola, podemos leer también este otro versículo: <Pues bien, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios para dárselo a un pueblo que produzcan sus frutos> (Mt 21,43).

El Papa Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret. 1ª Parte> dice que:

 
 
“En las parábolas –teniendo en cuenta también la singularidad lingüística, que deja translucir el texto arameo- sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, cómo vivía, y enseñaba. Pero al mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos: debemos preguntarle una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas (Mc 4,10).

El esfuerzo por entender correctamente las parábolas ha sido constante en toda la historia de Iglesia; también la exégesis histórico-crítica ha tenido que corregirse a sí misma en repetidas ocasiones, y no es capaz de ofrecernos, algunas veces, informaciones definitivas”.

No es este el caso de la parábola de <los viñadores homicidas>, pues se trata probablemente, de la más fácil de seguir, y de interpretar, entre todas las propuestas por el Señor; tanto las gentes corrientes que le escuchaban, cómo sus discípulos y por supuesto, cómo indica el evangelista, los Pontífices, los escribas y ancianos, la entendieron a la perfección e incluso, estos últimos, intuyeron además que los viñadores pérfidos nombrados en la narración eran ellos mismos y que el castigo que les profetizaba Jesús era terrible, por eso le dejaron marchar, y porque tenían miedo del pueblo que estaba allí presente y consideraba que Jesús era un Profeta.

Ahora bien, cómo podemos leer en el libro del Papa Benedicto XVI (Ibid):

 
 
 
"<En la Cruz se descifran las parábolas>, pero en los Sermones de despedidas dice el Señor: <Os he hablado de esto en comparaciones, viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente>"

Y así lo hizo tal como podemos leer en los evangelios y más concretamente en el de san Juan cuando  habla del odio del mundo hacia sus discípulos (Jn 15, 18-27):

"Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. / Si fuerais del mundo, el mundo os amaría cómo cosa suya, pero cómo no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo por eso el mundo os odia. / Recordad lo que os dije: <No es el siervo más que su amo>. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra también guardarán la vuestra. / Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió. / Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa de su pecado. / El que me odia a mí, odia también a mi Padre. / Si yo no hubiera hecho en medio de ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado, pero ahora las han visto y me han odiado a mí y a mi Padre, / para que se cumpla la palabra escrita en su ley: <Me han odiado sin motivo> / Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él hará testimonio de mí; / y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo"

Volviendo de nuevo, al tema de las parábolas, ciertamente éstas hablan de una forma implícita del Misterio  Pascual en algunas ocasiones, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI (Ibid):

“No solamente hablan del Misterio de la Cruz: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, cómo en la parábola de <los trabajadores homicidas de la viña>, se transforman en estaciones de la vía hacia la Cruz. En las parábolas, Jesús no sólo es el sembrador que siembra la semilla de la Palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto”
 
 
Ciertamente, el comportamiento de los viñadores de la parábola pronunciada por Jesús es exactamente aquel que posteriormente sufrirá, Él mismo, a manos de algunos de sus conciudadanos, ya que le sometieron de forma perversa a sufrimientos y escarnios sin fin, se rieron de él, le escupieron pérfidamente y, con comportamiento homicida, le crucificaron en compañía de unos  malhechores.

Cómo dice San Mateo, en su Evangelio, el Señor añadió algo más en el relato de la parábola de <los viñadores homicidas>, refiriéndose en concreto al Salmo 117(118), de las Sagradas Escrituras (Mt 21, 43-45):

"Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. / Y el que cayere sobre esta piedra se destrozará, y a aquel sobre quien cayere, lo aplastará. / Los Sumos sacerdotes y fariseos al oír su parábola, comprendieron que hablaba de ellos"

También San Lucas hace mención en su Evangelio a estas últimas palabras del Señor y además nos aclara por qué las dijo cuando los labradores pensaron: <Éste es el heredero>   (Lc 20, 15-18):

"Y echándolo fuera de la viña, lo mataron. Pues ¿Qué hará con ellos el dueño de la viña? / Vendrá, hará perecer a los labradores y dará la viña a otros. Los que lo oyeron, dijeron: ¡No lo quiera Dios / Pero Él, fijando los ojos en ellos, dijo: pues ¿Qué significa lo que está escrito: La piedra  que desecharon los constructores, ésta se ha convertido en piedra angular? / Todo el que caiga sobre la piedra se destrozará, y a aquel sobre quién ella caiga, lo aplastará"

 
 
 
En este punto la parábola, pasa de ser un aparente relato de acontecimientos pasados, a referirse a la situación de los oyentes. La historia se convierte de repente en actualidad:"Los oyentes lo saben: Él habla de nosotros…La exégesis moderna acaba aquí, trasladando así de nuevo la parábola al pasado. Aparentemente habla sólo de lo que sucedió entonces, del rechazo del mensaje de Jesús por parte de sus contemporáneos, de su muerte en la cruz...

Pero el Señor habla siempre en el presente y en vista del futuro. Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos, todo lo que se dice en dicha parábola ¿No es de hecho una descripción del presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos... de nuestro tiempo?

Declaramos que Dios ha muerto, y de ésta manera, ¡Nosotros mismos seremos dioses! Por fin, dejamos de ser propiedad de otro, y nos convertimos en los únicos dueños de nosotros mismos, y los propietarios del mundo. Por fin, podemos hacer lo que nos parezca.

Nos desembarazamos de Dios; ya no hay normas por encima de nosotros, nosotros mismos somos la norma. La <viña> es nuestra. Empezamos a descubrir ahora las consecuencias que está teniendo todo esto para el hombre y para el mundo…”
 
 
 
Son las palabras, muy acertadas, del Papa Benedicto XVI, de no hace tanto tiempo, y que actualmente podemos comprobar con dolor, cuanta verdad encierran. Sí, porque no contentos los hombres con eliminar a Dios de sus vidas, para colocarse ellos en su lugar, como dueños y señores de sus destinos,  quieren algunos, que nos creamos historias  inverosímiles,  sobre el origen Cristo.

Son acólitos de Satanás ¿Cómo se van a inventar los Apóstoles los Evangelios? ¿Acaso no sabían que serían perseguidos y muertos por martirio, por propagar el Mensaje de Cristo?

 
 
 
 
Ellos se arriesgaron, pusieron sus vidas en peligro porque eran mensajeros de la verdad y por amor a Aquel que se humillo hasta el extremo de dar la vida por todos los hombres. Aquel que era el Hijo de Dios, como quedo patente, entre otras cosas, por sus milagros portentosos, siendo el mayor de todos ellos, su Resurrección. Por eso, el Señor es justo y misericordioso y sin duda vendrá a juzgarnos  el último día, en la Parusía...  

¡No sucederá tal cosa! Gritaran algunos, como hicieron aquellos que escuchaban la parábola de Jesús, los cuales sin duda estaban  imbuidos de una <conciencia errónea>.


A este propósito, cuenta el Papa en su libro <El elogio de la conciencia>, que muy al comienzo de su actividad académica, llegó a ser consciente del problema suscitado por una <conciencia errónea>. Concretamente fue una frase de uno de sus colegas lo que le hizo empezar a pensar con mayor preocupación sobre este tema. Su colega había dicho concretamente:
“Deberíamos dar gracias a Dios por haber concebido a muchos hombres con la posibilidad de no ser creyentes con buena conciencia. Si se les abrieran los ojos y se volvieran creyentes, no serían capaces de soportar, en un mundo como el nuestro, el peso de la fe y las obligaciones morales que de ellas se derivan. Así, en cambio, por el hecho de recorrer de buena fe otro camino, pueden alcanzar la salvación”

Dice el Papa, a este respecto, que le chocó esta idea tan peregrina, que implicaba cómo si dijéramos la posibilidad de <una conciencia errónea> concedida por Dios para que algunos hombres puedan salvarse, mediante algo que sería una estratagema poco honrada.
En realidad lo que más le preocupó y llenó de inquietud fue lo que aquella persona había expuesto referente a que <la fe supusiera un peso difícil de llevar> y que ésta fuera sólo <acto para naturalezas especialmente fuertes>, en cuyo caso podría asimilarse a un castigo de Dios.

 
 
 
Según esto, dice el Papa (Ibid): “La fe dificultaría la salvación en lugar de volverla más accesible. Feliz tendría que ser por tanto, justamente aquel al que no se le impone el deber de creer y de someterse al yugo moral que la fe de la Iglesia comporta. Así, pues, la <conciencia errónea> que permite llevar una vida más cómoda y muestra una vida más humana, sería la verdadera gracia, el camino normal de la salvación...

La falsedad y la permanencia lejos de la verdad resultarían mejores para el hombre que la verdad. La verdad no sería lo que le libera al hombre, sino sería más bien él, quién debería librarse de ella.
La morada propia del hombre estaría más en las tinieblas que en la luz, y la fe no sería un precioso regalo del buen Dios, sino más bien una maldición...”

 




Sin duda el principal argumento de la <conciencia errónea> es que ésta protege al hombre de la onerosa exigencia de la verdad y así podría exclamar cómo los defensores de los viñadores de la parábola de Jesús: ¡No lo quiera Dios! ó ¡No suceda tal cosa! frente a la posibilidad de que ciertos comportamientos pudieran recibir algún castigo por su  crueldad y malignidad al final de los tiempos...

 
 
 
 
Por otra parte, la parábola de <los viñadores homicidas> implica una reflexión profunda sobre  el misterio Pascual,  porque cómo asegura el Papa Benedicto XVI (Ibid): “Desde que Jesús se ha dejado azotar, los golpeados y heridos son precisamente imagen de Dios que ha sufrido por nosotros. Así en medio de su Pasión, Jesús (presente en la Eucaristía) es imagen de esperanza, Dios está del lado del que sufre”

Ciertamente los que escucharon la parábola por boca de Jesús y no quisieron entenderla en el sentido del sufrimiento causado a personas inocentes y  de alguna forma, justificaban a los viñadores asesinos, nos recuerdan a aquellos otros hombres, que no mucho después, fueron capaces de exclamar ante Pilatos, en contra del Señor: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (Mt 27,25).

 
 
Es el grito de una multitud en la que imperaba sin duda la <conciencia errónea>, de una multitud que arrastrada por el miedo y el odio de sus líderes, es llevada hacia la injusticia, hacia la mayor de las injusticias en esta ocasión, porque era el Hijo de Dios el ajusticiado, y éste había dado pruebas suficientes de ello con su ejemplo de vida, sus predicaciones y sus milagros portentosos, ayudando siempre a los más débiles y recriminando a los poderosos sus comportamientos desviados de la verdad, fruto del egoísmo y la soberbia...

Sus Apóstoles así lo entendieron después de  los terribles acontecimientos que mas tarde se produjeron y que llevaron a la muerte en la cruz a su Maestro...Particularmente aquel que había sido elegido por el Señor Cabeza de su Iglesia, Pedro, el cual a pesar de haberse alejado del Señor en un principio por miedo, lloro amargamente su comportamiento de infidelidad al Señor y después fue capaz de dar la vida por Él y su Iglesia...

Precisamente, en el libro de los <Hechos de los Apóstoles> el evangelista San Lucas, narra cómo San Pedro tras la venida del Espíritu Santo junto con el resto de los Apóstoles, evangelizaban a las gentes según les había ordenado Jesús.    


En este contexto, con motivo de la curación de un cojo de nacimiento, que San Pedro y San Juan se toparon a la entrada del templo de Jerusalén, el pueblo que lo había presenciado quedó maravillado y todas las gentes pensaron que los dos Apóstoles habían hecho tan extraordinario milagro. Entonces Pedro les dijo (Hch 3, 12-16):
 
 
 
"<Israelitas ¿Por qué os asombráis de esto y por qué nos miráis cómo si por nuestro propio poder o por nuestra bondad hubiéramos hecho andar a éste? / El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su Hijo Jesús al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilatos, el cual decidió ponerlo en libertad; / pero vosotros rechazasteis al Santo y justo, y pedisteis la libertad de un asesino; / matasteis al autor de la vida, a quién Dios resucitó de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos / cómo éste, que veis y que conocéis, ha tenido fe en él, ha quedado fortalecido; la fe en Jesús lo ha curado completamente, cómo todos veis"


A partir de este momento, ante esta clara denuncia de los hechos acaecidos, la Iglesia de Cristo fue perseguida, y los dos Apóstoles fueron apresados por orden de Anás, Sumo Sacerdote en aquellos momentos, con el beneplácito de todos los jefes, los ancianos y los escribas de Jerusalén. Ellos llenos de furor interrogaron a Pedro y a Juan, les preguntaron con insistencia: ¿Con cuáles poderes o en el nombre de quién hicisteis esto vosotros? (Hch 4, 7).



Entonces San Pedro lleno del Espíritu Santo pronunció un nuevo discurso (Hch 4, 9-12):
"Ya que se nos piden cuentas por el bien que hemos hecho a un hombre enfermo y se nos pregunta de qué modo ha sido curado, / sabed todos vosotros y el pueblo de Israel que éste se encuentra sano ante vosotros en virtud del nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quién vosotros crucificasteis y Dios resucitó de entre los muertos. / Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado, y que ha venido a ser la piedra angular / Y no hay salvación en ningún otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro nombre debajo del cielo para salvarnos / Al ver, por una parte, la valentía de Pedro y Juan, y comprendiendo, por otra, que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban sorprendidos. Reconocían que habían estado con Jesús; / pero al ver con ellos en pie al hombre que había sido curado, no podían replicarles nada. / Les ordenaron salir de la sala del tribunal, y se pusieron a deliberar entre ellos, / preguntándose: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque ciertamente han hecho un milagro notorio y manifiesto a todos los hombres de Jerusalén, y no podemos negarlo. / Pero para que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a amenazarlos para que no vuelvan a hablar a nadie de ese hombre"


Por supuesto que ni Pedro ni Juan aceptaron las condiciones que les impusieron estos personajes tan malignos; entonces ellos los volvieron a amenazar, pero finalmente los pusieron en libertad por temor a la multitud que era consciente del milagro realizado por la acción de Jesús a través de éstos Apóstoles. Ellos contentos se fueron a reunir con los restantes discípulos y les contaron todo lo que había sucedido. Después de escucharlos, toda la comunidad cristiana reunida en torno a los Apóstoles oraron juntos diciendo (Hch 4,25):
"¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen proyectos vanos? / Se levantan los reyes de la tierra y los príncipes conspiran a una contra el Señor y su Mesías"

 
 
 
La oración proclamada por la Iglesia primitiva a la llegada de Pedro y Juan, pertenece al  Salmo 2 (drama del Ungido de Dios), que habla del Señor y su Mesías, y que consta de varios apartados: La rebelión de los vasallos (1-3); la solemne declaración del Señor (4-6); la solemne declaración del Soberano (7-9); la sumisión de los vasallos (10-12) y finaliza con una exclamación de dicha:

"¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen proyectos vanos? / Se levantan los reyes de la tierra, / los príncipes conspiran contra el Señor y su Mesías: / ¡Rompamos sus cadenas, sacudamos su yugo! / El que mora en el cielo se sonríe, / el Señor se burla de ellos. / Luego les habla enfurecido / y con su ira, los llena de terror:  / <Ya tengo yo a mi rey entronizado / sobre Sion, mi monte santo> / Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: / <Tú eres mi Hijo, yo mismo te he engendrado hoy. / Pídeme y te daré en herencia las naciones, / en propiedad los confines de la tierra. / Los destrozarás con un cetro de hierro, / los triturarás como a vasos de alfarero>. / Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; / dejaos corregir, oh jueces de la tierra / Servid al Señor con reverencia, / postraos temblorosos ante Él, / para que no se irrite y os veáis perdidos, /pues su cólera se inflama en un instante. / ¡Dichosos los que en Él buscan refugio!"

 
 
 
 
El Papa Benedicto XVI en su Homilía para la <Jornada mundial de  oración> por las vocaciones sacerdotales y religiosas coincidiendo con el cuarto domingo de Pascua del 29 de abril de 2002, recordó el testimonio del Apóstol Pedro ante los jefes del pueblo de Israel y los ancianos de Jerusalén donde afirmó con gran convicción, que <la piedra despreciada por los constructores> había venido a ser <la piedra angular>:


“El Apóstol interpreta, pues, a la luz del misterio Pascual de Cristo, el salmo 117(118), en el que el orante da gracias a Dios que ha respondido a su grito de auxilio y lo ha puesto a salvo.
Dice este salmo:

<la piedra que desecharon los arquitectos/es ahora piedra angular/ Es el Señor quien lo ha hecho/ha sido un milagro patente>.

Jesús vivió precisamente esta experiencia de ser desechado por los jefes de su pueblo y rehabilitado por Dios, puesto cómo fundamento de un nuevo pueblo, de un nuevo pueblo que alabará al Señor con frutos de justicia (Mt 21,42-43). Por lo tanto este Salmo responsorial alude fuertemente al contexto Pascual, y con esta imagen de la <piedra desechada> y <restablecida> atrae nuestra mirada hacia Jesús Muerto y Resucitado”

 
 
 
Sin duda Jesús quería atraer la atención de los que escucharon su parábola, y por tanto, de todos los hombres a lo largo de los siglos, pues con ella se refería a su Pasión, Muerte y Resurrección, para que comprendiéramos en qué consiste la dignidad del hombre y recibiéramos una respuesta clara, según San Juan Pablo II, a la pregunta: ¿Qué son los derechos del hombre?

En efecto, tal como proclamaba el Papa San Juan Pablo II en su catequesis  del miércoles 5 de diciembre de 2001:

“Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el Salmo 117(118), experimenta en su interior una emoción particular. Encuentra en este himno, de intensa índole litúrgica, dos frases que resonarán dentro del Nuevo Testamento, con una  tonalidad. La primera se halla en el versículo 22: <La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>. Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de <los viñadores homicidas>. También la recoge Pedro en los Hechos de los Apóstoles: <Éste Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por lo que debamos salvarnos>"
 



La Iglesia Católica celebra el día de la Pascua de Resurrección el hecho incontestable de que Jesucristo verdaderamente murió, pero que también es verdaderamente cierto que Resucitó, por eso, entona un cántico de alegría. Este júbilo y entusiasmo se manifiesta a lo largo de toda la liturgia de la misa de la Vigilia Pascual (el sábado santo) presintiendo ya la llegada del milagro de la Resurrección del Señor. Se canta entonces precisamente el salmo 117(118)  aquel versículo que hemos recordado insistentemente: <la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>:

“Esta noche, la liturgia nos habla con la abundancia y la riqueza de la Palabra de Dios. Esta Vigilia no es solamente el centro del año litúrgico, de alguna manera, es su matriz…

Esta noche debe de ser de vigilia en honor al Señor por todas las generaciones (Ex 12,42)…
<La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular>. A la luz de la Resurrección de Cristo ¡Cómo destaca en plenitud esta verdad que canta el salmista! Condenado a una muerte Ignominiosa, el Hijo del hombre, crucificado y resucitado, se ha convertido en la <piedra angular> para la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

 
 
 
 
 
<Es el Señor quién lo ha hecho; ha sido un milagro patente> Esto sucedió en esta noche santa, lo pudieron constatar las mujeres que el primer día de la semana, comprobaron que el cadáver del Señor no estaba en la tumba, cuando aún estaba oscuro. Fueron al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor y encontraron la tumba vacía. Oyeron la voz del ángel: < No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado> (Mt 28,5-10)

Así se cumplieron las palabras proféticas del salmista… Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia y nosotros nos gloriamos de procesarla en el umbral del tercer milenio, porque la Pascua de Cristo es la esperanza del mundo ayer, hoy y siempre” (Papa San Juan Pablo II. Ibid).

Así sea (Amén), decimos, ya dentro del nuevo milenio, en recuerdo de este gran Papa al que tanto le debe la Iglesia de Cristo, recordando el himno para la fiesta de los tabernáculos. Salmo (118-117):

“Abridme las puertas de la justicia, que voy a entrar a dar gracias al Señor/ Ésta es la puerta del Señor/ Los vencedores entrarán por ella/ Te doy gracias porque me has escuchado, a ti te debo la victoria/ La piedra que desecharon los constructores se ha convertido en piedra angular/ Esto ha sido obra del Señor, ha sido un milagro patente/ Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo/ Danos la victoria, Dádnosla Señor, dadnos el triunfo, dádnoslo, Señor.”