Jesús es el artífice de la paz y
la unidad entre los hombres, así lo manifestaba el Apóstol San Pablo,
probablemente durante su primera cautividad, a los habitantes de Éfeso. En su
carta a los efesios el Apóstol hace una llamada a la universalidad y al
derrumbamiento de los muros que dividen a veces a los seres humanos, en razón
de su origen, religión, raza o sexo (Efesios 2, 12-14):
“Recordad, por tanto, que en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, los llamados <sin circuncisión> por los que se dice <la circuncisión> (practicada por mano de hombre en carne) / vivíais entonces sin Cristo, erais a la ciudadanía de Israel, extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo / Ahora, sin embargo, por Cristo Jesús, vosotros, que en otros tiempos estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo / En efecto, él es nuestra paz: el hizo de los dos pueblos uno solo y derribó el muro de la separación, la enemistad"
Benedicto XVI, cuando aún no
había sido elegido por el Espíritu Santo para ocupar la silla de San Pedro, en
los años de su juventud, durante una conferencia, en el otoño de 1962,
recordaba precisamente esta carta del Apóstol San Pablo.
(<La unidad de las naciones>. Joseph Ratzinger. Benedicto XVI. Ed. Ediciones Cristiandad S.A Madrid 2011):
(<La unidad de las naciones>. Joseph Ratzinger. Benedicto XVI. Ed. Ediciones Cristiandad S.A Madrid 2011):
“Aquella gran visión de la carta
a los Efesios de San Pablo, según la cual Cristo es <nuestra paz>, que ha
derribado el muro de separación y ha ensamblado las partes de la humanidad,
alejadas hostilmente las unas de los otras, para formar un único hombre nuevo,
ha suministrado el verdadero y específico hilo conductor para la concepción, de
los Padres de la Iglesia, sobre el misterio de Cristo.
La unidad no es un tema cualquiera, sino el leitmotiv de todo. Esto aparece ante todo, en el pecado como misterio de separación. Su obra consiste en que la unidad originaria de la humanidad se disgregó en los numerosos fragmentos de los muchos individuos, enfrentados los unos con los otros”
Ciertamente, el Mesías, durante su vida
pública pidió a sus discípulos, esto es, a todos aquellos que escuchan su
palabra y la dan a conocer, que no tuvieran miedo de la búsqueda de la paz, y por lo mismo, de la búsqueda de la verdad.
Más concretamente, Él dijo, <no temáis a los hombres que matan el cuerpo,
pero el alma no la pueden matar>. Fue especialmente el Apóstol San
Mateo el encargado de recordarnos, en su Evangelio, estas palabras del Señor,
para significar la importancia del espíritu frente a la carne (Mt 10, 25-33).
Por otra parte, como también nos
dice el Señor en este pasaje del Evangelio de San Mateo, <no hay nada
encubierto, que no se descubra, ni nada escondido que no se dé a conocer, y
ajustándonos a lo que está pasando en estos tiempos, podemos observar, no sin
recelo, como el espíritu del mal que siempre ha operado, a lo largo de la
historia de la humanidad, desde la oscuridad, ahora lo hace de forma descarada
e irreverente, desde todos los medios abiertos al demonio y sus
acólitos, con imágenes y palabras, que muchas veces, en los espíritus sensibles
a las cosas transcendentes, producen desasosiego.
Por eso, una y mil veces,
debemos recordar las palabras del Señor <no tengáis miedo>, para seguir
en la brecha de la nueva evangelización de los pueblos, <porque no hay nada
encubierto que no se descubra, ni nada escondido que no se dé a conocer>.
ste dicho proverbial nos hace reflexionar sobre la <Verdad>, que es Cristo, y su Mensaje, la cual rompiendo toda traba impuesta por el maligno, se abre siempre paso, sin que nada pueda detener su caminar hacia el bien de la humanidad, lo que implica también la búsqueda de la paz.
Nos cuenta, a este respecto, San Lucas en su Evangelio el milagro de la pesca milagrosa y cómo, este hecho, asombró y asustó tanto a sus discípulos que San Pedro postrándose a los pies de Jesús le dijo: <Apártate de mí, porque soy un hombre pecador, Señor> (Lc 5, 8), pero Jesús respondió: <No temas, de ahora en adelante serán hombres los que pesques>.
En este sentido, el Papa Juan Pablo II en la Homilía del domingo 8 de febrero de 1998, durante su visita pastoral a la parroquia romana del Niño Jesús en Saccopastore, recordaba la docilidad que le debemos a Dios tomando como ejemplo la vida del Jesús:
El prodigio de la pesca milagrosa,
es un signo elocuente del poder divino de Jesús y, al mismo tiempo, anuncia la
misión que se confiará al pescador de Galilea, es decir, guiar la barca de la
Iglesia en medio de las olas de la historia y recoger con la fuerza del
Evangelio una multitud innumerable de
hombres y mujeres procedentes de todas las partes del mundo.
La llamada de Pedro y de los
primeros Apóstoles es obra de la iniciativa gratuita de Dios, a la que responde
la libre adhesión del hombre. Este diálogo de amor con el Señor ayuda al ser
humano a tomar conciencia de sus límites, a la vez que, del poder de la gracia
de Dios, que purifica y renueva la mente y el corazón: No temas desde ahora serás pescador de hombres.
El éxito final de la misión, está
garantizada, por la asistencia divina. Dios es quien lleva todo hacia su pleno
cumplimiento. A nosotros se nos pide que confiemos en Él y que aceptemos
dócilmente su voluntad”
Confiemos, pues, una vez más en
la voluntad de Dios, ¡No tengamos miedo! Como dice el Salmo: ¡El Señor es mi
Pastor nada me falta! Como podemos leer, en la <Carta a los hebreos>,
uno de los escritos teológicos más interesantes del Nuevo testamento, refiriéndose
al Sacerdocio de Cristo al modo de Melquisedec : <Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo
escuchado por su piedad filial.
También el Papa Pablo VI siguiendo el ejemplo divino elevó su voz, en este caso, a los jefes de las naciones, con gran clamor y lágrimas diciendo (Ibid):
Por consiguiente, todos aquellos a quienes incumbe, ayuden a crear las necesarias condiciones por las cuales se lleguen a dejar las armas antes que el peso mismo de los acontecimientos quite la posibilidad de abandonarlas…
Pero hay que llegar a una paz basada en la justicia y libertad de los hombres, y de tal manera que se tengan en cuenta los derechos de los hombres y de las comunidades; de otro modo sería incierta e inestable”
El Señor nos repite cada día ¡no
tengáis miedo de dar a conocer mi palabra! Y algunos hombres, como el Papa
Pablo VI han tenido el valor de darla a conocer. Sin embargo, hoy en día
vivimos en un mundo convulso, lleno de recelos, de angustias, a veces hasta de
miedo…
La Verdad absoluta, que es Cristo, el Hijo único de Dios quiere ser tapada con la falsedad institucionalizada. El mal se ha instalado en el alma de muchos seres humanos que niegan a su Creador y que anhelan convencer a los creyentes de que esto debe ser así, dando lugar de este modo a un panorama lleno de confusionismo y medias verdades. Y todo ello ha sucedido a pesar de las palabras de Jesús (Jn 12, 46-48):
El Papa San
Juan Pablo II, en distintas ocasiones se ha manifestado en contra de las secta que tanto daño están
haciendo incluso entre los que se llaman creyentes, ansiosos de modernidad,
aburridos de lo que creen que es autoritarismo de la Iglesia católica (
<Cruzando el umbral de la esperanza>;
Editado por Vittorio Messori; Círculo de Lectores S.A. 1995):
“No está fuera de lugar alertar a aquellos cristianos que con entusiasmo se abren a ciertas propuestas provenientes de las tradiciones religiosas del Extremo Oriente en materia, de técnica y métodos de meditación y ascesis...
En algunos ambientes se han convertido en una especie de moda que se acepta más bien acrítica. Es necesario conocer primero el propio patrimonio (P. e. Santo Tomás de Aquino) y reflexionar sobre si es justo arrinconarlo tranquilamente…"
Por su parte, el Papa Benedicto XVI al analizar el enfrentamiento del cristianismo con el gnosticismo aseguraba (<La unidad de las naciones>. Ediciones Cristiandad, S. A. Madrid 2011) :
“La revolución cristiana, tiene un límite intrínseco y se diferencia de la revolución gnóstica, que es absoluta. Ha sido mérito de H. Jonas (1954), haber hecho comprensible que la esencia de la gnosis es una revolución radical.
Al ponerse de parte de la serpiente, de
Caín, de Judas, de los grandes proscritos de la humanidad, expresaba su más
verdadera intención: rechazar el Cosmos en su totalidad junto con Dios, al que
desvela como un oscuro tirano y carcelero, y ve en Dios y las religiones el
sello, la clausura definitiva de la prisión que es el Cosmos.
Su evangelio del <dios extranjero>, es la manera más radical de protesta contra todo lo que hasta entonces había aparecido como santo, bueno y justo, desenmascarado ahora como prisión, de la que la gnosis promete mostrar la vía de salida”
Jesús dijo: ¡No tengáis miedo! Esta
frase repercute en nuestra alma como una exhortación maravillosa que nos invita
a confiar siempre en la suprema potestad de Cristo, dirige nuestro paso hacia
Él, tomamos conciencia de que guía el destino de la historia de la humanidad
con la fuerza del Espíritu Santo, comprendemos que no estamos abandonados ante
las duras pruebas que nos esperan, y nos confirma en la fe. Dejemos que esta íntima convicción impregne nuestra existencia: Dios llama a
todos los hombres a que le sigan, les pide que se conviertan en cooperadores de
su proyecto salvífico.
Sí, como Simón Pedro, también nosotros podemos proclamar
algún día <Por tu palabra echaré la red>: ”Y su Palabra es la Verdad, es el
Evangelio, mensaje perenne de salvación que, si se acoge y vive, transforma la
existencia. El día de nuestro bautismo nos comunicaron esta <buena
nueva>, que debemos profundizar personalmente y testimoniar con valentía>”
(Juan Pablo II. Homilía del domingo 8 de febrero de 1998)
Por eso, deberíamos también tener siempre presentes estas otras palabras del Señor, recogidas en el Evangelio de San Juan (Jn 16, 7-11):
"Yo os digo la verdad: os cumple
que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas
si me fuere, os lo enviaré / Él, cuando viniere, pondrá de
manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y
respecto al juicio / Con el pecado, porque no
creyeron en mí / con la justicia, porque retorno
al Padre y ya no me veréis / y en cuanto al juicio, porque el
Príncipe de este mundo ha sido juzgado"
En efecto, como leemos en el
Evangelio del Apóstol San Juan, el Señor, antes de partir de este mundo, nos
recordó varios temas, que nos parecen de
vital importancia, para que confiemos en
su suprema Potestad :
- El Espíritu Santo pondrá en evidencia el error del mundo al no creer en el Mesías;
- la falta de justicia del mundo, por no haber creído en el mensaje del Hijo del hombre en <el tiempo de su visitación>;
- Satanás, el Príncipe de este mundo, ha sido juzgado y todos los que le sigan ya tienen quién les juzgue.
Por otra parte, también dijo, no
lo olvidemos: <No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás>. Se
lo dijo a Pedro, al discípulo que eligió como <Cabeza de su Iglesia>,
pero por extensión también nos corresponde a todos los creyentes aplicarnos sus
divinas palabras y dar a conocer su Evangelio por todos los confines del mundo… Por
eso, no debemos acobardamos, ni caer en flaqueza humana; debemos por el
contrario consolarnos en Él, y sobre todo cultivar el séptimo don del Espíritu
Santo: el <Santo temor de Dios>.
El <Santo temor de Dios> siempre se ha
tenido por un tema polémico, chocante si
se quiere, con la insistente demanda de Jesús de que no tengamos miedo de su amistad,
ni de acercarnos a Él con confianza. Sin embargo, no hay en este don del
Espíritu Santo contradicción alguna con los deseos del Señor, todo lo
contrario, son ideas complementarias y absolutamente necesarias tal como nos ha
explicado el Papa Juan Pablo II
(Cruzando el umbral de la esperanza. Ed. Círculo de lectores):
“La Sagrada Escritura contiene
una exhortación insistente a ejercitarse en el
<temor de Dios>. Se trata de ese temor que es don del Espíritu
Santo. Entre los siete dones del Espíritu Santo, señalados por las palabras de
Isaías (Is 11, 12), el don del temor de Dios está en el último lugar, pero no
quiere decir que sea el menos importante, pues precisamente <el temor de
Dios> es principio de sabiduría, y la sabiduría, entre los dones del
Espíritu Santo, figura en primer lugar. Por eso, al hombre de todos los tiempos
y, en particular, al hombre contemporáneo, es necesario desearle el <temor
de Dios>.
A través de la Sagrada Escritura
sabemos también que tal temor, principio de sabiduría, no tiene nada en común
con el <miedo del esclavo>. ¡Es temor filiar, no temor servil!
El esquema hegeliano (referencia a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un mundo en el que Dios está ausente.
En un mundo en el que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor filial”
El esquema hegeliano (referencia a la teoría de G.W.F. Hegel, filósofo alemán que vivió entre los siglos XVIII y XIX) amo-esclavo, es extraño al Evangelio. Es más bien el esquema propio de un mundo en el que Dios está ausente.
En un mundo en el que Dios está verdaderamente presente, en el mundo de la sabiduría divina, solo puede estar presente el temor filial”
No obstante a pesar de esta
clarísima explicación del Papa Juan Pablo II, algunos hombres siguen diciendo ¿Cómo encajamos todo esto con la
exhortación de Cristo de que no tengamos miedo de Él, ni de su mensaje? A los
que el Papa Juan Pablo II respondía con estas palabras (Ibid):
“La expresión auténtica y plena de tal temor, es Cristo mismo. Cristo quiere que tengamos miedo de todo lo que es ofensa a Dios, porque ha venido al mundo para liberar al hombre en la libertad.
El hombre es libre mediante el amor, porque el amor es fuente de predilección para todo lo que es bueno. Ese amor, según las palabras de San Juan, expulsa todo temor (I Jn 4, 18).
Todo rastro de temor servil ante el severo poder Omnipotente y Omnipresente desaparece y deja sitio a la solicitud filial, para que en el mundo se haga Su voluntad, es decir, el bien, que tiene en Él su principio y su definitivo cumplimiento”
Sabias y bellas explicaciones de este Papa santo, pero desgraciadamente y a pesar de ellas, tenemos que reconocer, que en un mundo como éste, la gente no se suele plantear estas cuestiones con mucha frecuencia, ni siquiera con cierta frecuencia. La existencia de Dios está puesta, por así decir, en <tela de juicio>; muchos hombres ya no quieren creer en nada que no sea demostrable mediante el empirismo, esto es, mediante la experimentación, más o menos científica, sobre hechos planteados por el propio ser humano. Cualquier análisis de una cuestión que se salga o rebase estos límites, queda automáticamente en entredicho...
Es el resultado del pecado de la soberbia, aquél que llevó a algunos ángeles
a querer ser como Dios, como su Creador, a los que el Señor condenó para
siempre, y que luego envidiosos de los hombres quieren conquistarlos para que
formen parte de sus huestes infernales…y por desgracia muchas veces lo
consiguen…
Recordemos, pues, de nuevo, las prudentes palabras de Juan Pablo II (Ibid):
Verdaderamente el Papa Juan Pablo
II aún sigue, después de muerto, siendo un gran pescador de hombres, sus
palabras así nos lo muestran. El corazón se llena de alegría y desecha todo
temor al leer sus catequesis y asumirlas como propias.
No cabe duda, como él nos decía, el séptimo don del Espíritu Santo, el <temor de Dios>, es la fuerza impulsora que debe mover a los llamados a realizar en este nuevo siglo la excelsa tarea de la <nueva evangelización>, y decimos que es excelsa no solo porque es notable y excelente, sino porque se ha hecho imprescindible en los tiempos de perplejidad y turbación que vivimos.
En definitiva, con la administración de éste y todos los demás Sacramentos, el hombre se encuentra mejor preparado para escuchar la palabra de Dios y para dar a conocer el mensaje de Jesús.
No cabe duda, como él nos decía, el séptimo don del Espíritu Santo, el <temor de Dios>, es la fuerza impulsora que debe mover a los llamados a realizar en este nuevo siglo la excelsa tarea de la <nueva evangelización>, y decimos que es excelsa no solo porque es notable y excelente, sino porque se ha hecho imprescindible en los tiempos de perplejidad y turbación que vivimos.
A este respecto, no debemos olvidar que el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el
<Sacramento de la Confirmación>, aumenta en el hombre los dones del Espíritu
Santo (Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de
Dios); <además concede una fuerza especial a los que lo reciben para
difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras, como verdaderos
testigos de Cristo, para confesar
valientemente su nombre, para no sentir vergüenza de la Cruz y sobre todo los
introduce más profundamente en la filiación divina, uniéndolos más firmemente a Cristo.
En definitiva, con la administración de éste y todos los demás Sacramentos, el hombre se encuentra mejor preparado para escuchar la palabra de Dios y para dar a conocer el mensaje de Jesús.
Ahora bien, es
necesario también, que en las sociedades exista con anterioridad <un terreno cultivado bien
abonado>, tal como advertía el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la <Jornada
de oración> por las vocaciones sacerdotales y religiosas del año 2007:
“Para que la Iglesia pueda
continuar y desarrollar la misión que Cristo le confió, y no falten los
evangelizadores que el mundo tanto necesita, es preciso que nunca deje de haber
en las comunidades cristianas una constante educación en la fe de los niños y
de los adultos; es necesario mantener vivo en los fieles un sentido activo de
responsabilidad misional y una participación solidaria con los pueblos de toda
la tierra.
El don de la fe llama a todos los cristianos a cooperar en la
evangelización. Esta toma de conciencia se alimenta por medio de la predicación
y la catequesis, la liturgia y una constante formación en la oración”
Ciertamente la Iglesia, mediante el Decreto <Ad Gentes> del Concilio Vaticano II, ha sido enviada por Dios a las gentes para ser <el Sacramento universal de salvación>; los Apóstoles, siguiendo el ejemplo de Cristo, <predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias>, es por esto, que sus sucesores a lo largo de los siglos, han tenido y tienen la obligación de perpetuar el Mensaje de Jesucristo, para que <la palabra de Dios sea difundida y glorificada, en todo el mundo>.
Más concretamente, como se nos
enseña también en del Concilio Vaticano II anteriormente aludido, la misión evangelizadora de la Iglesia abarca
aquel tiempo que va desde la primera venida del Mesías hasta su segunda venida,
en la Parusía, esto es, al final de los tiempos.
Y esto es así porque la actividad misional o evangelizadora:
<No es ni más ni menos que la manifestación de la epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud>
Y esto es así porque la actividad misional o evangelizadora:
<No es ni más ni menos que la manifestación de la epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza abiertamente, por la misión, la historia de la salud>
<Por la palabra de la predicación y por la celebración de
los Sacramentos, cuyo centro y cumbre es la Sagrada Eucaristía, la actividad
misionera hace presente a Cristo autor de la salvación> (Capitulo primero.
Principios doctrinales. Decreto < Ad Gentes>, Vaticano II)
Precisamente teniendo en cuenta, todos
estos aspectos de la evangelización, el Papa Benedicto XVI, decidió convocar un
<Año de la fe>, el cual comenzaría, como así fue, el 11 de octubre del
año 2012, conmemoración del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico
Vaticano II, para terminar el año 2013; pero ausente ya de la Silla Papal, el
Pontífice convocante del mismo, como recordamos con tristeza todos los cristianos
del orbe.
Y es que la Iglesia nunca se para ante acontecimientos inesperados de la historia y sigue caminando, tal como pudimos comprobar por las palabras del Papa Benedicto XVI, durante la conmemoración del XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo:
Y es que la Iglesia nunca se para ante acontecimientos inesperados de la historia y sigue caminando, tal como pudimos comprobar por las palabras del Papa Benedicto XVI, durante la conmemoración del XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo:
“No es la primera vez que la
Iglesia está llamada a celebrar un <Año de la fe>. Mi venerado
Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para
conmemorar el martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno
centenario de su supremo testimonio.
Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese <una auténtica y sincera profesión de la misma fe>, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca> : Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una <exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla, para confesarla>…
Con este preámbulo el Papa Benedicto XVI nos sitúa ante cuales son algunas de las razones que a él le llevaron a proclamar un segundo <Año de fe>, puesto que como todos los fieles de la Iglesia católica, en particular, y los de otras comunidades cristianas, saben, la crisis de fe por la que está pasando la humanidad, es preocupante y abrumadora, y tal como el Papa Benedicto aseguraba en esta misma carta (Ibid):
“La renovación de la Iglesia pasa
a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma
existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer
resplandecer la Palabra de la verdad que el Señor Jesús nos dejó.
Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática <Lumen gentium>, afirmaba: <Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha> (Hb 2, 17), no conoció pecado (II Co 5, 21), sino que vino solamente a, expiar, los pecados del pueblo (Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación.
Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática <Lumen gentium>, afirmaba: <Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha> (Hb 2, 17), no conoció pecado (II Co 5, 21), sino que vino solamente a, expiar, los pecados del pueblo (Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación.
La Iglesia continúa su peregrinación <en medio de las
persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios>, anunciando la Cruz y la
muerte del Señor hasta que vuelva (I Co 11, 26). Se siente fortalecida con la
fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los
sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar al
mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad
hasta que al final se manifieste a plena luz (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
<Lumen gentium>)”
Por su parte, el Papa Francisco,
en su primera Audiencia general, al recoger el testigo de su venerado
Predecesor, aseguró que retomaría la Catequesis sobre la Resurrección de Cristo
del <Año de la fe>, propuesta por Benedicto XVI, y efectivamente así lo
hizo, como podemos comprobar por algunas de sus palabras:
“La Resurrección de Jesús es el
centro del mensaje cristiano, que resuena desde los comienzos y se ha
transmitido para que llegue hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos
de Corinto: Yo os trasmití en primer lugar, lo que yo también recibí que
<Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado
al tercer día; y que se apareció a Cefas y más tarde a los doce>.
Esta breve
confesión de fe anuncia precisamente el misterio Pascual; con las primeras
apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la Muerte y la Resurrección de
Jesús son precisamente el corazón de nuestra esperanza”
Recordemos que Jesús, después de
su muerte, siguió pidiendo a los hombres que no tuviéramos miedo de
enfrentarnos al gran misterio de su Resurrección, nos lo dijo a través de María Magdalena y las otras Marías que se habían acercado al sepulcro
del Señor, encontrando allí a un ángel que les hizo saber que había resucitado,
y más tarde, el mismo Jesús les salió al encuentro para ratificarlo con estas
palabras (Mt 28, 9-10):
- ¡Alegraros! Ellas se acercaron,
le abrazaron los pies y se postraron ante Él
-Entonces les dijo Jesús: No
temáis: Id, anunciad a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán.
Refiriéndose a este pasaje del Evangelio
de San Mateo, Benedicto XVI en su libro <Jesús de Nazaret (2ª Parte) asegura
que:
“Así como bajo la Cruz se encontraban
únicamente mujeres <con la excepción del Apóstol San Juan>, así también
el primer encuentro con el Resucitado estaba destinado a ellas. La Iglesia, en
su estructura jurídica, está fundada en Pedro y los Once, pero en la forma
concreta de la vida eclesial son siempre las mujeres las que abren la puerta al
Señor, lo acompañan hasta el pie de la Cruz, y así lo pueden encontrar también
primero como Resucitado…”
Es por esto que la Iglesia no puede dejar de comprender y apreciar, la participación crucial de las mujeres en la misión de la evangelización
(Benedicto XVI. <Cuando Dios llama> Ed. Rialp; S.A. 2010):
“Nunca se ponderará suficientemente, lo mucho que la Iglesia reconoce, aprecia y valora la participación de las mujeres en su misión de servicio a la difusión del Evangelio”
Por otra parte, la confesión más exigente sobre los testimonios dados del misterio de la Resurrección de Jesús, se encuentra en la primera carta de San Pablo a los corintios, con objeto de rebatir la negación de la <la resurrección de los muertos> por parte de algunos miembros de aquella comunidad (I Co 15, 1-8):
"Os recuerdo hermanos, el
Evangelio que os prediqué y que habéis recibido, en el perseveráis / y por el que sois salvos, si lo
guardáis tal como yo os lo anuncié, a no ser que hayáis creído en vano / Os transmití, pues, en primer
lugar, lo que yo mismo recibí, a saber: que Cristo murió por nuestros pecados,
según las Escrituras / que fue sepultado, que resucitó
al tercer día, según las Escrituras / que se apareció a Pedro y luego
a los Doce / después se apareció a más de
quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han
muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los Apóstoles / por último, como un aborto, se
me apareció también a mí"
Con su última y humilde expresión,
el Apóstol San Pablo, quiere dar a entender, metafóricamente, lo inaudito e
inesperado de su encuentro con el Señor, en el camino de Damasco, cuando
perseguía a los cristiano para llevarlos ante los tribunales de justicia de la
época. Por eso sigue diciendo en esta misma carta (I Co 15, 9-11):
"Porque yo soy el menor de los
Apóstoles y no soy digno de llamarme Apóstol porque he perseguido a la Iglesia
de Dios / Pero por la gracia de Dios soy
lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he
trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios
conmigo / Pues bien, tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis
vosotros"
El Evangelio, del que aquí habla
San Pablo, es el que hemos recibido los cristianos de todos los tiempos y de
todos los lugares del mundo, hasta la fecha. Aquel en el que debemos perseverar
para alcanzar la salvación; aquel, como asegura el Papa Francisco que es el
<corazón de nuestra esperanza>.
Y como también asegura el Papa Benedicto XVI comentando algunos de los versículos de esta Carta, que han quedado señalados para la historia de la Iglesia como <el Credo de San Pablo> (Jesús de Nazaret 2ª parte 2011):
“Los Doce siguen siendo la piedra
fundamental de la Iglesia, a la cual siempre se remite. Por otra parte se
subraya el encargo especial de Pedro, que le fue confiado primero en Cesárea de
Filipo (Lc 5, 11), y confirmado después
en el Cenáculo (Lc 22, 32). Un cargo que lo ha introducido, por decirlo
así, en la estructura eucarística de la Iglesia. Y como también asegura el Papa Benedicto XVI comentando algunos de los versículos de esta Carta, que han quedado señalados para la historia de la Iglesia como <el Credo de San Pablo> (Jesús de Nazaret 2ª parte 2011):
Ahora ,después de la Resurrección, el Señor se manifiesta a él, antes que a los Doce, y con ello se renueva una vez más la misión única.
Si, el ser de los cristianos
significa esencialmente la fe en el Resucitado, el papel particular del
testimonio de Pedro es una confirmación del cometido que se le ha confiado de
ser la roca sobre la que se construye la Iglesia”
Finalmente, recordemos una vez
más que Jesucristo después de su Resurrección pronunció, de nuevo, la excelsa
frase ¡No tengáis miedo! que desde el principio estamos evocando, como misiva
inapelable del Señor, para todos los cristianos y también ¿por qué no? para
todos aquellos hombres de buena voluntad que buscan la autentica Verdad…
En cambio estas palabras de Jesús no pueden estar dirigidas a su Madre, la Virgen María, y esto es así <porque fuerte en su fe, Ella no tuvo miedo>, como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II. El modo en que María participa en la victoria de Cristo es según este Pontífice la que él mismo escuchó en boca del cardenal August Hlond, el cual al morir dijo: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. El Papa recordaba en su libro <Cruzando el umbral de la esperanza>, que <durante su ministerio pastoral en Polonia, fue testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando>:
“Mientras entraba en los
problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí, una convicción
semejante: que también en esta dimensión universal, si llegaba la victoria,
sería alcanzada por María. En cambio estas palabras de Jesús no pueden estar dirigidas a su Madre, la Virgen María, y esto es así <porque fuerte en su fe, Ella no tuvo miedo>, como nos recordaba el Papa San Juan Pablo II. El modo en que María participa en la victoria de Cristo es según este Pontífice la que él mismo escuchó en boca del cardenal August Hlond, el cual al morir dijo: <La victoria, si llega, llegará por medio de María>. El Papa recordaba en su libro <Cruzando el umbral de la esperanza>, que <durante su ministerio pastoral en Polonia, fue testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando>:
Cristo vencerá por medio de Ella,
porque El quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en
el mundo futuro estén unidas a Ella”